Soledad, el dolor de las almas.

Despertó enfadado. Tal vez era ese el sentimiento que le provocaba tener que vivir todo lo que estaba viviendo. Enfado. Era algo tan abstracto. A veces no sabía ni porque lo sentía, pero quemaba, dolía y luego, pasaba a ser ese incesante dolor en la boca del estómago que no lo dejaba ni respirar, hacía que sus ojos se llenasen de lágrimas, pero que no soltara ninguna… porque llorar era de débiles y los débiles no servían.

Los celos siempre habían sido algo difícil de aceptar. Pero él tenía un especial problema para lograrlo. Le dolía en lo más profundo del alma cada vez que veía como ambos reían, cada vez que hablaba con él o con ella. Daba igual. Le invadía ese familiar dolor y luego, solo las ganas de llorar.

Se iba al baño más cercano y se lavaba la cara tratando de respirar acompasadamente y pensar en algo alegre, cualquier cosa, pero sabía que si en esos momentos intentase formar un patronus, no saldría ni una voluta de humo gris, simplemente su varita se quedaría haciendo chispas y él no sería capaz de pensar.

Porque era eso lo que le pasaba. Dejaba de pensar. Por un minuto se olvidaba de sus grandes amigos Harry Potter y Hermione Granger y pensaba que ambos eran unos creídos, unos imbéciles que nunca se acordaban de él ni nunca lo harían.

Porque si, porque lo habían abandonado, porque se habían juntado y de pronto ya no habían incursiones nocturnas, sino que se escapaban a besarse en las aulas, ya no habían tardes de estudio con discusiones y peleas tontas, ahora ella ayudaba a Harry con los deberes en la sala de los prefectos.

¿Y que le quedaba a él?

Su soledad.

Entonces trataba de concentrarse en los momentos felices. Esos pocos momentos cuando podía hablar con su mejor amigo y divertirse sin recordar que él se iría al poco tiempo con Hermione o esos momentos en los que él tenía que preparar los entrenamientos y Ron podía quedarse discutiendo con ella, ayudándola a tejer, o lo que fuera.

Porque ahora si que la ayudaba. Ahora si que la P.E.D.D.O no era una tontería. Porque cualquier excusa para estar con ella y reírse un rato, y no sentirse solo, era la excusa perfecta.

Claro que ahora era más bueno, claro que ahora era más comprensivo y menos impulsivo. Porque sabía que ya no era necesario. Sabía que él no era tan inteligente como ellos dos, o tan valiente… o tan nada. El era solo Weasley… que no sería nadie sin Potter ni Granger.

Y Potter y Granger le daban de lado sin siquiera darse cuenta.

Todos habían notado el cambio. Pero él sonreía y se tragaba las lágrimas, que se clavaban en su alma como afilados cuchillos, haciéndole sentir que nada valía la pena, ni vivir valía la pena, porque ahora sabía que, en el fondo, había sido siempre el cómico, el que los había hecho reír… y eso no había bastado.

Sabía que era inútil. No servía para nada. Ni siquiera era capaz de aprenderse los conjuros que les estaban enseñando. ¿Cómo iba a ser capaz de ayudar a Harry Potter en su batalla? Además, Harry Potter ya no contaba con él.

Se habían olvidado de la existencia de Ronald Weasley… y Ronald Weasley se estaba olvidando de sentirse vivo.