ARANEL 08 UHARYAINA ARANEL

(Princesa De Los Desposeídos)

No le gusta el galope de los caballos.

Valglin1lo sabe. Si alguien la comprende es él, que ha sido su preceptor durante aquellos trece años.

Sabe que no le gusta el destino al que la acercan.

Sabe que los cascos de su yegua repiten en su cabeza una sola frase: "Man ná inye? . Man ná inye? Man ná inye?" (Quién soy yo?).

Sabe que ya hace años que la persigue esta pregunta:

Nació en un bosque, ante un Elfo que le dijo ser su padre y empezó a hablarle en una tumba que antes había sido un trono.Y creció en su viaje a través de nuevas tierras, a través de nuevas gentes, a través de ella misma.

"Se me escapa de las manos" –piensa él.

Y algo le obliga a fijar su mirada de búho en aquella niña, que empieza a entrar con paso orgulloso en una temprana adolescencia. ¿Porqué no podrá jugar unos años más? ¿Porqué a llegado tan pronto aquel momento?. La cabeza le dice que junto a Nerwen le irá bien, pero su corazón se niega a confirmarlo. Si Míriel quisiera usar ese poder, él podría ayudarle a controlarlo... ¿O no?. Esa duda era el motivo de mayor peso que encontraba para llevarla a Galadriel...

Y aquí esta ella ahora, otra vez con ropas nuevas, otra vez con la sensación de pérdida y el orgullo en la mirada cortando el paso de las lágrimas. Primero su madre, después Súlima, más tarde Fango y Lothluin... ahora debía decirle adiós a su padre y a su tío y a él... ¿Qué necesidad había de esto? ¿Qué necesidad?.

"Ah Valglin, viejo caballero de la duda brillante... ¿No habíamos hablado antes de esto?" -Se dijo a sí mismo.

- Aranel (princesa)-dice Valglin - las Cascadas del Sirion...

Míriel miró a su maestro de reojo. Y el viejo búho supo que pensaba en Lothluin...

Lothluin.

Lothluin: la habría añorado tanto...

Tantas noches habría querido hablar con ella, sentir como le estiraba el pelo para que las trenzas le aguantaran, oír como la llamaba para comer interrumpiendo sus juegos...

Tantas noches, durmiendo bajo las estrellas, oliendo a caballos, mojada por la lluvia, habría anhelado despertar viendo los tablones de la casa silvana en que vivió, el calor de su hogar en el invierno...

Pero Míriel jamas la juzgaba, no podía.

"Me voy Wilwa...Míriel... No puedo soportarlo; Los fríos ojos del asesino. Aquellos rasgos...Jamás los olvidaré. Si un recuero esta fijado a mi memoria es el de los labios prietos desdibujados por un grito de rabia, la fiera expresión de su rostro. Y ahora Maglor lo pone a vigilarte a ti... ¡No puedo! Sentir que el arma que segó la vida a mi padre defenderá la tuya y que día y noche yo veré sus rasgos a mi lado... sus ojos ahora, que cínicos me miran tristes y me preguntan con inocencia insultante "¿Qué te he hecho?" desde todos sus brillos.

"¿Y yo? ¿Qué hago yo?" le había preguntado Míriel, perdida y confusa, ciega...

"Tu ahora debes seguir a tu padre y a sus gentes, debes descubrir quien eres...Encuéntrate, decídete... Crece. Un día se te pondrá delante de ti el agua y el fuego, tienes una elección por hacer..."

Y partió.

Y la niebla del río fue devorando la pequeña caravana de silvanos.

Y Cirion le dio un beso tristísimo en la sien y le dijo "Annali len" (mucha suerte), tal vez lo único que había aprendido a decir en quenya del asesino de sus padres, aquel Elfo al que le había unido la amistad...

Y Míriel sintió la mano de su padre en la cabeza diciéndole con su preciosa voz:

"Úniennanye vanima (No llores, preciosa): cuatro semanas de lembas y de ampollas en los pies y tu Lothluin será feliz... los Teleri acogerán encantados a unos silvanos como leñadores y ella también encontrará sitio"

Y Valglin, apenas más alto que ella, rubios los cabellos y risueños los azules ojos, pasó a ser su maestro.

