Hola, sé que he estado mucho tiempo fuera de juego, pero me han pasado muchas cosas, y esta historia no es sencilla. No me resulta fácil sentarme a escribirla, no cuando tengo la cabeza llena de otras cosas. En fin, sé que es imperdonable, por eso, a los que sigáis leyéndola, muchas gracias por manteneros al tanto.
Mencionar que en este episodio se ha contado con la ayuda inestimable de Lamia Somniorum, otra autora de que tiene mucho más éxito que yo , y con razón, y que ha sido tan amable de editarme la historia, porque yo no me llevo bien con los puntos, las comas y algunas expresiones. Y en cuanto la trama, ha colaborado Aleydis, gran escritora, aunque aún tenga sin publicar nada en fanfiction. En fin, ya estàahí lo tenéis, espero que os guste. Un saludo.
4. AQUELLOS EN LOS QUE CONFIAMOS, AQUELLOS EN LOS QUE CREEMOS
El frío par de ojos azules escrutaban la noche con una aparente calma. Ante ellos se extendía un paraje... aséptico. La fría luz de la luna alcanzaba a iluminar a medias los pulcramente cuidados jardines que rodeaban el hospital psiquiátrico. Todo en aquel sitio parecía perfecto, tanto que más que el clima, los escalofríos que sacudían el entorno parecían producidos por algo del más allá. Y luego estaba el pesado y extraño silencio. Y aquellos ojos azules. Quietos. Alerta. Esperando.
Dentro del hospital, en una de sus blancas habitaciones, atado a una cama y con bastantes sedantes encima, unos ojillos castaños y excesivamente redondos, inyectados en sangre, giraban frenéticamente recorriendo todo su campo de visión. Cada vez se sentían más frenéticos. El único momento en el que parecían relajarse un poco, era cuando recaían en la pequeña figura acurrucada en el único sillón que había en la habitación. Era una mujer, de unos cuarenta años, pero a Pettigrew le parecía un ángel. Todo el tiempo que había pasado desde que se despertó en el hospital muggle hasta que su comportamiento les dio a entender a los médicos que era un esquizofrénico paranoico y le llevaron a ese lugar, ella no se había separado de él. Su dulce rostro fue lo primero que vio nada más despertar y, por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, volvió a sentirse humano.
Ella decía a los médicos que se quedaba con él porque no tenía nadie más, porque no tenía más que hacer. Pero él sabía que esa no era toda la verdad. Sabía que había algo más, un sentimiento que ambos notaban en el fondo de todo su miedo, de su soledad, y que ninguno de los dos acertaba todavía a reconocer plenamente, aunque lo aceptaban y daban la bienvenida a esa calidez desconocida que tanto había tardado en bañarles con su luz. Por eso ella era un ángel. Y por eso Peter no se sentía amenazado cuando veía su pequeña figura respirar suavemente en la calma del sueño. A través de la niebla que enturbiaba su mente y embotaba casi todos sus sentidos, el terror constante y el olfato experto en detectar peligro se atemperaban. Sólo quedaba una sensación parecida al calor que golpea las mejillas abruptamente cuando uno llega a casa tras un largo paseo en invierno.
Cuando, tras varios minutos de luchar contra el sopor que le proporcionaban las drogas, se empezaba a rendir al dulce abandono del sueño inducido, algo se movió fuera de la habitación, en el pasillo. Al principio Pettigrew no le dio importancia alguna, pero algo, desde lo más profundo del amodorramiento que finalmente se había apoderado de él, le hizo abrir los ojos de par en par, a tiempo para captar una sombra esquiva que atravesaba con rapidez sobrehumana la puerta de una habitación cercana a la suya, como si hubiera detectado su mirada y hubiera intentado esconderse tarde y mal. Los pequeños ojos castaños intentaron aclarar su vista, hasta el punto de que empezaron a llorarle del esfuerzo. Ya no sabía si era su imaginación, pero creía poder distinguir una silueta de larga capa en el trocito de pared que se podía vislumbrar de aquella habitación sospechosa. El corazón de Peter pasó de cero a mil tan rápido que empezó a tener miedo de que su cuerpo no resistiera más y fallara de puro miedo. Se quedó totalmente quieto, sin atreverse a respirar siquiera. En su enturbiada mente un pensamiento tan sólo se hizo paso por encima del de sobrevivir: Marie. Ella no debía pagar por sus pecados. Lentamente y con cuidado intentó concentrarse. Tanto descanso y la buena alimentación que había recibido desde que estaba con los muggles le habían devuelto algo de sus antiguas fuerzas. Tenía que convocar su magia, tenía que enfocarla para deshacerse de sus ataduras, para escapar de allí cuanto antes y que la sombra, quienquiera que fuese, le siguiera lejos de Marie, donde no le pudieran hacer daño. No soportaría perder a su ángel; se sentía un hombre diferente desde que la había encontrado.
Un nuevo susurro, más cerca de su habitación de lo que se había esperado, le dio la inspiración que le faltaba. Como si una mano invisible estuviera detrás de todo, las correas que inmovilizaban sus manos y sus pies se desataron. Por puro deseo, el resto de la droga que aún quedaba en su organismo pareció diluirse de su sangre. Se incorporó en la cama muy levemente, con cuidado de no alertar a su seguro perseguidor, pues ya estaba en la certeza de que no eran imaginaciones suyas. Intentando hacer el menor ruido posible se deslizó fuera de las mantas y cayó descalzo al suelo frío, dándose cuenta con horror de que ahora la cama le impedía ver tanto a Marie, como la puerta abierta que daba al pasillo por donde había visto la sombra misteriosa. Reuniendo todo el valor del que fue capaz se fue irguiendo mientras intentaba controlar el temblor de cada músculo de su cuerpo. Sólo cuando estuvo del todo recto fue cuando se atrevió a alzar la mirada.
Los ojos azul acero de George Weasley le contemplaron desde arriba. El joven era mucho más alto que él, pero Pettigrew supo en su interior como una verdad inamovible que no le iba a matar. Mitad porque el chico no era un asesino, a decir verdad ninguno de la Orden del Fénix lo era, mitad porque él no podía morir. Allí no, ahora no. Por fin había encontrado algo por lo que merecía la pena luchar, algo por lo que sangraría. No era el momento de hacerse el vencido.
Así que… me has encontrado.- murmuró hacia la figura apenas bañada por la poca luz de luna que entraba por la ventana. De repente tenía la boca pastosa, y se sentía incapaz de tragar nada.
El otro no respondió enseguida, se limitó a endurecer todavía más si era posible los rasgos de su rostro frío, y a contemplarle con un marcado sentimiento de desprecio en la mirada.
Heriste a mi hermano.- La voz sonó suave, pero hueca. El dolor y la preocupación eran unas pequeñas notas casi imperceptibles. Pettigrew se sintió culpable, otra vez volvía la pesadilla. La culpa, antes había tenido la forma de Lily y James, después había adquirido la de todas aquellas personas a las que había atropellado en su carrera hacia la traición y el lado oscuro.
No tuve más remedio.- respondió en un susurro. Entonces Marie se revolvió incómoda en el sillón que quedaba detrás de George. Peter le echó una mirada nerviosa, lo que atrajo la atención de George, que se giró levemente para contemplar lo que preocupaba a su oponente.
¿Tu guardiana¿Tienes miedo de que te vuelvan a sedar? Lo que yo tengo en mente es ligeramente peor.-Una sonrisa pícara vino a adornar el tono burlón con el que había pronunciado esas palabras. Peter no se detuvo a pensar en la amenaza implícita, Marie era más importante.
