9. Un Aullido en la Noche.

La hoguera que ardía en el centro del pabellón del consejo crepitaba próxima a extinguirse. Turgon, como todos los elfos en las miles de tiendas que le rodeaban, tenía frío. Hubiera pedido que trajeran más leña si no fuera porque estaba a punto de marcharse a su propio pabellón donde Elenwë e Idril lo esperaban, seguramente con una buena lumbre y algo de comida caliente. De hecho, había planeado irse antes pero un joven había llegado desde la zona norte avisando de que algunos de los exploradores que acompañaban a Verce en una expedición a los yermos septentrionales habían regresado y solicitaban audiencia inmediata con el rey.

Turgon se levantó y se acercó al fuego haciendo tiempo. Se sorprendió al no notar el peso de la brillante coraza dorada que lo había acompañado durante gran parte del viaje. En su lugar, ahora vestía un grueso abrigo de pieles y una capa, menos impresionantes pero necesarios tan al norte. Una nubecilla de vapor se formó ante su rostro debido a la respiración, realmente hacía frío y, en esos momentos, las pieles parecían no abrigar mucho más que la coraza y pesar casi igual.

Al fin, la tela de la puerta del pabellón se entreabrió, Eärfuin le anunció la llegada de los exploradores y los condujo dentro. Antes de que la tela cayera de nuevo Turgon comprobó que estaba nevando otra vez.

— Mi señor.- Dijo uno de los recién llegados adelantándose.- Traigo noticias de la dama Verce.

— Me sorprende que envíe de vuelta a la mitad de su expedición sólo para traerme noticias.

— Lo hace porque son importantes, si no, no habríamos exigido veros con tanta premura.- Dijo el elfo con cortesía.- De todas formas, mi señora vuelve hacia aquí con el resto de nuestra compañía en estos momentos, es cuestión de horas que pueda hablar con ella personalmente.

Turgon se sintió aliviado al ver que, por importantes que fueran, las noticias no significaban que parte de la expedición de Verce hubiera desaparecido en el hielo.

— Espero que así sea, pero ahora dime cual es el mensaje.

— Veréis: Hace algo menos de dos días estábamos acampados entre unos riscos próximos al mar a treinta leguas de aquí. Mientras descansábamos oímos una especie de aullido, como un lamento agudo y penetrante entre la nieve que caía. Creímos que era el viento al deslizarse entre las rocas pero pronto entendimos que no. Los aullidos se sucedían con diferentes intensidades y tonos como si alguien, o algo, se comunicara con ellos así que nos mantuvimos alerta y reavivamos nuestro fuego. Fue entonces cuando aparecieron. Eran varios, no sabría decir cuantos pues apenas distinguíamos sus ojos brillantes entre la ventisca. Al principio no se atrevían a acercarse y se quedaron en el borde de la zona iluminada por la hoguera, acechando. Si nos acercábamos, ellos se alejaban hacia la oscuridad. Encendimos antorchas y los mantuvimos lejos durante media hora pero, al final, se envalentonaron y atacaron en grupo. Eran rápidos y actuaban con decisión, apenas veíamos una sombra corriendo hacia nosotros o el brillo plateado de unos dientes. Uno de nuestros compañeros fue alcanzado en el hombro por sus garras, por fortuna sin gravedad, mientras acuchillaba a la bestia que lo atacaba; después, mi señora Verce descargó su arco sobre otro y los demás huyeron. No volvieron a aparecer aunque los aullidos duraron toda la noche. Examinamos los cadáveres y, en un principio pensamos que eran perros pues grande era su parecido con la raza de Huan pero pronto nos dimos cuenta de que estábamos en un error.

Turgon se dio cuenta de que uno de los exploradores llevaba un tosco vendaje en el torso y la túnica ligeramente manchada de sangre. Sin embargo, fuera del cansancio que mostraban sus ojos, no había signo de que la herida le afectase especialmente.

— Primero por que los perros no atacan a los elfos sin razón aparente.

— Exacto, mi señor, pero no sólo eso, eran distintos, más… salvajes. No sabría como explicarlo pero eran de rasgos más crueles, con afilados dientes y garras. Nada habíamos visto así en Valinor antes, sin embargo creímos reconocer su procedencia y condición.

— ¿Y cuál creéis que son?

— Durante el gran viaje a las Tierras Imperecederas nuestros padres y abuelos encontraron criaturas semejantes. Lobos las llamaron y las temieron por encima de los demás pobladores de los bosques pues se decía que Morgoth había puesto en ellos su maldad corrompiéndolos.

— Lobos. Conozco la historia, se decía que su sed de sangre era insaciable y sus cacerías despiadadas. Pero, es imposible, no hay lobos en Valinor, no hay forma de que hayan cruzado desde la Tierra Media.

— ¿Cómo escapó entonces Morgoth de Aman? Por poderoso que sea no creo que se aventurara a cruzar a nado las aguas de Ulmo.

— No me vengas con acertijos, no estamos aquí para discutir las argucias del enemigo ¿O sí?

— Desde luego que no. Os ruego que me perdonéis. No obstante, he de deciros que, en nuestro viaje hacia aquí, nos ha parecido oír o ver a varias de estas criaturas escabulléndose entre los árboles. Temo que los páramos al norte del campamento de vuestro padre estén infestados de ellas y que se atrevan a viajar más al sur si creen que pueden conseguir algo en los campamentos. Mi señora Verce os aclarará todo cuando llegue, ahora no podría más que hacer conjeturas con la información de la que dispongo. Precisamente, ella se ha retrasado por comprobar algunas teorías.

— Muy bien, por lo pronto pondré más vigilancia. Cuando Verce llegue espero que me diga que opina sobre los lobos y que me aclare a que viene ese interés sobre los viajes de Morgoth.

— Ahora, si nos disculpáis, estamos cansados…

— Por supuesto, gracias por vuestra premura. Independientemente de lo demás, si hay lobos en Araman suponen un gran peligro para todos, enviaré inmediatamente mensajeros a los demás campamentos para advertirles de que estén alerta y de que nadie salga solo.

