Parte 11

La excitación, la emoción de matar todo lo que encontraba en su camino y saborear su muerte, el que él estuviera vivo y ellos no, toda la diversión del juego volvía a él, tan embriagador como un buen vino. Sus espadas jamás volverían a estar limpias, sus ojos siempre verían a través de chorros de sangre y siempre habría algo que matar. Sin reglas, sin responsabilidades, sin cargas.

Miguelangel tropezó tras él.

La diversión enmudeció. Tenía que sacar a sus hermanos de ahí. Miguel no duraría mucho en la oscuridad. De todos sus hermanos, Miguel era el que crecía en la luz, aún jugando juegos que los demás habían olvidado ya, incapaz de soportar la muerte. Raphael se adaptaba lentamente, pero dudaba que Miguel pudiera ver alguna vez en esos pasillos.

Se asomaron en la siguiente esquina, sorprendiendo a varios "hambrientos" y un solo "aullador", atrapado entre sus garras, mientras los primeros arrancaban jugosos bocados de la pequeña criatura. Sus gritos cubrieron el sonido de sus pasos y sus cabezas volaron antes de que pudieran voltearse. Éstas cayeron al suelo y rodaron hasta detenerse. La sangre saltaba de sus gargantas mientras sus cuerpos colapsaban.

Sus gritos alertaron al próximo contingente de monstruos, varios montones de "hambrientos" y "aulladores" vinieron juntos, formando un enorme grupo, haciéndolos separarse a ambos lados. El rasguido metálico de sus garras contra el suelo le recordó el agudo sonido de los acordes de Heavy metal, y sus chillidos, el rugido del Death metal. Respiró profundo y se lanzó contra ellos.

Al cortar a través de una garganta, la sangre salpicó contra su brazo y al continuar a través de la cabeza del hambriento, cortándola en dos. Su otra espada empaló a un aullador y lo hizo colisionar contra un hambriento, retrocediendo al girar y destajar un estomago, atrapando a un aullador que acababa de saltar en el aire. Las dos mitades golpearon el piso y resbalaron hasta detenerse contra el muro. Las líneas luminiscentes quemaron la piel al entrar ésta en contacto con ellas y esa parte de la red se oscureció.

A su lado, Félix rebanaba una garganta, esquivaba garras, arrojaba su cuchillo contra un estomago. Lo que fuera que pasaba por las entrañas de esas criaturas se revolvió, haciendo brillar sus superficies húmedas. Debió haber habido un hedor, pero lo único que había era el olor de la sangre cubriendo las paredes, fluyendo como un río, rugiendo tan fuerte como el demonio. Cortó una de las piernas de un aullador, destajando luego uno de los costados de un hambriento, dejándolo colapsar sobre sí mismo, tendido en el suelo, chillando mientras unos aulladores oportunistas comenzaron a alimentarse de él, aún vivo.

Si la sangre era vida, Leo se preguntaba como era que podían estar cubiertos de vida y muerte a la vez. Era un milagro menor en la oscuridad, la ley de la naturaleza envolviendo ese pequeño microcosmos. Si ganas vives, si pierdes mueres, la regla nunca cambiaba, ni en esa dimensión ni en ninguna otra.

Matar.

Cortar a través de la pierna de un hambriento, arrancar su brazo que se alargaba hacia su cara, abrir su pecho en dos. Golpear a un aullador, destajarlo en medio del aire, apuñalarlo y usar la misma hoja para arrancarle la cabeza a un hambriento, el aullador le hacia honor a su nombre mientras giraba por los aires, agitándose y sangrando.

Matar.

Sus garras se lanzaban tratando de alcanzar su rostro, sus colmillos apuntaban a su garganta. Estaban celosos de sus ojos en particular. Uno a uno, algunas veces dos de una sola vez, tres si tenía suerte, caían a sus pies hasta que tenía que pararse sobre ellos. Las muertes no eran siempre limpias y muchas de sus victimas yacían en el piso, estremeciéndose, torturados por los espasmos y aullidos de agonía al ser devorados por los otros, hasta que eliminaba a quienes los devoraban.