Es… mi mujer.-George puso cara de incredulidad, Peter tragó intentando encontrar las palabras que protegieran a Marie del duelo- Por favor, no le hagas daño. Te acompañaré sin armar barullo. Ya estàhas ganado tú, no hay porqué alarmarla.
De acuerdo, no era mi intención poner en peligro a ningún no - mágico. Son los de tu "clase" los que les hacen daño, nosotros no. Soy de los buenos¿recuerdas?- George había hablado muy en serio. En su cara no quedaba rastro alguno de la anterior sonrisa despectiva.
En una guerra no hay ni malos ni buenos, hijo, sólo gente confusa intentando aferrarse a algo en lo que creer y gente desesperada intentando sobrevivir a cualquier precio.
Voldemort es malo.- dijo George con voz casi inaudible.
Pero Harry no es un santo, exactamente¿no?
Y tú no eres más que una sucia rata de alcantarilla.-murmuró George con rabia contenida. Los nudillos aferraron con tal fuerza la varita que sostenía que se le quedaron blancos.
Súbitamente un aullido fantasmagórico les espantó a los dos, Pettigrew aprovechó el desconcierto de George para transmutarse en rata y desaparecer corriendo por el pasillo del sanatorio.
De inmediato George salió corriendo detrás de él, un par de hechizos volaron sin cuidado alguno por si algún no mágico podía estar en aquel momento mirando, pero ya era demasiado tarde. Pettigrew se les había vuelto a escapar de entre las manos.
George contuvo la rabia ciega que le hizo estremecerse con impotencia. Aún quedaba algo de esperanza. Fred estaba cubriendo las salidas que pudiera utilizar "la rata" en todo el Hospital. Donde no estaban los ojos de su hermano gemelo, estaban poderosos hechizos que le impedirían escapar así como así. Animado con la idea de que aún no era demasiado tarde para atraparle, se lanzó a la puerta principal tan sigilosamente como le fue posible, por si su hermano necesitaba refuerzos. Pero apenas llevaba unos metros fuera del edificio, escrutando la siniestra oscuridad que llenaba los jardines de alrededor, cuando su propio hermano topó con él dolorosamente. Ambos se levantaron sacando las varitas por instinto, sin haberse reconocido, hasta que la luna atravesó la nube espesa que la había ocultado y derramó su luz sobre los confundidos gemelos.
¡Fred!
¡George!
¡Por Merlín¡He estado a punto de matarte!
Fred soltó un bufido despectivo. Para fantasmadas estaban ahora. Encaró a su hermano con un semblante serio, no tenían tiempo que perder.
He recibido un mensaje del Cuartel General.
George contuvo el aliento, todavía seguía con la mente sobre Pettigrew, desde que ese miserable se había atrevido a atacar a su hermano, la persecución se había convertido para Fred y él en algo personal.
¿Y la "rata"?
Por un momento, Fred no supo de qué estaba hablando su hermano, hasta que cayó en la cuenta.
¿No está dentro?
George apretó los dientes.
No, le he despertado, y ya le tenía, pero algo me ha distraído y se ha vuelto a escapar.
¡George!- el aludido apretó con fuerza la varita, el tono de Fred había sido una mezcla de decepción e incredulidad. Ninguno de los dos solían fallar. Nunca.
Fred se percató de que su hermano no necesitaba pensar en eso ahora. De todos modos las órdenes habían sido claras: Pettigrew ya no era una prioridad. Tenían entre manos algo mucho más importante, algo que iba a necesitar de toda su atención, el final de la Guerra.
George, ahora eso no importa- Fred vio como su hermano alzaba la cabeza bruscamente y le miraba interrogante.- El mensaje es de Harry. Se acabó, nos vamos a reunir para el golpe de gracia.
El rostro de su hermano palideció levemente, se olvidó de Pettigrew y su expresión se tornó mortalmente seria, al igual que la de su gemelo.
¿Estás seguro? Quiero decir¿sabes si está seguro?
No lo sé, George. Sólo lo sabremos cuando estemos allí y podamos hablar con él. Supongo que nos estará reuniendo a todos.
Pero¿y si encuentran a Pettigrew antes que nosotros?
Si las cosas están como están, supongo que ellos también se estarán preparando. No tendrán tiempo para pensar en Pettigrew.
George miró a su hermano en silencio, en su expresión podía verse una ligera línea de preocupación. Tragó saliva. De repente se notaba la boca algo seca. -Esto ya no es un juego¿verdad Fred?-dijo en apenas un susurro.
Nunca lo ha sido, George- respondió su hermano también susurrando- Nunca lo ha sido- repitió en apenas un hilo de voz, más para sí mismo que para su hermano.
No se dijo nada más entre los dos. Sigilosos e imperceptibles como sombras abandonaron los terrenos del Hospital psiquiátrico.
Sólo un par de ojos captó sus movimientos. Una figura diminuta y silenciosa que había estado escuchando desapercibida entre los pulcros setos que adornaban el jardín sombrío.
Peter no pudo evitar que una sensación ominosa, que se parecía terriblemente a un mal presentimiento, le llenara por completo el alma. Todo estaba llegando a su fin.
Se había librado de la persecución de un bando, por el momento. Pero estaba seguro de que no eran los únicos que tenían interés en pescarle, así como sabía que el Señor Oscuro sería mucho menos magnánimo con él si le encontraba antes.
No tenía sentido detenerse a analizar una situación que no parecía tener ninguna salida. Siguiendo una costumbre aprendida a lo largo de toda su existencia se dedicó a correr hacia cualquier parte sin pensar, sin pensar en absoluto. Sólo se detuvo un instante junto a la verja del psiquiátrico para alzar los ojos hacia la ventana de la que había sido su habitación pocos minutos antes.
Volveremos a vernos Marie. –Luego, bajando los ojos y conteniendo un sollozo añadió- No te olvidaré.
Y sin más desapareció tras los altos barrotes, dirigiendo su cuerpecito peludo hacia las sombras más inescrutables que pudo encontrar.
Un olor apestoso parecía elevarse de la tierra, un olor a piel quemada, a desinfectante mágico, a cansancio y suciedad humana. Charlie no podía evitar la sensación de que no se lo quitaría de encima en la vida, de que ese olor le acompañaría por el resto de sus días, fuesen cuantos fuesen. Porque también era el olor de la muerte. El hombre corpulento tenía delante todo un callejón de piedras toscas y oscuras lleno de mortífagos muertos, gravemente heridos o inconscientes. También había un par de vampiros.
Cada vez que cerraba los ojos le asaltaba la misma sensación de que el mal sueño que estaba viviendo no acabaría nunca. En la densidad de la noche, cuando todo estaba en calma y no había que planear cómo seguir subsistiendo, todo lo que había hecho durante el día le parecía impropio de él. Como si llevara dos personalidades: un ángel y un demonio, y finalmente las dos se hubieran reconocido y hubieran aceptado que ambas eran vitales para él.
Cada vez se sentía menos culpable, a pesar de que el tormento de la conciencia seguía presente tanto de día como de noche. Pero se estaba convirtiendo en algo tan normal, tan acostumbrado, que empezaba a tener miedo de convertirse en un verdadero monstruo.
Y, finalmente, cuando en las largas horas de insomnio llegaba a lo más profundo de estas dudas que no paraban de asaltarle cruelmente, empezaba a dudar de sí mismo. Su identidad se perdía en un torbellino de emociones mezcladas con razonamientos que parecían ciertos pero que, sin embargo, no conseguían llevarle a ninguna parte. Sólo al mismo punto, una y otra vez. Todas las noches a la misma conclusión: no quería estar allí.
Estaba en mitad de ese proceso confuso cuando Gregory abrió bruscamente la puerta de su habitación. Por instinto se incorporó rápidamente a la vez que sostenía firmemente la varita en la mano. Gregory le echó una mirada desdeñosa, primero a él, luego a la varita y resopló en tono burlón:
Te estás volviendo un paranoico. Lo sabes ¿no?