— Creo que sería lo más sensato. De hecho, advertimos a vuestro padre cuando pasamos por su campamento de camino aquí, hará unas cinco horas. También dimos el aviso a las gentes de Fëanor. Por cierto, sucede algo raro allí.

— ¿Algo raro?

— Sí, demasiado movimiento entre los elfos y tensión en el ambiente. Quizá es que el cansancio nos ha hecho ver cosas que no son entre la ventisca, pero todos hemos salido con la misma impresión.

— Probablemente sea eso, pero no os demoréis más, id a descansar.

Los exploradores se retiraron con una reverencia.

———

Al poco Eärfuin entró en la tienda. Inmediatamente captó el aire preocupado del rey y, sin decir nada se ocupó de apagar el fuego y recoger algunas cosas.

— Lobos…- dijo al fin el rey.- Este viaje resulta cada vez peor.

— ¿Lobos, mi señor?

— Sí, animales parecidos a perros pero violentos y, por tanto, mucho más peligrosos. Parece ser que han aparecido algunos por las cercanías aunque se creía que sólo habitaban en la Tierra Media.

— Es cierto, lobos, lo recuerdo de alguna vieja canción. ¿Vais a hacer algo al respecto?

— Sí, hay que enviar correos a mis primos. ¿Podrías encargarte tú? Elenwë e Idril me esperan desde hace rato.

— Por supuesto, me encargaré de que un mensajero parta inmediatamente.

— Gracias Eärfuin. Te veré más tarde.

El joven se inclinó mientras el rey salía. Poco después el mismo se dirigía hacia el pabellón sur de correos. Aquello había sido una idea de Ecthelion, siempre obsesionado con que todo funcionara con eficiencia y rapidez. Había dos tiendas en el campamento, una al sur y otra al norte por las que tenía que pasar cualquiera que abandonase o llegase a la zona. Así podían saber si alguien se había perdido en el exterior. Además, los correos disponibles descansaban en esas tiendas esperando a ser enviados a cualquiera de los demás campamentos. Por ejemplo, si un mensaje llegaba de las gentes de Fingolfin, lo haría al pabellón norte de donde sería llevado, por alguno de los jóvenes que hacían de recaderos dentro del campamento, hasta su destinatario que, tras leerlo podía enviar un nuevo mensaje, por ejemplo a Finrod, que partiría desde el pabellón sur. Por supuesto, este sistema tan rápido era sólo accesible al rey y a los señores de las Casas, los demás elfos que querían enviar algo a algún pariente o amigo debían llevarlo al pabellón correspondiente (norte para Fingolfin y Fëanor y sur para los hijos de Finarfin) y esperar a que algún mensajero partiera con ese destino llevando una buena cantidad de esas cartas así como algunas oficiales.

Cuando llegó al pabellón le pareció que, en cierta forma, era como la puerta de una ciudad amurallada pero sin muralla. Era una tienda grande con dos puertas enfrentadas, una de ellas hacia el exterior, que quedaban unidas por una especie de pasillo con pesados cortinajes a cada lado. Eso le daba aún más impresión de puerta de muralla pero era necesario puesto que las puertas eran grandes y no tenían lona que las cubriera de forma que las dos zonas donde descansaban los mensajeros debían estar aisladas del pasillo para evitar el frío. Había un par de guardas en cada puerta como si un eventual ejército atacante fuera a ignorar todo el borde desprotegido del campamento para centrarse en aquella impostura de puertas.

Al apartar una de las cortinas algunos elfos levantaron la cabeza y le saludaron con cierta indiferencia. El asistente del rey era bien conocido allí y, su llegada suponía que había un correo de cierta importancia y urgencia que tendría que partir bajo la ventisca que azotaba el litoral. Los mensajeros iban rotando así que uno de ellos se levantó con gesto resignado y escuchó el mensaje que tendría que trasmitir. Después cogió una capa, un cuchillo, el arco y un carcaj y salió por la puerta perdiéndose entre la ventisca. Cuando Eärfuin se disponía a marcharse un elfo lo cogió del brazo. Era uno de sus antiguos compañeros en la casa de los exploradores (muchos trabajaban ahora como correos), un elfo amigable y jovial.

— Esperábamos que no hubiese que enviar nada hoy, hace un tiempo horrible.

— Parte de la expedición de Verce ha regresado hace una hora. Traían información importante.

— Sin duda¡Lobos! No me mires así, no es que lo sepa todo el mundo. La verdad es que había ido al pabellón norte a recibirlos y me contaron algunas cosas rápidamente. Estuve un buen rato esperándolos.

— De hecho, es una suerte que avisaran a Fingolfin y Fëanor de camino aquí, de esa forma ningún mensajero tiene que aventurarse hacia el norte.

— ¡Por todos los Valar! Como he podido ser tan estúpido. Lo olvidé completamente.

— ¿Qué olvidaste?- Eärfuin se preocupó al ver la cara de su interlocutor.

— La dama, la dama Iste, ella salió del campamento antes de que los exploradores de Verce llegaran.

— ¿Qué?- Algunos de los mensajeros se volvieron al escuchar el grito del joven. Éste cogió del brazo al explorador y lo hizo salir del pabellón.- Para qué se supone que iba a salir Iste del campamento con este tiempo… ¡Porque tenía que hablar con la gente de Fëanor! Yo también soy un estúpido, se me olvidó completamente. Pero no me explico que se fuera sola.

— Sí, dijo algo de eso, la verdad es que iba refunfuñando pero no le presté demasiada atención en ese momento, parecía molesta por algo y no quería entrometerme. Me parece que intentaron retenerla en el pabellón mientras le buscaban una escolta pero ella dijo que ya había esperado demasiado. Al marcharse se quejaba de que para hacer algo bien tenía que hacerlo ella misma. Después de que ella se fuera hubo cambio de turno y la mayoría se marcharon a descansar o con sus familias, por eso nadie se acordó de la dama cuando los exploradores trajeron la noticia de los lobos.

