Capítulo Siete:
Rumanía, Año Ocho
—¡No funciona!
—¡A la izquierda! ¡No, a la derecha! Izquierda otra vez... Aguanta ahí...
—¡No puedo! ¡Va cada vez peor!—El muchacho arrojó la espada y comenzó a retroceder hacia el bosque.
Remus fue a echar mano de su varita, luego lo pensó mejor, saltó hacia delante y se apoderó de la espada. Volvía la mirada de un lado a otro, controlando los cientos y cientos de cabezas verdes serpenteantes que se balanceaban sobre los largos y enredados cuellos de la hidra. En un destello, una sola cabeza rodó por el suelo. Dos más aparecieron al instante en su lugar, pero esta vez Remus no vaciló. A la derecha, a la izquierda, al centro, a la derecha otra vez... y por fin no quedó más que un cuello, con un nudo que soportaba una corona de cabezas silbantes.
Bela se asomó entre los árboles.
—¡Hedionda Hécate! ¿Cómo lo has hecho?
Remus tomó aliento profundamente.
—Las hidras tienen truco, ya sabes. ¿Dejo que se regenere o ya has tenido bastante?
—Mátala—dijo Bela, escondiéndose otra vez cuando las cabezas sisearon sacando las lenguas bífidas en su dirección.
Con una última estocada la criatura cayó al suelo, se secó y apergaminó, y finalmente quedó desintegrada.
El joven mago apretó el paso hacia el bosque, sin molestarse siquiera en avergonzarse de haber huido de otro de los horrores del suministro, aparentemente inagotable, que a Remus le parecía apropiado enseñarle.
—Lo de los diablillos estuvo bien, porque no dejaban de aguijonearme cuando intentaba escalar volcanes, y me alegro de haber aprendido a deshacerme de ellos, pero ¿quieres decirme cuando se supone que voy a toparme con una hidra?
—Podrías sorprenderte.—Olió el aire y miró en dirección a la columna de humo que se elevaba desde la casita de Grigore.—Parece que ya nos tienen lista la comida—dijo sonriendo.—¿Hambriento?
Esa era una pregunta retórica. Bela siempre estaba hambriento. Ahora que los Cinco eran lo bastante duchos en magia como para encender fuegos y lavar platos, solía haber por lo general algo bueno para comer en la cabaña. Se unió felizmente al líder de su manada por el paseo del margen del río.
—Derrotar a una hidra tiene que ver más con la lógica que con la magia,—explicó Remus.—Te enseñaré el teorema de Kirby y Paris, según el cual es posible matarlas con un número finito de cortes, siempre que un grupo de cabezas unidas al cuerpo por un solo cuello no se regeneren. El teorema es indemostrable, pero sin embargo funciona.
—Ya. Lo único es que a ti te encantan todos esos asquerosos, venenosos y letales monstruos—acusó Bela sombríamente.
—Claro. ¿A ti no?
El muchacho no hubiera podido decir si se suponía que esto era una broma.
—Las hidras se hallan con más frecuencia en el mar que en los ríos, lo cual explica porqué son más frecuentes en Gran Bretaña que en Rumanía—le informó Remus.—Pero seguro que hay otras criaturas que tú conoces y que yo no había visto antes de llegar aquí; los asmodeos, por ejemplo.
Bela pareció complacido. No le daba miedo en absoluto el demonio de tres cabezas con pies palmeados que vomitaba aliento de fuego.
—Vienen aquí para montar dragones. Rumanía tiene los mejores dragones.
—Desde luego que sí... ése fue sólo el segundo dragón que había visto—admitió Remus.
—¿En serio?—A Bela se le agrandaron los ojos.
—El primero casi me mete en un buen lío, también. Lo pasamos de contrabando hacia el norte, a Islandia, y hicimos el vuelo de vuelta en escoba en lo peor del invierno.—Sonrió a recordar cómo a James le había costado mantener el control cuando se le cerraban los ojos del frío.—Los dragones son ilegales en Gran Bretaña—explicó, para confusión de su hijo adoptivo.
—¿Ilegales?—El joven rumano rió.—¿Cómo se puede ilegalizar un monstruo gigante que escupe fuego?—Sacudió la cabeza al pensar en un país en que los dragones estaban en zoos y los hombres lobo se mantenían entre cuatro paredes durante la noche. La expresión de su cara decía claramente; ahora me explico por qué eres un bicho raro.
A Remus no le importó; estaba acostumbrado a ser un bicho raro.
—¿Sabes qué don puedes conseguir de un asmodeo?
—Claro, la invisibilidad... pero... oh, guau, ¿podemos hacer eso?
—Todavía no sé como—admitió Remus,—pero estoy tratando de averiguarlo. ¿Te he hablado alguna vez de la capa de invisibilidad que tenía mi amigo Cornamenta?
Bela sacudió la cabeza. Le encantaban las historias de los tres animagos más que ninguna otra, a pesar de que el concepto le resultara totalmente extraño. Ni siquiera le gustaba llamarlo "transformación", puesto que era instantáneo, no genético, y no se podía sentir. El modo en que mejor lo encajaba era imaginarse a un animal como una especie de patronus sólido al que el mago se encaramaba después de reducirse a tamaño microscópico... no era lo más preciso, pero era lo mejor que podía hacer.
—Sí...—Remus levantó la mirada hacia la puesta de sol y pensó que, al cabo de un mes, el tocayo de su viejo amigo aparecería en el cielo para señalar los días de la canícula de verano.—Nosotros cuatro cabíamos debajo.
Entraron en la casa de campo para encontrarse con los otros cinco sentados a la mesa alrededor de una fuente de venado asado y diminutas patatas rojas. Como todavía no habían perfeccionado sus habilidades agrícolas, los únicos condimentos eran romero y ajo, pero aún así olía delicioso.
Remus cambió de tema a toda prisa, con tal de que los otros hombres lobo no le tomaran el pelo otra vez respecto al hecho de comerse o no a Cornamenta.
—Bueno, Bela, tendremos que ir a Bucarest y visitar la tienda de varitas mágicas. Te sorprenderás cuando tengas la tuya propia... todos esos hechizos que hemos estado practicando hoy te van a parecerán de lo más fácil.
El muchacho se encaramó a una silla y se sirvió la comida, echando a Liszka una mirada dubitativa.
—¿Vendrás tú también, mamá?
—¿Yo?—Liszka sacudió negativamente la cabeza.—Lo siento, Bela... todavía me conoce demasiada gente por allí.—Ella y Grigore rieron.
—Nunca he estado allí—admitió Bela, con la boca llena.
—Entonces nos quedaremos a pasar el día—replicó Remus alegremente.—Algún día de la semana que viene.—Ambos lo comprendieron sin mediar palabra; Bela siempre se portaba mejor durante la luna nueva. El muchacho tendía a ser malhumorado e irascible, pero si lo era más o menos que cualquier adolescente humano, Remus no tenía ni idea. A sus propios padres les embargaba el pánico de tal manera cada vez que se ponía apenas un poco gruñón, que había aprendido a ocultar bien sus sentimientos, pero no esperaba que Bela tuviera que pasar por eso.
En aquel momento, sin embargo, tenían que concentrarse en las lecciones, pues Alexandru le reclamaba al día siguiente en el castillo y no había dicho por cuanto tiempo lo mantendría ocupado.
—Entonces, ¿qué tenemos para esta noche? ¿Aritmancia? ¿Demonios acuáticos? ¿Vampiros?
Uno de los Cinco levantó su tenedor, con el que tenía pinchado una cabeza de ajo tostado.
—Nosotros no tememos a los vampiros—declaró, metiendo los dientes de ajo caramelizados en un trozo de pan negro.—Y de todos modos a ellos tampoco les gustamos nosotros.
—Se comen a las ovejas—les recordó Remus, y todos ellos asintieron repugnados, recordando las ovejas desangradas escampadas por todo el campo. Ningún hombre lobo tocaría a un animal que haya servido de alimento a un no-muerto, y Remus tenía que deshacerse de los cadáveres mágicamente.
—De todos modos—dijo alguien más,—¿Porqué simplemente no va todo el mundo con ajos encima todo el tiempo, ovejas incluidas?
—Bueno—dijo Remus irónicamente,—¿porqué nosotros no vamos por ahí con luparia?
Todos encontraron ese comentario la mar de cómico.
Sólo Bela se quedó pensativo.
—Yo no sabía que era luna llena cuando me mordieron—dijo al cabo de un minuto.
—Yo sí—dijo Liszka,—pero estaba en plena ciudad. Se suponía que no me iba a acercar al bosque—dijo, recitando la advertencia sarcásticamente,—pero el gran lobo feroz estaba acechando en la farmacia.
—Yo estaba en el bosque, pero pensé que llegaría a casa a tiempo—añadió Grigore.
Cada uno relató su historia, y Remus se dio cuenta de que había llegado su turno.
—Yo nunca había oído hablar de hombres lobo—admitió.
Hicieron una pausa para mirar al estrambótico extranjero, todavía riendo.
—Yo ya sabía lo que eras cuando llegaste a casa con aquella poción—dijo Bela con total franqueza.—Por eso te mordí.
