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ARANEL.

CAPÍTULO 1. MIRIL NOSSEONYA

(LA JOYA DE MI CASA)

Un frío bisturí cortó secamente el cordón umbilical mientras un llanto poderoso se impuso al silencio de la sala de curación vacía. Sólo un parto. Era la situación más frecuente en Gondolin, la hermosa ciudad escondida de Turgon.

La parturienta sonrió por primera vez en meses imaginando la cara que el padre habría puesto al escuchar el canto sublime del recién nacido.

"Es una niña", oyó decir a Súlima, la Curadora principal.

Y Vanimeldë cayó en la pegajosa red de los pensamientos y emociones contra los que había estado luchando durante el parto. Más dolía el alma que las carnes.

... El rostro de su padre muerto, perdida la mirada en la intemporalidad, partido en dos su tronco por una pacífica hacha de los "pobrecillos" Teleri de Alqualondë...

... El segundo parto de su madre, que ella misma atendió siendo tan sólo una niña, luchando contra el miedo a la muerte, contra el temor a equivocarse.

... La emoción de tomar la pequeña cabeza de Anarsel y estirar de su cuerpecillo sanguinolento y flexible que se agitaba reclamando la vida y frustrando que el nombre de Nármacil su padre, se propagara por Endor.

... Vio a su madre, Antenis, altiva y fuerte, tragar saliva como había hecho cuando el mismo Fëanor había puesto con una reverencia en sus manos la espada de su esposo caído...

Ella no había conseguido hacerlo mejor que su madre: parir sin un padre al lado, parir sola, lejos de sus gentes, parir entre mentiras...

Una lágrima amarga, más dolorosa porque fluía sin el permiso de su orgullo, quemó su pálida mejilla.

Súlima se acercó:

- No sufras porque tu esposo esté muerto. No hay mejor destino para un huérfano que pertenecer al pueblo de los Noldor. Nosotros amamos a nuestros niños y nada le faltará a tu hija.

Vanimeldë sonrió tristemente. Era cierto. Ella misma podía testimoniarlo. Nárion jamás había intentado suplantar a su padre, pero nada le había faltado nunca a ella: ni la ternura, ni un gesto severo cuando era preciso, ni el apoyo...

Pero no era aquello lo que apenaba a la Noldo... la hería la mentira. El saber vivo al padre, el no poder revelar su nombre, el no poder volver a su lado y poner en sus brazos a la pequeña: ella también había jurado por Varda, jurado por Manwë, ante el cadáver de su padre, que nunca más participaría en una guerra contra otro Elfo, que nunca apoyaría algo así.

Y un juramento es tan fuerte como otro y un padre muerto tiene la misma dignidad de otro.

Súlima puso por fin en sus brazos a la pequeña, y Vanimeldë se estremeció. En contra de lo que esperaba no tenía los oscuros cabellos de su padre, sino que su pelo era rojo, como el de alguno de sus tíos, como el que caracterizaba a la casa de su abuela. Rojo como una llamarada.

Nada parecía calmar su llanto desesperado.

- Tiene buenos pulmones - bromeó Súlima- Póntela al pecho...

Vanimeldë se desabotonó la camisa y acercó a la niña al seno. La pequeña buscó el pezón con avidez, moviendo la cabecilla desesperadamente hasta engancharlo y succionar con una inusitada fuerza, haciendo subir y bajar graciosamente las orejuelas...

- Desde luego es una Noldo - dijo Súlima riendo enternecida.- ¿Cómo has pensado llamarla?

- Náredriel - contestó Vanimeldë acariciando tiernamente el pelo de la pequeña, rojizo como las llamas.

- Extraño nombre - musitó Súlima.

- Su padre la habría llamado así...

- Ummm ¿Su padre? ¿A qué se dedicaba?

En ese momento fue como si Vanimeldë despertara de un sueño... Hablar del padre era pisar terreno peligroso. Debía ocultar su nombre y la procedencia de su hija, con mayor celo que el que Turgon ponía en ocultar Gondolin.

Traspasada por ese sentimiento levantó los ojos de la pequeña para mirar a la jefa de los Sanadores. Para ser una elfa tenía duras las facciones, penetrante y algo fría la mirada. Un hálito de desconfianza congeló el corazón de Vanimeldë.

- Te pregunto que a qué se dedicaba el padre de la niña, tu marido, el que mataron los orcos - Repitió muy despacio creyendo que Vanimeldë no se había enterado.

- Herreros... venía de una familia de herreros.

- ¡No les tengo mucho aprecio a los Herreros! –Comentó Súlima- Náredriel... menudo nombre feo para una chica tan guapa.

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