Disclaimer: las tortugas no me pertenecen y no hago esto con fines de lucro.
II.- Pesadillas
Cuando despertó, el cuarto estaba muy oscuro. Nadie había encendido las luces aún.
Se frotó los ojos, bostezó y se estiró. Se puso de pie. Debía ser muy tarde, debía de haber dormido por horas... afuera todo estaba en silencio.
Se encaminó hacia la puerta de la biblioteca, todavía con los ojos semicerrados.
- Oigan, chicos... – levantó la vista. En la sala no había nadie y estaba todo a oscuras.
Los llamó a todos, recorrió todos los cuartos; pero no encontró a nadie, por ninguna parte. Nada.
- ¿Pero donde diablos están todos?.- se preguntó sintiéndose aún somnoliento. Tal vez había ocurrido algo, alguna emergencia, algún ataque inesperado, algún... algo.
- No... – pensó en voz alta.- Si algo hubiera pasado, me habrían despertado, ¿verdad?, a menos que no pudieran... no, no lo creo... talvez... – fue hasta la sala, el televisor estaba apagado, el sofá frío. Ni rastros de comida basura ni envoltorios que delataran la presencia de alguno de sus hermanos. Sentía que se ponía nervioso.- ¡¡si esto es una broma, no es gracioso!!!- gritó, pero nadie respondió.
Intentó encender algunas luces, pero el interruptor no respondió. Comenzaba a sentir aquella desagradable sensación en el estomago que le indicaba que algo desproporcionadamente malo estaba ocurriendo...
Vagó por todos los cuartos una vez más, sin ninguna novedad. Sin darse cuenta, estaba otra vez frente a la puerta de la biblioteca. Se detuvo ahí, mirando el suelo, pensativo. ¿debía ir a buscarlos? ¿ y a dónde?. En ninguna parte había una pista que le indicara donde podían estar sus hermanos... levantó la vista suspirando, y su corazón se detuvo.
A solo unos metros de él, una pequeña niña estaba de pie, inmóvil, justo frente a sí.
Tenía el cabello largo, muy largo y negro, estaba descalza... apenas si podía ver su rostro, pero su piel resplandecía muy blanca en la oscuridad, "casi como un espectro", pensó, pero de inmediato sacudió esa idea de su mente.
Llevaba un vestido de color claro, pero muy sucio y ajado. Leo pensó que lo más probable era que se hubiera caído por una alcantarilla abierta, y llegado hasta ahí... tal vez hasta se había hecho daño.
La muchacha tenía que estar al tanto también de su presencia, sin embrago, no había dicho nada aún, ni un grito de sorpresa o de miedo o algo... ni siquiera se había movido. Leonardo parecía haberse alterado más que ella al encontrarse.
La niña tenía la vista fija en el suelo, las puntas de sus pies desnudos estaban una contra la otra, y retorcía nerviosamente los dedos de sus manos. Parecía tan indefensa... "debía de estar demasiado asustada para reaccionar", se dijo.
Leo la observó por unos segundos, en silencio..
Definitivamente había algo raro en ella. Algo perturbador.
Pero sólo era una niña... una niña perdida en un extraño lugar, lejos de sus padres, enfrentando a un extraño ser verde.
Sonaba bien y casi se sintió más tranquilo. Pero aún estaba el problema: ¿de dónde había salido y cómo devolverla ahí?.
Leo tuvo que obligarse a abrir la boca.
- ¿c-cómo llegaste aquí?... ¿de donde vienes pequeña?.
No hubo respuesta.
Su mirada seguía clavada en el piso. Leonardo pensó que si él estaba sorprendido de verla ahí, ella estaría petrificada de ver a una tortuga gigante... Quiso acercarse, pero algo se lo impidió. Descubrió que sus pies se habían clavado al piso, involuntariamente.
Algo, en lo poco de rostro que podía ver de la niña, le hizo desistir abruptamente de intentar acercarse: la vieja y conocida sensación de peligro había subido de 0 a 100 en sólo unos segundos, obligándolo a ponerse en alerta, aún sin comprender por qué.
