(El Silmaril)
- ¡Se llevan a los niños, mi Señora! –Gritó Minastir señalando dos caballos que emprendían una veloz huida. En el más lejano pudo distinguir el cabello llameante de Náredriel.
Galadriel se quedó con el corazón dividido. Fulminarlos era lo menos que habría deseado, pero al mismo tiempo temía dañar a los hijos de Elwing, usados como verdaderos escudos. Sin embargo, mientras las figuras se alejaban, la sensación de estar haciendo lo correcto se asentó en ella. En todo aquel angustioso día era la primera vez que tenía la certeza de hacer algo bien, aun en contra de toda lógica. Elrond y Elros no correrían la misma suerte que Eluchíl y Eluréd. Todas las cosas parecían torcerse sobre sí mismas; el mal y el bien se fundían en una amalgama confusa.
Días atrás había ideado un plan: iría a hablar con Maedrhos. Sabía perfectamente que su decisión de atacar era inquebrantable, pero ella pensaba aprovechar el momento para arengar a sus hombres. Fríamente había elegido todas sus frases, usaba con precisión las palabras: "derramar sangre de hermanos", " repetir el horror de Alqualondë", "acabar con inocentes apretando sobre vuestras gargantas un poco más la Maldición"; "¿Continuaréis matando hermanos mientras el verdadero enemigo ríe en el Norte con nuestro dolor, luciendo los Silmarilli que entre todos podemos arrebatarle?". Su discurso acababa exhortando: "Abandonad a los hijos de Fëanor, están atados por el absurdo Juramento que realizaron en Tirion. Sólo ellos han de responder ante él. Ninguno de vosotros está obligado a morir por una Joya maldita que arruina todo lo que toca y a todo el que la nombra".
- ¡Insensatos! –Había gritado Maglor con su hermosa voz, cabalgando vivazmente ante aquellos de sus soldados que aún parecían dudar- ¿Qué os ofrece esta Dama? ¡Que uséis vuestras armas contra vuestros verdaderos hermanos! ¡Aquellos con los que día a día compartís pan, compartís penas! ¿Y es así que os libraréis de la Maldición? Desde el momento en que vuestro acero derramó sangre Teleri habéis formulado con vuestros hechos el mismo juramento que nosotros sellamos con nuestras palabras...
Muchos de los tentados a seguir a Galadriel recularon. Otros, finalmente, optaron por la deserción. Valglin y Herumor estaban entre estos últimos. La Dama giró grupa, contenta con la hazaña. Antes de irse miró a Maglor. Recordaba la promesa hecha años atrás: "La trataré como tu tratarías a uno de mis hijos".
Ahora, viéndolos huir con los Príncipes, entendió que había perdido otra batalla.
"Fëanáro nosello... i umbar Námova ataltie ten (Descendiente de Fëanor... El Hado de Námo ha caido sobre ti). A mahtauvatye eressea umbartye mittal (Lucharás solitaria contra tu destino)"
- Mi Señora –la interrumpió Minastir- Vuestra presencia es necesaria ahí adentro.
Sus ojos se negaban a ver. Ante ellos se extendía una sala repleta de cuerpos inertes, muchos de ellos mutilados, las paredes ensangrentadas y los suelos resbaladizos. El corazón de la Dama se estremeció de horror; un horror indescriptible, aun mayor que el que había vivido en Doriath o en Alqualondë.
- ¡Venid! –instaba Minastir caminando por encima de los cadáveres.
La batalla en la Casa de Curación había sido la más cruenta. Todos los niños de los Puertos se habían refugiado allí, pero sus defensas habían caído en poco tiempo: los hijos de Fëanor habían enviado a sus mejores Elfos, los más aguerridos y crueles. Puestos a matar, iban a obtener el Silmaril a cualquier precio.
Entre los caídos prevalecían los cabellos rubios.
- ¿Y la Dama Elwing? –Preguntó Galadriel mirando alarmada los rostros de los muertos.
- Sólo hay un niño que sabe algo de lo que ha pasado. Lo protegían las puertas del almacén que fueron abiertas en el último momento, cuando entramos al mando de Herumor y ya era demasiado tarde.
- ¿Herumor? ¿Dónde está él? ¿Ha sido leal?
