Sin Rastro.

Por: Meiko Akiyama.

Capítulo 2: "Hermanas".

Las hermanas Higurashi eran bien conocidas en la Preparatoria Hikado. Por razones verdaderamente especiales.  Sus calificaciones estaban dentro del promedio ni tampoco gozaban de tanta popularidad entre los chicos. El que todo el mundo las conociera se debía más bien a algo más sencillo y fácil de descubrir: su apellido. Cuando los alumnos o maestros leían "Higurashi" junto al nombre de la joven, lo relacionaban en seguida con el comandante de la policía. Por si fuera poco, siempre había uno o dos coches policivos estacionados fuera del plantel; como para que nadie olvidara de quien eran hijas. Los profesores veteranos recordaban aquel escándalo ocurrido hacía diez años: Kotori Higurashi había sido secuestrada por una banda de delincuentes. Lamentablemente la operación de rescate había fracasado, obteniéndose desastrosos resultados: el asistente del comandante y su propia esposa, Kotori; habían resultado muertos. Las niñas debían contar en ese momento con siete años y apenas había nacido su hermanito, Sota, quien ni siquiera llegaba al año de edad. A partir de ese trágico suceso, todo cambió. Las hermanas, que eran mellizas, antes eran muy parecidas: dulces, alegres e hiperactivas; lo normal en unas niñas de siete años. Sin embargo, luego de perder a su madre ambas tomaron personalidades muy distintas.

Kagome Higurashi seguía siendo una jovencita muy amable, llevaba siempre una sonrisa pegada a los labios. Sin embargo, era temible cuando se le hacía enojar, puesto que tenía un carácter explosivo e impulsivo. No era una alumna con notas ejemplares, pero nunca había tenido mayores problemas con las materias. Le encantaba reunirse con sus amigas y salir a pasear por allí; ir de comprar, salir a bailar. Era, como ella se describía, "una adolescente promedio". Lo único que realmente le fastidiaba, era el exceso de vigilancia al que su padre le tenía sometida. Nunca perdía oportunidad para escaparse de los ojos de los policías y guardaespaldas que siempre andaban detrás de ella. Esto le valía muchas reprimendas de parte de su padre, quien siempre alegaba era por su seguridad. En éste punto era el único en que discutían y fuertemente. Por lo demás, Kagome adoraba a su padre y entre ellos siempre había existido un lazo muy especial.

Kykio Higurashi, en cambio, parecía el otro lado de la moneda. Desde la muerte de su madre se había convertido en una solitaria y callada. Nunca hablaba mucho ni tenía demasiados amigos. Con quien más tiempo compartía era con su hermana Kagome, la única persona a quien parecía demostrar afecto o cariño en toda la escuela. A los demás les trataba con una distante amabilidad que rayaba en la frialdad. Ella, a diferencia de su hermana, destacaba notablemente en los deportes. Y era quien presidía el club de arquería en el plantel. Las competencias de arquería la llevaron a recorrer casi todo Japón, adquiriendo muchísima cultura. Es por ello que, cuando encontrabas un tema de conversación, era un gusto escucharle. También adoraba a su padre, daría todo por él. Y a ella no le molesta en lo absoluto que la tenga vigilada. Ni siquiera pone resistencia. Además, ha desarrollado una gran desconfianza por los desconocidos.

-¡¡Kykio!!- era normal ver a Kagome corriendo por los pasillos, llamando a su hermana.

-¿Ocurre algo, Kagome?- preguntó un chico al verla detenerse en su salón.

-No es nada Hoyo, ¿no has visto a mi hermana?- la chica se escuchaba un tanto desesperada.

-Creo que la vi entrar al salón de música…-

-¡Gracias!- Kagome recorrió con rapidez los pasillos, esquivando a todo el que podía y disculpándose sin detenerse con quienes tropezaba.

El salón de música quedaba en el tercer piso. La señorita Midoriko, la maestra de música, no era conocida por ser ordenada. Había instrumentos musicales por doquier, además de montones y montones de papeles arrinconados en los estantes y algunos desparramados en el suelo. Pero caos no era tanto como para que Kagome no distinguiera la figura de su hermana, inclinada hacia uno de los estantes.

-Kykio…-

-Tus gritos se escuchaban desde fuera, no entiendo por qué ahora hablas bajito- obtuvo por toda respuesta. Era un tono de reproche, Kykio detestaba esas carreras de Kagome llamándola incesantemente.

-Perdón, pero es que era urgente- bajó la cabeza avergonzada.

-Déjame adivinar: saldrás con tus amigas y como sabes que no iré con ustedes aunque me supliques vienes a dejarme las llaves de casa. ¿Me equivoco?- al parecer encontró lo que buscaba, puesto que dobló un papel, lo guardó en el bolsillo y volteó a ver a su hermana.