—Morder no está bien—dijo Remus, exactamente igual a como lo había hecho seis años antes.—Honestamente, Bela, deberías aprender a controlar tu carácter.
—Grrr—dijo Bela, masticando su cena.
—Grrr—respondieron Remus y Liszka, haciéndolo callar al instante.
—Vigila tu cola, Lupeni—advirtió alguien.—Lleva un Alfa dentro.
—Lo sé, lo sé—suspiró Remus, perturbado porque aquello hacía sonreír a Bela más que el ser capaz de dominar el hechizo más complejo.—Estoy seguro de que llegará a ser líder cuando yo esté en la ciudad andando con una correa.—De nuevo les divirtió esa declaración.—Entonces, Bela, ¿qué toca?
—Me pone enfermo tanto monstruo—refunfuñó, sin el menor deje de ironía.—Los demonios de agua estarán bien, supongo. Eh, oye, ¿porqué no me enseñas ese encantamiento perforador que te deja atravesar los hechizos que protegen al castillo?
A Remus le puso levemente nervioso que aquello se hubiera hecho, al parecer, de público conocimiento, pero rechazó los recelos. Si no puedes confiar en una manada de lobos, entonces ¿en quién vas a hacerlo?
—Puedo intentarlo—comenzó pensativamente.—¿Cuánto sabes sobre el planeta Júpiter, Bela?
El día había sido caluroso, excepcionalmente caluroso para el mes de Julio en las montañas de Transilvania, pero después de la puesta del sol el aire se refrescó. Vlad disfrutaba de la brisa que hacía susurrar a su alrededor las hojas de los abedules. Era la única cosa de la que pudo disfrutar mientras cojeaba por el camino polvoriento a Catunescu en la oscuridad de la luna nueva.
A los vampiros les gustaba la luna nueva; a los hombres lobo no.
Vlad iba al encuentro de un vampiro, y tampoco se sentía muy satisfecho.
Después de que su manada, los Seis, fueran derrotados por los Cinco en luna llena, hacía dos semanas, Vlad se había vuelto cada vez más desesperado por librar a las montañas locales de Lupeni, el líder de los Cinco. Ninguno de los miembros de su propia manada lo entendía; se habían aficionado a evitar el tema cuando se encontraban. De hecho, sospechaba que los otros Seis habían estado evitándolo completamente desde la luna llena, pero no le importaba.
Cuando la luna disminuyó, rastreó las montañas en busca de un vampiro, cualquier vampiro. Esto era una actividad bastante inusual en un hombre lobo, y el vampiro que encontró finalmente, al que sacó del sueño en el desván de un granero abandonado, se había quedado muy sorprendido. La sorpresa se volvió en impresión, sin embargo, cuando el vampiro escuchó la petición de Vlad de arreglar un encuentro con Cuza, el vampiro más temido y poderoso de la región.
La reunión había sido concertada a través del vampiro-intermediario, en el mismo lugar donde se habían visto la vez primera, también en luna nueva. Los vampiros eran quien dominaban en las noches de novilunio –su momento preferido para cazar-, mientras que los hombres lobo se encontraban en el punto más bajo de su fase animal. Cuza llevaba ventaja, pero Vlad tampoco tenía demasiadas alternativas en su búsqueda de venganza.
Todavía cojeando a causa de una herida que no se acababa de curar, y por el paseo a pie de más de treinta kilómetros, Vlad alcanzó la pequeña iglesia del desértico pueblo de Catunescu. El edificio se hizo visible de repente, un luminoso monolito blanco que parecía el rostro de un cadáver. El alto tejado se elevaba hasta el cielo, si bien la cruz que una vez adornara la cúspide se había caído. Más partes del edificio se habían derrumbado desde la última vez que Vlad hizo ese mismo camino, tal y como notó a medida que se aproximaba al gran pórtico de madera. Después de su encuentro casual con el vampiro, había evitado la iglesia ruinosa, y ahora la desesperación le conducía allí otra vez.
Setenta meses atrás, Vlad había entrado en el edificio simplemente para asaltar a un viajero que había buscado refugio dentro durante una tormenta, y lo que encontró fue un hombre muerto y el rastro de un vampiro. A duras penas había conseguido sobrevivir a aquel primer encuentro con Cuza, pero esa noche sabía que tenía la información que el vampiro quería... suficiente para hacer un trato, esperaba. Llevaba también una estaca de madera en el bolsillo por si acaso, ya que tenía intenciones de sobrevivir a este otro encuentro.
La puerta misma estaba hecha pedazos, y colgaba abierta. Vlad apartó los restos a un lado y dio un paso hacia el oscuro interior. La noche, sin una nube, sólo ofrecía la luz de las estrellas por toda iluminación, y sus ojos, aunque tan acostumbrados a la oscuridad, apenas podían distinguir las formas de los escombros de madera que abarrotaban el suelo. Se detuvo justo en la puerta para encender una pequeña antorcha de brea. La amarilla y humeante llama le proporcionó un pequeño círculo de luz, que reveló una mezcolanza de bancos rotos desperdigados por el suelo, y las profundas sombras del ruinoso altar, a lo lejos. Se quedó en la puerta, no obstante, no demasiado dispuesto a aventurarse mucho más adentro.
La antorcha se apagó con un repentino zumbido de aire. Juró en voz alta, y arrojó la inútil antorcha al oír una risa y el aproximarse de unos crujientes pasos. Una alta y oscura sombra se materializó de entre la negrura. Reconoció la voz; setenta meses no habían bastado para olvidar aquel acerado arrastrar de palabras.
—Bueno, el perro ha vuelto—dijo la voz del vampiro. Vlad podía imaginar el rostro lascivo, pero apenas distinguía nada más que el contorno de una cabeza de aproximadamente su misma altura.
—Debes perdonar mi predilección por la oscuridad—dijo Cuza, acercándose a varios metros del hombre lobo,—pues no me gustaría llamar demasiado la atención sobre este encuentro. Ciertos individuos parecer estar concentrando sus esfuerzos en encontrarme, y no tengo ninguna intención de dejarme atrapar.
A medida que los ojos de Vlad se fueron adaptando a la oscuridad, fue capaz de distinguir el rostro pálido y angular, y las cavidades oscuras que acompañaban a aquellos terribles y vacíos ojos. Se sintió agradecido de no tener que mirar directamente al vampiro a los ojos. De algún modo, esto le permitió aunar el coraje suficiente para decir;
—Sí, quizás te atrapen un día de estos, cadáver podrido.
—Mmmm, veo que tus modales no han mejorado mucho en seis años—dijo Cuza, en un tono suave y casi agradable mientras rodeaba al hombre lobo.—Pero tú mismo has sido cazado, ¿no es así? He visto tu cojera cuando venías. ¿Una reyerta de perros, quizás?
Vlad no dijo nada, tratando de controlar su carácter, recordando a qué había ido.
—Has venido porque necesitas mi ayuda—susurró Cuza severamente a espaldas de Vlad,—pero yo no deseo involucrarme en asuntos de lobos. ¿Tienes algo que me interese?
—Sí—dijo Vlad rígidamente.—Dijiste que querías saber quién vive en el castillo. Pues bueno, yo puedo ayudarte en ese aspecto.
—¿De veras?—rió el vampiro, completando su circuito para quedar cara a cara con Vlad.—Ya sabías algo hace seis años, ¿me equivoco? Pero ahora es cuando vale la pena contármelo. ¿Porqué?
—Él vive en el castillo—empezó Vlad.—Un hombre lobo, quiero decir.
—Aclárate, perro—saltó Cuza.—¿me estás pidiendo que crea que un hombre lobo vive en el castillo Arghezi?
—Ése no es como nosotros—replicó Vlad.—Es extranjero, de Escocia o por ahí. Lleva en el castillo unos, uhm, noventa meses.
—¿Y tiene algún nombre, este misterioso hombre lobo extranjero?
—Lupeni. Así es como lo llamamos—dijo Vlad débilmente. Luego continuó;—no sé cual será su nombre auténtico.
—¿Rival tuyo, este Lupeni?—preguntó el vampiro con curiosidad.
—Bastardo—escupió Vlad. Cuza rió suavemente y se aproximó más, a un palmo de distancia del hombre lobo, el cual se puso tenso pero mantuvo su posición.
—Ya veo—murmuró el vampiro.—Entonces, ¿qué más puedes contarme sobre el castillo? Hay otros viviendo allí, ¿verdad?
—Sí. Dos magos más, creo. Uno de ellos baja a veces a Stilpescu. Nunca he visto al otro.
—¿Magos extranjeros, como ese tal Lupeni?
—No creo—Vlad sacudió la cabeza rígidamente.—El tipo que va al pueblo habla como si fuera de por aquí.
—Pero nunca has estado en el castillo, ¿no es así?—inquirió Cuza bruscamente.—De poco me sirve tu información, perro. Ya sabía que hay varios magos viviendo en el castillo. ¿Por qué debería preocuparme que uno de ellos sea un perro como tú?
