Sin alas.-
1.- Aquí estaré.
La pareja se retiró vencida desde la lujosa propiedad, atravesando los verdes prados del enorme jardín. Salían con un gesto de amargura, arrastrando los pies, con la cabeza baja, humillados como todos los que intentaban conseguir algo mejor. Día a día, el dueño los recibía en su oficina con gesto indiferente; los oía, sin captar sus voces; los miraba, sin reparar en la humildad de sus condiciones. Para cuantos lo intentaban no volvían a planear una segunda vez.
Era pleno otoño. En el pueblo se veía la actividad normal de cualquier día. A simple vista, nada parecía extraño... Pero los pequeños detalles, iban siendo borrados uno a uno por él. Era el único que estaba enterado. Monjes, científicos, y hasta curiosos habían llegado a la localidad para averiguar algo con respecto a la leyenda. Y quienes llegaban, se iban con las manos vacías. Por ser el dueño, y por tener suficiente poder, Clow manipulaba a su antojo al pequeño, y a su parecer, insignificante pueblo de Tomoeda. Se daba el lujo de recaudar el dinero de los comerciantes y campesinos las veces que quisiera, dando la excusa de que era el pago por vivir en sus tierras.
Nadie podía negarse a su autoridad, ni tampoco excusarse cuando el dinero apenas alcanzaba y se veían imposibilitados de cancelar, como aquélla pareja que ahora se retiraba vencida y condenada a doblar su ya suficiente trabajo en las tierras.
Un rostro serio con expresión altanera recibía a los visitantes que tenían el suficiente valor de llegar. Parado a un costado de la puerta de su jefe, el hombre alto de cabello plateado los guiaba, sonriendo con cierto sarcasmo cuando los dejaba frente a frente el temible "Señor de Tomoeda".
Bien podría decirse que lo que Clow había desplegado como su vivienda era una mansión llena de lujos y comodidades, que parecían decir a todos: esto es lo que ustedes jamás tendrán. Estaba apartada del pueblo en sí, pero no por ello inaccesible. Hacía algunos años, cuando ésa mujer se atrevió a atravesar dicho umbral que separaba al respetable Clow de los comunes, la mansión estuvo abierta a quien quisiera hablar con él. Sonaba imposible, y hasta gracioso, que con conocer a dicha joven su ego se derrumbara por unos momentos, y el palacio con sus finas ropas quedaran encogidos a una mínima expresión... ante tal belleza, no pudo más que fingirse humilde, y bajar la cabeza. ¡difícil borrar ese primer encuentro! Era un verdadero ángel de ojos esmeraldas entrar a su oficina, con una sonrisa que en cualquier otro parecería insolente en ése ángel era algo único, que no le molestó en lo absoluto.
—¿Podría hablar con usted?– dicha sencillez le sobrecogió, y la invitó a sentarse, sin perder ninguno de sus sutiles movimientos.
Fue necesario que ella reiterase más de una vez el porqué se había presentado; estaba tan ido que no lograba comprender el sonido tan claro de su voz.
El rostro de ella cambió a uno de tristeza, y la hermosa sonrisa se borró por completo al relatar una vez más lo sucedido.
Era una de esas historias que abundaban en el pueblo... De esas difíciles de creer a la primera. Estaba tan acostumbrado a oír frases como: "Mi esposo está muriendo", "no tengo cómo alimentar a mis hijos", "necesito comprarle medicinas o no volverá a despertar", "está muy enfermo... muy enfermo". Sin embargo, a ella sí le creyó.
Desde ese momento, casi diecinueve años atrás, no pudo quitársela de la cabeza. Vivía en sus pensamientos como la más fuerte de sus obsesiones. Pero antes que hombre, era inteligente, y no se dejaría quebrar por un deseo casi demente; jugaba con cautela, a sabiendas que nada podía molestarle ahora... Nada desde que había apartado otro de esos "estorbos" de su camino.
—Prepárame el carro, quiero ir a visitar a Nadeshiko– anunció el hombre de cabello largo, mientras limpiaba sus anteojos.
Yue asintió en silencio.
—Y dime, ¿hay noticias sobre el regalo que envíe al norte?
—Sí, señor... La mujer murió a causa de envenenamiento– respondió el servidor, sonriendo junto a él.
—Un estorbo menos...– murmuró, volviendo a acomodar sus anteojos en su lugar. Miró nuevamente a Yue, quien comprendió que debía retirarse.
