Parte 9
A través del drenaje, a través de las calles, corriendo como si no le estuviese permitido detenerse, Leonardo continuó su camino hacía los muelles. De todo lo que había hecho, el ver esa mirada en los ojos de Miguel era lo que más le dolía. Todos creían que estaba loco, traumatizado, lleno de odio. Splinter se había paralizado cuando vio el veneno. Su dolor se convirtió en rabia. Después de tantos años, una vida de protegerlos¿ acaso creían que él podría lastimarlos¿asesinarlos?. Saltó sobre una escalera cerrada y de ahí a la salida de incendios, obligándose a sí mismo a detenerse en la azotea y recuperar su aliento.
Quemados. Todos los puentes estaban quemados ahora. Frunció el ceño. No, todavía estaban April y Casey, pero después de haber visto la masacre y después de lo que sus hermanos iban a contarles, ellos también se irían. Caminó a través del techo, deteniéndose en el borde de éste, mirando hacía la calle donde las luces teñían todo de oro.
Libre. Sin hermanos a quienes proteger, a quienes defender, por quienes vivir. No más pelear con ellos para hacerlos practicar, para que entrenen, para que quitasen al menos un poco de esa carga de sus hombros. No más responder ante el maestro Splinter.
No más Mario Kart con Miguel. No más jugar a las peleas con Raphael. Ya no podría darle una mano a Donatello, ya no le pediría que lo ayudase a mover los equipos más pesados. No más ajedrez con Splinter. Hizo una mueca. Sus libros y dibujos aún estaban en la guarida. No importaba.
Buscó en la parte de atrás de su cinturón y extrajo una fotografía. Dudaba que hubiesen notado que no estaba. La había sacado del marco, justo antes de irse.
Miguel miraba hacia la cámara, tomado por sorpresa mientras jugaba, en el momento en que Raphael llevaba al segundo jugador a la victoria, gritando al cruzar la línea de llegada. Detrás de él, Splinter meditaba cerca del puente y Donatello atacaba a una de sus ultimas máquinas con un destornillador. Como Leo era quien había tomado la fotografía, no aparecía en ella.
Volvió a poner la fotografía a su lugar. No había transcurrido ni la mitad de la noche y ya habían pasado muchas cosas. Respiró profundo y saltó desde la cornisa, aterrizando sobre un poste de luz y saltando hacía el pavimento. Completamente solo, corrió a través de la oscuridad, con el sonido de su propia respiración en sus oídos. Después de unos cuantos minutos, llegó a la bodega, un edificio demolido ubicado en un muelle. El océano golpeaba contra las barreras de concreto.
Tres meses atrás, Félix y él se habían encontrado en esa azotea, ambos atraídos por las extrañas luces y sonidos, aunque por diferentes razones. Esa noche volvía a encontrarse con él ahí, oculto tras una cámara de seguridad. Félix lo vio aproximarse y asintió, pero permaneció quieto. Su cuchillo aún estaba en la cartuchera de su cinturón, en vez de él desenfundó una larga semi automática. Leonardo sacó una espada. Una vez más, no había ninguna luz, pero ellos se movían como si la hubiera. Un tajo mandó a la cámara de seguridad a volar mientras corrían hacía el tragaluz y una explosión hacía llover trozos de vidrio dentro del edificio. Una granada, supuso Leo.
Él fue el primero en pasar por el tragaluz, evitando los afilados bordes y cayendo libremente varios pisos antes de atrapar una de las vigas de metal y desaparecer en la oscuridad. Detrás de él, escuchó a Félix hacer lo mismo. Hubo un grito de sorpresa debajo de ellos y el zumbar de una maquinaria. Un momento después, logró alcanzar la pared y unas cajas apiladas en una pirámide. Descendió rápidamente, sacando la otra espada tan pronto como tocó el suelo.
La luz llenaba la bodega como si el sol estuviese atrapado en ella, quemando sus ojos. Desde algún lugar, por encima de su propio alarido, escuchó a Félix gritar, luego cayó sobre una rodilla. El mundo entero se volvió blanco. Mientras se hacía un ovillo cubriéndose los ojos, escuchó una risa.
- Pensé que volverían. ¿Han venido a jugar el juego nuevamente¿ha correr en mi laberinto?.
- Sigue hablando.- susurró Leo, irguiéndose, luego habló en voz alta.- Hemos venido a matarte.
