Harry Potter no es obra mía, ninguno de estos personajes me pertenece, y las líneas argumentales están basadas en la obra de Rowling, pero aviso, esta historia tiene en cuenta lo que sucede en el quinto libro, así que no voy a estar cuidando si hay spoilers o no.
Sé que hace mucho tiempo que no actualizo, pero es que he estado un poco bloqueada. Esto lo pongo por si alguien lee este fic, que va a ser que no. No lo sé seguro, hasta hace poco no me di cuenta de que tenía prohibidos los reviews anónimos. Movidas del fanfiction, que todavía no lo sé utilizar.
En fin le he pegado un giro a la historia, y le he dado mucho más protagonismo a Harry. Al final os voy a acabar contando la resolución de la guerra. Bueno, espero que sea lo que sea lo disfrutéis. Yo lo disfruto escribiendo y realmente lo escribo para vosotros. Talué.
3.EL CAMINO DE CADA UNO.
El lugar se presentaba aún más oscuro, cerrado y engañosamente tranquilo en mitad de la noche. Harry no sabía si había luna o no, no le importaba, giraba sus ojos intermitentemente hacia puntos sospechosos del callejón, lugares donde sabía que se podía acechar sin ser visto y donde, probablemente, alguien acechaba, aunque no a él.
La guerra llegaba a su fin. Las criaturas que serpenteaban en Knocturn lo sabían, eran demasiado astutas para saber que el responsable de las continuas victorias ministeriales les visitaba esa noche y que era preferible mantenerse lejos de la vista y los asuntos de ese sujeto.
Eso no quería decir que Harry no las viera, y mucho menos que dejara de preocuparse por ellas.
Al llegar a la zona de costumbre aumentó la vigilancia. Era un lugar lleno de bares mugrientos sin apenas carteles que los anunciaran y recovecos que parecían llenos de susurros sibilantes, pero a medida que se acercaba diversas partes de anatomía humana excesivamente pálidas para un vivo, pero también demasiado perfectas para un muerto asomaban apenas unos segundos mientras los ojos de las vampiras llameaban un frío glacial prometiendo placer, hasta que comprobaban quién era el que se acercaba.
La zona había sido muy frecuentada antes de la guerra. Cuando además de las vampiras también estaban algunas veelas y brujas que probablemente no habían tenido ni la oportunidad ni la idea de pisar Hogwarts en su vida. Ahora esas desafortunadas criaturas estaban muertas o no se arriesgaban a salir de noche.
Al llegar al local que buscaba se encontró la puerta cerrada. No se inquietó demasiado. La mayoría de esos lugares podían ser utilizados para reuniones secretas u orgías privadas de las mafias vampíricas y el dueño del antro aquel tenía un trato sustancialmente beneficioso con la Orden como para poner a disposición el sitio cada vez que percibiera la presencia de un auror en el callejón.
Al entrar le recibió el acre olor de la sangre seca y el sudor humano. El sitio estaba vacío, excepto por una pareja compuesta por un vampiro y una joven humana que no tenía pinta de saber ni siquiera cómo se llamaba, pero que no parecía importarle mucho. Estaba perdida, desde donde estaba Harry podía ver los orificios sangrantes en su cuello, así que volvió la vista sin prestarle más atención a la desagradable escena. No pudo evitar una punzada de culpabilidad en el pecho, era difícil acostumbrarse al hecho de que no se podía salvar a todo el mundo.
Su mirada se dirigió a la barra, iluminada apenas por unos extraños candelabros cuyas velas negras despedían una tenue luz azul. Las llamas titilaban fantasmagóricamente creando monstruosas sombras en los grifos de la barra. Estas oscuras tallas de madera lacadas en negro representaban gárgolas que sostenían un platillo con la forma del paladar y dos fundas creadas especialmente para los colmillos vampíricos. Una desgastada figura similar al típico borracho de taberna se contorsionaba con gracia alrededor de uno de estos grifos, de su comisura desfigurada de monstruo resbalaba un hilillo de sangre. De no saber que esa sangre era de animal y no humana, Harry habría caído en la tentación de rebanarle el pescuezo y acabar de una vez por todas con su obscena actividad.