Y tú parece que naciste medio idiota.- escupió Charlie, devolviendo a su sitio la varita, y mirándolo a su vez con gesto amenazante.
Gregory no hizo mucho caso, a pesar de que físicamente llevaba una clara desventaja con respecto a Charlie. Últimamente parecía que nada podía quitarle el mal humor a su capitán. Pero tenía buenas razones: hacia semanas que no tenían ninguna noticia, excepto aquel mensaje precipitado de Hermione hacía unos días, donde exigía informes y recomendaba cautela ya que se había detectado que la "rata" había conseguido escapar hacia el continente.
Charlie estaba tenso, no conseguía entender cómo podían haber fallado Bill y Ron en la persecución de Pettigrew. En su fuero interno algo le decía que esa falta de información ocultaba un suceso aún peor. La muerte de uno de sus hermanos era demasiado para unirlo a la culpabilidad, a la frustración continua, al miedo y la temible desesperanza que amenazaba con apoderarse de él a cada paso.
Hemos recibido un mensaje del cuartel.- dijo Gregory con voz pausada, y luego intentó como pudo no perder el equilibrio mientras esquivaba a su capitán que se había abalanzado como una centella hacia la puerta.
Charlie no perdió tiempo en vestirse, fue en pijama hacia el cuarto principal de la pequeña cabaña montañesa donde estaba el Cuartel General de la Orden en Rumania, y se inclinó sobre otro de los magos que estaban de guardia para leer con atención el pequeño pergamino que acababa de llegar.
"Reunión en torno al cuadro que grita. Máximo de plazo: 2 días. Traer dispositivos preparados para acción de tono clausura."
Charlie se quedó inmóvil durante lo que parecieron horas, no despegaba la vista del mensaje. Poco a poco su rostro iba abandonando su expresión de intenso asombro para dejar entrever la preocupación, el impacto, el ceño calculador y un ligero matiz de alivio. Ese mensaje convocaba a todos los efectivos de la Orden que estaban bajo su mando en Londres, ese mensaje significaba que el final de la guerra se determinaría en dos días.
Saliendo de su ensueño, Charlie giró lentamente la cabeza hacia Gregory. El joven le estaba escrutando con gesto impasible:
Reúne a todos los que estén de patrulla esta noche, Greg, volvemos a Londres de inmediato.
Gregory asintió conteniendo lo que fuera que sintiese o pensase dentro de él. Ahora todo estaba tranquilamente decidido, ya no habría más espera angustiosa. Ahora la manera en la que todo acabara volvería a estar en sus manos.
Sin decir nada, se giró para ir a cumplir lo que le habían ordenado.
Tonks adoraba esa parte del mundo. El Pacífico, Hawai, las exóticas islas con un clima caluroso y lleno de humedad. La cultura llena de color y misterio que cada vez la atrapaba más y más. Pero sobretodo, lo que más admiraba de ese pueblo, era su concepción de la vida como una transición sencilla y a la vez muy importante.
Parecían estar siempre alegres. Y no era para menos. Sólo el hecho de vivir allí ya le calentaba a una el corazón. Especialmente si una había nacido en la estirada y siempre fría y vieja Inglaterra.
No habían tenido mucho trabajo allí. Nada más que proteger a los no mágicos nativos de algunas cuantas emboscadas. Ni siquiera el Señor Oscuro había mandado mucha gente a seguirlos. Al parecer su fama de patosa se había extendido también en el enemigo. Pero eso no le importaba demasiado. Si algo había aprendido de esta guerra, era a apreciar lo que una tiene y sacarle el máximo partido. Su autoestima había dejado de dolerle tras los primeros éxitos contra los mortífagos. Y se había vuelto sólida de una manera definitiva cuando Harry la había ascendido y había puesto a dos principiantes a su cargo.
Eran conscientes de los problemas que se tenían para establecer una comunicación regular por canales seguros, las únicas personas que les habían aportado algo de información habían sido los dos Weasleys de mayor edad. O al menos uno de ellos, porque lo que era Charlie no le estaba contando más que seguían esperando una noticia o una orden concreta, mientras hacían maniobras de poca monta y pillaban desprevenidos a los pocos mortífagos que quedaban libres. Daba la sensación de que todo se había detenido en el tiempo, de que los dos contrincantes se examinaban atentamente, calculando con frialdad dónde podía doler más el golpe siguiente.
Bill estaba persiguiendo a Pettigrew. Tonks no sabía muy bien la razón, pero tenía que ser de peso, porque de haber empezado solo, a las pocas semanas Harry le había enviado a Ron. Ron era uno de los mejores aurores de la Orden. Tonks pensaba que Pettigrew tenía que guardar información importante, o estar metido en alguna parte de la trama del plan de confusión del enemigo. Fuese como fuese también hacía bastante que no tenía noticias de Bill, lo que la inquietaba aún más.
No fue consciente de que había permanecido callada demasiado tiempo hasta que Milo la agarró de un brazo. Pegó un pequeño respingo, tenía la piel morena ardiendo por el fuerte sol de la tarde y Milo se acababa de humedecer las manos en la fresca agua marina. Volvió a la realidad y examino el rostro serio del chico.
Burns.-dijo simplemente dirigiendo la vista hacia la leve colina que tenían detrás de ellos. Tonks se giró para ver cómo se acercaba el otro chico que tenía bajo su mando.
Caleydum Burns. Descendía de una antiquísima familia de magos, había tenido serios problemas por apoyar a la Orden. Uno de ellos fue que sus padres le echarán de casa con apenas 17 años por no querer pasar a formar parte de las nuevas filas de mortífagos que se estaban formando en ese momento. El chico era muy extraño y reservado. Aunque estaba emparentado con los Goyle por parte de madre, no lo parecía. Era delgado, bajito y muy pálido y estaba empezando a perder el pelo a marchas forzadas. Estaba acostumbrado a vivir con miedo y esa era una de las razones de que tuviera siempre marcadas bolsas en los ojos y los mismos inyectados en sangre, de apenas pestañear. Su mirada inquieta incomodaba a cualquiera que le mirara fijo un rato. Si a eso le sumabas su extraña nariz curvada hacia abajo y su forma de andar encorvada y sigilosa, el pequeño hombrecillo cada vez tenía más pinta de buitre. A Tonks no le gustaba demasiado, al menos si se le comparaba con Milo que era alto, rubio, atlético y de trato agradable.
¿Qué bicho le habrá picado? – soltó Milo en un tono que no ocultaba su fastidio, Burns no le caía bien, y a pesar de que el buitre no solía demostrar a las claras sus afectos o desafectos, Tonks sospechaba que el sentimiento era mutuo. Se incorporó y se puso una camiseta sobre el bikini. Apenas hacía dos meses que se atrevía a llevar esa prenda, y la mirada inquieta que a veces sorprendía en Burns no le había gustado nunca.
¿Qué es lo que sucede Call? – intentó sonar desenfadada, siempre le hablaba así para poder ganarse su confianza, aunque no parecía tener mucho éxito.
Un mensaje del Cuartel, señora. – La voz de Burns, un susurró ronco y nasal, la incomodaba aún más de lo que llegaba a hacerlo su mirada.
Tonks le arrebató el mensaje y se concentró en digerir las rápidas noticias. A penas fue consciente de que tenía a Milo examinando atentamente la breve esquela desde encima de su hombro. Burns no hizo ningún movimiento, excepto seguirla con la mirada.
