¡¡¡Hola a todos!!!

¿Cómo están? Siento mucho haberme demorado tanto para actualizar el fic, pero sucedieron dos cosas:

1- tengo un chorrera de escritos, más una monografía que hacer. Estoy segura que después de esto, quedo pelada, digo, por todo el pelo que vengo perdiendo.

2- tuve una seria crisis de imaginación. Sabía como escribir lo que pasaría, por ejemplo, estas navidades, pero ni cerca del aquí y el ahora. Pero supongo que el estrés inducido por álgebra me ha estado dando nuevas ideas para el fic, lo que dentro de todo, puede considerarse bueno... –todos los que hayan tenido a Alejandro López me entenderán, pero no creo que sea alguno de los leen estas cosas-

Ahora los dejo leer tranquilos, y al final contesto reviews, todo bien?

ªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªªª

Capítulo IV: Todo tiene un comienzo

-¿A qué se refiere?

-Que me extrañaría si no hubiera recibido una visita de la hija de Valerie McRoy a estas alturas.

-Lo... lo siento... todavía no entiendo que viene mi madre al caso.

-Evidentemente. –dijo Dumbledore, mientras se acomodaba en su sillón.

-Entonces... ¿me lo explicaría?

-Oh... sí, como no. Casi me olvido de esa parte. –dijo el director con una sonrisa- Valerie siempre fue muy buena en pociones. Yo conocí personalmente a tu abuela, la familia de tu madre siempre fue muy dedicada a todo eso. Han hecho pociones profesionalmente por siglos, unos cuantos han dado clases en Hogwarts. Uno de tus tatarabuelos fue mí profesor, dicho sea de paso. Pero eso no viene al caso. Como tú, tu madre recibió clases para el preparado de pociones desde muy pequeña, así como tu tía.

-Eso ya lo sé. –aclaró Nina que no quería perder el tiempo.

-Las dos eran excelentes, podrían haberse presentado para sus EXTASIS de pociones en primer o segundo año sin problemas. Especialmente tu madre. Era un excelente alumna, pero como tu, se tomaba muy a pecho las pociones. En esa época la profesora Medea Jassar estaba a cargo de la materia. Ella era una mujer muy temperamental, y orgullosa. Cuando llegó tu madre, por supuesto, deslumbraba a todos con sus conocimientos, pero tu unos cuantos enfrentamientos con la profesora Jassar por tecnicismos, como los tuyos. La profesora Jassar, que era una mujer de carácter bastante especial, se ofendió por los tecnicismos de tu madre, hasta que en una clase, a fines de noviembre, tu madre le empezó a gritar a la profesora que no debería estar dando clases, para decirlo de una manera... digamos... amable... la profesora Jassar, que estaba en sus mejores días, se enfureció de tal manera con Valerie que le puedo haber pegado, sin la menor necesidad de magia. Lo hubiera hecho, pero justo en ese momento llegó Madame Pomfrey al salón en busca de sangre de vampiro.

-¿Quién es Madame Pomfrey? –preguntó Nina, que conocía lo suficiente a su madre como para saber que eso podía ser totalmente cierto, y no lo encontraba para nada sorprendente.

-Claro... no la conoces... llevas sólo una semana en el colegio... Poppy Pomfrey es nuestra enfermera.

-Ah...

-Bueno, -siguió Dumbledore- lo que debes saber de esta historia es que la convivencia de Valerie y Medea no fue de las mejores. Tu madre no dijo nunca más nada en clase al respecto de los errores de la profesora, pero Medea no le daba las calificaciones que merecía. Sólo te pido que te guardes los tecnicismos para ti misma, y no hagas enfurecer al profesor Snape.

-¿Eso es todo? –preguntó Nina, aliviada de haber zafado del castigo.

-¿No hay nada que desees saber?

-Sí. –dijo ella decidida- ¿qué hacía un hombre lobo en Hogwarts?

-No tienes que preocuparte por eso, ese hombre lobo hace muchos años que se fue de aquí. –le respondió Dumbledore, esquivando la verdadera respuesta- Ahora puedes irte a hacer lo que más desees.

-¿Cómo te fue? –fue lo primero que preguntó Agnes cuando la vio entrar al despacho.

-Bien. No nos van a castigar.

-¿Por qué nos castigarían? –preguntó Petra, mientras leía un libro junto a la ventana, y hacía raros movimientos con su varita.

-¿Por qué? Por esto.

-¿Esto?

-Sí Agnes. Esto. El despacho, las conversaciones, los...

-No nos castigaría por eso. Cálmate un poco ¿quieres? Zafaste.

-Hoy...

-Sí, pero no pasó nada. Puede ser que no sea así la próxima vez, así que mejor te controlas junto al señor Snape.

