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Aranel
Capítulo 2. I Andi Laureo
(Las Puertas Del Verano)
Conseguir que Náredriel estuviera quieta para peinarle las trenzas era para Súlima una tarea valariana. Pero también una labor con una generosa recompensa: el cabello de la Elfa se estiró en largas cadenas de pelo doblando su largura habitual, sorprendente en una niña de tres años.
Súlima sonreía. Ella misma le había cosido el vestido que llevaba.
Por fin puso alrededor de su frente una cinta azul.
Una auténtica Aranel (princesa) - Exclamó encantada.
Súlima quería entrañablemente a la pequeña.
Desde que había salido de Aman era la única que había conseguido traerle algo de felicidad. Porque la severa sanadora había perdido todas las sonrisas en Helcaraxë, cuando Elendil, su único hijo, un tierno niño, cayó sobre los hielos como una flor marchita, azulado el rostro por el frío, perdido el espíritu en las mansiones tétricas de Mandos. Cuando cerraba los ojos veía la expresión ultima del pequeño, su gesto desamparado...
Y luego el esposo, emboscado y muerto por los engendros de Morgoth... Nevrast había sido una pesadilla.
Sólo las blancas torres de Gondolin le ofrecían un magro consuelo: por las noches subía a la Plaza del Rey y sentada en medio de Glingal y Belthil 1entraba en los senderos élficos del sueño con su niño en brazos, con su esposo de la mano y, mirando los mármoles blanquísimos de Ondolindë2 creía estar de vuelta en Tirion, la altiva, elevada hacia el cielo, en la añorada colina de Tuna.
Gondolin, la de los siete nombres. La escondida ciudad de Turgon, Gondolin la hermosa...
Grande era sin duda su prosperidad, su bienestar... El mandato de su rey era estable y protegidos de Morgoth por el secreto, los Gondolidrim, hijos de la paz, prosperaban en cultura y riqueza.
Aquella tarde ningún pesar oscurecía el corazón de Súlima. Era un día hermoso, un día de meren (fiesta) e iba a llevar a Náredriel por vez primera a la fiesta de las Puertas del Verano.
Todo el mundo iría a la Plaza del Rey, saludarían a Turgon, el soberano padre de su tranquilidad, y podrían contemplar la esplendente belleza de la Dama Idril, de su esposo el bienaventurado Tuor, con su extraño encanto de Atan, y al pequeño Príncipe, Eärendil.
Súlima quería llevar consigo a Náredriel, enseñarle los Árboles, hablarle de Telperion, del Laurelin y de los hermosos juegos que sus luces hacían dos veces al día...
Solo con imaginar la larguísima retahíla de porqués con que la pequeña respondería a sus explicaciones ya la hacía sonreír. Pocos niños había conocido con la despierta inteligencia de Náredriel, con su portentosa habilidad.
Los grandes ojos de la pequeña, miraron con seductora inteligencia a la curadora que pellizcó su mejilla con ternura al tiempo que ceñía sus sienes anaranjadas con una cinta azul, de brillante seda:
Cuando crezcas –le dijo- esos ojazos desgarrarán el corazón de muchos Elfos...
¿Y amme (mami)? ¿Vendrá ella Súlima? ¿Iremos las tres a la fiesta? ¿Sí?
Como respondiendo a su hija, Vanimeldë entró en aquel momento. Bella, con sus vestidos de fiesta, pero triste.
En las Casas de Curación estaba contenta, podía ver crecer a Náredriel y podía estudiar, pero a veces se desesperaba: los bastos recintos solían estar vacíos. Fuera de algún niño que al caer de un árbol se quebraba un brazo, algún impetuoso muchacho que en su entusiasmo resultaba herido mientras se ejercitaba con la espada o un herrero incauto con alguna quemadura, nada había que hacer en los largos días.
¿Ya estás Vanimeldë? –Le preguntó Súlima.
Yo sí ¿Y vosotras?
