Dedicado a todas esas personas de mínimo talento que sobresalen a base de una autopromoción implacable.
Rumanía, Año Dos
Rumores acerca de uno o más cazadores de vampiros empezaron a circular por Stilpescu y las granjas circundantes. Había pasado un año con un notable descenso de ataques de los no-muertos. Sin embargo, la reducción de vampiros no fue lo que cambió sustancialmente la vida doméstica de los aldeanos. Aunque estas fueran las criaturas más abominables de la oscuridad, eran los demonios y espíritus cotidianos, los de a plena luz del día, los que más les mortificaban.
Todos y cada uno sospechaban que el hombre misterioso que aparecía de vez en cuando para limpiar de kappas y hinkypunks los ríos y pantanos, sacar los boggarts de las leñeras y ahuyentar los gorros rojos de los calabozos era también el cazador de vampiros, pero no se atrevían a molestarle por temor a que desapareciera tan misteriosamente como había llegado. Habían pasado años sin atreverse a aventurarse muy lejos de sus casas, pero ahora los niños tenían la oportunidad de aprender a nadar, los hombres salían de pesca, y los pastores permitían a sus rebaños ir a buscar pastos lustrosos más allá del límite de las vallas. Las largas ristras de ajos que solían pender de los dinteles se secaron y marchitaron. Los aullidos ya no copaban las noches de luna llena, y se perdió la costumbre de consultar los calendarios lunares.
Por eso aquel suceso supuso un desagradable choque en medio de semejante interludio de desacostumbrada tranquilidad; el niño de los Muscatura fue atacado por dos hombres lobo cuando se dirigía a casa de su mejor amigo, poco antes del alba.
El padre del muchacho y dos pastores locales lograron reducir a las criaturas hasta encerrarlas en un viejo establo. La deteriorada puerta de madera crujía peligrosamente bajo la arremetida de uñas y dientes al otro lado, pero cuando el sol se elevó lo suficiente, los aullidos fueron sustituidos por gemidos humanos, y las embestidas bajaron de intensidad.
El pueblo reunido discutía el mejor modo de acabar con las bestias. Muchos opinaban que bajo forma humana, un hombre lobo podía sucumbir de la misma manera que cualquier otra persona. Otros proponían el método de la estaca de madera seguido de decapitación. Otros insistían sin embargo en que lo más seguro eran las balas de plata, aunque nadie sabía muy bien donde podían encontrarlas, o si sería efectivo derretir monedas para hacer los proyectiles.
Ya se disponían a registrar el pueblo en busca de plata y el consejo de algún abuelo sabio, cuando apareció el cazador de demonios encapuchado. No mostraba de su rostro nada más que los ojos, cansados pero alerta, y apoyaba la mano en el cinturón, donde llevaba una varita.
—¿Qué ha pasado?—preguntó al señor Muscatura con voz ronca.
—U-un niño,—contestó el aldeano, reacio a admitir que se trataba de su propio hijo,—ha sido atacado y malherido por hombres lobo. Hemos atrapado a los monstruos,—añadió orgulloso—pero nadie en el pueblo se acuerda de cuándo tuvimos que matar al último.
El hombre misterioso no dijo nada durante un largo rato.
—¿Dónde los habéis metido?—preguntó al fin.
Los aldeanos le condujeron hasta el establo. Los ataques contra la puerta habían cesado, y estaba todo en silencio.
El señor Muscatura maldijo expresivamente, y se volvió airado hacia un grupo de muchachitos, los amigos de su hijo, que se habían reunido junto a la puerta.
—¿Ha salido alguien o algo de aquí?—bramó.
Los niños sacudieron la cabeza, muertos de curiosidad.
—Estarán dormidos, posiblemente,—comentó el cazador de monstruos en tono apaciguador. Luego añadió con voz firme;—abran la puerta.
Preparó la varita, haciendo un gesto a los niños para que se apartaran.
—Quedaos atrás,—advirtió, mientras escapaban unas chispas rojas de la punta de su varita.
El padre del niño mordido y un par de pastores más dieron un rápido paso adelante, y los tres a una levantaron la barra que mantenía atrancada la puerta de un solo y rápido gesto. Se apartaron a un lado, dejando vía libre entre el mago desconocido y el interior del establo.
Los aldeanos consiguieron una buena perspectiva de los dos hombres que había dentro antes de que un chorro plateado manara de la varita del cazador, envolviéndolos. Acabaron atados de la cabeza a los pies con cuerdas relucientes, el extremo de las cuales fue a parar a manos del mago que las había conjurado. Los arrastró hasta la brillante luz del sol, donde parpadearon aturdidos... hasta que una lluvia de chispas los envolvió a los tres y desaparecieron.
Los dos hombres lobo se quedaron boquiabiertos por la sorpresa cuando se encontraron apenas un segundo más tarde en casa de Grigore, y la plata que los rodeaba se deshizo como una telaraña. Unas leves sonrisas de reconocimiento aparecieron en sus caras cuando el cazador de monstruos se bajó la capucha y los miró solemnemente, en silencio.
—Te eché en falta ayer por la noche, Grigore,—dijo Remus al fin. Su voz era áspera, y le costaba suprimir los bostezos.—He estado buscándote toda la mañana. Es una suerte que consiguiera llegar a tiempo.
—Puedo explicarlo, Alfa Lupeni,—tartamudeó el joven.
—Por favor,—dijo Remus, con una mueca de dolor.—Somos amigos, Grigore, creo que podemos prescindir de títulos.
—Porque t no los mereces.— Rencoroso como siempre a pesar de la que se había librado, Vlad empujó a Grigore a un lado y se colocó frente a él. Ambos estaban tan exhaustos después de la noche de plenilunio que ninguna de sus palabras o acciones tenía las características de un verdadero enfrentamiento; sus movimientos eran lentos, las voces apagadas, pero los dos Alfas estaban furiosos. Vlad acercó la cara a menos de quince centímetros de la Remus, con una mueca de mofa.
—Si no mordemos a nadie, desapareceremos, creo que ya sabes eso. ¿Acaso quieres que nos extingamos?— No pronunció en ningún momento el peor insulto que un hombre lobo puede dirigir a otro, -traidor-, pero quedaba más que implícito en cada palabra que pronunciaba, arrastrando las sílabas.
Remus consiguió mantener a raya su temperamento imaginándose a Severus Snape en el lugar de ese matón alto y descuidado. La situación de estar discutiendo con un Snape desnudo casi lo hace reír por un momento.
—Por cada persona que mordemos, los aldeanos entran en las montañas y matan a tres de nosotros. ¿Eso es lo que quieres?
—Eso da igual si sólo matan a los perros viejos.—Vlad no tenía aún los treinta.—Lo que nos hacen falta son cachorros.
Esto resultaba excepcionalmente filosófico para alguien como Vlad, pero no era ningún estúpido; seguramente había estado pensando sobre esto después de percatarse de que la manada Cinco estaba siguiendo el cuestionable ideal de no efectuar asaltos a humanos.
—Agredir niños es un acto de cobardía, y la peor manera de convencer a la gente de que no somos monstruos —respondió Remus con serenidad. Echó una ojeada a Grigore, que estaba agachado en un rincón para no interferir en la disputa entre los líderes de Cinco y Seis.
—Pero esa es la cuestión—dijo Vlad con una desagradable mirada, clavando un dedo huesudo en el pecho de Remus.—Que nosotros no tenemos por qué convencer a nadie. Una vez que se vuelven de los nuestros, comprenden que somos superiores. Incluso tú mismo te alegras de haber sido mordido, ¿tengo razón?
Definitivamente, Vlad había estado reflexionando. Remus se tomó su tiempo para formular una respuesta. Vlad podía estar satisfecho, porque sabía que tenía la acción lunar de su parte; la memoria de Remus estaba colmada del gozo animal de la noche anterior, las intensas sensaciones de olores y sonidos que un humano nunca podría experimentar. Tuvo que hacer un esfuerzo por evocar las noches de soledad en la Casa de los Gritos y en el cobertizo en casa de sus padres.
—Sólo me alegro cuando soy libre,— respondió al fin.—Y tu comportamiento pone en peligro nuestra libertad.
Al sentir que había ganado ventaja, actuó con rapidez; inteligente o no, con Vlad no funcionaban las sutilezas.
—Si vuelves a asomar el hocico por el pueblo la próxima luna llena, no moveré un dedo –o una pata- para ayudarte. ¿Está claro?
Esta vez fue Vlad quien vaciló. Al fin y al cabo, Remus acababa de salvarle la vida por segunda vez.
De pronto, Grigore se acercó y palmeó a ambos rivales en el hombro, sonriendo inseguro;
—¡Venga! No os peleéis, ¿eh, perros?