Matar.

Y la sangre comenzó a gotear desde el techo, la que había llegado hasta ahí lanzada por sus espadas, por el cuchillo y ocasionalmente, por los sais de Raphael.

Leo era una muralla que separaba a los monstruos de sus hermanos, y la sangre llovía sobre ellos como si se tratara de un bautizo, nacer de nuevo en la gloriosa violencia y la muerte. Él era el monstruo más veloz de todos y servía a sus hermanos, volviéndose muerte y destrucción para protegerlos, ya que ellos no podían protegerse a sí mismos.

Pero aun entre Félix y las espadas de Leo, algo lograba escabullirse ocasionalmente, lo suficientemente cerca como para arrancarles las cabezas si no se agachaban. Un puñado de aulladores saltaron al mismo tiempo, y aunque logró matar a cuatro de ellos, un quinto se deslizó por encima de sus espadas, perdiendo una pierna, pero aún dispuesto a hundir sus dientes en sus ojos.

Una detonación, ahogada entre los gritos, golpeó su hocico y lo envió rodando hacia atrás, golpeando la pared. Sus piernas se curvaron como las de una cucaracha moribunda, y Leo se volteó a mirar hacia el corredor.

Pesando menos de lo que recordaba, con las ropas ajadas y un brazo sangrante, Chanta sostenía un arma, el metal negro aún brillaba. Disparaba aparentemente sin apuntar, pero cada bala hacía explotar una cabeza o arrancaba una extremidad. Entonces algo gritó tras ella, volteándose y disparando de nuevo, pero esta vez, retrocediendo por el pasillo hacia donde estaban ellos.

Leonardo se movió ligeramente hasta ubicarse entre ella y la ultima de las criaturas junto a él, acabando al ultimo de los aulladores. Sin siquiera reconocerse el uno al otro, los tres se fundieron en una sola unidad, con Leonardo moviéndose al frente para hacer a un lado cualquier cosa que viniese hacia ellos mientras Félix mataba todo lo que lograba escapar de las balas de ella... Raphael mantuvo a Miguel cerca, en medio de los tres. En unos cuantos minutos, los pasillos estuvieron silenciosos otra vez.

- Al próximo cuarto. – Susurró ella.- Tengo que recargar.

- Aquí.- Respondió Félix, desenfundando su arma.- Tengo un regalo para ti. Un cartucho lleno, y hay más...

- Oh.- sonrió ella tomándolo, sosteniéndolo en su otra mano.- Mana del cielo.

Un agudo silbido los interrumpió. Se lanzaron hacia delante, golpeando el suelo y permaneciendo inmóviles. Al mismo tiempo, Leo se volteó y tiró a sus hermanos al suelo, cayendo junto a ellos mientras un estallido de luz se disparó en la oscuridad. Hizo una mueca, pero la quemadura era sólo superficial.

- Maldita sea.- susurró, mirando a sus espaldas hacia arriba. La luz roja cerca del techo ya estaba desvaneciéndose, pero era como la luz de un faro para él. Lanzó un shuriken hacia ella, rompiendo el cristal y destruyendo los cables.- Puedo ver una puerta por all�, pero probablemente haya más de estos.

¿Qué fue eso?.- preguntó Raphael mirando hacia arriba.

- Lasers.- contestó Chanta.- Si puedo verlos, puedo hacerme cargo de ellos.

- Sólo espera un segundo.- Leo sacó una de sus bombas de luz y le sacó el detonador, por lo que ya no podría explotar, y la lanzó rodando a lo largo del pasillo.

Escucharon el silbido de los detectores de movimiento disparando las miras de las armas y luego un montón de destellos de luz silbaron hacia la bomba, cayendo sobre ella y dejando un rastrojo de plástico quemado.

Tres disparos detonaron antes de que las luces comenzaran a menguar.

Chanta disparó nuevamente, hacia las lentes de las miras, alcanzando dos más.

- Listo.

