Bueno...este es un fic mío que presenté a concurso en una página de Resident Evil. Quedó cuarto, pero yo quedé bastante contento. Lo publico aquí para q todos ustedes lo lean y me comenten en sus review sus comentarios. Hablemos ahora del fic en sí...en este primer capítulo conoceremos al prota, que soy yo mismo :p


Amor y muerte en Racoon: Por TuPaDrE

Día uno.

Hoy es el gran día. Les vamos a detener de una vez por todas. La ciudad ha sufrido una enfermedad grave, que transforma a los habitantes en caníbales. Y nosotros vamos a acabar con esa ola de asesinatos.

De momento, estamos preparados par salvar a los habitantes que aún no están infectados. Delante de mí veo más coches patrulla, que se detienen en medio de la carretera y del cual se bajan los ocupantes que, armas en mano, se preparan para detener la acometida. Mientras Terry, mi acompañante, detiene el vehículo, pienso qué vamos a hacer.

"Vamos matar a unos ciudadanos infectados con una enfermedad para que no maten a otros. "¿Quiénes somos nosotros para elegir a quien matar y a quien no?" Terry me hace una señal, y bajamos del coche, dejando ambas puertas abiertas. Yo me parapeto tras la puerta y apunto con mi pistola Heckler und Koch VP70 9 mm Parabellum hacia la ola de personas que lentamente y tambaleándose se van acercando. Terry utiliza un subfusil MP-5 Navy 9x19 mm, versión para zurdos. Terry manejaba el gatillo con su mano izquierda, al igual que escribía, comía o se masturbaba.

Aparte de la gran afición que compartíamos los dos hacia las armas, teníamos una marca favorita: la alemana HK. También nos gustaba la compañía belga FN, pero sus armas, como la P-90 o la Minimi no eran reglamentarias y no podíamos portarlas por la calle. De todas maneras, disfrutábamos de nuestro trabajo, aunque en este momento hubiese deseado ser bombero. Venían también camiones blindados con los equipos especiales del departamento de policía de Raccoon, preparados para hacer lo mismo que nosotros. Mantener a esas personas a raya. Incluso un destacamento SWAT antiterrorista había aparecido para ayudarnos en nuestra difícil misión.

Ante mis ojos y los de los demás policías, soldados y miembros especiales, helicópteros de una y dos hélices desembarcaban hombres, aunque no pertenecían a nuestras unidades porque salían corriendo hacia otra dirección. No iban con nosotros, y supongo que serán mercenarios pagados para rescatar supervivientes por Umbrella, una compañía de mucho prestigio en la ciudad. Mientras los helicópteros con el logotipo de Umbrella se largaban tras soltar a sus hombres, nos llegó el turno a nosotros. Un oficial dio la orden y mis pobres oídos empezaron a quejarse. Aunque sabía que a más de ocho metros era seguro que fallaría, yo disparé. La bala impactó en el pecho de un tipo, que se seguía acercando. Pudo más mi extrañeza al comprobar que no caía que mi alegría por haber acertado, y continué disparando. Cinco balas más, de las cuales solo tres dieron en el blanco. Cuando el hombre estaba a menos de cinco metros de mí, lancé tres balas directas a su cabeza, que dieron en el blanco, consiguiendo que aquella persona (o cosa) se derrumbara. Disparé mis seis balas contra otro cualquiera, que siguió caminando. Cargué el nuevo cargador de una palmada y continué disparando, manoteando en mi cinturón cada vez que un cargador vacío y humeante caía al suelo. Pero nada parecía frenar a esa marea con sed de sangre, que se seguía acercando sin pausa. Terry cambió el cargador rápidamente, y me dirigió una mirada desesperada. Terry tenía una puntería digna de un francotirador, pero como no habían llegado a la ciudad ninguna adaptación de rifles para zurdos, se tuvo que conformar con una MP-5, eso sí, con mirilla láser. Terry estaba dando de sí con la mirilla todo lo que podía, y buena prueba de ello eran los casquillos calibre 9x19 mm que se acumulaba en el suelo.

–¡Apunta a la cabeza! –le grité, mientras yo por mi parte hacía lo mismo.