Cada segundo que pasaba frente a la niña, más inquieto se sentía...
"Atácala, atácala ahora que estas a tiempo", gritaba una vocecita en la parte trasera de su cabeza...
La sacudió con fuerza. Solo era una niña. No podía atacarla...
- ¿Niña? ¿estas bien?- no hubo respuesta. La pequeña solo estaba ahí, sin hacer el menor movimiento. Ni siquiera lo miraba, y de alguna forma, no quería que lo hiciera tampoco...
Comenzaba a sentir que si tenía que pasar un segundo más frente a esa chica, saldría corriendo y al diablo con la compostura.
Entonces vio algo.
Algo acababa de pasar veloz tras él. Pudo sentir su presencia incluso antes de verlo. Sonrió.
Quien quiera que fuera, no sabía nada del sigilo: trataba de permanecer oculto, pero sus propios movimientos lo habían delatado.
De modo que alguien más estaba en la guarida... "demasiados extraños en la guarida para una sola noche", pensó.
Todo su cuerpo se puso en guardia, pero sin hacer ningún movimiento brusco, sólo volvió la vista, buscando con el rabillo del ojo.
A su izquierda. Ahí estaba.
Volvía a pasar como una sombra... Leo no se movió, pero su mano se deslizó suavemente hacia las fundas en su espalda...
Si, tal como pensó, era un hombre: un tipo alto, de negro, apenas si lo distinguía con la escasa luz, pero era suficiente para saber que estaba ahí y se movía... de un lado para el otro.
Leo frunció el ceño ante los extraños movimientos del extraño. Al principio había pensado que se acercaba a él. Pero no.
El sujeto se movía de una pared a otra de ese extremo de la sala, arrastrando los pies, muy lentamente, como si rondara...
Sus brazos, le colgaban a los lados y llegaban más allá de sus rodillas, ¡casi podía tocar sus tobillos!... tenía la cabeza inclinada hacia debajo de modo que no podía ver su rostro.
Pero si él estaba al tanto de sus movimientos, el extraño lo estaba también de los suyos.
"¿Qué es esto?, ¿qué demonios es esto?" la voz en su cabeza no paraba de hablar..., trató de ignorarla y concentrarse sólo en lo inminente.
El sujeto se detuvo. Como si le hubiere oído, dejó de moverse por completo, sólo se quedó de pie, en línea recta hacia él, sin levantar la vista del suelo.
Leo tampoco se movió y sólo lo observaba por el rabillo del ojo, con el brazo inmóvil en dirección a la espada, dispuesto a arrancarla de su funda ante el menor movimiento del extraño.
El silencio y la quietud se hacían insoportables. Sus músculos estaban tensos y su cuerpo estaba listo para saltar, pero las voces en su cabeza, la estampida de pensamientos angustiantes, le hacían difícil concentrarse: "¿dónde están los otros?, ¿dónde están los otros?".... su propia respiración zumbaba en sus oídos.
Y entonces, el extraño comenzó a moverse.
Con un leve gesto, muy lentamente, el sujeto de negro giró sólo la cabeza, sin mover el resto del cuerpo... su cara solo era un manchón negro en la oscuridad de la sala, un manchón que miraba fijamente en su dirección...
Leo sintió frío en todo el cuerpo. La forma en que el extraño movía su cuerpo, tan sinuosa, tan lentamente... no podía predecir su próximo movimiento.
Decidió atacarlo de una vez y volvió el cuerpo hacía él.
Fue así como pudo darse cuenta que, en realidad, el sujeto no lo estaba mirando a él... estaba mirando a la niña.
Casi lo había olvidado... la extraña niña que aún estaba de pie a sus espaldas, la que había salido de la nada... La misma que tenía sus ojos clavados en su espalda. Podía sentir su mirada.
Sabía que finalmente terminaría haciéndolo, pero no quería: no quería voltearse a verla, pero no podría evitarlo, su cuerpo ya se estaba moviendo...