Valglin se veía a sí mismo como una luz, más que como un guía. Le gustaba destellar con una frase, con una pregunta, e iluminar un pedazo de la realidad, para luego seguir parpadeando neutralmente, a pesar de que su alumna decidiera seguir caminando entre las sombras de la noche...

Además sabía que Míriel era sabia, como su abuela.

Solo le ensombrecía la certeza de que también tenía el corazón obstinado y orgulloso de su abuelo. A aquel corazón temía Valglin por encima de todas las cosas.

Y no tardó mucho en verlo, porque aquel mismo anochecer brumoso, en que Míriel solo quería mojar de lágrimas su frazada hecha un bultito al pie de cualquier haya, su tía Anarsel la hizo llamar. Y Valglin la acompañó ante Herumor

- Tú se lo has hecho, tu se lo arreglas. -Dijo Anarsel

Valglin recordaba con claridad la expresión divertida de Herumor, siempre tan circunspecto:

- Para mí será un honor Aranel... y colaboraré

Hasta la voz del taciturno Elfo parecía divertida. Míriel vacilaba:

Pero... si es sólo un labio...

- Y la nariz, Herinya... no olvidéis que me habéis partido la nariz... habéis golpeado fuerte.

- ¡No, no! -Míriel protestaba- Estas heridas se curan por sí mismas...

Lo sé -zanjó su tía, en uno de sus pocos arranques de carácter- sé que no es necesario desatar el poder de sanación, Míriel, pero debo ver si tú lo tienes, como sospecho... Aquí no hay peligro, las heridas son una bobada, Herumor ha sobrevivido a cosas infinitamente más graves, pero no vas a empezar con alguien que esté a punto de morir... Tu has herido a Herumor, tu lo sanarás.

Míriel volvió a sentir la desgana con la que se acercó a Herumor, volvió a notar la pereza y a oír la voz imperativa de Anarsel:

"A lussa amilesserya láresse" (susurra su nombre en la oreja).

Valglin se adelantó al lado de la hermosa Anarsel esperando presenciar un fracaso.

- Moina Anarsel (querida, de un modo familiar)... Susurró en su oído-. Tal vez no es el momento... Ella debe estar impresionada; acaba de ver el horror de Menegroth y a Lothluin despedirse de ella... No tiene fuerzas... No la enfrentes ahora a un fracaso. No podrá dejar salir su espíritu... incluso creo que es peligroso...

- ¡Shhh! -Ordenó imperativa Anarsel.

Y Valglin guardó silencio y no pudo menos que reconocer que estaba impresionado: El labio de Herumor se mejoraba su aspecto lo mismo que su nariz. Y el maestro dio un gran paso para evitar que Míriel se cayera al suelo exhausta.

- ¡Lo ha conseguido! -Exclamó Anarsel con sorpresa.

Pero la preocupación había cubierto el rostro de Valglin. Con la niña en sus brazos se dio cuenta de que algo había ido mal, muy mal.

Los sentimientos de Míriel eran tan fuertes que casi tomaban cuerpo en la mente del sabio:

Míriel se negaba a ver la facilidad para dejar salir el espíritu.

Se negaba a sentir de nuevo el temblor en las piernas, se negaba a la sensación de mareo, a aquel agobio de ahogado, de cabeza saliendo de la inseguridad del agua, de ganas de toser y de escupir, aquella profunda náusea.

Se negaba a sentir en su cuerpo el dolor de las heridas del otro.

Se negaba a permitir que se mezclaran las impresiones de sus almas.

Ya tenía bastante con volver a Gondolin, con sus llamaradas, con los gritos espeluznantes de los dragones, con el horror sin nombre del valarauko, con la frialdad de Súlima, con los ojos cada vez más tenues, cada vez más muertos de Fango.

No necesitaba cargar también con el rostro medroso de las víctimas de Herumor en Alqualondë, en Doriath, en las innumerables guerras en que había hundido su espada en la boca de muerte. No necesitaba sentir aquella avidez de sangre del filo desnudo, ni escuchar la voz encolerizada de Turcafinwë gritando: "¡Anatema!"

¡Avavoro! (Nunca más) -gritó.

"Avavoro", aunque la nariz y el labio estaban curados...

