Hola,
ante todo saludar a Atalanta de Tebas, que me dejó un mensaje por el prólogo. Muchas gracias!!
Y ahora no me queda más que decir. Esto es el primer capítulo de mi fic de Regulus. Espero, como siempre, que alguien lo lea.
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El hombre muerto tenía seguramente una historia, unos ultimos pensamientos... ¿Qué clase de cosas piensa alguien cuando muere? ¿Algo grandioso, del tipo "Cuál es el sentido de la vida"? O solo "debí haber cerrado la puerta con llave".
Quizás a veces se muere al instate, y no se llega a reaccionar a tiempo para pensar algo adecuado. A lo mejor la última imagen que se graba en la mente del moribundo es el horrible corte de pelo de su asesino. O que el mortífago que estaba frente a él tenía restos de la cena entre los dientes.
Es posible que como dicen, la vida pase ante los ojos de aquel que muere. ¿Pero no es, en algunos casos, una despedida muy cruel?
Sea como fuese, la vida de Regulus Black había acabado, y al ser contada ahora, no se hará ni bien ni mal al difunto.
Tal vez, estos fuesen los recuerdos con los que se abandonó este mundo. Y tal vez no.
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Capítulo I.
Dulce hogar
El hombre más noble, en su paso por el mundo, no tiene aferradas predilecciones ni obstinadas antipatías. Sigue sencillamente la línea del deber.
Confucio.
Las cortinas se sacudían en todo Grimmauld Place como si, furiosas, hubiesen decidido rebelarse contra el temporal, y las ventanas dejaban pasar el aire silbando entre sus rendijas.
Un día de tormenta, con lluvia y viento. El cielo estaba gris, y los rayos de sol que se filtraban entre las nubes apenas eran suficientes para ver con claridad. Acababa de caer la tarde, pero lo cierto es que la mañana había pasado exactamente igual, sumida en la penumbra, sin salir de casa. Y ya era la segunda semana...
Regulus pensó que moriría de aburrimiento. Sentado sobre su cama, con sus cortos pies de niño colgando sin llegar al suelo, miraba al exterior. En medio de los resoplidos y los golpes de las gotas contra el cristal, la pareció distinguir un batir de alas, pero no podía estar seguro. Últimamente se confundía a menudo, creyendo oír llegar una lechuza, con la esperanza de alguna carta de su hermano – aunque si hubiese sido de cualquier otra persona, lo mismo le daría- aunque solo fuera para aliviar el horrible tedio. Por lo tanto, no se dio prisa en acudir a la ventana hasta que el pájaro se aceró al cristal y lo arañó frenéticamente con sus garras.
El pobre Zenón estaba calado, y tiritando. Regulus lo envolvió a toda prisa en la primera prenda que tenía a la vista, una capa nueva forrada de terciopelo. Enseguida ya tenía el pergamino entre las manos. Sabía que la carta no iba dirigida a él, ¿pero qué importaba eso? ¡Necesitaba saber noticias del exterior! Zenón era la lechuza de Sirius, asique la carta tenía que ser suya.... ¡Cierto! Nada más desenvolverla vio la letra de su hermano. Emocionado, aunque sin darse cuenta, leyó:
Queridos Padre y Madre:
Tal como me ordenaron, lo primero que he hecho tras la Ceremonia de Selección ha sido escribir a casa.
Todo me ha ido muy bien hasta ahora, mis compañeros de casa me aplaudieron cuando fui a sentarme a la mesa. Algunos niños abrían la boca al oír mi apellido. He visto a Narcisa, aunque no creo que vayamos a coincidir a menudo.
Por cierto, creo que aún no lo he mencionado, no estoy en Slytherin, sino en Gryffindor.
Se despide, vuestro hijo:
Sirius Black.
P.d. Saludos a Regulus.
Releyó la carta un par de veces más, y tuvo miedo de enseñársela a sus padres. Sabía que no les gustaría que la hubiera abierto, pero sobre todo, jamás tolerarían la sola idea de un hijo Gryffindor. Terminarían sabiéndo la verdad un día, estaba seguro, pero mejor que no fuese con ese vendaval aullando fuera. Sencillamente, soportaría mejor su reacción – y sus castigos - si tuviera al menos el consuelo de ver el sol, o de salir a estirar las piernas. Colocó el trozo de pergamino bajo la colcha, y salió de la habitación.
Las viejas escaleras chirriban cada vez más. Con cada escalón oía una nueva sinfonía de crujidos, uniéndose al inmortal coro de fondo de sonidos fantasmagóricos. Encontró a su madre sola en la cocina, parecía leer. Curiosamente, Kreacher no se encontraba con ella- aunque, pensándolo bien, no tenía por que estar con ella a todas horas, quizás por fin se había decidido a hacer su trabajo (que a diferencia de lo que él pensaba, consistía en limpiar, no en besar el suelo por donde la señora de Grimmauld Place pisaba)-, aun asi, al niño le extrañó esta ausencia.
