Y finalmente con esto, este fic no demasiado largo (al menos en mi opinión xD) llega al final. No quiero entretenerles más, sigan leyendo.


Día dos.

Unos golpes afuera nos despertaron. Pensamos que se trataba de Frank.

–¿Qué hora es?

Miré el reloj que había rapiñado del cobertizo y contesté.

–Las tres y media de la madrugada. ¿Qué demonios está haciendo ese...?

Como respuesta a mi interrogante, una garra gigantesca atravesó la débil chapa metálica del techo y danzó un rato por ahí, a ver si pescaba algo.

Jenny se tapó la boca con las dos manos para no gritar y yo desenfundé mi pistola. Al rato, la garra desapareció y oímos ruido de algo que se arrastraba por el tejado. Dos garras hicieron su aparición en un lateral de la oficina, lacerando completamente la pared. Cuando se retiraron pude ver a una cosa roja que se movía rápidamente. Por la brecha abierta se coló una cosa roja y larga, con todo el aspecto de ser una lengua que chorreaba saliva. Jenny no pudo contenerse más y con su pistola disparó tres veces contra la lengua enorme esa.

Tan solo una bala le dio, pero fue suficiente para que la criatura se cabreara.

Rompió un lateral de nuestro refugio y de un salto se coló dentro. El rasgo que más llamaba la atención era su cerebro al descubierto y su carencia de ojos. Con la lengua hacía como las serpientes, recoger la temperatura y toda la información posible.

Se arrastraba reptando por el suelo a cuatro patas, como si de un extraño lagarto se tratara. Cada una de sus cuatro patas estaba poblada con cinco afiladas garras, pero las extremidades delanteras poseían cada una enorme garra y otras dos más pequeñas, pero aún mucho más grandes que las otras dos de la manos y las de las patas.

La criatura avanzaba despacio, olfateando bien el aire. Sabía que había comida, pero no sabía en qué lugar exacto. Su larga lengua se movía de un lado para otro. Tenía un enorme agujero en el medio, que debería haberle seccionado un cacho. Todo iba más o menos bien hasta que la asquerosa lengua tocó mi hombro. La criatura se preparó para dar un brinco rápidamente, y yo aproveché el momento para disparar una y otra vez contra el cerebro descubierto, cuatro balas de las cuales tres dieron en el blanco

Ésta rugió y se lanzó ágilmente hacia donde minutos antes yo me encontraba, salvándome por los pelos de caer en sus mandíbulas. Una mesa se rompió, junto con algunas sillas. Más balas disparadas por Jenny y yo impactaron en su extraño cuerpo, haciéndole unos sangrantes agujeros. Al final, se cansó de jugar con nosotros y se fue por donde mismo había venido. Nos quedamos momentáneamente tranquilos, hasta que Frankie se acercó a la carrera.

–¿Qué ha pasado¡He oído muchos disparos¿Están todos bien?

–¡Cuidado! –le gritamos a la vez Jenny y yo. Pero demasiado tarde. La bestia rojiza se lanzó directa contra él. Unos disparos de arma automática lo salvaron de una muerte segura. La criatura voló en el aire, dando un salto majestuoso y cayendo encima de la caravana de Frank. Todos lo apuntamos con nuestras armas, incluso el desconocido al que no conseguía distinguir la cara. Disparamos al unísono y la criatura se derrumbó, con múltiples heridas de balas en todo su cuerpo. Nos acercamos primero al extraño, que resultó ser Alberti, con la Uzi que le había arrebatado a Fabián, el gordo.

Le abracé.

–¡Caray, hombre¿Cómo estás¿No dijiste que ibas a ir a buscar mercenarios?

Él sonrió.

–¡Pues claro, hombre! Están por aquí, bastante cerca de donde ustedes están. Cuando los encontré estaban inspeccionando un puente. Le avisé de la posición de ustedes y dijeron que quizás fueran a rescatarlos. Corrí a donde se supone que deberían haber estado y lo hallé todo destrozado, junto a Fabián y a Rocky muertos. ¿Qué les pasó, que lo tuvieron que abandonar todo?

–Nos atacó una criatura gigante que buscaba a los miembros de STARS. No sabía que hubiera ninguno, pero Dani me lo ha explicado. –contestó Frankie.

–No es más que una suposición, pero creo que bastante acertada –intervine yo.

–Sí, bueno. El caso es que seguí las marcas de cadáveres hasta llegar al instituto donde tuve verdaderos problemas para salir. Lo hice por una puerta trasera, que me condujo al aparcamiento. Supuse que ustedes no fueron por ahí, porque estaba lleno de zombis. Maté a algunos y continué. Fui a salir al muro de una obra, que estaba destruido. Avancé por una zona sembrada de cráteres enormes y llegué hasta aquí, para ver a Frankie corriendo y a una criatura preparada par abalanzarse sobre él.

–¿Cómo sabías que era yo desde la distancia? –preguntó Frank

–Por tu boina roja. Quítatela, y no te reconoceré –caminó hasta donde estaba Jenny, sosteniéndose con dificultad en mi brazo que rodeaba su hombro, y vió su débil aspecto –¿Qué te ha pasado, bonita?

