Primer capítulo. Reencuentro.
-Ese es mi lugar.
-Ah, ¿Sí?
-Sí.
-¿Y pretendes que me levante?
-Ajá.
-No vi tu nombre por ningún lado.
-Todos los años me siento al lado de Phoebe; No es mi culpa que no hubieras estado aquí para darte cuenta.
-No estoy junto a Phoebe, sino junto a Gerald.
-Ahora mismo cambiarán lugares.
-¿Ah, sí? -Fue la voz del aludido la que respondió esta vez, pero una menuda y gentil mano sobre su antebrazo lo hizo mantenerse fuera de la discusión cerrando la boca.
-¿Y si no quiero moverme? -El rubio había vuelto al ruedo luego de la fugaz interrupción, mirándola con los ojos entornados.
-Te aconsejo, por tu bien, que te pongas de pié ahora mis...
Pero se cortó en el acto al verlo, de hecho, ponerse de pie frente a ella, y ella lo miró con el entrecejo fruncido.
El enfrentamiento, como siempre.
Y él encarándola sin miedo, como siempre.
Pero algo había cambiado.
Debía haberlo notado desde que lo miró por primera vez, así hubiese estado sentado, por que es que era tan obvio...
Pero no. Al parecer la densidad de él se le había contagiado en ese tiempo de ausencia, como si fuese un remanente que hubiera quedado de él y al que ella se hubiese aferrado con fuerza, como si...
¿En qué demonios estaba pensando?
Simplemente, jamás se hubiera imaginado que el camarón con pelos pudiera...
-Y si no, ¿Qué? -Repitió él, irguiéndose cuan largo era, y vaya que era largo...
Dio un paso hacia el frente, aún cuando ya estaban muy cerca, y ella frenó apenas el impulso de dar un paso hacia atrás. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de las telas, como si se tratara de un enorme radiador humano, o ella solo se tratara de un pequeño ratoncito friolento.
Y lo hizo.
Sabrá dios por qué. La edad y la estatura le habían dado aún más agallas, definitivamente.
Porque él puso una mano enorme, que le agarraba toda la mitad de la cara; desde el inicio de la quijada hasta bien entrado el cuero cabelludo, e inclinó, (porque sí, se tuvo qué inclinar, y bastante).
Era estúpido que después de ser un niño tan pequeño -nada más que un pequeño camarón greñudo- ahora fuera tan enorme...
Bueeeno, no era TAN enorme; tal vez mediría un metro ochenta y tantos, o un metro noventa, que si bien lo hacía muy alto, tampoco lo hacía TAN alto.
El problema era que ella, después de haber sido una niña muy alta, apenas hubiera alcanzado a llegar al uno setenta en su edad adulta.
...Y ella había llegado a pensar que estaba bien, porque así tampoco se hubieran visto tan desiguales en el hipotético y cada vez más exiguo caso de que hubieran quedado juntos, ¿o no?
El calor le corrió inmediatamente de las mejillas hasta la punta de los pies cuando sus labios se posaron ahí, sobre la piel helada que le había dejado el aire de la calle; La dulce suavidad de esos labios sobre su mejilla y la calidez de su respiración haciéndole cosquillas en la oreja casi congelada. La mano grande, enorme, sujetándola para que no se le ocurriera mover la cabeza de su sitio y frustrar su intento, como si a ella se le hubiese podido ocurrir hacer tal cosa.
No supo cuánto tiempo pasó, pero fue mucho. Mucho más de lo que dura un beso en la mejilla para una amiga, aún si no la has visto en varios años.
Pero terminó y él se alejó y el cachete quedó cosquilleándole mientras, junto con la piel que había estado en contacto con su mano, le reclamaban por la falta del calor repentino y tan bien recibido del cabezón cuya cabeza finalmente hacía juego con el tamaño del resto de su cuerpo.
La carne, la piel que ante su ausencia se había vuelto un cubo de hielo, aún peor que antes, rápidamente acostumbrada al calor del hermoso hombre frente a ella, estalló en llamas al toparse con sus ojos profundos como lagos, justo frente a los de ella, y la nariz casi -casi- rozándose con la suya.