Una figura femenina, que estaba recargada en la puerta, se retiró con sumo sigilo, mientras sentía su corazón oprimido en un extraño temor. No era la primera vez que oía algo así de parte de Clow, y aún así asustaba.
* * * * * * ** * * * * *
Se oyeron unos conocidos pasos bajando las escaleras.
En la mesa, la gente volteó a observar una jovencita aparecer corriendo a toda prisa, ajustando su delantal mientras marchaba a la cocina.
—Siempre nos hace esperar–gruñó un viejo de espesa barba blanca, quien asía con fuerza un tenedor en su mano.
—Pero señor Fujisawa ,ella hace lo que puede–replicó con suavidad una mujer a su lado.
—Espero terminar pronto mi trabajo aquí y largarme de este pueblo– siguió mascullando el viejo, sin prestar atención a la mujer— Si supieran los demás maestros que no me alimentan en esta pensión...
Fujisawa fue interrumpido los mismos pasitos rápidos, y la aparición de la muchacha que dejó un plato de comida frente a él.
—Buenos días, lamento la tardanza– sonrió a todos, mientras corría a buscar los demás platos— Espero les guste lo que preparé.
—¿Dónde está su madre, señorita Sakura?– preguntó la señora Okazaki, quien comúnmente reñía con Fujisawa en el comedor.
—Iba a hacer las compras... Me pidió que me levantara muy temprano a encargarme del desayuno, pero me quedé dormida...– dijo la chica, bajando la cabeza con timidez.
Okazaki le sonrió, mientras los demás presentes le miraban. La hija de Nadeshiko, la dueña de la pensión, no era muy saludable. Sufría de fatigas, desmayos, o fuertes gripes que la dejaban al borde de la muerte. De no ser por su apariencia disminuida, y sus marcadas ojeras bajo sus verdosos ojos, parecería una jovencita cualquiera. Para Mina Okazaki, Sakura representaba un caso muy especial, y tal vez fue por ella que postergó su regreso a Tokio hacía un año. Quería seguir cuidando y vigilando la salud de la chica.
—¡Está rico!– chilló el pequeño niño de una de las hospedadas.
Sakura sonrió, tomando su bandeja se retiró del comedor.
—Doctora Okazaki, ¿qué ocurrió ayer? Noté que la señorita Sakura fue a dormir muy temprano... Lucía muy enferma– comentó Uchida, dando a su hijo la comida en la boca.
—Lo mismo de siempre, señora Uchida. Una baja de energías– contestó la doctora, bajando la cabeza a su plato.
El viejo Fujisawa frunció el ceño, dispuesto a reclamar que eso no impedía que retrasaran el desayuno, pero se retractó al contemplar de lejos a la jovencita lavar los platos en la cocina, con su apariencia débil de siempre.
Para un pueblo como Tomoeda, al sur de Tokio y más alejado que cualquiera otra ciudad, era una suerte que la pensión contara con cinco clientes. El maestro Fujisawa daba clases de Matemáticas en la pequeña escuelita y estaba hacía unos años al igual que la doctora Mina, quien atendía en una improvisada clínica, la única en Tomoeda; y se sumaban la señora Uchida y sus dos hijos, quienes habían llegado huyendo por problemas económicos de Sendai y pretendían asentarse con una sastrería.
—Buenos días, Sakura– saludó una voz cantora entrando a la pequeña cocina— ¿Cómo estás hoy?
—Buenos días, Ken– rió la chica, sin dejar sus labores.
El joven entró, deteniéndose junto a ella.
—¿Qué preparaste para desayunar?– le preguntó al oído, haciendo que la chica ganara un leve rubor en las mejillas. Ken lograba apenarla con sus continuas maneras de chico conquistador.
—Croquetas de carne y arroz– respondió Sakura, alejándose un poco.
—Mmh, qué bien, es mi plato favorito– Uchida siguió acercándose con disimulo, dejando escapar una risita al ver que la Sakura lo ignoraba— ¡Oh, vamos Sakura! ¿Por qué no admites que te gusto?
Ésa era precisamente la parte que no le agradaba de Ken. Era un chico bromista, caballero, pero presumido y un Don Juan de primera categoría. Nunca se sabía si hablaba en serio o sólo la molestaba para luego echarle en cara que era "irresistible" para cualquier chica. Y tenía una interminable lista...