El vampiro le miró con expresión desagradable. Incluso a la tenue luz de las estrellas que se colaba por la puerta, Vlad pudo ver la expresión de asco en la cara cerúlea del no-muerto. El licántropo se humedeció los labios con nerviosismo y aferró la estaca que llevaba en el bolsillo.
—Es un matador de vampiros—le espetó.—Tal vez todos lo son. Grigore le vio matar un vampiro.
—Ah, esto empieza a interesarme. ¿Quién es ese tal Grigore del que hablas?
—Un hombre lobo—continuó el nervioso Vlad,—es de la manada de Lupeni, pero a veces hablo con él. Me cuenta cosas porque no está muy contento. Con Lupeni, quiero decir. Ha estado en el castillo y el mes pasado estaba con él cuando mató un vampiro en las cuevas Petrosna; vio arder el cuerpo.
—De modo que eso fue...—irrumpió Cuza furiosamente, dando algunos pasos bruscos por detrás de Vlad, el cual se giró para observarle, satisfecho de que su información le hubiera alterado tanto y pareciera especialmente valiosa.
—¿En las cuevas Petrosna, has dicho?—musitó el vampiro.—Ella no quiso decírmelo, pero eso es lo que le ha pasado a Emil.—Recobrando la compostura, el vampiro se giró hacia Vlad. Un trasfondo de cólera impregnaba ahora cada una de sus palabras.
—¿Puedes entrar en el castillo?—soltó bruscamente.
—N-n-no,—balbuceó Vlad.—Grigore me dijo que hay que pasar más de un encantamiento para entrar. Él ha aprendido a hacer algunos hechizos de entrada, pero hay otros que ni el mismo Lupeni conoce.—Vlad se interrumpió, y tuvo que armarse de valor nuevamente ante el vampiro que lo miraba con expresión desagradable.—Oye, ¿no vale esto para empezar a acabar con Lupeni? Es decir, está cazando a los tuyos y demás.
—Es un comienzo, tú lo has dicho—replicó Cuza pensativamente. Se quedó silencioso durante un largo rato. Vlad trató de suprimir su nerviosismo, acariciando la estaca y calculando el número de pasos que distaban hasta la puerta.
—Vas a necesitar mi ayuda para matar a ese Lupeni—dijo el vampiro al fin.—Puedo ver que ya lo has intentado y has fallado, perro miserable. Pero te ofreceré mi ayuda y entonces no fallaremos. Esto va a ser un buen comienzo, desde luego.
—Alexandru, qué bueno verte—sonrió radiante el hombre mayor cuando los dos magos se le acercaron. Estaba sentado en la valla baja de madera que marcaba los límites de una pequeña granja.
—Te ves muy bien, Lucian—correspondió Alexandru.—Es difícil de creer que ya hayan pasado casi sesenta años.
Lucian aparentaba la misma edad que Alexandru, aunque su pelo y su larga barba estaban plagadas de blanco. Saltó de la valla con viveza para abrazar a su viejo amigo. Remus se quedó atrás, observando con atención la pequeña granja todavía visible en la despejada tarde de verano, pese a que el sol ya se había puesto. Él había querido ir a Bucarest, ya que era luna nueva y quizás Bela se portaría mejor que en otro momento, pero Alexandru había insistido en que tenían un importante trabajo que llevar a cabo la noche de luna nueva. Unos pocos días tampoco significarían una diferencia tan tremenda en el comportamiento de Bela.
Aquella noche se disponían a cazar un vampiro que elegía el novilunio para alimentarse de los vivos.
—Estoy muy contento de que hayas venido—dijo Lucian, dando un paso atrás para contemplar a su viejo amigo. Bajando más la voz, continuó—Mihail ha dicho que tú podrías ayudarnos con nuestro problema.
—Por favor, cuéntame qué es lo que te preocupa—dijo Alexandru seriamente. Hizo un gesto hacia Remus.—Puedes hablar libremente delante de este hombre. Es mi asistente en estos asuntos.
El anciano granjero suspiró, aliviado de poder desahogarse. Juntando las manos, comenzó;
—Mi nieto Stefan ha estado aquejado de fiebre este verano, al parecer. Dos veces, después de la luna llena, se ha puesto enfermo durante un día o dos, débil e incapaz de levantarse. Al cabo de unos pocos días ya se encontraba bien, pero me he dado cuenta de que tiene mordeduras, algunas en el cuello. Le hemos preguntado, pero no sabe nada, dice que a él le han mordido un montón de cosas.
—¿Habéis notado algo tú o alguien esas noches?—preguntó Alexandru pensativamente.
—Es verano—Lucian se encogió de hombros;—Stefan duerme en el granero del heno.
—Me gustaría ver a tu nieto y examinar esas mordeduras—dijo Alexandru de inmediato, a pesar de que ya parecía haber deducido el origen. Lucian los condujo por un camino de tierra hacia la diminuta granja donde vivía con su hijo, su nuera y sus cuatro hijos. No resultaba extraño que Stefan prefiriera dormir en el granero, teniendo en cuenta el tamaño de la casa.
—Un vampiro relativamente nuevo—murmuró Alexandru a Remus mientras caminaban,—que caza preferentemente durante la luna nueva, me da la impresión.
—¿Y crees que atacará al muchacho esta noche?
—El patrón parece claro—respondió.—No creo que te hayas encontrado antes en una situación como esta. Debo advertirte de que cuando el vampiro ataque, puede resultar... difícil separarlo de su víctima.
—¿Sí?—Remus estaba intrigado. Sus cacerías previas con Alexandru se habían limitado a vampiros durmientes. Tener la posibilidad de atrapar a un vampiro en pleno acto estaba fuera de lo corriente.
—Puesto que este es el tercer ataque—continuó Alexandru lentamente, como si estuviera perdido en un sueño, o quizás en un viejo recuerdo—la victima, el chico Stefan, se nos resistirá. Tratará de ayudar al vampiro, de hecho.—Bajó la voz más todavía, con lo que a Remus se le hacía difícil distinguir sus palabras.—Al contrario de lo que puedas pensar, la mordedura de un vampiro no es dolorosa. Tengo entendido que... que conlleva un cierto placer...
Una vez más, Remus se preguntó de donde había sacado Alexandru esa información. Pero ya habían alcanzado la puerta de la casa, y no era el momento de hacer preguntas.
La pequeña cocina estaba abarrotada con la familia al completo, que estaba terminando de cenar. Los dos hombres fueron presentados como viejos amigos de Lucian, nada más. Stefan, un alto y robusto muchacho de dieciséis o diecisiete años, les estrechó alegremente la mano cuando llegó su turno de presentaciones. Mientras Remus entablaba un poco de charla con el chico, Alexandru aprovechó para observarlo de cerca, examinándole el cuello, sin duda. Una vez que completaron las formalidades, la familia se retiró para lavar los platos, y Stefan se excusó con que tenía que acabar unas tareas y luego prepararse para irse a la cama.
Los dos cazavampiros salieron fuera con Lucian y tomaron asiento en unos ásperos bancos de madera en la parte trasera de la granja, con el granero a la vista.
—¿Y bien?—preguntó el viejo granjero nerviosamente.
—Has hecho bien en llamarme—replicó Alexandru.—Creo que tu nieto ha sido mordido por un vampiro, uno que se nos ha escapado de alguna manera. Haremos guardia en el granero esta noche. He de pedirte que tú y tu familia os mantengáis apartados, no importa lo que oigáis.
Lucian asintió solemnemente. A Remus le resultó difícil imaginarse un granjero en Gran Bretaña, independientemente de cuán aislado estuviera, invitando a dos magos a cazar vampiros en su granero. En las solitarias montañas de Transilvania, sin embargo, la amenaza de los vampiros era real, si bien cada vez menos frecuente.
Los dos magos entraron sigilosamente en el granero antes que el muchacho. Tras inspeccionar la planta baja y el desván, invocaron en breve unos conjuros de invisibilidad para ocultar su presencia bajo la buhardilla, entre las balas de heno. Oyeron a Stefan subiendo por la escalerilla de madera hasta la buhardilla y metiéndose en la cama, con mucho crujir de los tablones del suelo. A juzgar por el sonido acompasado de su respiración, no tardó en caer en un profundo sueño. Remus se preguntó cuánto tendrían que esperar, y se puso a tantear algunos de los objetos que llevaba en su bolsa; estacas, piedra solar, la varita y una cuerda de ajo trenzado.
La espera no se prolongó demasiado. El suave susurro de unas alas, alas de murciélago lo más probable, se empezaron a oír después de que el chico se quedara dormido, revoloteando por encima de las vigas. Alexandru se tensó, agarrando a Remus del brazo. Uno y otro sacaron las varitas, pero como de costumbre Remus se quedó a la espera de la señal del mago mayor. Éste tomó la trenza de ajos en una mano, pero aparte de eso continuó inmóvil, esperando a que sucediera algo.
