5.- ¿Está muerto?

-¿Dónde está?

-¿Quién?

Margaret intentaba ver por encima del hombro de Sirius.

-¡El muerto! ¡Ha desaparecido! –contestó éste.

El conjunto de los invitados se aglutinaba en la entrada del salón, encabezados por Sirius. Rogers se adelantó  y abrió mucho los ojos.

-¡Dios mío! – exclamó.

Uno a uno y siguiendo al aturdido mayordomo, los invitados entraron del todo en el salón rodeando con miedo la moqueta, como si el cadáver siguiera allí. Una vez en el medio de la sala, Rogers se desplomó sobre un sofá, siendo imitado por el resto de los presentes.

-¡Menuda noche! –murmuró entornando los ojos.

Snape se sentó despacio en el otro.

-¿Quién ha podido sacar un cuerpo de esta habitación sin que nosotros lo notásemos? –dijo.

-Imposible... –musitó Bellatrix-. Y mucho menos sin magia...

Siguió un breve silencio.

Margaret empezó a pasearse por la habitación, hasta colocarse suavemente sobre un extremo del escritorio. Al verlo vacío, se deslizó hasta tumbarse boca arriba en él y miró con interés al techo.

-Quizá... –caviló- No sé...Les parecerá estúpido, pero...

Rogers se inclinó interesado.

-Siga, por favor –pidió.

Todos los demás volvieron la vista hacia ella.

-Podría ser que nada...

-¡Conteste de una vez! –chilló Abigail mientras aguardaba impaciente con un cigarrillo aún sin encender.

Margaret se sentó de nuevo, dejando caer con gracia algunos mechones pelirrojos de su flequillo sobre su frente.

-¿Y si no estuviera muerto?

La pregunta cayó como una pesada piedra sobre los presentes, dejándoles paralizados y mirándose unos a otros.

-¿Y por qué no? – reflexionó Bellatrix mientras recorría el cuarto hacia el butacón-. Ante todo, tan sólo contamos con la opinión de aquí, -se dejó caer en él con elegancia- el señor Gioio...

Arthur se levantó bruscamente de la cómoda posición en la que había estado a lo largo de toda la conversación para plantarla cara. El movimiento provocó una nueva nube de plumas brillantes se desprendiera de su turbante para quedar esparcida por el sofá blanco.

-¡Estaba muerto! –su cara enrojecía de ira y vergüenza mientras apretaba con fuerza los puños.

Ahora prácticamente todo el salón estaba cubierto de diminutas porciones del traje de Arthur.

-No parece tan mala idea... –Sirius caviló pensativo.

-Sepa usted, señor mío –Gioio le apuntó con un dedo en el pecho- que he estado trabajando en el hospital San Mungo durante un mes y medio y es un requisito imprescindible para todos los aspirantes el haber hecho al menos un cursillo de primeros auxilios a lo largo de toda su vida...

-¿Al menos uno? –Abigail no salía de su asombro- ¿A lo largo de toda su vida?

-¿Y cuántos hizo usted, señor Gioio? –Snape le miró fijamente.

Gioio sonrió de oreja a oreja, dejando a la vista su brillante dentadura.

-Uno –respondió-. De joven, cuando hice mis TIMOS, Aprobé con un 52%...

Los invitados le miraron con la mandíbula desencajada.

-He de recordar no volverme a pasar por ahí –dijo Bellatrix en voz baja.

Abigail soltó el cigarrillo apagado en el interior de una copa de Brandy.

-¿Alguien puede indicarme dónde está el servicio? –preguntó.

Valerie abandonó su posición en la esquina de la chimenea para señalar a la invitada la puerta del baño y ésta abandonó el salón en esa dirección.

-O sea, que podría no estar muerto –pensó Sirius en alto, miraba de reojo al ineficaz "médico".

-Sea como sea, vivo o muerto, ha de estar en algún sitio –anunció Rogers-. Además, tenemos otro cadáver del que preocuparnos...

¡¡¡¡¡¡¡AAAAAHHHHHH!!!!!!!