Y ella se quedó ahí, mirándolos, anonadada.
Con la cara hirviéndole ahora, aunque se estaba muriendo de frío. Sus ojos seguían clavados en los de ella, mirándole directamente, y sonreían con una seguridad que no le había visto jamás en la vida, y eso a pesar de que él era una de las personas más seguras que hubiese conocido nunca.
Sonreía y la miraba fijamente, y ella de repente se sentía un corderito ante las fauces de un león. Porque sí, le aterraba... Pero vaya; por dios y por el diablo, que también le fascinaba...
-Si no, ¿qué? -Repitió una vez más, elevando las cejas, con la sonrisa seductoramente burlona ensanchándose a lo largo de su rostro esculpido por los mismísimos ángeles.
-Yo... -Estaba roja. Lo sabía por el modo en el que le ardía la cara, mientras que él seguía con el sutil rosado de nariz y mejillas que a todos les provocaba el frío.
Ella no podía escudarse en eso.
Él volvió a sonreír, se volvió a inclinar, y ahora puso ambas manos sobre su quijada, arropándole de paso todo el cuello y posó sus tersos -Por Dios, qué tersos- labios en su otra mejilla, y a ella el estómago se le subió al cuello y el corazón a la cabeza, retumbándole contra los oídos tan fuerte que no podía escuchar otra cosa. ¿Acaso él se daría cuenta de aquéllo estando tan -pero TAN- cerca como estaba?
El rubio, luego de un lapso tal vez incluso más largo que el anterior, se separó, y vio que todos los miraban.
Ella trató de componerse a pesar de los hermosos ojos verdes que aún la miraban de una manera que la mareaba, y balbuceó por fin, derrotada:
-Me... me sentaré por allá, no importa -y se dio media vuelta para dirigirse a la orilla de la barra opuesta a en la que estaba Eugene. (En uno de los años pasados se las había arreglado para terminar de cabeza en un barril de cerveza).
Pero él no la iba a dejar en paz porque al parecer se había vuelto un sádico; porque la tomó del brazo y la regresó a donde había estado, y jaló el banco hasta ponérselo en frente.
-Tienes razón, estaba en tu lugar. Y por si no lo has notado, ya me levanté.
Hubiera querido pelear. No quería quedar como una tonta derrotada por Arnold. Pero ya no tenía nueve años y ahora estaba en el último año de la universidad y estaba en el interior de un bar y estaba en una de esas clásicas reuniones decembrinas con sus antiguos compañeros de clase de la infancia, y el tiempo podía haberle dado la madurez para dejar ir una confrontación. Aunque la mera verdad no fuera más que el hecho tan simple como que había quedado totalmente fuera de combate después de dos besos, así hubiesen sido solo en las mejillas.
Helga se sentó, casi obligada por Arnold que la tomaba del brazo, y Gerald, a su lado, se puso de pie.
-Toma mi lugar, viejo -. Soltó el moreno sonriendo mientras se ponía de pié.
Arnold le preguntó a Phoebe si estaba bien con eso y ella se limitó a sonreír y encogerse de hombros. Levantó el rostro para besar a su novio y luego lo miró sentarse en la orilla de la barra, junto a Eugene. Dios quisiera que no terminaran prendidos fuego, o algo.
El rubio se sentó torpemente entre la menuda pelinegra y la aún confundida rubia. Parecía que iba a decir algo, pero alguien se le adelantó.
-Diablos, Arnold. Creo que voy a amenazarte yo también.
La voz de ronda, profunda y sensual; madurada por los años y tal vez hasta un poco ensayada, llegó desde la orilla de la barra, mientras recargaba los antebrazos en esta, asomando el cuerpo tan sensual como su voz hacia el chico que acababa de posicionarse entre Phoebe y Helga. Una sonrisa traviesa iluminaba su rostro.
Arnold le sonrió de lado por toda respuesta y Helga volvió a sentir el calor subir por sus mejillas, pero ahora un sentimiento muy diferente era el que se las coloreaba.