- Mucho más de lo que cabría esperar. Luchó valientemente para impedir que Maglor se llevara a los Príncipes, pero fue herido. Turussë lo está atendiendo, pero no da abasto.
- No me extraña que haya sido herido –dijo Galadriel- No es poca cosa hacer frente a Macalaurë. Pero, ¿por qué está solo Turussë?... ¿Y Phaire? ¿Y Aurenar?
- La Dama Aurenar también ha sido herida; ha recibido un fuerte golpe en la cabeza. No es grave, pero de momento debe reposar. Y Phaire... ella ha muerto, mi Señora...
La Dama palideció. ¡Muerta! Su pecho se llenó de oscuros presentimientos.
- ¿Dónde está ese niño que dices?
Finlomë no había visto nunca a la Dama de cerca. La expresión de su rostro lo intimidaba; lo único que salía de él eran lágrimas. Era un elfo muy pequeño, de no más de diez años. La inocencia quemaba en sus azules ojos y sus labios gordezuelos se apretaban en una mueca de timidez. Sus manos se aferraban a un arpa demasiado grande para él.
- Debes contarme lo que has visto, Finlomë; necesito saber qué ha pasado. -Le pidió ella amablemente.
El niño la miró desde detrás de sus lágrimas. Cuando hablaba con él ya no parecía una reina. Su voz sonaba familiar, tal vez como la de una maestra... pero... ¿Cómo iba a encontrar su boca las palabras que tradujeran lo que sus ojos habían presenciado?. El horror parecía su único testimonio, y la angustia se apretaba detrás de su paladar y bajaba hasta su garganta, como un puño de puro dolor.
La Dama retiró el arpa de sus manitas, que al contacto con las de ella abandonaron la tensión; lo acarició con una ternura inmensa y lo estrechó contra su pecho. Estuvieron así unos instantes; luego lo separó suavemente y se miraron a los ojos. Poco a poco Galadriel fue penetrando en su mente, como si ésta fuera el mar y el agua estuviese fría. Los ojos de Finlomë mostraban aún parte del sueño del que aquella mañana Miluiniel, su madre, lo había arrancado. Dentro de la cabeza del niño, entre sus confusos recuerdos, la Dama oyó un ensordecedor repique de campanas que desde la mindon (torre) de la plaza sembraban la alarma: el momento había llegado y todo el mundo debía correr a los puestos asignados: o a la batalla o al refugio.
- ¡Corred! –ordenó su padre.
El pequeño tuvo que mirar dos veces para reconocerlo ocupando aquella armadura. Estaba guapo allí dentro. Parecía más alto y mucho más fuerte.
- ¿Yo también me pondré una así? –preguntó admirado.
Su padre se arrodilló ante él haciendo tintinear el pesado metal de las perneras contra el frío suelo.
- Ionn –dijo su padre entre suspiros- Tal vez, por desgracia, un día llevarás una así; pero hoy debes cuidar de tu madre y ser fuerte. Es posible, hijo, que no nos volvamos a ver en Endor...
- ¿Por qué ada , qué pasará ahora?. Los ojos claros de Finlomë se poblaron de preguntas al tiempo que los de su padre le mostraban el terror que aquel día los dominaba. Le revolvió con la mano los dorados cabellos pero el guantelete de acero le rozó la frente.
Galadriel acarició el rasguño del niño que se apretó de nuevo contra ella, desamparado.
- Ya pasó, Finlomë... ya pasó todo –murmuró la Dama confortándolo y separándolo de nuevo.- Pero es muy importante que yo sepa...
Finlomë asintió y ofreció nuevamente sus ojos... y a través de ellos la Dama vio las estrechas calles de los Puertos, que tan bien conocía. Una niebla espesa unía su poder al de la noche para hacer que las casas blancas de los Falmari parecieran fantasmagóricas apariciones. Los Elfos presurosos atravesaban las callejas empedradas de los puertos. El miedo se reflejaba en sus caras. Muchos cerraban ventanas y puertas, no tanto para evitar el saqueo como para conjurar la esperanza de que, pasado un oscuro mal rato, podrían regresar y seguir con la vida cotidiana.