"Avavoro" aunque había salido de sí misma con una facilidad asombrosa...

"Avavoro" aunque todo el mundo parecía insistir en que tenía un don...

"Avavoro" había sido su última palabra.

"Avavoro"

Lo cierto era que a Míriel viajar no le importaba.

Valglin le iba mostrando los cambios del paisaje: La sucesión de las hayas y las cicutas de Neldoreth2 eran un bello y majestuoso espectáculo que los ojos de su pupila devoraban golosos.

Después vinieron las llanuras de Estolad y llegando al río Celon siguieron su cauce hasta Dan Elmecht. Allí evocó Valglin el encuentro de Melian con Elu Thingol y también descubrieron viejas ruinas de las forjas de Eöl...

Pero su visita al bosque no era meramente cultural: un pequeño resto de las gentes de Turcafinwë se les unió: refugiados y desertores de Doriath, viudas, algún niño...

Maedhros los acogió.

Eran el triste resto de un pueblo antaño victorioso y fuerte, pero en sus ojos brillaba aún el orgullo y el deseo de ver cumplido un juramento seguía latiendo en sus corazones.

Y rindieron pleitesía a Maedhros y a Maglor.

Míriel estaba tras ellos.

- Otra parte de tu pueblo, Aranel -le dijo Valglin.- Un pueblo de exiliados, de desposeídos, de locos que persiguen sueños porque todas las demás realidades están vacías.

- Uharyaina Aranel(Princesa de los Desposeídos)- dijo ella sonriendo. Sus ropas noldorim estaban empezando a dejar de ser nuevas y las botas ya no le apretaban los pies

- Pitya (Pequeña), ¿Compartirás grupa conmigo?

Valglin admiraba a Maedhros. Le complacía verle cabalgar con su alumna. Sus melenas tiñendo el aire de rojo eran un hermoso espectáculo.

Sonreía cuando la princesa saltaba de la grupa del caballo de su padre a la del de su tío con una agilidad de malabarista. A Nelyo le gustaba "robársela" a su hermano. Había deseado tener hijos desde que el mismo era un niño. Unos brazos infantiles rodeándole el cuello mientras le llamaban "Atto", una joven vida que proteger, un pequeño al que enseñar a luchar como su propio padre había hecho con él en los amplios patios de la Mindon Eldelieva, bajo la mirada de Nerdanel llena de reproches, la de Cáno lleno de ganas de crecer como su hermano y la de Finwë patriarcalmente complacido con el juego...

- ¡Himrig!.3 - Su izquierda señalaba al Norte.

La lluvia que había empezado a caer al salir de Nam Elmoth, los martilleaba con una insistencia tal que ni la magia élfica de las capas podía evitar que se filtrara en parte y traspasando las armaduras llegara a sus cuerpos enfriándolos.

Contemplando de lejos las ruinas de la vieja fortaleza un velo de nostalgia cubrió los ojos de Maedhros. Aunque siempre decía que perder aquellos peñascos helados había sido una gran suerte, Míriel sabía que la Nirnaeth Arnoediad era el peor de sus fracasos. La traición le había sonreído en todo momento. La campaña, que hubiera sido definitiva, se habían hundido en la nada. Perder Himrig era una nimiedad si se comparaba con perder toda posibilidad de vencer a Morgoth. Dos Silmarilli brillaban aun en su corona de hierro como un desafío. Todos los sufrimientos, todo el desasosiego... Maedhros le hablaba poco de todo aquello. Sus ojos melancólicos se endurecían si en la conversación aparecía el tema casualmente, como si se toparan con un viejo e irreconciliable enemigo.

" Ilya ná avasanda" (Todo es mentira) murmuraba muchas veces, como para sí mismo.

De él aprendió Míriel a no poner su corazón en las cosas que pasan y perecen.

- Ilya ná avansanda Aranel (Todo es mentira princesa) . -Exclamó rompiendo el silencio- Tu principado no está sobre las tierras sino sobre un pueblo errante y desposeído. Solo querría pitya (pequeña), dejarte en herencia un Silmaril, ponerlo en tu frente y mirar en él todos mis paraísos perdidos. Mientras estén en la corona de Morgoth o en el cuello de mezquinos reyes dominados por la codicia no habrá descanso ni paz para nosotros. Nada sin ellos tiene sentido, todo es vano, vacío... atrapar el viento en una jaula.