Un zombi a menos de dos metros de él cayó víctima de sus precisos disparos, y otros dos más cayeron. Cerca de mí, pude acabar con otro, pero gasté mis últimas tres balas en una mujer demasiado fea ya de por sí antes de que su cara se deformara. La mujer cayó, pero con ella mis últimas balas del calibre 9 mm. Retrocedí de espaldas sin mirar atrás. Delante de mí, aquellas extrañas personas se abalanzaban sobre los policías, que no podían hacer nada, y les arrancaban pedazos de carne entre desgarradores gritos. Terry intentó reunirse conmigo, pero un viejo se le abalanzó encima, arrancándole parte del hombro en la parte desprotegida del chaleco RPD. Intentó sacudírselo de encima, pero otro le atacó por delante y los tres cayeron al suelo. No pude hacer nada por él, ocupado en intentar salvar mi vida.

Otro policía se enfrentaba a su equivalente enfermo, solo que el desarmado atacaba sin piedad al otro, sin hacer caso de los agujeros que aparecían en su cuerpo, ni de las balas que le atravesaban para incrustarse en otro que se acercaba para ir a morder a la misma persona. Los comandos SWAT retrocedían sin dejar de disparar, y uno de ellos se cayó al suelo al tropezar con una puerta abierta, mientras la gente se le abalanzaba encima. Más personas se abalanzaban sobre los policías que, horrorizados, intentaban responder al ataque o simplemente huir. A los que huían los zombis se les lanzaban por la espalda, desgarrándosela. Delante de mí, mientras se desarrollaba esa carnicería, un joven con gafas y piel de color negro, ahora todavía más porque la tenía medio podrida, se me acercaba goteando saliva y sangre por su mandíbula rota de un balazo. Extendió sus delgados brazos hacia mi cara, y lo único que pude hacer fue retroceder aterrorizado. Los tiros cesaron poco a poco hasta empezar a oírse cada vez más apagados, signo inequívoco de que esas cosas habían ganado.

Ante mis narices, dos policías completamente rodeados presentaban una última resistencia con escopetas recortadas calibre 12 antes de que fueran devorados vivos. Otro comando especial del SWAT daba culatazos con su Colt M4 a diestro y siniestro. Había perdido su casco, y un mar rojo bañaba su cara blanca de preocupación, hasta que varios más se le echaron encima. Lo mataron detrás de un coche, mientras su arma colgaba de un brazo inerte.

Yo seguía retrocediendo de espaldas, hasta que pisé algo blando y me caí. Miré a ver lo que era, y descubrí un brazo en estado avanzado de descomposición, un brazo que, por cierto, me estaba agarrando la bota. Intenté sacudírmelo, más que nada porque el otro zombi negro se me acercaba, y descubrí que ahí había un policía muerto, con una pistola Beretta M9/92F de 9 mm, perfectamente cargada. La recogí y le disparé al moreno en la cara, hasta que cayó, presuntamente muerto. El brazo todavía me siguió agarrando, hasta que me pude deshacer de él con un certero disparo que le astilló el hueso. Me solté y me acerqué a mi compañero caído, aunque no le conocía de nada. Llevaba dos cargadores enteros en sus bolsillos. Se los recogí y me alejé, pensando una y otra vez en el pobre Terry, con lo amable que era y la brutal muerte que había sufrido a manos de esos... ¿Qué eran? Parecían zombis.

"Dani, los zombis no existen" Me recordó mi conciencia.

Pero verdaderamente lo parecían, con partes de su cuerpo descompuestas. Recordé esas supuestas tonterías que contaban los miembros supervivientes de STARS, de las que yo no había creído absolutamente nada. Estupideces sobre muertos vivientes devoradores de cerebros y horrible criaturas producto de la ingeniería genética de la mayor empresa de la ciudad, lo cual es una sonada estupidez. Pero con todo esto, cualquiera sabe que pensar...

Continué el camino, sembrado de sangre que se acumula en los desniveles y baches de la carretera. De vez en cuando, una de esas personas enfermas se me queda mirando con expresión hambrienta, pero yo me doy prisa y escapo. Me encuentro con cuadros sobrecogedores, tales como horribles personas devorando a sus presas cazadas. Creo retroceder a un buen amigo mío devorando a una mujer junto con otros dos. Me dirige una rápida mirada con sus ojos blancos como la nieve y continúa con su tarea. Al poco rato, una fina llovizna comienza a caer, arrastrando la sangre. Pero cesa tan rápido como empezó, solo fueron cuatro gotas de nada.