—Toma, aquí tienes y puedes irte a comer– dijo ella como repuesta, dejándole el plato en sus manos.
—Bueno, sé que no podrás pasar tanto tiempo sin mí– se burló Uchida, guiñándole el ojo y saliendo con una sonrisita victoriosa.
"Es un fanfarrón" –pensó Sakura, frunciendo el ceño.
Siguió con sus quehaceres en la cocina, para luego dirigirse a asear el resto de la pensión. No era un lugar muy grande a pesar de sus dos pisos y sus ocho habitaciones.
Desde pequeña, había ayudado a su madre con el mantenimiento, y antes a su padre. Fujitaka Kinomoto había sido un gran maestro de Historia en la escuela que él mismo creó. Al nacer Sakura supo que "algo" faltaba en la ciudad, y eso era un lugar donde los niños aprendieran. Lo que empezó como algo pequeño, terminó siendo un acogedor centro donde todos los niños del pueblo asistían.
—"Lástima que papá no pueda disfrutarlo..."– suspiró, cerrando sus ojos. La obra había sido concluida gracias al señor Clow, quien luego de que su padre muriera se encargó de arreglar y ampliar la escuela. Clow era un gran hombre para Sakura. Estuvo a su lado desde los cuatro años, cuando su padre falleció en un inexplicable accidente en la construcción de una nueva sala de la primaria.
—Ya llegué– escuchó que decía la dulce voz de su madre, la que caminaba con lentitud cargada de numerosos paquetes.
—¡Espera, mamá! Deja que te ayude– se apresuró a decir la chica, tomando alguna de las cosas.
Nadeshiko sólo sonrió, repitiéndole como tantas veces que no realizara grandes esfuerzos.
—Hice el desayuno, y ahora voy a limpiar un poco– Sakura se dispuso a tomar la escoba, pero su madre la detuvo con su mano— Pero...
—Sin peros, hija, no quiero que hagas mucha actividad. La doctora Okazaki te recomendó descanso– le recordó su madre, acariciándole con ternura el cabello. Su hija dejó escapar un gruñido.
Le costó trabajo convencerla de que era mejor que continuara lavando los platos, cosa que no exigía tanto esfuerzo físico. Además, Nadeshiko aún se consideraba joven y con energías para mantener todo el lugar en orden, y sobraban para ser directora de la primaria. Era una mujer muy joven y hermosa, con los mismos ojos verde intenso de Sakura. Desde que su esposo Fujitaka había muerto, no era la misma; a menudo se sentía sola, desprotegida, necesitada de poder sentir a su lado la fuerza y la alegría que irradiaba el único hombre del cual se había enamorado... Por que era el primero y el último.
Mujeres como la doctora Okazaki, le repetían cuantas veces fuera necesario que necesitaba encontrar a otro, alguien que la cuidase a ella y a su hija enferma. Cada vez que Sakura sufría alguna recaída, la idea se iba siendo más cercana.
—¡Yo voy!– Sakura salió caminando rápido ante el repique del timbre.
—Muy buenos días– se escuchó la voz ronca de Clow, quien siempre se oía animoso al entrar a la hospedería.
—Buenos días, señor Clow– saludó Sakura con una sonrisa. Le invitó a pasar con una seña, también al silencioso Yue, quien ni siquiera la miró, y siguió casi pisándole los talones a su jefe.
En el comedor, los cinco residentes le miraron algo incómodos. Si bien a ellos no les sacaban el dinero como a los pobres campesinos y comerciantes, conocían muy bien de aquéllas situaciones, formándose una muy mala imagen del "Señor de Tomoeda"
El recién llegado les saludó con una forzada sonrisa, para luego desviar su atención a la joven.
—¿Dónde está tu madre?– preguntó, mientras entregaba a Yue su chaqueta.
—En la cocina, la llamaré de inmediato.
Muy pronto apareció Sakura, casi corriendo con su madre de la mano.
—Aquí está– anunció sonriendo.
Clow se acercó a la mujer, tomando su mano con delicadeza.
—Extrañaba mucho verla, Nadeshiko.
Ella sonrió por cortesía, dándole un gracias.
Caminaron a la sala, quedando Yue y Sakura en medio del comedor, y los otros que miraban con desconfianza el mano derecha de Read.
—¿Quiere sentarse señor?– preguntó Sakura tímidamente, indicándole una de las sillas de la mesa.