— ¿Y tú?- Eärfuin se dio cuenta de lo rápido -y lo alto- que estaban hablando los dos. Una sensación de apremio le embargó.

— Como te he dicho, no le presté demasiada atención, no me he acordado de eso hasta que has dicho que los lobos podrían deambular al norte de este mismo campamento.

— Dime¿Cuánto hace de eso, cuando salió Iste?

— No sé, antes de que llegaran los exploradores, poco más de una hora. Eso la sitúa…

— En prácticamente cualquier punto entre aquí y el campamento de Fëanor. Rápido, ve al pabellón norte y organiza a todo el mundo. Prepara cinco o seis partidas de búsqueda. No podemos dejar a Iste sola ahí fuera sin saber a qué se enfrenta.

— ¿Qué harás tú?

Ambos ya se alejaban a la carrera.

— ¡Avisar al rey!

———

— Mi señor.- Eärfuin irrumpió precipitadamente en el pabellón real. Hacia él se volvieron tres rostros. Uno divertido, el de Idril, otro resignado, el de Elenwë y, el último, enfadado, el de Turgon. Viendo la expresión de su rey, el joven pidió disculpas al mismo tiempo que recuperaba el aliento.

— Mi señor, la dama Iste salió del campamento hace algo más de una hora, hacia el norte. Según parece iba a reunirse con algún responsable de la casa de Fëanor.

— No puede ser, he dado órdenes de que nadie saliera hasta que comprobáramos si los lobos han llegado a las cercanías. ¿Seguro que no está con su hermano o algo así?

— No, un explorador la vio salir antes de que llegara el grupo de Verce. Debe estar ya a medio camino.

— ¿Y con qué escolta ha partido?

— Ese es el problema, con ninguna. Se fue sola.

Ahora tres rostros de preocupación lo miraban, el del rey con cierto aire de furiosa incredulidad.

— No os preocupéis, seguro que está bien. De todas formas voy a ocuparme de que envíen batidores.- Dijo a su familia mientras se levantaba. Después se dirigió a la puerta y salió con Eärfuin.

A Turgon, el aire frío le pareció más desagradable que de costumbre y, casi de inmediato sus manos y su cara empezaron a entumecerse. La nevisca que caía un rato antes había dejado paso a una fina lluvia y el rey no sabía si habían ganado o perdido con el cambio.

— ¡Centinela!- Gritó a uno de los guardias que había cerca.- Busca a los exploradores que han estado aquí hace unos minutos, probablemente estén en la enfermería pues uno de ellos estaba herido. Es urgente que los encuentres cuanto antes.

Eärfuin notó el tono de preocupación y enfado en las palabras de Turgon y lamentó aún más no haberse ocupado de que Iste no saliera sola. Sabía que el disgusto del rey no era con él pero no podía evitar sentirse atemorizado por estar al lado de uno de los grandes señores de los Noldor cuya grandeza era tanto metafórica como física. Por un momento, mientras dirigía la mirada a la espada enjoyada que pendía del tahalí de Turgon, el joven pensó que a aquél gigante entre los elfos no le costaría más de dos segundos rebanarle la cabeza si la ira se adueñaba de él. Después se sintió más culpable todavía por pensar cosas así de alguien del que sólo había recibido confianza y aprecio.

Al cabo de unos minutos el guardia volvió con el elfo que había hablado antes con Turgon. El carácter rebelde de los exploradores hizo brillar sus ojos un momento mostrando su molestia por ver interrumpido su descanso. Sin embargo, cuando estuvo al tanto de la situación se mostró dispuesto a colaborar en todo lo necesario incluso ofreciéndose para la búsqueda. Desgraciadamente, el grupo de exploradores no se había cruzado con Iste en su camino aunque era cierto que los elfos utilizaban varias rutas para moverse entre los campamentos. Desilusionado y, si era posible, más preocupado, Turgon despidió al explorador rechazando amablemente su ofrecimiento de ayuda.

— Eärfuin, quiero que vayas ahora mismo al pabellón norte, organiza equipos de búsqueda. Que vayan armados, supongo que los arcos serán lo mejor.

— Ya están avisados, Aranya. Sólo esperan a que se les dé la orden de partir.

— Estoy muy preocupado. Si un grupo bien pertrechado tuvo problemas para rechazar a los lobos… Iste está sola, no me lo perdonaría si le pasara algo.

— Ni yo, si me lo permitís partiré personalmente con los batidores.

— Claro, yo mismo iría pero no quiero que todo el campamento se alarme. Después de todo –dijo sonriendo débilmente- tampoco debemos ponernos en lo peor. Sabemos que hay lobos en el norte y que no temen atacar a los elfos, pero no sabemos si han llegado hasta aquí. Lo más probable es que lleguéis a la playa donde acampa Fëanor e Iste se ría de todos nosotros por ser tan agoreros.

— Os informaré en cuanto vuelva.- Dijo Eärfuin con una reverencia.

— Sí, no te demores más.

Turgon vio al joven perderse corriendo entre las tiendas antes de volver a entrar a la suya.

———

Cuando Eärfuin llegó al pabellón norte entró en la sala común para dar las últimas órdenes. Unos quince elfos estaban ya pertrechados para salir con largas capas, espadas, cuchillos y arcos. Todas las miradas se volvieron hacia él con la esperanza de que les dijera que Iste había regresado y que no tendrían que salir con ese frío.

— Cómo ya sabréis -dijo el joven- la dama Iste salió del campamento hace casi hora y media. Se dirigía al campamento de Fëanor por lo que no debería estar muy lejos de allí. También se os ha informado de la presencia de lobos en las cercanías. Para los que no sepáis que son, los reconoceréis por ser parecidos a perros pero tened precaución pues son violentos y atacarán si les dais opción. No sabemos cómo de extendidos pueden estar por los páramos así que si veis uno no os confiéis, probablemente no esté solo.