Poco después de que el batir de alas se desvaneciera, oyeron otro sonido susurrante que provenía de arriba, esta vez como una voz recitando o cantando suavemente. El desván crujió ligeramente, si bien no podían ver nada desde donde estaban, directamente debajo. Alguien se movía sobre sus cabezas, mientras cantaba la canción. El chico gimió en respuesta, revolviéndose pesadamente por encima de ellos. ¿Miedo? ¿Placer? Remus no estaba muy seguro, sobretodo después de lo que le había contado antes Alexandru.
La canción, si es que lo era, no tenía palabras que Remus pudiera distinguir. No todavía, entendió, o eso pensaba. Era una invitación a la liberación. Una entrada a otro lugar... oscuro, secreto y misterioso. La promesa de...
Su mano se cerró alrededor de la piedra solar, aferrándola con fuerza como si así pudiera alejar de él la muda y disonante canción. Pobre muchacho, pensó, no es mucho mayor que Bela. Aunque por supuesto, Bela nunca sería mordido por un vampiro, lo cual hizo a Remus sentirlo aún mucho más por Stefan.
Un ligero golpecito de la varita mágica de Alexandru devolvió su mente al granero. Intercambiaron unas miradas, y se aparecieron con rapidez en la buhardilla.
¿Quién se quedó más impactado, el monstruo o los cazadores de monstruos? El muchacho, que yacía apenas semi-consciente, fue quizás el único que no se sorprendió por la súbita aparición de dos hombres arrodillados junto a él, Remus a sus pies y Alexandru a su cabeza.
Una mujer estaba agazapada sobre el chico, con la cabeza gacha. A Remus no debería haberle sorprendido encontrar que el vampiro era mujer –habían matado varias en los últimos ocho años-, pero aún así el espectáculo de la extraña mujer alimentándose del muchacho le dejó horrorizado.
Ella se quedó helada. Su largo pelo marrón barría el pecho desnudo del muchacho como una cascada glacial, y su cara se contrajo en una mueca de miedo y odio. Un oscuro vacío colmado de aversión -los lóbregos ojos de un vampiro-, recibieron a los dos extraños. Entonces se movió, arrastró las manos a través del cuerpo del chico alzando los brazos, y Remus cayó en la cuenta justo a tiempo de que estaba a punto de transformarse en murciélago y escapar.
—¡Helios!—exclamó a toda prisa, y tendió la piedra solar en su dirección. Con un grito de agonía, la vampira se derrumbó a causa de la brillante luz sobre el cuerpo tendido del muchacho, pero Alexandru echó la cuerda de ajo en torno a su cuello, arrastrándola hacia él para inmovilizarla, de cara a Remus y al chico. Ella se atragantó y forcejeó como si el ajo le quemara. ¿Será como una cuerda de plata para un hombre lobo?, se preguntó Remus.
Extendió las manos hacia Stefan, diciendo su nombre una y otra vez con voz ahogada. El muchacho abrió los ojos, pero tenía la mirada desorientada y salvaje del dormido. Se incorporó con torpeza sin ver nada más que a la vampira y se lanzó hacia ella con los brazos extendidos. Remus bajó su varita y sujetó a Stefan, que ahora gritaba incoherentemente, agarrando torpemente con una mano el cuello del muchacho. Las manos del chico abrieron surcos en el heno del suelo de la buhardilla cuando Remus lo llevó a rastras hacia atrás, lejos de la vampira que luchaba por alcanzar. A pesar de la mayor fuerza de Remus (los hombres lobo son más fuertes que los humanos), el muchacho se le resistía tanto que Remus se vió obligado a dejar caer la piedra solar sobre las tablas del suelo y aferrar los brazos de Stefan con ambas manos, inmovilizándoselos detrás de la espalda.
—¡Neva, Neva, Neva!—sollozaba el joven, lo cual debía ser el nombre de la vampira. Dejó de luchar contra su captor, pero siguió temblando y respirando agitadamente con aliento profundo y entrecortado.
—Duerme, muchacho—entonó Alexandru fríamente apuntando a Stefan con su varita. Remus sintió al muchacho desplomarse entre sus brazos y lo dejó tendido con cuidado sobre el heno que cubría el desván. Tomó la piedra solar otra vez, jadeante y agitado por el repentino asalto.
La vampira forcejeaba débilmente, pues la combinación de la trenza de ajo alrededor de su cuello y la piedra solar eran demasiado para ella. Esto podría ser un indicativo del tiempo que llevaba siendo vampira; la piedra solar (al igual que el sol) afectaba con mayor crudeza a los vampiros más jóvenes.
—Neva. ¿Ése es tu nombre?—preguntó Alexandru con severidad, más indignado de lo que Remus lo había visto nunca durante una cacería de vampiros. Siempre se mostraba frío y objetivo, salvo ante la mención de Cuza, su viejo enemigo. ¿Tendría algo que ver con este vampiro en particular? ¿La conocería él? Pero no dio muestra alguna de reconocimiento cuando respondió débilmente;
—Sí. ¿Qué es lo que...?—vaciló. Tal vez fue un poco lenta en comprender que la presencia de los dos hombres venía a significar su muerte definitiva.
—¡Tú!—chilló con más vivacidad, atravesando a Remus con sus oscuros ojos.—¡Tú mataste a Emil! Y los otros...
—¿Quién es Emil?—le preguntó Alexandru de manera cortante.
—Él es... fue mi... lo conocí tres años atrás, mientras aún era...
Humana. Viviente. Podría no decir las palabras, pero estaba claro que era una joven vampira y Emil fue el responsable. Parecía aterrorizada, y eso también era un indicio del poco tiempo que llevaba siendo una de los no-muertos.
—En las cuevas Petrosna, tú lo mataste—finalizó débilmente.
Alexandru le dirigió a Remus una mirada furiosa, como diciendo ¿cómo te atreves a matar un vampiro sin mí?. Habían hablado del vampiro que Remus había matado en las cuevas el mes pasado, y obviamente Alexandru todavía estaba enfadado por que Emil hubiera muerto sin darle a él la oportunidad de interrogarle sobre Cuza, su maniática obsesión.
—¿Conoces otros vampiros?—inquirió Alexandru.—¿Has conocido a Cuza?
—Sí. Una vez—tembló.—Emil lo conocía. Es un vampiro muy, muy antiguo. Emil... le tenía miedo. Hablaron de los asesinos...—forcejeó débilmente, comprendiendo nuevamente que eran aquellos mismos asesinos de vampiros los que la tenían presa. Seguramente sospechaba ya cual sería su destino.
—¿Sabes cómo encontrar a Cuza?—las palabras del viejo cazador de vampiros sonaban acortadas, pero todavía enfadadas.
—No lo sé—comenzó ella, lamiéndose los labios y dirigiendo a Remus una mirada suplicante.—Pero puedo encontrarlo para ti, si quieres. Si me dejáis ir...
Alexandru se permitió soltar una cortante risotada, si bien su cara estaba contraída en una mueca. Remus se percató de que había reemplazado la varita de su mano libre por una estaca, probablemente de su bolsillo.
—Tú corrompes a los vivos—entonó Alexandru, y su furia se transformó en fría resolución cuando levantó la estaca por encima de su cabeza, en un gesto fuera del campo visual de la vampira,—y no mereces nada más que esto.
Ella no tuvo tiempo de reaccionar, o de gritar siquiera, cuando se le clavó la estaca en el corazón.
Cuando Alexandru dejó caer a la vampira en un desmadejado montón entre ellos, Remus vio que estaba temblando, aferrando obsesivamente la trenza de ajo que aún sostenía. Una vez más, Remus se preguntó qué pasaría con aquella vampira que afectaba a su compañero con tanta fuerza.
Remus encontró su varita mágica y provocó una pequeña luz en su punta, de modo que pudiera extinguir la piedra solar. Ni siquiera él podía soportar el violento resplandor durante demasiado tiempo. Comprobó el estado del chico, que dormía tranquilamente por obra del encantamiento.
Neva descansaba, también, en ese sueño final que los vampiros desafiaban con su existencia misma. Incluso durante la luna nueva, cuando su lobo interior se encontraba en su punto más bajo, Remus podía sentir el son de la naturaleza, que le hablaba del balance entre el nacimiento y la muerte, de cómo la Vida se elevaba y descendía como una ola en un mar infinito. No pensaba que pudiera comprender jamás el ansia de los vampiros de salirse fuera de los límites de la naturaleza, alimentarse de los vivos sin formar parte del entramado de la Vida. Aquello era seguramente la razón por la que podía continuar con la deprimente tarea de librar las montañas de no-muertos.
—¿Terminamos?—preguntó, vacilante por tener que sacar a Alexandru de su trance.
El viejo cazador de vampiros cabeceó en respuesta, sin pronunciar palabra. Remus recogió el cuerpo sin vida y ambos magos dejaron el granero en busca de un lugar más apartado en el que incinerar el cadáver.
Cambiaron pocas palabras mientras completaban la tarea. Cuando terminaron, Alexandru se giró a su compañero con aspecto exhausto y varios años más viejo.
—Tengo que hablar con Lucian y con los padres del chico—dijo con voz ronca.—Despierta al muchacho y mételo en la casa. No debería dormir solo.
