Parte 5
No podría dormir esperando un ataque. April tenía razón, lo mejor era terminar con eso de una vez. Había leído su libro varias veces ya y ninguno de los libros que habían dejado su maestro y sus hermanos se veía interesante, así que empujó los camastros contra la pared y comenzó a practicar.
Por mucho que odiara las cosas inexistentes, esas eran las únicas contra las que podía pelear. Imaginó oponentes humanos moviéndose demasiado lento, sin garras, sin poder ver en la oscuridad. Todos estaban armados y eran astutos, pero las cosas eran astutas también y venían de todas direcciones. Cualquier cosa, menos moviéndose demasiado lento.
En medio de una patada circular, cayó al suelo. Intentó un par de golpes más, una patada barredora, pero ya no tenía energía. Lo que había venido tan fácilmente las noches pasadas, ahora se rehusaba a venir en absoluto. El aire se arrastraba por sus brazos, la gravedad tiraba de sus piernas. En ese momento no era mucho, pero era un comienzo. A pesar de todo lo que había practicado, de que no había hecho otra cosa que practicar, no podría evitar que sucediera.
- Me estoy volviendo lento.
Empujó su mente atrás en el tiempo, hasta algunas de sus más duras batallas, había limpiado corredores de monstruos, esquivado dientes, evitado garras, saltado sobre algo de cuatro patas con hombros tan grandes como los de un toro. Todo era tan real en su mente como lo fue durante esos meses, resbalando en sangre, respirando aire tan frío que podía ver su propio aliento, estremeciéndose cuando pensó que había tocado una de esas pequeñas cosas, pero no servía de nada.
Cayó al suelo en el sótano de April, de rodillas, con la cabeza baja, enojado y frustrado, respirando pesadamente.
- Ahora sé porqué los samuráis solían entrenar contra otros samuráis... – Murmuró Leo.- No tiene sentido entrenar si no es a muerte. No es real.
Suspiró cansado, cruzando la habitación y apoyándose contra el librero, esperando haber pasado por alto algún cómic o algún libro de historia. Revisó cada titulo, uno por uno, los nuevos libros de química de Donatello, los libros de cocina de Miguelangel y de Raphael... no, no había nada ahí.
- ¡Hola!
Ya había tirado un libro antes de darse cuenta de que lo había tomado y se había volteado. Ya estaba fuera de su mano para cuando vio a Casey parado en el umbral de la puerta, esquivando el pesado libro antes de que se estrellara contra la pared detrás de él. Leo bajó los hombros al relajarse de nuevo.
- ¡Maldita sea, no hagas eso!
- No es necesario que me lo digas.- Casey se inclinó y recogió el libro, leyendo el titulo.- Je, "Aerodinámica básica". Raph dijo que te habías vuelto más rápido. Viejo, no estaba bromeando.- Sonrió y colocó el libro de vuelta en su estante, sólo como excusa para acercarse.- ¿Sabes?, creo que esta la primera vez que te sorprendo.
- No te acostumbres.- dijo Leo, obligándose a sonreír. Incluso si estaba volviéndose más lento, sus reflejos estaban en perfecto estado. Si hubieran estado en la cocina, le hubiera arrojado un cuchillo y no un pesado libro.- Sólo estoy distraído por ahora.
- Si ... a propósito de eso... – Casey se rascó la parte de atrás de la cabeza, tratando de expresarse.- Escucha... probablemente habrás oído de cómo empecé a decir que...
- Casey, no es...
- Si, lo es. No debí decir que no volverías. Porque, obviamente lo hiciste y todo eso...
- De hecho... hubiera deseado que te las arreglaras para mantenerlos en casa.
- ¿eh?- Leonardo se encogió de hombros y agitó la cabeza.
- No habrían podido encontrarme de todas formas. Y hubieran estado más seguros. El maestro Splinter dijo que Miguel había sido visto.
- Nooo, ese fue Raphael siendo paranoico.
- ¿Raphael?.- Leonardo parpadeó.- ¿Paranoico?
- Imagínate. Desde el momento en que supimos que te habías ido, se volvió peor que tu.- Casey río, apoyándose contra la pared, cruzando los brazos.- Viejo, debiste verlo. Asignando partes de la ciudad, manteniendo un itinerario, fijando turnos dobles para mantener este lugar seguro. Era como dos veces tu.