En un solo movimiento, sacó la espada de la funda y volteó hacia la niña... sentía su propia respiración, los latidos de su corazón, un zumbido en los oídos, el sudor frío. Estaba asustado y no sabía por qué.
Inevitablemente, sus ojos se encontraron con los de la niña.
La espada cayó de sus manos... sintió que sus rodillas se doblaban, retrocedió...
No había nada.
En los ojos de la niña, no había nada...
... sólo dos cuencas vacías... como dos pozos profundos, que lo miraban...
Entonces, abrió la boca en una sonrisa. Tampoco había nada ahí, como si la nada se hubiera puesto una máscara...
Miró dentro y fue cómo caer en un abismo... caer en un pozo profundo sin aire y sin luz... sofocarse....
La niña comenzó a caminar hacía atrás, alejándose, por un túnel que no recordaba que existiere... retrocedió hasta que desapareció en las sombras.
Leo se quedó mirando en su dirección, como hipnotizado.
No podía apartar la vista aún cuando ya no había nadie ahí. Por un momento, olvidó todo lo demás... la visión de esas cuencas vacías, de ese negro profundo y sin fin...
Pero todavía no estaba solo. El otro sujeto aún estaba ahí. Podía sentirlo respirar.
Leo se volvió a verlo. Ya no estaba lejos como antes.
Ahora estaba precisamente junto a él.
De alguna forma había avanzado sin que se diera cuenta y ahora estaba tan cerca que le bastaba con estirar el brazo para tocarlo... sonreía.
Todo lo que había en ese rostro era una enorme y estática sonrisa... no había nada más.
Leo retrocedió.
- Están muertos.- dijo, y sus labios no se movieron, la sonrisa no se alteró.- Están todos muertos... muertos... muertos...
Leo corrió.
Si hubiera podido, hubiera gritado, pero nada salía de su garganta, apenas si podía respirar... corrió sin dirección sintiendo que el corazón se saldría disparado por su boca en cualquier momento. Cuando se dio cuenta, estaba en el laboratorio de Donatello.
Se apoyó en el mesa de trabajo y trató de controlar su respiración.
Recordó que había dejado caer una de sus armas...
- ¿q-que está pasando...? ¡¿qué está pasando aquí?!.- se preguntó a sí mismo en voz alta y ésta sonó temblorosa.
Un celular comenzó a sonar. Lo sentía muy cerca.
Lo encontró bajo la mesa de trabajo. Contestó y del otro lado salió una voz que era casi un chillido histérico...
- ¡Leo!!, ¿eres tu?... ayúdanos... por favor... e-esto es horrible... oh Dios... no ...- sentía como la voz se ahogaba entremedio de unos lloriqueos nerviosos...
- ¿Donatello? ¿eres tu? ¿dónde están?
- Nos... nos matará... no estamos solos ... nooo, ¡oh, Dios mío!... no.. ¡Miguel, no!...- Lo siguiente que oyó fue un ruido acuoso, como un chapoteo y un grito ahogado.
- ¡¡Don!!, ¡¡Donatello!!- La comunicación se había cortado.
Se giró sobre sí mismo... frente a sí solo había oscuridad. Salió corriendo sin saber en realidad a donde se dirigía.
Llegó hasta el punto donde había encontrado a la niña. Se detuvo. Buscó en el suelo, pero su katana ya no estaba. No se detuvo a hacer preguntas, ya no pensaba en nada sino en encontrarlos.
Sacó la otra de la funda y se adentró en un túnel oscuro, (¿De donde había salido ese túnel?), no importaba, de alguna forma, sabía que era la dirección correcta..
No tuvo que ir muy lejos. Al final había luz, un recodo del túnel estaba iluminado.
Se acercó lentamente, seguro de que no hacía ningún ruido.
La luz provenía de otro túnel que se conectaba con el actual. Se detuvo en la boca del túnel iluminado. Escuchó.
Nada.
Entonces entró.