¿Madre, dónde está Kreacher? Tengo hambre.
Estaba aquí hace un momento. Creo que le molestan el ruido de la tormenta, ese elfo es más inútil cada día que pasa...Kreacher!!- gritó la mujer sin levantar la vista de lo que parecía el Profeta.
¿Sabes cuándo acabará la tormenta, Madre?
Nadie lo sabe, Regulus. Y ahora, deja de molestarme.- respondió autoritaria.
¿Tardará en volver mi padre? A dónde ha ido hoy?- Regulus preguntaba de nuevo, temía que al terminar la conversación, se quedaría otra vez solo, rodeado por esos malditos aullidos que estaba a punto de volverle loco.
Tu padre tiene asuntos que atender. Negocios, que hacen que tenga que irse a menudo.
Mamá- titubeó, pues acababa de caer en la cuenta de que la había llamado "mamá" y no "madre", y ahora no sabía como seguir. Nunca la llamaba así, y ella parecía sorprendida también, porque alzó la vista del periódico. – me gustaría saber... ¿qué es lo que hace mi padre exactamente?
Lo sabrás cuando seas mayor. No es asunto tuyo- concluyó tajante. Después añadió, haciendo un movimiento con la mano, como quitándole importancia- y de todas formas no lo entenderías.
Claro- suspiró el joven Black.
Caminó hasta el recibidor, se plantó al pie de la escalera y gritó hacia arriba el nombre del elfo, una y otra vez, hasta escuchó sus pasos rápidos.
La escuálida criatura bajó corriendo. El elfo parecía nervioso, y al mismo tiempo feliz y orgulloso de sí.
¿Qué ocurre Kreacher? ¿Dónde estabas? Quiero cenar.
Oh, Kreacher ha encontrado algo...- dijo retorciéndose las huesudas manos, y riéndose, lo cual se parecía más a un hipido- y tiene que avisar a la señora.
¿Qué has encontrado?
Oh...al joven amo le gustaría mucho saberlo- continuó exhibiendo su risita estúpida- porque es el joven amo quien lo ha escondido. Si, el amo y su hermano van a tener problemas...
¡La carta! ¡Ese despreciable cotilla había encontrado la carta de Sirius!
Dámela, maldito elfo!- gritó enfado el chico, acercándose al él, dispuesto arrebatársela a golpes.
Oh...eso es lo que le gustaría al mocoso del amo ¿verdad?. Veremos que es lo que dice la señora...
No te atrevas...- el niño apretó los puños de rabia.
¿Porqué seguir aguantando amenazas de esa piltrafa? Solo lo aguantaban en esa casa porque le hacía la pelota a su madre...ella era la única que le echaría de menos...
Todo ocurrió en un momento. Kreacher se precipitó hacia el pasillo, Regulus corrió tras él, el elfo se escabulló y su joven amo fue a parar al suelo. Oía sus risas y los pasos de sus pequeños y descalzos alejarse rumbo a la cocina. Había perdido...
No quería levantarse del suelo, sabía muy bien lo que vendría a continuación. Pasarían unos minutos, después escucharía el crujir de la carta al ser arrugada, un silencio, y...
- Regulus! Ven aquí ahora mismo!- el grito de su madre llegaba puntual...
Se levantó lentamente y caminó hacia la cocina, notando como sus pies le pesaban más con cada paso. Sin haber traspasado la puerta ya podía escuchar los gemidos emocionados y ansiosos del elfo doméstico.
Como le habría gustado retorcerle el cuello...
Cruzó el umbral y fue recibido con una bofetada.
- Cuanto hace que tienes esa maldita carta? Contesta!
El golpe en la cara había sido totalmente imprevisto, y el dolor repentino hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas.
Ha llegado hace solo un rato- respondió alejándose de su madre cuanto pudo, hasta que su espalda dio con la pared.
Pretendías mentirme, mocoso?
No- quiso que su voz sonara firme, pero solo fue un sollozo.
Querías proteger a tu hermano...pese a ser un Gryffindor. Esque no entiendes...no te das cuenta de lo que eso significa?!- Superó de una zancada la distacia que le separaba de su hijo, y descargó otro manotazo en su mejilla. Sacó la varita y lo miró de arriba abajo. Regulus giró la cabeza, preparado.
Endormium ciarus- pronunció su madre.
