Capítulo V: Octavo Círculo.

—Yue, éste es El Octavo Círculo del Infierno, donde se condena a los tramposos, divididos en 10 categorías. Empecemos —caminamos por el pasillo de este Círculo. De cada lado hay cinco puertas, y al lado de cada puerta un espejo de dos vistas para vigilar la situación. Debo ser breve, o probablemente nos tardemos demasiado aquí. Aun así, el tiempo vuela cuando te diviertes, y temo que se acerca el momento de la despedida. Pero no es hora de llorar —. A tu izquierda están los simoniacos...

— ¿Simoniacos? —me interrumpe.

—Vendedores de falsas reliquias religiosas. ¿Nunca supiste de alguien que venía astillas de la cruz en que murió Jesús, la cobija en la que envolvieron a Buda recién nacido, o excremento de la vaca que estuvo en el Arca de Noé?

—... sí, creo que sí.

—Bueno, pues todos ellos pasarán un buen rato enterrados de cabeza en un pozo, y además se freirán con las llamas del antecitado pozo.

—¿Porqué sobresalen los pies? —preguntó. Es una hábil observación.

—Para que podamos machucarles, de vez en cuando, el dedo meñique, o cualquier otro que se nos dé la gana.

—Oh.

—Y a tu derecha —prosigo —están los aduladores.

—¿En qué se están... revolcando? ¿Es lodo?

—No. Digamos que es... materia orgánica procesada orgánicamente —parece que no me entendió. De hecho, ni yo mismo me entendí —. Es su propia mierda. Como sea... avancemos. Ahora, a tu derecha están los adivinos.

Se detuvo para observar. De hecho, es una tortura bastante simplista. Caminan con la cabeza al revés, sin ver por donde van, chocando los unos con los otros y con los objetos punzo-cortantes que por accidente se nos quedan ahí.

—Y a tu izquierda están lo ladrones, quienes, como ves, están siendo amorosamente abrazados por serpientes —avanzamos—. A tu derecha, los seductores. Los demonios de esta sección dividen una jornada laboral en tres turnos, es decir, latiguean a los condenados tres horas y descansan seis. A tu izquierda, todos los políticos del mundo y otros.

—¿Es un crimen en sí ser político? —preguntó Yue, asombrado.

—De hecho, aquí condenamos a los prevaricadores. Sólo aquellos políticos que no faltan a su verdadero deber no están aquí. Claro, ha habido muy pocos. Como te iba diciendo, como son demasiados los condenados aquí, simplemente los sumergimos es alquitrán hirviendo. Con eso basta para que se desintegren y hagan lugar para los que siguen. Continuemos. A la derecha están los hipócritas, a quienes se les hace caminar sin descanso cubiertos por un manto de plomo ardiente.

—Pero también hay muchos hipócritas, ¿no? —notó Yue.

— Sí, pero todos y cada uno merecen un largo castigo. A la izquierda, los malos consejeros, que como también son muchos nada más los quemamos en hogueras.

—¿Qué les pasa a esos? —pregunta Yue, con un gesto de repugnancia, después de haber avanzado y volvídose a su derecha.

—Oh, son los estafadores. Les da lepra.

—Eso lo explica.

—Y, para terminar, a tu izquierda están los que provocaron guerras con malas artes. Le sirven de terapia de desahogo de la ira a los demonios que lo necesitan. Ya sabes —continúo, con un gesto elocuente —, hay veces en las que uno sólo quiere romper algo, lo que sea.

—Entiendo. Aquí estará George Bush pronto, ¿verdad?

—No estés tan seguro.

—¿Eh?

—¿Qué parte de "Cada quien acaba donde quiere estar" no has entendido?

—...creí que era un truco publicitario de mi "guía" —se defendió, marcando las comillas con los dedos. Me reí.