–La misma cosa que mató a Rocky y al otro, me hizo caer desde un tercer piso.

–¡Deberías estar afortunada! Una caída así podría haberte matado o dejado paralítica, y por lo que veo solo te ha roto una pierna. ¡Eres verdaderamente muy afortunada!

–Si tan afortunada fuera, no estaría aquí –le espetó furiosa Jenny.

–Déjalo, Jenny, no te cabrees –la paré un poco y dejé que se calmara.

–De todas formas, vamos. Los mercenarios nos esperan y este lugar ya no es nada seguro –señaló nuestra habitación destrozada y el cadáver de la cosa esa. También había varias cadáveres de zombis, a los que no se molestó en señalar –Si nos ponemos en marcha ahora llegaremos donde están antes de que se hayan marchado.

–Esta bien. Lo dices como si fuera muy fácil, pero venga vale. Pongámonos a ello.

Caminamos dejando atrás nuestras caravanas. Cada uno se turnaba para ayudar a caminar a Jenny y para portar el MRL-22. La marcha era lenta y pesada. Al final, conseguimos salir de la zona de obras empantanada y llegar hasta el puente, donde nos invadió la tristeza, sobre todo a Frankie.

–Mierda... –murmuró alguien.

Ese era el puente que según Frankie nos conduciría hasta el casino. Como Jenny, de forma tan gafe había supuesto, la grúa que yo derrumbé de un misilazo se había derrumbado encima del puente, destrozándolo por completo.

Y para colmo, los mercenarios se habían ido, dejando a uno de ellos muerto y algunas armas, seguramente estropeadas. Caminamos hacia allí, pero algo sucedió. Frank pisó en algo duro en el suelo. Y cuando fue levantar el pié, mirando a ver lo que era, ese algo explotó. Frankie, sin pierna y con los intestinos desparramados, salió volando unos metros, para ir a caer cerca de nosotros. Alberti y yo le sostuvimos, mientras se desangraba y Jenny observaba la escena, horrorizada. Frankie intentaba musitar algo, mientras con manos apresuradas, sabiendo su muerte, sacaba de cada bolsillo a "Peter" y se quitaba la boina, para dármelas. Al poco murió, sin llegar a saber que era lo que habría querido decir. Con lágrimas en los ojos, recogí a Peter y le deposité la boina en el pecho. Sin mediar palabra, cogí una pala y empecé a excavar una tumba para nuestro amigo.

Alberti me ayudó y en pocos minutos ya teníamos listos el agujero. Jenny había ido a buscar dos trozos de madera, que unió con una cuerda formando una cruz. Enterramos al pobre Frank, no sin antes haberle sacado todo lo que fuera útil, a pesar de que nos sentíamos mal saqueándolo, era necesario para nuestra supervivencia. Tapamos la tumba con tierra y nos dimos la vuelta, par observar el descampado que se extendía a nuestro alrededor. Delante nuestro habían varios cráteres. Esos cabrones habían puesto minas para impedir que los zombis se acercaran, pero luego se habían olvidado de quitarlas. Resultado: No nos podíamos acercar y Frank había muerto de la forma más estúpida posible. Me dieron ganas de cogerla con todos, pero me controlé. Además, Jenny había encontrado una solución al problema de llegar hasta los mercenarios. Había un muro que les pasaba por detrás. Pero estaba roto por donde estábamos los tres. Podríamos saltarlo por aquí, caminar por detrás y luego volverlo a saltar, para aparecer justo donde estaban ellos.

Pusimos en práctica mi plan. Caminamos por detrás del muro, entre molesta maleza, y llegamos hasta una porción del muro más baja también. Me subí a los hombros de Alberti y eché una ojeada.

–¡Es aquí¡Voy a bajar! –avisé, dándome un pequeño impulso en los hombros. Me agarré al muro con las dos manos y trepé. Me solté y caí justo al lado de un mercenario muerto.

–Vamos a ver que es lo que tienen estos tipos –Fui a registrar al muerto, cuando éste movió la cabeza y abrió los ojos, totalmente blancos. Desenfundé rápidamente y disparé, pero un clic me alertó de que no me quedaban balas. Acabé con él de un machetazo. También decapité a los otros dos cuerpos por si acaso.

Me quedé junto a los cadáveres.

Oí la voz de Jenny que me preguntaba si todo iba bien.

–¡Perfectamente! Puedes saltar el muro, tú y Alberti.

Alberti saltó primero, ayudando a Jenny a subir la gran pared de piedra.

Todos se mostraron extrañados. Yo estaba pasando las balas de la Beretta a la VP70 y a mi alrededor había tres cuerpos degollados.

–¿Lo has hecho tú? –me preguntó Alberti. No le sonaba haberlos visto antes así.

–Sí –contesté –Uno me ha atacado y he acabado con él. Los otros, por si acaso.

Todos me notaron serio.