Sólo para estar seguro, Leo lanzó el detonador que le sacara a la bomba, por el pasillo y cuando no hubieron disparos, los demás lo siguieron hasta la puerta. Escuchó junto a ella un momento, luego la golpeó hasta abrirla. Vacía. Una vez que todos estuvieron dentro de la habitación, cerró la puerta y se sentó con su espalda contra ella. A su lado, Raphael dejó que Miguel cayera en una esquina y se sentó junto a él, con un brazo alrededor de sus hombros. La habitación era del tamaño de un walk-in closet, un montón de estantes habían sido construidos en la pared y la mayoría de ellos estaban vacíos a excepción de unas cuantas cajas pequeñas. Félix las sacó y las abrió en el suelo. La primera cosa que encontró fueron unos tubos fluorescentes, luces de emergencia, y los partió y sacudió hasta que encendieron. Un brillo azul llenó el pequeño espacio en el cetro de la habitación, más de lo que ellos estaban acostumbrados.

- Cartuchos de municiones.- dijo, pasándole la caja a Chanta.- Un par de kits de primeros auxilios y unas cuantas pastillas. ¿Se le ofrece a alguien?.

- Yo primero con las pastillas.- dijo ella.

- Yo tomaré unos vendajes.- dijo Leo y miró a sus hermanos.¿Están heridos?.- Raphael negó con la cabeza

- Estamos llenos de sangre, pero no es nuestra.- Vio a su hermano agarrar los vendajes que le habían arrojado y desenrollarlos, pero no lograba envolverlos alrededor de su antebrazo con sólo una mano.

Raphael se le acercó y tomó el rollo y gentilmente lo pasó alrededor de la quemadura. Leo lo miró por unos cuantos segundos y luego desvió la mirada. Tomó el pequeño trapo que usaba para limpiar las espadas y comenzó con una de las hojas, con la misma mirada perdida que había tenido en la guarida, cuando le habló a Raphael sobre el juego por primera vez.

El rasguido de unas garras pasaron por la puerta, un grupo de hambrientos estaba casando a un aullador. En su esquina, Miguel alzó la mirada. Todo lo que había entre ellos y sus garras era una puerta sin seguro y sus hermanos. A pesar del comportamiento anterior de Leo, o tal vez debido a eso mismo, Miguel se sentía más seguro con su presencia.

Lo vio sentarse con una espada sobre las piernas, la otra junto a él en el suelo, próxima a ser limpiada. La luz le permitía ver su bandana, ahora con sólo un poco de azul bajo las manchas oscuras, y sus ojos eran claros, demasiado claros. Quemaban. Miguel desvió la mirada hacia los otros. Ya había visto a Félix así que ahora se volvió a mirar a Chanta, la chica que Leo había dicho que estaba muerta.

Su cabello era largo, probablemente negro, aunque podría haber sido por toda la sangre que lo cubría. Era una gran maraña enredada tras su cuello que probablemente nunca era cepillada. Usaba un par de gruesas gafas, ambos lentes rotos y una larga cicatriz de quemadura cubriendo la mitad de su cara, como una reminiscencia de Freddy Krueger. Acostumbrada a la oscuridad, ella descubrió su mirada y asintió.

- Si, buscaré algo de cirugía plástica reconstructiva si llego a salir de aquí.

¿cómo sobreviviste?.- preguntó Félix.- Estabas prácticamente muerta cuando te dejamos.

- Me dejaron en una habitación.- dijo ella.- Estaba a salvo. Y habían paquetes de comida y municiones. Me tomó un largo tiempo antes de poder sostener un arma de nuevo. Ni hablar de caminar.

- Eso explica porque estas más delgada ahora.- dijo Félix.

- Si, bueno, prueba morirte de hambre y verás lo bien que te ves. Y ustedes?.- Ella tomó el arma que él le había dado y la examinó, tomándole el peso con sus manos.- Esto no vine de aquí dentro.

- Encontramos la salida.- dijo Leo.- Vinimos a matar a Stockman, pero él nos envió dentro otra vez.

¿Tuvieron que hacer todo el camino de nuevo?

- Nop. Comenzamos en este nivel.- Dijo Félix.- Ni siquiera sabemos qué nivel es este.