El rostro inexpresivo de él se volvió a la chiquilla, mirándole con algo de recelo. Siempre cuidaba no acercarse mucho después de que Clow le contara que era demasiado enfermiza. "Puede ser contagioso", pensaba Yue algo alarmado.
Al ver que él se negaba con un movimiento de cabeza, la niña de ojos verdes le sonrió.
—¿No quiere algún jugo, o agua?
Yue le miró algo molesto, pero la sonrisa de ella no desapareció.
—No– respondió, alejándose hacia la puerta, y quedándose detenido a un lado de ella.
La doctora Mina se levantó de la mesa cargando su plato, invitando a la muchacha a la cocina.
—Deja de mirar a ese hombre... Es demasiado frío para alguien tan dulce como tú–le dijo con una sonrisa, mientras ella misma lavaba sus utensilios. Sakura asintió, ocultando su decepción con una leve sonrisa. A pesar de que la doctora parecía tener mucha razón, le era difícil dejar de imaginar a Yue como "el hombre de sus sueños".; era tan guapo, y su actitud tan hombría... Sobretodo cuando montaba el caballo y vigilaba que todo machara bien en el pueblo. (o eso creía, ya que lo que en reliad hacía era cobrar a los habitantes) No era la única., y siempre lograba excusarse con eso cuando Okazaki le recordaba las diferencias de ambos.
Pero no sólo intentaba aconsejar a Sakura, sino a Nadeshiko.
La señora Uchida también opinaba que Clow no era de fiar. Ambas repetían con disimulados comentarios que ése hombre no lucía tan confiable., y que dudaban de sus buenas intenciones con la viuda de Kinomoto.
—Mereces alguien mejor... Hay tantos hombres en el mundo que no sean el tal Yue. Claro que de los buenos quedan pocos, pero no es imposible encontrarlos, ya verás...–la doctora guardó silencio y giró a verla. Frunció el ceño y carraspeó— Sakura...
—¿Eh? ¿Sí?–volteó rápidamente, apartándose de la puerta. Todo el rto no había dejado de "espiar" al joven Yue y ni se había percatado que le hablaban.
Mina movió ligeramente la cabeza, pidiéndole que mejor buscara los otros platos, que ella le ayudaría a lavar.
* * * * * * * * * *
Los llantos fueron cesando lentamente.
No supo si era mejor, ya no le molestaba que ellas llorasen, era lo correcto. Sin embargo, él no podía. El nudo en su garganta comenzaba a dolerle. Sintió las miradas clavadas en su nuca... Depositó con suavidad la rosa blanca que llevaba en la mano, perdido entre el delicioso color de la tierra, y su embriagador aroma a humedad que tomaba cuando recibía lluvia.
Recordó que había pasado por esto antes... Hace años, en un día lluvioso muy similar. En ese entonces no sabía muy bien qué significaba la muerte. Su padre había enfermado gravemente y lo vio consumirse lentamente en su cama, preso de continuas fiebres, alucinando... En el momento no supo reaccionar, casi como ahora, se quedó junto a su tumba todo la tarde bajo la lluvia. Llegó a casa empapado, y sin ninguna lágrima. Quizás era porque la vida lo había vuelto demasiado indiferente, como fuera no entendía lo que significaba no ver más a su padre, no escuchar su voz grave, no admirarlo dibujar, no aprender de sus palabras.
Ahora lo comprendía. Ahora que los había perdido a ambos se sentía perdido, sin saber qué paso seguir... ¡Había tantos planes! Iba a trabajar y llevar a su madre a otro hogar, pensaba estar con ella y no abandonarla nunca. Pero no pensó que ella moriría de esa manera, y no se perdonaba el no haber podido evitarlo.
De sus cuatro hermanas, sólo dos habían llegado al entierro. Feimei y Fanren estaban fuera del país, preocupadas en sus cosas. A ellas pareció no dolerles tanto... ¡ellas tenían más familia: un esposo e hijos!... ¿y él? Él ya no tenía nada.
—Vamos hermano.
Las mujeres dieron la vuelta, alejándose en un gran paraguas negro que las cubría a ambas. Vestían gruesos abrigos y guantes, cosa que no era suficiente porque se rodeaban con sus propios brazos intentando darse más calor.
Shaoran contempló la tumba una vez más, antes de alejarse murmurando: Van a pagar lo que le hicieron, madre...