Súlima asintió. Estaba radiante aquella tarde.
Mientras salían a la calle y emprendían el camino hacia el Palacio Real, en la cima de la ciudad, iba parloteando como una cotorra. Hablaba de Turgon, de la pérdida de su esposa Elenwë en los hielos, de la construcción de la ciudad 400 años atrás, de cómo había atendido el parto de Idril, complejo al tratarse del hijo de un Atan...hablaba de Eöl y sus formas traidoras y malvadas de entrar en la ciudad, hablaba de la silenciosa Aredhel y de su desafortunado hijo Maeglin, quien, en su opinión era más digno que Tuor de la mano de la bella Idril, salvo, claro, el inconveniente de que eran primos hermanos...3
Lástima que mi pequeña Náredriel no sea más mayor, y le presentaríamos al príncipe de Brillante Mirada... ¿O es que no ves que mi niña parece una Princesa?
Vanimeldë caminaba despacio.
A su alrededor todo Gondolin era una fiesta: adornos de flores colgaban por las ventanas y las gentes deambulaban despreocupadas y alegres por las blancas calles intercambiándose guirnaldas de nieninques silvestres. El cariño que Súlima sentía por Náredriel le llenaba el corazón. También ella le tenía mucho afecto a la mujer que la había apoyado y querido durante los cuatro últimos años.
"No parece una princesa, es una princesa". Pensó.
Y reventaba por decírselo, por confesarle a Súlima la verdad. En la garganta sentía un nudo cada vez que la sanadora le preguntaba detalles de su esposo muerto, hablando de viuda a viuda, con el corazón en la mano. Se sentía despreciable por mentirle, sucia y miserable.
Un alegre grupo se cruzó con ellas, iban cantando una tonada conocida sobre el Sol que se imponía a la Noche y empujaba a Isil dulcemente para que reposara más rato durante el verano.
Entusiasmada, Náredriel canturreaba también la copla. Los Elfos se volvieron riendo y aplaudiendo la espontánea intervención de la chiquilla.
Uno de los músicos le tiró una flor.
¿De dónde saca tu pequeña ese chorro de voz? –Preguntaba Súlima.
Vanimeldë calló y sonrió pensando en Maglor.
No le podía olvidar.
Cuando la tristeza era grande ella misma se envenenaba diciendo que él no era libre, que los juramentos son juramentos, y que estaba salvando a Náredriel del Hado siniestro que Námo reservaba a los descendientes de Fëanor... pero tantas noches, en la ociosidad de Gondolin, se acariciaba a sí misma y soñaba estar entre los brazos de su amado, sintiendo de nuevo el fuego de sus ojos, el calor de su cuerpo...
Entonces odiaba la ciudad, y uno por uno maldecía los siete nombres que la cercaban aún más que las altas cumbres de los montes de Echoriath.
Las calles que llevaban a la Mindon (La Torre del Palacio Real) serpeaban en una constante ascensión. Por las laderas del Valle de Tumladen resplandecían los pastos verdes y cientos de fumellar (amapolas) ofrecían sus veraniegos labios al sol. La sombra de las grandes águilas de Thorondor se proyectaba con soberana elegancia.
Amme, mán ná? (Mami que es?)–preguntaba la niña señalando
No hables quenya , yendenya (Hija mía). Son las águilas de Manwë, que guardan la ciudad.
Amme, ¿Y de qué la guardan?
Del poder de Morgoth... Cuando crezcas, lo sabrás...
¿Y cuando me haré mayor?
Ja, ja, ja... Tu hija parece atan (humana)... que prisas... no será hija de uno de ellos, una perendhel... (Medio Elfa)
Vanimeldë pensó en contestar:
"No, no de un atan sino algo... peor..."
y luego explicarle... pero la voz quejumbrosa de la niña la interrumpió:
¡Me canso! –Exclamó alzando sus bracitos al aire.
Súlima la tomó.
La mimas mucho –sonrió Vanimeldë.