Todo el cuerpo del chico se sacudió al sentir las agujas en las manos y en las si sus miembros se habiesen quedado dormidos. Ya conocía el hechizo, porque su madre lo usaba muy a menudo, y también sabía que esa no era la peor parte. Cuando Antlia Black bajó la varita, Regulus sintió que la sangre volvía a correr por sus venas, invadiéndolas de dolor...un dolor agudo, en cada fibra. Y eso duraría unos minutos.
- Querías saber cuándo vendrá tu padre? Pues vendrá pronto...-amenazó la mujer con la voz mucho más calmada, siseante.-Y cuando lo haga no tardará en saber qué clase de hijos tiene. Ahora lárgate de mi vista!
El niño se sintió aliviado de salir de ahí. En silencio, las lágrimas brotaron de sus ojos y corrieron por sus mejillas. Estaban calientes y aliviaban el dolor de las bofetadas. Se tocó el lado derecho de la cara, convencido de que se había hinchado.
Cuando llegó a su cuarto y cerró la puerta, vio de nuevo a Zenón. Seguía envuelto en la capa, tiritando, casi sin moverse.
Regulus se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra la cama, y abrazó a la lechuza, tratando de darle calor.
¿Cómo iba él a dar calor a nadie? Se sentía helado por dentro.
El viento continuaba golpeando el exterior, pero ahora también lo sentía en su cabeza. En los violentos latidos en sus sienes.
Y así, sollozando y apretando al infeliz pájaro contra su pecho, se quedó dormido.
Cuando a la mañana siguiente Kreacher fue a despertarle, tuvo que llamar a la "señora" – dicho en sus propias palabras- porque la escena que se encontó era sorprendente.
El niño, acurrucado al pie de la cama, temblando de frío, con los ojos como dos costras de legañas, y con muchas hojas secas a su alrededor – el viento había vencido a los postigos de la ventana, abriéndola de par en par- apretaba contra sí a una lechuza. Sus labios se movían de vez en cuando, murmurando " A qué ya no tienes frío Zenón?"...Seguramente no se daba cuenta de que el pájaro estaba muerto.
Lejos de conmoverse, la señora Black ordenó al elfo limpiar la habitación y despertar al chico. Ahora por su culpa tendrían que comprar otra lechuza...
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Pasó un par de días más encerrado. No recordaba que su madre lo hubiera ordenado así, pero no le apetecía lo más mínimo salir de su cuarto. Sobre todo por la vergüenza que le daba lo ocurrido, la imagen que había dado... "Solo un crío débil e inútil, un llorón incapaz de aguantar un castigo"
Recibía regularmente las bandejas de comida que Kreacher le dejaba ante la puerta, ya que seguramente su madre aun no estaba dispuesta a dejarle morir de hambre (Regulus estaba convencido de que era por el qué dirán, más que por otra cosa).
La mayor parte del día la pasaba durmiendo para no tener que oír nada, ni lo que sucedía en el número 12 de Grimmauld Place, ni el temporal que se desataba fuera. Y para no tener que pensar...
No podía borrar de su cabeza el recuerdo de despertarse con la lechuza de su hermano muerta entre sus brazos. ¿La había matado él, asfixiándola? No, seguramente había muerto de frío...después del viaje y la ventana abierta...
Al cabo de tres días vio salir el sol. Por fin.
El mundo se veía distinto, había vida en todo, vida que antes no estaba ahí. Y notó que tenía fuerzas para salir, que lo ocurrido no había sido para tanto y que estar enclaustrado era ridículo. Llegó a pensar que quizás su madre tenía parte de razón...y que Kreacher tan solo cumplía lo que ella le ordenaba...Definitivamente, el sol daba esperanza a su mundo vacío.
Bajó los escalones de dos en dos, y avisó a su madre de que invitaría a Rabastan a casa. La mujer disimuló su sorpresa de verle ahí, y se limitó a encogerse de hombros, dando a entender que le daba igual. Contento, el joven Black se dirigió hacía la chimenea del salón.
Regulus- lo llamó la voz de su madre a su espalda. Él se giró de nuevo, pero ella parecía no decidirse a hablar...
Regulus...-repitió, dándose tiempo- tu padre viene hoy.
Eso no era bueno. El chico se acordaba aún de la amenaza de que le contaría lo de la carta. Tras un silencio.
- Puedes irte- completó, como si finalmente se hubiera decidido a callar lo que tenía pensado decirle.
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Dos niños de unos 9 años jugaba a ser caballeros en la biblioteca. No había un lugar mejor en toda la casa para recrear el ambiente de las historias de honor y muerte, ya que toda la sala estaba adornada con emblemas y reliquias ancestrales. Los dos había visto a los caballeros enfrentarse en los grabados medievales de los libros, o en los tapices, y ahora era su turno; empuñaban espadas de madera en una pelea a muerte.