Escuchó el ruidito eléctrico de la silla de Stockman al rodar en alguna parte a su izquierda.
- Por supuesto.- Stockman bajó las luces a la normalidad y rodó de vuelta a la gran pantalla de computadora empotrada en la pared. El daño estaba hecho y dudaba que alguno de los dos pudiera volver a ver de nuevo. Pero eso no los hacía menos peligrosos, pensó, y los observó como se reorientaban a sí mismos, concentrándose en sus movimientos mientras digitaba una secuencia en su computadora.- Deberían saber que ustedes dos son los primeros en completar el juego. Nadie más ha podido llegar hasta el quinto nivel aparte de ustedes.
- Nadie ha sobrevivido al cuarto nivel, querrás decir.- Dijo Félix. Ciegamente hizo a un lado el arma y sacó el cuchillo, dirigiéndose hacía la voz de su enemigo.
- Bueno...- Stockman volvió a mirar la pantalla. Muchos puntos aparecieron en un laberinto de pasillos, todos negros a excepción de uno. Un solo punto blanco se movía ocasionalmente de una habitación a otra.- No es tan así. El espécimen hembra está sobreviviendo, pero no creo que lo logre pasado éste nivel.
¿Qué?.- Leo parpadeó con fuerza, tratando de forzar a su vista a regresar. Todo lo que pudo conseguir fueron borrones blancos sobre un fondo blanco.¿Ella está viva?
¿Pensabas que estaba muerta- La voz de Stockman estaba genuinamente sorprendida y agarró su libreta de notas y pasó las páginas.- Esto es lo que pasa cuando no puedes comunicarte con tus sujetos de prueba, un error tras otro. Estaba tan seguro de que era una regresión sicológica propia del sobreviviente. Ya que están ac�, mejor les preguntaré que efectos han sentido desde que escapa...- Fue interrumpido por fuertes explosiones, seguidas de una densa humareda negra que se arrastró por el piso, llenando la bodega.
Leonardo arrojó todas las granadas, saturando el aire e incluso el campo de juego. Sintió a Félix corriendo, pasando junto a él y escuchó el sonido del metal chocando contra el metal, su cuchillo se abalanzó contra todas las partes cibernéticas de Stockman, en busca de carne y hueso.
La ceguera estaba cediendo lentamente, pero no lo suficientemente rápido. Extrajo un puñado de shurikens y se concentró en las fuentes de luz de las que podía hacerse cargo. Cuando encontró una, lanzó los trozos de metal al aire. Después de escuchar sonido de algo haciéndose pedazos, la bodega se volvió un poco más oscura. El próximo objetivo fue más fácil y ahora la oscuridad se hacía rápidamente.
Todavía no podía ver bien, pero sin luz que pudiese impedirlo, el dolor se iba y las formas volvían. Aumentó la fuerza con la que agarraba sus espadas y se dirigió dentro del humo para pelear. Cuidando de evitar a Félix, lanzó un golpe bajo hacía el suelo, apuntando hacía los motores de la silla de ruedas. En vez de encontrar metal, una descarga de electricidad corrió por la espada y a través de su brazo, enviándolo tambaleante hacía atrás, incluso al oponer su otra espada para soportar la descarga, ésta vez apretando los dientes durante la sacudida. Algo chisporroteó y decayó hasta detenerse y el pulso de electricidad a través de la espada cesó repentinamente.
¡Por fin! Gritó Félix, ahora destajando libremente.
- No celebres aún.- Rugió Stockman luchando por maniobrar su silla fuera de su alcance. Sin ser vista, su mano voló a través del panel de control de su silla.- Los envié ahí una vez...
Mientras luchaba por encontrar su objetivo, cuánto menos golpearlo, Leo vagamente se preguntaba si había una forma de rescatar a Chanta, de alguna forma sacarla del juego, sin dejar que nada más se perdiera.
Donatello seguramente podría descubrir cómo funcionaban los controles. Tal vez él habría esperado lo suficiente cómo para dejar que Stockman lo explicara antes de atacarlo.
El humo comenzaba a disiparse al mismo tiempo en que los borrones se convertían en Stockman y Félix. Con un grito triunfante, se lanzó hacía adelante, mandando su espada directamente hacia el corazón de Stockman, precipitándose entre las instalaciones, cables y tarjetas de circuitos...
Pero entonces otro destello, más pequeño pero todavía demasiado brillante, lo cegó nuevamente. Sus ojos no pudieron soportar este segundo golpe y se volteó hacia otro lado, colapsando mientras presionaba sus manos contra su cara.
Por un momento estuvo seguro de que sus ojos estaban sangrando, pero sólo era la sangre de sus asesinatos anteriores humedeciendo sus manos.
¡Leo!.
- Viejo¡es Stockman!
Leonardo casi rió.
¿Cómo diablos continúan encontrándome?.- murmuró. Sintió como uno de ellos ponía sus manos sobre sus hombros y las apartó como si quemaran, dando golpes a ciegas con su espada. Instantáneamente su hermano retrocedió fuera de su alcance.
Se arrastró hasta ponerse de pie, parpadeando rápidamente. Los borrones desparecieron más pronto esta vez y un borrón verde con una tira roja atravesando su cara estaba parado en frente de él.
¿Cuántas veces tengo que pelear con ustedes?.- siseó. Detrás de su hermano, Miguel vigilaba a Félix mientras Donatello retenía a Stockman.
- Hasta que vuelvas a casa.- Dijo Raph.
- No voy a regresar.- Dijo Leo, retrocediendo ante la mano estirada de su hermano.- Terminaré esta pelea y será todo. No volveré a verlos.
- Al diablo con eso- Dijo Raphael- terminaremos esta pelea y entonces te llevaré a casa aún si tengo que arrastrar... – El grito de Stockman llamó su atención. Con la entrada de un ultimo código, activo una de las muchas máquinas que habían en la bodega. Dos electrodos se apuntaron a sí mismos en medio del edificio, encendidos por una crepitante energía azul, emitiendo calor al convertirse en un brillo blanco. Un familiar hormigueo atacó el cuerpo de Leonardo, tambaleándose, repentinamente mareado. Finalmente ahí estaba, demasiado fuerte para luchar contra él, así que voluntariamente se rindió a la sensación de ser jalado en distintas direcciones.
Repentinamente, los brazos de Raphael nuevamente lo rodearon, inmovilizándolo y no podía sacárselo de encima sin levantar sus espadas.
- Déjame ir.- Dijo, tratando desesperadamente de desasirse de su garra.
- Nunca.
¡Tu no entiendes!.- Gritó Leo, pero ya era demasiado tarde. Las luces se fueron, el zumbido de los electrodos comenzó a declinar y el grito de sorpresa de Donatello desapareció, reemplazado por el traqueteo de unas garras en algún lugar cercano y el distante aullido de extrañas criaturas.
Raphael se apartó y miró a su alrededor. Imaginaba que debían estar en una habitación pequeña, pero no podía ver nada. Al acostumbrarse sus ojos, dilatándose sus pupilas lo más posible, pudo distinguir un tenue brillo en el piso, como redes luminiscentes. Se inclinó para examinarlas, pero fue detenido por la voz de su hermano.
- No las toques.- susurró.- Queman. Y se apagan si las tocas.
¿Dónde estamos?.- preguntó Raphael, aún sabiéndolo.
- En el juego.
Leonardo puso una de las espadas en su funda, reajustando su garra en la otra.
¿Qué tan bien puedes ver?
- No muy bien. Apenas puedo verte a ti.
- Eso cambiará.- Caminó hasta la puerta y escuchó afuera, entonces la abrió un poco, lentamente. Todo despejado. La abrió totalmente y se volvió hacia su hermano.- Sígueme. Félix debe estar muy cerca.
- Espera.- Dijo Raphael, tocando su hombro.¿Cómo llegamos aquí¿dónde estamos?.
- No sé y no sé.- Respondió Leo.- Es sólo un juego. Mata cualquier cosa que no sea uno de nosotros. Quédate quieto. Mantente cerca. El final del ultimo nivel es lo que nos envió aquí. Nos llevará de vuelta.
¿Qué quieres decir con "nivel"- Leo suspiró impaciente, pero se obligó a sí mismo a continuar.- Aún no sé en qué nivel estamos. A lo que sigamos avanzando deberíamos encontrar una escalera. Debemos subir por ella hasta llegar al techo.
- Espera un segundo...
- Eso es todo lo que sé.- Lo cortó Leo.- Ahora sigamos. No voy a cargarte.
- Así que es eso.- Gruño Raphael.¿Toda esta actitud es por que estas cansado de estar a cargo?. Y dices que yo soy egoísta...
¿Egoísta...- Leo puso una de sus manos alrededor de su cuello y lo empujó contra la pared, manteniéndolo ahí.- He pasado los últimos quince años cargando con ustedes para que puedan tener sus propias vidas. Quince años de nada más que entrenar y practicar y de tratar que ustedes tres practiquen para no tener que hacer de su niñera en una pelea. ¿A cargo¡no he sido más que su esclavo!.- Raphael agarró la muñeca de sus hermano y la apretó con fuerza, retirándola fácilmente. En una pelea cuerpo a cuerpo, su hermano no estaba ni cerca de ser lo fuerte que había sido una vez.
- Pudiste haber dicho algo, cualquier cosa.- Leo permaneció inmóvil por varios segundos, en silencio. El chasquido de las garras todavía estaba lejano.
- Lo hice.- Murmuró.
¿Qué- Raphael parpadeó.¿Cuándo, no recuerdo...
- No a ti.- Leo cerró los ojos y dejó que las memorias hablaran por sí mismas. Era fácil, las había repasado muchas veces.- "Es la responsabilidad del mayor", dijo, "sacrificarse por la familia. Se que es difícil, pero debes soportar el peso. Te estoy encomendando a ti la seguridad de tus hermanos".- Raphael no necesitaba preguntar quien había dicho eso. Bajó la cabeza.
- Lo siento. No lo sabía.
- Ya no importa.- Respiró profundo y volvió a revisar el corredor. Todavía estaba vacío. – Ahora encontremos a Félix y comencemos nuestro camino.- Raphael lo siguió en silencio.
Dentro del laboratorio de Stockman, Donatello miró furioso a su alrededor, pero sus hermanos y Félix habían desaparecido. Los electrodos se oscurecieron hasta apagarse, y de tras de ellos, cuatro nuevos puntos blancos aparecieron en la pantalla. Se volteó y los vio, emparejados y en habitaciones contiguas.
¿Qué demonios...- Levantó su bo contra la cabeza de Stockman, obligándolo a mirarlo.¿Qué hiciste¿dónde están?
- En mi propia dimensión de bolsillo.- Dijo Stockman, con voz cascada y débil. Los circuitos chisporrotearon dentro de los cortes en sus partes cibernéticas- Mi engendros tendrán éxito dónde fallaron mis ratoneros.
¿Qué- Donatello vio como la cabeza de Stockman caía hacia delante y sus ojos perdían foco. Cuando no escuchó ninguna respiración, se inclinó más cerca y puso su mano en la garganta del hombre. No había pulso. Asustado, retrocedió pero observó la herida en el área de su pecho. A pesar de la profundidad, el corte sobre la piel verdadera era relativamente menor. No podía haber muerto sólo por eso. Suspiró y se volvió hacia la computadora.¿Qué quieres decir?.
Agarró la libreta de apuntes y retrocedió en las páginas. Esquemas y teorías sobre la colapsabilidad del espacio estaban junto a detallados análisis sobre bioluminiscencia y extracción genética. Y después encontró los bocetos de los engendros de Stockman.
Completamente albinos, pensados para desarrollarse en la oscuridad, habían sido creados de cruzas entre humanos y depredadores. Humanoides, sus manos estaban hechas de tres garras, cada una de varios centímetros de largo. Sus pies tenían dos garras; sus bocas abarcaban dos tercios de sus caras sin ojos, abriendo agujeros llenos de dientes. Llenos de músculos, lucían tan fuertes como rápidos.
La próxima página contenía una criatura más pequeña, de cuatro piernas, su cuerpo era una simple masa de músculos con una boca en el medio. Por la forma en que Stockman los había dibujado, Donatello se figuraba que podían usar sus garras para agarrarse de las paredes y el techo, capaces de correr en todas direcciones sin preocuparse por la gravedad. ¿Estaban todas esas criaturas diseñadas sólo para comer y matar? No había duda de por qué Leo ya casi no comía.
La computadora lanzó un pitido y Don se volvió a verla. Sus ojos se abrieron de par en par y la libreta de notas resbaló de sus manos. Había pensado que los puntos negros marcaban a los sujetos muertos, pero ahora, más puntos negros comenzaban a aparecer y se movían en masa hacia los puntos blancos, llenando los pasillos y fluyendo como una inundación.
