El juego de la Sospecha
Por Minétte Van Witch Lovette
NOTA: Esta historia que he escrito esta basada tanto en argumento como en algunos de los diálogos en una película muy antigua, de este mismo titulo. Esta, a su vez, se basa en el popular juego de mesa "Cluedo", a si que ya podéis adivinar de que va el fic.
Los personajes por otro lado (la mayoría de ellos) son algunos de los conocidos personajes de J. K. Rowling. Así que, como podréis comprobar, ni los protas ni la idea son mías; pero si queréis una historia de misterio, ¡seguid leyendo!
PD.:No TODO está copiado, los diálogos y la mayoría de las escenas han salido directas del torbellino de mi cabeza.
1.-Presentaciones.
S
irius bajó de un salto del vagón del destartalado tren. Llevaba puesto un esmoquin muy elegante que se había estropeado considerablemente con el traqueteo, lo que le daba un aspecto de desastrado.
Pocas veces había estado en una estación de tren muggle, y ninguna que no fuera para ir a Hogwarts. De todos modos, el tren mágico del anden nueve y tres cuartos nada tenía que ver con la traqueteante cafetera en la que había venido.
Se sentó exhausto en un banco y, tras descansar unos instantes sus doloridos pies (tal era la cantidad de gente aglomerada en los vagones que tuvo que permanecer de pie todo el trayecto) se sacó un arrugado papel del bolsillo de los pantalones. En él estaba escrito con pluma y tinta granate una carta de un anónimo amigo invitándole a su fiesta, en la cual se decidirían cosas "de su provecho". Al final, unas breves líneas indicaban unas particulares señas para llegar: "Coja un tren muggle apropiado para llegar a la estación de Ridsbury a las siete en punto de la tarde, allí se le darán las siguientes indicaciones". Sirius releyó esta última frase mientras se masajeaba sus maltrechos pies, encerrados en unos duros mocasines de fiesta. "¡Maldita sea!", pensó, "si es un amigo, ¿por qué me hace sufrir tanto?" Además, como la carta no informaba del lugar exacto, era imposible llegar hasta allí con polvos flu o incluso apareciendo. En el matasellos ponía "Mansión del Cuervo". ¡Con esa dirección podría aparecer incluso en Tombuctú!
Se metió de nuevo la carta en el bolsillo y empezó a andar por el anden. La gente no paraba de mirarle (y no era para menos: el esmoquin de Sirius se arrugaba por momentos) y esto le hizo aligerar un poco el paso.
¡¡¡BAM!!!
Casi sin darse cuenta, estaba tendido en el suelo y con un extraño trapo verde esmeralda cubriéndole la cara.
-Ten cuidado por donde andas, cielo.
La voz salió de su derecha y, en cuanto pudo liberarse los ojos, vio ante él a una mujer pelirroja, hermosa hasta cierto punto y muy maquillada que estaba sentada junto a él y a la que había lanzado al suelo.
-Lo...siento...-consiguió balbucear, aún aturdido por el choque. -¿Puedo ayudarla en algo?
-Si no te importa, cariño,¿podrías devolverme mi chal? Te lo regalaría pero tengo que asistir a una fiesta muy importante.
Sirius se levantó y ayudó a la chica con la que había tropezado. Con gran asombro vio que a juego con el chal ella llevaba una túnica (lo que la convertía en una bruja) color esmeralda que resaltaba su despampanante figura, en la cual él no había reparado.
-Ya que estás aquí-preguntó- ¿sabrías decirme cómo puedo llegar hasta la Mansión del Cuervo?
-Ey!- exclamó Sirius- ¡yo también me dirijo hacia allí!
Ella le miró de arriba abajo, evaluándole.
-Margaret Shannon- se presentó tendiéndole la mano.
Él la besó con gentileza:
-Sirius Black.
En ese momento apareció un hombre muy extraño. Llevaba puesto lo que Sirius dedujo que era un uniforme de chofer muggle. Entre sus manos sostenía un cartel que decía "Mansión del Cuervo". ¡Iban a montar en coche!¡Qué bien!
Sirius entró en la parte trasera de una limusina negra y al sentarse notó la comodidad de los asientos de cuero negro. Se acomodó con miedo, como si pudiera estropearlos. La señorita que acababa de conocer se sentó a su lado y el coche se puso en marcha.
Al rato miró por la ventilla. Seguían un camino serpenteante y sin asfaltar, que se metía cada vez más entre los árboles. Sirius se dio cuenta de que se había hecho de noche.
Los árboles empezaron a ser cada vez más escasos, hasta que se extinguieron dejando a la vista un claro. Al final de éste había una pronunciada cuesta que se perdía entre nuevos árboles. De repente, el motor del coche se quejó y éste paró en seco.