-Pues… sí… ¿cómo?-

-Eres muy predecible hermanita- ella arqueó sus labios- ya encontré aquella pieza de música que pedí a la profesora Midoriko.

-Deberías salir más a menudo con nosotras, hermana-

-Lo intenté un par de veces ¿acaso lo olvidas? Pero no encajo en su mundo rosa de qué es lo último de moda, el guapísimo cantante o cuál fragancia me queda mejor- se encogió de hombros mientras recorría los pasillos junto a su hermana.

-Aún así, deberías salir más a menudo. Ya casi terminamos la preparatoria, cuando estemos en la universidad habrá mas responsabilidades y luego mirarás atrás, notando que nunca te divertiste en verdad y eso ¡sería horrible!- exclamó Kagome con voz chistosa.

-Está bien lo pensaré- Kykio alzó sus manos y estalló en risa.

-De acuerdo ¡Nos vemos hermana!- y en dos saltitos a los escalones Kagome se reunió con su grupo de amigas, dejando a Kykio sola nuevamente. La chica exhaló un suspiro. La soledad era mejor para ella, nadie podía entenderlo pero ella prefería la soledad.

-Aún no entiendo qué hacemos aquí…- suspiró el chico de cabellos cafés. Nadie hubiera sospechado que aquel trío conformado por dos jóvenes y una atractiva chica hubieran sido los responsables del robo más comentado en las noticias en los últimos años: el robo del Shikon No Tama.

Como siempre luego de una misión importante, tenían libertad por tiempo indefinido. La organización tan sólo les contactaba esporádicamente, para saber si no habían salido sin autorización. Por lo demás, eran libres de hacer lo que desearon. Por eso Miroku había insistido en que salieran a despejar su mente un rato.

-Vamos Yasha…- sonrió Miroku, enfatizando en llamar por su nombre de pila a su interlocutor. Cuando estaban en lugares públicos, insistía en que la llamaran así. Era especialmente cuidadoso con este aspecto ¿Qué pasaría si alguien escuchara el "Inu" antes de su nombre?. Tal vez sería desastroso… tal vez nadie le diera importancia, pero no iba a tomarse riesgos innecesarios.

-Sólo intentamos relajarnos un poco, es todo- inquirió Sango mientras se llevaba un trozo de dulce a la boca. Ella disfrutaba especialmente de estos "paseos".- además, Kirara estaba cansada de estar encerrada en ese feo camión y quedar bajo el cuidado de Rin ¿verdad linda?- ella miró a sus pies, en donde se encontraba una hermosa gatita color crema. Kirara había sido su mascota desde siempre y le quería como si fuera su hermana menor.

-De acuerdo, de acuerdo…- murmuró Inu-Yasha mientras contemplaba a la chica, quien tomaba en brazos al pequeño animalito y le alimentaba.

-Y no sé tú, Yasha, pero yo estoy enfocando mis ojos en este precioso panorama- comentó Miroku sonriendo con malicia, mientras contemplaba a un grupo de jóvenes estudiantes que hablaba animadamente unas mesas más adelante.

-Ay Miroku, tú jamás cambiarás- el joven lanzó una mirada de fastidio mientras tomaba un cigarrillo. Había adquirido la costumbre de fumar en lugares públicos. Jamás lo hacía durante una misión ni los días anteriores; pero cuando terminaba, siempre fumaba alguno, para él era una experiencia liberadora, como si sus tensiones se disolvieran con el humo. No era "tan" grave hábito, después de todo, había crecido viendo a Yakken fumarse dos cajetas diarias.

Luego de varios intentos fallidos de Miroku por seducir a las estudiantes, el trío decidió abandonar aquella cafetería.

-Debiste prestarme a Kirara- concluyó Miroku, mirando a la gatita de reojo.

-¿Para qué?- inquirió su dueña, recelosa- ¿para utilizar a mi mascota como método de conquista? ¡Ni en tus sueños Miroku!

Así empezó una pequeña batalla entre ambos. Era en esos momentos cuando se revelaba su condición de jóvenes e inmaduros adolescentes. ¡Quién imaginaría su vida! Sango fue invitada a unirse junto con su hermano menor, Kohaku, a la organización. Todo porque su padre había trabajado antes con los "Inu" y había dejado muy buenas referencias. Él vivía ahora en la isla de Hokkaido, retirado del trabajo de manera indefinida. Y no tenía que preocuparse, Sango le suplía muy bien.

En cuanto a Miroku, el padre de Inu-Yasha y Sesshômaru había descubierto sus habilidades desde muy pequeño. Un día el señor se encontraba recorriendo el mercado público y descubrió con asombro que alguien había robado su billetera. Nadie en su sano juicio hubiera intentado siquiera acercársele. Entonces descubrió a un pequeño niño, quien había optado por esconderse en una pequeña esquina. "¡Qué estúpido!" pensó entonces el experto ladrón, cuando se acercó para darle al niño su merecida reprimenda, notó que no había huido tan lejos porque se encontraba en tan mal estado que apenas y podía mantenerse en pie. Le arrebató con fiereza su billetera, provocando que el pequeño cayera de bruces al suelo. Algo se removió dentro de su estómago. ¿Lástima?