-Bueno, bueno. –dijo Agnes en tono tranquilizador- ahora, vayamos a lo que importa. Petra y yo terminamos de pasar todos los libros para la otra habitación. Mañana de mañana vamos a limpiar todo esto. Creo que lo que vamos a tener que hacer es empezar a buscar velas, para poder trabajar de noche.

-¿De noche?

-Sí Nina. –siguió Agnes- si no, no vamos a terminar nunca. Es una pena que no podamos dormir aquí, pero estoy segura de que algún día podremos...

La siguiente semana pasó muy tranquila para las tres niñas. No descubrieron muchos pasadizos, sólo uno que permitía llegar al lago sin tener que pasar por el vestíbulo donde habían esperado para la selección. Para llegar a una especie de mirador que daba al lago había que ir hasta el cuadro de una bruja joven vestida de azul en la torre norte, y a partir de allí dar treinta pasos en dirección sur. Allí, había correr el tapiz a la derecha, y por allí, después de bajar unas enormes y largas escaleras se llegaba al mirador en cuestión. Petra había descubierto que el cuadro de la bruja vestida de azul era el mismo que tapaba la salida del tobogán de la torre astronomía.

En cuanto a Snape, actuó en sus clases como si Nina no existiera. De hecho las clases se tornaban aburridas, porque lo único que hacía en toda la clase era pasar lista y colocar la tarea del día en la pizarra, y por su puesto, enviarles mucha tarea.

-Hay algo que creo que tenemos que hacer –dijo Petra la mañana del Sábado cuando entraron al despacho- tenemos que hacerle una contraseña al despacho.

-¿Una contraseña?

-Sí... para que nadie entre. Nadie aparte de nosotras. Lo mejor sería encantar a la puerta para que nos reconozca, pero eso ya es demasiado avanzado. Pero lo que tenemos que hacer primero es inventar la contraseña.

-Perdona... –le dijo Nina- pero, ¿cómo sabes hacer eso de poner contraseñas?

-Sí, -dijo Agnes- eso tampoco está en el libro de hechizos.

-Todas tenemos nuestros secretos. –dijo Petra con su sonrisa pícara en el rostro- ¿Alguna sugerencia en cuanto a la contraseña?

Las tres salieron con contraseñas de lo más ridículas, pero ninguna del todo buena. Al final, concluyeron que lo mejor sería seguir con la limpieza, y ya se les ocurriría algo.

Para el domingo a la tarde ya habían barrido y ordenado todos los muebles del despacho. También habían colocado algunas velas en unos candelabros que habían encontrado en un depósito en desuso cerca de las mazmorras. Las velas, según Agnes que fue quien las encontró, habían salido de ese mismo depósito, aunque a diferencia de los candelabros, que necesitaron unas buenas manos de pulidor antes de poder ser expuestos, estaban de lo más limpias. En tan buen estado, que Petra y Nina hubieran jurado que eran nuevas.

Los productos de limpieza los sacaron de un armario que estaba al lado del de Filch, el lunes de mañana, antes de ir a desayunar.

Entre las tres arreglaron todos los muebles del despacho, así como las aberturas de las ventanas, aplicando un hechizo que estaba en el penúltimo capítulo del libro.

-Reparo. –dijo Petra apuntándole al último mueble que quedaba por reparar en el despacho: una butaca negra con el tapizado raído, y una de las patas quebradas- Estos hechizos no son muy fuertes, no creo que resistan por mucho tiempo. Lo ideal sería que las arregláramos de forma normal.

-¿Normal? –preguntó Nina, sentándose en una silla que ella misma acababa de reparar- ¿A qué te refieres con normal?

-Sí, normal. Sin magia. –le aclaró Petra.

-Bueno, -dijo Agnes, que se estaba sacando el polvo de sus pantalones- lo que tendremos que hacer ahora es traer estos libros y guardarlos en las bibliotecas, y después... después podremos decir que hemos terminado aquí.

-¡Por fin! –exclamó Nina con una sonrisa- quiero descansar...

Las tres empezaron a traer los libros de a poco. Los pusieron en las estanterías, sin ningún orden particular. Nina leía los títulos de los libros mientras los guardaba.

-Abeo. –leyó ella en la tapa del último libro que quedaba por guarda- Que nombre tan raro. Me pregunto de que será.

-No abras ese libro. –le dijo Agnes mirándola con una expresión sombría, muy rara en ella.

-¿Por qué?

-Ese libro mata al que lo lee, o hace que te suicides. Sólo magos expertos del ministerio han podido leer los contenidos y continuar con vida. Y no son nada agradables.

Nina miró la tapa del libro. Estaba vieja, pero parecía inofensiva.

-¿Por qué tendría alguien un libro como ese en el colegio? –preguntó Nina, mientras guardaba el libro.

