Parte 15

Más allá de la impresión de ver a un demonio, de verlo gotear una obscena cantidad de sangre, una cosa penetró la mente de Donatello. No importaba el actual estado mental de Leonardo, una orden suya, en ese tono, no le dejaba más alternativa que actuar. La computadora estaba destruida, pero había una copia impresa del inventario de la bodega en alguna parte entre los escombros.

April se arrodilló junto a Raphael y Miguel, refugiándose con ellos en medio de varias cajas. No había nada que ella pudiera hacer para ayudar a Raphael que Miguel no estuviera haciendo ya, así que husmeó por encima de las cajas, observando al demonio dirigir toda su atención a Leonardo.

.- ¿Qué está haciendo?- murmuró.- ¡Sólo está ahí parado!

Leo levantó la cabeza ligeramente, sin moverse mientras la criatura se deslizaba un poco más cerca. April puso una mano contra su boca. No había miedo en su rostro, ni sorpresa, ni siquiera ira. Sólo una fría determinación que le recordaba la noche en que había diezmado a los garras blancas.

Entonces el demonio saltó sobre él, con las mandíbulas abiertas, y Leonardo se movió.

Al menos se movía, pensó ella. Un momento estaba ahí y al siguiente estaba junto a la cabeza inclinada de la criatura, cortando profundamente en su garganta. La sangre salpicó y se vertió en el suelo, pero el corte no lo había matado y Leo no esperaba que lo hiciere tampoco, esquivándolo hacia la izquierda cuando movió su cabeza tan rápido como el ataque de una serpiente, con los dientes cerrándose en el espacio vacío. La cosa lo sentía moviéndose tras él, así que se volteó, aplastando con su cola parte del muro de concreto y una de las columnas de soporte en su camino.

El techo se estremeció, pero resistió, las piezas de vidrio temblaron cuando la criatura rugió.

April se volteó y volvió a sentarse, con una mano aún firmemente presionada contra su boca. Cerró los ojos, pero eso no podía evitar que oyera los aullidos de la criatura. Una mano toco la suya suavemente y se volvió a mirar. Era extraño, pero no había notado la sangre empapando la bandana de Miguel. Lo hacía lucir un poco como Raphael.

.- Todo está bien.- le dijo, mirándola a los ojos.- Él lo matará.

Ella sintió, obligándose a sí misma a pensar en otra cosa. Su mirada se posó en el brazo de Raphael, colgando inerte con toda la apariencia de estar roto, pero no parecía dolerle demasiado. Tal vez tuviera algo que ver con la dimensión de la que acababa de salir, o tal vez era simplemente el efecto de estar con un demonio en la misma habitación. La única razón por la que no saltaba y se unía a Leonardo era porque su hermano menor lo estaba reteniendo, obligándolo a permanecer inmóvil.

Arrastrando una hoja de metal retorcida fuera del camino, Donatello encontró la libreta de notas, chamuscada, pero todavía intacta. Cayó de rodillas y comenzó a pasar las paginas, pasando por las imágenes de los engendros creados por Stockman; esquemas de su dimensión; sobrecogedoras formulas físicas y verdaderamente ingeniosas ecuaciones. Todo lo que importaba en ese momento era encontrar un inventario.

.- ¡Lo encontré!.- Gritó. Miró a los humanos, buscando las cajas en el fondo de la bodega.- ¡De los números cincuenta a sesenta son municiones!.

Chanta no lo escuchó, pero Félix sí. La agarró por el brazo y empujándola hacia la hilera de cajas, comenzó a contarlas mientras corrían a lo largo de ellas. En la cincuenta, se detuvieron, encontrando una palanca con la cual, juntos, comenzaron a romper las tapas.

Leonardo no vio nada de eso. La adrenalina cantaba por su cuerpo. Sus hermanos estaban a salvo, la batalla era suya, el aire había perdido toda su resistencia y la gravedad había dejado de existir.