-Fuiste muy ágil al tomar mi billetera sin que lo notara. No cualquiera hace eso, tienes el don chico…- habían sido sus palabras. Desde entonces, Miroku había sido parte de los Inu. Nunca nadie le escuchó hablar de su vida antes de eso, o de sus padres. En ese aspecto, Miroku era todo un misterio.

-¡¡Kirara!!- de tanto batallar por la gatita, ésta se había subido hasta un muro y de nada valían las llamadas incesantes de Sango. Y cuando finalmente parecía que iba a obedecerla, dio media vuelta y saltó del otro lado.

-¡Es tu culpa!- culpó enseguida la chica a Miroku.

-¿Yo?-

-¡¿Qué esperas!? ¡Ve por ella!- exigió casi al instante.

-¿Yo?-

-¡Intenta hacerte el desentendido y verás!- la chica estaba a punto de atinarle un buen golpe cuando su "líder" apareció. Sango miró al recién llegado suplicante, tocando justo en su único punto débil. El joven detestaba ver a una mujer a punto de llorar- Oh… Inu-Yasha ¿puedes traer de vuelta a Kirara?

El joven accedió silenciosamente, mientras daba un ágil salto y caía del lado contrario del muro. Suspiró al ver a su alrededor. Aquellas extensas instalaciones parecían pertenecer a un colegio. Lucían enormes ¿dónde podría estar Kirara? Miró a su alrededor, por lo menos no parecía estar en el patio. Vislumbró una puerta entreabierta frente a él y optó por buscar allí. La gran puerta de metal hizo un gran chillido cuando la abrió de par en par. Era una especie de gimnasio, al parecer se encontraba vacío. Al lanzar un leve murmullo, el eco resonó en todo el lugar. Le gustaban los sitios tranquilos, en donde al parecer su alma era la única que vagaba libre. Cuando era pequeño, solía salir a dar largos paseos al campo. Tan sólo sentir su presencia sobre el pasto, y el inmenso cielo sobre él. Siempre le gustó la soledad, puesto que jamás pudo hacer amigos en su infancia, y aprendió a vivir con ella, a que ella fuera su mejor amiga.

-¿Quién es usted?- una voz femenina le habló. La frialdad de aquella voz resonó con firmeza en todo el sitio. Él se volteó, un tanto sorprendido que hubiera alguien allí. Normalmente notaba cuando no estaba solo.

Una chica le miraba de manera muy amenazante. Y le apuntaba decidida un arco, justo a su pecho. En sus ojos había demasiada desconfianza y quizás hasta algo de temor. Casi le dio ganas de reírse ¿de verdad creía que lo amenazaría con un arco y una flecha que ni siquiera era real? ¿A él? si tuviera idea de con quién estaba tratando. ¡Pobre niña ingenua! Tenía ganas de tomar con agilidad su "arma" y destrozársela frente a sus propios ojos; moriría por ver su cara de asombro y desconcierto. Sin embargo, algo en los ojos de esa chica le detuvo. Había algo, una chispa… ¿chispa? No sabía cómo describirlo. Su tez blanca, y sus facciones eran muy finas, como plasmadas delicadamente sobre porcelana. Sus cabellos eran largos y oscuros, amarrados a una cinta blanca.

-¿Quién eres tú?- repitió ella una vez más. Esta vez mostró el arco, como haciéndole saber que ella tenía con qué defenderse, a diferencia de él. ¡Pobre ilusa! Pero una pequeñísima presencia crema le sacó de sus pensamientos. Era Kirara, tendida a sus pies. Llamó al animalito a su espalda, quien enseguida acudió. Entonces, miró con detenimiento a aquella chica por última vez. Y así, sin pronunciar palabra, se volteó, cruzó la puerta de metal del gimnasio y desapareció de su vista.

-¿Qué?- Kykio permaneció así inmóvil, contemplando al desconocido alejarse de su presencia. Ni siquiera había quitado su arco en posición de ataque. Luego, con suavidad, bajó sus manos y dejó caer el arco y la flecha, las cuales resbalaron irremediablemente de sus manos. ¿Quién rayos era ese joven? Sus ojos castañas no le quitaron la vista de encima en ningún momento. Ni tampoco había vislumbrado temor en su mirada, a pesar que estuvo apuntándole con la punta de la flecha directo a su corazón. Era como si jamás hubiera temido que ella disparara.