Todos se abalanzaron instintivamente hacia el recibidor pisoteando otra vez el cuerpo de la inmensa cocinera. Cuando llegaron, la señora Campbert salía del baño chillando histéricamente. Un bulto negro se encontraba casi encima de ella. Al acercarse más, Severus vio que aquello tenía forma humana y que estaba rodeado a Abigail con los brazos.

-¡Es el señor Byrnison!-gritó-. ¡Y parece que la está atacando!

Sirius se lanzó para ayudarla, pero apenas agarró al atacante por el hombro del esmoquin, éste se desplomó con ruido contra el suelo del recibidor.

El hombre quedó boca arriba, dejando a la vista una mueca de horror, los ojos mirando al cielo. Por la parte de atrás de su aplastado cráneo una profunda hendidura dejaba escapar sangre a borbotones, provocando que el fluido se deslizara por su frente, tiñéndola por completo de rojo.

Rogers se acercó a él con cuidado.

-La herida es reciente –le tomó el pulso en la muñeca-. Ahora sí que está muerto de verdad. ¿Quién habría querido matarlo dos veces?

-Es lo que se dice "rematar" –dijo Sirius sin dar crédito.

Margaret le miró.

-Solo que éste ya estaba muerto.

-¿O no? –Bellatrix tornó sus ojos hacia Arthur.

Éste se puso rojo.

-¡Lo estaba! –chilló.

-¿Ya no está tan seguro? –dijo Margaret.

-¡Sí!...¡No!...¡Está bien, me confundí!¡No soy médico forense!

Arthur sacó uno de sus pañuelos de seda púrpura para limpiar los gruesos goterones de sudor que recorrían sus mejillas.(NdA: Orgulloso ^^).

-Pues sí que... –Snape se encogió de hombros.

Abigail (quien había permanecido enfrente de la puerta del baño) empezó a tambalearse.

-Creo –murmuró- que me voy a desmayar...

Rogers se apresuró a tomar posiciones detrás de ella.

-No se preocupe, señora Campbert –dijo amablemente-. Caiga en mis brazos.

Abigail se desmayó, pero con tal mala suerte que esquivó los brazos del cordial mayordomo para aterrizar con la totalidad de sus huesos en el duro suelo del hall.

Rogers, aún con los brazos en posición, se apresuró a responder a los invitados con una débil sonrisa.

 (NdA: Este párrafo hasta los asteriscos dedicado a Joanne Distte y Kristen Black, y a todos los amantes de CSI ^^)

De pronto, Margaret se puso pálida como el papel y señaló a Sirius, quien aún estaba de pie junto al cadáver.

-Señor...Black... –tartamudeó-. Tiene ...las ...manos... llenas...de...de... sangre.

El aludido bajó la mirada hacia sus manos, sorprendiéndose con las palmas ensangrentadas. El color le abandonó el rostro.

-¡¡¡YO NO LO HICE!!! –gritó desesperado, al comprender el origen de las numerosas miradas de desconfianza que se cernían sobre él.

-Tranquilo, primito -comentó Bellatrix muy a su pesar, pues daría su mano derecha por seguir viendo ese patético espectáculo. Señaló el traje del señor Byrnison-. Los hombros del traje del muerto están cubiertos de sangre que ha goteado de la cabeza, aunque casi no se nota sobre una chaqueta negra.

Los ojos de Sirius la atravesaron con desconcierto.

-Lo que nos lleva –continuó Bellatrix para esquivar su mirada- a que la muerte se produjo AHORA, o si no la sangre se habría coagulado y no sangraría.

Gioio miró al suelo, captando al vuelo la indirecta.

Snape se encontraba agachado junto al cadáver, examinándolo de cerca.

-Ha sido golpeado con un objeto macizo –sentenció.

-Bien... pues quedan descartados la estranguladora, el veneno, la varita y la daga –respondió Sirius ya repuesto.

-¿Cómo sabe que ha sido asesina do con alguna de nuestras armas? –inquirió Arthur.

-Es lo único que hay –respondió Rogers-. Como no le hayan golpeado con una cortina hasta morir...

A Sirius se le iluminó la expresión.

-¿Y si no hubiera sido asesinato?

Bellatrix le dirigió una fría mirada.