Él era la muerte encarnada, protector y destructor, ¡eso era para lo que había sido creado!.

Se agachó cuando el demonio se abalanzó sobre él, rodando bajo las garras dispuestas a golpearlo, reapareciendo bajo su cuerpo, desgarrando su piel, abriendo su estomago en dos.

Aulladores y hambrientos aún no digeridos, todos en diversos estados de descomposición, salieron en desorden en un torrente de sangre y ácido.

A pesar de lo rápido que se movía, su brazo derecho fue quemado y no había tiempo para tratarlo. Miró a su alrededor y vio que había sido acorralado por la criatura en una esquina y el ácido se esparcía rápidamente a través del suelo.

Sin un lugar a dónde ir, saltó sobre la cola del demonio y escaló por su espalda, usando su espada para sujetarse cuando éste se movía.

Aún quedaba vida en esa cosa, sacudiéndose de una esquina a otra de la bodega, como un pez fuera del agua, su cola impactando las paredes. Grandes pedazos de techo comenzaron a desmoronarse, golpeando el suelo.

Frías gotas tocaron su piel y miró hacia arriba a tiempo para ver un relámpago de luz a través de las brechas en el techo.

Tiene sentido, pensó, todo comenzó con lluvia y todo terminará en la lluvia.

Al otro lado del edificio, Félix y Chanta descubrieron un cargamento de pequeñas armas en una de las cajas y automáticas en la segunda. Después de intercambiar una mirada, pasaron por alto las cajas de la cincuenta y dos a la cincuenta y nueve y abrieron la número sesenta. Chanta dio un grito de jubilo. Una bazuca, con municiones y lista, la primera carga estaba junto a ella. Se inclinó para levantarla, pero luego frunció el ceño. Lo intentó de nuevo y lentamente se dio cuenta de que no era que estuviese atornillada a la caja, era que simplemente no podía levantarla.

Félix puso sus manos junto a las de ella y entre los dos lograron sacarla de la caja y colocarla en el suelo.

Chanta volvió por las municiones, inclinándose dentro de la caja y abrazando las cargas contra su pecho. Después de varios intentos, finalmente logró cargar la bazuca.

Ambos intercambiaron otra mirada.

Con un gruñido, ella se paró frente a él y le ayudó a levantar el arma del piso, luego la recargó contra su hombro, inclinando la cabeza. Tras ella, Félix la puso también sobre su propio hombro y se inclinó, luego golpeó el hombro de Chanta y esta comenzó a moverse hacia delante.

.- ¡Leo!.- gritó Félix.- ¡No podré apuntar esto muy bien!

Ocupado sosteniéndose de la espalda del monstruo, Leo lanzó una mirada en dirección a su voz. En la luz roja, ambos parecían una criatura de Stockman, un pequeño demonio de cuatro piernas, cuatro brazos y un gran ojo mirándole. Luego reconoció el lanzamisiles y miró hacia abajo. El demonio no era lo suficientemente grande como para que su cuerpo le sirviera de escudo contra la explosión. Retiró su espada y se lanzó sobre un montón de cajas a un lado de la criatura.

Félix abrió fuego.

El disparo ensordeció a Chanta, quien tambaleándose cayó de rodillas después del lanzamiento, con las manos sobre sus oídos y la bazuca rodando por el piso. Félix la ignoró, observando como la munición golpeaba al demonio frente a ellos, haciéndolo explotar, salpicando las paredes, un segundo antes de que la pared misma explotara.

Esa parte de la bodega finalmente no pudo sostenerse más y se vino abajo, sepultando la cola del demonio, clavándolo al piso.

Con trozos de metralla y madera desparramados por el piso, Leonardo pudo salir a salvo, rodeando el frente de la cosa.

A pesar de que había perdido la mitad de su cuerpo, aún respiraba, boqueando por aire y rasguñando con su brazo bueno en el suelo, tratando débilmente de levantarse de entre los escombros.