Cuando salió de su estado de éxtasis corrió hacia la puerta. Pero era inútil, él ya se había ido. Salió hacia el patio, pero tampoco pudo encontrarle. Desapareció completamente sin dejar rastro. Kykio nunca se había sentido intrigada hacia ninguna persona en particular, sin embargo, esta vez había sido distinto. ¿Quién era ese joven? ¿Qué hacía en la escuela a esas horas? Prácticamente todos se habían ido de las instalaciones y quienes quedaban eran exclusivamente estudiantes y maestros para las últimas clases extracurriculares. Y a ese joven jamás le había visto en la escuela. Ni siquiera llevaba uniforme. Además, por muy antisocial que fuera, ella estaba segura que ese chico jamás había pisado el terreno escolar antes.

-¿Por qué te tardaste tanto?- inquirió Miroku cuando vio saltar a su compañero del muro blanco.

-Pues no deberías reprenderme por hacer una tarea que te correspondía a ti en primer lugar…- suspiró con tranquilidad Inu-Yasha, tratando de no enojarse. Depositó a Kirara en brazos de su dueña y empezó a caminar sin rumbo fijo por la vereda.

-Espera- le llamó Sango, antes que él pudiera empezar a pensar en cierta chica- cuando no estabas recibimos una llamada de Yakken. Al parecer Sesshômaru quiere vernos, creo que ya nos darán nuestra paga por el trabajo-

-Y sabes que a tu hermano no le gusta que lleguen tarde- luego de escuchar la advertencia de su compañero, el trío enfiló el coche hacia su destino.

Efectivamente, a Sesshômaru le irritaban infinidad de cosas, una de ellas era la impuntualidad. De modo que los tres chicos tuvieron que tragarse una fría y reprobadora mirada apenas cruzaron el umbral de la puerta. Yakken, sentado junto a Sesshômaru, les miraba casi de igual manera. Era inútil intentar disculparse, sería peor. De modo que sólo pudieron tomar sus asientos silenciosamente.

Había tres maletas cafés sobre el escritorio. Sesshômaru miró a cada uno fijamente. En especial a su hermano menor. A pesar de su carácter, que siempre tuvieran ideas encontradas y que jamás hubieran podido llevarse del todo bien; le había asignado el privilegiado puesto de jefe del equipo alpha. Por muchos años, habían desfilado por el equipo alpha todas las "leyendas" de la organización. Era el equipo de las grandes misiones, quienes más eficientes eran y, por ende, quienes más dinero obtenían. Era gracias a ello que el padre de Sango vivía de manera holgada, o que Miroku podía regalar a sus "amigas" joyas y cenas en costosos restaurantes. E Inu-Yasha… bueno, en realidad no estaba muy seguro en cómo utilizaba su hermano sus ganancias. Tampoco se había molestado en averiguarlo.

-Es su paga- se limitó a decir. Él siempre había sido un hombre de pocas palabras. Mientras menos palabras fueran necesarias, tanto mejor. No era muy bueno en largas conversaciones. Hubo otro incómodo silencio mientras los tres jóvenes observaban detenidamente su propio maletín. El primero en tomarlo despreocupadamente fue Miroku, quien sonrió a Sesshômaru.

-Bien, que nos divertiremos mucho esta noche- rió el chico mientras se ponía en pie. Sango también tomó tímidamente su maletín café sin pronunciar palabra.

-¿No piensas tomar tu paga hermanito?- inquirió con malicia Sesshômaru, al ver que su hermano menor no se decidía a tomar el maletín frente a él- ¿acaso crees que no te pagué lo acordado?

-Claro que no…- murmuró de mala gana y tomando el maletín despareció detrás de la puerta. Sesshômaru permaneció largo rato contemplando la puerta, muy pensativo. Yakken le miraba algo nervioso, el silencio en aquella habitación era aterrador. Sobre todo, porque no podía saber qué pasaba por la mente de su Señor Sesshômaru. Él siempre mantenía esa mirada fría e indecente ante todo, a pesar que estuviera a punto de ocurrir una tragedia o que recibiera una noticia tan sorprendente y a la vez aterradora. Justo como había ocurrido horas antes. Habían recibido una nota de un viejo conocido. Yakken casi se queda sin palabras al leer a nota. Sin embargo, Sesshômaru había permanecido impasible.

-Pensé que usted le diría mi señor…- comentó Yakken nerviosamente.

Sesshômaru murmuró algo como "él aún no debe saberlo". Sin embargo, esta vez Yakken se sintió en necesidad de contradecirle.

-Pero mi señor, él tiene algo de derecho, después de todo el problema le incluye a él, indirectamente…- comentó con suavidad, pero tragó en seco al ver la mirada asesina que le clavó Sesshômaru- él desconoce la historia y creo que él debe saber cómo su padre…-

-Él desconoce de la existencia de mi hermano- le cortó Sesshômaru tajantemente- así como Inu-Yasha desconoce de tu existencia. Quizás sea mejor así, o de lo contrario el impulsivo de mi hermano es capaz de cometer alguna de sus estupideces.

