Bueno, Después de tanto tiempo aquí estoy. Seré un poco breve y discúlpenme pero tengo que hacer la tarea. Estoy muy feliz, más que feliz debo decirles: 100 reviews. Wow, no se cómo describir cómo me sentí cuando alcancé esa cifra, y aún más cuando la pasé alcanzando los 103, que son nada mas y nada menos gracias a ustedes. Y creo que con este capítulo se los agradezco bastante bien. Porque todos lo pidieron y lograron ablandarme el corazón con sus reviews.
Reviews:
May Sk – Creo que te compensaré mucho con este capítulo. Me alegra que te hayas recuperado, cuentas con todo mi apoyo. Cuídate mucho, te mando besos.
Minamo – Te lo diré con esta frase. Todo va a salir bien. Cuídate mucho.
Kami Hao – Nu me odies. No te preocupes tengo preparado un Anna & Hao dedicado especialmente a todos los amantes de la pareja. Espero que sigas leyendo, gracias.
Itsuzeru – Gracias por tu review, espero que te guste mucho este capítulo.
Keiko Sk - ¿De las mejores? Gracias, en verdad me alegro que te guste, espero que también pienses lo mismo de este capítulo.
Seinko – Espero que disculpes a Yoh en este capítulo. Disfrútalo, besos.
Yo chan 1 – Me causó mucha gracias eso de la alfombra. Pero bueno, si te digo voy a arruinar la sorpresa, lee. Besitos.
Gracias a todos por sus reviews. Anuncio que la historia pronto llegará a su fin.
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¿Reconciliaciones?
Capítulo IX
Estaba en la soledad de su habitación, haciendo lo que había acostumbrado a hacer los últimos días en los que sólo vivía en cuatro paredes: Pensando. Se sentía hasta cierto punto, enloquecida al verse víctima de una claustrofobia que ni siquiera era real, porque tenía la libertad de ir a donde se le diera la gana, y no entendía por qué no lo hacía. Era desesperante saber que de sus entrañas había salido un hermoso hijo y no tenerlo a su lado, extrañarlo con insana locura y hasta jurar haber olvidado como era su rostro o que tan lacios eran sus rubios cabellos.
Aunque después de todo, ése era su castigo por infiel. Era la cruz con la que tenía que cargar siempre, si las cosas no llegaban a su fin.
La rubia sonrió acariciando un pequeño peluche de conejito que Yoh le había regalado al bebé. Era espantoso y de muy mal gusto, pero a Hana le encantaba y no podía imaginárselo jugando con otro peluche que no fuera ése.
Sabía que Hana estaba en buenas manos y que las atenciones no le faltarían con los abuelos, pero ¿Acaso Kino no se daba cuenta de que ese niño no podía estar sin su madre¿Qué necesitaba un padre que lo mimara y jugara con él?
Que… que no tenía culpa de que sus padres fueran unos irresponsables. Suspiró derrotada. ¿A quién engañaba con la actitud de madre desesperada? Kino tenía razón sobre su comportamiento, aparte de altanera y regalada, era también una cínica.
Se levantó de la cama en la que momentos atrás se mantuvo sentada y dejó el peluche en ella para después dirigirse hacia el pequeño tocador que habitaba en el cuarto. Se observó a sí misma, su piel blanca y su cabello rubio y lacio que le había llegado hasta los hombros meses atrás y que ahora los sobrepasaba llegando a su espalda. Se sentía insípida y simple. Siempre con el mismo aspecto.
Se sentó bruscamente en el taburete y comenzó a cepillarse con rudeza, tanto que en ciertas ocasiones se lastimaba el cuero cabelludo. Al terminar de "ordenarlo" rebuscó entre los cajones, encontrando victoriosa una peineta con ligeros brillantes, el único recuerdo que tenía de haber tenido madre. Debido a su poca experiencia en esas cosas, no supo si el recogerse el cabello le había favorecido, pero vaya… al menos era un cambio.
Quería olvidar a esa Anna infiel y desconsiderada, dejarla atrás y enterrarla en lo más profundo de su ser. Desaparecerla si era posible.
Tomó un labial rosado y lo aplico en sus delicados labios y entonces… Observó a la Anna del espejo la cuál aún sostenía el labial oprimiente contra sus labios, y sintió rabia y repugnancia contra su persona. Retachó el labial en su boca saliéndose de la línea, como si fuese una niña aprendiendo a colorear, que no distingue los márgenes. Aventó el objeto contra el espejo y se cubrió el rostro.