Galadriel conocía bien el final del camino que acababan de emprender: la Casa de Curación, ante cuya puerta había dos Elfos armados. Finlomë los miró temeroso. Uno de ellos parecía Noldo: alto y robusto, de mirada gris y cabellos nocturnos. El emblema de Finarfin lucía en su pecho. El otro se aproximó a ellos y les explicó precipitadamente que algunos de los fëanorianos habían desertado jurando fidelidad a Galadriel. Eran Elfos de corazón cansado a causa del juramento. Aquel se llamaba Herumor.
- Tu familia aquí estará a buen recaudo; es un guerrero extraordinario. Fue guardaespaldas de la hija de Maglor que también está refugiada con los niños. –Les explicó.- La Casa de Curación es inexpugnable.
Su padre asintió en silencio y Finlomë vio cómo ceñía la casi inexistente cintura de su madre y le acariciaba el vientre preñado... y cómo le besaba los labios por última vez. Luego se miraron. Un brillo acuoso danzaba en sus pupilas. Y se fue. La niebla fue devorando su imagen; su armadura no centelleaba.
El niño sollozaba. Galadriel entendió que no podía seguir, que necesitaba un respiro. La Dama le sonrió, le secó las lágrimas, lo acomodó en su regazo...
- ¿Qué sucedió aquí dentro? –Preguntó.
Finlomë tenía en su cabeza ideas dispersas, que no podía ordenar.
- El Noldo nos acompañó ayudando a mi nana a quien cada vez le costaba más caminar, aunque ella me sonreía... y la Elfa que mataron la hizo tumbar en un jergón, en una esquina, detrás de un biombo... y había una chica de cabellos rojos y era una Araniel... y...
El niño no podía parar de llorar.
- Shhh... –Dijo Galadriel tiernamente, meciendo a Finlomë en su regazo.- ¿Prefieres que siga mirando en tu mente?
- "Sí" –Susurró, al tiempo que sorbía sus mocos y ofrecía dócilmente sus ojos a la Dama...
- Eres un niño muy valiente, Finlomë... –le reconfortó cariñosamente mientras le acariciaba la espalda y sus ojos volvían a encontrarse.
Finlomë fue arrancado del lado de su madre y llevado con Lothluin, que se despedía de Herumor con un nuevo beso apresurado. Éste al salir se cruzó con Náredriel, que llevaba en las manos un arpa. Él inclinó la cabeza, ella lo miró altiva y fría. Galadriel no podía saber de qué hablaban, pero el Noldo lanzó antes de salir una última mirada hacia Lothluin, y en sus ojos había vergüenza y duda.
- ¿Y este joven? ¿Cómo se llama? –Preguntó Lothluin con dulzura. Los grandes ojos de Finlomë sonrieron y sus labios pronunciaron su nombre.
La Elfa había acomodado a los niños en un rincón al fondo del recinto y les contaba cuentos. Náredriel se sentó con ella y tocaba el arpa, pero se la veía inquieta, nerviosa. Hasta en el simple recuerdo de un niño percibía Galadriel su confusión y su duda. Se equivocaba en los acordes y una cuerda se rompió. Seguramente pensaba en su padre. ¿Amigo? ¿Enemigo?. Ahí fuera estaba él... ¿Y ella? ¿Qué debía hacer?
"Debí haberla llevado conmigo, en la grupa de mi propio caballo" –se reprochó Galadriel.
Los cuentos seguían interminables y el arpa sonaba desganada. Los niños más pequeños se habían dormido y los más nerviosos empezaban a jugar entre sí, cansados de estar quietos y callados. De pronto los gemidos de la madre de Finlomë llegaron nítidos, sobreponiéndose al barullo del juego. Un amigo le apretó el brazo y lo animó:
- ¡Tranquilo Fin! ¡Siempre es así! Cuando nació mi hermanita fue igual. Verás que pasará rápido y pronto.
Pero Finlomë tenía el corazón encogido y en la boca no encontraba saliva. Años más tarde supo que ese estado tiene nombre: miedo.
Aurenar salió alarmada de detrás del biombo buscando a Phaire. Algo iba mal. El corazón de Finlomë latía muy fuerte, como el galope de un caballo salvaje.
- ¿Ha nacido ese niño? –preguntó Galadriel a Minastir.
- Sí, Tarinya, -Respondió éste, y bajó el tono de su voz hasta el susurro, para añadir- pero la madre perdió la vida... cuando el niño nació, las curadoras -no sé por qué- no la atendieron y una hemorragia se la llevó. –Luego, con su voz normal, informó- Lothluin está cuidando del pequeño.