Remus apartó la mirada de la boba sonrisa exasperante de Vlad y la dirigió a su compañero de manada.
—Tienes razón, coleguita— dijo al fin, las mismas palabras que solía dirigirle a Peter Pettigrew cuando hacía de pacificador entre Severus y él, o muy ocasionalmente entre Sirius y él. La obstinación de Remus cuando sabía que tenía razón en algo, mezclado con su habilidad para no perder la calma podía llegar a poner frenético a cualquier oponente.
Vlad les lanzó una mirada de desprecio y fue a hacerse con algo de ropa de la pobre colección que Grigore tenía en una esquina de la choza, a pesar que por tradición no era bienvenido al territorio de la manada Cinco. Tomó una escoba también, sin preguntar, y no se fue sin decir la última palabra.
—No durarás mucho,— dijo.—Tu manada no podrá sobrevivir sin morder a nadie.
Remus lo miró mientras se iba, y luego volvió la vista otra vez a su amigo, que en lugar de permanecer con el resto de la manada la noche anterior había preferido escabullirse hasta Stilpescu con su antiguo líder. En ese punto, Remus era demasiado humano como para considerarlo traición, si bien se encontraba bastante decepcionado porque el récord de cero mordeduras desde que él era líder lo había roto uno de los suyos.
Quizá Vlad tuviera algo de razón. Los Cinco ya no pasaban hambre; ahora estaban robustos y sanos y no pasaban los días como humanos robando como antes solían. Remus consideraba esto como su mayor logro desde que estaba en Transilvania, pero ¿iba a ser todo para nada?¿Realmente quería que los de su clase se extinguieran?
—Vete a descansar, Grigore—dijo, cansado.— Mañana quedaremos con Liszka para repasar acerca de los trasgos del pantano, ¿vale?
El muchacho asintió con la cabeza, sorprendido de que su Alfa no le reprendiera por sus acciones.
Remus suspiró. En muchos aspectos, se podía confiar más en Liszka que en cualquiera de los otros muchachos. Las mujeres lobo eran raras; no sabía bien por qué, pero suponía que tenía que ver con el hecho de que las niñas eran menos propensas que los chicos a merodear solas de noche, que era cuando existía el riesgo de ser atacado. Esto venía a significar que en las sociedades de licántropos no se seguían las mismas jerarquías paralelas femeninas y masculinas que en las de lobos auténticos; las pocas mujeres lobo que había tenían que luchar por tener su lugar entre las filas masculinas. Por una parte, esto resultaba un inconveniente; de hecho, Liszka había tenido que soportar terribles intimidaciones por parte de Vlad. Aunque por otra parte, sin embargo, estas fricciones habían conseguido liberarla; ahora ella carecía de la ciega obediencia instintiva de los otros beta, los macho, lo cual le permitía indicarle a Remus cuándo estaba haciendo algo estúpido. Y a veces él necesitaba alguien que hiciera precisamente eso.
Ella había sido la mas reticente a los intentos de Remus de conseguir que los Cinco interactuaran con los aldeanos; le costaba creer que no les reconocerían por lo que eran en cualquier momento, y temía que la proscribieran, o incluso la mataran. Posiblemente nunca le acabaría cayendo bien la gente, pero era la mejor bruja sin varita que Remus hubiera conocido, y su colaboración resultaba inestimable en la sucia tarea de vadear ciénagas y arroyos para desinfestarlas de criaturas. Grigore tampoco era malo del todo, y entre los dos habían logrado conseguir el dinero suficiente para poder alimentarse y vestirse. Remus tenía la esperanza de que pudieran conseguir también su propio huerto e incluso un rebaño, si bien la pareja de corderos que había conseguido de Alexandru habían sido escabrosamente devorados a la primera luna llena.
Lo único que necesitaban era aprender a utilizar sus mentes tanto como sus instintos. Remus había conocido algunos a los que no les importaba haber sido apabullados... los clásicos cabeza de turco, los omegas (si bien ninguna manada en Rumanía era lo bastante numerosa como para albergar auténticos omegas). Grigore era un poco como Peter, y Remus tenía depositadas en él muchas esperanzas.
—No tienes por qué asustarte de Vlad—dijo a su amigo firmemente.—No es tu amo. Eres un ser humano, y puedes aprender a valerte por ti mismo.
Cuando se desapareció, Grigore se quedó mirando la nubecilla de chispas con el mismo aire de incredulidad que le había embargado la primera vez que le vio. Su Alfa siempre sería un enigma para él.
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Remus se detuvo a descansar unos instantes anta la puerta pequeña del establo del castillo Arghezi. Aparecerse y desaparecerse al día siguiente de la luna llena le cansaba enormemente. A medida que el liderazgo de la manada le exigía cada vez más y más de su tiempo, dormir la siesta al calor del invernadero o enroscarse frente a la chimenea de su cuarto se iba convirtiendo en un lujo cada vez más raro.
Pero la vida de los miembros de la manada Cinco había mejorado notablemente a lo largo de los quince meses pasados. Trató de enfocarlo así mientras sacaba la varita con movimientos entumecidos para liberar los encantamientos de la puerta. Cruzó la entrada, reactivando los hechizos tras de sí, y se arrastró pesadamente a través de las cocinas para penetrar en el castillo. Cada movimiento que hacía, por pequeño que fuera, le exigía una cantidad de energía de la que ya no disponía.
La vieja cocina estaba en desuso, y el polvo había formado una gruesa capa por todas partes, sobre mesas y estanterías. Del techo pendía una vasta colección de cacerolas ennegrecidas, como bestias deformes aprisionadas en una mazmorra flotante, suplicando silenciosamente ser liberadas. Poniendo poca atención, siguió el camino trazado por el desgaste que salía de las cocinas y llegaba hasta las antiguas dependencias de los criados. Ese era prácticamente el único espacio vital disponible del castillo. La planta superior, que albergaba los dormitorios que habían pertenecido a los Arghezi cuando Alexandru era un muchacho, estaba inhabitable. Durante la mayor parte de los cincuenta años que había durado su ausencia, aquellas estancias habían sido ocupadas por los vampiros que habían tomado el castillo como propio. A pesar de los innumerables hechizos limpiadores no habían conseguido eliminar por completo el hedor de los no-muertos, y ya nadie se aventuraba a subir las escaleras.
Remus llegó por fin al cuarto en el que solía dormir, un salón en desuso junto a la galería de los retratos. Alexandru y Mihail tenían sus propios dormitorios en el ala de los criados, pero Mihail nunca toleraría un licántropo durmiendo tan cerca de él. Por esto, Remus había elegido ese cavernoso y distante salón como su guarida. Por lo menos disponía de una gran chimenea al fondo que le proporcionaba el calor necesario, especialmente en días como esos.
Después de lograr encender un fuego aceptable, Remus se sentó frente a la chimenea, extendió las piernas sobre el sofá y se cubrió con una manta. Fijó la vista en las parpadeantes llamas; tenía la mente demasiado llena por los acontecimientos del día como para poder dormir, si bien su cuerpo pronto se dejó embargar por el reposo.
Vlad tenía razón. El no permitir que hubiera nuevos hombres lobo le convertía en un traidor; no tenía que convencerle en cuanto a eso. Pero la captación de nuevos hombres lobo significaba herir gente... herir niños. Los adultos en general no sobrevivían a la mordedura, morían o enloquecían, incapaces de incorporar la bestia a su personalidad ya formada. Era un acontecimiento doloroso, que causaba dolor a cada uno de los que implicaba... ¿pero acaso los nacimientos no eran siempre dolorosos?
No es que él supiera demasiado acerca de eso. Liszka era la primera y única mujer de su especie que había conocido, y era ella quien le había informado que no podían reproducirse del modo normal; el bebé nacería muerto, o nada. Al hablar sonaba como si hubiera tenido alguna experiencia personal, pero nunca le proporcionó mas detalles. Ella, claramente más experimentada que él en la materia, le enseñó a llevar a cabo el encantamiento anticonceptivo para el control mágico de la natalidad, que resultaba fácil de hacer incluso transformados.(¿Cómo se las apañarían los muggles? Tal vez por eso había tantos.)
Cuando la luna se mostraba en toda su plenitud, Liszka y el líder de la manada Cinco se acoplaban gozosamente bajo forma de lobos. Él lo sabía, sin querer o necesitar ningún recuerdo explícito. Ella era un animal magnífico, del blanco puro de los samoyedos, y también era una mujer muy hermosa, ahora que estaba bien alimentada; alta y fuerte, de cabello lustroso y ojos brillantes.