-Gente rara. –dijo Agnes todavía con la mirada algo oscurecida.

-¿Cómo sabes lo del libro? –le preguntó Petra, que había sacado un grueso libro de hechizos de su mochila.

Agnes no dijo nada. Miraba al piso con la expresión perdida. No quería decir lo que sabía, y menos porque lo sabía. Pero ellas habían resultado ser sus amigas, sus primeras amigas, y, después de todo, algún día se lo tendría que contar. Respiró hondo, y soltó su historia

-Mi padre trabajaba en el ministerio. –dijo ella con la voz entrecortada- era un inefable.

-Después te explico –le dijo Nina a Petra, que no sabía de esas cosas.

-Hacía unos años que trabajaba en el ministerio cuando perdió el trabajo. Entró justo después de la caída del innombrable. Le iba muy bien, o algo así. Vivíamos en Londres. Yo pensaba que éramos felices. Una estupidez. Con el tiempo me he dado cuenta de que mis padres no eran felices. Mi padre amaba a mi madre, todavía la ama. Pero ella no... ella nunca lo amó. Ni hizo el esfuerzo. La obligaron a casarse con él. La familia de mi madre, una familia de magos en decadencia estaba desesperada por casar a sus hijas lo más pronto posible. Mi padre siempre había mostrado interés en ella, y mis abuelos estuvieron más que felices de sacársela de encima. Mi madre la pasaba muy mal, y mi padre al no ser correspondido, también. Luego nací yo. No recuerdo la cara de mi madre. No he visto ninguna foto de ella. Mi padre las quemó cuando ella se fue... pero... pero eso no importa. Cuando mi madre se fue, mi padre comenzó a beber. En un año perdió su empleo, y bebió aún más. Yo lo quiero mucho... mucho... aunque me haya golpeado en sus momentos de borrachera, aunque yo haya sido la encargada de hacer todo funcionar. De cocinar, de limpiar, de la ropa... de todo. Cuando mi padre estaba sobrio, me contaba cosas de su trabajo, cosas del ministerio. Cosas que no se supone que yo debo saber. Mi padre tiene un libro como ese en casa. Sé muy bien lo que dice, pero no quiero hablar de ello.

Agnes acurrucó en su silla, y comenzó a llorar. Petra estaba pálida, y la miraba con los ojos como platos. Nina se acercó a Agnes y la abrazó.

-Lo siento... –le dijo entre sollozos- no tenía ni idea...

-No... te... preocupes... ya me acostumbré. Ya sé que ella no va a venir. Ya lo sé. Lo único que me dejó fue este moño. –dijo ella señalando el moño verde y plateado que tenía en su trenza- es de mi familia. Todas las de mi familia, la de mi madre, hemos usado este moño. Mi hija lo usará, y mi nieta lo usará.

-Es... es muy bonito. –dijo Nina, que seguía abrazando a Agnes- vamos a comer.

Las tres salieron de la pieza, y fueron a las cocinas a buscar algo de comer. No querían ir al bullicioso gran salón. Después de ese día, no se volvió a mencionar el tema, hasta una fría mañana de fines de octubre.

-¡Halloween! –dijo Petra cuando llegó al tapete que comunicaba con el despacho- ¡Hoy es Noche de Brujas!

-Cálmate. –le dijo Nina por detrás- o nos descubrirán.

-¡Pero hoy es Halloween! –dijo Agnes que acababa de llegar.

-Celo. -dijo Nina y abrió el tapete, mientras soltaba un leve bufido- ustedes nunca cambian.

Celo había sido la contraseña que habían elegido, que significa mantener un secreto en latín.

-Vamos, señorita Diwan. –le dijo Petra, imitando a la profesora McGonagall que perdía la paciencia con Nina en clase cuando ella comenzaba a decirle a los demás lo que estaban haciendo mal- sé que es muy buena, pero será mejor que tenga un poco de paciencia con sus compañeras.

-¡Ya basta! –le dijo Nina, tratando de sonar molesta, aunque le costaba mucho mantenerse seria frente a tal actuación. Pero se contuvo. Sabía lo que venía luego. Petra y Agnes llevaban un mes haciendo ese repertorio.

-Señorita Diwan. Usted debería saber que esa no es manera de hablarle a un profesor. Sus conocimientos en pociones no le dan la autoridad para andar dando muestras de ellos por el colegio. Acompáñeme. –Agnes hablaba con la misma voz desagradable que usaba Snape con sus alumnos, menos con Nina y Petra, ya que a Nina había dejado de hablarle desde el incidente en el despacho. Entonces su voz cambió, y se puso amable, hasta un poco melosa- Buenos días Petra, ¿cómo estás?