La Dama asintió y acarició de nuevo a Finlomë, que empezó a hablar sin que esta vez se lo pidieran:
- La Dama Aurenar llamó a Phaire y ella fue corriendo... mi mamá gritaba mucho... luego oímos un ruido muy grande... muy grande... y los niños que jugaban se callaron de golpe. Sólo seguían llorando los más pequeños y gritaba mi nana ... La puerta se abrió de golpe; afuera luchaban... entró un guerrero muy alto... tenía una armadura brillante, parecía un capitán... luego entraron la Dama más bonita de Endor y dos niños iguales, ¡estaban repetidos! ¡Todos la estabamos mirando! Lothluin gritó: "¡No!... ¡Wilwarin no!" E intentó coger a la Araniel por un brazo, pero ella la miró sólo un instante, justo al oírse llamar Wilwarin, como si no supiera qué hacer. Luego se levantó de un salto y dejando caer el arpa encima de mí corrió hacia la Dama...
Finlomë se calló como si quisiera recordar bien lo que había pasado, como quien intenta ordenar una habitación y no sabe por donde empezar...
- En el cuello de la Dama brillaba algo, mucho... ¡Era algo como mágico, especial, algo que no podías dejar de mirar! La Araniel le gritó:
"¡Dámelo Elwing! ¡Me pertenece! ¡Impide que más gente inocente muera! ¡Dame el Silmaril!"
Lo dijo como quien manda mucho... si yo hubiera tenido el Silmaril se lo habría dado sin importarme lo bonito que era. Pero la Dama Elwing no lo hizo. Miró muy enfadada a la Araniel y le gritó:
"Jamás te lo daré y no es tuyo: mi abuela lo rescató de la corona de Morgoth poniendo en peligro su vida".
Entonces ella le contestó como si se burlara:
"Nada habría rescatado si las manos de MI abuelo no hubieran forjado esa joya; y si ella arriesgó por él su vida, mi abuelo la perdió. Así que... ¡Dámelo!".
Finlomë había dejado el regazo de Galadriel, como si sus pies necesitaran el contacto con el suelo. Tenía la mirada perdida en un misterioso punto del vacío y se llevó las manos al cuello como si protegiera con ellas el brillo del Silmaril.
- Entonces el guerrero alto señaló una puerta que Phaire había abierto... no la habíamos visto, pero al oír los gritos había dejado un momento a mi mamá con la Dama Aurenar para abrir esa puerta, porque ella era la única que tenía la llave...
"¡Por allí, Hiril !" –Dijo el capitán
Y apartó a la Araniel de un empujón... pero ella... ella entonces...
Finlomë apretó más su garganta... ahora ya no tenía el Silmaril entre sus manos... ahora protegía un cuello y miraba a Galadriel con los ojos muy abiertos.
- ¡Fue tan rápido... ! Él le puso una mano en el hombro y la Araniel con un gesto rápido le arrancó la espada de la vaina y... y... de pronto al capitán le salía mucha sangre del cuello y sus ojos se habían quedado como blancos y se cayó de rodillas al suelo. La Dama gritó y empezó a correr, pero mi madre también gritó fuerte... y se me cayó al suelo el arpa e hizo un ruido muy extraño, como si las cuerdas estuvieran asustadas y llamaran a alguien. Phaire, que ya había abierto la puerta, se interpuso entre la Araniel y la Dama Elwing.
"¡No me obligues a atacarte!" – Le pidió la Araniel como con pena.
"No pequeña, no me quitaré. Deja que Elwing huya. Yo no me moveré. Si quieres pasar, tendrás que matarme." –Le decía Phaire.- La Araniel la apartó de un empujón, no parecía que tuviera tanta fuerza, y echo a correr detrás de la Dama... Entonces Phaire le agarró el vestido y ella se giró y en sus ojos brillaba la furia.
"¡A lelya Phaire! (¡Vete Phaire!)" -Le gritó.
Mientras tanto, la Dama Aurenar salió de detrás del biombo con un pequeño bultito blanco y llorón que dejó en mis brazos mientras desenvainaba su propia espada y gritó también:
"¡Yo me ocupo Phaire!" -Pero Phaire ordenó:
"¡No Aurenar, tú le harás daño!"