- Dos arriba de ese en el que me dejaron. ¿Cuál es entonces¿el siete?.

- Seis...- Leo hizo a un lado sus espadas, ahora limpias y se echó para atrás.- Cuatro más para salir. Tomaré la primera guardia.

Los dos asintieron y se sentaron con las espaldas contra la pared, cabeceando por unos minutos hasta que finalmente se quedaron dormidos. Miró a sus hermanos, estaban tan ensangrentados como lo estaba él, pero incómodos con la sangre, en vez de vestirla como lo hacía él. Se miró a sí mismo. Estaba también cubierto en sangre, pero no le molestaba. Los primeros días en el juego, recordaba que le producía comezón cuando se secaba, pero ahora ya nunca sentía eso. Aunque, de todas formas, rara vez tenía tiempo de secarse.

- Ustedes mejor duérmanse.- Les susurró.- Los despertaré luego.

Miguel no respondió. Se recostó contra el hombro de Raphael y se acurrucó un poco, cerrando los ojos y dejándose llevar. Raph miró a Leo por un momento, luego se volvió hacía Miguel otra vez. Puso su brazo alrededor de los hombros de su hermano menor y lo mantuvo cerca de sí.

¿Crees que lo logre?

- Lo hará. Ambos lo harán.- Leo vio como Raphael asentía una vez y se quedaba dormido apoyado contra Miguel. Ellos lo lograrían. Él los sacaría de ahí, y cuando estuviera hecho, no tendría que volver a preocuparse por nadie nunca más. De una forma o de otra.

A un mundo de distancia, Donatello gritaba de felicidad al descubrir el medio por el cual Stockman transmitía información desde y hacía ambas dimensiones. Parecía un radio transmisor, el elevador de voltaje aumentaba la señal y la dirigía hacía una puerta miniatura, la que era mantenida abierta constantemente. Demasiado pequeña como para percatarse de que estaba ahí o para que algo pudiera pasar por su abertura, pero todavía creía que tal vez fuera capaz de enviar algo físico a través de ella, siempre que fuera lo suficientemente pequeño como para pasar.

La encontró en un cuarto contiguo cerrado con una sólida cerradura, pero un golpe de su staff envió la cerradura rodando por el piso. Abrió la puerta y miró en su interior. Dos largos electrodos, como los de la habitación principal, enviaban una continua oleada de energía hacia un punto determinado, pero la cantidad de energía utilizada no era nada comparada con la que había enviado a sus hermanos lejos. No siguió avanzando sino que simplemente cerró la puerta. Ahora tenía los medios, pero todavía necesitaba algo útil que pudiera enviar a través de la puerta y una forma de determinar el lugar a donde quería que llegara, idealmente a las manos de uno de sus hermanos. No, idealmente a las manos de Raphael o de Miguelangel.

Un comunicador. Asintió para sí mismo. Tenía uno de sobra en su laboratorio, April podía traérselos y después ayudarlo a encontrar una forma de apuntar a donde quería que cayeran, probablemente por medio de focalizar la señal hacia un punto en particular. Con cinco puntos en la pantalla, había un 60 de oportunidad de que fuera a parar a uno de sus hermanos y si podía evitar que se quedara sin energía, tal vez con un alargador... entonces, en teoría, podría hablar con ellos y guiarlos usando el mapa del lugar.

Suspiró y se echó para atrás en su silla. Ya había empujado el cuerpo de Stockman detrás de las cajas. Realmente no le servía para nada y no quería esos ojos en blanco mirándolo toda la noche. Levantó su comunicador y llamó a Splinter, y no se sorprendió demasiado cuando vio a April y Casey mirando por encima de los hombros del maestro.

¿Qué está pasando...?

¿Alguna novedad...?

¿descubrieron como...?

- Esperen.- dijo, sosteniendo el aparato a un brazo de distancia de sí hasta que las preguntas se detuvieron.- Creo que tengo una idea, pero April, necesito que vengas aquí. Oh, y trae tu caja de herramientas, mi comunicador restante y comida. Va a ser un largo día.