Cerró los ojos, dejando a un lado los sentimientos de culpa por un momento, deleitándose en el agradable recuerdo de ser tocado, sentir el calor del otro, disfrutar del olor de su pelo, la suavidad de su rostro. Antes de conocer a Liszka nunca había besado a una chica, por temor a que ella descubriera su secreto y se sintiera como si se hubiera besuqueado con su propio perro, o aún peor, que creyera que era contagioso. Liszka, por su parte, también había sufrido la falta de afecto; fue expulsada de casa de sus padres cuando tenía diez años. Se habían aferrado el uno al otro en una relación puramente física, cuya magia siempre se desvanecía al menguar la luna.
Ella era hermosa, salvaje y caliente, pero como persona dejaba mucho que desear. No le gustaba leer.
Una serie de reflexiones sobre si sería posible inculcar a una panda de licántropos el gusto por la literatura fue interrumpida por un breve golpe, y el sonido de la puerta de madera chirriando sobre el pavimento. Remus no se giró para saber quien era el invitado, esperando a que éste hablara. Tras un minuto o dos de silencio, se incorporó fatigosamente, llevándose un breve sobresalto al ver que era Mihail. El criado no solía dirigirse a él, y había un destello en sus ojos que molestó a Remus.
—El amo Arghezi desea hablar con usted—dijo Mihail fríamente, con los labios tensos.—Está en la biblioteca.
—Estoy...—apenas podía hablar, en mitad de un bostezo,—muy cansado, ¿sabe?...
Se detuvo al comprobar que su comentario parecía aumentar la expresión satisfecha de la cara del criado. Esto le dio una pista bastante obvia de lo que se le venía encima. Se puso en pie lentamente, preguntándose si Mihail habría presenciado el rescate de Grigore y Vlad o si tan solo lo había oído... ¿Habría sido capaz de cometer la bajeza de espiarle?
Por lo general nunca hubiera albergado un pensamiento así, pero no le gustaba la expresión que Mihail no hacía grandes esfuerzos por ocultar.
Alexandru se encontraba cómodamente sentado en un sillón, con un libro abierto frente a él sobre le pesado escritorio de roble, con las gafas de lectura puestas.
—Ah, sí...— murmuró suavemente, cuando los otros entraron, echando una ojeada oblicua por encima del libro.—Mihail, puedes retirarte.
El criado así lo hizo, no sin echarle a Remus una última mirada malévola.
El mago no invitó a Remus a tomar asiento. Dejó que éste permaneciera de pie cerca de la puerta, flanqueada por las enormes estanterías de madera oscura que dominaban la habitación. Se quitó las gafas y dio con ellas unos golpecitos sobre el libro, observando al recién llegado con curiosidad.
—Tengo entendido que los aldeanos capturaron a dos de tus, eh, compañeros—dijo finalmente.—Y que eso te llevó a...
—Rescatarlos—dijo Remus sin rodeos. Por lo normal, eso hubiera supuesto una provocación para ver cual de los dos explotaba primero, pero acababa de ser luna llena. Las emociones de Remus aún estaban demasiado orientadas en dirección a la cólera y la lealtad, y tanta complejidad ya era demasiado. Además, había pasado toda la mañana discutiendo, y si Vlad el monstruo ya le ponía de los nervios, los humanos, con sus satisfechas convicciones de lo que ellos consideraban prerrogativas para matar, le hacían encenderse de ira.
—Así que,— Alexandru fijó la vista detenidamente en su libro, como simulando cavilar—debo suponer que no hiciste con ellos lo que los aldeanos pretendían...
—No los maté como alimañas, si es eso lo que insinúas—replicó Remus.
—Mordieron a un chiquillo, casi lo matan.—Alexandru estaba tan tranquilo como siempre, casi soñador, cuando levantó la vista para fijarla en la mirada hostil de Remus.—Actuaron como bestias, y aún está por encontrar la bestia que sea capaz de enmendarse con una estricta bronca.
La indignación de Remus crecía y crecía.
—Hablar con ellos no es todo lo que hago—siseó. Iba de un lado a otro de los estantes, como una fiera enjaulada.—Desde que he llegado a este país he estado intentando ayudar a esta gente -¡sí, gente!-, que ha sido abandonada por sus familias y amigos y han pasado hambre. Cualquiera actuaría como un animal si tuviera hambre, y a pesar del modo en que han sido tratados mi... mi manada son principalmente amables y leales, mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de humanos.
Alexandru dejó las gafas y enarcó una ceja.
—Tu manada...—dijo pensativamente, como si eso lo explicara todo.—Un poco ambicioso para un perro de ciudad como tú, ¿no?
Ese asomo de argot de hombres lobo turbó a Remus. Alexandru sabía más de lo que aparentaba.
—Ha sido la primera mordedura en más de un año—dijo fríamente, apoyándose pesadamente en la inmensa mesa que los separaba y asiendo el borde con fuerza, tanto por la rabia como por el agotamiento.
—Bien, pues entonces—la ira empezaba a translucirse en la voz de Alexandru,—procura que sea la última.
Remus se erizó. Se acordó de los cazadores que habían acudido al bosque en su primera incursión con la manada Seis... ¿Habrían sido entrenados por Alexandru, suministrados por él, incluso animados por él?¿Por qué, por ejemplo, disponían de balas de plata entonces, mientras que hoy habían sido incapaces de conseguir alguna?
Sí, la manada Seis había matado a una persona. Pero los humanos nunca practicarían la caza "deportiva" a menos de que contaran con el cien por cien de posibilidades de éxito a su favor. Le hizo la misma mueca de rebeldía a Alexandru que Lunático a Vlad, un gesto común en canes y primates.
—La última, o nos matarás, ¿no es así?—gruño. En ese instante recordó su primera conversación, acerca del lobo que Alexandru había matado, el mismo que mordió a Remus... su padre, por así decirlo.—Asesino...—dijo, en tono apagado, venenoso.
—Tengo un deber para con la gente, así como tú—replicó Alexandru con voz helada.—Puedes jugar a ser un perro salvaje todo lo que quieras, Remus Lupin, pero no puedes dejar a un lado tu responsabilidad con el género humano.
Incapaz de contener la rabia y la frustración que había estado bullendo en su interior desde que empezó a buscar a Grigore hacía ya horas, Remus explotó.
—¡Y quiero proteger a la gente!¿Acaso no he mantenido a la manada lejos del pueblo?—golpeó con los puños y los antebrazos sobre la rígida madera con tanta fuerza que el dolor le hizo sentirse mareado.—Hago todo lo que puedo por proteger tanto a humanos como a hombres lobo. ¿Qué mas quieres que haga?
Alexadru le observó con forzada calma, con una expresión tan en blanco que a Remus le resultó ilegible e inquietante. Trató de alejarse del escritorio, pero cansado como estaba por los esfuerzos del día, encontró que si lo hacía las rodillas no le aguantarían. Bajó la vista a sus temblorosas manos y dijo con voz ronca;
—Despídeme, si eso es lo que quieres. Probaré suerte con ellos...con mi manada.
Se sentía desfallecer. Había llevado su cuerpo y su mente más allá de los límites de la resistencia. Alexandru también debió darse cuenta de esto.
—Retírate—dijo secamente.—Veo que no estás en condiciones de continuar con esta conversación. Seguiremos en otro momento.
Remus trastabilleó de la biblioteca al gran salón, consciente de los ojos de Mihail sobre él mientras el viejo sirviente ultimaba la cena en el hogar. Los olores de los alimentos cocinados le asaltaron como una horda de perros rabiosos, haciéndole comprender que habían pasado más de veinticuatro horas desde la ultima vez que había probado bocado. Pero necesitaba dormir, necesitaba estar solo.
Se arrastró despacio por el corredor y por la galería de retratos. Más tarde no pudo recordar cómo fue capaz de llegar finalmente hasta su habitación y deslizarse bajo la pila de mantas frente al fuego. Cayó en un pesado sueño sin imágenes durante las doce horas siguientes.
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Entre riñas con Alexandru, recuperarse de la transformación, y las tareas con la manada, pasaron tres días hasta que Remus consiguió acercarse por fin a Stilpescu para ver qué había sido del niño mordido. Toda su experiencia practica en perseguir criaturas oscuras hizo que pudiera identificar la casa con tanta facilidad como si se hubiera concentrado una nube de tormenta sobre ella. Llamó, esperó, escuchó algunos susurros apagados tras la puerta pero ninguna respuesta, y volvió a llamar.
El señor Muscatura abrió con violencia, bloqueando la entrada provocativamente. Tras él, su esposa se llevó una mano al corazón y otra a la boca. Era evidente que estaban interpretando erróneamente la razón de la visita del cazador de monstruos.