Tonks se había quedado más que boquiabierta, estaba en una especie de estado de shock. El fin de la guerra, la batalla final. ¡Pobre Harry! En el Cuartel debían estar todos con el corazón en un puño. Lentamente un extraño alivio fue introduciéndose en su interior, a la vez que su mente se volvía nítidamente clara. Siempre le sucedía eso cuando tomaba una decisión. Ella adoraba esa sensación de efímero poder. Era una de las razones por las que había decidido ser auror.
Se giró para enfrentar a sus dos subordinados. Y entonces un aliento de aprensión le estalló en la cara. Tanto Burns como Milo estaban apuntándola con sus varitas y sus expresiones no auguraban nada bueno. Tonks estaba acostumbrada al semblante sombrío e inexpresivo de Burns. Pero no estaba preparada para lo que vio en los ojos de Milo: locura, pura locura sádica y cruel, mientras con un brillo frenético en su mirada le hacía una señal brusca con la varita para que se moviese. Entonces oyó la voz ronca de Burns:
Esperamos que usted tenga la bondad de seguirnos hasta nuestro propio cuartel, señorita Tonks. No podemos prescindir de la ventaja que un rehén de su calibre nos dará cuando se establezcan las primeras negociaciones. – Su tono era suave y modulado, exhibiendo la glacial cortesía de todo un "caballero" inglés.
Tonks sintió un arrebato de furiosa rabia, pero afortunadamente su mente se impuso enseguida. Debía encontrar una forma de huir, pero mientras tanto, les seguiría la corriente. Reprimió otro ataque de pánico cuando escuchó el alegre comentario de Milo.
Yo creo que deberíamos matarla ahora Burns. Viva no puede darnos más que problemas. Pero podríamos usar otra cosa que no sea una aveda ¿no? Las maldiciones de muerte acaban demasiado pronto y yo que quiero sufra. Eso será mucho más divertido. Como con esos estúpidos muggles de las aldeas.
A Tonks le entraron verdaderas ganas de vomitar. Ante sí la larga playa de arena blanca se había convertido en una trampa mortal e inevitable, y entonces oyó la réplica de Burns.
No, Milo, sería una verdadera tontería. - soltó con el mismo tono paciente con el que se alecciona a un niño travieso - De momento es preferible mantenerla con vida. Piensa en la información que puede proporcionarnos de las fuerzas que ha conseguido Potter Seguro que el Señor Oscuro estaría de acuerdo conmigo.
El Señor Oscuro últimamente ha perdido el gusto. No hace nada más que preocuparse de seguir perdiendo poder. No es el mismo de antes – soltó Milo con desdén, e inmediatamente miró por encima de su hombro como si tuviera miedo de que Voldemort pudiese haberle escuchado y aguardase para castigarlo por su atrevimiento.
Tonks parecía no escuchar. De pronto un dolor pesado se había apoderado de su corazón. Si moría allí todos aquellos a los que amaba se quedarían sin protección alguna. Si moría allí, jamás podría encontrar al chico de sus sueños ni formar una familia. Tampoco podría alcanzar sus metas . Y de repente se dio cuenta con desesperada fascinación de que, aunque había estado muy segura de estar preparada para enfrentar el verdadero peligro de una guerra, a la hora de la verdad no lo estaba. Sintió otra vez una furia cegadora, pero esta vez no era en contra de los dos traidores, sino contra sí misma. Como si fuese el siguiente paso natural, una calma fría se extendió por sus venas mientras luchaba con su mente confusa por encontrar una salida que le permitiera sobrevivir y vencer a sus adversarios. Tropezó con un trozo de alga por ir tan ensimismada en sus pensamientos y, al alzar la cabeza, se encontró con la mirada asesina y enferma de Grady. Sus ojos inyectados en sangre hablaban de un mundo de pesadilla que casi no podía imaginar; jamás pensó ver tanta oscuridad en unos ojos tan claros. ¡Cómo la había engañado!
Grady, como conteniéndose, se agachó con cada uno de sus músculos en tensión, acercándose a ella. Ella ni se inmutó, mostrando el valor sacado de un orgullo suicida. Grady le agarró del brazo y la obligó a levantarse bruscamente. Sus manos rezumaban un sudor frío repugnante. Cuando ambos estuvieron de pie, Tonks intentó zafarse, pero Grady la sujetó aún más fuerte, haciéndole daño. Apretó el extremo de su varita contra la barbilla de la chica y le dijo con voz ronca:
¿Acaso no me tienes miedo, pequeña zorra?
Tonks estaba tan asqueada que apenas podía contenerse para no vomitarle encima la comida de tres días. Le sostuvo la mirada desafiante, lo suficiente como para percatarse del segundo exacto en el que perdía el control. No había transcurrido más de un minuto desde que se cayó, y lo que siguió debió de suceder en cuestión de segundos, pero Tonks lo vio a cámara lenta, como casi todo el mundo ve las cosas cuando roza la muerte.
Grady retrocedió el brazo con el que sostenía la varita, sus labios parecieron empezar a formar la palabra que acompañaba una maldición terrible, y entonces un rayo verde brilló desde atrás, mientras Grady cambiaba de expresión y en sus ojos se establecía el escalofriante rigor mortal. Después cayó pesadamente a la blanca arena de la pacífica playa con un golpe seco, amortiguado por el blando material.
Tonks se quedó paralizada, no podía moverse, ni hablar, ni siquiera su mente parecía encontrar razón alguna por la que ponerse en marcha. Entonces, sin ser consciente de lo que implicaba el movimiento, se agachó para recoger la varita de Grady, evitando mirar en lo más mínimo su cadáver. Cuando se incorporó, se encontró con la mirada tranquila de Burns. Había bajado su varita, estaba inmóvil mirándola con una expresión indescifrable en los ojos.
Tonks volvía a sentir una rabia cegadora. ¡Le odiaba! LE ODIABA por hacerle sentir tan vulnerable, por haberle tomado por idiota y haberle mentido de esa manera. Levantó la varita mientras las lágrimas empezaban a surcarle el rostro. Toda la rabia que sentía por dentro no la hacía más fuerte, al contrario, se sentía más débil, y eso la enfurecía más aún. Le temblaban las manos incontrolablemente, pero no lo suficiente como para que no pudiera apuntar a Burns.
Tranquilízate, Dora. – su voz había sonado suave y calmada. Como si fuese un padre intentando consolar a una chiquilla asustada. Pero Tonks ya no pensaba, ni siquiera recayó en el apodo cariñoso, tan impropio de Burns, que brillaba como un faro entre la niebla. Tonks no dijo nada. Se limitó a mirarle con más furia, como si con ese simple gesto le estuviese indicando que tenía derecho a sentirse así, que él tenía mucho por lo que pagar.
Mi pequeña y dulce Dora – el gesto de Burns era inconfundible ahora. Le estaba mirando con cariño, y con dolor culpable. La varita pendía casi muerta de sus manos, como si estuviera a punto de caerse. No había absolutamente nada que implicara una amenaza. Lentamente y con suavidad dio un paso hacia ella. – No quería asustarte. Perdóname por favor. Jamás te habría puesto en peligro si no hubiese sido necesario.
¡Está muerto! – gritó Tonks con un tono desgarrador, sin poder ocultar las lágrimas de miedo e indignación, no le quedaba ninguna simpatía por Grady, pero no le habría deseado la muerte. Nadie se merecía morir. – Eres un asesino – dijo en un susurro con la voz entrecortada.
Iba a matarte a ti. No tuve más remedio. – Burns dio otro paso, acercándose demasiado a ella.
¡Quédate quieto! – amenazo Tonks entre sollozos. Desde esa distancia Burns podía quitarle la varita con la mano, y Tonks sabía que estaba demasiado agotada como para evitárselo. No era capaz de mirarle a los ojos y contemplar esa expresión cariñosa que parecía sincera, que prometía seguridad y calor. Entonces se desesperó. No dejaría que le volviera a engañar. Era un auror.