Le molestó pensar que eso dolía más que Splinter regañándolo.
- Me imagino que haría todo eso cuando me fui.- dijo, más para sí mismo que para Casey.- Entonces, ninguno de ellos salió lastimado.
- Bueno, Miguel no durmió demasiado, con todas sus salidas y Don casi se electrocuta arreglando algo para April. Pero todos estuvieron bien. Excepto por estar muertos de preocupación.
- Mmm – Leo escuchó la pregunta que no era necesario formular. Dónde estuviste y más vale que hayas tenido una buena razón para no poder regresar. Toda esa preocupación y apoyo exigía todo el agradecimiento que fuera capaz de demostrar. ¿Por qué tardó tanto tiempo en regresar?.
Abrió la boca para preguntar si Raph había disfrutado sus nuevas responsabilidades, pero se detuvo. Ladeó la cabeza lentamente, escuchando. Ahí estaba de nuevo, más fuerte esta vez.
- ¿Qué?.- Casey se irguió, instantáneamente alerta.- ¿Qué oyes?
- Están viniendo ahora- Dijo Leo dirigiéndose a la puerta con Casey justo detrás de él.- Puedo oír sus cadenas.
Las luces de la tienda ya estaban apagadas cuando ellos llegaron, y April estaba parada junto a la ventana principal, vigilando la calle. Leo no estaba seguro de si era la misma noche o la noche siguiente, sólo que la calle estaba a oscuras y sólo un poste de luz iluminaba la cuadra. Incluso la luna y las estrellas estaban cubiertas por gruesas nubes.
- Ustedes dos, quédense dentro por si llego a perder a alguno de ellos. No salgan, no importa lo que pase.
Antes de que pudieran discutir, subió las escaleras y abrió una de las ventanas, subiendo al techo. Nadie podría verlo ahí y él podría tener una buena vista de sus enemigos. Extra cableado y sombras oscuras estaban tendidas en el techo, obra de Donatello, sin duda, las ignoró al apoyarse contra el borde del tejado. El aire amenazaba lluvia y deseó que pudiera aguantarse hasta que la pelea hubiera acabado.
Veinte o treinta de ellos se reunieron en frente de la tienda, algunos de ellos arrastrando cadenas por el pavimento, para hacer saber a todos que estaban ahí. Unos pocos llevaban navajas y bates de baseball. La mayoría portaban armas de algún tipo, desde la chicas que portaban automáticas más ligeras, a los hombres, que cargaban pesadas armas de fuego, incluyendo una ametralladora. Todos ellos usaban un parche con una garra de dragón blanco en el hombro. Si ya habían logrado controlar a la mayoría de los vecinos, no había duda de que sabían como pelear en lugares cerrados con todas esas armas. La rapidez y el engaño serían vitales.
Lentamente, desenvainó las espadas, respirando al compás del siseo del metal. Todo el dolor y malestar dejaron su cuerpo en un instante, siendo reemplazados por el estremecimiento que le provocaba la expectación. No estaba asustado, lejos de ello. La adrenalina recorrió su cuerpo, abrumándolo, cerrándose a su alrededor. Había venido con dos bombas de humo listas y ahora sacaba una de ellas, sosteniendo ambas y una espada en una mano.
Cada lado se detuvo tenso, esperando el primer movimiento.
Un arma fue amartillada, el clic hizo eco en toda la calle. La bomba explotó en una nube de niebla, enviando espeso humo negro sobre el piso y sobre sus cabezas. Varios de ellos comenzaron a toser y cayeron. La mayoría amartilló sus armas y se dirigió a la tienda, pensando que la bomba tenía que provenir de ahí.
Los pocos que miraron hacia el cielo nocturno, jurarían después que un demonio saltó entre ellos, con garras tan largas como espadas, desgarrándolos indiscriminadamente. En vez de esconderse entre el humo, Leonardo se movió a través de él y de vuelta hacía las sombras, dejándolos disparar a las sombras danzarinas. Chillidos humanos llenaron el aire mientras se disparaban a sí mismos y acribillaban las paredes y los autos estacionados cerca. El fuego de sus armas pasó cerca de su rostro, mientras se deslizaba, alejándose de ese tiroteo de ciegos, en un intento por hacerse cargo de los que no habían entrado en pánico.