—Por favor,—exclamó Remus, bajándose la capucha. Alexandru había insistido mucho en la cuestión del anonimato, pero dudaba que aquella familia fuera a revelar nada a nadie.—No se asusten. Sólo vengo para ver si su hijo ha recibido ya una poción curativa.—No sabía aún como se llamaba el brebaje apropiado.
—¿Una cura?—jadeó la madre, aún con la mano sobre el corazón.
—No, no hay cura, me temo. Pero la mordedura es muy dolorosa, y puede resultar muy peligrosa si no es tratada.
—¿Y para qué molestarse?—preguntó el padre en voz baja, apartándose de la entrada para permitir entrar a Remus.—¿Qué clase de vida le espera?
—Con ciertas precauciones, podrá tener una vida casi normal—mintió Remus. Las palabras le sonaban muy familiares.—No podrán... eh, decírselo a la gente, pero...
—Ya tenemos pensado dejar el pueblo—dijo el señor Muscatura.—Lo sabe demasiada gente. Esos mocosos con los que jugaba no saben guardar un secreto.
—Bien, si me necesitan—dijo Remus con seriedad,—por favor, no duden en decírmelo. Se pueden conjurar salas mágicas, pueden mantenerlo dentro en luna llena y nadie oirá el ruido.
Ambos padres le miraron con extrañeza; después de todo, se suponía que su deber era cazar monstruos, no dar consejos a los mismos para escapar a la detección.
—Pasará un tiempo antes de que su mordedura sea peligrosa—añadió a toda prisa, como si eso explicara todo.—¿Cuántos años tiene?
—Ocho.
—Sí... dos años, al menos. Para entonces ya lo entenderá lo suficiente como para ser capaz de ayudar a mantenerse a salvo.—Él mismo se asombró de la magnitud de esa mentira.—Volveré con la poción en unas horas. No abandonen a su hijo; ahora los necesita más que nunca.
Sintiéndose ligeramente aturdido, salió por la puerta y corrió hacia las montañas. Sin un herbologista local, esa pobre gente debía confiar la vida de su hijo a alguien que había aprobado pociones a duras penas y no era capaz de tocar la luparia. Dónde hay un slytherin cuando lo necesitas, se preguntó, subiendo a toda prisa por el camino de piedra al castillo.
Prefería no encontrarse con Alexandru –se había creado una gran frialdad entre ambos desde la pelea-, pero por suerte la biblioteca estaba vacía. Era la primera vez que tenía que buscar algo tan concreto, y deseó tener el suficiente tiempo para poder hojear a sus anchas. Cada libro, antiguo o moderno, sobre asuntos relacionados con la magia oscura parecía encontrarse ahí, amontonados en segunda y hasta tercera fila, del suelo al techo. Los tratados sobre hombres lobo le resultaban familiares, porque ya los había leído en Hogwarts con mórbida fascinación, al acecho bajo la capa de invisibilidad, pues le hubiera resultado demasiado embarazoso examinarlos abiertamente. Ninguno de estos hablaba de pociones, sin embargo. Escogió un ejemplar manoseado de Hierbas Curativas, pero no traía nada; 101 Pociones Comunes (no, en ese no estaría), y al final, casi por casualidad, le dio la vuelta a una página de Mandrágora Mágica, gastada y manchada de sangre, y la encontró; la Fórmula Colmillo, un tratamiento para todo tipo de mordeduras mágicas; una nota al margen rezaba que era la mejor receta para mordeduras de wargos, hombres lobo, y cerberos (y quién sobre la tierra habrá sido mordido alguna vez por un cerbero, se preguntó Remus).
Bueno, ya contaba con la receta, pero no estaba mucho más cerca de tener la poción. Conseguir la mandrágora sería difícil –a menos que Mihail la tuviera ya desecada, no se veía capaz de localizarla por los alrededores, menos aún extraerla y prepararla correctamente-; no, tendría que preguntar. Rápidamente, revisó el resto de los ingredientes; ajo, de eso tenían en abundancia; jengibre, ginseng, tela de araña, belladona (nada de acónito, al fin y al cabo)... y una gota de sangre de la criatura responsable.
Pero, ¿la misma criatura?, se preguntó Remus con una ligera sonrisa, imaginándose corriendo detrás de Vlad con una aguja. Leyendo un poco más, descubrió que serviría la sangre de cualquier ejemplar de la misma especie. Eso facilitaba las cosas, desde luego, pero le decepcionó ligeramente no tener que desangrar a Vlad. Marcó el punto del libro con una tira de pergamino, salió a paso ligero de la biblioteca, y tomó aire, preparándose para enfrentarse a Mihail.
El sirviente se encontraba ya ante el hogar de enorme hall, revolviendo el contenido de una gran cazuela con una cuchara mágica de madera de casi un metro de largo. Olía deliciosamente a ajo y pollo, pero Remus estaba demasiado nervioso para pensar en comer; nunca había intentado dirigirse a Mihail, una vez asimiló que éste nunca iba a perdonarle por ser lo que era.
—Em, disculpe—dijo, haciendo acopio de sus mejores modales.
Mihail se volvió, y se le congeló la expresión. Uno y otro se miraron con frialdad durante unos segundos.
—Tengo que hacer una poción,—comenzó Remus finalmente, tratando que mantener un tono de voz neutro.—Y hay algunos ingredientes que usted podría tener... —Sostuvo el libro abierto por la página marcada.
El rostro de Mihail se tensó levemente.
—Ajo, jengibre, ginseng, tela de araña, belladona, mandrágora—recitó monótonamente.
—Ah, ¿la conoce?,¡bien!— exclamó Remus aliviado.— Pociones era mi peor asignatura en el colegio. No tengo claro aún si esta poción es por vía oral o...
—La belladona no se bebe—interrumpió Mihail con la misma voz monocorde.—Es mortal. Hay que aplicar la solución a la mordedura, asegurándose de que penetra por toda la herida. Para la mordedura de qué clase de criatura es esto.
Remus vaciló.
—Es para un niño del pueblo, el que hace tres días...
—Ah, sí.—Una sonrisa malévola y satisfecha se dibujó durante instante en los labios de Mihail, y luego desapareció.—Uno de los suyos. Supongo que estará satisfecho.
—No es así—dijo Remus con rotundidad.
Mihail no contestó, pero salió y regresó al poco con una brazada de frascos, bolsas, y una cajita especial parecida a un ataúd, desde la cual la cada disecada de la mandrágora miraba fijamente con expresión de enfadada sorpresa. El criado cortó un trozo de la mandrágora y se lo lanzó a Remus mágicamente, el cual casi no la coge a tiempo. Luego combinó otros polvos en un mortero de mármol, midiendo las cantidades con ojo experto.
—Hay algunos—dijo, girándose hacia Remus sin dejar de moler los ingredientes con la mano de piedra—que podrían argumentar que es mejor no recibir tratamiento.
—Dejarlo morir, quiere decir—tradujo Remus. Odiaba los eufemismos.
—Sus padres lo abandonarán.—Tendió a Remus la mano del mortero, el cual tuvo que consultar el libro otra vez (el problema con esos asuntos es que uno siempre tiene que ir dos o tres pasos por delante de uno mismo).—Si no ahora, cuando sea lo bastante mayor para asustarlos. Eso es la tela de araña—añadió,—el jengibre y el ginseng. La raíz de mandrágora debe hervir durante una hora; supongo que serás capaz de hacer eso.
—Sí...—dijo Remus pensativamente.—¿Se puede hacer esto aquí?¿Tan cerca de los alimentos? Quiero decir, con la belladona y todo eso...—no confiaba en las pociones.
—Haz lo que te digo—dijo el sirviente con frialdad, Y Remus se dirigió al hogar de piedra y dio un golpecito a una tetera de agua, que empezó a hervir al instante.
Mihail volvió a atender su guiso, pero mantuvo un ojo cauteloso sobre Remus... lo cual éste aceptó agradecido, pues durante las clases en las oscuras mazmorras de Slytherin siempre acababa por hacer algo mal, sin importar lo simple que fuera el brebaje. Este en concreto parecía espesar adecuadamente, sin embargo, y la mandrágora soltaba los chillidos de rigor (le había dado la parte de la mano;¿tendría alguna importancia?).Tenía que concentrarse... pero necesitaba también probar con Mihail las mentiras que había dicho a los padres del muchacho, que podría llevar una vida normal, ir a la escuela, ser un niño como cualquier otro veintiocho días de cada veintinueve.
Sabía muy bien que no eran más que falsedades, y aún así insistía en creerlas. Había pasado los siete años antes de ir a Hogwarts sin un solo amigo, incrementando su amargura a medida que averiguaba cuán odiados eran los de su especie, y a medida que el monstruo luchaba contra el humano cada vez de forma más impredecible y temible. Y ahí estaba él, con casi veinticinco años, sin saber muy bien aún quién o que era. ¿Cómo podía fingir que las cosas serían diferentes para el muchacho? Quizá lo más apropiado fuera sacarlo de casa de sus padres y dárselo a Liszka para que lo criara.