¡Impedimenta! – gritó de improviso.
Pero Burns llevaba defendiéndose desde los 15 años. Con un hechizo de desarme, la empujó para atrás y la varita salió volando antes de que pudiera finalizar el suyo. Tonks se quedó tendida en la arena, inmóvil.
Burns recogió la varita mucho más tenso de lo que había estado en los últimos meses. No había pretendido hacerle esto a menos que fuera absolutamente necesario, y aún así no le gustaba. Pero lo que sentía era un imprevisto. Era algo con lo que Harry y él no habían contado nunca: tenía sentimientos.
Se acercó a ella y la examinó cuidadosamente. Sólo estaba inconsciente. Se pondría bien, pero no le perdonaría nunca. Ni siquiera si el propio Harry le contaba todo le podría perdonar. Mucho menos considerar... Burns sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. No tenía sentido torturarse.
Convocó una camilla y colocó a la inerte chica en ella. Mientras le acariciaba suavemente el pelo, pensó, sombrío, que cada vez le quedaban menos motivos para pertenecer a la Orden del Fénix.
Zabini estaba de un humor de perros. Llevaba dos semanas persiguiendo las huellas de los Weasley sin obtener muchos resultados. Había un par de veces en los que casi le había parecido tenerlos, pero luego siempre escapaban de una forma u otra. Y para colmo de males sin ninguna pista clara de Pettigrew. Tan sólo las divagaciones bajo "imperius" de algunas enfermeras que lo habían atendido cuando llegó a Francia medio ahogado. Por eso tenía que pasar esta noche horrorosa buscando en un psiquiátrico.
Atravesó los jardines enfundado en su largo abrigo negro, hacía frío, y el sitio era tétrico y tan muggle que le daba hasta asco. Se enfadó consigo mismo por el curso tan pesimista que habían tomado sus pensamientos, pero no podía evitarlo, de sólo imaginar lo que le haría el Señor Oscuro si no cumplía con éxito su misión, hacía que se le erizara todo el vello del cuerpo.
Ensimismado como iba, no fue consciente de que se le acercaba un encargado por detrás. Cuando el hombre le soltó un vocablo en francés que sonaba a advertencia, el mago, sin inmutarse, sacó la varita y pronunció la maldición de muerte. Craso error, porque el idiota chilló como un cerdo antes de caer al suelo con la gracia de un saco de patatas. Fantástico, ahora darían la voz de alarma, tendría que darse el doble de prisa.
Salió disparado hacia los registros del hospital. Iba directo a las escaleras cuando atisbó a ver una llamarada roja que cruzaba la puerta principal mascullando insultos: Weasley.
Sin perder un momento, se desilusionó a sí mismo en voz baja y siguió al pelirrojo en su loca carrera por los terrenos hasta que se topó con su gemelo. Escondido tras unos matorrales, Zabini se relamió con la información de primera mano mientras escuchaba toda la conversación.
Cuando los Weasleys se fueron, una sonrisa apareció en el ladino rostro del mortífago. Ciertamente ya no se iría con las manos vacías. Entonces, por el rabillo del ojo, atisbó un movimiento rápido y callado. Frunciendo el ceño siguió a lo que parecía ser un animalito hasta la salida principal, y cuál no fue su sorpresa cuando a la luz de una de las farolas solitarias pudo distinguir que el animalito en cuestión era una rata.
Bastaron unas pocas palabras susurradas con precisión para que la temblorosa y sorprendida forma humana de Peter Pettigrew se materializara tras la verja.
Buenas noches, Peter – dijo con una suave y cuidada entonación, al tiempo que se quitaba el hechizo desilusionador de encima. – Un poco lejos del Cuartel¿te has perdido? Quizá yo pueda ayudarte.
El brillo frío de sus ojos era inconfundible. El hombre estaba disfrutando por anticipado de su triunfo. A Pettigrew eso le molestó profundamente, lo suficiente para que sacara valor para una burla:
No, "joven" Zabini, no me he perdido. Estoy exactamente donde quiero estar.
El mortífago murmuró un hechizo silenciador y a continuación la maldición de tortura, esbozando una mueca burlona mientras contemplaba a Peter revolcarse impotente de dolor, emitiendo huecos chillidos de angustia. Tras unos segundos, levantó la mano con elegante displicencia. Otro movimiento de varita y anuló el hechizo silenciador. Fue entonces cuando preguntó con voz clara y suave:
¿Qué es lo que descubriste de los planes de la Orden?
Peter se desconcertó y puso la mayor cara de asombro que los músculos le permitieron.
No sé de qué me estás hablando.
De acuerdo – fue la sencilla respuesta de Zabini - ¡Imperio!
Peter sucumbió a la maldición con la facilidad con la que lo había hecho a la anterior.
¡Quiero que me digas la verdad¿Cuáles son los planes de la Orden? – preguntó Zabini, esta vez con un tono directo y amenazante.
No lo sé.
Peter mostraba una expresión relajada, excepto por una ligera contracción del ceño que le indicó a Zabini que estaba luchando contra el control que ejercía sobre él. Ese gesto era preocupante. Por lo que sabía de él, Peter era un completo inútil, con talento sólo para escabullirse de cualquier peligro.
¿Qué es lo que sabes sobre su arma secreta¡Rápido! – Eso era lo que más le interesaba saber. Sin esa información, la vida de Peter valía menos que una piedra.
Nada. No existe. No existe . . . . – súbitamente Peter consiguió liberarse de la maldición y se abalanzó hacia el mortífago, pillándolo desprevenido y provocando que perdiera la varita.
Ambos hombres lucharon encarnizadamente por tomar el control. Aunque parecía que Zabini tenía las de ganar, subestimó en mucho las fuerzas de su contrincante. Con un decidido puñetazo, Peter consiguió atontar lo suficiente al mortífago para hacerse con la varita, aunque no por mucho tiempo.
El sangrante Zabini enseguida lo acorraló, intentando desequilibrarle. Desesperado, Peter murmuró unas pocas palabras atragantadas, ya que Zabini tenía las dos manos en su cuello en ese momento, pero parecieron ser suficientes. Una cascada de luz roja se disparó a modo de bengala en el cielo.
Peter aprovechó la breve distracción que el hechizo causó en su oponente para propinarle un golpe en la entrepierna y metamorfosearse en rata, desapareciendo a continuación entre la densa maleza.
Zabini masculló una serie de maldiciones mientras cogía su varita y se disponía a perseguir a la rata.
Fue entonces cuando oyó el rumor de pasos que se acercaban, el ladrido de perros e inquietas y rápidas conversaciones en francés.
Habían dado la alarma. No quería causar más revuelo entre los muggles, así que se dispuso a desaparecer rabioso por no poder acabar el trabajito.
Al menos no se quedaba sin nada. Sacaba algo extremadamente importante: no había arma, todo era una trampa.
El Señor Oscuro debía enterarse de eso. Y debía enterarse YA.
Acababa de salir de su habitación cuando oyó el barullo. Resignado a enfrentar otro día de frenética actividad, estiro los músculos de la espalda, torciendo el cuello a un lado y a otro hasta escuchar cómo los huesos coincidían en su sitio. No había dormido mucho, y eso le preocupaba pues necesitaba descansar. Parecía tener encima esa maldición del que por saber que necesita dormir, precisamente no duerme.