Leonardo lo observó por varios segundos, directo a los ojos. El demonio lo miró a su vez, luego abrió su boca y trató de morderlo, estirando su cuello en su dirección. Cayó, corto por varios centímetros.

Sin embargo, su movimiento puso su espada a su alcance, todavía incrustada en su cuello.

La alcanzó y agarró la empuñadura, tirando de ella y con lo ultimo que le quedaba de su fuerza y su peso en la estocada, completó el corte.

La cabeza del demonio rodó lejos, parpadeando y Leo vio la luz extinguirse en sus ojos.

El cuerpo de la criatura se estremeció, la respiración lo abandonó, relajándose completamente.

Leo miró al cielo.

La lluvia golpeteaba sobre ambos y ausentemente, levantó su brazo, dejando que el agua lavara el ácido. Su brazo derecho lucía tan mal como el izquierdo ahora.

Miró alrededor en busca de sus hermanos, pero descubrió que estaba en el lado equivocado del demonio.

Ellos estaban en algún lugar en la bodega y él estaba prácticamente en el exterior, parado en la sección colapsada.

Se paralizó y miró detrás de él.

Las paredes estaban rotas, abiertas de par en par, la noche estaba oscura y ellos no podían verlo.

Envainando sus espadas mientras comenzaba a caminar, desapareció en la noche.

Raphael supo que algo andaba incluso antes de ver la sección destruida de la bodega. Hizo a un lado la mano de Miguel y se puso de pie, caminando hacia el demonio muerto. Cuando vio las paredes destruidas, supo dónde estaba su hermano.

Donatello apareció tras él, tratando de examinar su brazo, pero Raphael lo rechazó.

.- El comunicador.- dijo.- ¿Todavía está encendido?

.- ¿eh?

.- El comunicador de Leo, el que usaste para rastrearlo..- Raphael deseó poder golpearlo haber si así recordaba más rápido.- Dime si todavía está encendido.

.- Oh, bien..- Donatello sacó el comunicador de su cinturón y lo encendió y un segundo después, un punto de luz verde relampagueó en la pantalla.- La señal está muy débil. Las baterías ya deben estar casi muertas.

Raphael miró a la pantalla y vio el punto verde, preguntándose si en verdad se estaba moviendo.

.- No está lejos. Don, toma a April y a Miguel de vuelta a casa. Los seguiré una vez que lo recoja.

.- Whoa, espera...- dijo Donatello y April se unió a sus objeciones con las suyas.

.- ¡No!.- Raphael apretó los dientes. No era el momento para perder su temperamento.- Ninguno de ustedes será capaz de traerlo de vuelta a casa. Tengo que ir yo.

.- Pero tu brazo..- Dijo Miguel.- si... quiero decir... si él...

.- No me hará daño.- Dijo Raphael.- Lo prometo. Ahora, vamos andando. Y Don, ten la enfermería lista, ¿eh, para todos nosotros...

.- Si, está bien.- Don trató de no mirar su brazo.- ¿Prometes que tendrás cuidado?

.- Lo prometo.

Raphael le dio una mirada más al aparato rastreador y luego abandonó la bodega.

Donatello lo observó marcharse, luego se volvió a mirar a los dos humanos que se aproximaban. Chanta se apoyaba en Félix, quien soportaba su peso con un quejido. A la distancia, podía escucharse las sirenas de la policía y los camiones de bomberos, atraídos por las explosiones. Ella le sonrió, apartando un mechón de cabello de su rostro y poniendo una mano sobre su oído, todavía zumbando por la explosión.

.- Mejor váyanse.- dijo.- No creo que quieran quedarse a responder preguntas.

.- Es verdad.- dijo Don.- ¿Ustedes estarán bien?.

.- Sin problema.- respondió Chanta.- Hay gente esperando por mi. Superiores, burócratas, cirujanos plásticos...

Las sirenas se estaban acercando, pero Don quería dejar el problema resuelto.

.- ¿Prometen que no mencionaran qué somos, quiero decir, si el gobierno sabe algo de nosotros...