Sólo le tomó un par de segundos recorrer el lugar con la vista...
Sus rodillas flaquearon hasta que cedieron bajo su peso y calló. Su rostro fue desfigurándose hasta adquirir una mueca mezcla de asombro y horror...
Habría dado cualquier cosa por poder apartar la vista de lo que veía.
- Lastima que no estabas aquí.- dijo una voz infantil a sus espaldas.- Te estuvimos esperando... ellos te esperaron... pero tardaste mucho.
Leo ni siquiera volteó a mirar. Sus brazos estaban caídos, sin vida... su rostro, desencajado...
Del piso del túnel salían una gruesas ramas, como un árbol que hubiese crecido desde el fondo de la tierra atravesando el alcantarillado, atravesando ese túnel y abriéndose paso hacía arriba.
Todo su tronco estaba revestido de enorme espinas, cónicas, puntiagudas... y sus hermanos colgaban de ellas, atravesados ... la sangre corría por el tronco del árbol, bañaba toda la habitación, las paredes, el techo... había sangre por todos lados...
- R-Raphael...- Pero él no podía contestar, su cuello estaba atravesado, sus ojos en blanco mirando a la nada...
- Oh... por Dios....- Junto a él, estaba Donatello... su cuerpo había sido abierto de arriba abajo y colgaba ahí, como un trofeo...
La sangre. La sangre estaba por todos lados... incluso en sus manos, en sus piernas...
De su garganta surgió un grito desgarrador... ,
Cuando logró apartar la vista y ponerse de pie, su voz aún rebotaba en las paredes.
Con los dientes apretados, volteó lentamente... aun sostenía la katana.
Tras él estaba la niña, con sus ojos vacíos... en sus manos sostenía la cabeza de Miguelangel; su rostro se había quedado congelado en una mueca de terror.
- ¿Dónde te gustaría que la pusiera?- preguntó la voz infantil.
Cuando abrió los ojos, todavía retumbaba el grito en sus oídos. Apenas si podía respirar... miró a su alrededor. Estaba en la biblioteca.
- P-pesadilla...- dijo tragando aire.- Fue una pesadilla, sólo eso... – se tocó el rostro... estaba mojado... tenía lagrimas en los ojos... – Pero fue tan real...
La angustia se apoderó de él. De un salto se puso de pie y salió de la habitación hacía la sala. Cuando llegó ahí dio un suspiro de alivio: la TV estaba encendida y podía ver la nuca de Miguelangel sobresalir del respaldo del sofá.
Se frotó la frente. Por un momento había pensado que...
Caminó hacía el sofá.
- eh... Miguel, ¿que estas viendo?... – Miguel no respondió.
- ¿Te quedaste dormido de nuevo frente al televisor?.- Leo rodeó el sofá y se puso frente a éste...
La cabeza de Miguelangel estaba sobre una montaña de cojines, encima del sofá. Era todo lo que había de él.
Leonardo retrocedió ahogando un grito y tropezó con la mesa del café. Cayó hacia atrás, de espaldas y sus ojos quedaron mirando fijamente los de Donatello, que pendía del techo con una cuerda alrededor de su cuello.
Leonardo se arrastró por el suelo, alejándose del cuerpo que oscilaba, de un lado para otro, de un lado para otro...
- ¡mira lo que encontré!- al sentir la voz a sus espaldas se puso de pie de un salto.
Raphael estaba en el sofá, sentado junto a la cabeza de Miguel... con la mirada perdida. Tras él estaba el maestro Splinter, sosteniendo una de sus Katanas... instintivamente, Leo las buscó, pero ninguna de ellas estaba en su funda.
El maestro blandió la espada sobre su cabeza. En un rápido movimiento, tomó la cabeza de Raphael y la tiró hacía atrás, dejando expuesto su cuello. El extremo de la katana lo cortó limpiamente. La sangró manó a borbotones.