De vuelta en la buhardilla, Remus conjuró una bola de luz mágica y encontró a Stefan durmiendo pacíficamente todavía. El muchacho ahora tenía un futuro, uno que implicaba crecer, envejecer, tener niños quizás y verlos crecer. No pudo por menos que pensar en Bela otra vez, deseando las mismas cosas para él, el único niño que tendría nunca.
Dejando a un lado todos aquellos pensamientos, llevó a cabo un hechizo para revertir el encantamiento de sueño. El chico que yacía en el colchón de paja abrió los ojos de repente, y contempló al mago dando escasas muestras de reconocimiento.
—¿Cómo te encuentras?—preguntó Remus en voz baja.
—¿Dónde está ella?—exclamó el muchacho, una vez que recorrió la habitación con la mirada y se dio cuenta de que estaban solos. Se incorporó con rapidez, buscando frenéticamente, y luego aferró a Remus de la ropa, sacudiéndolo como si pudiera sacar de él a la vampira perdida.
—¿De cuánto te acuerdas, Stefan?—Remus sujetó la chico por las muñecas con cuidado, pero con firmeza. El muchacho todavía conservaba en sus ojos la mirada de los sueños incoherentes.
—Era tan hermosa—murmuró,—y vino... era un secreto. No lo cuentes, dijo, y te llevaré a donde siempre es... Neva... su nombre... tan hermosa...
Stefan dejó de forcejear, perdido en un sueño despierto. Remus casi podía oír los ecos de la canción de la vampira en sus palabras.
—Neva era un vampiro—le dijo al muchacho, sonando más severo y cruel de lo que había pretendido. En respuesta, el chico sacudió la cabeza y aumentó su inquietud.—Vino esta noche por tercera vez. ¿Sabes lo que eso significa?
Remus tomó a Stefan por los hombros cuando el chico se retorció, moviendo la cabeza de lado a lado como si así pudiera negarlo todo salvo sus recuerdos.
—¿Sabes lo que eso significa?—repitió, mirando fijamente al muchacho a la cara, obligándolo a mirarle a los ojos.
—Que yo me habría...—Stefan se interrumpió, hundiendo la cabeza entre las manos después de que Remus dejara de sujetarle. Cuando alzó la vista al cabo de un momento, sus ojos parecían ya plenamente conscientes, una vez que los sueños fueron reemplazados por el horror de saber en lo que podría haberse convertido.
Remus no logró sacarle ninguna palabra más, pero consiguió convencerlo de comer un poco de chocolate antes de salir de la buhardilla. En la granja, la familia al completo estaba levantada y esperando. Rodearon al chico llorando con gran alboroto, y no se dieron cuenta en lo más mínimo cuando los cazadores de vampiros se retiraron discretamente para volver al castillo.
—Brandy—pidió Alexandru cansinamente cuando entraron en el vestíbulo, despojándose de las capas y los bultos. Mihail estaba levantado y listo para recibirles, lo cual hizo que Remus se preguntara una vez más si no tendría algún medio mágico para prever cada necesidad de su amo.
Todavía ardía el fuego en el hogar del gran salón cuando tomaron asiento a la mesa. Cosa rara en él, Remus, quien bebía aún menos después de ocho años viviendo con Alexandru, sintió la necesidad de tomar algo fuerte. Los vicios humanos más comunes no seducían mucho a los hombres lobo; los ásperos sabores del alcohol y el tabaco dañaban sus agudos sentidos. Era una suerte, pues los Cinco eran difíciles de disciplinar aún sin ser una panda de borrachos.
Pero en luna nueva, después de una cacería de vampiros, no pudo rechazar el brandy engañosamente suave que Mihail sirvió para él.
—Entonces, ¿el chico se pondrá bien?—aventuró Remus.
—Se recobrará con el tiempo—suspiró Alexandru, haciendo girar el líquido ambarino en su copa a la luz de las llamas.—Con cada mordisco, la víctima se vuelve más... vulnerable, más sensible a la canción de los vampiros. Pero sí, se recuperará.
—La quería tantísimo—reflexionó Remus.—Nunca hubiera creído que la víctima pudiera desear tanto...
—La víctima siempre se porta así—masculló Alexandru, dejando su copa a medias con violencia sobre la mesa y levantándose.—La resistencia se convierte en un imposible, hasta que no hay nada más que la muerte.
Con esto, salió a grandes zancadas de la estancia, dejando a Remus confuso por sus palabras de despedida. Mihail le frunció el ceño al joven mago cuando retiró la copa de la mesa.
—No deberías molestar al amo sacando a relucir cosas hace tiempo olvidadas,—dijo a través de los finos y apretados labios.
—¿Qué quieres decir?—preguntó Remus, pero a medida que hablaba, la respuesta se hizo más clara.—Hubo otro muchacho, como el de esta noche, ¿no es así?—Mihail se quedó helado, con la copa de cristal fuertemente agarrada a medio camino en el aire.
—¿Mircea Arghezi era... un vampiro?
—No—replicó el criado, volviéndose bruscamente.—Él tuvo el buen juicio de matarse antes de que eso llegara a ocurrir.
Remus se deshizo en disculpas por haberse retrasado tanto en llevar a Bela a la ciudad. El chico no parecía enfadado, y como todavía no se encontraban en el primer cuarto, Remus no creyó que tuviera que preocuparse demasiado por él. Estaba nervioso, pero eso era lo que esperaba. Aparte de todo eso, aquel era el viaje en escoba más largo que haría, y a Remus le complacía comprobar que el muchacho era un volador hábil e infatigable. (¿Les gustaría a los Cinco jugar al quidditch? No sabía por qué, pero lo dudaba. Ya fueran dos o cuatro, a ellos les gustaba tener los pies en el suelo).
Entre la monomanía de Alexandru, la manada Cinco, y los misteriosos estudiantes de doctorado, Remus no conseguía ir a la ciudad tan a menudo como le hubiera gustado. Su última breve visita había sido en mayo, para recoger la botella verde que contenía la poción de matalobos (ahora llevaba de nuevo la botella con él, con el vago pensamiento de rellenarla, quizás... para casos de emergencias). Aún así, no importaba cuán a menudo viajara a la ciudad; siempre era un shock ver cómo las salvajes montañas, hogar de tantas criaturas, se volvían bruscamente en una aglomeración de rascacielos grises y una maraña interminable de hormigón. Se preguntó si de algún modo los muggles no podían ver este contraste, de la misma manera que eran ciegos para ver fantasmas o dragones.
Para Bela, que nunca había estado en la ciudad, el impacto fue mucho mayor. Estaba tan ocupado mirándolo todo boquiabierto que casi se va de bruces contra un poste telefónico.
—¡Ten cuidado!—gritó Remus.
Viró bruscamente justo a tiempo, rozando los cables con la cabeza.
—¿Qué era esa cosa?
—Un artefacto muggle... transporta... electricidad. Ten cuidado con los cables, creo que son peligrosos.
—Hay pájaros posados—observó Bela.
Remus no podía responder a eso. Quizás tendría que pedirle a Mike que le diera unas lecciones de Estudios Muggles, para los dos.
—Ten cuidado también con los coches, esas cosas ruidosas de ahí abajo. Te pasarían por encima sin parar siquiera.
—¿Hay gente dentro?
—Sí que la hay. Pero a veces, eh, se descuidan, como acabas de hacer tú hace un momento.
—Ah.—Bela voló un poco más bajo, para tener una mejor perspectiva del embotellamiento de tráfico que había debajo de ellos. Arrugó la nariz.—Es ruidoso y apesta. ¿De verdad vivías tú en una ciudad como esta?
—No, como esta no—aseguró Remus. Los turistas muggles que visitan Rumanía deben de tener una panorámica totalmente diferente a la nuestra, meditó para sí mismo.
Bela siguió hablando para disimular sus nervios. Pidió que le describiera cómo Hogsmeade se convertía en Glasgow después de una larga extensión de cuidadas colinas onduladas. Preguntó cómo iban a encontrar la parte mágica de la ciudad, y si los muggles podían verla; la respuesta a lo último era no.
Álexandru estaba suscrito a una amplia variedad de periódicos muggles, así que había podido seguir lo que al parecer era una violenta rebelión en la región, y él y Mihail a menudo tenían apasionantes discusiones acerca de "dictadores" y "Estalinismo". Si bien Remus se mantenía indiferente a la mayoría de cosas que decían los periódicos, salvo si había alguna mención a los lobos (había varios cientos en Rumanía, y una vez al mes ese número se duplicaba perfectamente), sí tenía bastante en cuenta las advertencias de mantenerse alejado de los funcionarios muggles. No sabía si las agitaciones volvían a los funcionarios más o menos vigilantes, pero en todo caso no le costaba nada mantenerse oculto.
Bela también le pidió que le relatara palabra por palabra cuanto le había dicho el señor Ollivander cuando compró su varita hacía casi veinte años.
—Sinceramente, no recuerdo gran cosa...—declaró por el aire mientras volaban.—Dijo que sería bueno en Encantamientos, pero no tanto como la chica pelirroja que había delante de mí. Es todo lo que te puedo decir.
—¿Nada acerca de gustarte los monstruos asquerosos?