Súlima besó a la pequeña con ternura. Y poco a poco llegaron al palacio, que tenía abiertas las blancas puertas.
Una animada multitud bullía por el patio entrando y saliendo.
Náredriel se escurrió de entre los brazos de Súlima tan pronto vio la majestuosidad de los Árboles, atraída por la poderosa sencillez de las flores de plata del Belthil y luego deslumbrada por los dorados brillos de Glingal que el sol de la tarde hacía resplandecer.
Vanimeldë corrió tras la pequeña temiendo perderla entre la multitud. Súlima también. Náredriel miraba hacia lo alto, perdida en la belleza de la reproducción de los dos Árboles. Su madre se asustaba cuando la veía así: esa capacidad de extasiarse, esa pasión creadora que a veces se despertaba en ella, ese fuego en los ojos... Tenía la penetrante mirada de Fëanor, su intensidad, aquella chispa de genio...
La gente se apartó de repente: Turgon y su séquito salían del palacio.
Súlima tomó de nuevo en brazos a la niña y se hizo atrás abriendo el paso. Pero el Rey la reconoció y se acercó:
Súlima, la Dama de la Esperanza... –saludó con una sonrisa- ¿Y esa pequeña?
Aran Meletyalda... (Majestad) –Se inclinó la sanadora.- Es hija de Vanimeldë, mi ayudante. Es la Sanadora que hallasteis herida y que atiende al Príncipe Eärendil ¿La recordáis?
Vanimeldë se inclinó también.
Sí, te recuerdo... estabas encinta y tu marido había sido asesinado por una horda de orcos...
El rey tomó una trenza de la pequeña Náredriel.
¡Qué extraño color de pelo! Sólo una Casa de los Noldor lo tendría y aun así es extraño... ¿A cual de mis prim... de los hijos de Fëanor servías? ¿A Maedhros?
A Maglor, Herunya (Mi Señor) –respondió temblando Vanimeldë al pronunciar, con la mayor indiferencia que pudo reunir, el nombre de su esposo.
Pero el rey no se percató. Sus dedos jugueteaban con la trenza de la pequeña que arrojaba brillos de fuego bajo el último sol de la tarde.
Ja, ja, ja, ja –rió Turgon- Si hubieras estado con Russandol 4me habrías hecho pensar mal del origen de esta pelirrojilla. Es un extrañísimo color. Sólo lo he visto en los descendientes de Mahtan.
El rubor cubrió el rostro de Vanimeldë y su expresión se oscureció. El Rey puso serio el semblante:
No pretendía ofenderte –dijo solemne- No debí bromear sobre algo así... ¿Me disculparás?. Cualquiera que huya de la estirpe de Fëanor será bien acogido en Gondolin. Maldito mil veces sea él y toda su casa.
Súlima recordaba, con el Rey, la amargura de Helcaraxë. Todos los muertos mostraban sus caras heridas por los hielos, sus expresiones de desencanto y de miedo.
Turgon besó suavemente la mano de Vanimeldë
Cuenta con mi protección y con mi agradecimiento: has aportado una bella doncella a nuestra población. En unos años, los jóvenes Gondolidrim agradecerán tu don. –Y en señal de despedida acarició la mejilla de la pequeña Náredriel que escondió su carita contra el pelo de Súlima en un gesto entre tímido y coqueto que hizo sonreír a la Dama Idril.
La comitiva regia siguió su ronda saludando aquí y allá a sus súbditos.
Súlima y Vanimeldë hubieron de quedarse aun un rato porque no había manera de apartar a Náredriel de debajo de los Árboles. Cuando el crepúsculo empezaba a prometer sus brillos anaranjados y la noche oscurecía el azul del cielo decidieron que era hora de bajar a comer algo y festejar con cánticos y danzas la ida de Anar5 y aguardar su retorno bajo las estrellas.
Esta vez Vanimeldë cargó a Náredriel en sus brazos y la pequeña Elfa se durmió plácidamente.