Harold por su parte, imitando a Rhonda, se asomó de igual manera, sardónico, pero este se dirigió a Helga.
-Así que esa es la manera en que se puede callarte, señora madame gruñona.
Helga soltó una sonrisa también ladeada, pero tan retorcida que honestamente daba miedo.
-Claro que sí, niño rosa. Inténtalo en cualquier momento que se te antoje quedarte sin dientes.
Todos soltaron una carcajada, hasta el aludido, y la velada transcurrió de una manera increíblemente agradable.
La calefacción se empezó a sentir como a los diez minutos de llegada Helga y el buen ánimo no los abandonó ni por un momento. Ni siquiera a Helga; ni siquiera después de que varias de las otras chicas, incluida Lila, le jugaran la misma broma que Rhonda al rubio.
Aunque claro que, el hecho de que incluso algunos chicos como Harold y Stinky la repitieran la había despojado un poco de su impacto y otro poco el que Arnold les respondiera con una sonrisa cada vez un poco menos divertida.
Helga se había sonrojado mucho porque él parecía esmerarse por que sus brazos estando tan cerca, se rozaran más de lo necesario, y si bien no habían vuelto a cruzar palabra directamente, le había sonreído mucho, y de una forma bastante diferente a la de los demás, o al menos así lo había creído ella (y en verdad esperaba que fuera verdad).
Habían platicado mucho, habían reído mucho y el principal tema ahí, por supuesto, había sido Arnold.
Y Arnold había respondido de muy buen grado las preguntas de todos, y aunque Helga no le había hecho ni una, todas las respuestas había parecido dirigírselas a ella.
Especialmente esa sobre el par de novias que había tenido allá en centroamérica, pero con las que nunca había podido llegar a nada.
-Supongo que simplemente les ponía una barra muy alta -Había respondido a la pregunta del por qué, y se había encogido de hombros. Luego le había dado un trago especialmente largo a su cerveza.
Les había platicado sobre su estancia en una secundaria y una preparatoria latina; los problemas de ir a una escuela donde no manejaba del todo el idioma al principio y cómo muchas de las niñas parecían interesarse en él por el simple hecho de tener el pelo rubio y los ojos claros, aunque parecía más haberlo dicho por modestia que por otra cosa, cuando Gerald había mencionado que Arnold por allá era sumamente popular con las féminas.
"Todos allá son gente maravillosa". Había dicho con una soñadora sonrisa, pero Helga no sabía qué tanto darle crédito a sus palabras, porque para Arnold, toda la gente era maravillosa, en todos lados. Aunque tampoco dudaba que ahí en verdad lo fueran.
Helga le perdió el hilo a la conversación justo en ese momento, cuando había recordado ese día en el salón de clases, cuando el director Wartz lo había sacado de en medio de la clase y la cara de shock del profesor Simmons cuando le había dicho algo al oído, llevando a Arnold hacia la salida del salón, tomado del hombro.
Pronto habían sabido lo que sucedía: Los padres de Arnold habían vuelto, luego de casi una década de ausencia.
Recordaba que nunca había visto a Arnold tan feliz, y aunque aún no entendía del todo lo que había pasado (algo sobre no poder abandonar una aldea por ser perseguidos por una banda de criminales que quién sabe qué problema traían con la gente, y que ellos no habían querido exponer a su familia en EEUU con eso... ) Quién sabe. Ella no había preguntado demasiado, y Arnold tampoco se había esforzado demasiado por aclarárselo, simplemente estaba eufórico por tener a sus padres de vuelta.
Luego se les había ocurrido regresarse a centroamérica porque quién sabe qué cosa había vuelto a pasar, aunque más bien parecían querer huir del recuerdo de sus abuelos que se habían ido poco después de recuperar a su hijo.
Había tenido trece años cuando se lo habían llevado, y ella a unos días de cumplir los catorce.
Y no había podido decirle nada, aunque lo había intentado.
Siempre había estado rodeado de gente, y la única vez que se lo había encontrado solo (una vez que había salido a la tienda y se lo había topado ahí, comprando un paquete de spaguettis), no había podido decirle más que que le deseaba buen viaje, y que llevara mucho repelente de mosquitos. Arnold había parecido querer decirle algo, pero ella había huido cuando había sentido a sus ojos llenarse de lágrimas.