-No empecemos otra vez...

-Podría haber sido un accidente... –respondió él todo digno.

-¿Insinúas –Margaret se dirigió hacia él- que después de quedar inconsciente misteriosamente y de permanecer así más de media hora, le entran ganas de ir al servicio y se golpea con la taza del váter?

-OK. Me rindo. Descarto el accidente.

-"Habgá" que "aveguiguar" quién... –intervino Valerie mientras socorría a la desfallecida invitada.

Rogers empezó a perder la calma.

-Esto es insoportable. Hay que encontrar quién mató al señor Byrnison, cuando y ¡¡CON QUÉ!!

-No hace falta que grite –dijo Snape.

-¡¡NO ESTOY GRITANDO!! –se estaba empezando a poner púrpura y no tuvo más remedio que apoyarse en el marco de la puerta del baño para coger aire. Al ver la cara de los demás, dio un fuerte golpe a la puerta y añadió:- ¡¡BUENO, SÍ, GRITO!! ¡¡GRITO, GRITO Y GRITO!!

No pudo decir nada más porque del golpe contra la puerta algo resbaló de la parte de arriba de la misma para caer de lleno en su cabeza y hacerlo desmoronarse como un muñeco de papel.

Snape recogió del suelo el proyectil y sonrió.

-El candelabro...

                   *                   *                   *

Todos entraron de nuevo en el salón. La aún mareada señora Campbert se sirvió una abundante copa de ron (olvidando por completo su anterior crisis por el mismo) y se sentó a un lado del sofá. A su derecha se sentó Bellatrix, quién volvió a tamborilear frenéticamente sus dedos contra la mesilla. En el otro sillón se colocó el malherido mayordomo, quien venía junto con Margaret de la cocina, de buscar la bolsa de hielo que ocultaba su enorme chichón.  Valerie se sentó junto a esta última y a Sirius no la quedó más remedio que sentarse en el butacón.

Gioio entró el último.

-¿No sería mejor meter del todo a la cocinera y al otro? –dijo-. Lo digo por si viniera alguien...

Todos se levantaros bruscamente. La sola idea les producía escalofríos.

-Está bien –Rogers se quitó a su pesar la bolsa de hielo-. Traigan primero a la dama y siéntenla en este sofá. Luego coloquen al caballero a su lado...

Hizo falta la fuerza de todos para volver a mover a la cocinera. Tras colocarla sobre el sofá, Valerie paró en seco.

-¿Y como lo "hagemos"? dijo-. La daga se le "clavagá" más "dentgo"...

-Pongámosla de lado sobre el brazo, y sentemos al señor Byrnison a su lado –propuso Arthur.

Sirius se colocó empujando la espalda de la cocinera desde la parte central del sofá para ahorrar esfuerzo, mientras Arthur y Valerie tiraban de los brazos. Pero para su desgracia Snape, Bellatrix y Margaret arrastraban al chantajista hasta el lado opuesto del sofá, quedando él finalmente sentado en el centro. Dadas las circunstancias, pasó su brazo por encima de los hombros del señor Byrnison y usó las rollizas rodillas de la cocinera como un improvisado posavasos.

-Ya está –sonrió.

Una vez los demás se hubieron sentado, Snape les mostró su hallazgo.

-El candelabro es suyo, señorita Shannon –dijo.

-Ya empezamos se cruzó de hombros en el sofá-. Yo lo dejé en la mesa y cualquiera pudo cogerlo.

-¿Cómo podemos fiarnos? –murmuró Abigail.

-Es cierto –sentenció Sirius-. ¿No recuerdan que antes se deslizó y se tumbó boca arriba sobre el escritorio?

Todos los presentes le miraron estupefactos.

-¿Qué ocurre? –Sirius se puso rojo-. Soy muy observador...

-Pero tiene razón –Margaret le dirigió una amplia sonrisa.

-Pudiste no verlo... –murmuró Arthur.

-Creo que aún conservo la suficiente sensibilidad en determinadas partes de mi cuerpo como para notar si tengo un candelabro de bronce clavado en el espinazo –contestó.

Eso ya lo sabemos –comentó Snape-. ¿No recuerda cuando Rogers nos habló de su "currículo"?