Sin novedad, voy calle tras calle. Coches montados en la acera, la mayoría con sus ocupantes en el interior. En uno de ellos, diviso a un hombre inconsciente, y cuando me acerco, de repente se espabila y con su mano derecha rompe el cristal de la ventanilla, para intentar agarrarme. Cuela su cabeza por la brecha abierta, al tiempo que abre y cierra su boca, en un espasmo producido por las ganas que tiene de cogerme. Al mismo tiempo, otro grupo de mujeres golpea insistentemente desde dentro la puerta y el cristal de una joyería. Este último cede, y mientras el suelo se llena de piedras preciosas, las mujeres caen al suelo, al perder el apoyo que brindaba el escaparate, y en el tiempo que tardan en volver a incorporarse, yo ya me he ido de ahí, alejándome un poco. Pero nuevos enfermos aparecen delante de mí, guiados por una indescriptible sed de sangre.

Estoy atrapado. Por un lado, las mujeres hambrientas. Y por el otro, más personas todavía. Más de 50 enemigos, contra los que mis 45 balas eran insuficientes. Afortunadamente, hay una tercera opción: Un camino estrecho que pasaba por entre medio de los dos grupos, y me permitiría alejarme. La elección estaba clara. Corrí hacia el callejón, saltando por encima de un contenedor de basuras que yacía volcado. En un par de zancadas alcancé mi meta, y me fui a través de él.

Desembocaba en otra calle, la cual estaba llena de escombros de un local que había explotado y con un fuerte olor a gas. En lo alto de un piso de apartamentos habían algunas personas aún vivas y sanas, intentando escapar del fuego que se cernía sobre ellos. Algunos se arrojaron a la calzada, donde otras personas con la enfermedad avanzaban hacia ellos. El piso y el local que habían estallado habían salpicado la calle de escombros, destrozando todos los vehículos de las inmediaciones. Me moví hacia la izquierda, porque en la derecha había un grupo de gente que se acercaba de manera sospechosa hacia mí. Caminaban despacio y moviendo mucho las piernas, como si estuvieran a punto de caerse. Corrí de ellos atravesando un túnel que pasaba de un lado a otro de la calle. Dicho túnel estaba lleno de tiendas y puertas, pero también de amenazas. Dos hombres me tapaban los accesos. Empujé a uno contra una puerta entreabierta, que se desplomó sobre ella arrastrando a su compañero. Sin esperar a que volvieran a salir, crucé el resto del túnel y subí unas escaleras, que me llevaron a una nueva sección de la calle, tan ruinosa como la otra.

Esta estaba sembrada de coches formando un monumental atasco, y en medio de todo eso una guagua volcada. Dicha guagua tenía todas las ventanas rotas, y varias personas se movían en su interior, enfermas o agonizantes. Alrededor de la guagua había algunos coches incendiados, y el fuego se extendía rápidamente de un coche a otro. Por mi izquierda se acercaba un niño, con la misma enfermedad que seguramente habría matado a sus padres. Lucía la mitad de su cara carbonizada y algunos rescoldos encendidos hacían brillar su mano izquierda. No tuve valor suficiente para matarlo, así que huí de ahí también. Delante de la guagua accidentada y los coches en llamas, se encontraba un parking privado, y enfrente un descampado que se habría llegado a convertir en un gran centro comercial de no ser porque los obreros yacían por sus alrededores, dando vueltas o bien muertos y sirviendo de banquete a sus compañeros de cuadrilla.

Aguardando la esperanza de poder encontrar un vehículo en condiciones, puse rumbo al garaje. La puerta ya estaba forzada, así que no opuso demasiada resistencia. Una vez dentro, una impenetrable oscuridad me golpeó de lleno, así que encendí mi linterna, para sorprenderme por primera vez de no encontrar zombi alguno a la vista. De todas formas, ahí no tenía nada que hacer, ya que todos los coches parecían haber sufrido un baño de ácido, y además había agujeros del tamaño de un balón de fútbol por doquier, sobre todo cerca de una puerta de acceso al aparcamiento. El haz de luz iluminó un brillo metálico, que parecía una pistola. Efectivamente lo era, pero tanto ácido la había corrompido, siendo completamente inutilizable. Hasta su marca y número de serie estaba ilegible, pero el cargador intacto. Se lo quité, con quince balas más del calibre 9x19 mm Parabellum. En el instante en que lo recogía y me lo guardaba, unos gusanos extremadamente largos hicieron su aparición. Medían un metro aproximadamente, algunos más de dos, y se movían como si de vulgares serpientes se tratase. Retrocedí, pero reaccioné antes de que se me acercaran y disparé, dando en el blanco la mayoría de las veces. Esas extrañas cosas se quebraban con una facilidad tremenda, y rezumaban un asqueroso líquido verde y pastoso que parecía ser su sangre, aunque cualquiera lo comprobaba. Tenían uno de los dos miembros, de los cuales yo no conseguía distinguir entre la cola y la cabeza, acabado en una pequeña boca llena de dientes, capaces de hacer mucho daño si me mordían, cosa que desde luego yo no estaba dispuesto a consentir.