Pasó de largo por un costado de la barra y atravesó un pequeño túnel tallado en la piedra hasta una habitación muy similar a una caverna, iluminada por el mismo tipo de vela de extraña llama azul de la sala principal y con un sillón de terciopelo oscuro muy gastado y una mesa tallada también en piedra como única decoración. Allí estaba Malfoy, más pálido de lo normal bajo la luz acuosa, con una mano sobre una petaca plateada y con relieves de serpiente y la otra oculta bajo la pesada túnica de cachemir negro. Eso era algo que había que remediar.
-Déjame ver tu otra mano, Malfoy – El tono fue casual, sin rastro de amenaza, pero la frialdad de su mirada y la actitud precavida con la que se snetó acabaron por convencer al antiguo slytherin. Con un gruñido soltó la petaca y ayudándose de la mano libre sacó la otra de debajo de la túnica. La extremidad cayó pesada sobre la mesa.
Harry la cogió con curiosidad para analizarla. Después dijo lentamente:
-¿Qué fue lo que pasó?
-Nott me pilló en un sitio en el que no debía estar. Le dememorice, pero no lo bastante rápido.
-Se podrá curar – Harry perdió el interés por la mano de Malfoy. Éste gruñó:
-Ya sé que se puede curar, Potter, ese no es el tema. Cada vez me tienen más en la mira y a ti parece no importarte. Me obligas a arriesgarme cada vez más y eso puede acabar tarde o temprano con la más valiosa de tus fuentes de información. Aunque tampoco debería extrañarme, no se puede esperar otra cosa de ti más que un error así de estúpido, cara - rajada.
Harry tuvo que inspirar varias veces para no sacar su varita y poner derecho a Malfoy, no sería un movimiento prudente y mucho menos maduro. Tenía que ser paciente, no le convenía perder a Malfoy, pero claro, a Malfoy tampoco le convenía perderle a él.
-Ya hemos hablado de esto – dijo con toda la calma que pudo encontrar – Tenemos un trato. Yo voy a cumplirlo y tú también. – Hizo una pausa para sostener la mirada de odio profundo que Malfoy le dirigía - ¿Qué es lo que tienes? – En esa última frase, no pudo evitar el tono seco.
-Zabini.
Harry trajo a la memoria el rostro de un mortífago flacucho y pálido retorciéndose de dolor. Fue uno de los primeros duelos que venció como auror dentro de la guerra. Zabini había intentado hacerlo caer en un montón de trampas rastreras desde entonces, se sentía herido en su orgullo y se había convertido en un asesino despiadado y muy astuto. Harry hundió ligeramente el entrecejo.
-¿Ya le has recordado?
-Sí, sé quién es. Creía que estaba persiguiendo la partida de Charlie en Europa del Este.
-Pues ha vuelto. Ahora está tras la "rata".
Harry torció el gesto levemente, luego su rostro se volvió impasible y pensativo. Malfoy volvió a echar mano de su petaca y se tomó un largo trago.
-No sé porqué te preocupas por ese gusano, Potter. No puede haber averiguado nada que yo no sepa.
-No, claro, tú lo sabes todo – respondió Harry con tono irónico, lo que provocó que Malfoy le dirigiera una mirada intensa y empezara a sospechar (con mucha razón) que Harry no le estaba contando la mitad de lo que planeaba hacer en cuanto a Pettigrew se refería.
La verdad es que Pettigrew estaba jugando un papel importante para mantener a Lord Voldemort distraído y confuso, así como la mayoría de las pistas falsas que los integrantes de la Orden del Fénix colocaban a lo largo y ancho del mundo para que los mortífagos se desperdigaran y resultaran más débiles y fáciles de atrapar. A lo largo de todo un año ese había sido el método para desmantelar el ejército oscuro de "El que no debe ser nombrado", y el pretexto había sido la invención de un "arma secreta" por parte de la Orden, que Lord Voldemort se había tragado y tomado muy en serio. Harry había jugado con la ambición y las ganas de acabar rápido de su oponente, y también con su excesiva confianza en sí mismo. Ya que tras la desaparición de Dumbledore del terreno de juego, los movimientos del Lord oscuro se habían vuelto cada vez más arriesgados, cada vez más rápidos. Entonces Harry ideó la trampa, y la estrategia fue elaborada junto con Ron y Hermione más tarde.