Nina no pudo contenerse ni un segundo más y se descostilló de la risa. Mientras se reía, su rostro se iba poniendo cada vez más rojo, e iba caminando hacia atrás, hasta que chocó contra la estantería, y algunos libros cayeron sobre su cabeza.

-¡Señorita Diwan! –dijeron Petra y Agnes al unísono.

Ellas estaban seguras de que Nina estaba bien, y decidieron seguir con el juego.

-Señorita Diwan. ¿Se en encuentra usted bien? –le dijo Petra ayudándola a levantarse.

-¿Qué importa? Profesora McGonagall, déjeme recordarle que la señorita Diwan ha mostrado una conducta un tanto cuestionable, y no merece la más mínima atención. Por otro lado, espero que no se haya dañado ningún libro, porque sino, ella misma tendrá que repararlos sin magia. Y veinticinco puntos menos para Ravenclaw.

-Ya es suficiente. –dijo Petra mientras guardaba los libros que se acaban de caer- ven, ayúdanos. Después podemos bajar a las cocinas y hace nuestra propia fiesta de Halloween aquí.

-No creo que sea buena idea... –dijo Nina, mientras ponía ella también libros en los estantes.

-Siempre la misma. Pero esta vez estoy de acuerdo. Me enteré que la decoración del gran salón es estupenda, ya que los mayores tienen baile, y yo no me lo quiero perder. Es una pena que no podamos ir nosotras también.

-Gracias Agnes. Es bueno contar con tu colaboración de vez en cuando.

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir, mi querida serpiente, que no siempre me apoyas. Por lo general estás del lado de la vándala.

-¡Oye! ¡Ella es peor que yo!

-Bueno, como quieran. Las dos son vándalas entonces.

-Mira quien habla. La señorita Nina odio a Snape Diwan. Déjame recordarte que no eres el ejemplo de la buena conducta. Cuando se trata de respeto, eres diez veces peor que nostras dos, juntas.

-No lo niego. Como tampoco niego las verdades de mi familia.

Ese comentario fue directamente a Agnes, aunque no fue la intención de Nina que saliera así. Ella había estado haciendo lo posible por controlar su carácter, pero a veces no le salía del todo bien.

-Lo... lo siento. –dijo Nina- no quise decirlo. En serio. No me controlo. Soy una estúpida.

-No te preocupes –le dijo Agnes tratando de sonar tranquila, pero con un tono raro en la voz, una mezcla de tristeza y risas a la vez- ya sabemos que eres estúpida, pero te queremos igual. La vándala y yo.

-¡Oye! –le gritó Petra, tirándole un almohadón a Agnes por la cabeza- eres peor que yo.

En un instante le erupción de Nina se había olvidado, y las tres estaban en una guerra de almohadones.

-¡Suficiente! –gritó Nina por encima de los gritos de las otras dos- tenemos que ir a almorzar.

Petra y Agnes dejaron su batalla por terminar, y salieron del despacho, tras Nina. En eso, oyeron unos pasos que se acercaban.

-¿Quién será? –dijo Nina en voz baja, no era conveniente que anduvieran por allí a esas horas.

Petra iba delante de las dos, y dio vuelta en la esquina de pasillo.

-Hola señor Snape –dijo ella fuerte y claro, como para que las otras dos tuvieran tiempo de esconderse. Los encuentros entre Nina y Snape fuera de clase eran aún peores.

-Buenos días Petra, ¿cómo estás?

-Bien, ¿y usted?

-Muy bien. ¿Y tus amigas?

-Eh... –Petra vaciló un momento, lo mejor era mandarlas lo más lejos de allí posible- están en la lechucería... Nina le mandó una carta a su madre.

'Estúpida, idiota' se dijo Petra a si misma 'no debes mencionar la madre de Nina'

-La señora Diwan, ¿eh? ¿Me puedes decir por qué?

-Creo que algo sobre el cumpleaños del abuelo de ella, pero no entendí muy bien. –Petra inventaba una mentira atrás de la otra, con la esperanza de que él se las creyera.

-Ya veo... ¿me acompañas al comedor?

-Sí, como no. Sabe, señor Snape, hace mucho tiempo que no conversamos. ¿Irá a Londres para las navidades?

-Aún no lo sé. Depende de muchas cosas. ¿Irás tu?

-Sí. Quiero ver a mis padres. Espero poder ir a visitar a Agnes, sé que ella vive en Londres, pero todavía no tengo del todo claro donde.

En eso, llegaron al gran salón. Petra se quedó mirando el lugar boquiabierta. Cerca del techo del lugar volaban murciélagos, que dejaban tras de si un rastro de estrellas naranjas. En lugar de las tradicionales velas flotantes, se habían puesto unas calabazas tan grandes como la propia Petra, con una vela en su interior. En lugar de los estandartes se habían colocado imágenes de relatos de Halloween, algunos que Petra logró reconocer como los mismos que contaban los muggles.