Después de haberse duchado, se puso ropa limpia y empezó a bajar las escaleras rumbo a la cocina para tomar el primer café del día. Se estaba haciendo adicto al café, y le inquietaba no era lo que se dice precisamente un vicio muy inglés. Desgraciadamente el té no estaba hecho para aliviar las tensiones de una guerra. A pesar de todo, disfrutaba con esa sencilla rutina de todas las mañanas. Fue al pie de las escaleras cuando se encontró con Bernard. Había estado preocupándose por él desde que Bernard se había cruzado medio mundo hasta su primer destino como capitán. No, en realidad mucho antes, quizá antes de que entrase en la Orden del Fénix, exactamente desde el día en que lo conoció, cuando los mortífagos habían atacado el Andén 9 y ¾ al inicio de su sexto curso en Hogwarts.
Bernard era nuevo, hijo de muggles y extrañamente divertido. Desde entonces se habían hecho inseparables. El cariño que le unía al chico se parecía más al de un hermano, por la diferencia de edad, que al de un amigo. En realidad, Ron y Hermione también habían "adoptado" a Bernard como hermano, nada más conocerle. Tenía ese encanto de hacerse querer por inofensivo, pero de no dejarse subestimar por ingenuo.
En ese momento, tenía exactamente la misma mirada evaluadora, tranquila y curiosa a la vez, que había exhibido delante de los tres amigos el día en que se conocieron. Bernard siempre te sorprendía mostrándose tranquilo cuando los demás no podían, y siendo sensato e inteligente cuando a los demás les cundía el pánico. Tenía buen corazón y ponía toda su inteligencia y magia al servicio de lo que su conciencia le dictara que estaba bien.
Durante unos minutos permanecieron en silencio, examinándose el uno al otro. Luego Harry cedió y le dio un abrazo al chico, que pareció sorprendido, pero no dijo nada. Cuando se separaron, Bernard dirigió su mirada a la frente de Harry, pero no a su cicatriz, sino a sus cejas.
Te va a salir una arruga en el entrecejo. Y tienes ojeras. – dijo con una gravedad estudiada y burlona.
Tú también tienes ojeras – gruñó Harry desabrido, en realidad estaba intentando esconder el alivio profundo de volver a ver al insolente de Bernard vivito y coleando. - ¿Qué tal por China?
Sin novedades. La guerra se ha vuelto un coñazo, todo estrategia sesuda, nada de acción palpitante. – La mueca de Bernard era decididamente afectada y el tono hastiado no dejaba lugar a dudas. A veces Harry pensaba que el chico había nacido para dar su vida al teatro.
Estás enfermo. – dijo con una media sonrisa pintada en el rostro.
Bueno, al menos no lo parezco como tú. – Bernard le echó su típica mirada neutral que solía indicar a las claras que se podía confiar en él.
Harry no pudo contenerse. Le llevó al antiguo cuarto de Buckbeack y cerró la puerta tras de él. Se giró hacia su interlocutor que lo examinaba con una mirada seria. Antes de que pudiera abrir la boca, Bernard le interrumpió:
Ya sé lo de Dumbledore. No es esa la razón de que tengas esa cara larga. Estabas preparado para eso desde hace tiempo.
Lo sé. – admitió Harry con un gruñido. En algunas ocasiones, la sagacidad de Bernard sobraba de verdad. Se había quedado en silencio, esperando a que él hablara.
Hirieron a Ron. El cabrón de Pettigrew. Te juro que cuando le tengamos le voy a devolver una por una todo el sufrimiento que ha causado.
Bernard le miró escéptico, luego dijo como si fuera una verdad fuera de toda duda:
No lo harás. Tú no eres así. Eres un héroe. – Aunque el tono de la última frase había sido burlón, la cara del chico reflejaba la intensa admiración que sentía por el hombre que tenía delante.
Ya veremos – le respondió Harry sombrío. Se paseaba, ligeramente intranquilo, pero intentando disimularlo, e un lado a otro de la habitación. Bernard se quedó en silencio, apoyado en la ventana y examinándose las uñas como si fueran lo más interesante que había visto en el mundo. La pose era tan premeditada que Harry no pudo evitar sonreír ante el descaro de su amigo.
De acuerdo, de acuerdo.- dijo, y de repente su rostro adquirió un aire nostálgico – Ginny y yo lo hemos dejado. – levantó la cabeza para constatar que ahora contaba con toda la atención de Bernard. Éste seguía apoyado en la ventana, pero ahora le escuchaba con un atisbo de preocupación en la mirada.
¿Cuándo? – se limitó a preguntar. Harry le evaluó, pensando cuánto debería contarle, y cuánto ocultar. En realidad, el dato no tenía tanta importancia.
Hace un mes. – respondió sin ninguna inflexión en la voz. Había dejado de pasearse por la habitación y estaba sentado en el poyete de la ventana, sin mirar a su amigo. Bernard suspiró pensativo.
Supongo que no tendrás dudas sobre tu sexualidad¿sería mucho esperar de mi parte?
Harry soltó una risa triste y le miró, no sin sonrojarse un poco por la broma, al fin y al cabo era un inglés tímido, pero agradecía el intento del chico de animarle un poco.
Tú eres aún más hetero que yo. – Le espetó con cierto tono de reproche. -Pues debes ser el único que se da cuenta, porque lo que son las damas... – la frase había sido pronunciada en un quejido infantil e impertinente, acompañada de un mohín caprichoso de los labios.
¿Sigues pensando en Tonks? – Harry se alegró de que se hubiera desviado el tema de su vida sentimental, a pesar de que nunca se había creído del todo que Bern se hubiera prendado de Nymphadora, aunque para ser exactos, Bernard tampoco. -Y tú¿sigues prendado de Ginny? – el interpelado torció el gesto.
Creía que estábamos hablando de ti.
Sólo lo creías. – Bernard se le quedó mirando. Le encantaba jugar así con las conversaciones serias. Harry lo notó.
Te estás divirtiendo a mi costa.
Eso no es verdad.
No sigo enamorado de ella – dijo al final con fastidio.
¿Por qué? – se limitó a preguntar Bernard.
Harry giró lentamente la cabeza hacia su amigo, clavando en él una mirada de reproche. Bern no se inmutó, siguió charlando como si nada.
Se acabó el amor. El amor a la mierda. Y, claro, lo echas de menos. – el chico miró a Harry, esperando que éste le confirmara si su teoría era cierta o no. Su interlocutor estaba mirándole pensativo, decidiéndose entre cruzarle la cara o resignarse a aguantarle lo que quedaba de conversación. Al final optó por lo último. Dijo con tono apagado:
Algo así.
Ahora – siguió Bernard – tienes cosas más importantes en la cabeza, peeero, te sientes solo. – Cuando acabó parecía muy orgulloso de sus certeras deducciones. Harry se dio cuenta de que envidiaba esa actitud entre despreocupada y segura con la que se tomaba todo.
Sí – admitió, algo más que ligeramente molesto – en cierta manera, me siento solo. Bern¿podrías hacer el favor de no tomarte mi vida a guasa?
Por toda respuesta, el chico hizo un gesto despectivo, luego soltó:
¿Y cómo quieres que me la tome si pareces una teleserie?
Harry abrió los ojos en un gesto de incredulidad. Le contestó en un tono ya decididamente enfadado:
¿Y por qué cada vez que intentó hablar contigo de algo serio, tú lo vuelves absurdo y cómico?
Soy inglés.
La afirmación fue tan rotunda que dejó a Harry con cara de lelo. Después de un momento de shock en el que intentó comprenderlo todo y no pudo, decidió salirse por la tangente de la manera más descarada.
Voldemort se huele algo. Si caza a Pettigrew antes que nosotros estamos perdidos.
¿Te sientes culpable por estar preocupado por lo de Ginny cuando la vida de medio mundo mágico depende de ti?
Por supuesto que sí.