La huida de Pettigrew les había venido bien para acabar dando el golpe de gracia a Lord Voldemort. Él creía que Pettigrew tenía información valiosa sobre la supuesta "arma superpoderosa" y que por eso la Orden del Fénix le perseguía con sus mejores miembros. Si Zabini le encontraba antes que ellos se iba a descubrir que Pettigrew en realidad no sabía nada, porque no existía nada. Y todo el trabajo de un año se vendría abajo. Voldemort se podría recuperar y el final de la guerra volvería a alejarse.
Harry estaba cansado. Quería acabar. Muerto o vivo, pero ya no aguantaba la presión que soportaba. No era la responsabilidad de las vidas de los de la Orden y de toda la gente inocente que estaba sufriendo. Era el hecho mismo de la guerra. El hecho mismo del destino que ha de ser cumplido, y la conciencia de verse reducido tarde o temprano a un asesino, aunque fuera de algo tan bajo como Voldemort. Matar seguía teniendo el mismo significado para él fuese quien fuese la persona. Tenía 25 años, pero cada día que empezaba se sentía la persona más vieja del mundo.
Miró a Malfoy que no le quitaba el ojo de encima. La expresión felina del slytherin le recordó porqué no confiaba en él, porqué no le había hecho partícipe de ninguno de los planes de la Orden. Malfoy sólo informaba porque no quería acabar en Azkaban al terminar la guerra. Pero Malfoy no era un soldado de ninguno de los dos bandos, sólo jugaba en su beneficio, y si el lord oscuro daba un vuelco a la situación y los volvía a poner contra las cuerdas, las ganas de jugarse el pellejo por la Orden se le curarían tan rápido como un resfriado en el Caribe.
Conteniendo un suspiro rápido, Harry se levantó sin hacer mucho caso de la mirada de acero que seguía impasible cada uno de sus movimientos. Justo cuando estaba casi en la puerta se encontró con que el brazo bueno de Malfoy agarraba uno de los suyos con considerable fuerza:
-Tu pretendes que me juegue el cuello por ti y por tu grupito de estúpidos gryffindors y a cambio no eres capaz ni de decirme en qué me estoy metiendo. – El tono de Malfoy se había vuelto un susurro bajo y denso, cargado de odio y con un ligero toque de miedo.
Harry giró la cabeza para mirarle sin inmutarse. Luego con un movimiento rápido se deshizo del agarre de Malfoy con un empujón y antes de que pasara un segundo ambos ya habían sacado las varitas, pero Harry fue más rápido:
-¡Expelliarmus!
La varita de Malfoy voló hasta Harry. Entonces ambos contrincantes se miraron unos segundos en silencio. Malfoy empezaba a respirar agitadamente, Harry examinó con detalle la actitud de su enemigo desarmado. Luego bajando la cabeza, estiró la mano y le devolvió su varita. Malfoy la cogió, torciendo la cara en un horrible gesto de indignación y rabia.
-Esto no durará siempre, Potter, no siempre tendrás la amenaza de Azkaban para protegerte las espaldas. Y cuando la guerra acabe y yo esté libre . . .
-Malfoy, yo que tú me callaría. – Le interrumpió Harry en un tono de advertencia, luego levantó la cabeza para dirigirle una mirada directa e intimidatoria – Cuando la guerra acabe y los dos estemos libres tú seguirás estando en desventaja. No olvides a lo que me estoy enfrentando. Y sobretodo no olvides a quién soy capaz de enfrentarme. Mantenme informado de cualquier novedad.
Y sin darle tiempo a Malfoy para que reaccionara a la última amenaza, Harry se volvió y atravesó la puerta del cuartucho.
La mañana avanzaba por la playa de arena gris y mojada. Aunque el sol apenas aparecía entre nube y nube. A Marie le gustaban esas mañanas de invierno, la pequeña cala por la que solía pasear siempre estaba vacía. A lo lejos las barcas de los pescadores que volvían de la faena nocturna se veían difuminadas entre la niebla.
Respirar el aire intensamente fresco con olor a mar, sentir el tacto del suelo frío y suave cosquilleando en las plantas de sus pies. No se podía pedir más a unas vacaciones en su pequeño pueblo natal. Momentos así le hacían olvidar que apenas una semana después tendría que volver al bullicio habitual de la ciudad, el estrés del trabajo y la presión de la vida cotidiana.