Jenny se puso junto a mí.

–Dani ¿Qué te pasa? No sonríes ni dices nada. Te quedas ahí tranquilamente, con las balas. ¿Quieres decirnos qué te pasa?

–No, no quiero. Cuando todo esto acabe, ya veremos.

–Como quieras.

Me levanté, y con el pretexto de hacer algo, registré a los soldados muertos. Un cohete de 84 mm de ancho que sería útil para el MRL-22, una pistola Sigpro SP2009 y algunos cargadores llenos para ella y una carabina Colt M4A1, al cual le vendrá como un guante la munición que hallamos en la caja que portaba Némesis. Entre otras cosas útiles, esas eran las que merecí la pena destacar. La pistola me la quedé yo, junto con los cinco cargadores llenos. La munición de la Beretta pasaba a llenar la HK VP70, y ya la podía tirar. El rifle era para Alberti. Y "Peter" me lo quedé yo también, junto con las 45 balas que llevaba Frankie. Todo un pequeño arsenal al que si le sumábamos el lanzacohetes con cinco proyectiles y con el que podríamos seguramente doblegar a cualquier cosa, gusano y Némesis incluido.

Cogimos también "raciones" de comida, linternas y gafas de visión nocturna, aparte de dos chalecos antibalas para Jenny y Alberti y otros dos cascos. Además, con él Jenny tenía el pecho mas protegido y tampoco le dolía tanto.

Cuando salimos de ahí, por el mismo camino que habíamos seguido para ir, parecían mercenarios UBCS de Umbrella que caminaban junto a un policía del RPD. Llevaban puestos el chaleco y el casco, y unas protecciones para la rodilla que yo también llevaba en mi uniforme de policía. Esperaba que si nos encontrábamos con más mercenarios no les echaran en cara a mis amigos que habían estado saqueando los cuerpos de sus compañeros.

Yo no me quise poner nada, aunque fuera de mejor calidad, porque no me hacía nada de gracia ponerme ropa que había pasado por los cuerpos de los zombis, y que eran una fuente ambulante de infecciones.

Una vez pasamos el muro, volvimos a salir por donde se encontraba la tumba de Frankie. Pasamos rápidamente por ahí y proseguimos, bastante alejados de la base de los mercenarios par evitar caer de nuevo en las minas.

Caminando, caminando, llegamos hasta un pequeño hotel bien situado en las afueras. Hacía tiempo que lo habían abandonado y estaba lleno de plantas y matorrales. En la fachada tenía escrito el logotipo de Umbrella.

En la puerta, sólo había un candado oxidado. Y ni una sola marca. Rompí el candado con la culata de mi nueva pistola y abrimos la puerta, dándonos en la cara un inmenso olor a cerrado.

A pesar de todo, entramos, buscando un sitio donde descansar después de la larga caminata y nos llevamos una sorpresa. La sala principal estaba desierta de vida alguna y parecía bastante ordenada, salvo por la gruesa capa de polvo que lo cubría todo. Mientras caminábamos, dejando marcas de pisadas en el suelo, nos dábamos cuenta de que frente al aspecto pobre y roído que presentaba por fuera, esto era todo un lujo, aunque con falta de limpieza, eso sí.

Tras un mostrador de recepción tallado en madera de ébano, seguramente, nos esperaban una hilera de ascensores, ninguno de los cuales funcionaba por más que apretaba el botón. Nos esparcimos por la primera planta, donde había muchos muebles totalmente cubiertos de polvo y además desiertos. El ordenador del mostrador de recepción había sido formateado ni tampoco había luz, y no había absolutamente nada que nos permitiera averiguar que era lo que había sucedido. Detrás de dos puertas se encontraban los baños, tanto femeninos como masculinos, a los que Alberti fue disparado, agarrándose la barriga, ante las risas de Jenny y las mías.

Ante la idea de que toda la primera planta estaría libre de cualquier material inculpa torio, decidimos esperar a Alberti y subir a pisos superiores. Cuando éste, silbando y feliz, abandonó los lavabos, nos pusimos en marcha. Las escaleras alfombradas crujieron bajo nuestros pasos. Había una unión de dos escaleras. Y en ese punto de reunión lucía un enorme reloj de cuco, parado porque nadie le había dado cuerda. Me acerqué a él y miré mi reloj. Las seis y media de la mañana. Le di cuerda tirando de las cadenas, lo puse en hora y un monótono tamborileo alegró un poco la solitaria planta. Subimos por las escaleras. Jenny yo a la derecha y Alberti a la izquierda, llegamos hasta las habitaciones. Pero donde debería haber estado un pasillo que condujera hasta las puertas de los cuartos, tan solo había una puerta doble y pesada. Tuvimos que disparar dos veces contra la cerradura utilizando la pistola de Frank y ni aún así se abrió. Al final disparamos una vez más a la vez que Alberti le sacudía utilizando el lanzacohetes como ariete. La puerta cedió al fin y, curiosos, entramos dentro.