Y se había ido, y había vuelto de vez en cuando los primeros dos años, y se había perdido totalmente los últimos cinco.
Había estudiado por allá los primeros años de la universidad, pero había decidido regresar a su país a terminar su carrera. Sus papás se habían quedado allá, porque al parecer allá era donde les gustaba estar. Habían dejado a alguien encargado de la casa de huéspedes, y ahora utilizaría parte del dinero que producía para ayudarse a pagar la universidad, que ahí era infinitamente más costosa que en la que había estudiado por el centro del continente.
Hubo muchas más risas, pero ella, después de ese repentino vistazo al pasado, ya no había escuchado casi nada.
No había vuelto del todo a la realidad hasta que había sentido el cálido brazo del chico rodearle los hombros y atraerla hacia él, al tiempo que, del otro lado, hacía lo mismo con Phoebe.
"No saben lo mucho que me alegra por fin poder estar aquí" Había dicho, y todos habían sonreído.
"Y no sabes lo mucho que me alegra que estés aquí". Hubiera deseado decir ella, pero se limitó a mirarlo sin molestarse en esconder su sonrisa.
Su cuerpo era cálido y suave, y se sentía enorme en ese momento, cuando su cabeza tocaba su barbilla y su mejilla descansaba en su hombro. Con el brazo enorme de él descansando cómodamente sobre los hombros de ambas muchachas.
Comenzaron los reclamos amistosos por no haberlos visitado antes, pero todos se cuidaron de no señalar lo obvio: Arnold ya no tenía ningún motivo para volver ahí.
Sus padres estaban en otro país. Sus abuelos, en otro mundo. Él estudiaba en otro estado, y lo más seguro era que, una vez que terminara, volvería a ese país del que hablaba con tanto cariño, donde de paso estaba la única familia que le quedaba.
La verdad era que cada vez más todos perdían más las razones para volver ahí también; Hacía años que se juntaban en ese lugar, en esa fecha y a esa hora, pero la verdad era que siempre faltaba alguien.
Arnold, por supuesto. Pero también faltaban otros. Rhonda estaba ahí por primera vez en tres años. Lila apenas hacía un mes que había vuelto de Europa por un intercambio estudiantil que había durado varios años. Nadine se había perdido varias veces también por sus constantes viajes en sus estudios de entomología, donde al parecer había hecho bastantes avances.
Phoebe iba a ese lugar prácticamente solo a ver a Helga porque sus padres se habían mudado al estado donde ella había ido a estudiar y vivía con Gerald desde hacía lo que parecían siglos, se quedaban un par de noches y volvía con su familia, mientras Gerald se quedaba ahí para navidad, luego volvía con su novia.
Incluso la misma Helga había fallado el año pasado también, luego de una gran pelea que había tenido con el gran Bob la navidad anterior y, honestamente, no hubiera ido ese año tampoco de no ser porque había escuchado que venía Arnold.
Phoebe se lo había dicho, emocionadísima. Gerald estaba como loco de la alegría, a pesar de que a menudo se veían en vacaciones, y estaba segura que, si nadie había faltado ese día, era porque sabían que venía él, quien siempre había sido el centro de todos; el verdadero corazón del grupo.
Un estruendo la sacó de sus cavilaciones, y Phoebe se levantó de inmediato mientras se desembarazaba delicadamente del abrazo de Arnold, luego de asegurarle de que estaba encantada de que estuviera ahí, se disculpó con Helga y fue a ayudar a su novio a quien Eugene acababa de cubrir de cerveza luego de caerse de su banco.
Todos se reían ante la situación, y Arnold, que se había distraído ligeramente ante el alboroto, volteó a mirarla a ella, en quien aún tenía recargado el brazo.
-Me da gusto que hayas venido -Le dijo sonriente.
-¿De qué hablas? -la rubia se deshizo del abrazo de Arnold, casi con el mismo cuidado que Phoebe -. Yo siempre estoy aquí; tú eres el que nunca viene.