Algunas de las gentes de Curufin dispersas por la zona también se unieron al grupo, como habían hecho los Elfos de Celegorm. Y tras dos días con sus noches de marcha decidieron acampar, pese al peligro inminente de grupos errantes de orcos.

Aquella noche reposaban y festejaban. Los centinelas no dejaban sus posiciones. Ya se habían enfrentado con otros grupos de trasgos aislados y tal vez hubiera alguna refriega durante la noche, pues aunque evitaban el acero noldorim siempre que podían, andaban hambrientos y a la caza.

Valglin estaba contento. Le gustaba el ambiente festivo que se vivía, extraño ambiente en un pueblo demasiado grave y trágico. Un pueblo que había perdido las sonrisas entre los juramentos y las maldiciones.

Isil no lucia aquella noche pero cientos de estrellas brillaban con fuerza encima del campamento y su tímida luz cosquilleaba la súbita alegría de los Elfos.

Alrededor de los fuegos sonaban los instrumentos con cantos de reencuentro, con cantos de amor, con cantos de fiesta... Aquella noche más de un Elda se concedió el lujo de reír.

Pero un cuerno desgarró con sus agudos la armonía de la noche y en un momento murieron las hogueras y los cantos y renacieron las espadas y los arcos.

En la cercanía, los metales chocaron y los gritos de la lengua oscura enrarecieron el aire.

Míriel, entre las sanadoras estaba protegida: Un nutrido grupo de guerreros las cercaban. Valglin, con una espada en la mano, no le quitaba el ojo de encima. Sin embargo, sin saber como, uno de los engendros de Morgoth burlando las defensas llegó hasta ella.

Míriel recordaba bien los curvados filos de sus cimitarras y el vientre abierto de su madre.

Tenía ante sí a la bestia.

Y Valglin, que quiso correr hasta ella se vio enzarzado en una pelea que le cortaba el paso. Y sus ojos angustiados vieron como Míriel echaba mano de su espada.

Nunca la había usado, pero no dudó en desenvainarla.

Aunque alta, era solo una niña y el orco le parecía enorme.

Al verla se rió. Relajó su cuerpo como si cobrarse su vida fuera un pequeño y suculento postre rematando un menú.

Míriel lo advirtió. No tenía ni idea de que hacer pero no sentía miedo. Su mente estaba lúcida.

El orco aferró la cimitarra con ambas manos he hizo un movimiento circular, destinado a cortarla en dos.

Míriel se aparto ágilmente.

También previó otro movimiento de ataque y otro más y otro y, en un momento, sin saber como, vio el modo de matarlo.

La ultima vez que lo esquivo giró sobre si misma y clavo su espada en un punto de la nuca que Anarsel le había señalado como muy delicado.

Apenas gimió.

Ya estaba...

Herumor había abatido al último orco del grupo y Valglin llegó hasta Míriel. Sólo Amarië, una de las sanadoras, había recibido unos rasguñas en un hombro.

- ¡Míriel! -Dijo su tía- ¿Estas bien?

No supo que responder: por vez primera había segado una vida y no se sentía ni mal ni bien. De su corazón brotaba un torrente de indiferencia pero algo en las pirenas comenzaba a flaquearle, como si se alejara de la vida y un poder oculto que vivía en ella se estremeciera en una oleada causante de mareo y de desasosiego. La muerte, hasta la de aquel asqueroso engendro, era una abominación.

De pronto notó que le dolía el brazo. Al clavar la espada se había abierto una muñeca...

La hermosa arma hecha para ella por Nárendur, uno de los mejores Herrero de Endor, estaba sucia de sangre negruzca y viscosa. "¿Qué queréis que le escriba en el filo?" Le había preguntado Nárendur... "No sé". Y el Herrero con una de sus escasas sonrisas le dijo: "La misma espada os revelará el secreto".

Y así era:

Le diría a Nárendur:

"Escribe: i cuile ná sinome ar sí (la vida está aquí y ahora)"

A partir de aquella noche su tío Maedhros le enseñó a usar la espada con la izquierda.