Habían estando ocultando pruebas. Había tanques de agua reventados, y toda la madera y chapa había ardido, revelando que debajo de ellas había gruesas capas de metal. Los superordenadores carísimos que había estaban rotos y chamuscados. Abundaban las esquirlas de cristal y trozos fundidos de plástico, aparte de cobre quemado que surcaba el suelo, donde antes habría habido redes enteras de cables. Caminamos un poco. Todavía quedaban restos de humo en suspensión, señal de que lo habían quemado más o menos pronto. Encontramos algunos restos de botellas, las cuales seguramente usaron como Cócteles Molotov. Por lo menos, no habría ninguna criatura ya que tampoco había cadáveres ni ninguna persona entró en bastante tiempo.

Cuando regresamos a las escaleras, ya eran las siete en punto. Subimos una última planta, que nos llevaría hasta la azotea. Cada vez las escaleras estaban menos cuidadas. Supusimos que esto se habría creado para traer a ejecutivos y que observaran el bonito paisaje y como les iban las investigaciones. Y todo este intento por ocultar pruebas demostraba que Umbrella inc. Estaba detrás de todos los accidentes ocurridos entonces. De momento se les había olvidado algo, una tarjeta que yo recogí.

"Supongo que estará usted contento de nuestras instalaciones. En teoría debería servir para descanso de los ejecutivos. Situado a pocos kilómetros del laboratorio de Arkley y con un buen dispositivo de contacto con el segundo laboratorio, situado bajo la ciudad, no deberían tener ustedes problema para encontrarse como en casa, pudiendo en cualquier momento acercarse a inspeccionar cualquiera de los laboratorios.

En caso de necesidad, el complejo incluye un monorraíl subterráneo que le permitirá evacuar rápidamente la zona, además de un excelente helipuerto situado en la azotea.

Esperamos que sea de su grado y para cualquier duda o reclamación que quiera hacernos llegar, contacte con nuestro jefe de sección.

Edward S. Carter, jefe sección. White Umbrella."

–Vaya, vaya. Muy interesante.

–¿El qué? –me pregunta Alberti –Yo no veo aquí nada interesante. La escalera parece a punto de derrumbarse.

–No es eso, hombre –le acerqué la tarjeta, para que le echara una ojeada –¿Y bien?

–Pues está clara la cosa ¿No? Nos vamos a la azotea o al subsuelo y nos vamos en monorraíl o por helicóptero.

–Yo prefiero el helicóptero, siempre que alguno sepa pilotar –intervino Jenny,

–Eso no es problema. Yo sé, y lo puedo hacer. No tengo dificultad en hacerlo –presumió Alberti. – Puedo manejarlo herido, enfermo o semiinconsciente, pero no puedo hacerlo muerto.

–Vale, vale, de acuerdo. Vamos enseguida hacia arriba, que no me hace gracia volar de noche.

Subimos con un ánimo sobresaliente las escaleras, y cuando llegamos a una gran puerta vigilada por cámaras de seguridad, no supimos que hacer.

–Las cámaras no funcionarán, vamos a volar la puerta. –sabiendo que era blindada, cogí el MRL-22 y me lo puse al hombro. Apunté y apreté el gatillo. El cohete impactó contra el poderoso metal, consiguiendo atravesarlo y volar la puerta. Los cachos incandescentes se dispersaron por doquier y tras esperar a que se disipara el humo y los trozos afilados se asentaran, salimos afuera.

No encontramos nada de lo que esperábamos. En vez de la posible vía de escape, hallamos una superficie asquerosa, llena de moho y malas hierbas. Las tuberías estaban rotas y no había una sola ventana. El helicóptero que prometía el folleto efectivamente estaba ahí, pero no eran más que un montón de restos metálicos completamente quemados. Desde aquí se veía la ciudad, con todas las luces encendidas pero carente de vida; ni un solo coche se movía. Di una vuelta por el exterior, resignado a no volver a entrar si no era con algo útil que nos sirviera de algo; no lo encontré y con los hombros bajos volvía a entrar. Al menos, todavía nos quedaba el monorraíl, que si se había ido podríamos seguir la vía hasta otra ciudad o al menos llegar hasta la carretera y conseguir un coche. Antes de entrar por la puerta rota, eché un vistazo en derredor y vi algo que antes se me pasó por alto.

Me acerqué y vi un panel para controlar el flujo de electricidad. La palanca estaba subida. La bajé, y corrí a informar a los míos de que ya había electricidad.

Bajamos a la primera planta de nuevo y notamos las luces encendidas. Ya que no habían escaleras, la única forma de llegar era mediante el ascensor. Pulsé el botón y las puertas se abrieron, revelando un exquisito acabado. Entramos rápidamente y Alberti pulsó el botón de S1. Se cerraron las puertas y descubrí que tenían espejos, a prueba de claustrofóbicos. Pero cuando las puertas se volvieron a abrir, nos metieron en un problema. La planta estaba llena de zombis.

–¡MIERDA¡CIERRA LAS PUERTAS!