—Nada acerca de monstruos, gustarme o ser uno de ellos—dijo quitándole importancia, pues sabía que eso era lo que más preocupaba a Bela, si bien el chico no lo admitiría.—Yo no sabía que me atraían los monstruos hasta que llegué aquí.
—No me lo digas, son raros en Gran Bretaña—resopló Bela.—¿Pero vosotros tenéis algo? Quiero decir, ¿trasgos, o hinkypunks, o boggarts, o algo?
—Bueno, tuve un boggart debajo de mi cama el primer año. Nos divertimos bastante con él, tratando de averiguar cuanta gente tenía que haber en la habitación para hacer que se despistara. Y hay trasgos guardianes de Gringotts.—Trasgos amaestrados, por supuesto. Hasta los dementores en Gran Bretaña están domesticados para uso humano, pensó con un escalofrío.
Por fin alcanzaron el pequeño enclave mágico. Parecía incluso más pequeño que hacía dos meses, cuando Remus había estado allí por última vez, pero seguramente eran cosas de su imaginación. Tras convencer a Bela cien veces más de que no había nada que temer, que él conocía al propietario (lo había conocido una vez, adquiriendo una varita para Grigore), y por supuesto de que él mismo había estado nervioso cuando compró su primera varita, atravesaron por fin la polvorienta puerta, provocando un áspero chillido que los hizo pegar un salto.
Un anciano y sabio loro estaba posado en el alféizar de la ventana, cascando avellanas. Chilló unas cuantas palabras que apenas sí sonaban a rumano, y el dueño de la tienda, un hombre muy pequeño que todo él parecía polvoriento, salió de detrás de una estantería.
—¡Visitantes!—graznó, con una voz aguda que sugería que se dedicaba a entrenar al loro más que a conversar.—Y de las montañas, por lo que veo. No he tenido muchos por estos días. ¿En qué puedo ayudarles?
Quince minutos más tarde dejaban la tienda, Bela como propietario de una varita mágica de veinte centímetros, de madera de ébano y núcleo de pelo de unicornio, que no podía parar de agitar sólo para ver las chispas rojas.
—¿Has oído eso?—dijo.—La mayoría de varitas en Rumanía están hechas de nervio de corazón de dragón, pero no encajan bien con todos los magos.
—Habrá una gran diferencia, te lo aseguro. La que tenías antes era una de las mías, sauce y pluma de fénix, completamente inadecuada para ti. ¿Vamos ahora a la librería?
Bela asintió excitado, y atravesaron una puerta aún más polvorienta hacia una tienda más cubierta de polvo, si cabía. El anciano Emil los saludó calurosamente, pues Remus era probablemente el mejor cliente de Bozga, teniendo como tenía tratados sobre los no-muertos que enviaba con regularidad al castillo. Les sirvió té rojo y galletas de semillas de girasol mientras ponía a Remus al corriente de sus nuevas adquisiciones.
—Stavrogin ha abierto hoy el anexo—anunció, con el tono de quien desvela un secreto maravilloso.
—¿De veras?—Remus sonrió al pensar que su mórbido interés por las criaturas oscuras se había vuelto casi respetable. Ya no más miradas fulminantes de suspicacia por parte de la señora Pince ni castigos por escabullirse dentro de la sección prohibida. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de cuánto le interesaba? Mirándolo en retrospectiva, resultaba demasiado obvio.
—Bueno, Bela, ¿por qué no echas un vistazo por aquí y eliges algo que te guste? Será solo un minuto.—Apuró su té rápidamente y dejó que Emil le mostrara la puerta de detrás de su escritorio, que conducía a unas desvencijadas escaleras de madera.
Eso del "anexo" era un eufemismo para un sótano cavernoso, que quizás era una antigua bodega, ahora completamente tomada por el nitrato y el moho negro. Rara vez estaba abierta, quizás por falta de interés o porque Stavrogin no confiara en Emil para vender sus libros. Si Emil parecía un anciano tambaleante, el campechano Stavrogin de algún modo daba la impresión de ser mucho, mucho mayor, como un deteriorado pino de bristlecone que llevara 3.000 años en algún risco azotado por el viento.
Remus sospechaba que sobrepasaba con largo los ochenta años que decía tener. Era posible que fuera un Upyr, un vampiro diurno eslavo, pero eso a Remus no le concernía. No le iba a clavar una estaca al asistente de Emil, precisamente, y quizás el mejor experto en tomos de cinco siglos de antigüedad fuera alguien que ya estaba allí cuando fueron publicados.
Pronto se encontró perdido en las profundidades de las estanterías, inmerso en la Teoría Cuántica de Demonología, volumen 3. En mitad de una regocijante inspección de los paneles a color de los cabeza huecas de las montañas, recordó el hechizo de invisibilidad del asmodeo y estaba levitando al estante superior ("Demonios y Semidioses"), cuando sus ensueños se vieron interrumpidos por los ruidos y gritos de una riña. No son más que niños, pensó, hasta que alcanzó a distinguir algunas de las palabras.
—¡Monstruo!
—¡Hey, un hombre lobo de las montañas!
—¿Eso es lo que eres, monstruo?
Remus dejó caer el libro de teoría demonológica, y luego lo pisó cuando se rompió el hechizo levitatorio. Salió disparado escaleras arriba hasta la fachada de la tienda, donde encontró a Bela fuera, en la acera, rodeado por cuatro adolescentes de su edad vestidos con ropas llamativas y sombreros puntiagudos. Estaban todos con el pelo alborotado y la cara enrojecida, como si se hubieran estado peleando.
Malfoys de Rumanía, pensó Remus, y abrió la puerta con su aire más profesional.
—¿Qué está pasando aquí?—preguntó.
—¡Me ha mordido!—gritó uno de los Malfoys.
—¡Has empezado tú!—rugió Bela.
—¡Licántropo!
—¡A CALLAR!—ordenó Remus. Le echó un vistazo por encima del hombro a Emil, sentado impasible ante su escritorio, y bajó la voz en un susurro siniestro;—Si no os largáis todos de aquí ahora mismo, ¿sabéis lo que va a hacer Stavrogin?
Se quedaron pálidos. Se veía a todas luces que lo conocían y sospechaban lo que Remus pretendía, aunque seguramente no sabían que los Upyri no beben sangre humana, sino que roban tumbas. Con malévolas miradas a Bela, se dieron la vuelta y se alejaron con aire arrogante, dejando a Remus sin saber por donde empezar.
—Bela, tu no... quiero decir, no le mordiste, ¿verdad?
—¡Él me dio primero! Y ya lo has visto—siseó en voz baja,—se dieron cuenta en dos segundos.
—Shh...—susurró Remus.—Deja que pague el libro que seguro que he estropeado, y entonces podremos salir de aquí.
No hablaron gran cosa durante la primera parte del vuelo de regreso. Luego Bela empezó a vociferar, soltando cualquier cosa asquerosa que se le ocurrió, que Remus debió tener los amigos más estúpidos que había sobre la Tierra para no haber averiguado lo que era, que no quería volver a hablar de humanos nunca más, y que su padre adoptivo no era mejor que un... (no podía decir traidor lisa y llanamente).
—Para ser honesto, dudo mucho que supieran nada—probó a decir Remus.—No era más que un insulto.
—Qué sabrás tú...
—Reconozco un insulto estúpido cuando lo oigo—sonrió.
Bela se hubiera girado para mirarlo cara a cara, pero como iban sobre escobas aquello resultaba un tanto incómodo.
—¿Es que tú nunca te enfadas?—gritó a voz de cuello.—¿Nunca pierdes los nervios? Ahora puedo sentarme aquí, y llamarte estúpido... humano... traidor, y tú sólo respondes tranquilamente...
—... que esos estúpidos insultos no significan nada—respondió Remus tranquilamente.
Bela entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.
—Hay algo raro en ti, perro. No creo que seas uno de los nuestros... a lo mejor eres uno de esos animagos de los que siempre me estás hablando.
—Los lobos se extinguieron en Gran Bretaña—dijo Remus.—De modo que es imposible que un animago británico se convierta en uno. Gatos, ratas, perros... raramente verás algo más.
—Podrías haber venido aquí para aprender, ¿no?
—No, eso no funciona así, porque...
—¡PARA ya! ¡Para de explicar, y de ser tan malditamente servicial! ¡Te odio!
—Tranquilízate—repitió Remus, tomando nota mental para añadir valeriana en su té por la noche.—No ha sido nada, y mañana estará olvidado.
Pero Bela no lo olvidaría.
—Hey, parad, estúpidas cabezashuecas...—Grigore tropezó en la orilla del río al ir detrás de la oveja, la cual parecía estar pensando en encontrar alivio al calor sofocante zambulléndose en el agua. Ya había perdido un animal así; se había hundido directa hacia el fondo, por el peso de la lana mojada.
La agarró por las patas traseras y la arrastró hasta el fangoso terraplén, maldiciendo. No le tocaba hacer de pastor, pero de un modo u otro los demás siempre conseguían hacer que cargara él con la tarea.