Miró al grupo de exploradores, todos asentían con la cabeza ante sus palabras. No vio ninguna sombra de miedo en sus ojos, aquellos elfos estaban acostumbrados a cosas peores. Al fin y al cabo, muchos de ellos habían ido abriendo camino para el grueso del pueblo élfico desde que salieron de Eldamar.

— Vosotros tres –dijo señalando al grupo que estaba más cerca de la puerta- iréis directamente al campamento de Fëanor, no os detengáis a menos que veáis a la dama o encontréis un rastro muy claro. Si ella ya estuviera allí o llegara mientras la esperáis, enviad a alguien aquí y avisad al resto de los grupos. El resto se repartirá por todo el terreno desde aquí hasta la playa donde está atracada la flota Teleri. Recordad que no tenemos motivos para sospechar que la consejera Iste esté en peligro pero el rey quiere asegurarse personalmente de que vuelva sana y salva así que se espera lo mejor de vosotros. Yo mismo supervisaré la búsqueda, estaré en la zona más cercana a la gente de Fëanor puesto que es más probable que la alcancemos allí si ha viajado despacio.

En grupos, los exploradores comenzaron a abandonar la sala hacia la puerta del norte. Los que se quedaban reavivaron el fuego y se prepararon para pasar unas largas horas de espera durante las que quizá tendrían que salir ellos mismos bien fuera a buscar a Iste bien a cualquiera de los que ahora se marchaban. No sin cierta sorpresa, Eärfuin vio entrar a Artue en la tienda. El líder de una de las casas guerreras y uno de los mejores espadachines que habían conocido los Noldor sonreía jovialmente.

— Me han dicho que estás organizando una excursión.

— No por placer desde luego, pero no sabía que la noticia de los lobos se hubiera extendido por todo el campamento.

— Y no ha sido así, pero tengo mis contactos. A propósito, si necesitas alguna ayuda por aquí, mis elfos se aburren…

— No hará falta, además espero que todo esto no sea necesario, probablemente Iste se burle de nosotros cuando vuelva.

— De todas formas, yo estoy muy aburrido así que si no tienes objeción no me importaría darme un paseo.

— Al contrario, tu espada y tu compañía siempre son bienvenidas, Artue. Aunque yo voy a salir ahora, quiero llegar a las cercanías del campamento de Fëanor lo antes posible.

— No hay problema-. Dijo señalando el pesado abrigo y la espada que colgaba del cinto.- Yo estoy listo.

— Y yo también.

Eärfuin se volvió hacia la nueva voz. Una voz que conocía demasiado bien y que, en ese momento sólo significaba problemas.

— No, eso ni lo sueñes. No quiero acabar teniéndote que salvar a ti.

— ¿Cómo te atreves?- Replicó Idril con falsa indignación.- ¿Cómo te atreves a contradecir a Idril Celebrindal, princesa de los Noldor?

Eärfuin la miró de arriba abajo: Abrigo de pieles, una larga capa con capucha, botas de viaje y el par de dagas gemelas que Iste le había regalado cuando demostró que era igualmente hábil con ambas manos. Sin embargo, entre todo aquello no había más que una niña frágil y endiabladamente insensata que de alguna forma siempre conseguía salirse con la suya. Eärfuin se propuso que no sería así, por primera vez le negaría algo a la hija del rey.

— No puedes venir, Idril, es peligroso. Piensa en lo que diría tu padre.

Pero la joven estaba demasiado decidida para preocuparse de que Turgon enviase a la mitad de su ejército tras ella.

— Él no tiene por qué enterarse y además sé defenderme. Ya es hora de que me dejen hacer algo.

— Sí, pero no esto y no bajo mi responsabilidad. Ayúdame un poco Artue-. Dijo volviéndose hacia el soldado.- Tú tienes más autoridad que yo.

— Yo no quiero saber nada-. Respondió el elfo divertido.- Al fin y al cabo, ella lo ha dicho muy bien, es una princesa de los Noldor y no está bien contravenir a la realeza.

— Mira Eärfuin, Iste es tan amiga tuya como mía y quiero hacer esto por ella. Si no me dejas ir contigo, me iré sola.

— No, no te irás y punto -. Eärfuin se volvió para indicar a los dos exploradores que iban a acompañarles que fueran saliendo y después se dirigió a los que se quedaban de guardia.- Por orden del rey –les dijo- nadie debe abandonar el campamento una vez nos hayamos ido. Haced que se cumpla esa orden.

Después, agarrando a Artue de un pliegue del abrigo lo arrastró fuera del pabellón. Idril intentó seguirlos pero los exploradores la detuvieron diciéndole que no podían dejarla pasar. Eärfuin había sido muy listo, como escudero del rey tenía la potestad de transmitir sus mandatos así que la orden que acababa de dar estaba por encima de la autoridad que aquellos elfos pudieran darle a Idril por mucho que fuera la hija de Turgon. Sin embargo, Idril no era una niña desvalida, los años de viaje le habían enseñado mucho y el entrenamiento con Iste la había preparado para situaciones como aquella. Deseando que su poder no la abandonase como solía hacer, la joven habló con tono autoritario.

— No os atreváis a detenerme, no someteré mi voluntad a la de un escudero.

— Pero, mi señora –intervino uno de los mensajeros visiblemente contrariado- son órdenes del rey, ni siquiera vos podéis desafiarlas.

La sala pareció oscurecerse de repente, el fuego crepitaba en el centro pero producía más sombras que luz. Brillando de forma casi imperceptible, más alta que cualquiera de los que la rodeaban, inmóvil e inamovible, amenazadora y, a la vez, bella como nunca lo había sido, Idril volvió a hablar.

— Yo decidiré qué puedo y qué no puedo desafiar.- La voz de la joven fue como un viento terrible que, sin embargo, parecía también transportar una música maravillosa y embriagadora.