-Entiendo, es muy considerado de su parte pensar en la seguridad de su hermano menor…-

-¡No seas estúpido, Yakken!- Sesshômaru casi estalla de risa ante esas palabras- ¡Por supuesto que no es por la seguridad de mi hermano! Me tiene totalmente sin cuidado lo que le ocurra… si no me preocupé por él cuando era un adolescente, mucho menos me ocuparé de él ahora que está bastante crecidito.

-¿Entonces, Señor Sesshômaru?-

-Lo hago porque si Inu-Yasha llegara a enterarse, se lo tomaría demasiado personal e iría ciegamente en busca de venganza. Y nos pondría en evidencia, evitando el elemento sorpresa. Además, quien debe atrapar a ese individuo soy yo; no Inu-Yasha…-

-Comprendo mi señor…- Yakken bajó la vista, algo nervioso-… pero aún no puedo creer cómo es que ese sujeto ha tenido la osadía de…-

-Porque así ha sido él siempre, Yakken ¿acaso lo has olvidado? No ha pasado tanto tiempo, unos diez años tal vez. ¿Tu memoria te falla tanto? Aún recuerdo el rostro de ese hombre y el de mi padre. En ese entonces yo era un chiquillo de unos quince años…-

-Es increíble que una nota haga sacar tantos recuerdos…- suspiró Yakken mientras sacaba de una gaveta del escritorio un sobre blanco y lo colocaba sobre la mesa.

Era un sencillo sobre blanco, tan sólo había un detalle que le distinguía: la silueta de una araña esbozada en tinta de color oscuro, justo en el centro. Sesshômaru tomó entre sus manos el sobre, sacando con cuidado su contenido. Era tan sólo una simple hoja de papel, escrita con delicados trazos y tinta una frase: "He vuelto". Luego de leerlo otra vez, con rabia arrugó el papel y le arrojó con fuerza hacia el cesto de la basura.

-Con mis manos te destruiré… y pagarás…- murmuró Sesshômaru para sí.

-Las investigaciones no avanzan ni siquiera un poco- Myôga lucía cansado y decaído. Llevaba días sin dormir bien, enfrascado en las investigaciones del robo. Ninguna de la evidencia encontrada les había conducido hacia algo en concreto. Lanzó un suspiro, sus investigaciones nuevamente llegaron a ese punto muerto. ¿Acaso esos ladrones cuidaban tanto cada detalle? No había un crimen perfecto y él debía encontrar aunque sea un solo fallo, para desentrañar a toda esa organización.

-Lamento haberle traído tan malas noticias…- Kouga bajó la mirada muy avergonzado. Él también empezaba a sentirte impotente. Hacía poco más de un año que estaba en las investigaciones para descubrir a la organización Inu. Durante ese tiempo no había encontrado más que algunas pistas sueltas. ¡Malditos! Les atraparía uno a uno y les encerraría en la cárcel.

El timbre sonó en la residencia Higurashi. Como su padre y Kouga se encontraban en la biblioteca y la regla de oro era no interrumpirlos; y como su hermana Kykio estaba en su habitación a puerta cerrada, el menor de los Higurashi, Sota, decidió abrir la puerta.

-Buenas noches hermano- le saludó Kagome alegremente.

-¡Qué bueno que regresas! Hace una hora que padre preguntó por ti-

-¿Y se puso histérico?- Kagome sonrió al ver el gesto afirmativo de su hermanito, soltó una leve risita- pues que se aguante, es viernes y no me iba a quedar en casa.

-Está en la biblioteca con Kouga- le informó el pequeño.

-¿De nuevo trajo el trabajo a casa?- frunció el ceño. Su padre acostumbraba venir los viernes con cerros de papeles y libros a casa. Normalmente pasaba la noche del viernes revisando y revisando los archivos de aquellos casos que le tenían obsesionado. "Eres un adicto al trabajo" no se cansaba de decirle. Ella comprendía que su padre amaba su trabajo, pero a veces creía que le daba demasiada importancia. En todos sus años de vida, nunca recordaba haber visto a su padre salir a divertirse, o salir de paseo con ellas. Nunca y mucho menos después de la muerte de su madre. A partir de ese suceso su padre se había volcado completamente en el trabajo.

"No todos pudimos afrontarlo escudándonos en alegría, como tú" fue la única respuesta que obtuvo de su hermana, cuando habló de este tema con ella. Según Kykio, todos encontraron formas distintas de afrontar la pérdida de Kotori. Su padre, volcándose en el trabajo, para quizás así no pensar o recordar. Kykio alejándose de los demás, estando sola. Y ella, mostrando una hermosa sonrisa. Pero eso no quiere decir que no la extrañe. A veces, en sus sueños, su madre se presenta. Justo así como la recuerda: alegre, dulce y muy hermosa. Siempre sus sueños son parecidos: su madre acunándola en su regazo, acariciando sus cabellos y preguntándole cómo se encuentra. Entonces cuando despierta, aún cree sentir su aroma impregnando toda su recámara.