Margaret le dirigió una minada felina.

-Lo que me pregunto –reflexionó- es de dónde consiguió esa información.

Rogers abrió de pronto los ojos y saltó del sofá, lanzando por los aires del impulso la bolsa de hielo que sostenía en la cabeza.

-Esperen –corrió hacia el escritorio-. Casi se me olvida. Tengo aquí esa información (que obtuve del robándosela al propio señor Byrnison) y que con él muerto no tiene sentido que la conserve..

-¿Información? ¿Las pruebas de nuestros delitos? –dijo Bellatrix incrédula.

-Exacto –el mayordomo abrió un cajón y sacó un sobre de papel marrón-. Pensaba usarlo para presionarle a confesar, pero como no ha hecho falta, os lo devolveré: documentos, fotos...

Antes de terminar la frase, Margaret le arrebató el sobre y cotilleó su contenido.

-Uuuuy, estas fotos son muy interesantes... Aunque un poco borrosas...-dijo-. ¿Quiere verlas, Valerie? Le sorprenderán...

-No, merci –contestó-. Soy una chica "decentgue".

-¿Cómo va a saber lo que hay en ellas si no ve su contenido? –dijo jugueteando con las fotos.

Severus se puso amarillo.

-¡¡TRAE AQUÍ!! –gritó.

Ante la incomprensión de los invitados, Margaret les dirigió una discreta sonrisa

-Vale, vale –la interlocutora pasó a la siguiente foto.

-Anda, esta es aún mejor...¿Me puede decir quién es el joven apuesto que lleva el látigo, señor Gioio?

Arthur se abalanzó como un gato montés sobre la prueba del delito.

-Creí que lo suyo era un secreto –dijo Abigail.

Gioio se empezó a poner muy nervioso.

-No sé cómo lo averiguó –Gioio tragó saliva en un esfuerzo por contener las lágrimas-. Me amenazó con enviársela a mi anciana madre. ¡El disgusto la habría matado!

-Dirá que la habría rematado, puesto que usted nos dijo que ya estaba muerta –protestó Bellatrix divertida.

-El resto son documentos: una carta, recibos, recortes de "El profeta"... –continuó Margaret-. Qué aburrido. Tome, Rogers –y dicho esto le tendió el sobre al mayordomo, quien parecía profundamente indignado por el robo.

-Gracias –contestó con la barbilla alta-. ¿Cree en serio que son aburridos? Se sorprendería...

-Lo dudo –respondió ella con una sonrisa-. Lo mío son las cosas visuales. Las letras me aburren tanto...

-Pues sepa –fanfarroneó el mayordomo- que la "carta" es la nota de suicidio del amigo del señor Black, los recortes informan acerca de las ocupaciones de los diversos maridos de la señora Black e incluso los recibos eran prueba de sus propias actividades económicas en la dirección de su local, señorita Shannon.

Rogers dijo todo esto seguido y sin parar para respirar, de modo que tuvo que hacerlo hondamente para recuperar el oxígeno

-Ahora –continuó aún colorado- propongo que hagamos lo siguiente. Cogeré este sobre –lo levantó para que todos lo vieran- y lo meteré en este armario.

Todos volvieron la vista hacia el viejo secreter de caoba.

-Por nuestra seguridad –continuó- es preciso que me entreguen todas las armas, que sean encerradas en este armario y que nos deshagamos de la llave.

Así lo hicieron y, una vez cerrado el armario, Rogers se volvió hacia su alterado público.

-¿Qué hago con la llave?

-¡A LA CALLE! –contestaron todos al unísono.

Poco después se encontraban rodeando la puerta de entrada. Rogers giró la llave de la entrada, cogió carrerilla para lanzar la llave y abrió.

-AH.....

En la calle, un hombrecito enjuto miraba a un extraño panorama: un grupo de gente vestida de fiesta, de aspecto alterado y encabezados por un mayordomo sudoroso de esmoquin arrugado, que por poco le escalabra con un llavín.

-Ho...hola –consiguió articular-. Mi coche se ha averiado. ¿Puedo pasar a telefonear?