Bern ahogó un suspiro. Harry nunca cambiaría. Deberían haberle llamado Atlas por la obsesiva vocación de acarrear con la responsabilidad del mundo entero. Su rostro tomó una expresión seria y adusta mientras dejaba su sitio de la ventana y se ponía en cuclillas delante de su amigo para mirarle directamente a los ojos.
No eres el absoluto responsable de Voldemort, y no estás solo frente a él. Y tampoco tienes la culpa de lo de Ginny.
Harry se levantó para esquivar la mirada y la seriedad de Bernard. Casi le prefería del otro modo. Le dirigió un vistazo cargado de resignación.
Lo sé, Bern. – otro rasgo típico de Harry, la autocompasión. Bernard bufó, molesto:
No¡no lo sabes! O no quieres darte cuenta. Y te lo voy a seguir repitiendo hasta que se te meta en la cabeza. – Después se calló. Dejó de parecer enfadado, pero Harry sabía que seguía estándolo. Llegados a ese punto, creía que la conversación debía acabar lo más pronto posible, al menos su parte seria.
Gracias Bern, - le dijo – hablar contigo siempre... ehm, bueno, ya sabes. – no encontró nada adecuado para decir y se limitó a disculparse y a salir de la habitación. Bern lo interceptó en el pasillo:
¿Y cuándo ser�?
Harry le miró, sabía que no le gustaba quedarse sin decir la última palabra. Respondió mientras seguía bajando las escaleras sin inmutarse.
Habrá una reunión mañana por la noche, cuando lleguen Charlie y Tonks, son los únicos que faltan.
Bernard no dijo nada y siguió bajando a su lado, inmerso sus pensamientos, con el ceño ligeramente fruncido, un gesto que había aprendido del propio Harry.
Estaban casi en el último peldaño cuando se toparon con Cho Chang que subía. Había entrado recientemente en la Orden, sólo cuando la guerra había dejado de ser peligrosa. Harry la trataba con frialdad, mientras ella dejaba varias insinuaciones en cada uno de sus gestos. Les sonrió abiertamente y para sorpresa de Harry, Bern le devolvió la sonrisa. Se abstuvo de decir nada, mientras a su amigo se le quedaba un rato la mirada tonta en la cara.
¿Qué opinas de Chang? – preguntó como al descuido.
Que no hay nada que hacer con ella.
¿Por qué? – preguntó Bernard extrañado.
Porque si la mayoría de las mujeres son tan fáciles de entender como el chino, Cho lo es como el germano antiguo.
A mí siempre se me han dado bien los idiomas. – dijo Bern con cierto tonito especulador y un brillo sospechoso en la mirada.
Bernard¡céntrate! – le salió la voz más dura de lo que pretendía, pero pareció surtir efecto porque Bernard volvió a su habitual seriedad. -Mañana lo planearemos todo. Quiero que todos estemos preparados – suavizó su tono, pero las palabras fueron firmes mientras le miraba directamente a los ojos.
De acuerdo. – Bernard asintió ausente. Ya se volvía para irse cuando pareció acordarse de algo.
¡Ah¡Harry! Y no te agobies, que hay más peces en el mar. – dijo con voz burlona. Se ganó a pulso una mirada helada y vengativa de su amigo, mientras resoplaba abriendo la puerta de la cocina.
Westwood Manor era una mansión digna de un rey. Desde la última de sus piedras hasta el primero de sus finos tenedores de plata, estaba equipada con un lujo excesivo y sibarita que a veces llegaba a resultar agobiante. Pero a Zabini eso no le importaba. Desde que había nacido sólo había tenido lo mejor y su ambición no tenía límites. No era un hombre que se conformara con menos de lo que creía merecer. Y en ese momento, sabía que tenía una información que justificaba todo lo que pudiese pedir.
Le embriagaba de poder la idea de que la guerra podía estar en sus manos. En ese instante se deleitaba en estropear con su calzado lleno de barro una delicada y extremadamente valiosa alfombra persa, ante la sufrida mirada de un feucho elfo doméstico.
La sonrisa prepotente de su cara contrastaba tanto con el ambiente sombrío del resto del Cuartel de Voldemort, que cuando Draco le vio pasearse por el salón, no pudo menos que entrar a hablar con él.
Draco estaba de muy mal humor desde la conversación con Harry. Y la aparente felicidad de Zabini no hacía sino fastidiarlo aún más. Zabini no tenía derecho a ser más feliz que él, porque él era de mejor familia, más rico, más inteligente y más alto. Y además no se podía comparar los cuatro pelos descoloridos del antiguo slytherin, con su espléndida cabellera rubio platino.
Malfoy se pasó una mano por el cabello sumido en esos pensamientos, con la única intención de reforzar su autoestima fijándose en lo mejor que le quedaba: él mismo.
Zabini se inclinó cortés para saludar a su amigo de la infancia, pero a Draco no se le escapó el ligero ademán que había hecho de coger la varita. No se fiaba de él, pero era lógico; en el Cuartel del Señor Oscuro nadie se fiaba de nadie.
Con disimulo, acercó su diestra a su propia varita por si acaso.
Bienvenido a casa, Blaise – dijo en un tono que pretendía sonar cordial.
Gracias Malfoy.
El timbre de la voz del hombre delgado y elegante le desagradó bastante, a pesar de reconocer el mismo acento dulzón que solía emplear él mismo.
Pareces contento¿has matado a Pettigrew?
Blaise se cortaría las dos manos antes que confiarle a la serpiente codiciosa de Malfoy su preciosa información. Sonrío con helada cortesía a su interlocutor mientras conservaba el matiz frío de advertencia en su mirada.
El informe respectivo a mi misión es algo que no te incumbe Draco. Con todos los respetos, no sabía que tuviera que responder ante ti. – La frase había sonado a burla, pero Malfoy sabía que había ido muy en serio. Decidió seguirle el juego.
No. Creo que ante quien tienes que responder es mi padre.
Aún así tú no eres tu padre. – dijo Zabini, perdiendo el tono amistoso y falso, pero conservando una cauta neutralidad – Por favor, te ruego me dejes a solas. Tengo una cita importante.
Draco se alarmó.
¿Aquí¿En la sala principal?
La sala principal sólo se utilizaba para las reuniones importantes y las audiencias con el Lord Oscuro. Zabini debía haber averiguado algo extremadamente útil para Voldemort como para que éste le concediera un minuto de su altivo pensamiento.
Su angustia debió de ser muy patente, porque en ese momento Zabini dejó la falsa cortesía a un lado y se puso definitivamente a la defensiva. Su voz sonó decididamente seria.
Lárgate de aquí, Draco.
Malfoy ni se inmutó.
¿O qué? – preguntó con sorna. Confiaba en sus posibilidades mucho más que en las de Zabini. Calculó fríamente todas sus opciones, todos los posibles movimientos de su adversario y sonrió con suficiencia - ¿Qué es lo que te ha dicho Pettigrew, Blaise?
Me parece que ya te he dejado claro que eso no es de tu incumbencia.
No tengo interés en robarte la información – dijo en tono de burla, mientras con un paso despreocupado se acercaba a la hoguera, como si la conversación no fuera decididamente tensa.
No sé lo que quieres hacer con esa información, lo que tengo seguro es que no puedo fiarme de ti.- Malfoy escuchó el suave susurró que la túnica de su antiguo compañero producía al abrirse para sacar la varita. Respiró profundamente. Esto no iba a ser fácil. – Ponte de pie, lentamente.
Malfoy se irguió y se quedó quieto delante del fuego.
No estás tan preparado para jugar en primera división como creía Malfoy – Zabini se estaba confiando cada vez más. – Es igual. Pronto te dejaré fuera de juego. A ti, y al inepto de tu padre. Parece que últimamente a los Malfoy sólo se les da bien el fracaso.