Vanimeldë estaba confusa.
El corazón iba a estallarle por la angustia. De alguna manera sentía que debía confiar en alguien. ¿Y si le contaba a Súlima?
¿Que te ha parecido Turgon? –Le preguntó esta animadamente- Es un gran gobernante. Buena suerte tenemos los Noldor de que sea el Rey Supremo. Ya es hora de que todos los Reinos tengan la estabilidad de Gondolin.
Tal vez aquel no era el mejor momento de decir nada... pensó Vanimeldë
¿Tú has dicho que estabas con Maglor? Ese es aún algo decente... menos mal que Dior hizo justicia de los otros tres. ¡Unos impresentables... ¡ Yo aun recuerdo a Celegorm paseando con Oromë, lleno de orgullo, acelerando su caballo por las calles de Tirion... Mira, cuando nos llegan noticias de Doriath... me estremezco...
No, definitivamente no era el mejor momento... Súlima seguía:
Puedo entender lo de Alqualondë, aunque nuestro Señor Fingolfin jamás habría hecho nada semejante, pero Fëanor estaba loco. Vale, y todos le seguimos, por tanto también es culpa nuestra, también nosotros merecemos el Hado, aunque Ulmo vio Helacarxë, Ulmo nos protegerá de Mandos... ¡Pero ahora Doriath...! ¡Los hijos son peores que el Padre, unos malparidos indecentes, unas alimañas semejantes al peor de los orcos!. ¡¡Mil veces maldita sea por siempre su raza!
Vanimeldë palideció. Súlima jamás se había mostrado así con ella.
Tu no tuviste la culpa de ir en los barcos, te tocó, te arrastrarían tus padres... esas cosas la mayoría de veces no se eligen... pero... yo vi el fuego de los navíos de Losgar y se me clavó en el alma... Cada pisada en el infierno helado me recordaba el humo blanco en la noche elevándose en espirales hacia el cielo... cada paso... Mi niño muerto... si pudiera... Dicen que esa mala bestia de Curufin ha tenido uno... si yo pudiera... si estuviera cerca... te juro que con mis manos le troncharía el cuello... y no pestañearía. Fría como el hielo que mato a mi dulce Elendil...
Vanimeldë se detuvo en seco.
No podía más.
Había estado a punto de revelarle quien era en realidad Náredriel... Un escalofrío le erizó la espalda y apretó inconscientemente a su hija contra su pecho... tanto que le hizo daño y la pequeña se despertó.
En aquel momento todo el ambiente festivo quedó parado. Un vuelo diferente al batir acompasado de las alas de Thorondor y sus ejércitos rasgó en dos el cielo, unos tremendos e indescriptibles gritos y el viento agitado por una ala espesa, membranosa... Náredriel sintió un grito:
¡¡¡ URULÓKE ¡!
Era el grito desgarrador de un centinela que alertó a los Gondolidrim.
Pero ya nada había que hacer.
Eso era lo que Vanimeldë había temido siempre. La seguridad los había vuelto confiados.
Antes de que nadie estuviera preparado para enfrentarlos, orcos y lobos, y otras crueles criaturas de Morgoth tomaron las calles asesinando y saqueando casi impunemente.
Súlima y Vanimeldë se vieron atrapadas en la refriega. Los dragones lanzaban llamas y la ciudad pronto se vio lamida por miles de lenguas abrasadoras.
Y un grito.
Vanimeldë sintió de repente una fría caricia y un tajo en la cintura.
Un flujo súbito de sangre y vísceras.
Náredriel cayó rodando por el duro mármol del suelo y, confundida, perdió a su madre.
Desde el suelo solo divisaba negras botas que enfundaban negras piernas y andrajos malolientes.
¡¡¡¡ HEKA, NÁREDRIEL! ¡¡¡¡ HEKA YENDENYA! ¡¡¡HEKA! (¡Fuera Náredriel¡ ¡Fuera, hija mía! ¡Fuera!)