Snape dejó a Petra sola, mientras ella seguía mirando las distintas imágenes que adornaban el gran comedor.

-Hola –le dijo la voz de Nina en su oído- volvimos.

-¿Dónde se habían metido?

-En la lechucería –le respondió Agnes guiñándole un ojo.

-Pero sí estábamos allí. –dijo Nina.

-Claro. Si cierta niña no podía evitar reírse. Tuvimos que ir a otro lado.

-Muy graciosa... Cambiando de tema... sabes el cumpleaños de mi abuelo s es la próxima semana. ¿Cómo lo supiste?

-Es que soy una gran adivina. –le respondió Petra con su sonrisa traviesa, aunque un tanto sorprendido que alguna de sus mentiras hubiera resultado cierta.

-Buenos días clase –dijo la profesora Escott a su clase de primero de Slytherin el lunes por la mañana- Hoy estudiaremos un hechizo de ataque muy sencillo, del que hablamos la clase pasada. Quiero que se pongan en sus habituales parejas de trabajo, y practiquen el movimiento, sólo el movimiento, que yo ya paso por sus lugares a ver si lo hacen bien.

Agnes empuñó rápidamente su varita, y se puso con Cecil Daniels, un chico que era, por consenso general, muy extraño, por lo que siempre quedaba sólo.

De repente, se oyó a alguien golpear la puerta.

-Adelante –dijo la profesora Escott mientras corregía a una de las parejas.

La puerta se abrió, y se pudo ver a Severus Snape.

-Buenos días profesor –dijo ella con una cálida sonrisa- ¿Qué desea?

-Buenas tardes profesora. El director desea verla. Me ha pedido que yo me ocupe de su clase.

-Si él lo ha pedido... –dijo ella todavía con su sonrisa en los labios- Severus, están practicando el movimiento del ataque Laedo Ledo. Por favor, sólo el movimiento.

La profesora Escott salió del salón, y el profesor Snape ocupó su lugar.

-Veamos... –dijo el profesor cuando llegó a dónde estaba Agnes- Whitelaw y Daniels. Por favor señorita Whitelaw, haga su movimiento.

Agnes movió su varita con un movimiento suave y definido. Eso hasta que le resultaba fácil. No había tenido una varita cuando era chica como Nina, pero le gustaba ojear los libros del callejón Diagon y el Knocturn –donde ella vivía- y luego practicar los hechizos con una vara.

-Muy bien señorita Whitelaw –dijo Snape- ¿le ha ayudado alguien?

-No, no profesor. –Dijo Agnes con una sonrisa-.

-Muy bien, merece cinco puntos por eso. Es su turno Daniels.

Daniels parecía muy seguro de sí mismo, agitó la varita, y le sonrió al profesor.

-Muy bien Daniels, -dijo el profesor- cinco puntos para usted también. Estoy seguro que su hermana se ha molestado bastante en enseñarle algo.

Agnes se quedó mirando a Daniels, pero no dijo nada. No sabía que tuviera hermanas, de hecho, nunca había escuchado el nombre Daniels en ninguna reunión de familiar en esas que sólo hablan de los sangre puras. Pero se forzó a si misma a olvidar el asunto y mirar al profesor, ya que había escuchado su nombre.

-Whitelaw y el señor Daniels –decía el profesor- han sido los únicos capaces de realizar el movimiento perfectamente. Pasen adelante y muestren a la clase.

Agnes sentía como la cara le hervía, y pasó al frente tambaleándose un poco. Con la mano sosteniendo firmemente a la varita, hizo el movimiento, y la bajó. A cada instante sentía a su cara más caliente, y sabía que estaba más roja que un tomate.

-Muy bien, ahora quiero que traten decir el encantamiento. A ver, Laedo Ledo.

-Laedo Ledo. –dijo toda la clase al unísono.

En eso, sonó la campana para la salida, y Agnes se apresuró a su lugar para guardar sus cosas.

-Señorita Whitelaw –dijo Snape- ¿podría quedarse un momento?

-Como usted desee profesor.

El profesor esperó a que toda la clase saliera, y cerró la puerta del salón.

-Dígame, señorita Whitelaw, -dijo él- ¿cómo le cae la señorita Duckworth?

-¿Petra? –se asombró Agnes. Ella pensaba que le iría a mencionar a Nina, y estaba preparando una defensa digna de admiración- Bueno, a mí me cae muy bien. Es muy buena con Nina y conmigo.

-Y... ¿no le molesta que sea...

-¿sangre sucia? –completó Agnes- no para nada. Estoy segura que usted habrá revisado el expediente de mi familia, ¿no es así? Pero el hecho de que estemos todos en Slytherin no quiere decir que seamos todos iguales. ¿Le contesté su pregunta?