Pero la Araniel ya había echado a correr detrás de la Dama Elwing y... Phaire corrió también y le dio alcance y la sujetó de un brazo y no la dejaba, aunque la Araniel forcejeaba y corría y La Dama Aurenar se aproximaba blandiendo la espada... y todo era confuso... Entonces la Araniel... ella... Aurenar le quiso quitar la espada de la mano con un golpe de la suya, pero ella aguantó. Phaire gritó "¡No!" E intentó ponerse en medio de ellas. "¡¡HEKA!" gritó también la Araniel y entonces...
Galadriel cerró los ojos en un gesto de dolor. Su rostro y el de Finlomë competían en palidez. Finlomë siguió solo con un hilillo de voz.
- Phaire se cayó al suelo... sangraba... y la Dama Aurenar siguió luchando con la Araniel...
- ¿Fue Náredriel quien hirió a Aurenar? –Preguntó Galadriel con incredulidad.
- No...No hubiese podido, –respondió Minastir- la lucha era muy desigual... La Dama supera claramente a la Doncella, pero... la muchacha es obstinada y no creo que reconociera su inferioridad... al parecer mientras luchaban la puerta cedió y ntró Maglor al frente de un batallón de Noldor. Él fue quien la hirió.
- ¡Macalaurë...! –musitó Galadriel.- Debió buscarla como un loco... Luego la Dama preguntó de nuevo al niño- ¿Sabes qué más sucedió? ¿Has visto qué le pasó a Elwing?
- No lo sé bien... la puerta estaba abierta y entro ese Golodh de armadura brillante y gritó "Yendenya" y derribó a la Dama Aurenar con un golpe de espada y luego todo se llenó de Gelydh con penachos rojos y los niños asustados empezamos a correr sin saber qué hacer y gritábamos... yo tenía al bebé y lloraba y no sabía que hacer, solo lo abrazaba y al fin oímos la voz de Herumor, que había llegado hasta la puerta y ordenó a Lothluin que nos hiciera salir a los niños y yo estaba cerca y salí primero y las vi correr por la playa... La Dama llegó hasta la orilla y miró atrás y la Araniel corría tanto que yo pensé que le daría alcance y la Dama se lanzó al mar y ella detrás y yo pensé que se ahogaría, pero el Golodh que había herido a la Dama Aurenar la siguió y la retuvo, como si entendiera que no había nada que hacer... entonces sucedió...
- ¿Qué? –Preguntó Galadriel.
- Señora, el muchacho cuenta algo extraño... –Explicó Minastir. -Dice que cuando la Dama hubo nadado muchos metros y las fuerzas la abandonaban, se...
- ¡Se hizo un ave...! Blanca y poderosa y surcó el cielo en dirección al Oeste... –corroboró seguro Finlomë.
En el rostro del guerrero se pintó una mueca de incredulidad, entendiendo que acontecimientos demasiado grandes habían excedido la resistencia de la mente de un niño tan pequeño. Pero la Dama lo miraba con seriedad, no dudando de sus palabras y sus labios pronunciaron un nombre que hizo cambiar la expresión del rostro del elfo...
- Ulmo... en sus manos está el destino del Silmaril. ¿Ellos luego se llevaron a los príncipes?
La cabeza de Finlomë asintió. Su voz, aunque cansada, prosiguió relatando.
- Sí... el Elfo vestido de negro nos apartó a empujones y luchó contra Herumor...
Galadriel imaginaba perfectamente el combate que Finlomë había visto. Por muchos años que el niño viviera y por muchas batallas que presenciara, jamás volvería a ser testigo de una tan espectacular y salvaje, tan igualada y cruel.
- Lo que me extraña es que no lo matara... –dijo Galadriel.
- Fue por la Araniel: –dijo Finlomë- le gritó que lo dejara y que la ayudara con los niños... entonces se los llevaron...
- ¡Vengo a cumplir lo prometido! ¡Perra golodh! –Gritó un Sindar abriéndose paso con su caballo hasta llegar a Náredriel que salía tras Maglor de la Casa de Curación. - ¡Ensartaré en una lanza tu cabeza y la ofreceré a tu padre como un homenaje de Caras Sirion!
