Bueno...aqui tienen ustedes el segundo capítulo. Yo ya los tengo todos escritos, y los estoy subiendo poco a poco xD Espero que éste resulte también de su agrado, y si publican reviews mejor que mejor, así puedo conocer sus opiniones y gustos, y mejorar mi relato:) Lean y diviértanse.


Una mano me toca el hombro. Me toca la última guardia. A regañadientes me levanto y le hago una señal afirmativa al que me despertó, para seguidamente dar una vuelta por ahí. Mi reloj está sin batería desde que me acuerdo, y no tengo ni idea de la hora que es. Miro a Jenny. Duerme tranquilamente, pero agarra con fuerza la colchoneta y se mueve mucho, como si echara en falta algo. Los demás tienen un sueño más tranquilo, salvo uno, que se mueve de un lado para otro. Lo primero que pienso es que ese duerme igual que yo, y lo que daría por continuar durmiendo.

Ante un entumecimiento de los pies, me levanto y doy una vuelta. La puerta que se suponía que teníamos que vigilar no había recibido ni un golpe. Camino lentamente, sin prisas, hacia el otro lado. Más cajas viejas sembradas por el suelo, rotas la mayoría y con su contenido desparramado. Al final hay un bonito montículo, detrás del cual se puede ver una puerta. Me siento sobre una caja y saco mis dos pistolas descargadas. La Walter PPK presentaba una marca en su culata, junto sangre cicatrizada de un zombi. En cambio, la H&K VP70 estaba impecable, salvo algunas costras de sangre coagulada, que habrá salpicado de alguna criatura. La Beretta M9/92F del mismo calibre que las demás estaba estropeada. Era un arma potente, pero el percutor estaba obstruido por algo, lo que afectaba al gatillo. Como estaba descargada me la guardé, por si acaso me sirviera de algo.

Extraigo los cargadores y los examino. Casi iguales, hasta por la cantidad de balas los de la Heckler und Koch y la Beretta, en cambio el de la Walter es mucho más pequeño que los otros. Los tres están completamente vacíos y me parece un buen momento para limpiarlos, aunque carezco de líquido para ese fin. A mi izquierda había aceite abrillantador y cloro, que decido utilizar para eliminar esas manchas. Una vez echo, me planteo de quien será esa pistola, la Walter. Solo lo vi de espaldas, y tenía que ser bastante tonto para andar en terreno completamente hostil con la pistola con el seguro puesto, cuando lo primero que nos enseñan en el ejército, no en la policía, es a andar en terreno claramente hostil con el arma cargada y sin el seguro, pero el dedo alejado del gatillo. Así, en caso de crisis, con un pequeño movimiento de dedo ya puedes empezar a disparar, ya que en esto te puedes encontrar con un zombi encima en el tiempo que tardas en quitar el seguro.

¡Cuantos policías habían muerto mientras recargaban, por no economizar bien la munición! Montones, seguro. Y solamente aquí en el día de hoy.

A continuación miré el taladro que había recolectado. Era pesado, y casi imposible de usar con una sola mano, a no ser que se tratara de alguien como Rocky o el tipo de la boina roja.

Lo dejé de lado y me estiré, pensando y hablando conmigo mismo sobre las cosas que últimamente me habían sucedido. Un ronquido de Rocky me sacó de mis pensamientos. Ellos tranquilamente durmiendo y yo, que continuaba con mi absurda charla mental conmigo mismo.

Al final me aburrí y me dieron ganas de salir a dar un paseo. Ante la imposibilidad de abandonar la estancia por ninguna de las puertas, decido pasear de un lado a otro en busca de algo útil que hacer, aunque suponiendo que otros ya habrían pasado por su misma situación y ninguno hubiera hallado nada, lo descorazonaba un poco. Volvió a cruzar otra vez la zona de las colchonetas, donde sus compañeros dormían tranquilamente. Una mirada para la dulce y desgraciada rubia, y continúo mi ronda. Observo a ver si alguno posee algún arma, y salvo un revolver Llama modelo Comanche del calibre 357, con su tambor de seis balas, que cual pertenece a un hombre con una boina roja, no observo ningún arma más a primera vista, aunque tras una búsqueda más exhaustiva descubro que un gordo con gruesas lentes que había escapado por los pelos poseía dos Ingrams del calibre 9 parabellum, junto a un montón de cargadores llenos, dieciséis o diecisiete, por lo menos. Ahora que duerme tan plácidamente, no me parece oportuno molestarle, pero archivo el caso en mi memoria para acordarme de comentárselo cuando estemos perfectamente despiertos.

Al poco del descubrimiento, el que actuó de explorador, un chico joven y saludable, se levantó y se incorporó, pareciendo olvidarse de que yo estaba ahí. Se sorprendió bastante cuando al darse la vuelta me encontró, con los brazos cruzados.

–¿Adónde vas? Puedes quedarte dormido, es mi última guardia y la de todos. Dentro de un cuarto de hora todos se levantarán –comento por lo bajo, para no despertar a los otros.

Trata de inventarse algo, pero no le queda muy creíble.

–Verás... yo... esto, iba a... para poder...

–Si ya, lo que tú digas. Ahora en serio¿A dónde vas?

–A buscar por mi cuenta una salida. Tengo informes de que hay mercenarios por ahí con el propósito de liberar supervivientes y contener la amenaza. Pensaba acercarme a ellos para advertirles de que hay supervivientes, y con suerte habrían podido aparecer por aquí antes de que ustedes se dieran cuenta.

–¿Pero como vas a salir ahí fuera desarmado? –le pregunto, sin creer aun que alguien esté dispuesto a hacer eso confiando solo en su buena suerte. ¡Es de locos!

Se acerca al gordo, que duerme dando vueltas en su colchoneta inflable. Se agacha junto a él y le saca con extrema delicadeza una de las UZIS (aunque realmente este no es el nombre adecuado, la Ingram y la Uzi son armas diferentes, aunque todo el mundo comete ese error), junto a ocho cargadores.

–Si Fabián dice algo, me la llevé yo. Lo comprenderá y no se enfadará. Espero que tú lo hagas también –me pone la mano en el hombro y se aleja, en dirección a la puerta.

–¡Un momento¡Cómo te las arreglarás para salir por la puerta si tú mismo dijiste que era imposible!

–Me lo inventé. En realidad solo es cuestión de quitar un par de cajas y las demás caen por su propio peso. Cuento contigo para que al salir yo las vuelvas a dejar como estaban. No te preocupes, que no volveré por ahí. Y los mercenarios cuentan con explosivos. Deséame suerte, y díselo a los demás.

Se volvió de nuevo y se acercó a la pila de cajas amontonadas. Movió una y, como había dicho, las otras se cayeron. El acceso a la puerta estaba libre. Abrió el picaporte y tras mirar a izquierda y derecha, me dijo unas últimas palabras antes de cerrar la puerta a sus espaldas.

–Esperen a que anochezca, que este es un sitio seguro. Si para entonces no hay señales mías ni de mercenarios es que estoy muerto, y pueden hacer lo que les plazca.

–Suerte –le dije antes de que cerrara la puerta, sin saber si me había oído o no. Lo único claro es que era un héroe, aunque un héroe bastante loco, y con una auto confianza por las nubes. Seguramente moriría al dar dos pasos. O seguramente no, quien sabe. Lo importante ahora era esperar a que se levantaran para darles las noticias buenas y las malas, sobre todo a Fabián, porque tenía la duda de saber porqué había guardado esas armas y tanta munición sin compartirlas. El otro, el de la boina roja, se salvará porque podía estar reservando esa pistola para una emergencia, pero las dos sub-ametralladoras podrían haber salvado a los demás, y en vez de eso la había cagado a base de bien.