-Sí. Pero ella me preocupa...

-No se preocupe, estoy segura de que nada le sucederá, al menos no por ahora. Y ella ni se le ha ocurrido lo que le ha pasado a usted por la mente.

-Señorita Whitelaw, ¿cómo...?

-Oclumancia. –le respondió ella con una sonrisa, y salió del salón.

Agnes todavía tenía la sonrisa estampada en el rostro cuando llegó al comedor. Pensó decirle a las chicas lo que pensaba Snape, pero al final no dijo nada. No quería que ellas supieran que podía 'leerles' la mente, y además, si la idea de Snape resultaba ser cierta, ya se enterarían.

Se sentó en su habitual lugar, de donde podía ver claramente la mesa de Ravenclaw. Desde su lugar, vio gesticular a Nina.

-¿Dónde estabas? –leyó en sus labios.

-Le tuve que preguntar algo a Snape. –mintió ella. Si le contaba realmente lo que había sido el motivo por el cual se había quedado con el profesor tendría que contarles lo que hacía un minuto había decidido callar.

Esa misma tarde, cuando las tres iban al despacho sucedió algo totalmente inesperado. Cuando estaban ya cerca del salón de transformaciones, Nina encontró con un libro, con la tapa de cuero marrón, tirado en el piso.

-Mira, ¿quién dejaría un libro de éstos tirado por aquí? –dijo Agnes mirando también el libro.

Cuando Nina lo tuvo entre sus manos, el libro se abrió solo y de una de sus páginas salió un líquido negro que las dejó bañadas a las tres.

-¿Qué es esto? –chilló Agnes.

-¡No te muevas mucho! –le ordenó- y no abras los ojos. Quizás tengamos tiempo de llegar a la enfermería antes de que endurezca. ¿Algún consejo de pasadizo?

-No se me ocurre nada.

-Podemos usar el que va por debajo de la escalera del segundo piso, el que pasa justo al lado de la oficina de Filch, -sugirió Agnes- sólo espero que no nos vea manchando su precioso piso.

-¡Y que no nos huela!

-Vamos. –dijo Nina.

Las tres caminaron muy despacio a la enfermería. Como no podían ver hacia donde iban, tanteaban las paredes para saber donde estaban. Tras un largo rato, llegaron a lo que aparentaba ser la enfermería, sólo tenían que confiar en su sentido de la orientación. Oyeron que la puerta que tenían delante se abrió.

-¿Qué significa esto? –era la voz de una mujer.

-Eh... nos han echado algo raro encima –dijo Agnes sin saber muy bien de que se trataba esa sustancia negra.

-Pasen, rápido.

Las tres niñas entraron al lugar, y la mujer dirigió a cada una a una cama.

-No se muevan que ya las ayudo.

La mujer colocó un poco de una especie de crema en el rostro de las tres niñas. Luego les indicó que pasaran de a una al baño, que ella les pondría esa cosa en todo el cuerpo.

-¿Están mejor? –les dijo la mujer.

-Sí. –respondieron las tres al unísono.

-Bueno, será mejor que se queden aquí hasta la hora de la cena, y no quiero que les salga un feo sarpullido. Si me disculpan, tengo que seguir con mis quehaceres.

-Esto debe ser la enfermería. -dijo Nina sentándose en su cama y mirando alrededor.

-¿Qué era eso que teníamos encima?

-Parecía Lentesco, pero no creo que alguien sea tan estúpido para hacerla así... igual, sé que no dejaron ese libro allí a propósito. Ese libro es mío, hacía más de una semana que lo andaba buscando.

-Entonces tiene que haber sido alguien de Ravenclaw. –dijo Agnes, agradecida que no hubiera sido alguien de su propia casa- eso reduce considerablemente nuestra lista de sospechosos.

-Puede ser... –dijo Petra pensativa- pero te olvidas que cierta niña anda con sus libros por todo el colegio.

-¡No todos! –exclamó Nina indignada- sólo algunos. Además, nunca andaría con este libro por ahí. –dijo ella con el libro en la mano- especialmente este libro. Ni siquiera lo bajo a la sala común. Bueno... lo bajé la última vez que lo vi, pero me quedé dormida haciendo las tareas y no me di cuenta que faltaba hasta el medio día.

-¡Confirmado! –dijo Agnes contenta- Es un alumno de Ravenclaw, y más probablemente, un varón, ya que si alguna niña quisiera sacarte un libro, lo podría hacer directamente del dormitorio de ustedes.

-Eso lo único que nos deja es la posibilidad de realizar una muy detallada investigación al respecto –dijo Petra que a la vez esperaba poder tener la posibilidad de quebrar las normas.

-Pero tienen que prometerme que quien haya sido recibirá la venganza que se merece. Le enseñaré lo que es un lentesco bien hecho.