- ¡¡¿¿PERO QUE HA HECHO??!!- gritó Leo, no dando crédito a lo veía. El rostro del maestro sonreía maliciosamente... sus ojos estaban desenfocados... su rostro era el de un desquiciado. Al escuchar a Leonardo, soltó una carcajada histérica, dejando caer la espada ensangrentada y dando un salto hacía atrás, se alejó de él, corriendo hasta perderse de vista, sin dejar de reírse...
Los ojos de Leonardo no podían separase del cuerpo de Raphael. Haciendo un esfuerzo se alejó, retrocedió hasta que un muro le impidió continuar... sus rodillas se doblaron y cayó, cubriéndose el rostro con las manos.
- No... esto no puede estar pasando... esto no puede ser real...- cerró los ojos con fuerza.- tiene que ser un sueño, todavía estoy soñando, todavía estoy soñando, todavía estoy soñando...
Volvió a abrir los ojos.
Sobre el sofá no había nada. Donatello no colgaba de una esquina, Raphael no había sido degollado...
Todo estaba como antes. Tampoco estaba la Katana cubierta de sangre.
Leonardo se puso lentamente de pie.
-¿ que... que está... pasando?- preguntó al aire.- ¡¡¡¿¿Qué está pasando??!!!- gritó con todas sus fuerzas.
Nadie respondió.
Intentó avanzar, pero sus piernas temblaban demasiado. Levantó la cabeza, un ruido incesante comenzaba a crecer y crecer, se sentía cada vez más cerca... era como si alguien diera de puñetazos sobre algo de madera.
Inconscientemente siguió el origen del ruido con la vista: en medio de la sala había una puerta negra, una puerta negra de madera que no había visto antes ahí, pero que le parecía extrañamente familiar.
Alguien, al otro lado de esa puerta, golpeaba con todas sus fuerzas, casi haciéndola saltar de sus goznes.
- Quiere entrar. – dijo una suave voz cerca de él. No la reconoció, pero tenía miedo de mirar.
Además, no sabía si de verdad la escuchaba o era algo que sólo estaba en su cabeza. El peso de una mano en su hombro contestó la pregunta.
Aún así no se volvió a mirar, sus ojos estaban clavados en la puerta que de un momento a otro saltaría en mil pedazos.
- ¿Qué está pasando?- preguntó. Escuchó a alguien reír.
- Quiere entrar. Y es tu culpa, tú lo dejaste.
- ¿yo?...- nadie respondió pero aún sentía esa mano sobre su hombro.- ¿dónde están mis hermanos?.
- Muertos...- Leo quitó la mano de su hombro y tiró de ella lo suficiente como para quebrarla. Se volteó a enfrentar al extraño, pero de pronto se encontró de pie frente a su propia imagen.
Estaba parado frente a sí mismo.
- ... o pronto lo estarán.- continuó su replica. Leo sintió que estaba a solo dos pasos de perder la cordura. Su imagen sonreía.
- Mira lo que encontré.- en cada mano tenía una de sus Katanas.- Tranquilo, no voy a hacerte nada... yo no al menos.- la imagen de sí mismo le extendió las armas. Leo las tomó, casi inconscientemente.
- Pero no te servirán de nada. Nunca saldrás de aquí...- le dijo. Leo iba a golpear a su copia, pero ya no estaba ahí.
- En cambio, nosotros nos divertiremos... – dijo su voz, desde la nada, retumbando en el lugar.
De nuevo estaba solo en medio de la sala. La puerta negra también había desaparecido, pero aún sentía los golpes, resonando en alguna parte.
Cuando abrió los ojos, los golpes todavía retumbaban en su mente y se encontró mirando el piso de la biblioteca...
- Pesadilla... – dijo una voz en su cabeza.- sólo fue una pesadilla...
Lentamente miró a su alrededor. Junto a él había un celular que comenzaba a sonar. Contestó, casi sin pensarlo.
- ¡Leo!!, ¿eres tu?... ayúdanos... e-esto es horrible... oh Dios... no saldremos vivos... – Lentamente el celular se deslizó de su mano y cayó al suelo.
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Continuara...