Movían su delgado cuerpo arriba y abajo, en un vano intento de cogerme, cosa que yo evitaba con ágiles brincos y disparos precisos en la cabeza. Al morir, el asqueroso líquido tenía la habilidad de atraer a más congéneres, por lo que mataba a uno y dos más salían del suelo, emergiendo, o simplemente apareciendo por las diversas puertas abiertas.

En ese momento se me ocurrió que lo más lógico era huir de ahí por una puerta por la cual no salieran gusanos, y eso fue lo que hice. De las cuatro puertas que había, la principal era por donde había venido y salían gusanos arrastrándose por las puertas centrales e izquierdas, pero las de la derecha ni tocarlas. Corrí hacia la derecha. Mi corazón palpitaba rápidamente en el pecho, a punto de desbocarse, mientras mis pulmones gastados con el tabaco corrían su misma suerte. Pero a pesar de todo, por mi fuerza de carácter y ganas de sobrevivir, pero sobre todo la imagen de Terry siendo devorado vivo, me espolearon e hicieron sacar fuerzas de flaqueza para acelerar todavía más y colarme por la puerta abierta. Me detuve dos minutos para recuperar el aliento, tomando la precaución de cerrar la puerta a mis espaldas. Me hallaba en una pequeña oficina, con unas ventanas y una puerta orientadas hacia una cancha, donde delante de mis ojos, una auténtica miríada de zombis corría, o más bien se tambaleaban.

Al parecer, me encontraba en el parking privado del gimnasio de Raccoon, tan conocido en la ciudad. No en balde, celebraban concursos de lucha libre y el premio era ser capitán por un día del RPD.

De todas formas, los zombis avanzaban, pero no contra mí, sino contra un destacamento de hombres bastantes musculosos y armados hasta los dientes, dispuestos a resistir lo que les cayera encima. A sus pies yacían cuerpos sin vida, síntoma de que podrían seguir buscándose la vida. Entre ellos había varios policías, y busqué la forma de reunirme con ellos. La única forma, aparte de atravesar la cancha arriesgándome a recibir unos cuantos mordiscos y tiros en un fuego cruzado, podría ir por las gradas, en las cuales no se veía ninguna amenaza, salvo algunos gusanos que se veían desde aquí.

Pero primero me puse a buscar algo útil en la montaña de material que había en la oficina, pero no conseguí encontrar casi nada.

Abrí cajones y armarios, rebusqué en los bajos de las mesa e incluso traté de encender el ordenador, pero la pantalla estaba reventada. En un momento en el que le di la espalda y con las dos manos traté de empujar un enorme fichero, la ventana situada justo a mi retaguardia se quebró y dos zombis hicieron acto de presencia. Rápidamente llevé mi mano hacia la cartuchera, pero con las prisas y el hecho de que retrocediendo tropecé con algo, ayudaron a que el arma se me saliera de las manos y rodara debajo de una mesa volcada.

Contemplé horrorizado la mesa bajo la cual se había escondido mi pistola, quedando totalmente inaccesible de momento. Manoteé a ciegas intentando localizar un objeto punzante o de defensa, y solo pude coger un cúter y una pistola grapadora, de esas que lanzan las grapas a una distancia considerable. Abrí el cúter y ataqué con él al zombi más cercano, que me obstruía el paso hacia las canchas.

Pero hay días en que todo le sale a uno mal, y la hoja de la cuchilla se quebró, llevándose el ojo del tipo al que ataqué. Pero con el ojo ocular reventado, continuó acercándose peligrosamente. Me acerqué todo lo que pude hacia la mesa y una vez ahí, disparé con la grapadora a los ojos de las criaturas, que se detuvieron momentáneamente al perder completamente la vista; pero el olfato los seguía guiando. Y aproveché la pausa para de un puntapié rodar la mesa, recoger rápidamente mi pistola y abrir lo más rápido posible la puerta que daba al exterior, notando unas manos frías que aferraban mi camisa.