—¿Chocolate?– su ofrecimiento pasó desapercibido. Shiefa frunció el ceño y miró detenidamente a su hermano menor. —¿No quieres?
Él negó con la cabeza.
—No tienes que preocuparte, Shaoran. Si quieres puedo llevarte a mi casa y vives con nosotros... Le simpatizas a tus sobrinos– dijo Feimei, bebiendo del chocolate caliente que acababan de servirle.
Imaginó su vida en la casa de su hermana, vestido con ropa de marca, sentado en una mesa infinita junto con el "hombre bestia" que tenía por marido. Era un hombronazo de cuerpo robusto y facciones rudas, que lucía grotesco frente a la figura delgada de Feimei.
No... Definitivamente eso no le agradaba; prefería seguir en la ciudad pequeña donde vivían, alejados del barullo y donde él aprendía de uno de los contadores, quien a menudo le pedía ayuda en sus asuntos.
—Te ofrecería mi casa, pero no es muy grande... Apenas caemos los veinte– Shiefa sonrió ligeramente al recordar la enorme cantidad de sirvientes que habían, sumando a sus hijos y sus suegros.
Las cuatro hermanas Li habían corrido suerte de encontrar cuatro esposos de buen linaje, con grandes ingresos económicos. En el caso de Fuutie ésta había heredado una fortuna al cuidar de una solitaria ancianita, quien no encontró nada mejor que repartirle la mitad de su herencia a la joven que tanto le hacía reír; y cuán fue su suerte al toparse con un hombre igual de rico, formar una familia de dos hijos, y vivir cómodamente en una mansión que parecía más bien un castillo medieval.
Y él, el menor, siempre corriendo la mala suerte de estar solo, trabajar para poder demostrar que no era un holgazán, planear un futuro igual de agradable con su madre...
—Hermanito, no estés triste, nosotras no preocuparemos de ti– Fuutie extendió su mano para acariciarle la cabeza, pero lo único que logró fue desordenar su cabello mojado.
Sus hermanas parecieron comprenderle. Ninguna lo detuvo cuando dijo que iría a su habitación.
—¿Qué haremos con él?
Fuutie contempló a su hermana, mientras golpeaba con las uñas su taza de chocolate. Los ojos huidizos le hicieron comprender que ella tampoco estaba en condiciones de ocuparse del hijo menor.
—¿Fuutie?–le llamó Shiefa, al ver que ésta había quedado pensativa.
—No lo sé.
—"Pude haberlo evitado... ¡Si sólo hubiera aceptado! ¡Maldición!"–se dejó caer en la cama, tapando su cabeza con una almohada. Parecía sentir la voz de su madre ofreciéndole un poco de pastel, y él negándose diciéndole que ella podía comérselo... ¡Si hubiera aceptado le habría salvado la vida!
Apretó su mandíbula. Los ojos comenzaron a nublársele, y el nudo en su garganta comenzó a ceder... lentamente... Era la primera vez que lloraba. En sus veinte años de vida jamás se había sentido tan poco, tan estúpido y detestable. Había perdido a sus padres, y había quedado solo. No dudaba de las buenas intenciones de sus hermanas, pero sabía que sólo sería un estorbo para ellas; se inmiscuiría en una casa extraña, donde él no era parte de la familia.
Pasó sus dedos por la mejilla, retirando las cálidas muestras de lo que sentía en ese momento. El corazón le latía con prisa, y tenía la sensación de esperar algo... Esa sensación que uno siente cuando algo está por comenzar, o por acabar.
Se sentó en la punta de la cama, con la vista perdida en el suelo. Los últimos hechos de estos días pasaban a prisa en su cabeza, impidiéndole razonar bien... Tenía algo que hacer.
—Encontrar al culpable...–se respondió, en un susurro. Las manos le temblaron, y otra serie de latidos descontrolados le hicieron ver que era cierto.
Su madre era una mujer buena. No era afectiva, más bien fría y seria, pero buena al fin y al cabo. Desde que su padre había muerto había dejado de ser muy comunicativa, se encerraba en su casa a leer libros, coser, cocinar, limpiar; cualquier cosa que la mantuviera ocupada le hacía sentir mejor.
¿Qué enemigos podía tener una mujer que había vivido humildemente? Una mujer viuda que tenía cuatro hijas y un hijo a quienes mantener, y trabaja honradamente preparando comida, o lavando ropa de gente adinerada. ¿Para qué iban a envenenarla? ¿Por qué querrían verla muerta?