Mientras pulsaba una y otra vez el botón de S2, los zombis se acercaban. El M4A1 y "Peter" hacían todo lo que podían, pero seguían siendo muchos. Cambié el tambor de la pistola Llama, y aun seguían. Lentamente, las puertas se comenzaron a cerrar, y los zombis empezaron a meter las manos antes de que se cerrara. El problema es que era de esas puertas automáticas que una vez que tocan algo se vuelven a abrir.

Hicieron falta dos tambores enteros de la mágnum, un cargador del M4 y otro de la Uzi de Jenny, aparte de vaciar el cargador de su pistola Walther, para acabar con casi todos. Solo entonces se cerraron las malditas puertas y pudimos seguir descendiendo. Contemplé nuestros reflejos en un cristal estallado y manchado de sangre. Las puertas se volvieron a abrir y dimos con nuestros huesos en un sitio húmedo y frío, con multitud de goteras que habían intentado evitar poniendo planchas de metal en el techo. No funcionaba y encima le daba un aspecto todavía más frío y tétrico.

Se veía el raíl del tren, junto al tren rojo metálico que estaba ahí quietecito, como si nadie lo hubiera tocado antes. Tenía escrito un nombre. Galaxia 9000.

Me acerqué a echar una ojeada, y vi un papel que colgaba en la pared. Fui y comprobé que era un mapa. Lo miré.

Al parecer, éste tren se unía con otros más, el Galaxy 5000 que salía del laboratorio subterráneo en Raccoon, otro monorraíl que pasaba por encima y cuyo nombre no aparecía en al lista y un tercer tren, el Galaxy 8000 que recorría una parte subterránea de la mansión, denominada también "La Colmena" según el mapa, aunque era la primera vez que alguien empleaba ese nombre. Además, según el mapa, el complejo no lo controlaba una máquina informatizada, sino un hombre llamado Oswel E. Spencer, Presidente de Umbrella Corporation.

–¡Qué tanto querrá decir Umbrella inc., Umbrella corp., Umbrella lo que sea...¡Ya solo falta Umbrella SA, Sociedad Anónima!

–Estoy de acuerdo. Estos ya no saben qué poner –dijo Jenny, en actitud pensativa –A lo mejor la compañía Umbrella es una corporación. Eso explicaría lo de White Umbrella y demás, con sedes en Europa y USA. Pero de todas formas, Umbrella no es una sociedad anónima

–¿Cómo sabes eso? –pregunté yo.

–¿Lo de que Umbrella no es una sociedad anónima? Fácil, date cuenta que…

–No, no, me refería a lo otro. No sabía que tuvieran sedes fuera de los países… –corregí yo.

–Yo sí. Lo dijeron por la tele. No se qué de los negocios de la farmacéutica Umbrella, que iban viento en popa, y estaban habilitando terrenos en alguna parte para construir otra central, y la gente se estaba quejando, o algo así dijeron.

–¡Vale ya de parlotear! El tren nos está esperando; usémoslo.

Fuimos hasta el tren, que era totalmente automático. Tan automático, que las puertas estaban selladas.

–¡Mierda!

Me moví alrededor del tren, buscando la forma de arrancarlo o de conseguir abrirlo. A mi alrededor oía ruidos extraños, que me ponían la carne de gallina. Aullidos muy agudos y sonidos como de algo pesado que se mueve, mezclado con desprendimientos de piedras y corrimientos de arena, vamos como para mosquear a cualquiera.

Jenny apuntaba con la Ingram a la fuente del ruido, que estaba en cualquier lugar a la vez.

Pero la maldita puerta seguía sin abrirse. Probé a abrir un panel que había cerca de la puerta. Entre varios botones, estaba el de apertura de emergencia. Apreté el botón verde y con un chasquido la puerta se corrió hacia un lado. Entramos. De dentro parecía mucho más pequeño que desde fuera. Solo tenía un vagón, y en este se encontraba la cabina, una puerta manual con cristalera y cerrada electrónicamente, y la entrada, con una puerta por cada lado. Pasadas las puertas de entrada, había una hilera de bancos, detrás de los cuales había dos camarotes ideales para que los ejecutivos descansaran si el viaje se hacía largo.

En una vitrina habían varias escopetas, pero el cristal era muy resistente y estaba protegido por un código de seguridad. Además, ya estábamos bastante armados y no necesitábamos más armas. Alberti y yo inspeccionamos con detalle cada uno de los camarotes, llegando a la conclusión de que los habían abandonado precipitadamente. En el suelo, entre ropa y papeles de apariencia inservible, lucían maletines de ejecutivos y algunas armas. Una escopeta de las de la vitrina, una Franchy Spas 15 del calibre 12-70 mm, con culata regatible, es decir, que se puede girar rotando por detrás del arma. Se la di a Jenny, que tenía necesidad de un arma de dos manos. La escopeta tan solo incluía los seis proyectiles de posta que tenía en ese momento, pero podía llevar ocho.