- ¡Estás loco! –Le gritó otro jinete que lo seguía- ¡Ese niño es uno de los Príncipes! ¡Ella lo está salvando!
Maglor aprovechó la confusión y tiró del brazo de Míriel retirándola tras de sí; dejó en el suelo al niño que él llevaba y desenvainó su espada. Detuvo el acero Sindar y luchó con el Elfo. Le bastaron dos o tres envites para derribarlo del caballo y un tajo seco para decapitarlo.
- ¡Monta a los niños contigo y huid...! –Ordenó Maglor corriendo hacia el segundo jinete, cuya suerte fue similar.
En ese momento Minastir se abría paso entre los cadáveres dispuesto a detener a los fugitivos. El caballo de Maglor se encabritó y acto seguido emprendió el galope.
Al cabo de la calle una amazona blanca se aproximaba. Era Galadriel.
Calle arriba se perdieron.
Calle arriba.
Al galope. Delante un niño, otro detrás. Maglor no podía apartar los ojos de ella. Desde el color de sus cabellos hasta la forma de moverse, en todo le recordaba a su madre. ¡Había crecido tanto¡. La alegría de volver a verla, de tenerla de nuevo a su lado, le ocultaba la amarga realidad de la batalla.
- A hekaelme Londesse, i seldor nár i eru estel! (Salalgamos de los puertos, los niños son la única esperanza) –le gritó haciendo sonar el cuerno en señal de retirada.
Míriel le dedicó una mirada cómplice y guió su caballo hacia un sendero semioculto, antigua vía de escape de aventuras infantiles. Tras escalar empinados caminos de tierra y pisotear yerbajos silvestres llegaron al acantilado. Muchos Elfos se les habían ido uniendo. Macalaurë escrutaba a su alrededor intentando descubrir a Nelyo. Uno de los soldados de Ambarto galopaba hacia ellos. En su caballo traía el cuerpo de su Señor herido de muerte. El corazón de todos se empequeñeció en el pecho.
Míriel se asomó al acantilado, al que tantas veces había subido a merendar con Glorfindel en una época que ahora le pareció remota. Desde allí, alejada ya de la batalla, contempló la ciudad. En la distancia se veían las calles, testigos solitarios de enfrentamientos aislados, impotentes manos que contenían tristes bultos caídos en el suelo. Soplaba un inquietante viento del Oeste. Los cuernos seguían sonando marcando la retirada. Jinetes de rojos penachos se movilizaban; no tardarían en llegar
- Ha sido una masacre. –Dijo Macalaurë apenado, acercando su caballo al de su hija.
Míriel se miró las manos, como si las tuviera sucias, y las restregó contra el cuello de su montura.
- Ya no puedes cambiar nada – Intentó consolarla Macalaurë- No le des más vueltas. Eso vivirá en ti para siempre.
Su caballo se movía inquieto, pifiaba... Macalaurë descabalgó y se acercó al de ella. Míriel lo miró a los ojos: la pena y el remordimiento los humedecian.
Los soldados se hicieron atrás, respetando aquel momento.
Por la izquierda, convocado por los cuernos, se acercaba el grupo que había permanecido en la retaguardia: las curadoras, las mujeres y algunos de los niños.
Anarsel, al descubrir a Míriel se acercó corriendo para saludar, pero la prudencia le impidió adelantarse a Macalaurë, que ayudaba a bajar a los niños.
- Anarsel, a mahata seldi Antenissnen,. Si ná Elerondo ar ta ná Elerossë. (Anarsel lleva a los niños con Antenis. Este es Elerondo y ese Elerossë). –Ordenó.
Elerondo se había orinado encima, Elerossë se aferraba a Míriel, no quería soltarle el pelo. Gritaba. Pataleaba. Cáno lo alzó con cariño:
- Úaista, ion. (No temas, hijo) –Dijo acariciándole- Tranquilízate, yo cuidaré de vosotros, no permitiré que os suceda nada malo. Con nosotros estareis bien...todo ha pasado ya... no tengas miedo. Ahora id con Anarsel y os dará ropas limpias y algo de comida. Yo os iré a buscar en cuanto pueda.
Anarsel sonrió a Míriel y se llevó a los niños.
Míriel abrazó a su padre.
Dejó escapar un suspiro.
