QUINTA PARTE: El Fin del Tiempo
Capítulo Único: Que revela la Decisión Final de Yue.
—Yue, éste es el Fin del Tiempo, la morada que todos compartiremos después del Juicio Final.
Una especie de plaza colonial, con un único faro que alumbra al Guardián, quien dormita. No espera visitas hasta dentro de ya no mucho tiempo. No lo despertaría: poca oportunidad tendrá para descansar después. Yue espera una explicación del por qué estamos aquí.
—Es hora de que decidas, Yue —dijo Mefistófeles, con sumo tacto. Supongo que no querrá que se diga de él que estaba presionando al seudo-ángel finido.
—Sábete que, una vez que digas a dónde quieres ir, se te remitirá inmediatamente allá, sin la más nula posibilidad de retractarte. Empero, te daremos oportunidad para pensarlo.
Yue adoptó una expresión de profunda meditación. Finalmente, su rostro recuperó la firmeza que tuvo todo el tiempo antes de su muerte y después de que dejó a Julieta.
—No quiero ir al Cielo, eso es seguro. Por consiguiente, tampoco iré al Purgatorio.
El rostro de Mefisto se iluminó por tres segundos. Al cabo de esos tres segundos, se tornó sombrío al escuchar a Yue proseguir.
—Tampoco me interesa el Infierno —antes de que yo pudiera ilusionarme, continuó—, ni mucho menos el Limbo.
—¿Qué pretendes? —inquirí—. ¿Quedarte aquí, en el Fin del Tiempo?
—O quizá desaparecer del Universo —gruñó Mefistófeles.
—Nada de eso. Hay una alternativa que no mencionaron.
Intercambié una mirada con Mefisto.
—¿A qué te refieres? —preguntó él.
—A la reencarnación.
—¡Debes estar bromeando! —exclamé—. ¡No sabes nada de ella!
—Y ustedes, amablemente, me explicarán de qué se trata —el muy pillo sonríe maquiavélicamente, sabiendo que ni Mefisto ni yo resistiríamos esa expresión de falsa inocencia y presunta maldad.
Lo que no sabe es que todo este asunto nos toca una fibra sensible, hiere nuestra susceptibilidad.
—Con que quieres olvidarnos —dijo Mefistófeles sombríamente, con una sonrisa amarga.
—¿Eh?
—Si reencarnas —le expliqué —, no te acordarás de nada de lo que has visto en tu recién terminada vida y en este pequeño recorrido.
—No me molestaría olvidar mi vida —dijo Yue tras un ligero titubeo—, pero preferiría recordar esta breve temporada. (n/a: ¡ah, iluso! ¿crees que alguien te creerá?)
—Es ineluctable el olvido total —repliqué, desviando la mirada.
—¡¿Ine-qué! —preguntaron ambos dos al unísono.
—"Ineluctable": inevitable, aquello contra lo que no se puede luchar.
—Pero... Clow no olvidó —dijo Yue, más bien para sí mismo.
—Sí olvidó, pero recordó —lo corrigió Mefistófeles.
Silencio. Yue estaba en una encrucijada. Abrió la boca para hablar.
—Entonces no hagan caso. Será mejor...
—Será mejor que no te dejes chantajear por este estúpido sentimentalismo —lo atajó Mefisto.
—Cierto, es tu decisión —coincidí—. Además, no es como si fuéramos a despedirnos para siempre.
—¿Eh?
—En cuanto vuelvas a morir, inocente criatura, recordarás tu vida pasada, y lo que ha pasado en estas aventuras ultraterrenas —dijo Mefisto.
—Entonces, ¿qué decides? —inquirí.
—Quiero reencarnar —respondió Yue, sonriendo.
—¿Seguro? —preguntó Mefistófeles, arqueando la ceja.
—Sí
—Aún puedes arrepentirte —le dije.
—No, gracias.
Mefisto sonrió
—Bon vouyage.
La Quintaesencia de Yue regresó al reino mortal, dejando un pequeño ojo de agua en su lugar. Y a través de ese ojo...
—¡Dulce ironía del Destino! —exclamé.
—El tiempo da vueltas en redondo —comentó Mefisto.
Sakura había resuelto crear a un nuevo Guardián Lunar. El Hado resolvió que el alma de Yue reencarnara en él.
¿Diferencias con su cuerpo anterior? Pocas. Quizá sea un poco más pálido, y el cabello negro y unos metros más corto le sienta bien. Parece que, al crecer, será un poco más desarrollado muscularmente. No tan delicado como antes, pero ciertamente delicioso.
—Bien dicen que el que nace para maceta del cielo le caen las hojas.
—¿Qué? —inquirió Mefistófeles.
—Que el que nace para tamal no pasa del corredor.
—...
—¡No! Lo que quiero decir es que las hojas para tamal no se dan en macetas, porque las macetas no pasan del corredor donde nacen los tamales y... · - ·U la idea es ésa.
— ¬¬U Sí, claro... curiosidad tengo de saber si esta vida le será más halagüeña.
—Oh, por supuesto que lo será.
—¿Intervendrá tu mano en ello?
—No más que la tuya, mi estimadísimo señor Mefisto.