Rocky fue el primero en despertarse, siendo saludado por un cálido saludo mío. Aproveché para darle el taladro, que ya no me serviría. Era demasiado pesado.

–Muchas gracias. ¿Pero sabes qué hora es? –fue lo primero que preguntó.

–Ni idea. Mi reloj está roto.

–¿Dónde está Alberti¿Es que ya se ha levantado? Quiero hablar con él un momento.

–Verás, es una larga historia, y no quisiera contarla dos veces. Esperaremos a que los demás se levanten y hablaremos.

–Vale. No me importa –se estiró un poco y se rascó la cabeza.

Jenny también se estaba levantando, y me saludó con un movimiento de cabeza, mientras buscaba en derredor algo, encontró un manguito que servía de toalla y una pieza plástica que hacía las veces de peine. El gordo se había puesto en pié rápidamente y buscaba como loco algo en sus anchos pantalones.

–¿Has perdido algo, Fabi¿Un arma automática, quizás?

Me miró con rabia contenida, reflejada en su fea papada.

–¿Y tú como lo sabes, polizonte¡Devuélvemelo ahora mismo, mamón!

Le miré con picardía, y tras una corta pausa, en la que miré que tanto el de la boina roja como los otros estaban despiertos y me miraban a mí, así que rápidamente les puse al corriente de lo que había echo, el muy loco.

Jenny se llevó la mano a la boca y Fabián se retiró hacia atrás, furioso porque su amigo había delatado a todos los demás su secreto, que estaba reservando para cuando todos los demás se murieran y él tuviera que salir solo adelante.

Los demás seguían boquiabiertos. El de la boina roja se la quitó.

–Me descubro ante Alberti, que va a intentar salvarnos el culo a todos.

–¡Cállate, Frankie¡No vamos a estar esperándole todo el rato! Además, lo que ha hecho ha sido una estupidez. ¿Y si muere y nosotros no sabemos como llegar hasta los mercenarios? Juntos y con él de guía podríamos haber llegado hasta ellos y podernos salvar. Ya veremos si su sacrificio sirve para algo...

En ese preciso instante, unos golpes gigantescos sacuden la puerta, la cual cae destrozada. Las cajas que servían de barricada caen rotas al suelo, y se esparcen por ahí. Una horrible criatura hace acto de presencia.

Vestido con una gabardina negra, la cosa esa era mucho más alta y corpulenta que Rocky, algo nada extraño en comparación con unos tubos violetas que le salían del cuello y de su hombro derecho. Sus piernas parecían estar clavadas por la articulación y por todas partes llevaba cintas de cuero con hebilla para no reventar la ropa. Avanzaba rápidamente, y de su cara que parecía una uva pasa con una enorme cicatriz quirúrgica que le cruzaba la cara, se podía ver una boca que parecía estar siempre sonriendo, de no ser porque su aspecto era bastante intimidatorio.

–...STARS... –dijo, sorprendiéndonos a todos. Tenía una voz muy grave, casi de ultratumba. De su mano derecha surgió de improviso un tentáculo rojizo, que se agitó conforme se acercaba a nosotros. Frankie desenfundó su revolver y apuntó, mientras el gordo, que al haber retrocedido antes, se conformaba con mirarlo desde abajo, con una expresión de súplica en el rostro. La cosa se encontraba frente a Fabián, moviendo su tentáculo. Fabián empezó a suspirar, pensando inocentemente que se iba a salvar, cuando en un visto y no visto la cosa lo agarró con la mano izquierda por el cuello, para posteriormente levantarlo en vilo. Se oyó un crac y antes de que nadie pudiera hacer nada, su cabeza se cayó hacia un lado, mientras por sus labios manaba un fino hilillo de sangre. La criatura asesina aún apretó más y su cabeza se separó del cuerpo, que se cayó con un ruido de chapoteo. Con la cabeza aún en la mano, la cosa volvió a pronunciar "STARS" y arrojó a un lado la cabeza, que rebotó contra la pared, dejando una horrenda marca.

Me escabullí hacia el cuerpo sin vida de Fabián, maldiciéndolo por su estupidez. Recogí su metralleta y apunté a la cabeza de esa cosa, justo detrás de un tentáculo o tubo que le pasaba por el cuello y se le unía en la espalda. Frank también abrió fuego contra la cosa, mientras los otros, completamente desarmados, se escabullían o se escondían. Jenny vino conmigo y Rocky se metió detrás de unos toneles, aunque con el taladro neumático a punto. Cuando Frankie agotó el cargador, la cosa seguía su avance hasta él, y casi lo mata de no ser porque evitó la acometida de su mano agachándose y viniendo hasta donde estaba yo. Nuestro enemigo era rápido y viendo ver su movimiento hizo una maniobra envolvente que le taponó el paso. Yo, por mi parte, había gastado el cargador sin que eso lo notara siquiera, y ya perdía las esperanzas de poder salvar a Frank, cuando Rocky intervino. Se arrojó sobre el gigante y le aferró sobre el cuello. Con un cuchillo le intentó cortar la yugular, pero un tubo se lo impidió. Intentó aferrar con la otra mano el taladro, pero se le resbaló entre sus dedos sudorosos. El ser lo aferró por el jersey lo volteó, pasándolo por encima de él. Lo observó durante cinco segundos y puso su mano izquierda obre su cabeza, comenzando a apretar.

Rocky gritó, y yo seguí disparando, hasta que un nuevo cargador caía al suelo. La criatura seguía apretando el cráneo del pobre Rocky, hasta que se cansó y movió su mano derecha, la del tentáculo, y se lo clavó por el corazón. Falló por unos centímetros y Rocky sufrió aún más, al llenarse su boca y nariz de sangre, que tuvo que vomitar. Harto ya, disparé primero a Rocky en la cabeza para que dejara de sufrir y luego apreté el gatillo con bastante presión para que el arma disparase en automático contra la pesadilla esa. Al cabo de gastar el cargador, noté que le costaba trabajo andar. Su chaqueta de cuero llena de agujeros sanguinolentos se agitaba cada vez menos, incluso cuando hizo un movimiento rápido. Se deshizo del cuerpo de su nueva víctima y se tambaleó, para después caer definitivamente muerto. Un reguero de sangre salió de los agujeros de su cuerpo, para reunirse con la que manaba de Rocky y Fabián, cuyos padres nunca volverían a verlos. Jenny y Frankie se incorporaron, temblorosos. Cambié el cargador de mi arma, dejando que se fuera a reunir con los otros. Aunque los recogí, para evitar no pensar en lo que acababa de suceder, no pude evitar pensar que esa arma no era mía, al igual que la Walter PPK. En el cadáver de Fabián habían todavía cuatro cargadores llenos, que junto al mío hacían un total de cinco, poca munición para un arma que disparaba así. Por otro lado, tenía cuatro cargadores vacíos y como él portaba un caja con 50 proyectiles de 9 mm. parabellum los podría rellenar. Pero tuve una idea mejor. Cogí la Walter y llené su cargador a tope, con las siete balas, para así dárselo a Jenny.

–Toma. Úsala bien.

Se la quedó un rato mirando, y asintió con la cabeza. A Frank no le di ningún arma porque ya tenía su pistola, así que cargué los dos cargadores completos de mi HK VP70 y los de la Uzi con lo que me sobraba, ósea, dos irrisorias balas. En total poseía ahora una pistola con dos cargadores llenos y uno vacío, una Ingram con un cargador lleno, seis vacío y otro casi; y ya está. No estaba nada mal, pero podría estar mucho mejor. Jenny había cacheado a la cosa y le encontró una caja, que al abrirla resultó tener un par de cargadores 5,56 mm, la munición estándar de la OTAN para rifle de salto, y una cinta con mil proyectiles del mismo calibre 5,56 mm, para ametralladoras tales como la M209 SAW, la Minimi o similar. Hasta ahora no poseíamos ninguna arma que aceptara esa munición, pero si la encontrábamos nos iba a ser muy útil. También hallamos una nota escrita a mano con una caligrafía bastante ilegible, en la cual se podía leer: NÉMESIS.

Frankie guardó la cinta, Jenny los dos cargadores del 5,56 mm y yo mis seis vacíos para la Ingram y la pistola, aparte de la nota intrigante. Ante que la puerta que daba al exterior se encontraba abierta de par en par y era imposible cerrarla de nuevo, no tuvimos otro remedio que salir al exterior, dejando atrás el taladro neumático. Nos daba cosa recogerlo, pues no había servido de nada por Rocky y además estaba manchado por su sangre.

De nuevo, una suave brisa que ayudaba a olvidar el olor cerrado que experimentábamos dentro del cuarto, pero por otro lado esa brisa traía olor descomposición y sangre, olor del que carecía el interior del cuarto, hasta que Némesis apareció, claro. Hablando de esa cosa...

–Dios mío ¿qué era eso? –preguntó Jenny, para tratar de romper el silencio.

–Yo preferiría no saberlo, la verdad –Frank no pensaba hablar más de eso. Oteó el horizonte, que no parecía muy esperanzador. Penachos de humo se elevaban en el aire nauseabundo y horribles gemidos de personas enfermas y de otras cosas llegaban hasta ahí.

En la plaza donde estábamos ahora solo habían algunos cadáveres. Por un momento pude ver una cosa trepando por la pared, con apariencia de insecto, pero solo fue un momento. Veía cosas que no deberían existir, tales como aquella cosa con malformaciones, si que podía llamarse así a esos tubos y tentáculos, e incluso una cosa que me pareció ver, como una imagen aparecida de repente y vuelta a desvanecerse. Es cosa era roja, con el cerebro al descubierto y una larga lengua, aparte de unas garras en vez de dedos. ¿Existiría realmente esa cosa, o era otra invención mía?

Caminamos sin rumbo por la placita, dando vueltas en busca de algo útil. Habían bastantes edificios más o menos altos, y la plaza estaba regada con sillas y sombrillas de bares. Los bares y restaurantes de los cuales eran esas sillas estaban destrozados, con sus delicadas puertas de cristal astilladas y las mesas rotas. Algunos presentaban incluso cadáveres sentados en sillas. Las pocas mesas que aún estaban en pié tenían restos de comida, devorados por una bandada de cuervos inquietantes, un poco más grandes de lo normal. Nos alejamos de los cuervos, que nos daban mala espina, y nos separamos un momento. Ellos se dirigieron hacia un bar en el cual había una máquina de comida y por mi parte, yo fui al centro de la plaza por si acaso encontraba algo útil. Había una fuente con una sirena tallada. El grifo ya no escupía agua, y además habían unas cosas, parecidas a los gusanos pero de agua dentro del grifo, que de vez en cuando asomaban la cola o la cabeza. Dentro del agua había un cadáver de una mujer mayor que sujetaba un bastón con una joya. Lo cogí y le eché una ojeada.

La joya representaba a un zorro dando caza a una liebre. No sabía si serviría de algo, pero de todas formas rompí el bastón y me quedé con la joya. Dentro del bastón había un papelito, que se cayó cuando quebré la madera. El papel rezaba la letra de una canción:

"Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no surca el mar sino vuela, un velero bergantín."

"Bajel pirata que llaman, por su bravura el temido, en todo el mar conocido del uno al otro confín."

"Y va el capitán Pirata cantando alegre en la popa. Asia a un lado, Europa al otro y allá a su frente, Estambul."

"Navega velero mío, sin temor, que ni enemigo bravío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza ni a doblegar tu valor"

"Veinte presas hemos hecho, a despecho del inglés y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies"

"Que es mi barco, mi tesoro. Que es mi dios, la libertad. Mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la Mar"

–¿Qué coño es esta mierda? –pregunto yo voz alta. Recojo los dos pedazos del bastón, los junto y los miro. Aparece el dibujo tallado de un barco velero a merced de una tormenta.

Arrojo los pedazos a un lado y me voy, pero nada más darme la vuelta, la vieja se levanta y avanza hacia mí. Oigo sus gemidos y, rápidamente me agacho. La mujer casi se cae, y yo aprovecho el momento para sacar mi pistola, quitarle el seguro y cargarla con la rapidez de un galgo, y apuntar. No obstante, la zombi mordió el cañón de la pistola. Disparé y sus dientes, aparte de su cerebro, salieron volando. La cabeza siguió pegada a mi arma, y tuve que sacudirla para que se soltara.

Los demás se acercaron corriendo al oír el disparo. Pero nada mas llegar, y sin tiempo de preguntarme que había pasado, todos oímos un grito infantil, que llegaba de las ventanas de un colegio-instituto. Por una de las ventanas vimos salir humo de repente, y junto a un adulto que tenía pinta de zombi, un chaval se cayó por la ventana, producto de la onda expansiva de la explosión.

–¡No! –gritamos, corriendo a socorrerle. Pero ya era tarde. Nos estábamos acercando lo más deprisa que podíamos, pero él cayó sobre un coche, al que le hundió la capota. Todos sabíamos que había muerto y no podíamos hacer ya nada por él.

Sonaron más gritos arriba.

–Hay más niños ahí arriba... ¡No podemos dejarles así, tenemos que ir a rescatarlos!

–¡Sí, venga, vamos, pero deprisa!

El zombi que se cayó junto al niño en mitad de la calle se estaba levantando, como si la caída no le hubiera afectado. Nos precipitamos contra las puertas del colegio privado, cuyas puertas ya habían sido reventadas. Nos colamos en una pequeña sala de entrada, que hacía las veces de portal y era bastante pobre, por cierto.

A la izquierda estaba una puerta cerrada que llevaba seguramente al aparcamiento. Estaba cerrada. Aparte de unos bancos pintarrajeados, habían unas escaleras que subían. Subimos por ellas y llegamos al primer piso, el hall de entrada. Ahí, aparte de mochilas, cuadernos y libros estaban las taquillas, abiertas la mitad. Una estaba llena de petardos. A la izquierda y derecha estaban dirección y secretaría, cuyas paredes estaban cubiertas de balas y sangre. Sin embargo, no había un solo cuerpo. También estaban otras escaleras que subían y un piso, todo lleno de aulas. Esas escaleras llevaban al piso y luego a un tercer piso, aparte de la azotea. Decidimos repartimos los pisos, dejando al azotea para el final.

A mí me tocaba esta planta, así que me despedí de Frank. Jenny se acercó a mí y me dio un beso muy corto en la boca.

–Cuídate –me dijo, y se fue.

Solo de nuevo, me dispuse a echar una ojeada. Las aulas tenían los números 101, 102 y 103, por lo menos las más cercanas a mí. Lentamente al principio, avancé pistola en mano hasta a primera clase, la 101. A juzgar por un cartel, esa sería la clase donde se reunían. Había un "cañón" de proyección, aunque estaba tirado en el suelo junto al ordenador. La pared estaba manchada de sangre y las mesas formaban una barricada. El cartel con los 50 estados de la unión estaba caído por un lado y la bandera americana se había usado para empalar algo, porque el poste estaba hasta la mitad manchado de sangre. Y tampoco aquí había cuerpos. Salí de ahí, y me zambullí en la 102. El espectáculo era igual de desolador: mesas desperdigadas por la clase, cuadernos y material escolar roto, algunas mochilas reventadas con su contenido regado y sobre todo, casquillos de bala y sangre. Pero seguía sin haber cuerpos.

Las clases 103-109 eran todas casi iguales. Un caos absoluto, ventanas rotas pero ningún cadáver. Al acabar el pasillo tuve que girar a la derecha, y me encontré con la zona de los departamentos. Los había de lengua, de idiomas modernos en general y de sociales. Pero pasador los departamentos, vi una escalera que ascendía. No subí, pues Frank se estaría encargando el segundo piso, así que seguí de largo y llegué a la biblioteca. Oí golpes detrás de la puerta, suponiendo que eran los niños.

–¡Tranquilos, que aquí estoy! –y abría la puerta.

Ocho zombis se me abalanzaron encima y detrás de ellos podían verse cientos, totalmente apretados e intentando huir por el hueco. Retrocedí desesperado de ver tanto zombi, aunque también mareado por el asqueroso olor que me llegó. Alcancé las escaleras y miré hacia detrás. Como veinte zombis venían hacia mí, y no podía con tantos. Tampoco podía seguir más allá de la biblioteca, pues habían tapado el acceso con sus podridos cuerpos, mientras avanzaban hasta mí. Decidí resistir, y con algo de suerte acabar con ellos o tapar la salida con cadáveres, ya que si subía me seguirían y acabarían con la única salida, dejándonos encerrados en los pisos más altos.

Mi pistola escupía las balas una tras otra, sin causar apenas daños. El primer cargador cayó vacío al suelo, mientras otro se reunía con él en la nube de casquillos que se acumulaba a mis pies. Dejé un momento de disparar, y subí algunos escalones. Guardé mi pistola descargada y saqué la Ingram. Reanudé rápidamente el fuego vaciando el cargador rápidamente, aprovechando que esas cosas son torpes en la escalera y caían unas encima de otras. El pié de la escalera estaba lleno de cadáveres, algunos que se levantaban, pero seguían pasando encima de ellos a por su comida, alguno incluso devorando a los que yo tumbaba.

"Es imposible" "Voy a morir" "¿Frankie, donde demonios estás metido?"

Al gastar mi último cargador, subía algunos escalones más y llamé a Frankie a grito pelado. Mi Uzi estaba recalentada, pero cambié el cargador, guardándolo.

"Dos balas" "Estás perdido, Dani"

Las dos impactaron en el corazón de un hombre, sin que éste ni siquiera se detuviera. Lo bueno es que apareció Frank.

–¡Dani, qué demonios...¡La ostia!

Vio al montón de zombis que subían las escaleras, y yo aproveché para colocarme a su lado.

–En vez de decir palabrotas ¿Porqué no me ayudas un poco? –le dije.

–Quizás lo haga –desenfundó su revolver Llama del .357 y se atusó la boina, preparado para la batalla –Quizás lo haga –repitió.

Una de sus potentes balas impactó en el pecho del mismo zombi al que yo le metí las dos balas, pero el maldito seguía sin caer.

–¡Apunta a la cabeza! –le grité. Tenía la esperanza de que ya que no les afectaban las heridas en órganos vitales, al menos si perdían el cerebro se quedaran quietos.

Frank hizo caso, y la potente bala atravesó el cráneo del hombre, destrozándolo completamente, y por fin se derrumbó. Otros más siguieron su camino, con sangrantes agujeros en su frente cada uno.

–¡Funciona! –cambió el tambor del ama, y se preparó para hacer fuego otra vez.

–¡Dani, Frankie¿Están bien? –Jenny se había asomado a la barandilla. Con su pistola apuntaba a los zombis que salían de debajo de la escalera, aunque nosotros estábamos situados fuera de su campo visual, y no podíamos verlo. Sin embargo, ella era perfectamente visible para nosotros. Y sobre todo lo que ocurrió a continuación.

Mientras se esforzaba por oírnos entre el fragor de los disparos nuestros y de ella, no prestó atención a lo que ocurría a su espalda. La vidriera del techo se rompió en mil pedazos y Némesis volvió a hacer su aparición, persiguiendo a la pobre Jenny. Ésta, al oír el estampido se dio la vuelta, justo para ver a Némesis moviendo su brazo. El golpe la hizo volar por encima de la barandilla. Todo ocurrió a cámara superlenta. El golpe. Ella saltando por encima de la barandilla. La caída, sin que yo pudiera hacer nada. Cayó sobre una mesa de madera que estaba siendo trasladada y se encontraba en medio del pasillo. El peso de Jenny hizo que se rompiera por completo.

Némesis, que ya se había cobrado una nueva víctima, dio un ágil brinco y aterrizó cerca de donde había caído Jenny, pasando por encima de su cadáver como si no pintara nada.

Unos zombis se le acercaron porque estaba obstruyendo su camino hacia nosotros, pero Némesis los despachó como si de un tanque se tratara y estuviese aniquilando hormigas, rompiendo huesos con simple manotazos.

Frankie, enfurecido, le disparó repetidamente, y justo cuando estaba a nuestra altura, preparando el tentáculo de su mortal mano derecha, algo le detuvo y desvió su atención. Miró hacia un lado, y fue hacia esa dirección.

–...STARS... –dijo de nuevo, y se largó. Rompió la pared de un formidable puñetazo y saltó, ante nuestros incrédulos ojos.

Un gemido nos sacó de nuestros pensamientos. Los zombis seguían acercándose, cosa que habían continuado haciendo con Némesis, y que costó la vida a algunos de ellos.

–¡Vámonos¡Hay otra escalera por el otro lado!

–¿Y qué hay de Jenny? –pregunté. No podíamos dejarla ahí. No era un final digno.

–¡Ha muerto, Dani¡Ha muerto! –me sacudió los hombros

–¡Ya lo sé, solo quiero que su cuerpo sea enterrado de una manera digna!

–¡Haz lo que quieras, pero si te retrasas te dejaré aquí!

Recogí su cuerpo inerte sin demasiadas consideraciones y me lo puse al hombro, echando a correr en pos de Frankie, que me abría camino y me orientaba. Al poco, dejamos a los zombis atrás, y llegamos a una escalera a la izquierda que bajaba y subía.

Tuve una idea al ver la palanca de la sirena de emergencia.

La bajé y una estruendosa alarma recorrió todo el edificio. Los zombis no le prestaron la más mínima atención, pero si había algún superviviente lo debería haber ido.

Vi mi mano negra, manchada con tinta de la palanca y observé por última vez el colegio antes tan desierto y ahora lleno de vida, aunque en verdad esa vida fueran unas cosas que se meneaban en un intento de conseguir carne humana.

Un grito de Frank me devolvió a la realidad. Descendimos sin detenernos y aparecimos en el hall de entrada, el cual se había llenado de zombis cuando Némesis hizo su entrada y se dejó abierta la puerta. Esquivamos a algunos, mientras yo disparé a otro con la pistola de Jenny, que colgaba de su cinturón. Gasté todo el cargador sin darme cuenta, de tanto que abrí fuego una y otra vez, pero no lo tiré, sabiendo que era el único que teníamos para ese arma.

Alcanzamos una puerta doble que daba al exterior y salimos, para llegar al patio de recreo. Estábamos en un pequeño puente que llevaba al interior del gimnasio de donde salimos. Debajo del puente estaba otra ruta que no habíamos seguido.

Como no íbamos a volver al gimnasio, bajamos del puente y llegamos a una cancha.

Deposité a Jenny en un banco, y por pura curiosidad llevé mis manos a su cuello, para saber su pulso, Me llevé una grata sorpresa.

–¡Aún está viva!

Tosió un poco y movió la cabeza.

–Santo Dios, está viva ¿Cómo sobrevivió a esa caída?

–Está claro que es una chica dura –contestó Frankie –Ahora necesita algo para cuidarse esas heridas. Iré a buscar algo, que estoy mejor armado. Volveré pronto –prometió.

Levanté las piernas a la pobre para que la sangre fluyera hacia su cabeza y recuperara antes la conciencia. Lentamente al principio, abrió un ojo. Después el otro. Luego tosió y escupió sangre.

–¿Don...de es...toy? –preguntó. Todavía estaba débil.

–Tranquila –le contesté –Ya ha pasado. Sólo te caíste por la barandilla. No es nada. Te pondrás bien, y nos iremos de aquí.

–¿Y Frank... ie ¿Dond...e está Fran...kie?

–Está bien, también. Ha ido a buscar algo para ti. Volverá pronto, espero.

Como respuesta a mi deseo, se oyeron unos ladridos bastante graves. Resonaron unos tiros. Más ladridos y gañidos, un par de tiros más y cesaron.

Frank apareció corriendo, con una pistola humeante en la mano y una bolsa blanca en la otra.

–¡Rápido, tenemos que irnos de aquí!

–¿Qué¿Adónde? –pregunté.

–A esa cabaña, y rápido –señaló un cobertizo de madera. Dos perros grandes aparecieron por el horizonte, y Frank los abatió de lejos sin darles oportunidad a que se acercaran.

Cogí a Jenny como antes y corrimos hacia la cabaña, con algunos ladridos a nuestra zaga.

Cerré la puerta justo antes de que recibiera un potente golpe que casi la arranca de cuajo. El empujón casi me tira al suelo, pero me recuperé y me apoyé contra la puerta. Sonaron ladridos y gruñidos, y todo se volvió tan tranquilo como de costumbre.

Suspiramos, aliviados. La cabaña era un poco pequeña, pero de fuera lo parecía mucho más. Era un pequeño cobertizo lleno de herramientas de jardinería, tales como podones, cizallas, carretillas, palas y rastrillos que servirían, entre otras cosas, para trancar y asegurar la puerta y defendernos en el caso de un ataque, pero sin necesidad de gastar munición.

Pusimos a Jenny en una mesa. Encendimos el fuego de la chimenea y Frank le trajo un barril lleno de agua. Con mi casco "Fritz" del RPD hicimos un recipiente, que llenamos de agua y se lo ofrecimos. Además, yo tenía la idea de llenarlo de agua y ponérmelo en la cabeza, así me refrescaría un poco.

Jenny bebió despacio, como si tragar le costara un esfuerzo tremendo.

Aproveché el momento para observarla. Le pedí que se desvistiera para poder examinarla. No estaba muy grave, tampoco

–Tienes contusiones y hematomas en el cuello y el pecho. Una pierna rota y esguinces en los dos brazos. Fractura abierta en una costilla y por lo menos otras dos rotas, aunque afortunadamente ninguna se te ha clavado en el pulmón. Has tenido suerte, pequeña.

Dejé que se vistiera y volví con Frank, el cual estaba ocupado colocando palas y azadones en la puerta.

–¿Cómo está? –me preguntó, sin dejar de prestar atención a lo que hacía.

–No demasiado mal. Pero no puede caminar rápido, y mucho menos correr. Nos bajará el ritmo de marcha.

–Es igual. Mientras nos quede algo de munición para "Peter", no tendremos problemas –señaló su Revolver Llama –Y de todas formas, podemos correr más rápido que los zombis ¿No?

–¿Llamas Peter a una pistola?

–Sí. Llevamos mucho tiempo juntos. Me la compré mi primer año en la universidad, porque me asaltaban continuamente. Mi boina es de la misma época, cuando ingresé en el equipo de béisbol.

–Has llevado una vida muy ajetreada¿eh?

–La verdad es que sí –me contestó –Pero seguramente no más que tú, Señor Policía.

Se me puso cara triste. Pensaba en los niños del instituto, si es que había alguno con vida. Posiblemente porque todos los zombis los habían encerrado en la biblioteca. Y si no hubiera sido por mi estupidez, los podríamos haber encontrado y rescatado. Al menos, la sirena los habrá avisado y con algo de suerte lograrían escapar.

–Tranquilo, hombre. Si estás pensando en lo de los niños, piensa que eres sólo un hombre. En cambio, rescataste a Jenny, que si hubiera sido por mí, se hubiera quedado ahí –me dio una palmada en el hombro –Hiciste muy bien, colega, lo hiciste jodidamente bien.

–Por cierto...

–Di, anda –me contestó

–¿Qué llevas en esa bolsa? –señalé la bolsa blanca que se había dejado en la repisa, al espantar a los perros.

–¡Es verdad! Gracias, tío, me había olvidado! Me lo encontré en unas canchas, junto a un charco de sangre. Me parece que contiene balas. –Desató el nudo de la bolsa y extrajo tres cajas de munición, de 50 proyectiles de 9mmm. cada una, aparte de otra que tan solo traía 30 balas pero que eran del calibre .357 magnum, ideales para "Peter" y calibre .44 magnum, que no nos eran útiles. También habían dos cajas de cartón con balas del calibre .45 ACP, que tampoco nos era de utilidad. Desechó las balas que no servían y me entregó las tres cajas de munición.

Volví a donde estaba Jenny, que aún continuaba vistiéndose. Se asustó un poco al verme.

–¡Tranquila, no pretendía asustarte! Si quieres, me voy hasta que termines

Se ruborizó y sonrió.

–No, no es eso. Es que me recordaste a esa cosa, el tal Némesis. Puedes quedarte, no me importa.

–Vale, en ese caso me quedo –me senté a su lado, bien cerca de ella –¿Y bien, como te va la vida?

Se rió de nuevo.

–De película. A pedir de boca. No pasa nada, solo estamos en una ciudad infestada de zombis y otras cosas aún peores, donde a la más mínima corremos el riesgo de morir. Sí, exactamente. Nunca en mi vida he estado más feliz.

–Pues verás, yo te quería decir que… –me interrumpí – ¡Un reloj que funciona!

Me levanté y rápidamente lo cogí. Lo volteé un poco para ver si funcionaba y me lo guardé. Era del tamaño de un puño y serviría para darme la hora. Era negro con las agujas negras. Además, según él, eran las 02:50, hora local. Pronto amanecería. El aparatito además traía un indicador de las horas que le tenías que sumar para saber a hora exacta en otros estados de la unión, tales como Alaska, Hawai y otros situados en el medio-oeste.

Me volví asentar a su lado, con el aparatito bien guardado en mi bolsillo.

–¿Y bien? –me preguntó ella.

–¿Y bien qué? –No tenía ni idea de lo que estaba hablando.

–¡Vamos, hombre! Antes estabas a punto de decirme algo importante. ¿Me lo vas a decir ya o no?

–Lamento decirte que no me acuerdo de nada.

Nos empezamos a reír los dos de forma escandalosa.

–¿Qué demonios pasa ahí¡Un poco de seriedad, hombre!

Paramos de reírnos. Ella puso cara de indignada y yo todavía reí más a gusto. Vino hacia mí y nos dimos un beso largo y apasionado.

Me separé yo, un poco reacio. La miré a los ojos y le dije:

–Lo siento, pero este no es el mejor momento ni el lugar para ciertas cosas.

–Tienes razón. ¿Y cuando salgamos de aquí, que vas a hacer? –se le iluminó la cara.

–Ya se verá. Pero quizás no salgamos juntos de aquí, así que ya se verá. Pensemos en otras cosas. Por ejemplo¿No te apetece un buen perrito con dos salchichas, extra de mostaza y con el ketchup chorreante?

Se me hacía la boca saliva, cuando lo pensaba. Me lo imaginaba chorreándome los pantalones, mientras yo le daba una mordida, luego otra y una última, para terminármelo enseguida y seguirme quedando con hambre. Esa era una de las cosas que primero haría al salir de aquí.

–¡No hablen de comida! –era la voz de Frank, con un tono exasperado que recordaba un poco a la súplica.

–¿No nos habrás estado oyendo, verdad?

–¡Que remedio! Esta habitación es demasiado minúscula para evitar oírles. Que va, es imposible.

–Pues menos mal... –suspiré, un poco más tranquilo. Al menos ese problema tenía solución. No como el otro.

–Oye, y cambiando de tema ¿Cómo saldremos de aquí? –preguntó Jenny, quitándome la idea de la cabeza.

–No tengo ni idea. Pero de momento, toma. Le di una de las cajas de munición 9 mm parabellum.

–Gracias –dijo ella, sacando su pistola. Le extrajo el cargador y lo llenó con 18 balas. Me devolvió el resto de las balas –Tan solo tengo un cargador –argumentó

Le di la Ingram descargada, con sus ocho cargadores vacíos.

–Ya no tienes excusa. Llena todos los que puedas.

Como cada cargador era de 30 balas, tan solo pudo llenar uno. Y volvían a sobrar dos balas. Decidí abrir otra caja, y llenar con ella dos cargadores de mi pistola, el de la VP70 y el de la Beretta, por si acaso servía para algo.

Con las veinte balas que sobraban, Jenny llenó un cargador de la Ingram, que se quedó con 22 balas.

Abría la última caja y se la entregué. Había dejado caer los dos cargadores de mi pistola, y tan solo me quedaba uno. El de la Beretta lo llené por si acaso me resultaba útil, y también como medio de transportar balas. Si tenía problemas, bastaba con pasar las balas de un cargador a otro. Ella observó la caja con nuevas balas y llenó otro cargador entero para la Ingram.

Sobraban 20 balas, con las que ella rellenó el cargador. Me entregó la caja con las 12 balas sobrantes, que yo guardé, por supuesto.

Volví a pensar en el tema de antes: escapar de aquí. Poseíamos munición, pero no iba ser suficiente para salir con vida del ataque de los perros, que habían demostrado ser demasiado rápidos. El calibre .357 mágnum era el calibre más potente que teníamos, pero las balas no eran infinitas. Y tendríamos que intentar ahorrarlas para contra Némesis, que ya quedó demostrado que era el único arma que le podía tumbar.

Di vueltas sobre mí mismo intentando buscar una solución a ese problema. Caminé por el interior del cobertizo, atento a las paredes y al suelo, a ver si podía encontrar algo útil. Pasé ante Jenny con la cabeza torcida, mirando al suelo. Ella, sonriendo, puso la cabeza en el mismo ángulo y me miró a los ojos. Me reí y casi pierdo el equilibrio.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó con una sonrisa.

–Buscando algo útil, que nos saque de aquí.

Se levantó, cojeando un poco.

–En ese caso, te ayudaré.

Buscamos juntos. Había todo tipo de herramientas, pero nada que nos sirviera para evitar el combate con los perros. Como armas podíamos utilizar casi cualquier cosa, pero no queríamos enfrentarnos cuerpo a cuerpo con esas cosas. Pasamos por un pasillo lleno de polvo y fuimos a dar a la cocina. Abrí la nevera, y encontré algunos jugos que no parecían estar estropeados, junto a un yogur reventado. Cogí los jugos y los abrí. Olían bien, así que probé uno. Perfecto. Menos mal que los jugos no se estropean si están tiempo fuera de la nevera, ya que no la necesitan. El yogur, en cambio, lo había pasado mal con la nevera fundida. Me acabé el jugo, a la vez que Jenny sacaba algo de la alacena, y lo levantaba, con una sonrisa en la cara.

–¡Eureka! –exclamó. En una mano tenía un pedazo de carne, no demasiado podrido, justo como a un perro le gustaría. Corrimos a enseñarle el hallazgo a Frank, aunque más bien yo iba delante y Jenny, cojeando, intentando seguirme. Llegamos hasta donde estaba Frankie, ocupado con la puerta, el cual apartó la cabeza cuando se lo plantamos en las narices.

–Puaaj ¿Para qué coño quiero esa carne podrida?

Se lo explicamos Jenny y yo.

–¡De acuerdo, servirá –abrió una ventana de cristal y arrojó el bistec afuera –‚?Deprisa!

Salimos corriendo a todo fuelle. Entre los dos llevábamos a Jenny, mientras esta nos animaba a correr más deprisa. A la carrera, pasamos por un descampado y nos precipitamos hasta una puerta de madera, mientras los perrazos se daban cuenta del engaño y salían en nuestra persecución, llevando uno de ellos el filete en la boca. Preferían a la comida caliente y correosa.

Frankie, con la mano que le quedaba libre de sujetar a la chica, abrió la puerta. Jenny la cerró a nuestras espaldas. Tomamos un respiro y miramos hacia delante. Ahora, para variar, estamos rodeados de zombis, pero no zombis normales sino adolescentes, los que estaban fuera del instituto y que no fueron encerrados en la biblioteca. Además, la mayoría llevaba puesta ropa deportiva, así que se transformarían en la cancha, sin que nadie pudiera hacer nada para sacar los infectados de ahí.

Dejamos a Jenny en el suelo. Como obstaculizaban el angosto paso, tendríamos que acabar con todos. Jenny no podía hacer nada, ya que íbamos a acabar con ellos cuerpo a cuerpo. Las municiones las reservábamos por si esa cosa enorme decidía volver hacer acto de presencia, o contra alguna otra amenaza mayor. Nos lanzamos Frankie y yo envalentonados, armados con un valor extremo, algo de astucia y unos machetes enormes que cada uno llevaba en cada mano. Yo, además, portaba una cizalla.

Cuando nos acercamos lo suficiente, utilicé un machete, el más ligero, como arma arrojadiza. Con la mano vacía cogí la cizalla y me preparé para jugarme el pellejo una vez más. El lema de la policía me vino a la cabeza en ese momento:

Proteger y Servir (Protect and Server)

Mientras cortaba cabezas como un auténtico poseso, el lema resonaba una y otra vez en mi cabeza. Y por una asociación de ideas, se me ocurrió que esa cosa que llevaba intestinos liados en el hombro quizás estuviera buscando a los STARS, los miembros de élite que habían llegado a ayudar al departamento de policía. Al parecer, en su primera misión aquí habían bebido y lo habían echo todo mal, muriendo la mayor parte. Los supervivientes escaparon y se dispersaron por la ciudad, tachados de cobardes y drogadictos. Aunque ahora que lo pensaba, puede que las alucinaciones que según Irons experimentaban sobre monstruos y muertos vivientes fueran totalmente reales.

–¡El jefe de policía está metido en esto!

–¿Qué? –me preguntó Frank. No me di cuenta de que estaba hablando solo.

Decapité al profesor de Educación física y a uno de sus alumnos antes de contestar. Apenas saltó sangre.

–Que el comisario que controla todo esto resulta que está de parte de los que hicieron todo esto. Creo que fueron los de Umbrella.

–¿Sí¿Y como los sabes? –golpeó con un ataque de cuchilladas consecutivas, que dejaron al zombi sin cara. Sobretodo cuando un rápido corte se la separó del tronco.

–Verás, yo era amigo de los STARS, en particular de un miembro llamado Richard, del que era inseparable. Nos carteábamos siempre que podíamos.

–Que anticuados. Cartas, en los tiempos de los ordenadores e Internet.

–Cállate, anda –le espeté –Pero nada más llegar aquí, fueron a una misión y la cagaron a base de bien. Irons, el comisario, dijo que habían bebido y tomado pastillas, así que la misión fue una tocada de huevos. Richard y algunos más murieron y yo dejé de hablarme con ellos, cabreado porque por su ineptitud mi amigo Richard había muerto. Alegaban historias de monstruos, zombis y le echaban a Umbrella la culpa de todo –Decapité a otro zombi mientras con mi machete en la mano izquierda le arrancaba la vida a otro más.

–¿Y?

–Pues todos se fueron de aquí, y poco después, dos o tres meses más tarde, empezó todo esto.

–¡Pues hay que ver! Y seguro que el gigante ese que se cargó al bueno de Rocky y al gordo los estaba buscando!

–Eso es lo que creo yo. Y si Umbrella está detrás de todo esto...

Golpeé al último zombi. La hoja de la cizalla se desprendió, gastada y corroída por tanta sangre, así que lo rematé con el cuchillo. Vomitó sangre en un espasmo, y se desplomó. Frankie acabó con el otro, una estudiante vestida con coletas, que llevaba deshilachadas y con sus dientes ensangrentados, al igual que su blusa.

–Dani, vete por favor a buscar a Jenny. Creo que me han mordido –tenía algo de sangre en uno de sus hombros. No era mucha, pero corría el riesgo de quedar contagiado.

Fui en busca de la pobre Jenny, que intentaba venir cojeando hacia nosotros, a ver si podía ayudar. Por el rabillo del ojo vi a un hombre que se acercaba a ella, en actitud claramente amenazadora.

–¡JENNYYYYYYYY!

Rápidamente, al oír mi grito se dio la vuelta y vio al zombi, a menos de un metro de ella. En vez de intentar huir, lo que hubiese causado una caída y su posterior muerte, Jenny sacó la Walter que había dejado olvidada en el banco donde nos sentamos y apretó el gatillo. Fue una bala limpia, que atravesó sin manchar demasiado la cabeza del zombi como si fuera un balón, para después salir por su nuca. Ella, guardó la pistola y me volvió a sonreír.

–¿Sí¿Qué quieres, Dani? –preguntó, como si nada hubiese pasado y ella no hubiera estado a punto de morir.

La ayudé, dejando que se apoyara en mi hombro y alcanzamos a Frank, que estaba con la cabeza gacha, quieto.

–Frank –llamé su atención. Le toqué el hombro, pero ni caso.

De pronto, miró su cabeza hacia mí en una mueca desgarradora. Mi mano fue automáticamente hacia la cartuchera, pero se detuvo al ver que tan solo estaba fingiendo.

–No hace gracia –dijo Jenny, con bastante enfado. Ella también se había asustado.

–Pues para él creo que sí la tiene –comenté. Frankie estaba tirado en el suelo, partido de risa. La verdad es que parecía que se iba a morir del dolor. Se agarraba el abdomen con las dos manos y tenía la boca desencajada. Le propiné una patada más o menos fuerte y rápidamente dejó de reírse. Se levantó, no sin cierta dificultad, me miró con expresión seria y volvió a explotar.

–¡Pero bueno¡Ya está bien! –le sacudí los hombros.

Al final, se tranquilizó. No era el mejor momento para ponerse a gastar bromas. Le podía haber disparado rápidamente, antes de haberme dado cuenta de que era una broma pesada.

–Esta bien, jefe. No lo volveré a hacer más –se agachó para recoger su gorra, que se le había caído en el transcurso de la batalla. Mientras inclinaba el brazo, pude ver que la herida estaba causada por una cuchillada, no por una mordida, como pensé en un primer momento. De todas formas, mejor que se la vendaran.

"¡Maldito casco!" Me estaba sudando la cabeza a chorros, ya que tan solo me lo había quitado en la cabaña, y lo del agua se me había olvidado. Pero decidí dejarlo ahí, porque bastaba que me lo quitara para que me pasara algo. Pero eso sí, no me lo até y lo dejé con las correas sueltas.

"¡Que alivio...!"

Después de vendar un poco con jirones de su manga la herida del brazo, proseguimos la marcha, antes de que algún zombi herido se levantara. Atravesamos el ancho pasillo, con miedo de que en cualquier momento alguien levantara la cabeza y nos mordiera el tobillo. No pasó nada de eso, pero nos alegramos cuando dejamos atrás los cuerpos sin vida.

Pero el camino seguía. Al parecer, estaban haciendo unas cuantas obras y habían puesto vallas para que los coches pudieran pasar, pero solo por un camino. El problema era que una grúa se había derrumbado y el gigantesco armatoste tapaba por completo el camino. Tendríamos que atravesar la obra, lo cual no me hacía ni pizca de gracia.

Pero lo hicimos. Tiramos abajo un trozo de verja y pasamos. Últimamente había llovido, y todavía quedaban charcos grandes de barro. La lluvia que ayudó a ocultar el resultado de la batalla entre polis y no muertos, había echo estragos aquí. Los charcos abundaban, algunos hasta la rodilla. Avanzamos con bastante cuidado, no por los charcos, sino por los obreros que debían estar por algún lado. Por ahora no habían echo acto de presencia, pero tenía la corazonada de que eso no tardaría en ocurrir.

Pero lo que sucedió no fue lo que yo esperaba, sino algo mucho peor.

De momento, un zombi vestido de guardia de seguridad caminaba hacia nosotros, con el hambre dibujada en su fea cara. Pero un temblor nos sacudió. Un intenso temblor, seguido de un chirrido, como de metal deslizándose sobre metal.

–¡Terremoto!

–¡Esta no es zona de terremotos!

Observé que una excavadora se hundía en la tierra, y de improviso algo enorme surgió de la tierra, levantando enormes nubes de polvo. Cuando éste se disipó, pude ver a un gusano gigantesco, que elevaba su cabeza. Estaba lleno de pliegues y cuernos o pinchos que salían de su cuerpo marrón; también tenía una cabeza acabada en una boca cuadrangular al igual que los gusanos pequeñitos, pero este tenía cuatro colmillos que se abrían y cerraban en su boca, la cual estaba surcada de pequeños y afilados dientes.

Todos retrocedimos uno o dos pasos, mientras el bicho se quitaba sacudiéndose rocas y restos de metal que se habían quedado en su arrugada piel. Y entonces nos vio. A nosotros y al zombi, que se seguía cercando. Yo preparé el machete para acabar con él, pero el gigantesco gusano fue más rápido.

De una dentellada, agarró al guardia sin que este presentara ninguna resistencia y se lo tragó de un bocado.

–¿Tenemos algún arma que pueda con eso? –pregunté yo, asustado al ver su inmenso tamaño.

–Sí –me contestó Frank agarrando a Jenny por la cintura. Ni siquiera había desenfundado la Colt.

–¿Cuál?

–¡Nuestras piernas! –y salió corriendo, llevándose a Jenny. Le seguí, mientras notaba que el gusano se sumergía de nuevo para seguirnos bajo tierra. De vez en cuando salía de improviso y un torrente de arena nos cubría.

–¡Vamos hacia allí! –exclamé, señalando el oeste, donde estaba asfaltado y además surcado de excavadoras y cabañas –¡No podrá atravesar la tierra si ésta está asfaltada y dura!...creo yo

Me hicieron caso, y cambiaron de dirección. A punto de llegar, oímos y sentimos al gusano emerger, a punto de cogernos. Entramos en la zona pedregosa y él movió la cabeza, que le llegaba hasta donde estábamos nosotros y más, porque detrás de nosotros había un muro. Nos arrodillamos en el suelo, cansados por la carrera.

El horrible gusano emitió un chirrido espantoso e intentó cogernos, pero solo consiguió atrapar un tractor, que escupió al tratar de masticarlo y descubrir que era todo metal y plástico.

–¿Alguna otra idea estupenda, jefe? –preguntó Frank con sarcasmo.

–¡Sí, esta! –y recogí del suelo un MRL-22, un lanzacohetes bastante sólido que se monta en el hombro y lanza proyectiles no guiados de gran potencia. Desde que había llegado, le había echado el ojo al tubo, abandonado con un proyectil introducido y sin el seguro; seguramente la última persona que lo manejó era un cadáver tendido por ahí cerca.

Yo me puse la parte de plástico apoyada en el hombro, situé mi ojo en la mirilla y disparé. El tubo se sacudió y casi me lanza al suelo, lo que hizo también que el proyectil se desviara. Pasó de largo al gusano e impactó en una grúa de construcción, que explotó. El brazo metálico se derrumbó sobre un muro de obras situado a lo lejos, causando múltiples destrozos. Le pedí a Frank que recargara. A mis espaldas, abrió una caja con el dibujito de una granada, sacó varios proyectiles y metió uno hasta el fondo, por la boca del tubo. Volví a repetir todo el proceso, pero esta vez permanecí quieto, aguantando el retroceso. El cohete surcó el cielo cubierto de polvo hasta estrellarse contra los dientes del gusano. Algunos se le quebraron, y movió la cabeza atontado por el dolor. Frank, me cargó de nuevo el arma, así que volví a disparar y de nuevo el retroceso casi hace que me coma el suelo. Frank tosió a causa del humo que salía el cañón a cada disparo, yo me esforcé por observar la dirección de mi disparo. Le impactó en el lomo, causando que manara un líquido repugnante, y que produjo que el herido gusano se volviera a enterrar, huyendo de nosotros y del letal lanzacohetes.

–¿Alguna otra queja sobre mis planes? Estoy dispuesto a escucharlas todas.

Frankie me palmoteó la espalda.

–¡Bien hecho! No tengo más quejas por ahora, pero ojo, que te estaré observando –se alejó con una gran sonrisa que adornaba su cara.

Jenny se había incorporado y me alcanzaba la caja de los cohetes, con cinco proyectiles en su interior.

–¡Vaya, gracias. ¿Cómo estás? –le pregunté.

–No demasiado bien, la verdad. La pierna me duele horrores cada vez que camino y me siento como si de un estorbo me tratase. Ustedes me llevan de un lado para otro sin que yo pueda hacer nada por ustedes. No pueden correr porque me llevan a mí ni tampoco disparar, y otras cosas que me hacen que me plantee el suicidarme y dejarles a ustedes tranquilos de una vez por todas.

Me levanté, de un salto.

–¡No digas esas cosas! Si te cargamos encima es porque te apreciamos mucho, y no estamos dispuestos a que te mueras ¡Si nos sacrificamos por ti, lo único que te pedimos es que trates de sobrevivir! Si te nos mueres, nos estarás diciendo que debimos haberte dejado morir¿Es eso lo que quieres? –un poco más tranquilo, me volví a sentar en el escalón, junto a ella –Además, te quiero y no quiero perderte. Prométeme que no volverás a pensar en esas tonterías, por favor.

Me cogió de las manos.

–Te lo prometo –dijo, con una cara totalmente seria y decidida. Nuestros labios se juntaron en un beso que duró un poco más de lo debido, sobretodo porque apareció Frankie.

–Oye gente, pongámonos en marcha que va a anochecer y... –se interrumpió al vernos tan unidos. Se dio la vuelta –Cuando hayáis terminado la "toma de contacto" y os hayáis vestido, mejor que nos vayamos.

Sin hacer caso al humor negro del pobre Frank, continuamos haciendo manitas un rato, algo tan poco inadecuado en esa ciudad en ese momento como visitar un casino. Y eso era lo que íbamos a hacer.

–¿Qué¿Un casino¿Acaso te parece el mejor momento para tratar de ganar dinero?

–¡No es eso, hombre! –me contestó él, confundido por la brusquedad de mi respuesta –Mi idea es llegar al casino de la ciudad, particularmente a la azotea, donde tienen un helicóptero. Y como lo tienen cerrado por obras, nadie habrá llegado hasta él.

–Ah, bueno. Eso ya es otra cosa. ¿Pero por donde se va al maldito casino?

–Según recuerdo, se llega por un puente cercano a donde estamos. El problema es que seguramente nos encontraremos con algo de compañía indeseable.

–Hacia donde queda ese puente –pregunté, con algo de esperanza para poder salir de aquí.

Frank señaló hacia el este.

Jenny aprovechó el momento para intervenir.

–¿La grúa que se derrumbó no habrá caído encima del puente?

–¡No seas gafe¡Esperemos que eso no haya ocurrido!

–Yo opino que deberíamos dejarlo para mañana. Falta poco para que amanezca y no me hace gracia caminar muerto de sueño hasta encontrarme con algún bicho indeseable. Debemos descansar

–De acuerdo, Dani, de acuerdo –cedió Frank –Ahora que lo dices, estaba pensando que esos despachos móviles nos resultarían útiles. Yo me quedo con el pequeño, y para ustedes dos el grande, para estar "a su anchas"

Jenny y yo abrimos la boca para protestar, pero nos miramos y un intenso rubor nos invadió. Algo de razón tenía.

Frankie se rió también.

–¿Lo ven? Nada como hacer caso al viejo Frankie!

Nos dirigimos a nuestros respectivos cubículos, ayudando Frank y yo a caminar a Jenny.

Cuando los dos entramos en nuestra oficina, Frank salió y cerró la puerta a sus espaldas, dirigiéndome una sonrisa antes de cerrar la maldita puerta.

Lo primero que hice fue asegurar bien la puerta, tanto para evitar ataques inesperados como visitas molestas de Frankie.

Después di una vuelta por la oficina. Me llevé una sorpresa al ver debajo de una mesa a un cadáver.

–¡Dios! –retrocedí mientras sacaba mi arma –¡Jenny, abre la puerta!

El cadáver se empezó a mover, saliendo de debajo de la mesa. Jenny intentaba aflojar la cadena, pero penas se podía mantener en pie. Disparé contra la fea cara del zombi. El casco de obrero detuvo la bala. Disparé otra vez y la bala le entró por el ojo derecho, pero aún se movía. Otras dos balas y al fin se quedó inmóvil. Lo arrastré por los hombros y le eché por la puerta abierta de par en par. Le disparé a la nuca por si acaso y volví a cerrar la puerta, asegurándola mucho más por si el zombi volvía de nuevo a la vida.

Más aliviado, me senté en una silla al lado de Jenny, la cual se miraba el pecho vendado. Más o menos no le dolían mucho los esguinces de los brazos, pero seguía teniendo una pierna rota y varias costillas.

–¿Te duele mucho?

–Un poco –contestó vagamente.

–¡Así me gusta! –le palmeé la espalda, con cuidado de hacerlo donde no tuviera ninguna venda –¡Esa es mi chica, una tía dura!

–Anda, vamos a dormir un rato.

–¿Hacemos guardias?

–¿Para qué? Ahí interviene Frankie! Si algo se acerca, él se enterará.

Nos dimos un beso de buenas noches y nos acostamos en el suelo, debajo de la mesa donde teníamos algo de calor. Nos pegamos uno al otro, aunque yo mantuve las distancias para no lastimarla. Noté una mano que pasaba por mi espalda y me infundía algo de calor. Me dormí antes de plantearme a donde se dirigía esa mano.