Su camino siguió hacia el Este: cruzando el Gelion Pequeño se acercaron a las tierras que Macalaurë había defendido hasta la Dagor Bargolah. Nuevamente, ante las ruinas severas de las edificaciones militares de Talanost4, Míriel se supo Aranel de los desposeídos. Y sus ojos se perdieron en la Hondonada de Maglor, que arrasada y triste saludó a la niña que jamás sería su princesa.

Días después cruzaron el Gelion Mayor y Míriel envidió la majestuosa altura del monte Rerir y se miró en las oscuras aguas del lago Helevorn.

Le costó reconocerse, con el cabello suelto y rebelde, los vestidos noldorim ya más gastados y un poso de un orgullo que no se conocía en el fondo de sus ojos, grises y profundos.

- Estás creciendo mucho, selde (niña)-le había susurrado Valglin al oído con una de sus amables sonrisas-. Dentro de poco me avergonzarás: ¡Una alumna más alta que su Maestro!

Míriel sonrió irónica:

- Eso no es nada difícil Ingolmo (Maestro)

- Llevo orgullosamente la distinción de ser el Alto Elfo más bajito de Endor... ¡Mi talla me ha sido muy útil! ¡No puedo mirar a los Sindar por encima del hombro ni que me ponga de puntillas!.

Allí encontraron a los últimos del pueblo de Caranthir, que se habían resistido a dejar sus posesiones y bajar a Amon Ereb. Pero esta vez se les unieron encantados: Estaban hartos de defender sus tierras cada vez más áridas y pobres frente a bandadas salvajes de orcos.

El hermoso palacio de Caranthir quedó al servicio de las zarzas y de las pequeñas alimañas, proclamando con su mármol bellamente tallado la amistad con los Naugrim de Belegost y de Nogord.

Míriel aprendió a convivir con la poca clemencia de la climatología: soportaba estoicamente el frío del invierno pisando desdeñosa las nieves bajo las botas. Y conoció también la furia de Anar marcando los rigores del verano, que hacía quemar las armaduras y las cotas que aquel pueblo de guerreros no podían quitarse de encima. La lluvia que les calaba por días y por noches sin descanso y el viento que a veces azotaba impertérrito .

Menos le costo viajar ligera de equipaje pues nunca había poseído grandes cosas y ahora, que su ajuar se incrementó, sólo debía preocuparse de su espada y de su arpa y de un anillo con el signo de su casa, una estrella de ocho puntas, único signo, junto con la diadema plateada, que la distinguía como princesa.

Señora de los desposeídos.

Aquel era el precio de la libertad.

Y lo pagaba gustosa.

Porque pisaba como suya toda la tierra y no sentía abandonarla por que a un hermosos bosque le seguía una magnifica llanura, y a esta un montaña escarpada que era difícil de escalar, y a esta un río y a este una laguna... Recorrió Targelion bajo la sombra ora protectora ora amenazante de las Ered Luin y las atravesó por Sarn Atrud, el trillado paso de los enanos.

Con Valglin y Nárendur, el herrero, acompañó a su padre a Belegost y a Nogrod a las negociaciones con los Naugrim, y aprendió a enfatizar las oclusivas levemente aspiradas y a dar sonoridad a las fricativas en las sencillas fórmulas de saludo en Khuzdul. Entre ella y los enanos nació una corriente de empatía que años más tarde Míriel aprendería a explotar en beneficio de Telperinquar.

Por ultimo vadearon el Gelion y tras ya no sabía cuanto tiempo de viaje acamparon en Amon Ereb, tierras de Amrod y Amras. Allí Míriel conoció a los únicos tíos que quedaban con vida y a Antenis, su poderosa abuela.

Precedida por Maglor y por Maedhros Míriel caminaba hacia la casa de Sanación atravesando el gran patio de armas. Alli tenia un despacho su abuela. Valglin correteaba detrás, con su talla le costaba seguir el paso decidido de Elfos tan altos.

El Maestro temía aquel encuentro con todas sus fuerzas. Conocía el carácter de Antenís, se daba más importancia que el mismo Amrod.

