Los pasos chocaban contra las paredes, la obscuridad envolvía cada esquina que fue alguna vez, tocada por la cálida luz que tanto contrastaba con el frío presente en el estrecho pasillo.
Ella temblaba, la mano que sostenía el pequeño brazito de la muñeca, apretaba con más fuerza. De haber sido humana, la misma ya tendría un par de dedos rotos.
"Mamá..." era lo en lo único que pensaba, y lo único que lograba formar con sus temblorosos labios.
A lo lejos, divisó una puerta, y sus pequeños ojos se abrieron aún más, tratando de asegurarse que aquello no fuera un simple espejismo creado por el pánico. Con una mano, abrazaba a la muñeca sonriente, con la otra, trató de alcanzar la puerta.
A su alrededor, escuchaba murmullos, risas también, y alguno que otro sonido irreconocible, al menos para su pequeño vocabulario.
En su cabeza, imágenes se empezaron a formar. El sol brillaba una vez mas, sonreía, cómo solía sonreir cuando su papá vivía, recordaba muy bien cómo los árboles danzaban al compás del viento veranero.
Se podía oir las risas multiples de los niños que jugaban en el parque de la esquina, los sube y bajas que, debido a la oxidación, hacian sonidos raros, los sinsuanes crujian con el peso de los niños empujados por sus madres, o empleadas para los más adinerados. Sus ojos cesaron su paso al ver a su madre y a us padre sentados en una alfombra, debajo de un gran árbol de manzana. Riendo, corrió, hacia ellos.
"¡Mamá, ¡Papá!"
Ellos le sonrieron.
La imagen empezó a nublarse.
"¿Qué... qué pasa, MAMÁ, PAPA, ¡NO?".
Repentinamente, se vió envuelta en la misma obscuridad, tirada en el piso, el aliento salía de sus labios semi-partidos de manera irregular, siendo lo único, aparte de la niña, que daba señales de vida. Al apretar su mano, notó la ausencia de su muñeca, y de sobresalto, se sentó en el piso lleno de moho. La muñeca no estaba en ningun lado. Esto la aterrorizó aún más.
Poniendose de pié, la niña avanzó hacia la puerta lo más rápido que pudo, pero la puerta se alejaba de su pequeña mano extendida cada vez más.
"No... No..." suspiraba, con lágrimas de desesperación y voz cortada, debido a los saltos que daba al correr. Horror en sus ojos.
Pero no importaba, la puerta parecía huir de ella con cada paso dado. El pánico y ansiedad empezaron a apoderarse del aire, lentamente asfixiandola, sus ojos se aguaron y su vista se nubló, las risas a su alrededor empezaron a ganar fuerza, retumbaban en sus oidos como tambores de guerra, los murmullos irreconocibles trastornando cualquier pensamiento racional que le quedara. Empezó a sentir un dolor en el pecho, como si estuvieran secando su corazón al darle vueltas, la sangre cayendo en gotas, y resonando al caer al piso. Sus paso empezaron a entorpecerse, perdiendo velocidad, la mano aún alzada para alcanzar la puerta, que prometía luz.
Al final, sus piernas no pudieron más, y con un ligero golpe, hicieron contacto con el suelo traicionero, esperando que el resto de su cuerpo besara el mismo.
Sobre sus mejillas corrían lagrimas, cruzando el camino trazado por las anteriores, pequeños llantos y gemidos de dolor escapaban sus labios, cuando sintió una tela secar las lágrimas dibujadas. Su muñeca, arrodillada junto a su rostro, sonreía.
"Vamos, no te quedes aquí..."
Ella sintió un frío cálido recorrer su cuerpo cuando la muñequita tomó su mano, y se acostó a su lado, mirandola fijamente a los ojos. Se sintió lijera, y feliz, y apretó la mano de la muñeca una vez más, antes de dormirse con una sonrisa.
Las voces cesaron, un silencio esotérico cubrió el todavía obscuro pasillo. El grito de una madre rompió la paz.
En medio de un callejón, yacía una niña sonriente, en un vestido blanco, manchado de rojo. La mano aún estirada, la muñeca ensangrentada.
La puerta nunca se abrió.