Otra vez lloraba. Otra vez la Anna fuerte se debilitaba.
"¿A quién demonios quiero engañar?" - Se dijo en voz alta entre llanto. Lo que no esperó es ser respondida.
"Supongo que si hablas de engañar, debo decir que me has engañado a mí con esa apariencia, Annita." - Divisó a una sombra moviéndose tras ella, ojos marrones y notablemente sinceros, así como cabellos lacios y castaños.
"Kami-sama." – Exclamó limpiándose la cara, tratando de borrar las tonalidades rosa perlado del labial que hacía unos momentos se había embarrado en la cara como loca. – "Nunca dejarás de molestarme¿Verdad? Apuesto que te estás divirtiendo a lo grande al saber que por tu culpa lo estoy perdiendo todo, a Yoh, a mi hijo… incluso, a mi misma."
"No he venido para esto, Anna… No para esto" – Contestó aquella voz varonil acercándose lentamente hacia ella. Comenzó a hacer frío. Mucho frío.
"¿Entonces? Si no tienes nada que hacer, vete. En verdad deseo que te vayas, Hao. Entiéndelo, tu lugar no está aquí con los vivos… Tu estás muerto." – Le recordó molesta.
"No necesitas recordármelo, Anna." – Estaba tranquilo y no le favorecía enojarse en esos momentos puesto que ni siquiera podría tocarla. La habitación se comenzó a oscurecer ya que las tonalidades rojizas del cielo no alcanzaban a iluminar la estancia en la que se encontraban. – "Quiero ayudarte." – Anna soltó una risa sarcástica mientras encendía una pequeña lámpara.
"¿Ayudarme? Se escucha ridículo viniendo de ti. No quiero ser grosera, pero lo seré: Si me quieres ayudar, entonces vete." – Se dio vuelta, encarándolo. – "Vete de mi vida, Hao. Si en mil años es mi destino convertirme en tu esposa, lo haré. Pero vete al infierno y espérame."
"Escucha lo que estás diciendo en esa cabecita estúpida, Anna. ¿Por qué sigues en ese tema? Ya acepté mi derrota y está más que claro que le perteneces a Yoh, entonces escúchame con atención: Yo, Hao Asakura aún muerto vengo a ayudarte a que recuperes todas esas cosas que me dijiste en un principio. Y si quieres recuperarte a ti misma, tienes que empezar con esa actitud de víctima a la defensiva que has estado adoptando." – Anna lo observó por unos momentos, ahí frente a ella, su piel pálida que había abandonado a esa dorada que caracterizaba a los hermanos, y con una decisión en sus apagados que la hizo entrar en razón.
La itako se limpió las lágrimas que se le habían escapado al escuchar a Hao. Era la verdad. El espíritu la miró expectante y esperó a que terminara de pensar. La rubia bajó la cabeza y dos lágrimas cayeron en su regazo, sollozó unos instantes y cuando se creyó calmada, alzó la vista y dijo.
"¿Qué tengo que hacer?" – Hao sonrió y se puso los brazos atrás de la cabeza.
"Bueno, primero tienes que dejarte ese cabello tal y como est�, limpiarte esa cara y dejar los vestidos negros atrás, después vas a salir por esa puerta y vas a dejar de esconderte de Yoh, vas a preparar una cena y van a hablar, no necesariamente del tema, pero… diablos, tiene que haber algún tema de conversación, a menos que mi hermano sea más imbécil de lo que pensé, y bueno… es todo." – La sacerdotisa frunció el entrecejo, aturdida por la rapidez con la que Hao le había hablado.
"¿Cómo que es todo¿Cómo voy a recuperar a mi hijo?" – Le preguntó al ex shaman, poniéndose de pie.
"No me escuchaste bien, Anna. Recuperarte a ti es dejar de ser la Anna fría y víctima, cambiar tu apariencia para ese cambio se note, después, gracias a tu recuperación recuperarás a tu esposo, y si ustedes se encuentran bien, la abuela les devolverá a su hijo."
"Se oye muy fácil, aún sabiendo que no lo es. Pero… supongo que con intentarlo no pierdo nada". – Hao sonrió observándola como meditaba cada palabra, y aprovechando que estaba hundida en sus pensamientos, se fue sin dejar rastro. Ahora sí, Kino lo dejaría descansar en paz, pensó mientras se desvanecía lentamente. – ¿Hao? – Susurró cuando se dio cuenta de que la presencia del señor del fuego no estaba con ella.