—Vaya, vaya, vaya, un lobo protegiendo ovejas—surgió una gélida voz, ligeramente siniestra bajo la amabilidad superficial.
Grigore se sobresaltó y soltó las pezuñas, empujando a la oveja atrás con el resto de sus compañeras. Una alta figura surgía de un bosquecillo de álamos, recortada por el sol a sus espaldas.
—¿V-Vlad?—tartamudeó, pero sabía que no era él. El hombre de las gafas de sol tenía la misma constitución esquelética y altura imponente, pero su cara cerúlea estaba desprovista de pelo, y al sonreír enseñaba unos aguzados caninos.
Resultaba extraño que esos dientes pudieran asustar a un hombre lobo, pero así era. Grigore se encontró incapaz de apartar la mirada, tan petrificado como un conejito al toparse con un halcón.
—A ti no te gusta esta tarea, ¿no es así?—preguntó suavemente el hombre alto. Dio unos pasos por el prado sin avecinarse fuera de las largas sombras de los árboles, cuyos perfiles se alargaban visiblemente en la entrada tarde.
Grigore se encogió de hombros y sacudió la cabeza, avergonzado por haber sido sorprendido revolcándose en el fango diciendo palabrotas.
—Las ovejas son tontas—farfulló.
—Insólito...—observó el visitante para sí mismo, extendiendo un brazo huesudo para abarcar el redil de las ovejas, el gallinero y el jardín junto a la cabaña de Grigore.—No sabía que los de tu especie pudieran estar interesados en la... domesticación.
Grigore no estaba seguro de si eso podía considerarse un insulto, o qué estaba haciendo aquel hombre ahí, en su territorio. ¿Sería humano? Emitía una gran variedad de fuertes olores, no desagradables individualmente, pero cuya combinación resultaban poco natural y empalagosa; menta y clavo, canela y rosa mosqueta.
—Nuestro líder es... es de otro país—dijo, irguiéndose. Estaba orgulloso de defender a su manada de cualquier intruso insultante de dientes puntiagudos.—Allí hacen las cosas de otra manera.
—¿Y tú estás contento, Grigore?—El hombre se acercó aún más, haciendo que las ovejas lo contemplaran con sus miradas vidriosas.
—Po-por supuesto—tartamudeó el beta, retrocediendo dentro del grupo de animales, demasiado nervioso para preguntarse cómo conocía su nombre el visitante indeseado.
—Se te da tan bien mentir como pastorear ovejas—le reprochó el extraño, cada vez más cerca, si bien su voz se volvió baja y seductora una vez más.—Estás lo bastante descontento como para confraternizar con el rival de tu líder... proveerle de cierta información, como, por ejemplo, que el hechizo que protege el castillo puede ser abierto con un encantamiento perforador, ¿no es así?
—Pero yo no... yo no sé nada de...—Grigore retrocedió una vez más, poniéndose detrás de una oveja como para protegerse.
—¿Qué haría tu líder si se llega a enterar de que eres un TRAIDOR?—soltó con brusquedad el hombre.
Grigore se estremeció, y agachó la cabeza mirando la hierba en silencio.
—¿Qué quieres de mí?—balbuceó al fin, mirando alrededor, esperando que salieran los otros Cinco de la cabaña para castigarlo.
Pero el hombre sonreía detrás de sus gafas oscuras.
—Sólo quiero que seas feliz, Grigore. Que tengas el respeto que te mereces. Que no te veas forzado a hacer una labor antinatural. Si fueras fuerte... lo bastante fuerte como para enfrentarte a Lupeni, en lugar de traicionarle a sus espaldas como una cobarde rata...
No se le ocurrió tampoco a Grigore preguntarse de qué conocía el extranjero el nombre de su líder tanto como el suyo. Las palabras tiraban de él, su tono untuoso y profesional apelaban al orgullo que no sabía que poseía, y a exponer la pequeña traición –revelar los secretos de Lupeni a Vlad-, que sabía que había cometido.
Luchó contra eso durante un momento, pensando en cuán miserable había sido como Seis.
—Es mi líder y yo lo defiendo—declaró con voz temblorosa.
—¿Qué hacen los hombres lobo con los traidores?—preguntó el hombre, dando un paso adelante en un rápido movimiento y apoderándose del brazo de Grigore.—Estoy seguro de que puedes contármelo. Dudo mucho de que sea diferente en Escocia.
Al día siguiente de volver de la ciudad, y durante toda esa semana, Remus estuvo intentando hablar con Bela. Y con Liszka, la cual no fue de mucha ayuda al asegurarle al muchacho que sí, por supuesto que en la ciudad cualquiera podría averiguarlo, que porqué pensaba él si no que ella no había vuelto nunca, y etcétera, etcétera.
Había pasado mucho tiempo desde que estuvo de acuerdo con Liszka en algo. Finalmente acabó por admitir que quizás ella tenía razón, que sólo estaba creando confusión tratando de convertirlos en algo que no eran, y poniéndolos en peligro al provocar a Vlad.
—¿Te gustaría liderar la manada, entonces?—preguntó en voz baja, tres días antes de la luna llena de agosto. Estaban sentados entre los juncos de la cala, descalzos y bronceados, mirando la puesta de sol. Liszka sostenía un sedal con un gusano ensartado, pero en realidad no se estaba molestando mucho en pescar.—Sé que serías una gran líder.
—Si no me lo llegas a ofrecer, lo hubiera tomado por la fuerza—dijo ella sin rodeos, inclinándose hacia atrás para recoger los últimos rayos de calor de las colinas occidentales.
—No hay ninguna necesidad.—Remus trató de sonreír.—Hagamos esto amablemente, ¿te parece bien?
Liszka pareció sorprendida.
—Podemos ser amables y aún así luchar.
Aquello era lo que la hacía una gran líder. A medida que sus instintos depredadores crecían con la luna, empezaba a hacer planes, que si bien eran difíciles de llevar a cabo al detalle una vez transformados, por lo menos les proveían una estructura básica de cómo debía pasar la noche el grupo. Nunca malgastaba sus energías ladrando y riñendo como los otros, o reprimiendo sus instintos, como Remus. Ahora le parecía tonto y trivial el modo en que se había enorgullecido de sí mismo, por no dejar que su comportamiento le dijera a James y a Sirius en qué fase de la luna estaban hasta el mismo momento en que salía de pociones para ir con la señora Pomfrey.
No quería pelear con Liszka. Se acordaba de sus colmillos en la garganta de Vlad, y de su boggart, un felino dientes de sable de la era glacial, un miedo que no procedía de ninguna experiencia directa pero que había quedado grabado en algún momento de la prehistoria colectiva de la especie canina.
—No, así está bien, tan sólo quería saltarme esa parte. Cuida de Bela, por favor, y... trataré de asegurarme de que Vlad te deja tranquila.
—¿Qué?—bajó la caña de pescar.—¿Vlad? Deja que ese perro sarnoso se acerque a mí, y lo mataré.
No, desde luego que no quería luchar con Liszka.
—Me inquieta—dijo con cuidado.—Me preocupa que pueda... intentar algo peor que atacar a la manada Cinco.
—¿Qué puede hacer, ese viejo chucho desdentado? Puedo cuidar de mí misma, Lupeni.—Sus ojos resplandecieron de ira y orgullo.—No creas que te marchas para protegerte...—de repente se le ocurrió una idea que le hizo fruncir el ceño—o que vas a darle caza tú mismo. Vlad es mío.
Sintió que el lobo que había dentro de él gruñía competitivamente, pero lo aplacó.
—Vale, vale, perdón. Es sólo que no quiero que tengas que pagar por errores que yo he cometido.
—Nada de lo que has hecho ha sido un error—le dijo Liszka con sinceridad.—Tenemos comida, tenemos dinero... y estamos organizados.
Él sonrió con franqueza, no demasiado seguro de que organizar hombres lobo fuera lo que el mundo necesitaba.
—Pero has ido demasiado lejos—insistió ella.—Es antinatural. Criar ovejas es antinatural, pero está bien, nos ayuda. No morder gente...—sacudió la cabeza con disgusto.—¿Vas a mantener esas malditas barreras?
—Por supuesto—irrumpió antes de que ella pudiera enojarse otra vez.—Funcionan en ambos sentidos. Nosotros no podemos entrar en los pueblos en luna llena, pero los humanos tampoco pueden entrar al bosque. Nosotros tenemos nuestro territorio, ellos tienen el suyo. Es lo justo.
—Ellos son el enemigo—dijo con rabia, Cogió un puñado de lodo del suelo y lo arrojó al río.—¡Nada de "justo"!
—Ahora suenas como uno de ellos.—¿De verdad acababa él de decir eso? ¿Realmente odiaba a los humanos... y si era así, por qué sentía el imperativo de protegerlos?
—¿Y qué? Si ellos lo hacen, nosotros también podemos.
—Pero entonces se refieren a nosotros como monstruos
—¿Y a quién le importa lo que ellos piensen?—Se puso en pie, apartando las flores y las hierbas de delante de ella.—Piensas demasiado, ése es tú problema.—Buscó sus zapatos entre los juncos.