En ese momento una ráfaga de brisa helada la hizo cobijarse con un estremecimiento en el viejo chal de lana que había pertenecido a su abuela. Con la piel de gallina giró la cabeza para ver las olas que se encrespaban y rompían en una continuo intento por llegar a la playa y lo que vio la dejó paralizada: a lo lejos un hombre intentaba luchar desesperadamente por salir a flote y volvía a hundirse sin remedio entre el oleaje espumoso. Sin pensárselo dos veces, Marie se deshizo del chal y se lanzó al agua para rescatar a aquel hombre.
El agua más que fría se le clavó en la piel con la fuerza y la intensidad de miles de agujas que entraran en contacto directo con sus músculos. En seguida se puso a nadar con fuerza sin perder de vista el punto en el que había visto hundirse al hombre por última vez.
Pero cuando llegó allí no había rastro del hombre. Con una punzada de miedo atravesándole el corazón, ya que el mar tenía resaca y ella no era precisamente una chiquilla para ponerse a hacer demasiado ejercicio por mucho que se cuidara, se sumergió por completo y para su suerte en seguida topó con el cuerpo del hombre inconsciente. Lo agarró con fuerza y empezó a utilizar las pocas energías que le quedaban para llevarle sano y salvo a la playa. Los músculos empezaban a dolerle de verdad. El aire cada vez duraba menos en sus pulmones. Y el cuerpo cada vez se resistía menos a las constantes oleadas de frío que intentaban conquistar cada parte de su ser.
Estaba medio inconsciente cuando por fin consiguió tocar pie y arrastrar el peso muerto del hombre hasta la playa. Una vez allí se tumbó medio desmayada, aspirando aire a grandes bocanadas, incapaz de sentir el viento gélido alrededor de su cuerpo completamente empapado.
Unos segundos después giró la cabeza y se encontró mirando cara a cara a la persona que le debía la vida. Tenía la cara redonda, y alrededor de unos cuarenta y tantos años. La sombra de la barba contra el aspecto demacrado y algo famélico le hacía parecer una especie de vagabundo, o un náufrago. Marie se incorporó ligeramente y apoyó la oreja en el pecho del hombre. Se levantó inmediatamente: el sujeto no respiraba.
Con un deje de pánico empezó a tomar aliento para hacerle los primeros auxilios, mientras un débil "socorro" se escapaba de su garganta. Ella misma estaba tan aterida de frío que apenas podía reaccionar. Dejó de masajear el pecho del tipo por unos momentos, y balanceó hacia atrás frotándose los brazos para entrar algo en calor. Temblaba incontrolablemente, y no era capaz apenas de salvar la vida a aquel hombre, pero quizá fuera demasiado tarde. Reanudó los golpes en el pecho y el fluido de aire de su boca a la del sujeto. Cuando se volvió a incorporar, el tipo había vomitado una cantidad considerable de agua. Si volvió o no de la inconsciencia Marie no se dio cuenta, enseguida se volvió a quedar tumbado y como muerto, pero Marie no se encontraba con fuerzas como para volver a comprobar si respiraba o no. En vez de eso se intentó poner de pie y controlar el temblor intenso que la recorría el cuerpo y la dejaba más débil que el cansancio de momentos antes.
-¡Socorro!- gritó con voz más fuerte esta vez. Acababa de ver la sombra de un grupo de gente que avanzaba por la playa. Pescadores probablemente - ¡Socorro! – volvió a gritar cuando empezó a ver que hacían señas de divisarles y se apresuraban a llegar hasta ellos. Entonces se cayó más que se tumbó al lado del hombre y se dedicó a conservar el poco calor que le quedaba en el cuerpo, poniéndose en posición fetal y apretando los dientes para que dejaran de castañetear.
Cuando ya casi no podía pensar a causa del aturdimiento, aún alcanzó a preguntarse a sí misma porqué demonios había arriesgado su vida para salvar la de aquel tipo antes de que unas manos fuertes le tomaran el pulso y alcanzara a oír unas pocas palabras en francés tosco para luego hundirse directamente en el cálido vacío.
El cuarto olía a enfermedad, a medicina mágica y a ese olor especial de la vejez que lo hace ver todo antiguo. Harry mantuvo impasible su expresión mientras que dejaba que sus ojos se acomodaran a la oscuridad. Distinguió a un lado de la cama a la Profesora McGonagall que ordenaba algunas mantas que se habían escurrido a los pies del bulto delgado que se encontraba en el centro del lecho.