El chofer salió del coche y, al cabo de unos pocos segundos, abrió la puerta trasera del lado en el que se encontraba Sirius.
- El coche se ha averiado, señores. Tendrán que subir la cuesta a pie –dijo.
Ante el asombro de los invitados, el misterioso conductos les echó del coche y se volatilizó. En el claro no quedaba ni rastro del conductor o de la limusina negra.
-¡Menudo fresco! –dijo Margaret colocándose el vestido y mirando hacia Sirius. Éste se encogió de hombros mientras contemplaba a su acompañante, que seguía quejándose sobre la súbita encerrona.
-¡Nos ha dejado tirados!
-¿Y ahora que hacemos? –dijo Sirius mirando hacia la pronunciada cuesta.
-Sólo nos queda un remedio... ¡A caminar! –y dicho esto se remangó ligeramente los pliegues de su túnica para no mancharla.
-¿De verdad es necesario? –Sirius no despegaba los ojos del dificultoso camino que les esperaba, pero al ver que Margaret empezaba a andar, no tuvo más remedio que seguirla.
* * *
Una enorme mansión de entre la oscuridad, llegando casi a rozar la bruma del cielo. Constaba de un único ala central aventanada, rematada en una enorme tortea como ático. El edificio estaba rodeado por dos torreones que emergían de la base como brazos. Enormes estalactitas los recorrían a modo de plumas que brillaban con cada nuevo rayo, ayudando a dar la imagen de un abismal cuervo gris batiendo sus alas.
Un hombre moreno de mediana edad se retocaba el uniforme de mayordomo mientras revisaba todas las habitaciones de la planta baja: sala de estar, comedor, sala de billar, terraza, y biblioteca. En ésta última encontró a la criada limpiando el polvo con un impresionante plumero antiguo mientras bailaba animadamente. La falda de su uniforme (que resaltaba sus atributos femeninos por debajo de la cintura y los hombros) se ondeaba aún más encima de sus rodillas.
El mayordomo se la quedó mirando.
-¿Valerie?
Ella se giró mientras colocaba uno de sus bucles rubios en su posición correcta de la cofia.
-Valerie, ¿tienes todo como te pedí?
-Si señog-dijo con un marcado acento francés.
Dicho esto pasó a la cocina. Viendo a la cocinera de espaldas, con su cuerpo casi tan alto como el suyo pero el doble de ancho (que contraste con Valerie).
-¿Qué tal va todo, Señora...
La cocinera se volvió, empuñando el cuchillo que estaba manejando con sus rollizos brazos.
-La cena estará lista a las nueve en punto-dijo en tono seco.
DING, DONG.
El timbre resonó en el hall. El profundo sonido hizo retumbar la inmensa araña que colgaba de su techo.
La puerta se abrió y el mayordomo saludó cordial:
-Buenas noches, señorita. ¿Me permite su abrigo?
Una sutil figura cruzó el umbral de la puerta, dejando su abrigo al mayordomo y dejando a la vista una túnica negra que, junto con su pelo, ofrecía un hermoso y siniestro contraste con su piel de porcelana.
-¿Encontró la dirección? Ya sabe que podía haber venido con un chofer a su disposición...
-Eso decía en mi carta-dijo con una voz dulce y misteriosa-Pero prefiero mis propios medios, ya me entiende.
-Entonces, si le apetece tomarse una copa en la biblioteca...
Bellatrix levantó ligeramente la barbilla y siguió al mayordomo por la casa.
Una vez allí, tomó la copa que le ofrecían y se fijó más detenidamente en la sala en la que se encontraba. Estanterías repletas de diversos libros empapelaban las paredes. Una estantería más la atravesaba, dejándola dividida en dos pasillos intercomunicados. Al final de uno de ellos se encontraba un antiguo escritorio y un butacón de cuero negro, mirando hacia un amplio ventanal.
De repente, sus ojos se clavaron en los de la joven camarera que servía los cócteles. Esta última asintió levemente con su coqueta cabeza, sin dejar de mirar a la recién llegada.
Bellatrix miró la copa que sostenía entre las manos. Pensativa, la movió suavemente provocando ligeras ondas en el líquido. Finalmente, se llevó la bebida a la boca con una frían sonrisa, desafiante.
El mayordomo sonrió con malicia.
-Veo que se conocen...
* * *
DING, DONG
Rogers abrió la puerta pero esta vez no había nadie. La lluvia caía con fuerza y pensó que tal vez se habría resguardado en el porche. Para su sorpresa, lo que vio en el porche fue a un curioso personaje acosado por las impresionantes gárgolas que custodiaban la casa. Se había atrincherado entre dos bancos y Rogers sólo alcanzó a ver un impresionante amasijo de plumas de colores que salían de una pamela fucsia.