Nada más abrir la puerta que daban al exterior, una brisa de aire acondicionado me golpeó en la cara, bastante bienvenido porque ayudaba a digerir el ácido y picante olor de los gusanos, mezclado con el irritante olor del polvo y la podredumbre que despedían las criaturas que avanzaban a por mi carne.

Caminé por el borde de las gradas, bien acurrucado para que ningún zombi me viese avanzar. Pistola en mano, pude escapar corriendo escaleras arriba sin ningún percance, salvo una bala que me rebotó y me dio en el chaleco antibalas de kevlar, seguramente disparada por algún idiota, con muy buena puntería, eso sí. Mi casco "Fritz" de kevlar también era a prueba de balas, pero el impacto me dejaría inconsciente y no quería quedarme frito en una zona plagada de zombis. Me puse la mano en la zona del impacto, y proseguí con mi carrera, a sabiendas de que no me había desmayado por pura suerte.

Cada vez eran más fuertes los disparos, conforme me acercaba. Disparé con mi pistola un par de veces, más que nada para despejarme el camino y poder llegar hasta mi objetivo. Otro chico bastante joven casi me vuelve a disparar, de no ser porque alcé los brazos y exclamé:

–¡No!

Confundido, dejó de apuntarme y le tiró a otro zombi demasiado cercano a él, tanto que se le abalanzó encima y le devoró parcialmente la cara, antes de que yo acabase con él. El hombre estaba moribundo, y todos estaban demasiado ocupados como para prestarle atención, a él y a los otros que yacían, inconscientes, muertos o malheridos.

–¡Retirada¡Vamos a las duchas¡Les plantaremos cara ahí! –gritó una voz poderosa.

Retrocedieron lentamente, sin darle la espalda a los zombis. Yo, por mi parte, continué por las gradas, hasta que todos entraron en unos vestuarios. Antes de que cerraran las puertas, me dejé caer desde encima delante mismo de la puerta, entrando pocos segundos antes de que ésta fuera cerrada.

–¿Quién eres tú? –me preguntó el que cerró la puerta una vez lo hubo hecho.

–¿Importa eso ahora? –le pregunté yo, a mi vez.

–Cierto –me tendió la mano –Yo soy Rocky, campeón de los pesos pesados y superviviente al desastre, por lo menos espero llegar a serlo.

Yo le tendí mi mano, mientras guardaba mi pistola.

–Soy Dani, de la policía. Al igual que tú, espero contar con un título que acredite que soy superviviente a lo que quiera que haya pasado aquí.

El hombre se rió. Era un musculoso bonachón, con expresión amigable y cara de ser buen tío. Enseguida nos reunimos todos.

Al no haber tiempo para más presentaciones, rápidamente me pusieron al corriente.

–Los zombis esos han atravesado el gimnasio, llegando hasta la pista de atletismo, que es donde nos acabamos de enfrentar a ellos ahora. La mayoría de los vestuarios y baños están libres de amenazas, salvo los de la zona este que ha caído en manos de esas cosas. Los gusanos controlan los accesos al parking y las gradas, y hay algunos en la sección de halterofilia. Yo creo que podíamos ir por ahí, atravesando la piscina. Por las escaleras interiores llegaríamos muy rápido, y además podemos atravesar a nado la piscina, para que nada nos siga. ¿Qué opinas tú de ese plan? No nos quedan más opciones...

–Yo creo que es un buen plan, salvo por dos detalles. Uno es el medio de atravesar la piscina. Dudo que importe mucho atravesarla de forma normal, ya que si nadamos nuestras municiones se estropearían, corriendo el riego de quedarnos desarmados. La otra cuestión es ¿Cómo llegamos a la zona de halterofilia?

Me contestó un tipo musculoso, con gafas, que tenía pinta de tener bastante puntería.

–Iremos por las escaleras interiores, a las cuales se accede por aquí. Pero pongámonos en marcha, lo otro lo decidiremos al llegar ahí.