- ¡Paren de disparar, idiotas!- Gritó uno de ellos- ¡No está ahí!
El viento apartó las ultimas columnas de humo, dejando a cinco o seis garras aún de pie y al resto en el suelo, en medio de charcos de sangre. Los afortunados gimieron, agarrándose las heridas, tratando de detener la sangre antes de entrar en shock. Los pocos que aún podían caminar, se arrastraron a gatas, buscando un lugar seguro.
Los veteranos se mantuvieron calmados, alejándose de la luz, utilizando sus propias tácticas. El disparo de un arma por un instante ahogó cualquier otro sonido y despejó una parte de la calle. Un segundo disparo vino justo después de ese y luego otro más, tan rápido como se podía recargar, tratando de conducir a Leonardo hacía una sola dirección, donde había luz y donde unos cuantos con bates y cadenas aguardaban. Furiosos con sus trucos, permanecieron en un circulo alrededor de la luz, como una red viviente para su propia trampa.
Un viejo auto, más restos de balas y vidrio destrozado que metal, se encontraba entre su terreno mortal y la luz. Era en realidad lo único que lo protegía y odiaba tener que arrodillarse tras él. Hasta ahora había jugado con sus reglas, con las reglas de Splinter y eso lo había dejado torpe y descuidado. Aun no había matado a ninguno de ellos. Sacudió la cabeza.
Finalmente tenía una pelea real a muerte contra samuráis modernos. No iba a desperdiciarla.
Primero lo primero. Su estrella voladora cruzó directamente hacía la lámpara, salpicando plástico y vidrio, bañando a las garras bajo ella al estallar y caer en la oscuridad. Usó la capota del auto como trampolín para saltar sobre los disparos que los sujetos daban a ciegas, hundiendo su espada en un hombro, escarbando libremente en él. Un arco de sangre cruzó el aire, un listón rojo en la débil luz. Esta vez el grito fue más prolongado y agudo, salvaje producto del shock y lo continuó con un profundo corte en el abdomen de su enemigo. Mientras se precipitaba hacía su próxima victima, alguien disparaba hacía el lugar en el que había estado un segundo antes, golpeando al que acababa de cortar. El grito se detuvo.
Dentro de la tienda, April estaba arrodillada en el suelo, espiando por sobre el borde de la ventana, que de alguna forma continuaba intacta después del tiroteo.
- ¿Puedes verlo?
- Ni un poco- Susurró Casey en respuesta.- Se oye realmente malo allá afuera.
- Tenemos que encender las luces de apoyo.- dijo ella.
- Creo que fue Leo quien golpeó la lámpara- dijo Casey.- Si las encendemos ahora...
- Podría estar herido allá afuera y no lo sabríamos.- dijo ella, ya gateando hacia el panel de las luces tras el mostrador.- Don me ayudó a llenar de luces el frente de la tienda. Ayúdame a encenderlas.
- Pero si las enciendes mientras está peleando...
- ¡Casey!...- Ella lo miró sobre su hombro.- No es invencible, y Dios sabe por lo que tuvo que pasar por tres meses. Ahora ayúdame a encender estas luces.- Casey gruñó y puso su inútil palo de Jockey de vuelta en el saco.
- Bien, bien, presionadora...
Afuera, en la calle, la lucha continuaba. Un corte a lo largo de su espalda, envió a su enemigo girando como en las películas de samuráis que ocasionalmente veía con Raphael. Un corte en la cara y cuello detenían su trayectoria y usualmente los tiraban al suelo. Ya no podía ver la sangre, pero podía oírla cuando no estaban disparando o revoleando cadenas hacía su cabeza. El estallido de un arma dio entre la multitud y solo porque habían varios de ellos entre él y el estallido logró evitar el disparo.
Eso era lo que se había estado perdiendo, esa era la brutalidad que podía volverlo más rápido. El aire ya no lo arrastraba, ahora fluía con él. La gravedad le daba a sus patadas voladoras la fuerza para destrozar huesos. La oscuridad no podía cegarlo, el ruido no podía ensordecerlo. Su sangre cantaba a su ritmo, cortar, patear, esquivar, destajar, voltearse, apuñalar.