Los elfos a su alrededor se inclinaron ante ella y la dejaron pasar, nadie podría convencerles de que no habían hecho lo correcto. Idril se deslizó rápidamente hacia la salida intentando mantener un porte altanero mientras la ilusión se desvanecía a su alrededor. Cuando ya no podían ver su cara, sonrió orgullosa de haber sido capaz de mantener el control del encantamiento. No era difícil mostrar poder y autoridad ante aquellos no instruidos en las artes mágicas pero, para ella había supuesto un tremendo esfuerzo y la ilusión había estado a punto de desvanecerse todo el tiempo. El frío del exterior y algunas gotas de lluvia la despejaron por fin, se arrebujó en el abrigo y antes de dar dos pasos se detuvo bruscamente.

Eärfuin y Artue la miraban desde el camino. El primero entre resignado y furioso, el segundo con gesto tan divertido como antes.

— Tu padre me matará por esto.- Dijo el joven mientras los tres se perdían en la noche.

———

Idril apenas podía seguir el paso de sus dos compañeros, lo que parecía un camino despejado cerca del campamento se había convertido en una senda imposible entre las rocas. Subiendo y bajando por el borde del acantilado, tan pronto pisaban la arena de la playa como escalaban abruptas colinas. El viento arreciaba y la lluvia había hecho bajar pequeños aunque helados torrentes desde las cercanas cumbres. Dos o tres veces se cruzaron con alguno de los exploradores. Buscaban a los lados del camino desde el mar hasta donde consideraran que Iste podía haberse adentrado. Ninguno había encontrado rastro de la sabia y, conforme se acercaban al campamento fëanoriano, una sensación de angustia empezó a crecer en el pecho de Idril. Después de hora y media de caminata, un bosquecillo de abetos se abrió a los lados del camino. Era algo excepcional pues tan al norte, la mayoría de la vegetación consistía en una masa informe de matorrales retorcidos. Justo cuando se disponían a entrar en el bosque, un elfo salió de él.

— Ah, Eärfuin, es una suerte encontrarte -dijo el explorador visiblemente aliviado. Luego, al reconocer a sus acompañantes se mostró sorprendido mientras se apresuraba a saludarlos.

— ¿No envié a tu grupo al campamento de Fëanor directamente? Dime¿tenéis noticias de la dama Iste?

— No, los guardias dicen que no había llegado nadie desde el sur. De hecho, con la noticia de los lobos, Fëanor ha enviado algunas partidas de batidores para asegurarse de que nadie de su gente estaba fuera del campamento. Dicen que es inútil que la busquemos por los alrededores pues ellos ya la habrían encontrado.

— No son buenas noticias. Confiaba en que Iste ya estuviera allí. Debería haber llegado hace un buen rato, eso quiere decir que le ha pasado algo, debemos volver. ¿Dónde están los que iban contigo?

— De hecho, esa es la razón por la que me alegraba de verte, uno de mis compañeros ha caído en una sima no muy lejos de aquí. Lo hemos sacado pero creemos que se ha roto una pierna y está algo aturdido. Ninguno de los que le acompañábamos es experto en el arte de sanar y no sabemos si llevarlo de vuelta al campamento.

— Exploradores –intervino Artue- nunca los envíes para rescatar a alguien o acabarás teniendo que rescatarlos a ellos. Si no te importa, Eärfuin, me acercaré a ver cómo está. Creo que lo mejor es que vosotros dos os adelantéis hacia el campamento de Fëanor y me esperéis allí. Después de todo estamos cerca y podremos convencerle de que prescinda de unos cuantos de sus elfos para ayudarnos. Después volveremos sobre nuestros pasos. Mi señora –se despidió volviéndose hacia Idril- os dejo en buenas manos.

— Te quedarás allí cuando lleguemos hasta que pueda enviarte una escolta adecuada.- Dijo Eärfuin en cuanto Artue se hubo internado en la espesura.

— ¿Otra vez dándome órdenes?

— Conmigo no sirve tu pose de princesa, Idril. Ya te has puesto en peligro lo suficiente y, estando tú alrededor, no puedo concentrarme en encontrar a Iste que es para lo que estamos aquí. Además, si ella no ha llegado aún es que hay peligro en los alrededores. Me harás caso y te quedarás en el campamento de Fëanor. Seguro que se sentirá muy halagado de tenerte como invitada.

Idril no se atrevió a protestar. Acababa de caer en la cuenta de que lo que había dicho Eärfuin sobre que su padre le mataría era casi cierto. Tenía asumido el castigo que iba a recibir ella pero, probablemente, él se llevaría la peor parte. En cierta forma, Idril sabía que no debería haber obligado a su amigo a llevarla con él pero lo había hecho y ahora debía cargar con las consecuencias. Estaba sumida en estos pensamientos cuando la senda que seguían se bifurcó de repente en un pequeño claro. Un camino salía del bosque hacia los acantilados y hacia la playa; el otro, se perdía entre la penumbra de los árboles. Un rastro de pisadas giraba desde el camino del bosque hacia el que se dirigía hacia el mar.

— Parece que los batidores de Fëanor no se han esmerado demasiado. Mira, sus pisadas no se apartan del camino, no veo cómo querrían encontrar a nadie así. Más bien parece que estuvieran patrullando que buscando –.Eärfuin se interrumpió con una exclamación.- Espera, esa pisada es distinta, es una bota de mujer¡Iste ha pasado por aquí!

Idril se fijó en la pisada que señalaba su compañero. Desde luego, era un pie muy pequeño para un elfo. Sin embargo, sólo esa pisada había sobrevivido, los batidores habían borrado el resto del rastro y era imposible saber si Iste había seguido hacia el bosque o hacia la playa. Si es que realmente era ella.

— ¿Hacia dónde habrá ido? –Preguntó Eärfuin con desesperación.- Ella te ha enseñado cosas, he visto como utilizabas tu poder antes. ¿No puedes encontrarla con tu magia?

— No sabes lo que estás pidiendo.

— Quizás no, pero lo estoy pidiendo. Sé que Iste ha estado aquí, estoy convencido y, además, sucede algo extraño en el campamento de Fëanor. Después de todo lo que he oído en estas últimas horas tendría que ser idiota para no darme cuenta. Temo que por culpa de lo que sea que se trae entre manos no encontremos a Iste a tiempo.

— Está bien. Pero no puedo prometer nada.