Alberti se puso en la mesa a sacar las balas de la cinta ametralladora para pasarlas al cargador vacío del M4. Lo llenó con sus treinta balas y dejó estar el otro, aunque le quitó otras treinta balas a la cinta y se las guardó en la riñonera que llevaba. Jenny y yo le dejamos tranquilo. El tren no presentaba ningún problema, salvo que le faltaban las llaves de contacto. Y seguramente las tendría el técnico, que debería estar en esta planta o en la de arriba, donde estaban todos los zombis. Rezé para que no tuviéramos que subir a S1.

–Alberti, acompáñame –pedí, aunque sonó como una orden.

–Sí, mi general –respondió él.

–Y tú, cuídate –le dije a Jenny. Me quería dar un beso pero no era momento ni para eso.

Caminamos alejándonos del tren, con las armas perfectamente cargadas y amartilladas, a punto para matar.

El camino se ensanchaba cada vez más, hasta un punto en que a veces cada uno controlaba un lado y se quedaba fuera del alcance del otro. No nos queríamos separar demasiado, por lo que pudiera suceder. Mutuamente nos cubríamos las espaldas, sabiendo que si uno le fallaba al otro cuando más lo necesitaba, podíamos darnos los dos por muertos. Pues la compañía en un momento así debería ser indivisible

–¡Dani!

–¿Sí¿Qué pasa?

–Creo que deberías ver esto...

Me acerqué a ver lo que era; en principio no parecía más que estatua aunque no podía ver lo que era. Me llevé un grata sorpresa, ya que la escultura representaba a un barco velero a merced del oleaje, igual a la del bastón que contenía la joya de la liebre y el zorro. Había una muesca donde parecía poder encajar algo pequeño, con forma de diamante de bordes redondeados.

–¿Te suena de algo? –me preguntó Alberti. Para él no era más que una estatua extraña, pero para mí tenía un significado.

–¡Ya lo creo! Cuando íbamos a entrar al colegio, encontré a un zombi con un bastón. Acabé con el zombi y miré el bastón, que tenía una joya engarzada. Además, dentro del bastón había una letra de una canción.

Rebusqué en los bolsillos. Al final, en un bolsillo oculto del chaleco hallé la joya preciosa y la letra de la canción, bastante arrugada. La joya encajaba perfectamente en la marca de piedra. Se oyó un chasquido y la estatua se comenzó a mover. Las dos partes del velero se abrieron y se reveló un teclado informático, con el logotipo de Umbrella. Estaba reluciente, como si nunca antes hubiese sido usado.

El teclado estaba hecho para introducir un código, pero obviamente yo lo desconocía.

Le eché una ojeada a la letra de la canción y me di cuenta de que había muchas mayúsculas. Tuve una corazonada y las introduje todas por el orden en que las encontraba. No sucedió nada. Lo volví a intentar por si acaso se me hubiese olvidado alguna y tampoco pasó nada. Esta vez probé a ordenarlas por orden alfabético y oí un pitido.

Alberti volvió la cabeza al oír ese sonido y yo sonreí al dibujarse un código en la pantalla.

"CHARLIE OSCAR DELTA INDIA GOLF OSCAR ALPHA ZULÚ UNIFORM LIMA

UNDER MIKE BETA ROMEO LIMA LIMA ALPHA CHARLIE OSCAR ROMEO PAPA OSCAR ROMEO ALPHA TANGO INDIA OSCAR NIGHT

3435654089723-GH

White Umbrella."

Código Azul. Umbrella Corporation. 3435654089723-GH

Ese era el maldito código que necesitábamos, el código azul, como lo nombraba ahí. Regresamos al tren, esperando que Jenny no estuviese en ningún problema y nos pudiéramos largar sin complicaciones de ningún tipo.

La muy traviesa se había escondido. Cuando llegamos y no la vimos, preocupados empezamos a dar una batida alrededor del tren. Ella apareció debajo de él.

–Lo siento. Se me cayó una moneda y la estaba recogiendo –dijo, para disculparse, aunque todos sabíamos que era completamente falso.

Ella caminó por un lado del tren. Yo, me acerqué al panel e introduje el código que me pedía. Al acabar, todos oímos un zumbido metálico y las puertas se abrieron, pero al mismo tiempo se puso en marcha el ascensor. Miramos incrédulos a las puertas de éste último, que de repente se abrieron y sus ocupantes, los zombis, irrumpieron en desbandada.

–¡Entremos al maldito tren! –apunté con el MRL-22 y abrí fuego. El proyectil realizó un avance un poco curvo, por el retroceso, y en vez de bloquear por completo la puerta del ascensor, atravesó a dos zombis y dio un poco a la izquierda. Una serie de escombros cayeron sobre los otros, pero no era lo que yo deseaba.

Mientras Alberti y Jenny seguían disparando, yo corrí hacia la cabina, donde me encontré con el copiloto muerto con una bala en la cabeza y el conductor, que se había transformado. Estaba intentando abrir la puerta, que tenía encendida una luz verde en el panel. Al poco de que el zombi la empujara esta se abrió hacia mi lado, dándome una horrible sorpresa. Además habían multitud de cuerpos con agujeros de bala que se estaban levantando al detectar que había llegado comida.

Cogí rápidamente la Sigpro SP y el primer zombi se llevó unas cuantas balas; las restantes para los otros miembros de la tripulación, que estaban recibiendo lo suyo. Agoté el cargador, que almacené por si acaso. Mientras buscaba el interruptor de contacto, llegaban hasta mí las ráfagas ininterrumpidas del rifle de Alberti y los cartuchazos de Jenny. Cada vez eran más intensos, por lo que deduje que estaban retrocediendo y acercándose hacia mí, sinónimo de que me tenía que dar más prisa.

Las balas hacían ruido de metal contra metal, y cristales rotos, así que supuse que ya estarían dentro del tren, tanto los zombis como mis dos amigos.

Pulsé un botón violeta y se encendieron las luces, iluminando todo el camino. Otra palanca consiguió emitir un ruido muy molesto, como si estuviera frenando sin haberse puesto en marcha. Al fin acerté y con un lento ruido se puso en marcha, cerrando automáticamente las puertas.

El tren al fin se había puesto en marcha, dejando atrás a los pasajeros molestos.

Seguí oyendo algunos disparos. ¡Todavía hay zombis a bordo! Ya nada podía hacer en cabina, así que me precipité a ayudar a mis compañeros. Tres zombis más quedaban con vida, en una superficie llena de cuerpos sangrantes. Jenny y Alberti estaban recargando en ese momento. Con la SP todavía en la mano, disparé repetidamente contra las tres amenazas. Un disparo de escopeta bien dirigido volatizó la cabeza de uno, mientras otro avanzaba con un enorme agujero en el pecho y no podía hacer nada frente a las balas del cal. 5,56 y 9 mm. El último todavía vivió lo bastante para comerse el último cartucho de la escopeta de Jenny.

Alberti y yo cambiamos el cargador a la vez, dejando el suelo regado de casquillos de bala.

Al estar puesto el piloto automático, el tren emite una alarma muy aguda cuando abrimos la puerta para expulsar los cadáveres. La alarma cesó al fin un rato después de haber cerrado la puerta. Todos fuimos a la cabina, para supervisar la ruta del monorraíl.

Delante de nosotros las vías se sucedían una tras otra con idéntica monotonía, y al poco todos nosotros nos hartamos y nos fuimos a los camarotes, a tratar de pasar el rato.

Totalmente agotado física y psicológicamente, me tumbé en una litera, la de abajo. La mano de Jenny caía de arriba, y yo se la froté para infundirle un poco de calor, sorprendiéndome que la tuviera tan fría.

–¿Cuánto dura el viaje? – preguntó ella.

–No tengo ni idea…quizás sea poco o quizás sea bastante. Vamos a descansar hasta que esto llegue.

–Sí. Dani, te tengo que decir una cosa…pero la verdad es que estoy tan cansada.

–Déjalo entonces, aprovecha para dormir.

–Mmm…Dani…

–¿Sí?

–Te quiero.

Iba a contestarle diciendo "yo también a ti" pero ya se había quedado dormida. De todas formas, se lo dije.

–Y yo a ti, Jenny…y yo a ti.

Me desperté antes que los demás. La alarma del reloj no había echo acto de presencia, así que deduje que se había estropeado. Al contrario de lo que pensaba, lo que había sucedido era que me olvidé de ponerla, de tan cansado que estaba. Eran las ocho de la madrugada. Dentro de muy poco amanecería. Lo que no comprendía era lo que me había despertado. Tambaleante, salí del camarote y me moví directo hacia la cabina, casi en actitud de sonámbulo. Tropecé varias veces antes de llegar, e incluso me di con la puerta de metal, pensando que la encontraría abierta. La abrí malhumorado por el golpe y miré por el parabrisas.

Todo el sueño se me quitó de golpe. Volví corriendo a donde estaban los otros dos.

–¡Atención, tenemos un problema! –zarandeé las dos literas para despertar a los dos dormilones –¡Es muy importante!

Alberti fue el primero en contestar.

–¿Qué pasa ahora...?

Le sacudí para aclararle las ideas. Ya más o menos se había recuperado. Pero yo me empezaba a estresar.

–Volvemos a la ciudad. El tren está programado para seguir esta ruta, así que lo tenemos que abandonar antes de que nos lleve más a dentro todavía. –le dije

Jenny se levantó también. Su mente solo había cogido las últimas palabras.

–¿QUÉ HAS DICHO?

Les acompañé a mostrárselo para aclarar alguna duda.

–¿Hay alguna forma de pararlo? –preguntó Jenny, apoyándose sin quererlo encima del interruptor de parada de emergencia, ocultándolo a mi vista.

–¡Sí, tiene que haber algo para una parada de emergencia, pero no lo veo!

Pasamos a toda velocidad por lugares importantes de Raccoon City, sin que yo en ningún momento les mirara.