-Buenas noches…- se detiene en la recámara de Kykio antes de ir a la suya. Hasta los catorce años, ambas durmieron en el mismo cuarto. Cuando se mudaron, su padre ya ganaba lo suficiente como para que ambas tuvieran recámara individual.

-¿Qué tal tu día?- preguntó Kykio, sin mirarla. A Kagome siempre le gustó la habitación de su hermana. Estaba pintada de blanco, con una cinta decorativa en la parte superior, de color rojo sangre. Estaba todo en estricto orden: el librero, el escritorio, los discos de música, su tocador. Todo siempre parecía estar colocado mágicamente en el lugar que le corresponde.

-La pasamos bien, sin embargo me reservé la ida de compras- Kagome le hizo un guiño. Ambas hermanas solían ir de compras juntas, por lo menos una vez al mes.

-No te hubieras preocupado. Total no creo que tenga mucho dinero, me gasté la mayoría de la mesada en unos libros que quería desde hace mucho- comentó ella, haciéndole espacio a Kagome en su cama.

-Igual, aunque sólo sea un recorrido "de vista" al centro comercial- Kagome no perdió tiempo y se tendió en cama de su hermana- sabes que no cambio tu compañía por la de ninguna de mis amigas.

Kykio guardó silencio, mientras la miraba fijamente. Esa era su manera de darle las gracias. Siempre tendría predilección por su hermana Kagome, siempre. Era la única a quien realmente le tenía confianza.

-Además, quiero hacerte una invitación. Aunque seguramente rechazarás- Kagome entrecerró los ojos- sólo te pido que no te rías. Hay un evento en una disco y quisiera que me acompañaras. El grupo de Hoyo tocará, son muy buenos. Anda hermanita ¿me acompañas?- ella le miró con cara suplicante.

Kykio sonrió levemente. Socializar un poquito no le vendría mal.

-Claro, siempre y cuando papá no mande a media jefatura tras nosotras- comentó Kagome algo enojada, Kykio soltó una risa divertida, porque sabía que eso era posible.

-Le decimos a Kouga que nos acompañe. Papá confía más en él que en toda la comandancia- Kykio guiño un ojo a su hermana en señal de complicidad.

-¡Genial!- Kagome se puso de pie- ¡iré a decírselo enseguida! ¡Espero que acepte!-

-Claro que aceptará hermanita- suspiró Kykio. Ella, a pesar que no hablara mucho, era muy observadora. Y veía claramente los embobados ojos de Kouga. "Ojos" pensó cerrando los suyos y recordando cierto par de ojos cafés. Sintió un movimiento en su cama y le hizo un gesto a Buyo, su gato, para que se acercara. Le acomodó en su pecho y acarició su torso.

-Eran lindos esos ojos, Buyo- suspiró. No solo "lindos", eran profundos. Como si escondieran muchos secretos, más de los que ese joven quisiera poseer; eran misteriosos, como si él quisiera esconder su propia esencia. Le había encantado su fortaleza, que no se hubiera amedrentado ante la amenazante punta de su flecha. Cualquiera hubiera sentido aunque fuera un poquito de temor. Pero él le miró fijamente, como si supiera que era incapaz de atacarle realmente. ¿Quién era ese chico? Nunca nadie más le había dejado tan intrigada. Nunca antes nadie había causado tanto impacto en ella.

Mientras Kykio recordaba aquellos ojos misteriosos ojos cafés, su hermana había entrado a la biblioteca sin siquiera tocar antes. Lucía decidida pero a la vez sonriente y tierna, con una mirada que era sólo para convencer a su padre.

-Sabes perfectamente que no me gusta que vayas a esos lugares, son muy peligrosos- insistió Myôga por enésima vez- ¿y estás segura que tu hermana aceptó ir contigo?

Su otra hija rara vez salía por las noches y cuando era así, siempre llegaba antes de las diez. Además, sabía que a Kykio no le agradaban mucho los lugares atestados de gente.

-Te digo que sí papá, mi hermana aceptó acompañarme…- suspiró Kagome. Sabía que si iba con Kykio tendría más opciones de salir. Su padre confiaba más en el bueno juicio de Kykio que el suyo.

-Aún así, donde queda esa discoteca a veces ocurren altercados entre bandas y esas cosas- Kagome resopló por lo bajo al escuchar estas palabras. Al ser su padre el jefe de la policía, conocía a la perfección la vida nocturna de la ciudad- me sentiré más seguro si mando una patrulla a vigilar…

"Patrulla" esa era la palabra mágica para que el plan B saltara a la vista. Miró a Kouga, que a partir de su irrupción en la biblioteca no ha pronunciado palabra. Le sonrió alegremente al chico.