¡Había deseado tanto aquel reencuentro!. Querría con todo su ser que fuera como la primera vez que se había entregado a los brazos paternos querría saciar sus ansias, tenía sed de seguridad, hambre de paz...
Macalaurë se dio cuenta de que su hija ya no era una niña. Notaba que sus espaldas soportaban un gran peso. La rabia le embargó: de nuevo el poder de un Valar le aplastaba contra la realidad como los dedos de los niños espachurran en los vidrios a las moscas desorientadas.
- Avatyara nillo! (Perdóname)– suplicó su padre
Se hizo el silencio. Macalaurë la apretaba contra sí, sus labios le rozaban la sien como si dudaran de su derecho a besarla. "Avatyara nillo, pitya" repetía... No era capaz de pronunciar otras palabras, de alegar excusas, de defenderse de su mal...
ilar thanye, ilar melme, ilar malkazon samme... (ni ley, ni amor, ni alianza de espadas)
- Inye mela ten, atto... (Te quiero, papa) -sollozaba ella, como quien busca algo perdido, pero sin juicios, sin reproches, ardiendo aún su alma por la luz del Silmaril.
ilar thanye, ilar melme, ilar malkazon samme...
Las manos... sus manos...
Míriel las apartó del Elfo herido que intentaba sanar.
Se mordió el labio y gruesos lagrimones fluyeron por sus ojos. La sombra se llevó la vida que le quedaba al Elfo y ella se dejó caer al suelo, vacía.
No tenía poder.
- ¿Qué sucede? –Dijo Anteniss alarmada.
El elfo yacía inerte. La mirada de la Curadora se cernió sobre su nieta, que se replegaba sobre sí misma, abrazándose, como si quisiera salvarse de un desastre.
- ¿Has estado en contacto con la muerte? –Sus ojos penetrantes como los de un ave de presa la escrutaban- ¿Te has cobrado vidas? ¡Típico! ¡Nada te importa el sacrificio de tu madre! ¡Nada la soledad de tu padre! ¡Tú no has nacido para ser princesa, para preocuparte del destino de un pueblo! ¡Eres egoísta y mezquina! Pero ahora estarás contenta. ¡Has conseguido lo que querías! ¡El poder ha huido de ti! ¡Quítate de en medio! ¡Vete a tocar el arpa! ¡Aparta de mi vista tu inutilidad!
Parecía que su cuerpo estuviese fragmentado en mil trozos, diseminado... Náredriel se levantó penosamente, aún traspasada por los severos ojos de su abuela. Buscaba por su pecho arrepentimiento, pero la luz deslumbrante del Silmaril aún la cegaba. Si Poderes rencorosos regían su destino por la ley del antojo, si el Hado la había condenado injustamente por crímenes con los que nada tenía que ver, ¿Por qué no iba a matar? ¿Qué quería decir Narringe con aquello de que había conocido su esencia? Por primera vez se le ocurrió pensar una cosa: ¿Qué habría hecho ella en Alqualondë, en Doriath?
Otras palabras resonaban en su mente: las de Aurenar, cuando le decía que no tenía nada de qué enorgullecerse. Y era cierto. Nada había hecho digno de mención, salvo las vergonzosas muertes de aquella tarde. No podía deshacerse del espanto de los ojos del guerrero asesinado, que de pronto se habían llenado de muerte; del pecho abierto de Phaire... ¡Phaire! Ahora se daba cuenta de lo mucho que la quería... La muerte ahora vivía en ella y le mordía el corazón como un perro. De pronto quiso ser aquella niña de cabellos revueltos que no sabía qué era un "noldo" y quería jurar... ¿jurar?... Jurar que jamás tendría nada que ver con aquellos Elfos fratricidas... Toda su vida había renegado del poder de sanar, pero ahora, viendo como había muerto un Elfo por su falta de poder... ¡Ahora empezaba a saber qué importante era lo que había perdido!
Sorteando rabiosa los cuerpos de los heridos, saltando sobre sus gemidos que la acusaban de traidora, se acercó al acantilado. Bajo ella Los Puertos, las playas conocidas por las que había corrido y jugado, el mar que le había lamido la piel...
"¿Recuerdas tú el nombre de todos tus ahogados? –le gritó- ¿Recuerdas el color de sus ojos, el tono de su voz, la sorpresa en su rostro cuando ya no había aire?"