.- ...estarán más preocupados de que no hayan estado pagando impuestos.- Dijo ella.- No es como los "Archivos X" allá afuera.

.- Pero si alguna vez cambias de idea,- Dijo Félix.- házmelo saber. Puedes darle a ese cerebro tuyo un buen uso. El Departamento de Defensa te amaría.

Donatello le habría preguntado a qué se refería, pero las sirenas le interrumpieron.

.- Váyanse ahora mejor.- dijo Chanta y observaron a Donatello, April y Miguelangel desparecer en la oscuridad.

En las azoteas, Raphael aún perseguía a su hermano. En el momento en que se vio fuera de la vista de Donatello, había hecho una mueca de dolor y se había agarrado el brazo con la mano buena.

.- Maldita sea, Leo, ya estas comenzando a molestarme.

El cielo estaba nublado y la lluvia fría como hielo.

Lo encontró a sólo unas cuantas bodegas de los muelles, cojeando, con la cabeza baja, afirmándose en la pared al caminar. Raphael tocó la oscura traza dejada en la pared a la altura de su hombro. Su hermano aún sangraba. Comenzó a caminar un poco más rápido, deteniéndose a sólo unos metros tras él.

Leonardo no se volvió, aunque tenía que haberlo escuchado.

.- Leo, espera...

Leonardo se detuvo, luego volvió su cabeza ligeramente, sin mirarlo.

.- No puedo hacerlo, Raph. No puedo. Es demasiado.

.- Entonces no lo hagas.- Dijo Raphael, respirando con dificultad. Su brazo había comenzado a latirle aún peor.- Déjalo ir, renuncia, pero regresa a casa.

.- No están fácil.- Dijo Leo, con la voz quebrándosele. Se apoyó con fuerza en la pared, aún sin voltearse. La excitación de la pelea se había ido, la gravedad lo arrastraba otra vez y el aire se había vuelto contra él.- Ya no junto ni pego.

Raphael lo observó temblar, el cansancio le estaba ganando. Ese demonio le había robado el ultimo vestigio de fuerza de él. En parte le miraba admirado, admirado de que su hermano mayor hubiese soportado tanto y sólo ahora estuviese colapsando. Esperaba que pudiese hacer mucho más en los años que venían. Pero por el momento, parte de él estaba agradecido de que Leo finalmente se estuviese desmoronando, haciendo más fácil el llevarlo a casa.

.- Tanto si me quedo y pierdo el control.- Leo murmuró.- o me voy.

.- ¿E ir a dónde?

.- A cualquier parte.

.- Porque...- se aventuró Raphael.- da lo mismo mientras no sea casa...

Temblando, Leo asintió.

No había nada más que decir. No podría convencerlo ahí y ahora. Eso vendría más tarde. Dio un paso adelante y esquivó su débil puñetazo. Leonardo era tan rápido como la luz, pero estaba demasiado cansado, demasiado quebrado, como para usar esa velocidad.

Raphael lo agarró por la nuca y lo azotó contra la pared, Leo apenas si pudo volver la cara a tiempo. Gritó mientras Raphael lo mantenía inmóvil en esa posición, todo su mundo se había reducido a sólo dos sensaciones: el duro concreto bajo su rostro y la lluvia golpeando su piel, lavando la sangre.

.- Te llevaré a casa.- Murmuró Raphael.- Nos necesitas tanto como nosotros te necesitamos a ti.

Leo cerró sus ojos con fuerza y parte de él deseó quedarse tal cual, atrapado entre su hermano y la pared, para siempre. Pero Raphael volvió a levantarlo y a conducirlo, manteniendo su muñeca firmemente mientras lo llevaba a casa, guiándolo a través de la oscuridad.

Antes de que pudieran llegar a la guarida, la oscuridad le abrumó y caía, caía de vuelta en el pozo, esperando tocar el fondo, deseando que alguien pudiese detener su caída.