-¿Una patrulla? Ay papá, hay zonas más peligrosas que esa… no querrás gastar una tonta patrulla tan sólo para encargarte de tus hijas…- dijo ella, como restándose importancia. Pero Myôga le lanzó una severa mirada, ella suspiró. Su padre era imposible.

-Su bienestar me importa más que todos los asesinatos o robos en esta ciudad…- comentó, por toda respuesta.

-Lo sé papá. Por eso pensé que deberías dejarnos ir. Pero si estás tan preocupado por nosotras, ¿por qué no ir con alguien de tu entera confianza?- ella dirigió una feliz mirada a Kouga, como si éste fuera su salvador. Se acercó hasta el joven y le miró de manera suplicante- Kouga ¿crees que puedas ir con nosotras?

El corazón del chico dio un vuelco brusco. Allí estaba Kagome, la chica a quien deseaba desde hacía tanto tiempo, sonriéndole e invitándole a salir con ella. Muchas veces había soñado o imaginado esta escena y justo ahora, que ocurría de verdad, se quedaba sin palabras.

-¿Qué Kouga las acompañe?- preguntó Myôga, en un tono no muy convincente.

-Piensa papá- la chica miró al comandante, muy segura de sus palabras- ¿quién es la persona en quien más confías dentro de la comandancia? Pues Kouga. Y tomando en cuenta lo joven y apuesto que es… lo prefiero a él en la mesa de la disco que a una patrulla estacionada en la entrada. Por tanto ¿qué me dices Kouga? ¿Vienes con nosotras?- ella se volteó nuevamente hasta el chico, quien seguía contemplándola en silencio. Finalmente, su cerebro pareció controlar sus funciones corporales otra vez y lentamente asintió con la cabeza. Kagome pegó un saltito, visiblemente feliz.

-¡Sí! ¡Gracias Kouga! ¡Me has hecho muy feliz!- ella salió dando saltos de la biblioteca.

"No más de lo que tú me has hecho feliz a mí, Kagome" pensó el joven mientras la veía desaparecer.

-Deja de poner esa sonrisa idiota, que al día siguiente te quiero a primera hora en la oficina. No me va a importar que te fuiste de parranda con mis hijas…- dijo Myôga severamente, sacando del paraíso al pobre joven.

Lo único que quería era llegar a casa y dormir. Había ido al parque, luego a la biblioteca y finalmente había terminado acompañando a Miroku una noche del viernes. ¡Con Miroku una noche del viernes! Era lo peor que podía existir. Su compañero se convertía en un casanova. Tenía la habilidad de encontrar y atraer mujeres bellas. Él, que tampoco era un joven que pasaba desapercibido, atraía también a un par de chicas. Sin embargo, éstas lo único que conseguían era el rechazo. No le interesaba platicar con chicas plásticas que no tenían más que mierda en la cabeza.

Dos horas, tan sólo había soportado dos horas en ese lugar. Luego se levantó de la silla e hizo un gesto de despedida a Miroku, aunque éste se encontraba demasiado ocupado brindando y celebrando con tres mujeres quién sabe qué estupidez. Se largó de ese antro y ahora se dirigía a casa a toda velocidad. Él no era un amante de las fiestas, prefería la soledad. En ese sentido, se llevaba muchísimo mejor con Sango que con Miroku.

Su apartamento se encontraba en un área de clase media de la ciudad. Era un bonito barrio, limpio y arreglado. Su apartamento quedaba en el quinto piso y era amplio. Lo compartía con Miroku desde hacía un año, cuando su compañero cumplió la mayoría de edad y pudo alquilar un apartamento. Antes, vivía con Rin. Pero vivir en el apartamento de una mujer siempre le hizo sentir incómodo. Escuchó muchas veces como Rin le insistía a Sesshômaru que se lo llevara a vivir con él. No porque a Rin le molestara, sino porque imaginaba que como hermanos debían vivir juntos. Pero Sesshômaru siempre se hizo de la vista gorda ante estas sugerencias. Nunca le interesó unir lazos con su "hermanito".

-¡Hola Inu!- Rin le saludó amablemente. Ella vivía en noveno piso, Sesshômaru había insistido en que vivieran cerca para que así no se "perdieran de vista" en caso que les necesitaran. Claro que ni él ni Miroku se imaginaron que tan "cerca" quería Sesshômaru.

Él le devolvió el saludo. Rin era una mujer siempre rebosante de energía. Le profesaba muchísimo cariño a él, por ser hermano de Sesshômaru, de quien estaba enamorada y no era un secreto para nadie. Desde que vino a vivir con su padre, Rin fue como su hermana mayor y consejera, quien siempre trataba de protegerlo a él, Miroku y Sango. Ella también trabajaba para la compañía y formaba un miembro no frecuente del equipo alpha. Sesshômaru decía que ella era su "arma maestra". Siempre que necesitaban sacarle información a alguien, o averiguar detalles de sus víctimas, mandaban a Rin. O cuando querían obtener más dinero de un cliente, a ella se le encargaba ese "trabajo".