Tal y como Iste le había enseñado y tal y como tantas veces lo había intentado con desigual fortuna, Idril se relajó y respiró profundamente. Su espíritu voló a su alrededor y sintió la caricia del viento, el frescor de la lluvia y el susurro de los árboles que se empeñaban en traer vida a un paraje muerto. De pronto la envolvió la sensación de vértigo que precede a una visión y el mundo que la rodeaba le fue arrebatado de sus ojos.

Árboles. El bosque estaba de nuevo a su alrededor y, por un momento, pensó que había fracasado. Sin embargo, ya no estaba en el mismo claro ni Eärfuin estaba a su lado.

Corría, corría sin descanso entre los árboles. Algo debía perseguirla pues tenía miedo. Se oían gruñidos y aullidos, unos ojos brillaban en la oscuridad. Entonces se detuvo y la vio. Agazapada tras el tronco de un árbol estaba tensa como la cuerda de un arco. Llevaba la cabeza cubierta con una capucha y no podía verle el rostro. Los lobos la habían rodeado y ella se preparaba para defenderse.

— ¡Iste!- gritó Idril.

La elfa se volvió hacia ella y, entre la penumbra de su rostro, Idril distinguió una mirada de determinación. Antes de que pudiera ver más, el eco de su llamada volvió a ella mezclado con el rugido del mar.

¡Iste¡Iste¡Iste!

De nuevo el mundo se desvaneció a su alrededor y se encontró cayendo por un acantilado. Mientras se precipitaba en un descenso sin fin, la vio tendida sobre la arena, entre las rocas. Iste estaba allí y estaba herida, quizás muerta. Se tapó la cara para protegerse del impacto con el suelo pero en vez de la fría y dura nieve, la acogieron unos brazos cálidos.

Aún con los ojos cerrados, volvió a sentir el viento y la lluvia en su piel y supo que estaba de vuelta. También sintió el dulce abrazo que la rodeaba y el aliento de Eärfuin sobre su rostro. Se sintió segura en los brazos de un amigo aunque, por un momento, no se sintió preparada para enfrentarse a esos ojos grises como un mar furioso, los ojos de un amigo ¿o de un amante? Y, llegada de las reminiscencias de la visión, una voz cantó en su interior.

Los ojos de tu amante son grises como el mar

Pues aquél al que has de amar,

El mar te lo traerá.

Pero cuando abrió por fin los ojos para encontrarse con una mirada de alivio, aquellas palabras volaron de su memoria.

Sin embargo, para Eärfuin no era un momento fácil. No debería haber permitido que Idril lo acompañara y no debería haberla incitado a forzar unas capacidades que no era capaz de controlar. Al verla desmayarse…, ni siquiera sabía qué había sentido: por una parte, le había venido a la cabeza la ira de Turgon por no haberla cuidado, por otra, había pensado que el peor de los castigos no era comparable a perderla. Durante un momento, olvidó todo a su alrededor, tenerla en los brazos le embriagaba y sólo ella parecía real entre la oscuridad. Pero era princesa y muy joven y, aunque los elfos acostumbraban a prometerse a edades tempranas, era inútil pensar en el futuro en aquellas circunstancias. Cuando llegaran a la Tierra Media, cuando él demostrara su valía a los ojos de Turgon, cuando hubiera un mañana; entonces lucharía por Idril Celebrindal, ahora le bastaba con que abriera los ojos. Y los abrió y en su mirada encontró consuelo y alivio mientras la ayudaba a ponerse en pie.

— ¿Estás bien? –Preguntó Eärfuin y, al ver que Idril asentía siguió- ¿Qué has visto?

— A Iste –respondió respirando con dificultad- en los acantilados, ha caído hasta la playa.

— ¿Dónde?

Con esfuerzo, Idril levantó su brazo señalando hacia el camino que llevaba hacia la costa.

— Allí, tras esa colina.

— ¿Has visto si estaba herida?

— No lo sé, parecía que sí… debes irte, deprisa. Yo, ahora, te retrasaría, estoy cansada. Iré detrás de ti y, si no te veo te esperaré en el campamento de Fëanor.

— No puedo dejarte sola.

— Iste te necesita, no va a pasarme nada. ¡Ahora corre!

Eärfuin la miró con indecisión antes de echar a correr por el sendero embarrado. Idril dedicó apenas unos instantes a seguirlo con la mirada y a recuperar el aliento. Después, asegurando las dagas que pendían de su cinturón, se internó rápidamente en el bosque.

———

Sabía que no debía hacer lo que estaba haciendo, pero eso no la había detenido antes ni la detendría ahora. Sólo se lamentaba de que Eärfuin se preocupara por ella si no la encontraba pero era más importante ayudar a la mujer que había visto. ¿Quién sería? Quizá sólo había visto el pasado e Iste había huido por aquel bosque antes de caer por el acantilado pero¿y si era al revés¿Y si Iste estaba a merced de los lobos en estos momentos? O, a lo mejor, esa mujer era de la gente de Fëanor. Sus batidores podían no haberla visto y había quedado atrapada en el bosque. Desde luego, había hecho lo correcto enviando a Eärfuin al acantilado. Si Iste estaba allí era necesario que la encontrase pronto así que ella era la única que podía ocuparse de quien quiera que vagara entre aquellos árboles.

Mientras corría por el sendero dejó que su instinto la guiara, él la había traído hasta allí, así que era lo más adecuado. Por eso se atrevió a dejar el camino apenas unos minutos después y continuó avanzando por un terreno agreste e irregular que la lluvia, la nieve y el hielo habían hecho tremendamente resbaladizo.