-El año pasado no viniste -Soltó el con el entrecejo ligeramente fruncido; suspicaz.
-¿No es un poco hipócrita de tu parte reclamarme por hacer algo que tú tienes años haciendo?
-No te estoy reclamando -respondió él, divertido -. Solo temía que tal vez este año tampoco fueras a venir, y no poder verte.
-Perdóname, Arnoldo, pero dudo mucho que el no verme sea para ti una preocupación precisamente... A mí o a cualquiera de los demás, la verdad.
No era justo que le dijera eso; lo sabía. Pero había preferido extender el reclamo y quedar como una insensible que dejarlo personal y quedar como... bueno; como lo que pasaba en verdad, y que era que lo había extrañado a rabiar cada maldito año, y que el corazón siempre se le había roto un poco cada vez que entraba en ese local con la leve esperanza de encontrárselo ahí, y que diera la hora de irse y que él nunca hubiera llegado... No importaba el tiempo que pasara; dolía cada maldita vez.
Arnold arrugó más el entrecejo. A todo al rededor de ellos, las burlas hacia Gerald y Eugene continuaban.
-Eso es un poco injusto, Helga. Los viajes a otro país salen caros, y tengo qué aprovechar el tiempo que paso por allá. Es la única época del año en que veo a mis padres. Los veranos me quedo trabajando y no salgo. A mi nadie me paga la universidad, ¿sabes?
Helga se puso algo roja. La verdad, lo único de lo que no tenía por qué quejarse con el gran Bob, era en materia económica. Si bien ella trabajaba para pagarse su comida y sus gastos, el hombre le cubría totalmente los estudios y era justo por eso que no llevaba a cuestas un préstamo estudiantil como la mayoría de los ahí presentes que habían decidido embarcarse en la costosísima aventura que eran los estudios superiores.
-Sí, sí. Lo siento, hombre trabajador y responsable -Comenzó a la defensiva, pero el sarcasmo se le escurrió a medio camino cuando se topó con esos calmos ojos verdes y ya no pudo seguir -. No intentaba ofenderte tampoco; solo... Estaba siendo grosera e insensible. Tú sabes; como siempre.
Escondió la cara en el vaso y escuchó a Arnold reír junto a ella mientras se empinaba la botella, y ya no volvieron a hablar porque la plática volvió a girar en torno a Arnold, obviamente.
El chico terminó quitándose la chamarra y pasándosela a su amigo, quien había tenido qué quitarse hasta la camisa, y se quedó solo con el delgado sweter que traía debajo.
El resto de la velada fue muy agradable. Phoebe se había quedado al otro lado de la barra abrazando a su hombre para "hacerlo entrar en calor" , y Arnold había continuado siendo el sol al rededor del que todos orbitaban, y ella se había quedado en la comodidad de su proximidad y del silencio provocado por ser opacada por él. Así que se quedó ahí junto a él; callada, cómoda y sonriente. Disfrutando a sus anchas de la felicidad de su proximidad sin tener qué hablar con nadie y sin que nadie tuviera qué darse cuenta de ello.
Y pasaron las horas, pasó la hora en la que todos se iban usualmente hasta que pasó también la hora de cerrar y los corrieron de ahí, y todos salieron en tropel felices y oliendo a alcohol, a frituras y algunos también a cigarrillos. Todos oliendo a reencuentros y a alegrías viejas.
Todos se despidieron de Arnold. Ella también. Pero Arnold la tomó de la muñeca mientras se despedía de Gerald y Phoebe (que habían sido los últimos en despedirse), y luego de prometer solemnemente verse al día siguiente, se marcharon también.
El corazón de la chica se aceleró al notar que se habían quedado solos en la banqueta, mientras las pisadas de todos sus acompañantes se perdían calle abajo o calle arriba, o tras los portazos de los que habían logrado estacionar su auto por ahí cerca.
-¿Qué pasa, Arnold? -inquirió la rubia, un tanto nerviosa, al ver que la mano del chico seguía cerrada sobre su muñeca.