-¿De dónde vienes, Rin?- preguntó Inu-Yasha. Le gustaba sonar autoritario con la mujer, quien le sonrió.

-Soy yo quien debo velar por ti, no al revés- le guiñó el ojo.

-Tan sólo me encargo que no estés engañando a mi hermano. Le dolería tanto- rió sarcásticamente. Rin tan sólo lanzó un suspiro de desaliento.

-No cantes victoria, tu hermano no se me escapará- asintió ella. Cuando el elevador se detuvo en el quinto piso, él le hizo un gesto de despedida pero ella, impulsiva como siempre, le dio un rápido beso en la mejilla.

-¡Nos vemos, Inu!- alcanzó a oír que ella le decía, justo cuando la puerta del ascensor se cerró.

El chico abrió sin ganas la puerta de su apartamento. Caminó a oscuras hasta llegar a su habitación. Una vez allí encendió la luz. La mayoría de las cosas se encontraban en el suelo. Él no tenía mucho tiempo para ordenarlas ni tampoco disfrutaba haciéndolo. Se derrumbó en su cama, la cual quedaba pegada a la ventana. Era noche de luna llena. De pequeño, su madre se sentaba y le acunaba mientras él contemplaba la hermosa y grande luna frente a él. Entre la luna y las caricias maternales, conciliaba perfectamente el sueño.

Pero esta noche, en vez de evocar el recuerdo materno, recordó a aquella chica. No había dejado de pensar en ella desde que salió de aquel colegio. Su tez blanquecina parecía fina porcelana, sus cabellos tenían un brillo exótico y hermoso. A él nunca le había interesado el sexo femenino. No negaba que estaba rodeado de hermosas mujeres. Algunas maduras y demasiado hermosas, como Rin. Otras con una belleza con vestigios de adolescencia prematura, como Sango. Él sabía que eran muy atractivas y jamás lo había negado, pero no le había llamado la atención como ésta chica. ¿Qué tenía? Si miraba objetivamente, la chica no tenía nada fuera de lo común. Pero fue su mirada decidida y amenazante lo que le cautivó aquella tarde.

Había estado muy distraído el resto del día. Todos lo habían notado, en especial Miroku y Sango. El primero le preguntó varias veces qué acontecía. "Conocí a una chica" pensó en decirle. Sin embargo, ya conocía de antemano la reacción de Miroku. Probablemente no dejaría de molestarle por un buen tiempo. Y claro, insistiría en conocer a la chica. Él no deseaba esto. Ni siquiera sabía su nombre. Lo más seguro es que jamás la volviera a ver. Pero el recuerdo de su mirada jamás le abandonaría.

Y fue así, entre la brillantez de la luna llena y los recuerdos de aquella misteriosa chica, concilió el sueño.

Cuando Miroku regresó al apartamento, varias horas después, se sorprendió de ver la luz del cuarto de su compañero encendida. ¿Yasha despierto a estas horas? Se sorprendió más aún al comprobar que éste se encontraba muy dormido. "Luego el recibo de luz llega en rojo" suspiró el chico, pero antes de bajar el botón del interruptor miró fijamente a su compañero. Estaba sonriendo. ¿Sonriendo? Le miró más detenidamente para comprobar si esto era cierto. Sí, se encontraba sonriendo. Apagó la luz finalmente, sin alejar de su mente una duda.

Pues ¿con qué o quién soñaría?

[…CONTINUARÁ…]

Notitas de Autora: bueno, el segundo capítulo. Este, si no me equivoco, es un poquitín más largo que el primero. Ahora me dediqué a introducir a más personajes y hablé un poco más acerca de sus vidas.

Por cierto, las edades de los personajes oscilan entre los 7 años a los 25 años. Hice una tablita para que no se compliquen mucho: Shippo (7); Sota (10); Kykio (17); Kagome (17); Inu-Yasha (17); Sango (17); Miroku (18); Kouga (20); Rin (22); Sesshômaru (25); Myôga (43); Yakken (47); Kaede (56).  No creo que se me haya quedado ninguno por fuera, ¿verdad? En fin, aún faltan más personajes que agregar, pero para no aguarles la sorpresa iré poniendo sus edades enseguida aparezcan.

Por cierto, lo del sobre con la marca de la araña *risa malvada* sé que les recuerda a cierto personaje. Pero aún no saquen conjeturas, en los siguientes capítulos lo sabrán.

Muchas gracias a todos los que dejaron comentarios, amo esta historia desde que tecleé la primera palabra. Espero les guste tanto como a mí me gusta escribirla. Saludos y nos vemos en el siguiente capítulo!

Para comentarios o contacto a mei_akiyama@yahoo.com