Y, asustada, la pequeña gateó.
Corrió a cuatro patas como solo un niño muy pequeño puede hacerlo, Inconsciente, huyendo con la furia de los animalillos del bosque que husmean un peligroso depredador.
Sin saber por que tiró calle arriba, quizá por que, aunque el suelo temblaba, algo dejaba tras de sí una estela de miedo que ningún otro osaba seguir...
Súlima comprendió que nada podía hacer por Vanimeldë, que había caído al suelo casi cortada en dos por la potente cimitarra orca. Con sus penetrantes ojos élficos distinguió la cabecita de la pequeña Náredriel entre la confusión y la vio subir de nuevo hacia la Plaza del Rey.
La Elfa conocía la entrada subterránea. Había que ir en dirección contraria... Pero sin pensarlo dos veces echo a correr hacia la niña esquivando las luchas penosamente.
De pronto Náredriel dobló la esquina de una sinuosa calle y desapareció de la vista de Súlima. La Elfa arreció la carrera, pero sus piernas no parecían obedecerla...
¡ NÁREDRIEL! -Gritó.
Pero ahora la niña solo era un pequeño bultito blanco caído en el suelo frente a un Balrog.
Gothmog, el Poderoso, el Señor de todos ellos, luchaba con Ecthelion de la Fuente, el más valiente de los caballeros Elfos de Gondolin.
Náredriel había asomado por la esquina justo en el momento en que el demonio blandía su látigo de fuego, que restalló en el aire y al bajar en su furia alcanzó el brazo derecho de la pequeña.
La niña aulló ante el dolor más intenso e insoportable que en su vida había aguantado.
El grito de la pequeña llamó la atención del Balrog que se volvió de golpe y vio la diminuta figura de la niña caída al suelo, manchada de la sangre de su madre, casi inconsciente por un dolor demasiado grande para ella.
¿Tu? –Exclamó con su voz cavernosa y maligna- ¿Fëanáro? ¡Estirpe maldita! ¿Nos reencontramos?
Náredriel alzó los ojos, llenos de confusión, pero también de furia... Y su mirada disipó cualquier asomo de duda que el Maiar pudiera tener.
¡Sí... estirpe suya! La voz de tus ojos confirma el sabor de tu sangre: eres descendiente suya... o lo eras... porque arderás con el fuego de Gothmog...
En aquel momento Ecthelion, herido ya de muerte, aprovechó el descuido del Balrog y cargó contra él. El latigazo dirigido a la niña, erró su camino derribando una cornisa...
El Balrog se volvió de nuevo e hizo frente a su oponente.
Ambos encontrarían la muerte.
Súlima, empañados los ojos por lágrimas, recogió con premura el cuerpo de la pequeña, y lo estrechó contra su pecho arrancando a correr.
Los Árboles, Súlima... llévame a ver los Árboles –murmuró Náredriel con un hilo de voz. Luego se hundió en los marasmos de la nada y durante días vagó por las escondidas regiones de Lórien que Irmo y Estë6 custodian con celo.
1 Son los nombres de los dos árboles de Gondolin, réplica en piedra de los míticos Árboles de Valinor. Una de las maravillas de la ciudad
2 Ondolindë Uno de los siete nombres de Gondolin, significa piedra cantante.
3 Turgon, su esposa Elenwë, Idril, Eöl , Aredhel ,Maeglin, y Tuor son personajes de Tolkien que aparecen en "El Silmarillion"
4 Russandol significa "Cobrizo" es un sobrenombre dado a Maedhros, el primogénito de Fëanor. El y sus hermanos menores, los gemelos Amrod y Amras eran pelirrojos, una auténtica rareza, pues los Noldor son de cabellos muy oscuros.
5 Anar es el nombre del sol, es femenino.
6 Lórien es un bosque de Valinor, un lugar de reposo y de cura. Irmo es el Vala de los Sueños y Estë la Valië del reposo y la curación.