Alta y estricta. Así era ella. perpetuamente envuelta en un manto gris. Activa como el oleaje y las mareas, sus ojos de ave rapaz escrutaban sin piedad, atentos siempre, siempre acechantes.

Su corazón se había cansado tanto de amar que ahora solo parecía servirle para bombear sangre, cerrado a cal y canto a cualquier afecto, recóndito y triste.

Aiya Antenis -saludo Maglor, con el más hermoso de sus tonos.

La Noldo levantó apenas sus ojos del libro en que estaba haciendo anotaciones. Valglin siempre se sentía molesto en su presencia. Como cuando en verano una corriente de aire frío te hiela en tu sudor. Aunque Antenís era hermosa, había en sus ojos un brillo helado que diseccionaba secamente a aquellos con los que hablaba.

Pero aquella Elfa distante era sin duda la mejor sanadora de Endor, la más poderosa. Míriel tenía mucho que aprender de ella.

- Veo que la has encontrado -dijo fríamente, sin que su voz transparentara sentimientos.

Mglorle indicó a Míriel que se acercara y la niña obedeció y avanzó ante su abuela, pero no se inclinó ni saludó. Se limito a sostener la mirada. Valglin presintió que la miel no sería el liquido que más fluyera de aquella relación.

Antenis le tomó el mentón y examinó con cuidado su aspecto.

No dejó pasar ni un detalle.

Míriel notó que entraba en su mente.

Nunca se había sentido tan vejada.

- Es una réplica de Nerdanel. ¿Qué nombre le puso su madre? -preguntó en una leve inflexión de la voz, lo justito para indicar el tono interrogativo.

- Náredriel -Respondió Maglor

La curadora se irguió de la silla y tomó el brazo derecho de Míriel examinándolo.

- ¿Y esto? -exclamó- ¡Qué chapuza! ¿Es lo mejor que los curadores de Gondolin sabían hacer? ¡Que chapuza!

Dejó caer el brazo de Míriel y, sin molestarse en dirigirle ni una sola mirada, regresó a su libro preguntando a la par que escribía.

Nadie sabía bien qué hacer.

Hasta que la curadora rompió el silencio, que de tan sólido crujió.

- Y bien Nelyafinwë ¿pensáis quedaros un tiempo? O vais a seguir dando vueltas por Endor arrastrando a mi única hija y a esa niña

Mejor era enfrentarse a un balrog que a aquella Elfa. Maglor tomó aire y miró a Antenis largo rato. Maedhros rió

- Nada hemos decido Antenis, pero Míriel ha estado hasta ahora al lado de Anarsel y la ha instruido, tiene poder...

Como si pensara.

Callaba y escribía.

Y Valglin no sabia si Antenis pensaba en la fulmaria de los prados, o en las palabras de Maedhros, o en Míriel...

Tras un buen silencio de esos que se clavan como las chinitas en los zapatos, la abuela habló:

- Ya he visto. Sí. Su poder es tan grande que hasta vosotros os habéis dado cuenta. Que no toque un arma y que venga por la mañana. Y ahora si no tenéis nada más que decirme..., estoy ocupada.

Sus palabras sonaban como sentencias.

Años después, cuando un aprendiz venía a solicitar su admisión a las fraguas de Telperinquar Míriel no podía dejar de recordar aquella tarde... Solo que ella no tenía el interés de los aprendices.

- No vendré -le había dicho con firmeza.

Valglin se estremeció. Maglor la miró curioso, como quien presencia un extraño acontecimiento. Y Maedhros volvió a reír.

- ¡Claro! -Dijo Antenisss imperturbable mirando a su yerno, como si algo descubriera de pronto- ¡Son los ojos!.

- ¿Cómo? -preguntó él.

- ¡Los ojos! ¡Esa mirada rebelde! Son de Fëanáro... Eso es lo que me descuadraba, tiene la misma mirada de él... Náredriel...sí...Vanimeldë tubo más tino que tu con el nombre.

Y por primera vez la altiva Elfa se dirigió a Míriel.

- No hablo con las aprendizas, pero voy a quebrantar mi propia ley. Es irrelevante que quieras o no. Tu tienes un don y no te ha sido dado para ti, sino para que lo pongas al servicio de los demás. Un capricho de niña mimada no va a provocar que las vidas que tu tengas que salvar se pierdan. Te debes a tu pueblo. ¿O es que tu padre no te ha dicho que ser princesa es más que llevar un vestido bonito?