Y sin ni siquiera preguntar, lo entendió. Hao había cumplido con su penitencia, ahora le tocaba a ella arreglar su vida. En su rostro apareció una media sonrisa esperanzada, y tal vez, en la otra vida, se lo agradecería plenamente.
Se desvistió lentamente y observó su armario el cual estaba tupido de vestidos negros, después del rojo era su color favorito. Divisó a lo lejos, muy en el fondo un vestido color salmón, muy sencillo pero era hermoso. Se lo colocó observando que el color le caía como anillo al dedo a su piel blanca.
Se lavó la cara y se observó como el semblante le había cambiado. Podía morir por dentro, pero ya no lloraría. Basta de lágrimas, basta de lamentos. Ya no más, se dijo mientras abandonaba la oscuridad de su habitación y se dirigía a la cocina a intentar rehacer su papel de esposa, esta vez, una buena esposa. Una buena mujer.
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Se sentía avergonzado. Lo que había hecho hacía varios días, le era imperdonable. Él no era así, esa no había sido su enseñanza. El era un buen esposo, no un borracho que llegaba a altas horas de la madrugada a obligar a su mujer a tener sexo con él. Cerró los ojos arrepentido. Si, había sido sexo, porque no habían hecho el amor. Había sido despecho acompañado de llanto. ¿Qué pensaría Anna de él¿Qué al igual que ella también había perdido la cabeza?
Maldición. Y si la había perdido¿qué? Era un humano, necesitaba del calor de su esposa, necesitaba de la compañía de su hijo. Necesitaba su vida de vuelta.
Observó la herida en su costado que apenas comenzaba cicatrizar. Esa cicatriz le recordaría que había asesinado a su propio hermano por voluntad propia, hasta cierto punto dolía y lo hacía sentir insignificante, pero había sido una necesidad. De no haberlo hecho, hubiera perdido a su Annita.
Su Annita. Todavía la amaba y aunque si estuvo molesto, tan enojado al grado de ponerle una mano encima, no podía enojarse con ella. Por más grave que fue el engaño, esa no era su personalidad. No podía odiarla, no quería odiarla. Y por lo tanto, no lo hacía. Después de todo, era su compañera de vida, su entera mujer, la madre de su hijo, una persona con errores, al igual que él.
No pudo seguir pensando al escuchar ruidos en la cocina. Extrañado, corrió la puerta de su habitación y se dirigió hacia donde provenían los ruidos.
No supo si verla en delantal, o con el cabello recogido dejando ver sus hermosos hombros y su delgado cuello, fue lo que le detuvo el aliento. Quiz�, fue sólo el verla lo que lo hizo sentir como un adolescente enamorado.
"¿Anna?" – La llamó, captando inmediatamente su atención. La rubia se mostró hasta cierto punto un poco perturbada, pero le mostró una tímida sonrisa que lo hizo sonrojar.
"La cena estará lista en unos minutos." – Le dijo calmadamente mientras seguía en su labor de partir unas zanahorias.
"¿Te… te ayudo?" – Había olvidado sus buenos modales y tratando de recuperarlos, se incorporó con rapidez, acercándose a ella. Comenzó a ayudarle y ella no rechistó como solía hacerlo, tan sólo lo dejó ser.
Con ayuda mutua, terminaron. Cenaron en silencio, tratando de no arruinar ese preciado momento, del cual estaban disfrutando la compañía del otro. Recogieron los platos y los lavaron aún juntos, y después el encanto se rompió cuando los dos se fueron a sus respectivas habitaciones.
Y en cada una de ellas, los dos pensaban.
El castaño confirmó que era un idiota. ¿Eso había sido todo¿Esas eran sus ganas de besarla¿De dejar de extrañarla?
Se levantó de la cama donde ya se había acostado y se dirigió a la cocina, se quedó pensando unos segundos y después, se le ocurrió la excusa perfecta. Un poco de café, contra el viento frío del anochecer.
Ya en la cocina, preparó el café al estilo capuchino, como le gustaba a Anna. Los dejó en la mesa y se dirigió a la habitación de la rubia. Tocó levemente, y esperó. Segundos después salió la rubia con una interrogante en el rostro.
"Eh… me preguntaba si… ¿Quieres café?" - Murmuró estúpidamente mientras se llevaba una mano a la cabeza. - "Hice capuchino." – Y por primera vez la rubia escuchó esa molesta risita al estilo Asakura. Entonces se sintió insegura, como si fuera la primera vez que se acercara a su esposo, como cuando eran apenas prometidos.
"Está bien." – Respondió quedamente, mientras lo seguía hacia la cocina.