—Madre...– balbuceó el joven, sintiendo que otra lagrima volvía a descender hasta perderse en las comisura de sus labios.
La lluvia iba calmando poco a poco. Las última gotas se fueron a estrellar en la ventana, deslizándose con gracia hasta desaparecer con un pequeño "tip". Shaoran abrió los ojos, en el momento que el rostro de un hombre con anteojos se apoderaba de sus pensamientos.
—"¿Clow?"– se sorprendió de pensarlo. ¿Por qué recordaba a ese hombre? Se levantó de un salto, comenzando a dar vueltas en círculos.
Conocía muy poco de Clow. Si había algo que recordaba era la desconfianza que le tenía, y que siempre supo demostrar con su conocida apatía a quienes no le daban espina. Sus visitas eran contadas, y eran por el tema de las tierras que pertenecían a su padre, quien no había alcanzado a administrarlas. Ieran no era buena en eso de los negocios, así que optó por venderle al extraño abogado, que debió insistir por varios años.
¿Y eso qué?... Clow tenía sus tierras, las había comprado, y aunque no le gustara había sido limpiamente. Él no tenía motivos por los cuales envenenarla.
La mesita de noche crujió ante la patada que recibió de parte del chico. Frustrado, apenado, con la culpabilidad cargando en sus hombros, se lanzó nuevamente a la cama, ahogando allí las maldiciones necesarias.
—Ya... No te atormentes, todo pasará.
Esa voz... Esa voz era de su madre. Intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado. Se conformó con sentir su mano acariciar su rostro, y su voz quieta que decía su nombre.
—Perdóname, mamá– susurró, cuando el sueño ya lo tenía vencido.
Fuutie sonrió tiernamente, mirando a su hermana. Apartó su mano del rostro de Shaoran, y ambas le extendieron una cobija hasta sus hombros.
—¿Quién crees que pudo hacerlo?–preguntó Shiefa, cuando habían salido de la habitación.
No habían tratado el tema por reserva a su hermano, para que no volviera a sentirse culpable. Fuutie movió la cabeza negativamente.
—No quiero pensar mal, pero...
—¿Tienes un sospechoso?–interrumpió su hermana. Se miraron unos cuantos segundos, hasta que parecieron comprender que pensaban lo mismo— El único extraño con el que trató mamá fue ése abogado que compró las tierras de Tomoeda.
—Sí, pero piensa que él ya le había cancelado todo el dinero y las tierras ya estaban a su nombre.
—Pudo haber algo... No lo sé, Clow nunca me dio confianza y se notaba que jugaba sucio– dijo Shiefa, cruzando los brazos— Y si no es Clow ya no tengo otro sospechoso.
Shaoran comenzó a moverse inquieto en la cama. Su madre aparecía en su sueño, alta, vestida con un hermoso traje blanquísimo, y una sonrisa tranquila en sus labios.
—¿Qué es lo que deseas, Shaoran?
Él volteaba a buscar a la persona que hablaba, por su voz pudo deducir que era una mujer, pero no encontraba nada, excepto una luz brillante que no le permitía ver bien a quien pertenecía.
—Quiero encontrar al que mató a mi madre– respondió agitado. Todo se estaba volviendo oscuro. La luz se iba, y la voz también.
—Ése es tu deseo... Yo estaré aquí para cumplirlo...
Lanzó un grito, mientras aleteaba con los brazos. Con su mano buscó la cobija, y se secó el rostro mojado. A su lado Shiefa y Fuutie sonreían.
—Qué mejor que un despertar como en los viejos tiempos–rió Fuutie, quien sujetaba una jarra llena de agua. —Buenos días, hermanito–saludó cuando notó que el chico le miraba molesto.
—¿Qué estabas soñando? No entendíamos qué querías decir– Shiefa se sentó a su lado. El chico le miró con el ceño fruncido.
—¿Estaba hablando...?
—Sí, hace mucho– contestó Fuutie, dejando de reír. De seguro su hermano había soñado con su mamá. Ellos tenían un vínculo muy fuerte, y era de esperar que él no olvidara lo sucedido.
—No lo recuerdo– murmuró Shaoran, encogiéndose de hombros— Si no hubiera despertado de esa manera, posiblemente sí– agregó, mirando de reojo a Fuutie.