- No debes hablarle así -protestó Maglor.

Pero Antenis no pudo oírlo por que le interrumpió una explosión de ira de su nieta:

- ¡Yo no he pedido nada! ¡Ni nacer! ¡Ni un vestido! ¡Ni que nadie me llame Aranel¡Ni tener un don! ¡Ni nada de nada! ¡Y no pienso ser sanadora! ¡Ni por mi pueblo ni por nadie!. Tu no me puedes exigir que use nada y si ese poder es un privilegio que se lo den a otra. Yo no pienso usarlo. ¡No lo quiero!

Valglin recordaba aquellos tres años como los peores de su vida. Una guerra de voluntades. Hubiese sido incluso un buen espectáculo, si él no estuviese en medio. Ante Antenisss Míriel obedecía escrupulosamente: aprendió herboristería, anatomía, patología de las enfermedades más graves que aquejaban a los humanos, diseccionó cadáveres de animales, mejoró las técnicas de sutura y cauterización de heridas, asistió algún parto y hasta vio amputar miembros... Todo lo hacía sin interés y también sin esfuerzo, lo que molestaba indeciblemente a su exigente abuela.

A poco que la curadora se descuidara, Míriel se había colado en las fraguas de Nárendur, uno de sus lugares predilectos, o se había ido de caza con sus tíos Amrod y Amrás. Ni un solo día dejó de presenciar los entrenamientos de los guerreros o de apoderarse ella misma de un arma y aprender semi clandestinamente y muchas veces huía con los chiquillos a bañarse en el río o se escondía en los dominios de Valglin que debía mentir a la Dama Antenis diciendo "No, no. Míriel no está aquí".

Ni en un solo momento sacó su poder

- ¿Tu qué opinas , Valglin? Después de todo eres su maestro...

Valglin calló por un momento y se acarició el mentón.

- Yo pienso que si aprende... pero justo lo que Antenis no quiere enseñarle.

Maedhros rió. Valglin siempre le provocaba la sonrisa. Pero Maglor lo miraba con una ceja levemente arqueada.

- Sé más explícito -le pidió.

Valglin carraspeó levemente.

- Bueno, creo que Míriel es la única persona que ha sido capaz de cerrarle la mente. -Los dos hermanos miraron al astrólogo, que les guiñó un ojo mientras el otro destellaba un brillito pícaro- Pero yo no he tenido nada que ver...

A Maedhros le encantó la noticia. Es cierto que a Antenis le debía la vida, pero muchas veces tenía la sensación de haberle saldado la deuda y hasta con intereses.

Pero el rostro de Maglor estaba serio. Valglin se encontró con sus ojos y le dijo.

- Pienso lo mismo que tu Cano... Tiene que sacar ese poder o la abrasará... pero Antenis no conseguirá nada... no tal como están las cosas...

- ¿Y tu? -Preguntó Maglor

- ¿Bromeas? -dijo irónico- ¿No me ves? Me temo que yo no doy la talla.

De nuevo Maedhros sonrió por la ocurrencia. Pero Maglor apenas si sonrió.

- No son buenas noticias: si ni tu ni Antenis podéis ayudarla...

Maglor salió de la tienda pensativo, cabizbajo incluso y poco después se escuchó un arpa lamentándose.

- Malo Valglin...cuando Cano empieza así es que hay algo que le acecha el corazón...

- Aranel -dice Valglin- los bosques de Tasarian.. al sur el río Narog incrementará las aguas de Sirion con su cauce...

Míriel no contesta. Valglin tampoco sigue hablándole. Conoce bien aquellos estados neblinosos de la niña y sabe que la mejor política es dejarla en paz. El Maestrosabe que Míriel no acaba de entender la necesidad de quedarse con la Dama Galadriel.

A medida que avanzan hacia el sur sus rasgos se endurecen, su mirada cobra intensidad y su cuerpo se tensa.

Su voluntad es seguir junto a su padre, junto a su tío Maedhros y quizá, por que no, junto a él.

Si la llevaran a matar pondría esa misma cara.