Arnold volteó a verla como si se hubiera olvidado de ella, y con un ligero estremecimiento, al fin abrió la mano para dejarla libre.
-Discúlpame, por favor -Soltó algo apenado -. Es solo que... bueno... supe que no te estás quedando con tus papás y... ¿Dónde vas a quedarte?
Helga levantó una ceja. Esa Phoebe era más boca floja de lo que pensaba, y ahora que lo pensaba, ¿Qué no se suponía que iba a quedarse con ella?
¿Dónde iba a quedarse? Esa era una buena pregunta, ahora que lo pensaba, pero eso tampoco importaba ahora.
-¿Cómo sabes eso? -Se limitó a responderle, mientras se cruzaba de brazos -Y peor aún -agregó -; Eso a ti no te incumbe.
Arnold, totalmente inmune a su falsa hostilidad, sonrió.
-Gerald no quería que te quedaras con ellos esta noche, así que me pidió que te llevara a la casa de huéspedes conmigo.
Helga ahora sí se indignó de verdad.
-¿Y desde cuándo Gerald decide en dónde me quedo yo, o con quién?
Arnold se rio, nervioso, mientras sacudía las manos negativamente frente a su cara.
-¡Hey! ¡No he dicho que te quedes conmigo, sino que hay cuartos disponibles en la casa de huéspedes! Puedes quedarte ahí gratis el tiempo que quieras.
Helga arrugó el ceño, sin saber si debía estar indignada o agradecida, honestamente.
-Dónde me quede no es asunto tuyo, Arnoldo. Además, tengo dinero de sobra para pagar un lugar en dónde quedarme.
-¡Bueno! -Exclamó el chico, divertido -Si te sobra tanto dinero, entonces puedes pagarme hospedaje, señorita millonaria.
Sus brazos se pegaron aún más contra su cuerpo, tan indignada como avergonzada. La verdad era que, si algo no le sobraba en ese momento, era el dinero. Y eso era algo que ambos sabían. A nadie le sobraba el dinero a esa edad. Especialmente si ese alguien se había peleado tan fuertemente con su principal fuente de ingresos que aún no se dirigían la palabra luego de casi dos años.
-¿Sabes que hay otros lugares en los que puedo hospedarme, verdad?
Su cuerpo estaba tan a la defensiva que casi le dolían los músculos. Y Arnold estaba tan relajado y sonriente, que honestamente era indignante.
Su pose era tan casual y relajada que casi ni se notaba que se estaba muriendo del frío, igual que ella, o tal vez más, dada su escasa indumentaria.
-Helga -La sonrisa despreocupada no había abandonado su rostro ni por un segundo -, por mucho que me esté divirtiendo con esta puesta en escena, ¿Podrías dejármela más barata? Estoy muy cansado y me estoy muriendo de frío. ¿Podrías bajar tus escudos solo un poquito y acompañarme a la casa de huéspedes? Te prometo que te está esperando un cuarto cómodo y una cama suave y calientita.
Derrotada, Helga solo bajó los hombros junto con la cabeza y asintió, luego se limitó a seguirlo. La verdad es que ella también estaba exhausta. Acababa de llegar de un viaje de casi dos días por carretera y además toda la cerveza que había ingerido comenzaba a pasarle la factura. En ese momento, lo que más deseaba era apagar un rato el cerebro y descansar.
Arnold, que en un principio había caminado frente a ella para hacerla seguirlo, pronto aminoró la velocidad hasta quedar a su lado, y luego de un par de minutos, le echó el brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí. Helga miró en ese momento su carro estacionado a un par de metros de ella, pero decidió que prefería caminar el resto del camino.
Llegaron a Sunset Arms después de unos quince minutos en total silencio. El chico rompió su medio abrazo para ir a meter la llave en la entrada de la enorme casona, y sostuvo la puerta para permitirle entrar.
La rubia pasó e inmediatamente se sintió agradecida del calor del edificio y de dejar atrás la gélida ventisca de la calle.
Arnold hizo el ademán de quitarse la chamarra, luego sonrió al recordar que no la traía. Entonces se acercó a Helga para tomar la de ella. La chica se la quitó sin decir palabra y el otro la tomó y la metió en el pequeño armario de abrigos junto a la puerta.
