Parte 4

El primer día, Leonardo permaneció en su cuarto. Luchó por permanecer despierto por horas, hasta colapsar, pasando de los sueños a la tranquilidad de la nada. No sabía cuanto tiempo había pasado cuando despertó, pero la guarida estaba a oscuras y no escuchó a nadie más, así que supuso que había dormido todo el día. Permaneció recostado por varios minutos. Conforme se desperezaba, un dolor se apoderaba de todo su cuerpo. Al acomodarse en la cama, cada movimiento hacía que sus músculos y articulaciones protestaran.

El arroyo del piso inferior fluía lo suficientemente audible como para que pudiese escucharlo. Si nadie más estaba despierto, podría sentarse en el pequeño puente que Splinter les había hecho construir y ver el agua pasar. Se sentó lentamente, frunciendo el ceño al comenzar un molesto latido en su cabeza. Recuerdos de haber sido arrojado contra las paredes, cayendo por escaleras, golpes de criaturas de más de tres metros de alto, o incluso de simples escombros al caer, pedazos de metralla explotando frente a él, todos vinieron a la vez. Y se imaginó que era ahora que sentía el dolor de cabeza, ahora que esa distracción no importaba. Considerando todas las cosas, era afortunado de no tener una contusión.

Se volteó hacia la lámpara de papel junto a su cama y protegió sus ojos hasta que no fuera tan brillante. En la mesa, una botella larga de agua estaba junto a una manzana y una notita doblada. Tomó la nota y leyó la letra desordenada de Donatello.

"April nos trajo provisiones. Hay muchas en el refrigerador. Aunque no comas nada, al menos toma algo de agua. Splinter dijo algo sobre que irás a su casa y Raphael jamás te dejaría olvidarlo si colapsas durante una pelea".

Leo sonrió levemente y la dejó a un lado, volviéndose hacia la botella y la manzana. Por una vez, no se sintió enfermo, pero eso era porque ambas cosas se parecían a las escasas provisiones que ocasionalmente podían obtener. Cantimploras y raciones eran lo común, y la pequeña cantidad de ahora le harían posible comer. Mientras no fuera mucho o demasiado colorido que parecieran extremidades cercenadas o piel despellejada o... con una mueca apartó todo eso de su mente. Agua y manzana. Podría lidiar con eso.

Al terminar, bajó las escaleras. El único ruido provenía del arroyo, el agua corría desde alguna parte y desparecía en la nada. Se paró en el puente y se sentó, viendo el agua pasar. Un resplandor azul provenía de los monitores en suspensión en la esquina y su luz resaltaba la superficie del agua, negra con remolinos plateados. Mirando en su interior, daban la impresión de ser estrellas, como un sustituto del cielo nocturno.

Se preguntó de dónde provendría. Se veía demasiado clara para provenir de la ciudad, estaba seguro de que venía del océano. Incluso su aroma contenía un toque salino. Miguelangel solía bromear con que habían tiburones nadando arroyo arriba, pero si lo pensaba un poco, no era tan improbable. Nunca habían explorado el arroyo y a menudo se preguntaba si representaba un riesgo para su seguridad. Probablemente no. Sólo otro ejemplo de lo que Raphael llamaba la paranoia del perfecto líder.

Nunca le había contado a Raph que tenía sueños en los que lo arrojaba de cabeza al agua.

Con una rápida mirada para asegurarse de que estaba solo, se puso de pie y caminó alrededor de la orilla, luego se sumergió en el agua. No era profunda, sólo un par de metros y fluía lo suficientemente fuerte como para obligarlo a sujetarse para no ser arrastrado. Estaba sorprendido de lo limpia que era. Mantuvo sus manos en la superficie. Todavía le dolían los brazos pero el agua estaba casi congelada y se llevaba el dolor con ella.