Agnes y Petra se miraron asombradas. Nina por lo general les seguía la corriente en eso de encontrar pasadizos, y de hecho, era la que les frenaba el carro, pero nunca esperaron que propusiera romper las reglas por iniciativa propia.

-Nina, ¿te sientes bien?

-Creo que algo de esa cosa le llegó al cerebro. –dijo Agnes con cara de preocupación- creo que mejor llamemos a Madame Pomfrey para que la revise.

-¡No me llegó nada al cerebro! –dijo Nina indignada.

-Bueno, parece. Ni Agnes ni yo, con nuestras mentes maquiavélicas tenemos pensado hacerle daño a nadie. Pero tú, tan seguidora de las normas, fuiste la primera en hablar sobre el asunto.

-Como digan. Y si no me quieren ayudar, ni se molesten, yo puedo sola, sólo que no le digan a nadie.

-¿Qué quieres decir con eso de que no te queremos ayudar? Lo dices como si Petra y yo fuéramos santitas.

-Si no lo recuerdas. También a nosotros nos tiraron con eso.

-¡No aguanto más! –salió gritando Nina de la última clase de Defensa Contra las Artes Oscura de esa semana- ¡sí tengo que tener otra clase de estas con Snape te juro que dejo Hogwarts!

La profesora Escott no había vuelto a aparecer en escena desde que Severus Snape la había ido a buscar ese lunes cuando estaba con la clase de Agnes, y él profesor de pociones estaba dando clases de sustituto, además de las acostumbradas clases de pociones. La gran mayoría de los alumnos se horrorizaron al ver a su profesor de pociones en el salón de DCAO, pero ninguno tanto como Nina, quien, como no tardó de darse cuenta Snape, era un desastre total en el área de la defensa.

El profesor, por su puesto, había hecho cuestión de dejarla en ridículo, y la estaba volviendo loca a Nina. Petra por su parte, que había resultado ser excelente en todo lo que involucrara una varita, no podía hacer más que aguantarse la risa ante los ataques de locura de su amiga.

-Cálmate –le decía Petra tratando de permanecer seria, pero la verdad es que le costaba mucho- creo que Riach dice que vuelve la semana que viene.

-¡Eso espero! O me voy a volver loca.

Nina caminaba a zancadas por el pasillo del despacho secreto gritando insultos a Snape, sólo porque sabía que él estaba en clase de pociones con los de sexto, o eso decía Petra. Cuando llegó el despacho, dejó pasar a Petra, y cerró la puerta de un golpe.

-¡Cómo estamos hoy! –fue lo único que pudo decir Agnes, que ya sabía que sólo el profesor de pociones era capaz de hacer que ella perdiera la cabeza de esa forma, y no había caso en tratar de calmarla.

-No me hablen, no me hablen. –decía Nina desde su sillón favorito- o la próxima que lo haga termina probando el arma de la venganza.

Agnes y Petra se miraron. Era divertido ver a Nina enojada, porque siempre era capaz de hacer algo insensato, pero sabían que no convenía reírse, porque ella era capaz de hablar muy enserio.

-He revisado la lista de los posibles sospechosos. –dijo Agnes- y he llegado a la conclusión que los de cuarto, o mayores no pueden haber sido, por que no nos conocen, y tienen mejores cosas que hacer que andar mojándonos con pociones lenteja.

-Lentesco, no lenteja. –corrigió Nina, que seguía molesta.

-Sí, sí, lo que tu digas. –dijo Agnes sin darle mucha importancia. Después de todo, ella lo estaba diciendo a propósito así- Como iba diciendo, los de cuarto y superiores no pueden haber sido, ya que ellos, además, sabrían preparar mejor la poción.

-Después, pensamos los motivos del crimen. –Petra había tomado el mismo papel que interpretaba Agnes, como detective- Creo que por común acuerdo que es por los sucesos ocurridos después de Billio versus Lovelace. Por lo que, según mi averiguaciones, sólo los alumnos de primero sufrimos un cambio notable en las clases. Los demás, según nuestra encuesta, lo notaron un poco más exigente y mal humorado, pero nada que no pudiera esperarse.

-Lo que reduce nuestra lista a cinco sospechosos.

-¡Muy bien señorita Diwan! Creo que ha empezado a recuperar su habitual nivel de raciocinio, sólo es una lástima que no lo pueda aplicar para hacer un simple escudo.

-Cállate Snape. –le gritó Nina a Agnes- y para su información, las transformaciones se me dan muy bien.

-Ya sabemos Nina, y que la profesora McGonagall siempre habla de tu abuela y de...

-No necesitamos esa información, gracias oficial Duckworth.

-De nada, detective Whitelaw. Bueno. Los sospechosos que tenemos son: Riach, Smith, Pitcher, North y Lane.