'Tampoco es que sea mucho peor' pensó 'al fin y al cabo, no se podía decir que la senda fuera una de las calles pavimentadas de Valmar'

No obstante, acabó admitiendo que sí era peor. Su nueva ruta la llevaba hacia las montañas y acabó trepando entre el barro y peleándose con unos árboles que no la dejaban avanzar. Además, conforme el bosque se hacía más espeso, la poca luz que las estrellas podían hacer llegar a través de las nubes, la misma luz con la que los elfos habían aprendido a moverse por el mundo, se volvía aún más tenue e Idril caminaba tropezando con raíces y golpeándose con las ramas. Fatigada, se detuvo para hacerse una idea de dónde estaba y se lamentó de haber olvidado la yesca y el pedernal en el campamento, le hubieran sido de más ayuda que las dagas. Se estaba preguntando si podría hacer un fuego con magia cuando un rayo hendió el cielo y cayó a poca distancia. El bosque se llenó de luz plateada al tiempo que el trueno la ensordecía y la joven se estremeció.

Demasiado bien conocía Idril las tormentas tras años en el norte, demasiado bien como para temer al rayo y al trueno más de lo necesario: lo que la había hecho sobresaltarse eran dos ojos brillantes que la observaban desde la penumbra entre los árboles. Y corrió, como había hecho en su visión, corrió. Más ojos de mirada cruel aparecieron a su alrededor, acechándola, guiando sus pasos a voluntad mientras la esperanza de huir se desvanecía. Al fin, cuando no pudo correr más se detuvo en un pequeño claro. Era un círculo de suelo rocoso, por eso estaba despoblado de abetos y, en el centro, una roca de más de tres brazas apuntaba al cielo. Apoyó la espalda en la piedra y miró alrededor; la oscuridad, burlona, le devolvió la mirada. Primero uno y luego diez, pares y pares de ojos se abrieron en los bordes del claro y, cuando un nuevo relámpago rasgó el cielo, Idril distinguió la forma de casi veinte lobos de gran tamaño que acababan de encontrar su presa. Se volvió a estremecer cuando contestaron al trueno con sus aullidos.

'Quizás fuera su presa pero no sería una presa fácil' pensó mientras desenvainaba las dagas y miraba las runas grabadas en la hoja brillar débilmente respondiendo a su propietaria.

"La desgracia alcanzará al que con mala intención

Siga un rastro de pies de plata"

Deseó que fuera verdad. Uno de los lobos se adelantó entrando en la zona poco más iluminada que delimitaba el claro. Idril lo amenazó con las dagas y el animal retrocedió pero, mientras tanto, otros cuatro o cinco se aproximaban a ella por otras direcciones. Con un rugido, uno de ellos echó a correr hacia la elfa; sin tiempo para pensar, ésta se volvió hacia él y le lanzó uno de los cuchillos. Silbando, giró en el aire y se clavó en el cuello del lobo. Antes de que cayera al suelo, muerto, los demás se habían retirado a la penumbra de nuevo.

'Una sola daga y quedan diecinueve, esta vez sí la has hecho buena Celebrindal' pensó con desesperación. No se atrevía a recoger su otra arma, si se apartaba de la piedra, se abalanzarían sobre ella.

Los lobos volvieron a coger confianza. Por segunda vez, uno de ellos atrajo la atención de su presa mientras otros se acercaban. Idril aferró con fuerza la daga. El lobo que más cerca estaba de ella la miraba con ojos inyectados en sangre y le mostraba unos dientes pavorosos. Viéndola acorralada, todos los demás estaban ya en el claro y sus gruñidos llenaban el aire. En el momento en que iban a abalanzarse sobre ella, un arco cantó en el bosque. La flecha alcanzó su objetivo y una de las bestias se derrumbó. Antes de que los demás se dieran cuenta de qué sucedía, otra flecha cayó sobre la manada alcanzando a uno de ellos en el costado. La mayoría se dispersó, sin embargo, algunos parecían reticentes a abandonar una presa ya rendida y miraban alternativamente a Idril y al bosque.

Fue entonces cuando, de entre los árboles, surgió una figura embozada. Llevaba un manto oscuro con capucha y una túnica de viaje e iba armada con dos cuchillos labrados, tan grandes, que podrían haber sido espadas cortas. Apenas daba tiempo a seguirla con la vista, era sólo un revuelo de telas y un brillo de acero. Un lobo murió atravesado mientras caía otro rayo; dos más, antes de que llegara el trueno y los demás huyeron antes de que los ecos se perdieran entre las montañas. Cuando todo hubo terminado, Idril reparó en que su salvador era mucho menos imponente de lo que le había parecido, no era mucho más alto que ella ni mucho más corpulento. Entonces cayó en la cuenta de que era una mujer, la misma elfa que ella había creído que tenía que ayudar. Sin embargo, no parecía tener mucha prisa en presentarse: se tomó su tiempo para limpiar los cuchillos y para volver a colocarse la capa y la túnica de forma adecuada. Al fin, se quitó la capucha y volvió hacia Idril un rostro de facciones marcadas, con carácter pero innegablemente bello enmarcado en una melena azabache y presidido por unos ojos negros como el carbón.

— Alteza…, siempre es un placer.

———

Después de otro par de relámpagos, había empezado a llover con fuerza. Una de esas tormentas agradables cuando no hace frío y hay un refugio donde guarecerse, pero terrible en campo abierto.

— Odio este tiempo -dijo Verce mientras volvían a salir al camino-, todos estos días debatiéndose entre la nieve y la lluvia y, ahora, tormenta. Como si no tuviéramos bastante con el frío.

La exploradora parecía no estar muy afectada por su lucha con los lobos. De hecho, tras salvar a Idril su único comentario al respecto se había referido al desperdicio que era dejar unas pieles tan magníficas ahí tiradas.

— Bueno, Idril, creo que es un buen momento para que me cuentes qué hacías sola en medio de la nada con este tiempo y lobos alrededor.

— Eh…, la verdad es que intentaba salvarte.

— ¿Salvarme? –Una mueca de diversión pasó por el rostro de la noldo.- Un gran trabajo, sin duda.