Pesadamente se dejó caer en el suelo hiriéndose las rodillas con la dureza de la roca desnuda, y tapándose la cara con las manos lloró amargamente.
Una voz desolada le habló.
- Ambarussa también ha caído.
Míriel se mordió el labio.
Maedhros se sentó a su lado. Ella lo miró con el rostro bañado de lágrimas y la nariz rezumando mocos. Estuvieron largo rato unidos por el silencio.
- Ilkwa ná avasanda, vanimelda... mártya tyalie Nuru . A nenatye niernen i osse karnaron, nan a kenatye i eleni estelenen... Ambar-mettá Eru lastaruva i yalme uaharyaina –Dijo por fin Maedhros arrastrando cada palabra como un preso sus cadenas. (Todo es mentira, preciosa... tus manos han tocado la Muerte. Moja con tus lágrimas el horror de tus hechos pero mira a las estrellas... Al final de los días Eru escuchará el clamor de los desposeídos)
La única mano de su tío limpió las lágrimas del rostro de su sobrina antes de atráela hacia sí y estrujarla con un abrazo protector. El muñón se le clavaba en la espalda... él nunca volvería a tener una mano en el extremo de aquel brazo mutilado... ella sentía también que algún miembro le había sido amputado.
- "CON LA SEMPITERNA OSCURIDAD SEAMOS MALDITOS"... ¿no entiendes, pitya? ¡No podemos romper el juramento!.
Míriel lo escuchaba en silencio. Sus grandes ojos grises le invitaban a hablar. Maedhros se animó a recordar, al contrario de su hermano él parecía necesitar de las palabras.
- Nuestros pies pisaban la cima de Túna, habíamos partido al exilio avergonzados, retornábamos rebelados. Confieso que me dieron asco las lágrimas de los Vanyar y de los Maiar... eran tan falsas. El cuerpo sin vida de Finwë, su sangre derramada ante las puertas, la fría oscuridad...¡Ese era nuestro dolor y no lloramos, por qué no había lágrimas suficientes!. Pero los Noldor estaban allí, un mar de Elfos portando antorchas. Fuego en la oscuridad... ¿ Había perdido la razón? ¡Todos la habíamos perdido entonces! Porque la fidelidad de nuestras gentes estaba clara y no temieron demostrársela a los Poderes. El pueblo aclamó a mi Padre y lo aceptó como al nuevo rey...
Maedhros guardó silencio, sin apartar los ojos de los de su sobrina. Quería a aquella niña, la sentía también parte de él.
- Si la ira lo cegaba... si los términos del juramento fueron más allá de la razón... –siguió- entonces deberíamos haber hecho algo para evitar eso, pero no lo hicimos. Y juramos.
La luz del Silmaril volvió a la mente de Míriel con todo su esplendor.
- Ya está hecho; no podemos deshacerlo. Solamente Eru puede cambiar las cosas... pero al parecer, nos ha abandonado. Cargamos con un destino demasiado pesado, lo sé y quisimos apartarte de él. –Dijo su tío estrechándola contra él para luego mirarla cariñoso-. ¡Te pareces tanto a Amme! Ella se quedó en Valinor, quizá para mostrarnos que había otro camino... no sé... tantas veces me he preguntado qué hará ella ahora, qué pensará... Tu has elegido también, pequeña, aunque en sentido contrario a ella...
- ¿Y quien está en lo cierto, tío? ¿Ella? ¿Yo?. –Preguntó Míriel ansiosa.
Maedhros la miró con ternura.
- A ella le aguarda una eternidad vacía, un futuro que siempre vivirá del pasado, la soledad... A ti te aguarda... ¿Quién lo sabe? Pisar Arda por días innumerables, cargar con el peso de todas tus acciones... A los Segundos Nacidos Eru les plantea tres retos: la vejez, la enfermedad y la muerte. Nosotros tenemos bastante con cargar cada instante con el peso existencia y la duda de qué habrá detrás de nuestros pasos finales, cuando Arda se desintegre...Si vamos a morir con su sustancia todo da igual y si no...
- ¿Y si no?
- No lo sé, pitya...
Unas nubes ocultaban a Isil, que aquella tarde empezaba a mostrar su forma creciente. ¿Guadaña? ¿Sonrisa? ¿Horrible mueca de un cielo sin entrañas?
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