Remus se quedó sentado, mirando como un pez saltaba en el agua.
—Deberíamos pensar, no somos animales—dijo.
Su mirada de absoluto desconcierto ante aquella declaración le recordó por qué él nunca habría prosperado como líder de una manada.
—Oh, no importa—murmuró, y se puso en pie también.—Todavía somos amigos, ¿no? ¿Vendrás a verme si necesitas algo... si tienes algún problema...?
—Pues claro.—Se apartó el pelo de la cara, que reflejaba mechones rojizos al sol. Acababa de cumplir los veinticinco años, lo cual solía ser mucho para un licántropo rumano, pero ya no desde entonces, especialmente para los Cinco. Ya no había motivos para volver a pasar hambre o ser disparado; ¿Podría ella preservar todo lo que había conseguido sin deformar sus objetivos con sueños utópicos, como él había hecho?
—Promételo—dijo Remus.
De nuevo se quedó desconcertada. Los lobos no necesitan prometer, porque nunca mienten. O eso dice la tradición.
—Prometido—respondió, siguiéndole la corriente.
Aquella había sido la conversación más amistosa que habían tenido en meses.
—Adiós, Liszka—dijo, y le estrechó la mano. Se volvió para ir a buscar su escoba, para el viaje de vuelta al castillo. No quería volver a la cabaña una vez más. No es que no fuera a ser bien aceptado, o que no fuera a volver a correr con ellos, pero la arrogancia de Liszka no había hecho que dejara de preocuparse por Vlad, y por eso su intención era hacer su partida lo más abrupta posible. Dejar que el líder de los Seis pensara que Liszka había tomado el puesto por la fuerza, que ella odiaba a Remus... y quizás así estaría a salvo y segura por un tiempo.
Pero en lo más profundo, allí donde le daba vergüenza reconocerlo, Remus sabía que sus motivaciones no consistían únicamente en proveer a Bela de una infancia sin conflictos, o en proteger a la manada de los humanos y de otros licántropos. Una pequeña pero significativa parte de porqué estaba renunciando era que aquella era la única manera de romper con Liszka... y estaba empezando a sospechar que había otras mujeres por ahí, que podrían dignarse a hablarle.
¿Había algo por lo que tenía que sentirse culpable? Su relación había durado seis años, y tenían amigos por separado. Ella no tenía la necesidad de que tratara de convertirla en alguien como él, confuso y conflictivo.
Un pensamiento se deslizó en su mente, como una delgada corriente de agua que se escurre a través de un dique agrietado. Vio otra vez los ojos extraños y violetas de la misteriosa Lamia. ¿POR QUÉ?, explotó de repente a través de su conciencia, haciéndole casi gritar mientras volaba. Ahora que podía permitirse pensar en ella, aún vagamente, las contradicciones y misterios se desbordaban en su cabeza como si el dique hubiera reventado.
¿Por qu estaba Lamia viviendo como una muggle? Se notaba a la legua que no lo era. Tampoco era una squib –había tenido mucha práctica con ellos en Pufflepod, o por lo menos muy parecidos-. Los squib eran casi como muggles; sabían de la existencia del mundo mágico, pero siempre conservaban una sombra de duda sobre si aquello realmente funcionaba como los magos decían. Ningún squib podría haber estado tan seguro como ella estaba de que Emil era un vampiro... y ningún squib podría haber hecho retroceder a Vlad en una noche de luna llena.
¿Qué podía empujar a una bruja a vivir como una muggle? Y durante bastantes años, a juzgar por los libros que abarcaban por lo menos una década y cubrían varios y dispares campos de estudio. Y era extraño, también, que tan sólo aparentara veinte años (aunque quizás es que él se había acostumbrado a los hombres lobo, que llevaban una vida dura y morían jóvenes).
"No debería haber venido"... eso fue lo que dijo. ¿Por qué?
Por supuesto, él había considerado hacer lo mismo en muchas ocasiones, la más seriamente de todas después de perder su primer trabajo de profesor. Vivir como un muggle suponía no más sospechas, no más miedo a ser descubierto... y prácticamente no más mentiras. Incluso había empleos donde uno automáticamente conseguía librar la semana de luna llena... podría haber sido observador astronómico y, ¿quién llegaría a notar la diferencia?
Y además cada palabra tendría que tener doble sentido, al modo en que lo era con Mike. Tendría que tener una "explicación científica" para todo, pretender que necesitaba sus ruidosas máquinas, su pestilente combustible. Veintinueve días de cada veintiocho serían una mentira, y tendría que renunciar a todo lo que verdaderamente le había importado y a todo su talento. No valía la pena.
Quizás se trataba tan sólo de que no era una buja especialmente bien dotada, pero Remus desechó ese pensamiento a favor de la posibilidad –o la esperanza- de que tuviera un secreto.
Con este sentimiento desmontó de la escoba a cuatrocientos del castillo, e inició el ascenso por el camino de piedra sólo para encontrarse cara a cara con Vlad.
Remus tomó la ofensiva, sabiendo que era lo que mejor funcionaba con él;
—¿Qué haces husmeando por aquí?—inquirió con frialdad.—No hay huesos hoy—todavía no había olvidado el asunto aquel de "Fido".
—Yo no levantaría tanto mi cola si fuera tú, Lupeni—gruñó Vlad.—Tengo modos de entrar en este montón de escombros que tú nunca podrías adivinar.
Demasiado arrogante para mantener un secreto, decidió Remus en un momento. Como Severus.
—¿Ah, sí?—su voz estaba exageradamente calmada. A veces su capacidad para mantener la compostura cerca de la luna llena daba resultado.—¿Tú y la Suprema Armada Independiente de 1602?
No daba la impresión de que Vlad llevara nada encima, como una cámara, un bolso, cualquier cosa que Remus podiera inspeccionar o confiscar. Su presencia podía tratarse de una coincidencia, si bien era sumamente improbable. El sarcasmo logró enfurecerlo y se plantó bloqueando el paso como si Remus fuera el intruso, torciendo su cara llena de pelo en la mueca intimidadora que le había servido para mantenerse como líder durante tanto tiempo.
—Un mago hábil podría atravesar esa trampilla para perros—masculló Vlad, balanceando los brazos como si se dispusiera a golpear a Remus.
—Lo cual ya es uno más de los que tienes de tu parte—replicó Remus, haciéndose a un lado cuando Vlad arremetió, y mirándolo tranquilamente cuando éste casi cae rodando abajo por el sendero rocoso.
Tropezando, Vlad recuperó el equilibrio y se puso a acechar desde lejos. Fingía murmurar para sí mismo, pero en realidad pretendía que Remus captara todas y cada una de sus palabras.
—Tengo amigos—gruñó.—Unos a los que no te atreverías ni a acercarte. Los matas porque tienes miedo de su poder... y ellos apenas han empezado el banquete con esos muggles a los que intentas proteger.
Así que está hablando de vampiros, pensó Remus, tratando de permanecer impasible aunque se le pusieron los pelos de punta al recordar la cacería de diez días atrás. Pero seguramente no era más que una fanfarronada aquello de que Vlad hubiera incitado a Emil a morder a Mike...
—¡Esos muggles serán carroña la próxima luna llena!—dijo Vlad, dando la media vuelta mientras gritaba su ultimátum.
¿Vlad aliándose con vampiros para comerse a los estudiantes? Eso sonaba como otra irreflexiva amenaza del corto de luces pero depravado líder de los Seis. Pero de todos modos, debería controlarlos a todos, y probablemente mantenerlos lejos de las cuevas en tres noches a partir de esa.
Empezó a subir por el sendero, sonriendo al pensar en la explicación que Mike podría conjurar para explicar eso.
Pero Lamia lo entendería.
Próximo capítulo; Locura.
Nota de las Autoras; Ya conoces la disclaimer.
WT1; El Teorema de Kirby-Paris es real; la hidra es un famoso ejemplo de "problema irresoluble" en la rama de las matemáticas conocida como Peano aritmética. La "Teoría Cuántica de Campos" (N de la T: "fields", campos, es un juego de palabras con "fiends", demonios) es un libro real, también, del ganador del premio Nobel de Física Steven Weinberg...
WT2; Eres insoportable en luna nueva. Creo te prefiero de la otra manera.
WT1; Vamos a tomarnos un descanso para leer "El Cáliz de Fuego".
WT2; ¡Pero no vamos a dejar de escribir CotW! Tenemos que escribir porque los síntomas del síndrome de abstinencia son bastante desagradables, sobretodo cuando se acerca la luna llena...
WT!; Espero que JKR no mate a Dumbledore...
{Versión corregida, 10 de Julio de 2001}
Nota de la Traductora; Ups, lo siento, Sarita… ¡no te enfades demasiado conmigo, plis! ;-). Malliane, un placer chatear contigo, otro día coincidimos y me cuentas. Cygny, tranquila, ¡por supuesto que no tengo intención de dejarlo!…. Al resto de los reviewers, muchas gracias por vuestro comentarios, un saludo y ¡seguid leyendo! Todavía queda la mejor parte de la acción por llegar…
{Versión traducida, 22 de Julio de 2004}