Una vez que sintió la taza entre sus manos, tomó un tímido sorbo, sintiéndose observada por el shaman. Saboreó la espuma, sintiendo como el líquido caliente se vertía hacia su garganta, brindándole una sensación placentera. Separó los labios del borde y se limpió la ligera espuma que estaba de más con la legua, como si hubiera sido una varonil bigote.
La observó cautelosamente y quizá una mirada dijo más que mil palabras, las piernas de ambos se movieron en dirección al pequeño porche que poseía la pensión.
Se sentaron sobre la vieja madera, en silencio. No hubo necesidad de palabras en esos momentos, la compañía del otro les era suficiente después de tanto tiempo de no verse, o más bien, de haberse evitado. Pero ese silencio resultaba molesto para el castaño que trataba de recuperar poco a poco a su esposa, y si quería hacerlo, tenía que hablar.
"Te ves muy bien." – Lanzó ese comentario al aire sin esperar ser respondido. La itako dio un respingo, y lo volteó a ver como si estuviese loco obtuviendo una sonrisa y una mirada sincera y transparente. – "Me gusta como luce tu cabello de esa manera, y también el color de tu vestido." – Un sonrojo inevitable apareció en sus blancas mejillas, tornándose ligeramente rosadas, lo suficiente como para que él lo notara.
"Yoh… yo…" – Bajó la mirada, y…
"Lo siento." – Ambas pupilas se dilataron al notar que de sus labios había salido la misma frase.
"Lo de Hao… se que no debió haber sucedido, y que…" – Calló de pronto al sentir una mano fuerte que tocaba las suyas, las cuales aún sosteniendo la taza habían empezados a mostrar nerviosismo. – "Pero…" – Sintió el contacto con más fuerza y lo observó con el entrecejo fruncido, preocupado a la vez.
"Anna. No te guardo rencor." – Le dijo desde lo más profundo de su ser, dejando el café de lado, para poder acercarse a ella. – "Por más daño que me hubieras hecho, el enojo sólo hubiera sido parte de mí en el momento, más no para siempre. Aunque hemos estado distanciados, nunca he estado enojado contigo". – La sacerdotisa lo observaba boquiabierta¿Estaba el diciéndole todo esto? Si era así, tenia que pellizcarse para terminar de creérselo. – "Es más… tengo que admitirlo, jamás fue mi intención golpearte ni mucho menos cometer la estupidez de embriagarme y… bueno, ser un idiota en toda la extensión de la palabra."
Los ojos se le nublaron y la respiración se le comenzó a dificultar.
"Yoh, tu…" – Dejó la taza a un lado, sintiendo como el moreno entrelazaba sus dedos con los suyos.
"Si, tontita. Olvidemos que todo esto sucedió y vuelve a ser mi Annita." – La de ojos negros lo observó sin una expresión fija en sus ojos, y después de meditar unos segundos le lanzó los brazos al cuello, tirándolo al suelo de una sola.
"Siempre he sido tuya. Siempre lo seré." – Murmuró contra su pecho, mientras cerraba los ojos disfrutando de ese contacto tan anhelado.
Asakura besó su frente haciéndola encontrarse con sus ojos, y entonces no hubo duda, ni retractaciones. La besó disfrutando de esos labios que sólo le pertenecían a él, lentamente disfrutando de algo que hacía días no probaba. Mmm, sabía a capuchino. Se separó soltando una risita mientras ella volvía a acomodarse contra su pecho, respirando su aroma masculino que tanto le encantaba.
"Supongo que ahora podremos recuperar a Hana." – Exclamó esperanzada, y su esposo río.
"Si. Si que podremos. Pero tengo otros planes esta noche…" – Murmuró con una voz ronca y extrañamente sensual, mientras cambiaba de posiciones quedando el arriba de ella, dominante. Comenzó a besar su cuello mientras ella se debatía bajo él, riendo.
"Yoh… ¿Aquí?"
"Estamos completamente solos. ¿O no?" – Preguntó mientras sus manos recuperaban la travesura de explorar rincones aparentemente olvidados. La rubia no dijo más, simplemente cerró los ojos entregándose a un mundo de sensaciones placenteras. – "Oye Annita."
"¿Mmm?"
"Me gusta mucho tu vestido, pero… ¿Puedo romperlo sólo un poquito?" – Sólo recibió un golpe, y las risas en el porche se hicieron presentes.
"Sólo si vas a ser tu quien lo remiende de nuevo"
Habían vuelto a ser ellos mismos, a ser esposo y amarse mutuamente como debía de ser.
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REVIEW!