-¿El señor Arthur Gioio?-preguntó.
El hombre levantó la cabeza con cuidado y, al ver al pulcrísimo mayordomo, se levantó rápidamente (sin quitarle los ojos de encima a las hambrientas gárgolas).
Llevaba puesto una túnica del mismo color de su sombrero, ornamentada con encajes dorados y gran cantidad de bisutería que empezó a tintinear apenas se hubo levantado.
Intentó recuperar la compostura mesandose con cuidado su recortada perilla y apartando las gotas de lluvia de sus enormes mofletes.
-El mismo-contestó al final-. ¿Le importaría apartar de mi estas fieras?.
Rogers sacó un diminuto palillo verde y con un pequeño giro de muñeca las gárgolas se volvieron estatuas de piedra.
Ante la cara de asombro del invitado, Rogers se apresuró a contestar.
-Varitas de una sola función, señor. Un invento del anfitrión.
Tras un breve silencio, y viendo el estado de su acompañante, añadió:
-Si el señor es tan amable de seguirme y tomar una copa en la biblioteca...
Poco tiempo después Arthur Gioio se encontraba entrando en calor con un copioso ron de grosellas.
DING, DONG.
- Buenas noches señor.
Severus Snape entró despacio con un impecable esmoquin negro y su abrigo sobre el brazo.
Entró distraídamente, jugueteando con una pluma rosa llena de purpurina. Finalmente, se la entregó a Rogers.
-¿Debo de suponer que el señor Gioio está invitado a la cena?-dijo en tono confidencial.
El mayordomo tragó saliva por el tremendo aire misterioso de la reunión. "Primero la dama y ahora éste", pensó.
-El señor espera en la biblioteca con los demás. Si es tan amable de seguirme, la doncella le servirá lo que desee.
Luego observó complacido cómo los duros ojos del invitado se reblandecían por el vaporoso uniforme de la camarera mientras ésta le servía el combinado.
DING, DONG.
-¿Señor Black?¿señora Shannon? No sabía que se conocían...
-Hasta ahora, no -repuso ésta en tono malicioso.
Y añadió al oído de su acompañante:
-Ahora ya puedes soltarme, cielo.
Ruborizado hasta quedar más rojo que un tomate, soltó rápidamente las posaderas de ésta, las cuales había agarrado por "acto reflejo".
-Señor Black...¿qué le ha ocurrido?
Sirius se miró. A las numerosas arrugas de la estación había que unir ahora grandes manchas de barro. El traje de pingüino que llevaba daba la impresión de haber sido arrugado y rebozado con él dentro.
-El tren muggle... Luego se averió el coche y el chofer desapareció...-se apresuró a replicar.
-Es lo que suele ocurrir con los chóferes mágicos, señor. De verdad lo siento, señor.
Margaret intervino.
-¿Chóferes mágicos? No había oído hablar de ellos en toda mi vida.
-Un invento del anfitrión, señora. Ahora, si desean entrar en la biblioteca y tomar algo junto a los demás invitados...
-¿Hay más invitados?- preguntó Sirius.
-Siete en total, señor.
DING, DONG.
-Bienvenida señora Campbert.
Una mujer que rondaba los sesenta años entró en el hall. Llevaba una túnica de colores ocres y marrones y un sombrero que imitaba a las hojas secas de otoño. Unas gafas alargadas cubrían sus espabilados y astutos ojos.
-Deseará tomar algo, supongo...
Con una amplia sonrisa se dirigió hacia la biblioteca, siguiendo a Rogers.
* * *
La biblioteca se hallaba en absoluto silencio, sólo roto por el tintineo de copas y botellas y por los incesantes truenos que rodeaban la casa.
Tensión en el ambiente. Miradas esquivas, otras maliciosas, alguien que cree reconocer pero no está del todo seguro y alguien que no quiere reconocer... cosas que no encajan...
¡¡¡¡¡GOOONG!!!!!!
La cocinera golpeó con fuerza el enorme gong del hall mientras que, del susto, Sirius derramó el contenido de su copa sobre una furiosa Abigail Campbert.
-¡¡¡¡¡Hiiiiii!!!!!!
-Yo...lo siento.. –se disculpó.
La verdad era que la mayoría de los invitados se quedaron quietos por el estruendo.
Rogers apareció en el hall.
-Ah! La cena.
N/A: Añado adjunto las edades de los personajes (aproximadas): Sirius y Bellatrix: 21; Snape: 21; Gioio: 25; Abigail: 57; Margaret: 23.
Esta historia no sigue ninguno de los argumentos de los libros de Harry Potter (entenderme, porque o Bellatrix está en la cárcel, o Sirius... en fin.)