Y aún así creía que las cosas podían ser diferentes, que ese niño podría aprender a dominar sus oscuros impulsos antes de ser lo bastante mayor como para suponer un verdadero peligro.
—Mi madre no quiso ser tratada—confesó Mihail de repente, mientras Remus sacaba el cazo de las llamas y ondulaba su varita sobre él para enfriar el contenido.—Prefirió morir antes que criar a su hijo como un monstruo.
—Lo lamento—respondió Remus sinceramente, y el criado contempló con horror cómo se pinchaba un dedo con un cuchillo afilado y añadía una gota de sangre a la fórmula rápidamente espesada.
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Faltaba poco para la puesta de sol cuando Remus volvió al pueblo. Las defensas del castillo se extendían cerca de todo el camino de la montaña, lo cual venía a decir que había recorrido casi quince kilómetros en un día, ocho de ellos llevando consigo un gran frasco que debía de transportar con gran cuidado para que no acabara estrellado contra las rocas. Cuando se adentraba en la pequeña plaza ante la iglesia, le sorprendió ver una pequeña multitud. Durante un momento sintió una gran aprensión, sobretodo después de la conversación con Mihail.¿Podría tratarse de una muchedumbre formada para tomar al pobre niño mordido por el hombre lobo? Pero al aproximarse no fueron voces indignadas lo que oyó. En lugar de eso, lo que llegó a sus oídos fue la última cosa que hubiera esperado oír en una pequeña aldea como Stilpescu.
Inglés. Alguien, en el centro del corro de diez y tantos aldeanos estaba hablando en inglés.
Un sombrero picudo, del estilo que solían llevar los magos británicos, sobresalía por encima de las cabezas. El sombrero, de color melocotón, se asentaba sobre los rubios cabellos ondulados del hombre que hablaba en inglés. Increíblemente, el resto de su ropa hacía juego con el sombrero. Remus se preguntó si no se habría perdido alguna tendencia de moda importante desde que había salido de Inglaterra.
Le costó distinguir algo inteligible porque todos parecían estar hablando al mismo tiempo. Dejó el frasco sobre el muro bajo frente a la iglesia y se acercó a una bruja vieja que escuchaba en el borde de la muchedumbre.
—¿Qué es todo esto?—preguntó en voz baja, echándose la capucha sobre la cara todo lo posible.
—Ha venido desde Bucarest por lo de los hombres lobo que cogieron—respondió ella, ansiosa de hablar acerca del inusual acontecimiento.—Dice que es un famoso mago de... oh, no me acuerdo dónde. Ha venido para escribir acerca de nosotros.
Remus gimió por dentro. Esta clase de publicidad volvería más la atención hacia los hombres lobo, lo cual haría más difícil que pudieran llegar a coexistir con los humanos.
—... varios de ellos abatidos por mí mismo.—las palabras inglesas de acento acortado y arrogante llegaban hacia ellos, flotando por encima de la ruidosa multitud. Se hizo el silencio, y se pudo oír a alguien traduciendo esto mismo al rumano. Este tipo ni se ha molestado en venir con el idioma aprendido, pensó Remus. El traductor relataba un número increíble de hazañas del presunto cazador de hombres lobo a los oyentes. Sin embargo, algunos de ellos no debían de estar muy muertos. No existía esa cosa llamada encantamiento Homorphus; a menos que uno fuera capaz de hacer girar la Tierra a la inversa sobre su eje, no había forma alguna de volver un hombre lobo en persona antes de lo debido. Todo aquello como aquellas historias que él solía apañar en sus clases de Defensa contra las Artes Oscuras cuando era estudiante.
—¿No es usted el tipo aquel que cogió esos lobos?—preguntó la anciana bruja, ojeando a Remus desconfiadamente.
Sacudiendo la cabeza y tapándose mejor la cara con la capucha, Remus se alejó del corrillo de personas. Recogió el frasco de la poción y se dirigió a casa de los Muscatura, deseando que el individuo ése continuara hablando de sí mismo durante un buen rato.
Una vez llegó, encontró a la madre en casa. Sí, ya se había enterado de lo del caza-licántropos famoso, y su marido había ido a escuchar, pero ella había preferido quedarse. Lo condujo a la parte trasera de la casa, a una habitación donde no había más que una cama rellena de paja y una apestosa lámpara muggle de petróleo. Remus tuvo que acercarse mucho a la cama para poder distinguir la figura que yacía en ella a la tenue luz.
A pesar de sus filosóficas palabras, Vlad no había tratado de convertir al chiquillo; había intentado matarlo. Las señales inconfundibles de sus colmillos mellados le recorrían toda la garganta, y la herida estaba roja e inflamada. El niño tosía convulsamente, agobiado por la fiebre.
Remus se sentó a un lado de la cama baja, colocando el frasco entre sus rodillas, y quitó el tapón con un toquecito de varita. El penacho de humo púrpura que se liberó de la boca del frasco casi le hizo ahogarse. Se inclinó hacia el muchacho, preguntándose si estaría consciente.
—Esto hará que te sientas mejor—dijo.—Solo dolerá durante un momento, así que estate preparado, ¿vale?
El niño abrió los ojos ligeramente y emitió un bajo gruñido. Cuando Remus lo tocó, se incorporó bruscamente y le hundió los dientes en la mano.
La madre, que observaba atentamente justo detrás del mago, jadeó y retrocedió hasta la pared. Remus la miró un momento, luego sonrió al muchacho.
—Morder no está bien,—comentó en tono agradable.—Ahora, gruñe cuanto quieras, pero esto es por tu bien, te lo prometo.— Apartando el humo púrpura con un gesto, vertió el contenido del frasco sobre la herida.
El verdugón rojo causado por los colmillos de Vlad se pronunció aún más, luego empezó a supurar unos hilillos de suero negruzco, y finalmente menguó hasta el tamaño de un rasguño no más visible que el arañazo de una espina de rosal.
El niño gimoteó todo el tiempo. Remus le acarició la ardiente frente, apartándole el pelo humedecido y pensando en vano algo consolador que decirle. No se le venía nada a la cabeza; sólo deseaba una y otra vez haber preparado adecuadamente el brebaje.
Al cabo de unos pocos minutos el niño respiraba mucho mejor, si bien tenía aún la piel muy caliente. Remus permaneció en el mismo lugar hasta que el niño cayó en un sueño reparador; mientras esperaba, la señora Muscatura se fue acercando poco a poco. Finalmente, se sentó junto a su hijo y le tomó la mano.
—No había dormido tan bien desde hacía tres días—dijo esperanzada.
—Sí...—Remus sintió la necesidad de disculparse.—Yo... eh... nunca había hecho esto antes, así que si hay algún problema... Volveré mañana, de todos modos, para ver como está el chico.¿Cómo se llama?
—Bela—respondió la madre, mirando a su hijo dormir.
—Adiós, Bela—dijo Remus.—Te pondrás bien, ¿me oyes?—Le tendió el frasco con el resto de la poción a la señora Muscatura.—No creo que vaya a necesitarlo, pero por si acaso.—Hizo un amago de ir a añadir algo más, pero un sonido de voces y el chirrido de la puerta ahuyentó sus palabras finales.
Los ropajes de color melocotón se destacaron intensamente en la habitación en penumbra, así como el piloto rojo de la cámara de fotos mágica. El mago inglés y su séquito se abrieron camino hasta el lecho de Bela, relegando a Remus y la madre del muchacho a una esquina.
—Manténgase apartados, no se acerquen demasiado.—El inglés posó junto al niño dormido sin mirarlo siquiera, dirigiendo una gran sonrisa a su adoradora muchedumbre.—La mordedura de un hombre lobo contiene un repugnante veneno, una gota del cual sería suficiente para transmitir su maldición a todos cuantos estamos aquí presentes.
Remus sacudió la cabeza mirando a la madre, para indicarle que todo eso no eran mas que absurdeces. Luego recordó que ella no podía entender el significado de esas tontas palabras hasta que le llegaran filtradas por el impasible y poco inspirado traductor.
El mago amelocotonado levantó sus largas, blancas y manicuradas manos, girándolas delante y detrás para mostrar al auditorio que no llevaba guantes.
—Pero afortunadamente yo, el magnífico Leroy Di Garthlock, estoy protegido por el hechizo Cave Canem... y me atrevo a tocar a este muchacho, corrompido por el mal como está, con mis manos desnudas.