Entonces descubrió que alguien más conocía la canción, siguiendo su ritmo y coincidiendo con él perfectamente. ¿Estaban todos lo demás muertos o habían huido?. Tenía que ser, la calle estaba en silencio excepto por su respiración. El tipo del cuchillo, se dio cuenta, aquel de quien Splinter le había advertido. Demasiado grande para ser mujer, demasiado rápido para ser normal. El acero pasó junto a su rostro al inclinarse hacia atrás, usando una voltereta para patear a su oponente. No logró alcanzarlo, mientras su enemigo retrocedía y luego saltaba hacia delante, descargando el cuchillo con perfecta puntería hacía su garganta. Ninguno de los dos tenía necesidad de ver al otro para pelear.
Dio volteretas hacía atrás muchas veces, seguido de cerca por ese cuchillo. Era largo, podía sentirlo, con un perverso filo serrado, relampagueando en la débil luz. Irguiéndose luego de una voltereta, aterrizó en cuatro, barriendo los pies de su enemigo. El que usaba la navaja cayó hacia atrás, fuera del alcance de sus espadas, pero alcanzó a golpear la hoja, arrancándola de su mano. Atrapó el borde metálico y lo mandó a volar, rebotando en la oscuridad.
Escuchó un ruido de metal deslizándose por el pavimento y se dio cuenta que el que usaba la navaja había recogido un arma de las caídas. Un sólo tiro pasó junto a su hombro en el momento en que saltaba hacía un lado, luego volvió a saltar al llegar el segundo disparo, afortunadamente su enemigo no había agarrado una automática. Un tiro más pasó tan cerca que lo obligó a caer a un lado, soltando una espada, lo que le permitió impulsarse fuera del alcance del próximo tiro.
"Termínalo ahora.", pensó, "Antes de que él lo haga". Sacrificando su defensa en un salto suicida, cerró la distancia entre ellos, aterrizando sobre una rodilla, apenas esquivando un disparo que pasó quemando su hombro. Revoleó la espada para dirigirla a la garganta de su enemigo, al mismo tiempo que sentía el calor del tambor del arma directamente frente a su cara. El arma fue amartillada. Respiró profundo y comenzó a avanzar.
Repentinamente, la calle se llenó de luz y ambos se miraron el uno al otro, abriendo los ojos de par en par. Leonardo miró tras el arma hasta un rostro negro, enmarcado por pelo a lo rastafari y el uniforme de batalla del ejercito.
- ¿Félix?
- ¿Leo?
Sorprendidos, permanecieron inmóviles por varios segundos, ambos a un paso de matar al otro. A su alrededor, varios cuerpos cubrían la calle, la mayoría de ellos acribillados, algunos todavía moviéndose. La sangre pintaba el pavimento y resplandecía a la luz. Leo tragó saliva, reflexionando.
- ¿Todavía tenemos que matarnos?- preguntó, repentinamente sonando tan joven como lo era en realidad.
Bajo la dura luz, la cara y las manos de Félix traicionaban su edad, las líneas y tenues cicatrices mostraban que debía estar cerca de los cuarenta, al menos. Por su parte, el humano que observaba a Leonardo confirmaba sus sospechas sobre lo que había visto brevemente mientras se cuidaban las espaldas el uno al otro.
- Sería algo estúpido después de todo lo que ha pasado.- Lentamente retiró el tambor del arma de la cara de Leonardo, dirigiéndolo hacía la calle, soltando el percusor. Leo retiró su espada y la deslizó dentro de su funda. Ambos estaban cubiertos de sangre, y en el cielo, las nubes finalmente dejaron caer la lluvia. Agua roja recorrió sus cuerpos y se mezcló en el piso.
- ¡Maldita sea!,- dijo Félix, sonriendo lentamente.- Creí que estaba alucinando en ese lugar. No podía creer que fueras una maldita tortuga.- Leonardo se inclinó y recogió la espada que había dejado caer, envainándola.
- Y no dejabas de quejarte de que no podías seguir mi ritmo.
- Je, si. Que ironía.
Su risa interna se convirtió en una risa ahogada, luego se volvió más fuerte, hasta que pronto los dos estaban riendo incontroladamente. Ambos, acelerados por la adrenalina y demasiado exhaustos para seguir moviéndose, cayeron al suelo, mientras April y Casey los observaban reír, medio muertos, temblando bajo la fría lluvia. Ella se aferró a uno de los costados de Casey al descubrir la carnicería, preguntándose si era a eso a lo que quería llegar con la práctica de las espadas.