Ya había estado allí más veces. Pero cada vez le costaba más entrar. Cada vez sentía más aguda la punzada de pánico que le decía que aquella vez sería la última que vería a aquel a quien Voldemort siempre temió.
Conteniendo un suspiro se obligó a avanzar hasta donde estaba su antigua profesora. McGonagall levantó la vista hacia él. Tenía los ojos rojos, había estado llorando otra vez. Desde que Dumbledore tuviera que recluirse en su cuarto a causa de su debilidad, McGonagall no había dejado de llorar ni de velarle todas las noches. Eso lo sabían los pocos miembros de la Orden a los que permitía el acceso al cuarto del director, es decir Hermione, Ron y él mismo. De cara al resto seguía siendo la mujer fuerte y decidida que siempre había sido. Sin embargo Harry adoraba saber que su profesora era al fin y al cabo tan humana como el resto de ellos. El hecho de que soportara tan bien la guerra le daba fuerzas a él mismo para seguir aguantando.
Harry se sentó al lado de la profesora, que le susurró al oído un breve y sucinto informe del estado del director. Harry puso una mano encima de la de la mujer y la apretó mientras le dirigía una mirada cálida. McGonagall le devolvió el apretón antes de incorporarse y salir en silencio de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Harry acercó con cuidado la silla a la cabecera de la cama y se quedó mirando la cara arrugada y exhausta del que era para él más que un amigo o un padre. Enseguida un nudo de dolor se le acumuló en la garganta y tuvo que hacer un esfuerzo supremo para contener las lágrimas. A Dumbledore no le gustaba ver a la gente triste cuando le veían así. A pesar de la debilidad conservaba el humor y una sombra de lo que fuera su antigua vitalidad. Lentamente el anciano se despertó, como si hubiera intuido que se le observaba. Con la misma lentitud le dirigió la sonrisa paternal y el brillo de los ojos que sólo reservaba para cuando le venía a visitar el general de la Orden del Fénix.
-Me alegro de que hayas tenido tiempo para mi. Debéis estar ocupados ganando la guerra.
-Ya sabe que para usted siempre hay tiempo, Profesor Dumbledore – Harry hizo un esfuerzo y devolvió la cálida sonrisa.
–Están ocurriendo cosas importantes, Profesor. – La sonrisa se le cayó del rostro y un deje de preocupación que raras veces dejaba ver a nadie más la reemplazó.
-Ya veo- Sin decir nada más, Dumbledore hizo un débil esfuerzo por incorporarse a medias en la cama, para dejar su rostro a la misma altura que el de Harry. Intuía que pronto el joven debería hacer frente a la que posiblemente sería la prueba más difícil de toda su vida. Le examinó con cuidado mientras Harry se inclinaba para acomodarle las almohadas.
-¿Estás nervioso?- Harry no respondió inmediatamente. Volvió a sentarse y bajó la cabeza, juntando las manos frente a sí. Dumbledore esperó en silencio. Entonces su interlocutor volvió a levantar la mirada hacia él.
-Estoy aterrado – reconoció a media voz. Luego se permitió soltar algo que podía ser un quejido o una carcajada ahogada- Lo he estado desde que me enteré de lo de la profecía.
-Sí – murmuró el anciano- no es fácil encontrar nuestro lugar en el mundo, pero es aún más difícil afrontarlo una vez que lo hemos descubierto.
-No paro de preguntarme si habrá algún lugar en el mundo para mi dentro de unos meses.
-¿Tan poco va a durar Voldemort? ¡Vaya! ¡Sí que lo estás haciendo bien!- Dumbledore sonrió con orgullo. Harry apreciaba que le quitara hierro al asunto, eso hacía que todo fuera más fácil.
-Ayer hirieron a Ron- dijo, volviéndose a poner serio – Casi le matan.
-¿Quién?- preguntó el anciano sorprendido.
-Pettigrew- escupió el nombre como si le quemara en la boca. Dumbledore no dijo nada. Luego preguntó con cuidado:
-¿Se pondrá bien?
-No lo sé- reconoció Harry con la voz casi temblorosa.
-Vas a necesitarle- observó Dumbledore- es uno de tus mejores hombres.
-Hermione le está cuidando.- dijo Harry sin que su mirada abandonase la del director.