Horrible Hécate, pensó Remus, ni yo me he inventado nunca algo tan extraño. "Corrompido por el mal"... ahora no me extraña que nunca haya tenido una cita, añadió para sus adentros. Se abrió paso desde la esquina al interior del gentío, sintiendo el impulso de imitar a la señora Pomfrey, apartar a ese charlatán y ponerse a regañar clamando "¡este niño necesita descanso!". La señora Muscatura se hizo hueco tras él, hasta que finalmente fue capaz de alcanzar la cabecera del lecho de su hijo.
Leroy Di Gathlock sostenía al muchacho dormido, dando instrucciones al cámara para que los retratara juntos. Inspeccionó el recién curado rasguño con decepción; realmente, el penumbroso ambiente exigía una herida mucho más dramática. Cuando completó la primera tanda de fotos, se dirigió al traductor para que le preguntara a la madre de Bela si no tendría una herida un poco más fotogénica en otra parte.
La madre apartó a Di Garthlock de su hijo y trató de acomodar su cabeza sobre la almohada. El muchacho no se despertó en ningún momento... lo cual llevó a Remus a recalcular mentalmente cuanta belladona había añadido a la poción, con un poco de preocupación. Se abrió paso de nuevo, dándole un codazo al traductor, y palpó la frente de Bela y le tomó el pulso; frío y normal. Lo más seguro es que continúe agotado por la transformación, pensó. Por lo menos se ha ahorrado esta espantosa escena.
La señora Muscatura le puso una mano sobre el hombro, dirigiéndose a Di Garthock.
—Este hombre ha traído una poción que ha curado a mi hijo—dijo con firmeza.
Remus tuvo tentación de escapar antes de que las palabras pudieran ser traducidas, pero se interponían en su camino el cámara, el traductor y Di Garthlock mismo, el cual le atrajo con un tirón tan fuerte que éste temió caer al suelo. Se encontró frente a la prominente mandíbula del alto mago, los llamativos dientes blancos y los perfectamente moldeados bucles rubios. No le resultaba familiar, a pesar de que aparentaba la edad suficiente como para haber coincidido en Hogwarts con él.¿Sería un mago auténtico?
Remus pensó rápido.
—No soy más que un humilde hacedor de pociones—dijo al traductor en rumano,—no el héroe que libró a nuestro pueblo de esos horribles monstruos.—No hizo muchos esfuerzos por ocultar el sarcasmo de su voz, pero como esperaba, el traductor se encargó de hacerlo por él.—¿Permitiría usted, el gran Leroy Di Garthlock, que le fotografíen junto a un pobre campesino rumano?
Leroy Di Garthlock se le quedó mirando atontado, y Remus aprovechó para hacer como si lo malinterpretara.
—Oh, por supuesto, si no dispone de tiempo, lo entiendo más que de sobra...
El inglés sonrió abiertamente, haciendo relucir sus dientes en el sórdido cuarto.
—La fama es una gran carga, oh, sí. Una gran carga en alguien tan joven...
—Quizá debería llevar siempre con usted unas cuantas fotos firmadas—murmuró Remus, y la traducción provocó de nuevo la exhibición de los refulgentes dientes.
—¡Una idea espléndida!—dijo Di Garthock sonriente.—¡Sí, ni yo mismo podría haber pensado algo mejor! Bien, noble campesino, el gran Leroy Di Garthlock estará encantado de proporcionarle uno de los mejores momentos de su vida.—Hizo un gesto al traductor, el cual se sacó la varita del cinto y apuntó directamente hacia la cabeza de Di Garthlock.
Este hecho sorprendió a Remus en principio; pero de la varita no salió más que una gruesa sustancia pegajosa azulada que se dispersó por el pelo de Leroy, separando los rizos y ondulando los mechones delanteros. Un hechizo moldeador.
Mientras guiaba a Leroy y sus seguidores por el cuarto, Remus echó una última mirada al pequeño Bela, que dormía profundamente velado por su madre. No pudo captar la mirada de ella, pero esperó que pudiera tener algo de tranquilidad ahora que el inglés estaba distraído.
—Lamentablemente, mi religión me prohíbe enseñar el rostro—dijo Remus a través del traductor, mientras se formaba la cola para ser retratados. Esperaba que se largara en cuanto consiguiera sus fotos, pero Leroy le aferró firmemente.
—¡Que todo el mundo haga cola para sacar sus fotografías, Leroy Di Garthlock el magnífico con el hacedor de pociones rumano, que presenció con sus propios ojos cómo el pueblo de San-Sp-¿Stordescu...? fue salvado de las bestias merodeadoras!—tronó el mago. Como Remus había temido, ahora los aldeanos no querrían dejarlos ir; tenían que saber como, donde, y con qué.
Di Garthock se volvió a Remus.
—Muéstreles,—exclamó, extendiendo hacia él las palmas—cuente a sus compatriotas cómo llevé a cabo esta hazaña de valor y coraje.
Suspirando en su fuero interno, preguntándose aún si había que medir la cantidad de belladona antes o después de triturarla, Remus condujo a Leroy y al resto de la muchedumbre al viejo establo donde Grigore y Vlad habían sido encerrados tres días antes. Surgieron numerosos "oooohs" y "aaaahs" del gentío al ver la puerta surcada de zarpazos. Di Garthlock se inclinó y recogió unos cuantos pelos largos y canos.
—Sí, el pelo de hombre lobo tiene muchas propiedades mágicas...—comenzó.
—Si se tejen en una cuerda, se puede capturar con ella a las criaturas,—completó Remus, incapaz de parar. Él mismo llevaba alrededor de la muñeca un cordel que Liszka había trenzado con el pelo que ambos habían mudado durante la primavera, en casa de Grigore. No tenía ninguna propiedad mágica en absoluto, era sólo que el blanco y el gris se veían hermosos juntos.
—Correcto—anunció Leroy en cuanto recibió la traducción.—Pero no es así como actué esta vez. Vine desprotegido, sin pelaje mágico, hierbas o arma alguna. Me vi forzado a utilizar un encantamiento complicadísimo, uno que ninguno de nuestros amigos campesinos había visto antes, eh... pero seguro que él podrá describirlo a la perfección.
La pausa de la traducción dio a Remus tiempo suficiente para inventar algo.
—El hechizo Lupus Vegetarianus—anunció solemnemente a la muchedumbre.—Esos hombres lobo están obligados ahora a alimentarse de lechuga para el resto de sus vidas.
—¡Lechuga!¡Exacto!—Leroy se ahuecó el pelo. No se cansaba de hacerlo.—Los vampiros también pueden ser obligados a adoptar una dieta de verduras con el mismo hechizo. Y ahora, humilde campesino, permítanos mostrar a sus compatriotas cómo se lleva a cabo este hechizo.—Hizo pasar a Remus al establo y sacó la varita mágica.—Vamos, ponte a cuatro patas y haz de lobo.
Sonriendo extrañamente para sus adentros, Remus obedeció, observando cómo el otro movía la varita mágica de un modo bastante muggle. No surgieron las consabidas chispas, y una vez mas se preguntó si el tal Leroy era un mago auténtico, un squib, o simplemente un muggle ensayando un papel. El profesor que había en él le impelía a tomar la mano de Di Garthlock y enseñarle la manera correcta de hacerlo, al modo en que solía hacer con lo peor de la Academia Pufflepod durante los primeros años... su otra faceta, más perversa, de sus años de estudiante y la que parecía llevar la voz cantante en esos momentos, solo se rió de él.
—Bien, muy bien—Di Garthlock comprobó que todavía estaba allí su concurrencia.—Ahora, ¿puede darnos un aullido?
Remus miró directamente a la nívea cara de Di Garthlock y sus vacuos ojos azules, e hizo lo que le pedía.
Leroy se quedó blanco.
—Er...—se atragantó. Dio un paso atrás, empujando al traductor entre él y Remus.—Uh, sí, ¡magnífica interpretación, chaval, muy bien! Solamente... er... mejor no lo repitas, ¿vale? Ahora te levantas y... ¡no, no me muerdas! Sólo como si lo hicieras....
Las cámaras no daban a basto. Los aldeanos observaban atentamente, tratando de conseguir una buena perspectiva y de hacerse con los pelos grises que Leroy había pasado por alto. Eran pelos de Grigore, y bastantes. Remus se preguntó si Vlad no lo habría atacado.
El espectáculo terminó por fin, con la cámara mágica de Di Garthlock proveyendo de copias a todos los aldeanos, así como docenas de suplementos que fue sacando de los bolsillos de su traje de color melocotón. Una pluma colgaba suspendida en el aire, autografiando mágicamente todos ellos; ése era un hechizo que sí era capaz de hacer.
Remus se dio la media vuelta para dirigirse al castillo, pensando que si bien nunca había mordido a nadie, desde luego había creado un monstruo.