Pasamos por montones de incendios, edificios emblemáticos, una gasolinera que ardía, la comisaría de policía, el ayuntamiento y la universidad de Raccon City. La vía atravesaba un parque, donde al parecer estaban los restos de otro tren cuyo vagón de cola había volado. También pasamos por la torre del reloj, donde un helicóptero se había estrellado en su parte superior y un tranvía había roto el muro.

Atropellando a algún que otro zombi que atravesaba la vía, cruzamos un cementerio con un enorme cráter en el suelo, sin que todavía encontrásemos la forma de detenerlo, lo cual no era necesario, pues un puente que pasaba por encima de la vía se había derrumbado, obstruyendo totalmente el camino.

Todos gritamos al ver aquello y corrimos a la parte posterior del tren, lejos de la zona de colisión, pues no teníamos forma de pararlo.

Fue un impacto tremendo y terriblemente doloroso. La parte frontal se arrugó como un acordeón, y el impacto fue perdiendo intensidad hasta llegar a nosotros, en parte gracias a que la chapa había detenido la fuerza. Pero aun así fue suficiente para que el tren elevara el morro, completamente inutilizado y se elevara en el aire, quedándose totalmente vertical unos segundos, hasta que finalmente cayó de espaldas.

Lo último que recuerdo fue la imagen de Jenny de espaldas cayéndome encima y mi casco, que no llevaba atado, cayéndose por cuenta propia. Luego, oscuridad total y una humedad que se extendía por mi frente.

Momentos, quizás días u horas, o solamente minutos, más tarde.

Moví lentamente la cabeza, como si me doliera una barbaridad.

Caminé trastabillando, con la cabeza latiéndome una barbaridad. La sangre me golpeaba en los oídos.

A regañadientes y muy despacio me incorporé.

Escupí un diente junto a un hilillo de sangre. Caminé unos pasos, para contemplar a Alberti. Un trozo de butaca le había seccionado el torso y la sangre se acumulaba en el suelo formando un charco bastante grande, de varios litros incluso. Además, había perdido todas mis pistolas, seguramente se habían caído ¿Y dónde demonios estaba Jenny¿Se había largado llevándose nuestras armas?

Intenté levantarme, atontado, y algo pesado me cayó en la cabeza. Volviendo a notar la sangre manando, abrí los ojos y reconocí a la radio de la cabina. Una voz hablaba rápidamente por ella.

–Aún no tenemos confirmación de blanco. Repito, aún no tenemos confirmación de blanco. El misil ha sido lanzado y en estos momentos está llegando, repito, el misil está llegando al punto de impacto. Diez segundos y contando, diez segundos, nueve... –la estática se cortó. Las pilas ya se habían agotado.

Salí de entre los hierros amontonados y deformados. A la luz de algo que brillaba en el cielo se distinguía Jenny, muy hermosa. El cielo se tornó a un amarillo incandescente y luego a un tono violeta abrasador. La luz aumentó de intensidad, tanto que me quemó los ojos y la cara, y me tuve que ocultar. La tierra se agitó fuertemente bajo mis débiles pies y seguidamente, noté una tremenda sacudida y sentí que era empujado una larga distancia. Al final caí al suelo, con el vagón echo añicos encima mío. No veía ni tampoco oía, sordo por la onda de alta presión que se cernía sobre mí; solo podía captar ruidos de escombros que caían al suelo, y una luz infernal que lentamente desaparecía, a pesar de que no la veía.

Nuevamente me volví a desmayar, pero no duré tanto inconsciente. Dolores muy intensos no me dejaron en paz. Recuperé la conciencia, sabiendo donde me encontraba y cual era mi situación. Me intenté incorporar, pero mi fuerza de los brazos no era suficiente, dado mi precario estado, y me desplomé.

"Esto es el final, Dani" Tenía las piernas aprisionadas, y nunca en mi vida había notado un dolor más intenso que el de mi cara y mis manos despellejadas. Sabía lo que había ocurrido, y supuse que ya estaba condenado. Sentí arcadas de improviso y vomité, señal inequívoca de los efectos de la radioactividad.

Miré el reloj, y entonces recordé que me había quemado los ojos. Fui a abrir y cerrar los párpados y me percaté de que no los tenía, al igual que tampoco tenía ya los labios. Mi visión no varió, apenas unos puntos rojos en un fondo negro.

Manoteé a ciegas en busca de algo útil para liberarme, pero encontré algo mejor. Reconocí por el tacto a mi vieja Heckler und Koch VP70 de 9x19 mm, y me alegré de tenerla entre mis manos. Sabiendo que aún quedaba al menos una bala en la recámara, puse el cañón en mi sien. Con el pulgar quité rápidamente el seguro y apreté el gatillo.

Mi cerebro captó la detonación, aunque no tuvo tiempo de procesarla. En unos milisegundos pasaron ante mis ojos los últimos días de mi vida, ocupando Terry y Jenny los últimos instantes.

BANG!


Todo lo que tiene un principio tiene un final...este es el final. Pueden postear en los review todo lo que quieran añadir. Obviamente, como el personaje murió, no habrán continuaciones. Y sinceramente odio las precuelas xD