Pero trataban de chocar con suavidad las espadas, y hablaban en susurros en lugar de gritar. Si la señora Black volvía a sorprenderlos jugando ahí...
En realidad, las precauciones eran innecesarias de momento, porque la señora Black estaba en una habitación del segundo piso, y aún así su voz se oía por toda la casa. Llevaba ya un buen rato gritando.
- Gryffindor!! Ese chico fue un extraño en esta familia desde el pricipio. ¡¡Pensar solo que ha estado dentro de mí...!! Carne de mi carne...Sangre de mi sangre!!- frases como esas, juramentos y amenazas salían por su boca todos los días, asi los niños no prestaban demasiada atención.
Regulus sabía de qué hablaban y también sabía que su padre estaba con ella, pero no se oía su respuesta. Tal vez está callado, pensó, quizás sentado en su sillón alto, con un vaso de algo fuerte en las manos, sin mudar la expresión del rostro, estuviera pensando en el deshonor. En que su orgullo de Black acababa de recibir una puñalada: su primogénito, un Gryffindor.
Sus ambiciones...sus esperanzas...arrancadas de cuajo por un trozo de pergamino que la lechuza negra de su hijo había traído atada a la pata por la mañana, sin saberse para nada portadora de tantas desgracias ni vergüenza.
Había oído a sus padres hablar muchas veces antes de su hermano- estaba seguro de que hablaban de Sirius mucho más a menudo que de él mismo-, y de que una vez en Hogwarts todas esas "malas inclinaciones" desaparecerían de su carácter, y de que estaban seguros de que llegaría a ser un buen Slytherin.
¿Cómo lo ha hecho?, se preguntó.
Había estado distraído demasiado tiempo, y para cuando se dio cuenta, la espada de su rival venía directa hacia su estómago. No podía esquivar; tenía a un lado el escritorio, y no llegaría al otro sin llevarse la estocada con el costado.
Por nada del mundo iba a perder ante Rabastan Lestrange, eso estaba claro, asique con los ultimo segundos que le quedaban antes de recibir el impacto – y la derrota- calculó la distancia que les separaba, y cuando fue el momento, le dio con todas sus fuerzas una patada en la espinilla. Rabastan perdió el equilibrio y cayó al suelo. Regulus recogió su espada y se quedó de pie frente a él, apuntándole con ella al pecho, sonriente.
- Eres un tramposo, Black! Sabes que eso no vale!- gritaba el otro desde el suelo, indigando.
Sus gritos no tardaron el traer a la señora Black.
Entró por la puerta hecha una furia. No miró a Rabastan ni un instante, solo a su hijo.
- Regulus, dile a tu amigo que se vaya a casa.- ordenó.
Lestrange estaba callado, se sentía algo culpable. Sabía que cuando él se fuera, el joven Black recibiría un castigo ejemplar. "Los Black y la desobediencia no viven bajo en mismo techo" solía repetir Kreacher, como el estribillo de una canción interpretada a todas horas por la señora de Grimmauld Place.
El niño se levantó del suelo, y abandonó la biblioteca con la cabeza gacha, lanzando una última mirada a su amigo como quien mira a un condenado. Solo faltaban las palabras: "Me alegro por haberte conocido".
Cuando la puerta se cerró tras él y pasados unos minutos, Antlia Black le puso una mano en el hombro a su hijo y le miró directamente a los ojos.
- Regulus, escúchame bien, porque solo te lo explicaré una vez.- al chico le pareció que trataba de leer algo en su interior, por la fijeza con la que le miraba-. Eres la última esperanza para la sangre pura y antigua que corre por tus venas. Es tu responsabilidad, tu deber y tu destino proteger un apellido y la Sangre. La mía, la de tu padre, y también la de nuestros padres. Si no lo haces tú, nadie lo hará. Sabes que no estarás solo, porque te guiaremos en tu cometido, y aprenderás las habilidades que te sean necesarias, con el tiempo. Nunca te faltará nada, te alzarás por encima de las mezquinadades de este mundo...Pero en la vida, todo tiene un precio, ya aprenderás eso un día.Y yo quiero que me prometas, ahora, que tú no serás como tu hermano.
Tras un breve silencio, el niño prometió.
Y esa noche, sin estar del todo seguro de lo que había ocurrido, se acostó sintiéndose feliz.
Pensó inocente, que por lo menos hoy, no le habían castigado.
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Pues estoera el primer capítulo, espero que me dejeis algun review dándome una opinión.
Sinceramente a mi no me terminaba de gustar, pero espero que mejore con el tiempo.