-Entonces no debemos preocuparnos. No hay nada que Hermione no pueda conseguir con la biblioteca de Hogwarts a mano. – Dumbledore pareció relajarse un poco. Se instaló otro silencio entre ambos. Entonces el anciano preguntó con delicadeza- ¿Qué harás cuando todo acabe y te enfrentes a Pettigrew?
-Ahora no quiero pensar en eso. Todavía me estoy preguntando lo que haré cuando sea a Voldemort a quien me enfrente. Supongo que se ha alargado demasiado. Debería haber acabado mucho antes. Toda esta espera, - hizo una pausa y tomó aire – es mucho peor que el hecho de enfrentarme a él. Vivo o muerto, he llegado a un punto en el que lo único que quiero es que todo acabe. Que todos dejemos de sufrir. – Con un gesto de cansancio se quitó las gafas y se frotó los ojos.
-Harry- Dumbledore cogió una de las manos del hombre que tenía frente a él entre las suyas- tú ya te has enfrentado a Voldemort. Te llevas enfrentando a él desde que tenías 11 años. Deberías saber ya que no puede vencer. Vas a acabar con él, y con todo el dolor y el miedo que ha traído consigo. Yo lo supe en cuanto te vi atravesar las puertas de Hogwarts, durante todos los años en los que te vi crecer y enfrentarte a nuevos peligros, nunca lo he dudado. Ni por un instante, mientras aprendías de tus fracasos, de tu dolor, de tus triunfos y de todo lo que te rodeaba. Siempre supe que nos liberarías a todos. Nunca deje de creer en ti. No dejes de hacerlo tú mismo. Al fin y al cabo es para lo que has nacido. Para lo que estás aquí. Se te da bien. Se te tiene que dar mejor que a nadie, ¿no?.
Harry le dedicó una intensa mirada al anciano que se la devolvió sin titubear. Una oleada de alivio, o de fe le inundó desde dentro. Sin saber si era magia o no, de repente se sintió capaz, y las dudas y la derrota se borraron de su mente. Dijo con voz entrecortada:
-Profesor Dumbledore . . . . usted- tragó saliva- no me puede dejar. Yo . . . no sabría qué hacer. No sé qué hacer, profesor.- Apretó la mano del anciano mientras luchaba por contener las lágrimas. Un sentimiento premonitorio pareció llenar la habitación, y de repente todo pareció más real.
-Y quién lo sabe realmente, Harry. – la voz del anciano se convirtió en murmullo suave y ronco- esa es la esencia de la vida. Todo es un camino, y una oportunidad. Durante todo este tiempo he intentado guiarte, he intentado guiaros a todos, pero mientras lo hacía, apenas era consciente o estaba seguro de lo que estaba haciendo. Pero mi momento ha pasado y si bien he cometido errores, puedo decir con orgullo que no me arrepiento de nada de lo que he hecho. He tenido una gran vida, Harry. Y estoy seguro de que tú también la tendrás. Sigue tu propio camino y haz caso de lo que llevas dentro. Recuerda que todos los que te han querido formarán siempre parte de ti. Yo te quiero, Harry, y seguiré cuidando de ti, hasta que volvamos a vernos. Hasta entonces: Buena Suerte, Harry Potter.
Las últimas palabras las había dicho con esfuerzo. Luego un silencio pesado cayó en la habitación. Mientras Harry contemplaba el rostro del anciano reposar en silencio, como dormido, las lágrimas que habían luchado por salir durante todo un año, se escaparon por fin en un sollozo silencioso que duró un buen rato.
Cuando llegó al Cuartel de la Orden del Fénix era casi mediodía. Había pasado toda la noche fuera y estaba exhausto, no sólo física sino también emocionalmente. No tenía ganas de ver al resto de los integrantes de la Orden. No tenía fuerzas para comunicarles la mala noticia a ninguno de ellos.
Esta vez ni siquiera se fijó en los chillidos de la señora Black. Fue directamente a la habitación de Ron. Tenía la esperanza de encontrarle consciente y a solas con Hermione. Ahora más que nunca necesitaba hablar con ellos.
Encontró el pasillo despejado, pero cuando fue a abrir la puerta, ésta se abrió sola dejando pasar a un Snape que no tenía mejor aspecto que él mismo. Probablemente se había quedado toda la noche cuidando de Ron. Y si Snape tenía ese aspecto, no quería ni imaginar el que tendría Hermione.