Y sin más dilaciones, nos movimos de donde estábamos, mientras los zombis golpeaban las puertas trancadas. El camino era un poco largo, oscuro y estrecho, así que ni nos inspiraba demasiada confianza. Éramos un grupo grande, de unas 25 personas. Yo iba de los primeros, y cuando estaba a punto de llegar a unas puertas rojas que según Rocky llevaban a las escaleras de servicio, empezaron los tiros. Los zombis habían atravesado las puertas del baño, y la retaguardia del grupo intentaba detenerlos. La vanguardia se daba prisa, pero atrás caían unos y otros sin poderlo impedir. El de las gafas, el primero de todos, abrió la puerta a puntapiés y apuntó su Beretta al interior vacío. Después entró y nos hizo una señal, para que nosotros nos dispusiéramos a hacer lo mismo. Solo 15 personas pasaron antes de que las puertas se cerraran, una mujer gritaba de dolor porque le estaban mordiendo el pié y tenía todo el pecho y los brazos cubiertos de mordidas. No habían balas suficientes ni para aliviar su sufrimiento, así que le tuvimos que cerrar la puerta en la cara y abandonarla a su suerte. Cuando acabaron con todos los que estaban allí atrapados y moribundos, los zombis empujaron las puertas dobles con riesgo de que cedieran, así que atravesamos una madera entre las dos puertas, atrancando con ella el pomo de la cerradura, a sabiendas de que no aguantaría mucho. Descendimos por las rumbrientas escaleras, hasta llegar a una zona donde el olor ácido y viejo me golpeó de nuevo. Había máquinas de gimnasio, todas rotas o llenas de telaraña, u otras cosas parecidas que parecían ser las hebras de esos gusanos amorfos.

–Caminen rápido, sin detenerse ni armar escándalo. No nos oirán si caminamos a un ritmo irregular, que no provenga de personas. Sólo les atrae la carne humana.

–¿Y cómo es eso? –preguntó una mujer con músculos de boxeador.

–Fácil. Solo es cuestión de no hacerlo poniendo un pié y luego otro, como nos enseñaron cuando éramos chicos, sino de hacerlo un pié, luego otro más flojo, el siguiente desplazando el píe pegado al suelo, luego otro sin mover el talón, continuamos con la puntera pegada, y así. Que nadie vaya en el mismo orden que un compañero, o estarán aquí. ¡Vamos!

Nos pusimos en marcha. Recordando los consejos del gafudo, movía mis pies de la forma más rara posible, con movimientos que incluían desde ángulos que casi me rompían el tobillo hasta caminar de puntillas dos pasos, un paso más ancho que otro. Atravesamos la zona sembrada de agujeros y maquinaria cara destruida, hasta llegar a unas escaleras blancas que descendían. Bajamos por ellas, y llegamos a una nueva zona, cargada de humedad, mezclada con gemidos de enfermos, a los que ya había cogido la costumbre de llamarlos "Zombis". Tras atravesar una pequeña escalera, había un hombre decapitado delante de la entrada, junto a otro que aún conservaba la cabeza y del cual salía un hilillo rojo que llegaba hasta la piscina, haciendo que el agua estancada al haberse detenido el sistema de renovación del agua adquiriera un débil color rojizo. Después de haber pasado el último, el hombre tumbado con el reguero de sangre se levantó y atacó al último de la hilera, un pobre hombre musculoso pero desarmado que tras haber sobrevivido al primer ataque de los zombis en la retaguardia, cayó en este otro combate. El zombi le acompañó con algunas balas en su cuerpo, pero después de él otros surgieron de lugares insospechados, como del fondo de la piscina donde permanecían sin que ninguno supiera nadar. El zombi avanzaba caminando hasta que el agua le llegó por encima del cuello, donde empezó a tener problemas. Poco después se encontraba paralizado en el fondo de la piscina, pero ninguno de los otros no habían tenido ese problema. Se acercaban boqueantes en su búsqueda de un poco de comida. Muchos estaban desnudos o con el bañador destrozado, colgando inútil a un lado de la pantorrilla. Un moreno de antiguos ojos azules y ahora glaucos con sus bóxer rotos avanzaba en primer lugar contra el grupo, que no tuvo muchas dificultades en mandarlo a base de disparos al agua, de donde tuvo problemas para volver a salir. Otros más corrieron su misma suerte, pero uno de ellos se cayó por la parte donde hacía pié, y salió sin más dificultades. Algunas balas bien dirigidas lo devolvieron a la piscina, de donde ya no volvió a emerger. Otro más que llevaba un tanga salió de los vestuarios, cayéndo encima de un culturista que le quebró la cabeza con un solo movimiento del brazo derecho e izquierdo y lo devolvió al suelo. Nos pusimos en marcha, antes se que se nos acercaran más zombis, hacia la salida, otra puerta que llevaba de camino hacia los vestuarios. La otra opción era ir nadando entre los cuerpos que flotaban, teniendo en cuenta que en cualquier momento cualquiera de ellos podía hacer un movimiento de cuello y morder al desgraciado que en ese momento pasara más cerca. Decidimos ir a pié, aunque eso significaba acabar con todos los zombis que habían, o por lo menos mandarlos a la piscina, donde se quedarían indefensos. Conforme dudábamos, se nos iban acercando más y más, hasta un punto en que nos tapaban la vista de la salida. Los despachábamos rápidamente, pero los que no caían al agua se volvían a erguir, continuando su mortal avance.