Isil asomaba y su luz se cuela entre los sauces que la filtran en todos los pálidos matices que puede lograr el color verde.

- Cabalgaremos toda la noche y mañana al atardecer habremos llegado a las Bocas del Sirion -dispone Maedhros.

Y Míriel se envuelve en su manto para evitar el relente de aquella noche angustiosa y la constelación de Wilwarin la mira desde el cielo y sus estrellas le sonrien... pero ella cierra los ojos

Los acordes del arpa compiten con las alas de las gaviotas sobrevolando el mar. La profundidad de los acantilados deja ver a lo lejos pueblos de casas blancas, en los que el verde de los jardines brillacomo si fueran esmeraldas diminutas.

Y el mar, golpeando inútilmente las rocas con sus puños de espuma.

El sol arrastra penosamente el ocaso.

Maedhros escruta el camino a la espera de Valglin con noticias de Caras Sirion, acariciando en el alma la posibilidad de una negativa. Viendo como entonces abrazaría a Míriel y partirían de nuevo, rápidos y alegre como quien gana una batalla temida. Se dejaría cortar allí mismo la otra mano para que esto fuera así.

La voz de Maglor, en lucha con la emoción, entona una melodía punzante como los puñales,

Henunya hautar luine nénnssen

(mis ojos descansan en las azules aguas)

tyelpe marenta ruitar ambarynya

(sus plateadas manos persiguen mi destino)

Míriel simplemente trata de discernir dónde empieza el cielo, donde acaba el mar en la endeble línea del horizonte.

Arie liruvan falmassë

(un dia cantaré en la playa)

mirima imbe i maiwi

(libre entre las gaviotas)

ar i falamar únótimë

(i las olas innumerables)

Y Herumor escruta, como siempre hace, en busca de un enemigo. Con el alma empapada por el hermoso canto de Maglor, anuncia por fin, el regreso de Valglin.

tyaluvan lindenia lilómea

(tañerán mi melodía nocturna.)

¿nai aure yestaruvan entulë valinoranna

(¿El días que desee regresar a Valinor,)

hiruvarnyë ómalye lauka,

(encontraré tu voz cálida)

hyrunanyë henulya melinor?

(encontraré tus ojos amantes)

- ¡La ha aceptado! –anuncia el Maestro sin ni siquiera bajarse del caballo- ¡Y ha sido mil veces más sencillo de lo que esperaba! Le he hecho llegar tu carta Cano, y sus pupilas de han humedecido. ¡Has logrado emocionar a Nerwen! Me ha dicho que te transmita este mensaje: "Cuidaré de tu hija Macalaurë, como tu hacías conmigo las largas tardes que pasaba en casa del abuelo Finwë."

Pero en vez de la alegría en las pupilas de todos se pinta la decepción. Maglor no responde más que con los últimos acordes de su canto.

lala vanturan eresse

(o por el contrario caminaré solitario)

- Dice que ella misma y su esposo vendrán aquí a recogerla al amanecer.

Maedhros interrumpe el canto:

- ¿Y Herumor?

Valglin suspira:

- Eso es ciertamente complicado. No ha dicho ni sí ni no. Supongo que quiere conocerle antes de tomar una decisión.

Herumor clava sus ojos en el suelo.

- Pero...-añadió Valglin- Bueno... me tomé la libertad de dar a Míriel su amilesse, no me pareció politicamente correcto llamarla Míriel en presencia de una descendiente de Indis...

El arpa de Maglor prosiguió sus acordes y su voz estremecida entonó los últimos versos:

ranyaruvan hrestassen

(deambularé por las playas)

ar cenuvan vanyaë runyarnya

(y veré desaparecer mis huellas)

lasala nénnen maileä

(lamidas por las aguas lujuriosas)

1 Valglin es un personaje que le he "robado" a Elanta de su relato: "Historia de la Dama Blanca". Deseo agradecerle su colaboración y sus préstamos

2 Es uno de los bosques de Doriath

3 Las tierras perdidas de Maedrhos (Nelyafinwë) en la Nirnaeth Arnoediad (La batalla de las lagrimas innumerables)

4 Talanost es un nombre inventado para la ciudadela de la Hondonada de Maglor. Procede de esta página: http: