Parte 10
El suelo se sentía metálico y frío contra su rostro. Miguel se sentó, parpadeando de prisa y preguntándose quien habría apagado las luces. Mientras sus ojos se acostumbraban, se dio cuenta de que algo brillaba en el suelo y se deslizó más cerca, poniendo su cara justo enfrente de aquello. Parecían venas corriendo a lo largo de las orillas del muro, y brillando a intervalos, como los latidos de un corazón. También quemaban, así que retrocedió nuevamente, demasiado alterado como para tocarlas.
- Definitivamente no eres Leo.- Dijo una voz y Miguel se volteó hacia ella, tratando de descubrir a quien estaba hablando..- Respiras demasiado fuerte. Así que¿quien demonios eres tu?.
¿Eh, soy su hermano menor, Miguel. ¿Quién eres tu?.
- Soy Félix. Creo que él no me mencionó.
Miguel se alejó de la voz. Sonaba un poco como cuando los actores interpretan a sicópatas o a sargentos de instrucción en la Tv., sólo que no había odio en su voz. Mientras Félix hablaba, trataba de adivinar cómo era. La voz de Félix era pura ira, no irracional, no lunática, sólo enojada.
- Él no ha hablado demasiado.- dijo Miguel.- No lo tomes personal.
- No lo hago. Levántate.- Félix nunca había abandonado su cuchillo y ahora sólo lo apretaba con más fuerza, ignorando por completo su arma.¿Llevas algo afilado contigo?.
- Nop, sólo nunchakos.
- Nunchakos... si. Los recuerdo. Bruce Lee los tenía en esa película. ¿Eres así de bueno?.
- Nadie es tan bueno como él lo era, pero me acerco bastante.- Miguel se puso de pie y caminó más cerca. La luz del suelo estaba comenzando a funcionar ahora y pudo ver la silueta de Félix. Todo lo que vio después fue el reflejo de un hombre grande y negro con pelo rasta y uniforme, bastante inusual en sí mismo, salvo por el largo cuchillo con el perverso filo dentado destellando en la tenue luz.
- Eso espero, por tu bien. Si eres hermano de Leo, tal vez pelees tan bien como él. Quédate cerca, mantente en silencio. Y por el amor de Dios, podrías dejar de respirar tan fuerte.
¿eh?... ok..- Miguel no tenía idea que lo estaba haciendo, comenzó a respirar más lento, esperando lograrlo.
Siguiéndolo a sólo unos centímetros de distancia, Miguel cerró la puerta silenciosamente y miró a su alrededor todo lo que pudo. Ese tenía que ser el lugar que Raphael había descrito, pero Leo nunca había mencionado las venas que brillaban en los bordes de los muros, ni los aullidos ni los rasguidos que hacían eco a su alrededor. En la oscuridad, todo lo que podía ver era el brillo latente y la tenue forma de una esquina más adelante, llevándolos hacia un nuevo corredor.
- Oh, demonios.- susurró Félix y Miguel miró alrededor. Un momento después escuchó el ruido de garras desgarrando metal, gruñidos hambrientos, ambos acercándose.
Félix comenzó a correr y Miguel hizo lo que pudo para seguirle el paso, ocasionalmente chocando contra las paredes mientras seguía el sonido de los pies del hombre, incapaz de ver en absoluto por donde iban. Se percató demasiado tarde de que ya habían alcanzado la esquina, chocando contra la pared, volviendo la cara un segundo antes del golpe. Las pisadas de Félix ya eran difíciles de escuchar por sobre los aullidos y los rasguidos de garras.
Sonaba como Leonardo afilando sus espadas, el agudo chirrido del metal contra metal, tuvo que cubrir sus oídos con sus manos.
Una mano se posó sobre su hombro y lo giró, cubriendo su boca antes de que pudiera gritar. La mano era familiar, de tres dedos, y notó el resplandor de una hoja afilada, mucho más larga que la del cuchillo de Félix. De algún modo, en la oscuridad, Leo lo había encontrado.
- Silencio.- Susurró su hermano. Miguel pensó que lo había visto mirar hacia atrás y retroceder hasta el corredor, pero era difícil saber si en verdad había visto algún movimiento o sólo lo había imaginado.- Raph, agarra su mano y síguenos.
La mano de Raphael, mucho más fuerte que la de Leo, agarró su muñeca y ahora estaba siendo arrastrado por el corredor. Resentido y aliviado a la vez, mantuvo la boca cerrada, corriendo a toda velocidad, esperando que Raphael pudiera ver a su hermano mejor de lo que él podía. Probablemente así era, desde que no había vuelto a chocar con otra pared.
En la próxima esquina en la que doblaron, corrieron dentro de la primera oleada de monstruos, ensordecidos por sus gruñidos. A pesar de la oscuridad, Miguel podía ver a las criaturas lo suficiente como para reconocer sus formas, las grandes en dos patas, las pequeñas en cuatro, y todos ellos resplandeciendo en la débil luz. Se preguntó cómo era posible que brillaran hasta que se dio cuenta de que se trataba de dientes y garras. La mano de Raph desapareció al asir sus dos sais y Miguel sacó a su vez sus chakos.
Después del primer golpe, se dio cuenta de que no serían suficientes. No había suficiente espacio como para generar la suficiente fuerza en sus giros para romper huesos. Rompió la mandíbula de uno de los monstruos grandes, enviando a otro rodando contra una pared, pero eran demasiado resistentes como para detenerse por unos huesos rotos y los pequeños se movían demasiado rápido como para mandarles un golpe. Uno de ellos brincó a través del techo y saltó hacia su cara, con las mandíbulas abiertas. Miguel trastabilló hacia atrás, demasiado lento como para hacer algo.
A mitad de camino hacia él, fue arrancado en mitad del aire, las cuatro patas agitándose mientas chillaba. Una rociada de sangre golpeó la cara de Miguel y trató de quitársela, comenzando a temblar producto de los escalofríos que recorrían su cuerpo.
La punta de una espada fue sostenida en alto por el tiempo que le tomó matar, luego se deslizó hacia abajo, cortando a otro en dos, mientras aún estaba lanzando lejos al primero. El corredor se llenó con gritos de muerte y agonía y Raphael volvió a agarrar su muñeca, atrayéndolohacia él. Pensó que debían estar cerca de una tubería de agua rota o de un grifo abierto, pero al chapotear por el corredor, se dio cuenta de que las pozas no eran de agua.
Cerró los ojos. Eran inútiles ahora de todas formas. Lo más que podía hacer por el momento, era correr y esperar no ponerse lento. Su primera pelea y prácticamente no había servido de nada. A pesar de sí mismo, su velocidad había comenzado a disminuir, los escalofríos en su cuerpo se transformaban en nausea. Raphael tiró de su mano, obligándolo a ir más rápido.
- Están por aquí también.- Dijo Félix desde algún lugar delante de él.- Están por todas partes.
- Tenemos que encontrar una habitación.- Dijo Leo.- Creo que los "aulladores" han estado creciendo.
- No hay mucho más que podamos hacer aquí.- dijo Félix.
Miguel se dio cuenta de que estaban susurrando y sólo entonces se percató de que los corredores estaban tranquilos de nuevo, que los gritos se habían detenido. Más criaturas se movían aún por los mismos pasillos, pero estaban cautos ahora, los asesinos habían regresado. Dejó escapar el aire que no sabía que estaba reteniendo. La tranquilidad nunca había sido tan reconfortante.
- O... esperen.- Dijo Félix.- No habían "Aulladores" en los pisos inferiores, solo "hambrientos". Tal vez estemos en los niveles superiores.
- Eso espero.
Rodearon la próxima vuelta y enfrentaron a un nuevo grupo, destajando y cortando. No eran tantos en esa oportunidad y Raphael nunca se alejó de él.
Los gritos parecían ser más fuertes, los arañazos en el metal más estridentes. De hecho, podía escuchar la espada de Leo cortando a través de hueso y carne, el cuchillo de Félix apuñalando un estomago y destajando los tejidos suaves. Presionó una mano contra su boca y deseó no vomitar. Ruidos, todo eran ruidos. ¿Es que sus sentidos habían aumentado¿era eso posible en la oscuridad?
- Creo que vi una puerta.- gritó Leo por sobre los aullidos.- Directo hacia adelante, a la izquierda.
Y comenzaron a escarbar un camino. El olor de la sangré llenaba el pasillo y Miguel se preguntó si estaría fluyendo como en esa película de Kubrick con Jack Nicholson. ¿Cómo se llamaba¿por qué estaba pensando en eso en primer lugar?. A casa, quería irse a casa ya mismo. Y Donatello¿dónde estaría él¿estaba en algún lugar en la oscuridad, ese bo sería inútil ahí, sin espacio para girar, no había forma de destajar con eso. Oh, Dios déjalo estar de vuelta en el laboratorio de Stockman. Estaba soñando, tenía que ser una pesadilla, y los gritos no se detenían, lo golpeaban peor que puños.
Los gritos se detuvieron, pero el eco permaneció. Esperando ser empujado de nuevo, se volteó hacia Raphael quien simplemente permanecía inmóvil. Félix y Leo no se movían. Todo lo que oía era sangre cayendo por las paredes. El resplandor de las líneas luminiscentes era más fuerte, casi como si latiera. Después de unos segundos, se dio cuenta de que los latidos no calzaban con el resplandor yque estos ultimosse estaban aproximando. El piso de metal comenzaba a vibrar.
- El primer demonio.- susurró Leo.- Está entre nosotros y la puerta. Miguel, Raph, quédense detrás de nosotros.- No hubo respuesta. Miguel se preguntó si Raphael estaría en shock también, pero su mano nunca había perdió su fuerza.
Y el demonio rugía como siete truenos.
Félix y Leo no vacilaron, los escuchó correr para frenar su ataque. Miguel puso una mano en el hombro de Raphael y se acercó más. No podía ver la línea de luz más adelante por el corredor, la cosa debía estar bloqueándola con su tremenda masa. Y era rápida, los temblores provocados por sus garras golpeaban el suelo, haciendo estremecer todo el corredor. ¿Cómo podía Félix usar sólo un cuchillo contra una cosa como esa?.
Con tan poca luz, podía ver movimiento, más no las formas, pero los escuchaba trabajar juntos sin error alguno, su equipo había sido forjado tras tres meses de constantes batallas. Y, en ese momento, sabiendo lo que les esperaba si ellos llegaran a fallar, matar era algo bueno. La sangre fluyó hasta ellos, por arriba de sus tobillos, seguida por el grito triunfante de su hermano.
¡Tengo su cuello!.
Un momento después, el suelo se estremecía al caer la cosa, con un ultimo suspiro rasgando su garganta, y después se acalló definitivamente. En vez de detenerse, su hermano continuó cortando y el húmedo chapoteó de sangre y carne golpeando el suelo le indicó que era lo que estaban haciendo. Era demasiado grande para pasar por encima de él. Raphael tomó su hombro y lo guió a través, ayudándolo a atravesar el cadáver, todavía caliente y humeante en el aire frío.
Si había una habitación por ese pasillo como Leo había dicho, no se detuvieron. Embebidos por la muerte, Félix y Leo continuaron caminando, guiándolos por los corredores silenciosos. El único sonido era el de su propia respiración y vagamente recordó respirar más silenciosamente. La oscuridad comenzaba a tragárselo.
Ahora entendía, el silencio era peor que los gritos, ese juego de estar a la espera lo estaba dejando vacío por dentro, como si matar fuera el verdadero propósito.
En el interior de la bodega de Stockman, Donatello se sentó en suelo dejando escapar un suspiro de alivio. Los puntos negros se habían ido por ahora, aunque se preguntaba que era lo que tenía de especial ese punto negro para que los puntos blancos tardaran tanto tiempo en pasar a su alrededor. Tomó la libreta de notas otra vez y buscó una explicación.
La letra manuscrita de Stockman era peor que la de Raph, y momentáneamente consideró la idea de llamar a April para que le ayudase a descifrar la letra y sus métodos, pero la rechazó de inmediato.
Si se imaginaba bien, ya tenía que ser de día, podría llamarla, sin embargo, la quería lo más lejos de ese lugar como fuera posible. Si Félix y Leo habían podido salir de ahí, entonces otras cosas también serían capaces de hacerlo.
De alguna forma, Stockman había creado su propia dimensión de bolsillo. El odio de Donatello estaba mezclado con admiración. La tecnología, aunque insana, era pura genialidad. Siguió las ecuaciones y las teorías hasta que decidió que eso no lo ayudaría y pasó las paginas, buscando alguna falla en el sistema, o algún escape no programado. La encontró en la ultima página, el detalle de una forma de destruir la estructura dentro de la dimensión, haciéndola colapsar y matando todo en su interior. Eso tendría que esperar hasta que todos regresaran. Trató de encontrar el mecanismo que podría hacerlos regresar al mundo real, pero lanzó un gruñido cuando se vio que éste debía ser operado desde dentro. No había forma de liberarlos desde fuera.
Tenía que haber algo que pudiera hacer. Pero al revisar los papeles y lentamente admitir que tendría que revisar los archivos de la computadora en su lugar, los más que podía hacer por ahora, era llamar a Splinter y decirle lo que había pasado.
Y que no los esperase ese día. Afuera, el sol se alzaba en el horizonte, claro y hermoso.