Respiró profundamente y luego se arrodilló, sumergiéndose completamente. Aún más fuerte en la profundidad, el agua rugía al correr y tratar de llevárselo con ella. Abrió los ojos y la vio venir hacia él, viendo la luz filtrada sólo unos centímetro más abajo. Incapaz de alcanzar los bordes de los muros, se mantuvo flotando en el medio. El arroyo era como movimiento puro, como si estuviese vivo, pasando sobre él, atravesándolo y continuando su camino. No quería mirar a sus espaldas. El agua se estaba llevando algo de él y no quería ver qué era.

Después de un rato, no estaba seguro de cuanto, se puso de pie nuevamente y se sacudió. El dolor se había ido, al menos por ahora, y volvió a subir, saliendo del arroyo. El dolor fue reemplazado por el frío, pero era un trato justo.

En vez de ir en busca de una toalla, se dirigió a la sala de prácticas. Dio un golpe a las luces y uno de los bombillos estalló y murió, dejando una esquina a oscuras. Sus espadas estaban una al lado de la otra, en un rincón, limpias. Probablemente uno de sus hermanos lo había hecho. Nuevas fundas descansaban junto a ellas, limpias y sin marcas de garras.

Vagamente se preguntó si sus viejas fundas estaban tan arruinadas que no podría volver a usarlas de nuevo, limpiarlas y repararlas. Tirarlas lo hacía sentir como un traidor. Se dio la vuelta. Eso era estúpido.

Su cuerpo no quería practicar, pero lo forzó a hacerlo, kata tras kata, tambaleándose un poco al realizar movimientos que no había practicado en meses. Pasando de uno a otro, lentamente, más para relajarse que para practicar realmente. La rutina entumecía su mente, bloqueando alguno de los peores recuerdos. No había pensado en ella más que dos veces recientemente y quería apartar todo eso de sí.

Un perfecto líder.

Realmente perfecto.

Maldita sea.

Se detuvo, permaneciendo inmóvil por varios segundos, los brazos en una posición que habría bloqueado, golpeado y desarmado a su oponente en un solo movimiento. un movimiento inútil ahora que lo pensaba. Nunca lo había usado en un combate real. Y ni una sola vez lo había usado en el juego.

"... es un juego simple, como recorrer un laberinto, pero estaré sorprendido si uno de ustedes logra hacerlo. Cuando se desangren hasta morir con una de mis criaturas masticando sus cuellos, solo recuerden que todo esto es en nombre de la ciencia. Me aseguraré de nombrar a mi nuevo descubrimiento después de uno de ustedes"...

Sólo movimientos asesinos. Había olvidado toda noción de juego limpio y honor, sin tener que ayudar al tipo a su lado y luchando contra el deseo de dejar a la chica atrás porque era demasiado lenta. Ella podía hacerse cargo de los más grandes antes de que se acercaran demasiado y él podía acabar con los más pequeños y rápidos cuando se acercaban.

Y luego ella se había ido. El que fuera inevitable no ayudaba. El que ellos lo hubieran hecho no ayudaba.

Y la próxima vez que viera a ese bastardo...

Abandonó la posición de bloqueo y adoptó una capaz de evitar las garras afiladas, luego una patada con la podría golpear sus piernas. Mientras caía, algo pequeño y rápido saltaba sobre su cuerpo, con la boca abierta, reflejándose en sus dientes la poca luz que había. En vez de evadirlo, giró hacía la izquierda para evitarlo, desgarrándolo por atrás, cortándolo por la mitad. La cosa tocó el suelo y se deslizó hasta detenerse, mientras él ya estaba volteándose para decapitar más de esas cosas humanoides que se arrastraban. La sangre salpicaba las paredes y caía a sus espaldas mientras la criatura, la más grande de todas y la que antes había hecho caer, volvía a ponerse de pie.