Los ojos de su antiguo profesor de pociones parecieron sospechar que algo grave pasaba. Quizá él no se veía el mismo. Le detuvo con una mano en su pecho y le dirigió una mirada inquisitiva de los fríos ojos negros. Pero Harry apartó la mano del hombre y dijo con voz algo cansada:
-Ahora no. Más tarde. Más tarde os lo explicaré todo.
Snape no dijo nada. Se limitó a franquearle el paso y se dirigió a las escaleras que conducían a la cocina. Harry entró en la habitación con paso cansado.
Esta todo mucho más iluminado de lo que se cabía esperar. Y para su estupor, Ron se encontraba comiendo tan tranquilo en una bandeja improvisada. Hermione le vigilaba atenta. Como había predicho parecía muy cansada, pero también más relajada. Tenía sobre ella una especie de toquilla. Harry esperaba que hubiera echado alguna que otra cabezada por la noche. Lo que tenía que decirles les iba dejar sin aliento.
Observó con algo de preocupación, que si bien su amigo tragaba con bastante entusiasmo las verduras hervidas que le habían servido y que en cualquier otra circunstancia no hubiera soportado, también era verdad que seguía muy pálido, y que unas ligeras ojeras se dibujaban en su rostro redondo y franco.
-¡Harry!- le saludó con una voz algo cansada pero contenta Hermione. Acababa de reparar en él. Se levantó para abrazarle. Harry agradeció el gesto de su amiga.- Empezábamos a preocuparnos. Bill nos dijo que habías ido a Knocturn. Has estado fuera toda la noche y medio día.
-Lo sé – Harry le dirigió una sonrisa a su amigo que estaba en la cama y también le sonreía. – Al parecer se te ve mucho mejor.
-Hace falta mucho más que una rata para acabar conmigo. – respondió Ron con voz algo débil- No deberías haber ido solo a encontrarte con Malfoy.
-Eso siempre me lo dices.
-Y tú siempre haces lo que te da la gana, Harry, Ron tiene razón en eso, ¿sabes?.
-Escuchad los dos, ahora no os preocupéis por eso. Tengo noticias importantes.
Hermione volvió a sentarse en su sillón, y Harry acercó una silla a la cama de su amigo. Ron había apartado la bandeja, preparado para escucharle.
-Un mortífago está siguiendo la pista de la Rata.
-¿Quién? – preguntó Ron, interesado.
-Blaise Zabini.
-¿¡Ese cobarde tramposo?! Entonces a Voldemort no le debe preocupar mucho.
-Ron. Puede que Zabini sea un tramposo, pero no es ningún estúpido. Ha estado a punto de matar dos veces a Harry con sus trucos sucios.- harry miró a su amiga algo ofendido:
-Tampoco es que estuviera a punto de matarme. En cualquier caso, eso me ha decidido. Voy a dar la orden.
Sus dos amigos se le quedaron mirando sin articular palabra. Ambos sabían lo que eso significaba. El enfrentamiento decisivo con lo que quedaba del ejército del Señor Oscuro: el final de la guerra.
-¿Estás seguro, Harry?- preguntó Hermione en una voz que era casi un susurro.- es un paso muy importante y. . . .
-Lo sé, Hermione. Créeme, no me lo he tomado a la ligera.
-No decimos eso, Harry, pero, no sé, me gustaría estar del todo recuperado cuando . . .
-No será inmediatamente. Aún tenemos que pedirle los planos de la Guarida a Malfoy. Eso, tal y como están las cosas allí, le llevará algunos días, quizá unas semanas. No te preocupes Ron, no entraré allí sin ti.- Harry sonrió a su amigo.
-Tampoco sin mi.- Hermione contuvo un estremecimiento, pero dijo las palabras con decisión.- Sin embargo, quizá podríamos esperar a tener alguna noticia de los gemelos, ellos también van a ser necesarios.
-No nos queda tiempo, Hermione. Voy a avisarles de lo de Zabini. Que le encuentren y neutralicen. Habrá que olvidarse de Pettigrew. Ahora no es importante.
-Pero Harry. . .-respondió su amiga sorprendida de que abandonase así la caza de uno de sus peores enemigos. Sabía que Harry no sólo perseguía al mortífago por razones estratégicas.
-Hermione . . .- Harry tomó aire y miró sucesivamente a sus dos amigos- Dumbledore. – Ron y hermione le miraron sorprendidos, pendientes de sus palabras.- Dumbledore ha muerto.