Draco se había girado para enfrentar al mortífago. Su habitualmente fría mirada llameaba en un intento de borrar la expresión de suprema arrogancia del rostro de Zabini. Se le ocurrió que así era exactamente como se debía haber sentido Potter cada vez que se metía con él y Weasley en el colegio. La idea no le gustó. No le gustó nada. Bruscamente volvió al presente al notar que Blaise pensaba en serio eliminarle a sangre fría.
Ya no sois necesarios, Draco. Y el Señor Oscuro estará encantado de ver que por fin hay alguien eficiente en su equipo. Me cubrirá de honores. – Zabini saboreaba su triunfo por adelantado. Por alguna razón, a Malfoy eso le hizo gracia.
Eres un estúpido, Blaise. Vamos a perder la guerra, el Señor Oscuro sólo se va a preocupar de su propio cuello, y todo lo que te va a quedar a ti es una bonita celda en Azkabán con dos dementores a juego.
Hablas como un traidor – siseó Zabini con un deje de cólera. Malfoy delineó una sutil sonrisa despectiva. Quizá Zabini no fuera tan estúpido después de todo. Vio como la certeza se formaba en su mente a través del cambio de expresión que surgió en su rostro, y se preparó.
Antes de que Zabini pudiera abrir la boca para lanzar el hechizo, Draco le propinó un tremendo puñetazo en la nariz. Blaise retrocedió, aún dolorido por el que le había dado Peter la noche anterior.
Serás cabrón…– masculló Zabini, llevándose una mano a la cara que le chorreaba de sangre. Malfoy, con la mano hecha trizas, sostuvo la varita con la izquierda y con un leve movimiento hizo que la de su adversario volará hacia su propia mano, la guardó en su túnica.
Muy inteligente, Blaise. Atacar sin comprobar si tu enemigo está armado o puede acceder a su varita. – La sonrisa burlona desapareció de su rostro. - ¿Qué te dijo Pettigrew?
¡Jodido traidor de mierda¡El Señor Oscuro te sacará las tripas¡Hará que desees no haber nacido nunca, Malfoy! – Draco sostuvo la mirada llena de ira del hombre agachado ante él, las palabras no le importaban, pero el tono lleno de rabia le había calado hondo. Dentro de él empezó a formarse la idea de que quizá tuviera que acabar con él.
¡Imperius!-la voz fue firme, aunque por dentro el temor a ser descubierto comenzaba a aflorar a través de la adrenalina que el enfrentamiento con el mortífago le había causado. Debía ser cauteloso.
¿Qué es lo que averiguaste¡La verdad!– susurró en un tono que no dejaba lugar a la desobediencia. Zabini, con expresión estúpida, no tardó en responder.
Todo es una trampa . . . No hay arma, no arma . . – un portazo en el piso superior distrajo a Malfoy. Un siseo nasal notablemente enfadado se empezó a oír. El señor Oscuro se acercaba, y no estaba precisamente de buen humor.
Rápidamente se volvió hacia Zabini. Se había empezado a recuperar de la maldición aprovechando que su contrincante estaba distraido, pero aún andaba torpe. Malfoy no tuvo dificultad en esquivar un intento del mortífago de recuperar su varita. Con un leve giro de muñeca, envió a Zabini al otro lado de la habitación donde se propinó un severo golpe con la pared. Zabini cayó inconsciente, como una marioneta olvidada.
Rápidamente Malfoy se acercó al cuerpo caído. Aún estaba vivo, pero por poco tiempo. Malfoy intentó por todos los medios que el pánico no cundiera dentro de él. Tenía que llevarse a Zabini de allí, y rápido. Nadie debía encontrarle, y mucho menos con Voldemort a punto de llegar ansioso de información. Convocar una camilla podía llamar demasiado la atención, así que pasando un brazo de Zabini por encima de su espalda, le levantó y comenzó a cargar con él hacia el patio.
Al llegar, se paró para tomar aliento, quién diría que un tipo tan delgado podría pesar tanto. No sabía qué hacer.
Divisó el bosquecillo que se abría a su izquierda y se encaminó hacia allí mientras un plan de escape comenzaba a tomar forma en el torbellino de emociones que tenía por mente en aquel momento. Parecía mentira, todo había pasado tan rápido, y ahora tenía a Zabini moribundo.
Se detuvo en medio de unos árboles, sudoroso, temblando de frío y de miedo, y maldiciendo su suerte. Se encontraba ante la decisión más difícil de su vida. Tenía que acabar con lo que sabía Zabini. Pero si le modificaba la memoria sería demasiado evidente y Voldemort sospecharía. Y estaba el elfo doméstico de testigo, pero con una conveniente amenaza se mantendría callado, por lo menos hasta que el Señor Oscuro le acosase. Pensó con depresión, que si Voldemort le acosara cantaría hasta él.
Draco se fijo en el inerte Zabini. Nunca le había tenido mucho cariño, y ahora no le tenía ninguno. Era un asesino egoísta que había estado a punto de matarle sin ningún remordimiento. El mundo estaba mejor sin él.
Probablemente no se recuperaría nunca de ese golpe en la cabeza, pero . . .¿y si lo hacía¿Y si lo encontraban¿Y si se llegaba a saber la verdad sobre él, sobre la trampa de Potter antes de que la guerra terminase, antes de que se derrotara al Señor Oscuro? Él no podía permitirlo. Sólo le quedaba una salida: y la odiaba.
Draco levantó la varita. El brazo le temblaba incontrolablemente. Atormentar a muggles y torturar aurores era una cosa, pero acabar con la vida de un hombre era algo muy distinto. Cerró los ojos y reunió todo el valor que pudo.
¡Aveda kedavra! – dijo en un susurro sin mucha convicción. Un débil haz de luz verde acarició a Zabini. Malfoy sollozó desesperado.
AVEDA KEDAVRA – increpó a su amigo en un tono angustiado y carente de esperanza. Una energía oscura y extremadamente desagradable pareció salir de su interior, viajar por el brazo que sostenía la varita y llevarse la vida de Blaise con ella en el momento en que tocó su cuerpo. Draco lo sintió. Todo eso en unos segundos. Tan fácil. Luego se desplomó en el suelo agotado, sintiéndose peor que en toda su vida.
Todo parecía de pesadilla: el oscuro bosque de ramas retorcidas, el silencio pesado interrumpido sólo por el ulular de los búhos, el viento gélido que atravesaba la piel hasta instalarse muy dentro, y el cadáver de una persona a la que había apreciado y a la que se había visto obligado a eliminar.
¿Por qué estaba haciendo todo esto¿Por qué? Se preguntó, sin importarle la tortura a la que se infligía con ese examen detallado de sí mismo. ¿Era por cobardía, por egoísmo, por la adrenalina que todavía sentía atravesar su cuerpo¿O era algo más profundo?
¿Era por justicia?
Tanto tiempo al lado de Voldemort y de los mortífagos ¿Había acabado aprendiendo que ese no era el camino correcto? Desesperado, se secó las lágrimas con la manga del jersey y se puso de pie.
Se estaba convirtiendo en un maldito gryffindor, una sonrisa amarga se dibujó en su rostro. Entonces, una ráfaga de viento helado le hizo cobijarse con el cuello alto de la cálida prenda de lana. Murmuró un hechizo para reducir a cenizas el cuerpo delator y se giró para marcharse de allí de una vez. Sabía que no podría olvidar aquel lugar el resto de su vida.
Fue al levantar la cara cuando se quedó inmóvil, mirando fijamente la figura que tenía delante. Cuando pudo encontrar la voz, le salió más segura de lo que imaginaba. Volvía a ser Draco Malfoy.
Esperaba que no tuvieras que ver esto nunca, padre.