Ahora tenía espacio suficiente para rebanarlo desde abajo y atacar sus piernas apropiadamente, las cortó mientras la cosa caía, cortando a través de su pecho, escarbando a través de sus hombros. Otra de esas cosas pequeñas saltó desde la pared hacia él y tuvo que inclinarse sobre su espalda para esquivarlo, quedando vulnerable a una cosa blanca y pálida que caía desde el techo. Un largo cuchillo golpeó a la criatura, destripándola, lo que probablemente la habría matado si no hubiera golpeado la pared, rompiéndose el cuello primero. O por lo menos algo en su interior se había roto, probablemente no un cuello desde que no había visto que tuviera uno. Habría podido decir gracias, sólo que había otro y otro y otro...

Movimientos asesinos. Esos sí eran útiles. El dolor desaparecía al revivir pelea tras pelea, junto a un aliado por quien no necesitaba preocuparse, que no necesitaba de alguien que lo cuidase y protegiese. Por un tiempo, la carga se hizo más liviana y desapareció.

El sonido de la cola de Splinter deslizándose por el suelo interrumpió sus recuerdos. Si estaba arrastrándose por el suelo, significaba que su maestro acababa de despertarse y aún tendría tiempo de volver a su habitación. Después de tanto practicar, estaba agotado...

Un momento. No estaba agotado. Miró hacía abajo y se dio cuenta que continuaba en la misma posición de bloqueo, los brazos listos y una mano abierta para detener la punta de una espada, en vez de el movimiento bajo y extendido para desgarrar que él pensaba que estaba haciendo. ¿Cuánto tiempo había estado parado así?

Lentamente se irguió, cada movimiento hacía doler sus músculos. Reunió sus espadas y las nuevas fundas al dirigirse hacía la puerta.

Pasó silenciosamente frente a la puerta de su maestro, sabiendo que Splinter probablemente ya lo había oído y se estaría preguntando porque había permanecido tan silencioso en la sala de prácticas. Probablemente creía que estaba meditando.

Ya estaba de vuelta en su habitación cuando Splinter salió de la suya y comenzó a levantar a sus hermanos. Escuchó sus protestas al levantarse, al descubrir que no había bajado a desayunar, y al dejar la sala de prácticas. Cuando Donatello se apareció por su habitación para averiguar si había comido, fingió estar dormido. Otra botella de agua y otra manzana fueron dejadas sobre la mesa. En algún momento, durante el día, volvió a quedarse dormido y tal vez porque ya había rememorado el juego, no soñó con él.

Justo cuando sus hermanos se disponían a ir a la cama, él volvió a despertar. Volvió a bajar a la sala de prácticas. El dolor ya estaba cediendo, pero no las memorias.

Las cosas fueron así por dos días más.

Al cuarto día, Splinter fue a su encuentro en la sala de prácticas. Las cinco garras atacarían pronto. Tenía que ir donde April de inmediato. Antes de que nadie más despertara, tomó sus espadas, se llevó su vieja copia de Sun Tzu y se marchó.

Tras sólo unos minutos de moverse por los túneles, llegó hasta una tapa de alcantarilla y subió a la calle. Mientras caminaba, sopló una cálida brisa, el sonido de los autos a los lejos y de las ratas hurgueteando en la basura se perdía en el aire de la noche. Se mantuvo en las sombras y por los rincones oscuros hasta encontrar una escalera junto a la salida de incendios, convenientemente plegada. De un salto alcanzó la punta de la barandilla, desde la cual escaló hasta la azotea. Después de eso, su viaje fue mucho más fácil, saltando entre los edificios, ocasionalmente utilizando los postes de la luz como apoyo para llegar desde una azotea a otra cuando estas eran lo suficientemente bajas.

Cuando llegó a la cuadra de April, volvió a bajar a los callejones, mirando a su alrededor. No había nadie en los alrededores, pero las Cinco Garras habían dejado símbolos pintados por todas partes. Se detuvo y examinó uno de ellos, sorprendido por la cantidad de habilidad envuelta en hacer las cinco garras del dragón, blancas con bordes azules, enrolladas, como si tratasen de alcanzar al espectador. Más intrincadas que cualquier otro spray que hubiere cerca, obviamente había tomado tiempo hacerlo y eso significaba que no tenían miedo a nadie.