Recargué mi penúltimo cargador y disparé mis quince balas, concentrando el fuego sobre aquél que yo consideraba más adecuado. Último cargador y última oportunidad. Parecía una infernal lotería, solo que al que no tenía suerte se lo cargaban. Diez balas, once, ocho. Otro zombi más viene por mi derecha. Siete, seis, cinco y no cae. Cuatro, tres, dos, uno. Mi último cartucho le atraviesa la frente de cabo a rabo, a la vez que se derrumba. Guardo mi pistola vacía en mi cartuchera y miro en derredor, buscando un arma o una forma de escapar. Los tiros resuenan en mi mente y mis oídos, y no me permiten concentrarme. Siento una mordida en mi hombro, como de algo muy duro. Miro, y contemplo a un podrido dejándose los dientes en mi chaleco. Aún desdentado, vuelve a intentar la mordida, pero yo no le dejo. Con un codazo le hago ir hacia atrás, y de una brutal patada lo mando hacia la piscina, al tiempo que sus entrañas le salen por la espalda de la fuerza de mi pierna. Otro se acerca y, poniendo mis manos en su pecho peludo, cuyos pelos están apunto de caerse junto con buena parte de su piel, hago presión. Se cae hacia detrás, tropezando en el bordillo y cayendo directo al agua de color marrón oscuro. Una mujer con el bikini roto se cae también de otras dos patadas y otro más que había vuelto a salir de la piscina sigue con su suerte, volviendo a donde tanto trabajo le costó salir.

Se me ocurre una idea, y vuelvo a sacar la grapadora. Apunto y disparo repetidamente contra la cara descubierta de un hombre mayor, que gracias al impulso de las grapas se cae de espaldas a la piscina, aunque no a la parte profunda. Disparo un par de veces más, agotando la pobre munición. La arrojo e intento retroceder, pegando puñetazos y puntapiés a diestro y siniestro, en medio de gritos y alguna que otra bala perdida.

Alguien con una pistola en la mano se cae, con una mortal herida en el cuello, y aprovecho para cogérsela. La miro y compruebo el modelo que es y si está cargada. Es una Walter PPK, con siete balas del calibre más común, 9 mm. parabellum, y con el seguro puesto, lo que seguramente le habría causado la muerte a su antiguo dueño. Voy a disparar contra un enemigo que se me acerca, pero me lo pienso mejor y abato a otro de sendas balas en la cabeza, creando un pequeño espacio pegado a la pared por el cual poder pasar. Veo a otro zombi atacando al de las gafas, y le salvo la vida, gastando mis últimas balas 9 mm. Cojo el arma descargada por el cañón y le doy un sonoro golpe con la culata a otro zombi que está atacando a Rocky, con lo que consigo que le deje en paz. Él me sigue y junto escapamos por el hueco. Cuatro personas más nos siguen antes de que los zombis se den la vuelta y taponen en hueco. Retrocedemos sin disparar, ya que a casi nadie le queda munición y nos perdemos hacia la entrada principal, mientras los zombis dejan de perseguirnos y van a por la nueva comida que consiguieron.

Llegamos hasta la ansiada puerta y la abrimos, con nuestras manos agarrotadas por el esfuerzo sobrehumano. Nos precipitamos, sin importarnos nada de lo que podamos encontrar al otro lado. Al otro lado no está más que el almacén, lleno de colchonetas, churritos de goma y pelotas inflables. Algunos manguitos diseminados por ahí, y una rueda para inflar. Lo único útil que encontramos es un taladro para el bricolaje, que decido recoger. Rocky recoge el inflador de pelotas y otro tipo más una red para limpiar la piscina, por si acaso le sirviera para algo. Decidimos detenernos ahí un rato, pero primero alguien se va a explorar lo que hay delante. Al cabo de un rato vuelve.