-¿Quieres un café? -Le preguntó mientras se dirigía a la cocina. La chica volvió a cruzarse de brazos.
-No me gusta el café -Respondió, arisca, pero aún así lo siguió.
-Puedo preparar chocolate caliente si quieres. La verdad es que yo lo prefiero, pero me pareció más adulto ofrecer café.
-"Arnold el adulto" -Soltó Helga mientras rodaba los ojos -. No tienes qué ser "adulto" conmigo, Arnold. Sé perfectamente lo inmaduro que eres.
Arnold volteó a mirarla con fingido fastidio mientras simulaba imitarla.
-"Sé lo inmaduro que eres" -repitió con una vocecilla increíblemente irritante -. Pase entonces por su chocolate con malvaviscos de corazones color rosa, señorita madurez.
Helga le torció la boca y se sentó en una barra que parecía no tener más de un año de haber sido instalada. A decir verdad, la nueva administración de la casa de huéspedes parecía haber renovado casi por completo el edificio.
Arnold preparó el chocolate sin decir palabra y lo sirvió en dos tazas grandes, luego sacó una caja de panecillos de la encimera.
-Se supone que son de fresa -Dijo mientras se acercaba la caja a la cara. La verdad era que no había prendido la luz al entrar a la cocina y en ese momento solo estaban iluminados por la tenue luz que entraba del pasillo -. Pero estás a salvo. Estas cosas de fruta no tienen nada. Así que podemos descartar fácilmente una reacción alérgica. Ahora que, un cáncer por comer estas porquerías, no podemos descartarlo tan fácil.
-¡Ya cállate de una vez! -soltó ella, divertida, mientras le arrebataba la caja.
Sacó uno y se la regresó.
Arnold hizo lo propio y le sonrió.
Helga le clavó los dientes al panecillo y, mientras el ya tan conocido sabor artificial dominaba sus papilas gustativas, intentando con toda su alma que no se le notara lo conmovida que estaba por el que aún se acordara de ese detalle. Tenía qué hacer algo para cortar ese ambiente, así que se le ocurrió seguir la broma y clavó la vista en el chocolate y volvió a fruncir la boca.
-¿Dónde están mis malvaviscos en forma de corazón? -Inquirió, divertida.
-Lo siento, Helga. No sabía que aún tenías nueve años.
-Tú fuiste el que los prometió, no yo.
Arnold le puso la mano sobre la suya, con una mirada seria de pronto. Una clara solicitud de dejar hasta ahí la payasada, y Helga decidió concedérselo.
Se quedaron un rato comiendo en silencio. Arnold paseaba lentamente la mirada hacia todos lados con una expresión un tanto extraña, y Helga se preguntó cuánto tiempo haría desde la última vez que se había quedado en ese lugar, y cómo le caería todo lo que obviamente había cambiado.
-¿Cuándo llegaste? -Inquirió él de pronto.
Helga se encogió de hombros.
-No lo sé. ¿A qué hora llegué al local?
Arnold alzó una ceja.
-¿Ibas llegando entonces? -Le preguntó, levemente asombrado.
Helga se encogió de hombros.
-Sí; más o menos. ¿Y tú?
-Llegué ayer -Respondió él -. Eso explica por qué no te vi por ningún lado desde que llegué.
-¿Me estuviste buscando? -Inquirió mientras levantaba una ceja.
Arnold se mordió el labio mientras esbozaba una sonrisa un tanto extraña.
-Sí -Reconoció, y al fin dejó ir su labio y sonrió de verdad -. Tenía muchas ganas de verte.
Helga levantó ahora ambas cejas.
-¿A mí? ¿Por qué demonios quisiste verme a mí, así tan de repente?
-No fue de repente -El labio mordido de nuevo -. La verdad es que hace meses que quería verte.
-¿Eh?
Hola a todos, esta vez decidí traerles algo ligero, y la segunda y última parte ya está escrita, y la subiré en cuanto obtenga un par de reviews.
¡Nos leemos!
