Capítulo IV: Quinto Círculo.
— Prepárate para entrar al Quinto Círculo, Yue
— Bien.
Entramos a esta especie de Coliseo Romano que tenemos aquí en el averno. Claro, las cinco primeras filas de asientos están permanentemente desocupadas, por seguridad. Aunque, sin importar eso, hoy hay poca gente aquí. Sólo uno que otro que también está en su recorrido. Nos sentamos.
— ¿qué va a pasar —pregunta Yue
— Lo interesante de este recorrido es que rara vez damos esa clase de respuestas —le digo— en el Quinto Círculo están los iracundos.
— ¿los iracundos?
— Sí, esas creaturas faltas de paciencia, ya sea que dejen salir su furia o no. Generalmente, los que en vida se reprimieron son los que mejor se desempeñan aquí.
— ¿cómo es eso?
— no tengo idea. Sospecho que la ira acumulada es lo que les da su inexplicable fuerza e ímpetu aquí. Pero callemos, que el espectáculo está por comenzar.
Todas a una, las 26 puertas de la arena se abrieron. De cada una de ellas Salió un condenado. Los dientes y los puños apretados, resoplando, los ojos inyectados en sangre. Vivas encarnaciones taurinas. Se ven los unos a los otros, y empieza el combate.
La auténtica lucha libre sólo se encuentra aquí. Mordidas, golpes bajos, de todo. Uno ya le arrancó los ojos con las uñas a su contrincante, que a su vez le está cercenando la muñeca a dentelladas.
Quizá el más salvaje sea aquel, que con la quijada de uno le está extrayendo las vísceras a otro.
Un espectáculo, sin duda, digno de las más truculentas películas gore. ¡Pero he olvidado que no estoy solo! ¡Olvidé que mi primera obligación es asegurarme de que Yue no pierda la razón! (Si es que la tiene)
— Yue, ¿estás bien?
— Sí.
Vaya, me sorprende. Está hablando en serio. No encuentra perturbadora, en absoluto, la escena que se desarrolla frente a nosotros. Definitivamente, a cada segundo que pasa este muchacho me interesa más.
— Venga, es hora de irnos
— Bien
— La pregunta de rigor: ¿quién debería estar aquí? (Nota Posterior de Flint: Yo, sin duda. ¿aceptarán llevar bazookas?)
— Pues... Doña Maité, la esposa del tabernero. Siempre se enojaba con nosotros.
— ¡Toda una caja de sorpresas! Nunca habría pensado que tú has ido a una cantina alguna vez.
— fue hace mucho — me responde lacónicamente, obviamente recordando esos viejos tiempos. Entramos al elevador.