—Oh, vamos, intentaba animarte– gruñó la aludida, levantándose con una sonrisa—¿Qué quieres de desayuno? Tu hermanita Fuutie va a cocinarte algo muy rico.
—¡Si lo cocinas tú lo dudo!– exclamó Shiefa, lanzando un suspiro.
—¡Hey, yo cocino bien!
—Sí, claro que sí...
—¿Entonces qué quisiste decir?
—Nada, Fuutie– Shiefa tomó a su hermano de la mano, y lo sacó de la habitación, con una ofendida hermana tirando humos por las orejas.
—¡Yo cocino bien!
Shaoran quedó solo en la mesa. Sus hermanas discutían en la cocina por la salsa; según Fuutie su comida no necesitaba, según Shiefa era la única manera de engañar el paladar.
Las cuatro Li siempre discutían cuando pequeñas, y siempre terminaban más unidas. Habían descubierto que las cuatro juntas podían hacer un buen equipo.
"Ése es tu deseo... Yo estaré aquí para cumplirlo"
El chico sintió un extraño vacío en el estómago. Ésas palabras... se le hacían familiares. Caminó hasta la ventana, la abrió distraído. Hoy hacía un lindo día. Del duraznero que había fuera de la casa, caían las últimas gotas de rocío. El viento soplaba cálido, y parecía más agradable que nunca. El cielo estaba casi despejado,de no ser por unas nubes blancas lejanas, que parecían copos de nieve lanzados en un descuido al lienzo azulísimo.
—¡Luce horrible! ¡Te dije que no le pusieras salsa!
—Oh, vamos, quedará mucho mejor.
—Puaj, yo no comeré.
—Te mueres de hambre. ¡Shaoran, los ravioles con salsa sureña están listos!– Fuutie corrió alegre hasta la mesa. Su hermano que estaba en la ventana, había volteado.—¿Por qué tienes esa cara?
—Basta ver tus ravioles– comentó Shiefa, sentándose malhumorada. El estómago comenzaba a rugirle, y tendría que comer si quería dejar de oír los reclamos.
Pero no era por los ravioles. Shaoran se había detenido ante la mención de la "salsa sureña"... Algo tenía que recordar de eso, que se sintió envuelto en una sensación extraña de preocupación. Sacudió su cabeza con una pequeña sonrisa.
—"Debe ser mi imaginación"–pensó, sentándose junto a sus hermanas. —"Salsa sureña..."– contempló el plato, la conocida especialidad de su hermana. Ahora que su madre no estaba tendría que conformarse con probar otros platos.
—Los ravioles quedan mejor sin salsa– siguió opinando Shiefa, que comía aparentemente de pocas ganas.
—Oye, ésta receta es muy antigua... Según sé es del sur de Japón, y nació hace muchos años...
—El sur de Japón...–repitió Shaoran. Eso era lo que tenía que recordar: Clow, y las tierras que su madre le había vendido.
"Ése es tu deseo... Yo estaré aquí para cumplirlo"
Su madre... Clow...
—¡Tengo que ir a Tomoeda!– exclamó de súbito, levantándose inquieto.
Sus hermanas le miraron sin comprender, entre sorprendidas y asustadas.
—¿A Tomoeda? ¿Qué estás diciendo?– preguntó Shiefa.
Fuutie también hizo la misma pregunta, pero no tuvo respuesta, Shaoran había quedado exaltado mirando hacia todos lados.
—Yo... no sé... Tengo que ir a buscarlo– dijo atropelladamente. Su cabeza era un atado de ideas que no podía entender.. sobretodo esa voz hermosa que volvía a repetir sobre su deseo... y que estaría "ahí" para cumplirlo.
Caminó a su habitación, sacando una vieja maleta y guardando en ella un poco de su ropa. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, pero una corazonada le decía que estaba en lo correcto. Y ésa voz le hacía confiar en que todo saldría bien.
—Quiero encontrar al culpable... Voy a encontrarlo.
* * * * * * *
Notas de Gaba! : Holaaa gente ^^ Wenis, hace mucho andaba con la idea y no podía ignorarla! XD toy peor k Shaoran y las "voces" en mi cabecita me convencieron de k tenía k escribirla =P Mmmh... no sé k más agregar ^^ sólo k espero sus comentarios.
Y nos vemos! ^x^