Se dio cuenta de que habían menos al acercarse a la tienda de April y ninguno cerca de su casa. Obviamente temían a sus hermanos, al menos por ahora. Fue hasta la parte trasera y espió dentro, burlando su alarma contra robos y deslizándose por el pasillo. La ultima vez que la había visto, ella entrenaba con Splinter y quería ver cuanto había avanzado.

Tuvo suerte, la atrapó practicando con una sola katana, moviéndose cuidadosamente a través de una kata intermedia. Sus movimientos eran toscos y bruscos, pero se apreciaba la mejora. Unos cuantos meses más y podría ser un interesante ejercicio. No un desafío, aún, pero sí un ejercicio. Conocía la kata y esperó a que le volviera la espalda, entonces se deslizó tras ella y golpeó su hombro.

- Sorpresa.

- Yiieee!- La katana rebotó en el suelo al voltearse, estuvo a punto de caer de espaldas, pero Leo la sujetó por la cintura y la ayudó a permanecer de pie. Ella abrió la boca, sorprendida, poniendo una mano sobre su hombro.- Maldita sea, Miguel te dije que nunca... ¿Leo?.

Él no alcanzó responder. Ella le echó los brazos encima, abrazándolo con fuerza, con las lagrimas asomándose por sus ojos.

- ¡Dios mío, realmente eres tu!, Lo sé, Donatello ya me lo había dicho, y Raphael se lo restregó en la cara a Casey, y Miguel me juró que estabas bien, pero todavía estaba algo nerviosa, porque te fuiste por tanto tiempo, y dónde estuviste y ¡oh, es tan bueno verte de nuevo!.

Él sonrió y la abrazó a su vez.

- ¿O sea que me extrañaste?

- Todos lo hicimos... – ella se apartó y lo miró.- ¿Estas bien? Te fuiste por tanto tiempo...

- Estoy bien. Un poco cansado. Pero mejor ahora.- Después de un momento, se dio cuenta de que Splinter o uno de sus hermanos debió advertirle que no hiciese muchas preguntas, ya que no le había preguntado dónde había estado o que había pasado y él sabía que tenía que sentir curiosidad. Lo llevó hasta el sótano donde Splinter había permanecido durante su ausencia y le informó un poco más acerca de sus problemas. Las Cinco Garras habían reclutado a unos cuantos miembros más, casi todos pistoleros y algunas chicas , pero uno de ellos parecía ser especialmente hábil con el cuchillo y otro extremadamente rápido con las armas de fuego. Rápido, ya que la puntería no era lo único importante cuando se trataba de armas de fuego.

- No puede ser tan malo.- dijo Leo, mirando a su alrededor. Ahí habían cuatro camastros, un pequeño refrigerador, un televisor y un librero en la esquina. Arrojó su libro en la cama más cercana, tratando de no parecer tan impaciente.- Los otros estarán aquí mañana. Dudo que intenten nada tan pronto.

- Desearía que lo hicieran,- dijo ella.- para terminar con esto de una vez. Bueno, supongo que será lo suficientemente rápido cuando ocurra.

- Todo estará bien. Nos las hemos visto peores.

Una vez que se hubo ido, se sentó y comenzó a leer. Nada ocurriría hasta la puesta de sol, de eso estaba seguro, y por ahora, quería revisar unas viejas reglas y tácticas que había comenzado a olvidar.

"Cuando un ejercito marche a través de montañas, bosques, despeñaderos, pantanos o por cualquier lugar donde sea peligroso transitar, se estará moviendo en un terreno desfavorable".

"El terreno que tiene un acceso estrecho y una salida tortuosa donde la fuerza enemiga más pequeña puede golpear a la más grande, es un terreno cercado".

"El terreno donde sólo una lucha desesperada puede ofrecer sobrevivencia, es terreno mortal".

"Por lo tanto, en terreno desfavorable, continua moviéndote".

"En terreno cercado, idea estrategias"

" En terreno mortal, lucha"