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Las comidas en el castillo se habían convertido en una deprimente rutina. Alexandru insistía en que comiera con él, aunque no se hablaran el uno al otro. Sin embargo, Mihail parecía haberse suavizado un poco, quizás como resultado de comprobar la preocupación de Remus hacia el pequeño Bela. Mihail visitaba Stilpescu con frecuencia, y era probable que se hubiera enterado de las muchas visitas que hizo Remus a casa de los Muscatura para interesarse por el estado del muchacho. Por lo menos ya no rehusaba el contacto visual con él cuando servía la comida y no se oponía a sus ofrecimientos de ayudarle con la limpieza.
El otro mago había evitado dirigirse a Remus desde la discusión en la biblioteca el día siguiente a la luna llena. Ahora la luna se había reducido a nada, y Alexandru no había hecho intención de reabrir el tema. Remus tampoco estaba muy seguro de querer continuarlo; temía que no pudiera haber posibilidad de reconciliación.
Alexandru incluso continuó en solitario sus incursiones en el país de los vampiros; Remus podía saber fácilmente de dónde venía por la suciedad y la paja de sus botas, los restos de guano en el pelo y la mirada atormentada que persistía en su cara. Una tarde volvió tarde, y tomó asiento en la mesa justo cuando Mihail retiraba el plato de Remus y le servía el café. Remus recogió el libro que estaba leyendo y sus apuntes y se levantó para marcharse, con pocas ganas de aguantar otra hora de pesado sielncio. Pero el otro mago le hizo un gesto tan perentorio para que se quedara que así hizo.
Como venía siendo costumbre desde las últimas dos semanas, Alexandru permaneció en silencio y Remus lo ignoró, concentrándose en su café y en el Atlas de Protecciones Mágicas y Encantamientos. Mihail llevó el pan y el plato de la mantequilla, seguido de un humeante tazón de sopa de pollo. El cazador de vampiros tomó un pedazo de pan, pero pareció olvidar para qué con el cuchillo de la mantequilla a medio camino de su objetivo. Le temblaron las manos, dejando caer la comida sobre la mesa.
—Un vaso de vino...—murmuró, girando la cabeza levemente hacia el criado.—O brandy, quizás...
Percatándose de que algo iba mal, Mihail se apresuró a acercarse con la bebida, sin poder ocultar un semblante de preocupación.
—¿Puedo servirle algo más, señor?
—No, nada más, gracias, Mihail.—Le indicó que se retirara con un gesto desvaído.
El temblor de su voz atrajo la mirada de Remus. El rostro de Alexandru mostraba un gesto de horror que recordó al joven mago a Sirius Black, en prisión, rodeado de dementores. Sus ojos se encontraron, y pasó un largo momento antes de que Alexandru pronunciara dos únicas palabras;
—Ha vuelto.
Se oyó un grito y un ruido de porcelana; Mihail, con la cara impasible pero fantasmalmente pálido, había dejado caer un cuenco de sopa.
—Vamos,—Alexandru se levantó e hizo una seña a Remus, dirigiendo una mirada de advertencia al criado.—Creo que ha llegado el momento de dejar a un lado nuestras triviales diferencias.
El hecho de abogar por asesinar a sangre fría a todos los de su especie no era lo que Remus llamaba diferencia "trivial", pero la curiosidad aplacó su ira y siguió al hombre hasta la biblioteca, cuya puerta se cerró y selló mágicamente tras ellos. Dejaron de oírse muchos pero no todos los ruidos procedentes del gran comedor, lo cual hizo pensar a Remus que en la sala estaba operando un hechizo de filtro de voces humanas. Tomó asiento en una silla frente a Alexandru y esperó. La ropa salpicada de barro del otro indicaba que había estado caminando bajo la tormenta.
—No deseo perderte, Remus—comenzó pausadamente, tras unos minutos de silencio. Remus examinó la cara de Alexandru y encontró reflejado en ella un respeto que nunca había visto antes en el mago adulto.—Confío en ti. He puesto mi vida en tus manos todas las veces que hemos cazado vampiros juntos.—Tomó aliento profundamente.—Y ahora ha llegado el momento de afrontar nuestro mayor reto.
Bajo las pesadas nubes, un viajero solitario recorría en la oscuridad de la noche el camino entre Orastana y Albimare. Llevaba un hatillo sobre el hombro y parecía tener mucha prisa. Vlad caminaba a paso ligero paralelo al camino, lo bastante lejos como para que le sirvieran de camuflaje los setos y árboles. Incluso como humano, podía acechar tan sigilosamente como un lobo.
Y iba a cazar esa noche. Había visto al hombre, un agricultor, contando el dinero que había recaudado vendiendo ovejas en Orastana. Se había entretenido tanto en la taberna que ahora se veía obligado a viajar de noche, lo cual satisfacía plenamente a Vlad.
Vlad no entendía la loca pretensión de Fido de encontrar trabajo para los Cinco. Nadie en su sano juicio contrataría un hombre lobo; los magos parecían saber instintivamente lo que era, y los muggles se ponían nerviosos cerca de él, aunque no sabían por qué. Sobrevivía a base de robar; dinero o comida, lo que encontrara. La presa de esta noche parecía tener dinero en abundancia, y Vlad tenía intención de tomar posesión de él, y pronto.
Comenzó a lloviznar tan pronto como el camino serpenteó hacia la diminuta aldea de Catunescu. La mayor parte del pueblo había sido abandonado largo tiempo atrás; todo lo que quedaba era la iglesia medio derrumbada y unas pocas casas decrépitas. El hombre se refugió en la iglesia tan pronto como la tormenta arreció y los truenos empezaron a retumbar sobre las colinas. Vlad lo vio desaparecer por la oscura abertura al fragor de un relámpago, y la lluvia empezó a caer como una sábana. Esto iba a resultar fácil.
Cruzó el camino abiertamente bajo la azotadora lluvia, y se detuvo en la puerta de la iglesia. Sería más fácil esperar a que saliera de nuevo, pensó, más que ponerse a perseguirlo a oscuras por la iglesia. Un pequeño porche de piedra le proporcionó cierto resguardo mientras aguardaba crujiendo los dedos junto a la puerta. En cuanto dejara de llover, el hombre continuaría su camino y Vlad se abalanzaría sobre él. Era un buen plan, un plan simple, de los que dan el mejor resultado en opinión Vlad.
El aguacero amainó hasta convertirse en una lluvia estable, si bien los relámpagos seguían rasgando el cielo. Vlad oyó los débiles sonidos de alguien andando por el interior de la iglesia. El cielo se volvió blanco durante un instante a causa del violento estallido de un relámpago. Vlad esperó a oír pronto el auge del trueno, pero durante la fracción de segundo antes de que se produjera el eco ensordecedor del cielo, pudo oír algo más. Un grito. Débil pero inequívoco, y procedía de dentro de la iglesia. El grito no se repitió, pero sí se oyó otro sonido, el pesado ruido sordo de algo, o alguien, desplomándose en el suelo.
¿Le habría pisado alguien la idea del robo? No era muy probable. Catunescu estaba abandonado desde que Vlad era un crío. No era posible que un saqueador pasara las noches acechando en la iglesia abandonada en una ciudad deshabitada. ¿Quizás un demonio o espíritu? Vlad se debatió consigo mismo durante un momento, pero al final le pudo la avaricia. Echaría un vistazo a la iglesia, sabiendo que su capacidad para ver en la oscuridad era muy superior que la de cualquier humano que pudiera encontrar dentro.
Con cautela, se deslizó a través de la puerta parcialmente abierta y se quedó pegado a la pared, inspeccionando el oscuro interior, alumbrado ocasionalmente por destellos de los rayos procedentes del exterior. Las ventanas estaban muy altas, lo cual quería decir que quien quiera que fuese no había huido por ahí. Durante un fogonazo particularmente intenso alcanzó a ver el altar en ruinas, y tampoco parecía haber puerta de atrás tras él. Bien, pensó, solo hay una única vía de entrada o salida. Le llevó varios minutos distinguir la figura de un hombre que yacía entre un maremagnum de bancos en mitad del suelo. Se acercó furtivamente, alejándose de la puerta, sin despegarse de la pared. El viajero yacía boca arriba, con el hatillo a un lado. Durante otro breve destello de luz, Vlad pudo notar que éste parecía intacto. Por lo menos nadie más había tratado de robar al tipo, al fin y al cabo. Quizás tan solo hubiera tropezado en la oscuridad...
La codicia seguía primando en la mente de Vlad. No podía dejar ahí aquel hatillo, ahora que lo tenía tan cerca.