— Tuve una visión, vi a una mujer corriendo por el bosque y creí…

— Que era Iste. Sí, ya lo sé. Verás, venía acompañada por dos elfos de mi casa cuando los lobos nos atacaron. Hirieron a uno de ellos y decidí que lo mejor era pedir ayuda en el campamento de Fëanor. Los guardias parecían poco dispuestos a auxiliarnos pero viendo que mi compañero estaba malherido, nos llevaron con sus sanadores. Entonces me dijeron que habían llegado más batidores desde el sur buscando a la dama Iste que, supuestamente, había partido sola desde el campamento de Turgon. Me aseguraron que ya habían registrado los alrededores y que Iste debía estar más al sur así que dejé a mis hombres allí y emprendí la marcha para ver si podía ayudar.

— Parece que Fëanor no tiene interés en tenernos por los alrededores, ponen demasiado énfasis en que Iste no puede estar cerca cuando es falso. Eärfuin, Artue y yo salimos a buscarla hará casi tres horas…

— Me sorprende que tu…

— No lo sabe.

— Claro, continúa.

— Toda la ruta hacia el sur está plagada de batidores y Artue se quedó para atender un herido. Eärfuin y yo llegamos hasta aquí –en ese momento apareció ante ellas la encrucijada- e intenté tener una visión sobre Iste. La vi bajo los acantilados algo más al norte pero también te vi a ti, sin saber que eras tú. Así que envié a Eärfuin a por ella y luego fui a buscarte.

— Él no debería haberte dejado ir sola. Aunque ya no pertenezca a mi casa te aseguro que se llevará una reprimenda.

— El caso es que le engañé, le dije que estaba fatigada y que iría tras él. De hecho, ni siquiera quería traerme pero no le dejé opción.

Verce le indicó que se callara con un movimiento de mano. Algo había atraído su atención en las huellas que cruzaban el camino.

— Muchos elfos han pasado por aquí: batidores de Fëanor, probablemente. También veo vuestras pisadas y quizá las de Iste viajando al norte. Pero hay unas más recientes, alguien ha pasado en dirección sur, corriendo a gran velocidad.

— ¿Eärfuin?

— No sabría decirlo, la lluvia está borrando los rastros.

— Pero¿por qué iba a correr solo de vuelta¡A menos que Iste esté gravemente herida!

— ¿Dónde la viste?

— Por ahí. Vayamos, rápido.

Las dos elfas levantaron sus túnicas empapadas y echaron a correr por el camino de los acantilados. Idril iba trastabillando por el peso de la ropa mojada y por lo resbaladizo del suelo. Además, la lluvia no les dejaba ver más que a corta distancia. Al fin, Verce le indicó que se detuviese.

— Los dos rastros terminan aquí, en el borde del acantilado. ¡Cuidado! El suelo está helado.

Se asomaron con cautela y vieron, a varias brazas, una silueta que apenas se distinguía del terreno de la playa. Idril se dispuso a bajar buscando una senda entre el borde rocoso.

— ¡Espera!

Verce buscó en la bolsa que llevaba en el tahalí y sacó la yesca y el pedernal que Idril había echado de menos antes. Después cogió una flecha del carcaj que llevaba a la espalda. Tenía la punta envuelta en una tela que la exploradora mojó con una especie de aceite que sacó de un frasquito.

— No podemos llevárnosla solas. Esto alertará a los batidores que estén cerca.

Sin embargo, las piedras estaban empapadas y, por más que lo intentó no fue capaz de hacer que la flecha prendiera.

— Me han dicho que estás instruida en las artes antiguas. ¿Crees que podrías hacer algo? – Dijo al fin tendiéndole la flecha.

Por segunda vez en un día le pedían que utilizase sus escasos conocimientos de magia. Idril recapacitó durante unos segundos. Invocar al fuego era algo sencillo, lo había hecho varias veces y, además, en aquel caso sólo necesitaba una chispa, el aceite haría el resto. Sin embargo, cuando le indicó a la exploradora que mantuviera la punta de la flecha entre sus manos, estaba casi segura de que fracasaría.

Cerró los ojos y nombró en su mente las palabras que había aprendido y trajo a su memoria la ardiente savia de Laurelin, los fuegos de las fraguas de Aule y el fuego que nunca se apaga y que nadie ha visto, el fuego secreto. Luego, abrió los ojos y descargó su espíritu sobre la flecha:

¡Urya! (¡Arde!)

Un fuego azulado envolvió la punta que empezó a arder enseguida. Verce puso la flecha en el arco y la lanzó hacia el cielo.

— Bajemos.


Lo siento, de verdad que lo siento. Prometí terminar el capítulo para Navidad y lo cuelgo para Semana Santa. Soy un desastre. Además, lo cuelgo porque me voy de vacaciones esta semana y no quiero esperar más. En realidad el capítulo debería seguir así que no sé si dejaré lo demás para el siguiente o si (probablemente) modificaré este. De todas formas, tendréis que darme un par de meses más porque ahora estoy muy liado. Por lo menos, como veis no he dejado el fic ni tengo intención de hacerlo pero es que a veces puede conmigo.

El capítulo está casi sin revisar porque quería medio terminarlo hoy así que a lo mejor tiene algún fallo: Reviews por favor!

Y ahora, un par de agradecimientos.

Aurenar: Gracias por tanta paciencia y siento que el capítulo no va a cumplir las expectativas. Al final Helcaraxë se ha movido al 10 y, ni siquiera he terminado todo lo que quería contar en este. Desde luego, si dejo todo para el 10 va a ser "el super capítulo". Siento también el lío que me hice con los espacios en el anterior, la verdad es que cuando lo subí era ilegible (maldito por eso ahora recurro a separar las partes con guiones que también se los come, mierda. Bueno, creo que lo he arreglado). Bueno, pues eso, que muchas gracias y que, esta vez prometido, en el siguiente llego a la Tierra Media como me llamo Gelmir.

Nerwen: Pues ahora si que te tendré preocupada… Bueno, pos no es de llorar todavía. En el siguiente sí, de verdad. Un saludo.

Por cierto, gracias por el premio de los Anime Awards (si alguno habéis votado) aunque no tengo demasiada idea de qué iba todo eso XDXD.

A los que no dejáis review, DEJAAAD (por favor).

Un abrazo a todos y volveré.