-Creo que a North y a Lane los podemos descartar. Los dos se llevan muy bien conmigo. Además, nos conocemos desde chicos.

-Dime Nina, ¿existe a alguien en este castillo que no conozcas, por un motivo o por el otro?

-No lo creo.

-Entonces son tres. Riach siempre está enojado con Nina por algo, Smith es el mejor amigo de Riach, así que entra en el juego, pero Pitcher... no sé... no creo que sea capaz de hacerle daño a una mosca.

-¡Agnes! ¿No tenemos delante de nosotros al perfecto ejemplo de que las apariencias engañan?

-Sí... supongo.

-Además, ya sabemos que Pitcher no te cae bien, y como a nosotras no nos va ni nos viene, si quieres te ayudamos a hacer una travesura especial sólo para él.

A las tres niñas les llevó algo más de una semana tener todas las pociones prontas. A Smith y a Riach se les dio un baño de lentesco en la mitad del almuerzo, claro está con la cómplice ayuda de los elfos de las cocinas, que después de mucha charla, accedieron a colocar la poción en las copas de éstos.

En el caso de Pitcher dio un poco más de trabajo. La poción elegida había sido una especie de infusión de hierbas que lo tenía que dejar morado con manchas verdes. Sin embargo, los elfos por error lo habían puesto en la comida de todos los chicos del colegio.

-Señorita Duckworth, -dijo Snape en la siguiente clase de Pociones- quiero hablar con usted después de clase.

Las tres niñas se miraron. ¿Qué querría Snape? Asumieron de entrada que no tendría que ver con lo da la infusión, ya que si Snape hubiera querido regañar a alguien, hubiera elegido a Nina, y no a su adorada Petra.

-Espero que no te pase nada. –le susurró Nina antes de salir del salón acompañada de Agnes.

-¿Qué desea señor Snape? –le preguntó Petra cuando toda la clase ya se había ido.

-Dime, dime Petra. Por favor, dime que no es cierto. Dime que no fueron ustedes.

El profesor la miraba directamente a los ojos. Esos ojos negros, lo miraban tratando de aparentar calma. Pero el profesor trató de mirar más allá, y vio que ella sabía muy bien que se refería al estampado que llevaban los varones del colegio.

-No sé de que me habla.

-Petra, yo sé que lo sabes. Así que, no te hagas la inocente. Pero quiero oírlo por mi mismo. Yo no las castigaré, ni siquiera a Diwan, por más que lo quiera. Así que, ¿por qué?

-¿Por qué no?

-Y yo que creía que Diwan era sensata.

-Lo es. Pero fue su idea.

Snape se quedó mirándola, totalmente inexpresivo. Petra se preguntaba que le pasaba. No era normal que él adoptara ese tipo de conducta.

-Puedes irte. Ya te lo he dicho, no te castigaré. Y dile a Diwan que no se preocupe, la profesora Escott regresó esta mañana.

Petra salió atónita del salón, y fue sin más hasta la clase de encantamientos.

-¿Qué sucedió? –fue lo primero que dijo Agnes cuando las encontró en el despacho esa tardecita.

-Snape sabe. –le respondió simplemente Nina- pero no nos va a castigar. ¿Puedes creerlo? No me va a castigar.

-No te va a castigar, probablemente, porque también tendría que castigar a Petra.

-Detalles, detalles. –dijo Nina como restándole importancia al asunto- Entonces, ¿alguna pista sobre por qué la profesora Escott no vino por dos semanas?

-No, ninguna, pero dicen los rumores que algo tiene que ver El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado.

Los días, las semanas pasaron. Llegó el partido de Quidditch, entre Hufflepuff y Ravenclaw, que terminó 300 a 170, a favor de los últimos. Pero el tiempo siguió pasando, y llegaron las vacaciones de Navidad.

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Bueno, este capítulo se ha terminado, y es hora de contestar reviews, como lo prometí.

Eris Membrana: ¿No te cae bien Nina? Yo creo que ese aspecto obsesivo es una característica de mi personalidad, pero ya verás, puede resultar algo positivo –con el paso del tiempo. Yo, por mi parte, lo único que he logrado con esa obsesividad (esta palabra no existe) es perder un par de cabellos tratando de resolver las ecuaciones de matemática. Además eso de creerse mejor que el resto, también lo heredó de mí, aunque, yo, por su puesto, lo mantengo bien oculto.

Dama Narcala: Bueno, sí, es bastante obvio... pero no importa, si lo suelto ahora, no va tener gracia para los personajes, ¿o sí? Y si ya lo sabes, mejor para ti.

Marissa: Me alegra que te hagas tus suposiciones, sigue así. También me encanta que te guste el fic. ¡No se hace una idea de lo mucho que me gusta leer reviews!