Se arrastró agazapado a través del sucio suelo. El olor del moho y el incienso pasado se mezclaban con el perfume de la lluvia. Pero, al acercarse más al cuerpo, percibió algo más que no supo identificar enseguida. Palpó el cuerpo tentativamente. La mano del viajero estaba fría, demasiado fría. Vlad agarró el hatillo y ya se disponía a escapar cuando un nuevo destello de un relámpago le mostró el rostro del hombre. En menos de un segundo, supo que estaba muerto (sí, completamente muerto), y el origen del misterioso olor.
Vampiros.
De todos los apestosos montones de estiércol en los que podía haber caído, este era el peor. Tenía que salir de ahí, y rápido.
Se incorporó y giró hacia la puerta, sorteando los escombros de madera en pos del camino más directo. Un débil revoloteo por encima de su cabeza le instó a apresurarse, tratando de no tropezar con los bancos que sobresalían en ángulos extraños entre sus pies. Con una enorme agitación de aire, algo apareció por encima y detrás de él, y cuando ya se abalanzaba hacia la puerta, sintió unas fuertes manos que agarraban sus hombros. Quiso embestir, pero se le trabó la pierna con un banco y cayó, golpeándose con fuerza contra el suelo mientras luchaba por rechazar los dedos que se cerraban alrededor de su cuello.
El vampiro (ya no había duda al respecto) trataba de ahogarlo, y Vlad sintió como iba perdiendo el conocimiento poco a poco. Tú sólo prueba a alimentarte conmigo y verás, pensó mientras se desvanecía.
—Ladrón y perro—fueron las primeras palabras que llegaron a los oídos de Vlad. Levantó la vista del suelo para encontrarse con la alta figura de un hombre, de pie ante él con la varita encendida. La situación no podía empeorar mas. Aquel vampiro debía ser uno de los antiguos, un mago y no uno de esos incautos de la región que habían sido mordidos y convertidos. Nunca antes había tropezado con uno de los antiguos, pero había oído hablar mucho de ellos.
—Cadavru—escupió Vlad.—Espero haberte gustado...
Los vacíos y oscuros ojos lo contemplaron con frialdad. El rostro era huesudo y severo, y la piel parecía demasiado sonrosada para ser un cadáver; por supuesto, hacía poco que había comido. Una sonrisa comenzó a asomar a la cara del vampiro, haciéndolo parecer aún más severo, sin embargo.
—¿Crees que voy a escatimar tu miserable vida, perro?—Este último término no lo pronunció con la fraternidad propia de la manada, sino más bien como describiendo a un bicho que está a punto de ser aplastado.
Vlad se incorporó al darse cuenta que el vampiro sostenía el hatillo del caminante en una mano.
—Inténtalo, cadáver apestoso y...—gruñó.
—He de admitir—comenzó, arrastrando las palabras mientras paseaba como casualmente frente a la puerta, bloqueando la única salida,—que matar a un perro como tú podría darme bastante trabajo. Pero esta noche me siento, no sé, bastante enérgico...
Vlad arremetió en respuesta, gruñendo al vampiro al tratar de derribarlo. Un intenso dolor acompañado de una luz brillante procedente de la varita lo derribó, golpeándose contra el piso al caer hacia atrás. Al brillo de la varita mágica la cara del vampiro apareció flotando sobre él en la oscuridad, cruel pero pensativo.
—Así que quieres lo que quiera que sea esto, ¿eh, ratero?—Lanzó el paquete a sus pies, pero no lo bastante cerca como para que pudiera alcanzarlo.—Mmmmmm. He despertado recientemente de un sueño largo... muy largo. Y tras alimentarme, encuentro que estoy bastante hambriento de cierta información. Quizás esté dispuesto a dejarte vivir al fin y al cabo, si tienes algo lo bastante valioso como para negociar.
Vlad lo miró airadamente, intrigado, poco dispuesto a ofrecer nada antes de tener una idea concreta de lo que quería el vampiro.
—¿Cómo te haces llamar, perro?
—Vlad—respondió de mala gana, poniéndose en pie con cautela. Los dos eran igual de altos, y Vlad se sintió mejor una vez que ambos estuvieron al mismo nivel, si bien no era capaz de aguantar la mirada de esos vacíos ojos durante mucho tiempo. Quedaron uno frente a otro, a unos dos metros de distancia, mirándose ferozmente a la suave luz de la varita mágica.
—Bueno, Vlad, no he visto últimamente a muchos de mis viejos amigos,—comenzó el vampiro.—Mis más antiguos amigos no están despiertos ni dormidos. ¿Sabes tú algo de eso?
—Los vampiros están escaseando. La gente se queja más de nosotros, ahora que ya no los mordéis los cadáveres.—Vlad no pretendía responder sino burlarse de él, pero al vampiro pareció cautivarle demasiado esta información como para percibir el insulto.—Se dice que un cazador de vampiros los está matando.
—¿En serio?¿Desde cuando?—El vampiro escrutó a Vlad con sus ojos oscuros, imposibles de interpretar, pues daba la sensación de que absorbían más luz de la que reflejaban.
—Unos doce meses, quince... Ya sabes como son los rumores.
—¿Y sabes la identidad de ese cazador, o donde vive?
—No. Nadie lo sabe, si es eso lo que insinúas. Me entero de esto sobretodo alrededor de Stilpescu y Orastana.
—Bien, eso sí es interesante—murmuró el vampiro,—porque he descubierto recientemente que hay ciertas protecciones mágicas sobre el castillo Arghezi.¿Quién vive ahí ahora?
Vlad sabía al menos de alguien que vivía allí, aunque no pensaba que Fido fuera lo bastante resistente como para matar vampiros. Otra gente vivía con él en el castillo, sí, pero Lupeni nunca hablaba de ellos. Sintió que ese algo relacionado con el castillo podía ser muy valioso...
Pero el líder de los Cinco era de los suyos, y hacía poco que le había salvado la vida por segunda vez. Vlad sintió que una extraña lealtad tiraba de él. Nunca hubiera esperado de sí mismo que fuera a proteger a su rival, pero la enemistad entre vampiros y hombres lobo tiraba fuerte; no podía vender a uno de su especie a un vampiro.
—Hay magos que viven en el castillo—dijo lentamente,—pero nadie los ve mucho ni sabe quienes son exactamente.
—Pero tú los ves de vez en cuando,¿no?—inquirió el vampiro bruscamente, sospechando quizás que sabía más de lo que contaba.
—Sí, supongo—trató de encogerse de hombros casualmente.
—Quizá podrías averiguar algo más... Te recompensaría ampliamente cualquier información adicional—canturreó el vampiro suavemente.—Recojo muchas baratijas de los humanos... cosas que perros como tú podrían encontrar interesantes... si estás dispuesto a contar la verdad, claro.
El vampiro lo contempló fríamente, con esa calma antinatural que sólo los no-muertos podían mantener tanto tiempo. La lluvia seguía cayendo en el exterior, monótona e hipnótica. Vlad empezaba a temer que el vampiro pudiera ver a través de él, y ya estaba pensando cual sería el mejor contraataque cuando el silencio fue quebrado por el raspar de la lona contra la piedra. Con una elegante bota, el vampiro empujó el paquete en dirección a Vlad de una patada.
—Toma tu botín, perro—dijo burlonamente.—Y recuerda mi oferta.
Vlad se revolvió con rapidez para agarrar el paquete, lo abrazó fuerte, y enfiló hacia la puerta tan pronto como el vampiro se hizo a un lado para permitirle el paso.
—Supón que averiguo algo—dijo audazmente,—¿cómo te lo hago saber?
—Cualquiera de los de mi clase sabrá encontrarme—respondió el vampiro casualmente extinguiendo la luz de su varita, de modo que sólo el sonido de su sedosa voz quedó flotando en la oscuridad.—Cuza el vampiro. Eso es todo lo que necesitas decir.
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Capítulo Cinco; La calma que precede a la tormenta (próximamente...)
WolfieTwins1: ¿No crees que alguna vez podríamos acabar un capítulo con un final más alegre?
WolfieTwins2:¿Sin nada de angst o vampiros espeluznantes, quieres decir?
WolfieTwins1:Sip.¿quizá solo una vez...?
WolfieTwins2:Bueeeeeeeno, no lo sé.¿Qué dirían nuestros lectores?¿No es esta la clase de cosas que esperan de nosotras?
WolfieTwins1:A lo mejor podríamos preguntarles. Haz una encuesta o algo así...
(Harry Potter pertenece a JK Rowling, como bien sabes. Nosotras hacemos esto simplemente porque estamos obsesionadas, y no por dinero…).
Versión Original------10 Julio 2001.
Nota de Ariel B. Black; suscribo todo lo dicho... nada que añadir por mi parte ^_^U
Versión traducida------6 Abril 2004