–Ningún problema. Podemos descansar aquí y pasar la tarde si hace falta, ya que la puerta que da a la calle está bien cubierta con barricadas de cajas. Nos costará mucho apartar todos lo que hay a nosotros, imagínense a los zombis desde fuera. Yo preferiría salir de noche, esas cosas ven aun menos de noche que de día.

–Si es verdad lo que dices, no tenemos ningún problema, es cierto. Pero alguien tendrá que montar guardia no sea que esa puerta ceda –señalé la puerta metálica por la que vinimos.

–Yo mismo –se ofreció Rocky –Como somos seis, sugiero dormir, cada uno turnándose para estar alerta 45 minutos, ósea, tres cuartos de hora. ¿Lo hacemos así? Yo creo que es suficiente.

–Estoy de acuerdo. Cuatro horas son bastantes. Vamos, pues. Ya que tú te eliges voluntario, despiértame cuando pase el tiempo para sustituirte –le dijo otro hombre, con el que aún no había hablado.

–Yo último. Estoy reventado, y ya que el último turno es el más jodido porque no puedes volver a dormir, yo me lo elijo. Necesito dormir más o menos seguido. –dije, bostezando.

Nos acurrucamos unos contra otros para darnos calor, utilizando las colchonetas que previamente habíamos hinchado para estar más cómodos. A mi lado había una joven rubia que decía llamarse Jenny, y en ese momento me estaba contando qué hacía aquí. Se suponía que debíamos estar durmiendo, pero ella era la que estaba desvelada y lo que contaba era interesante. Además, Rocky estaba sumido en sus pensamientos y no perdía de vista la puerta, así que teníamos un poco de intimidad que no era cuestión de desaprovechar.

–Y entones Danny me dijo que si me quería venir aquí a vivir con él. Habíamos tenido un par de relaciones y todo eso, pero me parecía todo demasiado apresurado. Pero bueno, la cosa es que acepté y viajamos los dos juntos hasta llegar aquí. Llevábamos viviendo tres meses, cuando él y yo decidimos venir aquí. Hoy era nuestro primer día aquí, y llegamos a los vestuarios... Desde entonces, todo se convirtió en una horrible pesadilla. No había terminado, cuando contemplo como una mujer muerte a otra en el cuello, y desnuda y todo, salgo afuera a pedir auxilio y me encuentro con más gente de esa. Nada más salir, oigo gritos en el vestuario masculino y temiendo por mi novio, abro la puerta. ¡Y veo a Danny muerto! Aterrorizada, salgo de ahí y busco ayuda, pero toda la gente estaba enferma y no había ni una sola persona normal. Voy a la pista de atletismo, donde encuentro ropa deportiva, para hombres, pero bueno. Me la pongo y empiezo a oír tiros. Completamente asustada, me quedo paralizada y aparecen un montón de hombres y mujeres, que también huyen de esa pesadilla. –se le escapa una lágrima que se seca con el dorso de la manga –En un principio éramos 32, pero los combates nos han ido mermando rápidamente. En fin¿y tú, que te cuentas?

–Lo mío es más largo y aburrido, pero voy a tratar de resumírtelo. Supongo que te habrás dado cuenta de que soy un poli. Estábamos todos en comisaría, estresados porque recibíamos cientos de informes de desapariciones y asesinatos extremadamente raros. Cada día aparecían mínimo dos o tres cuerpos, y además en las noticias avisaban de un nuevo tipo de gripe que se extendía rápidamente y volvía locos a los pacientes. Horas más tarde, nos llamaron a todos. Esa nueva enfermedad hacía caer a la gente en un estado de semi inconsciencia y les despertaba una terrible sed de sangre. Cuando nos encontrábamos ahí, nos dimos verdadera cuenta de la magnitud de lo sucedido. Casi todo el pueblo había contraído la enfermedad: hombres sanos, niños, ancianos y mujeres. Todos los policías disponibles nos encontrábamos ahí, disparando contra la gente a la que habíamos jurado proteger. Uno a uno, íbamos cayendo y retrocediendo, conforme se acercaban y demostraban que nuestras armas eran inútiles. Todos mis amigos murieron y yo huí como un cobarde, ya que no podía hacer nada más con un arma descargada. Vagué sin rumbo hasta hallarme en el gimnasio.

Recordar mi historia me había costado mucho más de lo que imaginaba, sobre todo el recordar a Terry. Una mano me pasó por el hombro, a la que no di la más mínima importancia.

Los dos permanecimos unos minutos en silencio, y como ambos estábamos rendidos, nos dormimos casi a la vez.