Disclaimers: Hey Arnold es propiedad de Craig Bartlett y Nickelodeon


QUIMICA

CAPITULO 3. GAFE

No es necesario describir el escenario porque siendo o no este peligroso a Eugene siempre le pasaba algo. Esa mañana él estaba viendo una serie policiaca en plataforma digital y minutos más tarde estaba en la entrada de su cocina sobándose su mano izquierda luego de haberse golpeado con el marco de la puerta.

Eugene decidió acompañar su botana del sábado con un analgésico de su botiquín y luego se permitió continuar con su rutina. Por la tarde, el dolor en su mano no aumentaba, pero tampoco cedía, se había inflamado desde la eminencia hipotenar hasta la parte distal de su meñique izquierdo y se veía muy enrojecido. Preocupado por la apariencia de su dedo y el dolor intenso que le provocaba intentar mover su meñique, tomo una venda e inmovilizo su mano burdamente. Luego tomo su chaqueta, su carné de salud y tarjeta del metro para ir al hospital.

Al llegar saludo a la recepcionista Blanquita y le dio un chocolate de barra, ella le regalo una sonrisa y le hizo tomar asiento. Para Horowitz resultaba muy familiar estar ahí, tomo una de las revistas viejas, las sopas de letras estaban todas resueltas por el mismo a lo largo de los años y los crucigramas no le gustaban. Pronto era su turno, cuando escucho las sirenas de una ambulancia aproximándose, enseguida pasaron los paramédicos que fueron recibidos por el personal de enfermería, estos corroboraron los signos vitales de la paciente y recolectaron la información del caso clínico.

Eugene que ya entendía los protocolos, no espero explicaciones y accedió a que atendieran primero al paciente trasladado en ambulancia. No tardó nada cuando vio a Rhonda Wellington cruzar la entrada de la puerta principal y detenerse en el mostrador. La paciente trasladada era Nadine que se había caído de unas escaleras, el pelirrojo fue hacia ellas para calmarlas y asegurarles con confianza que todo estaría bien.

Después de un rato a ambos jóvenes les habían tomado unas proyecciones radiológicas. En Eugene todo salió bien, su mano solo estaba muy inflamada y le ajustaron la dosis del analgésico. Por otro lado, Nadine no tuvo tanta suerte esa noche de sábado no solo se canceló la fiesta, sino que la enyesaron y le hicieron tres puntos de sutura.

Arnold también tenía fama de gafe, pero no tan salado, después de todo nadie había resultado herido, la única perdida había sido un matraz y la bata de Lloyd. Rhonda, aunque no estaba feliz con el papel que realizo el chico como suplente de Nadine, le agradecía su compañía y había admitido un poco de la culpa, por lo que reponer lo perdido no significaba problema.

En cuanto al otro tema, Shortman decidió ignorar el sentimiento que acababa de experimentar que más daba que Helga ayudará a un chico nuevo a encontrar sus salones, de hecho, mirándolo del modo correcto, eso era una buena acción, y él fomentaba las buenas acciones, ¿o no? Termino de ordenar el material junto a Rhonda. Después de eso las clases continuaron sin problemas y todo parecía muy normal, claro que la palabra "normal" en la vida de Arnold tenía una definición muy peculiar.

De nuevo sonó la campana, ahora anunciando un receso. El rubio camino libremente por los pasillos rumbo a la cafetería de la preparatoria. Su humor era relajado, Arnold intentaba despejar su mente de lo ocurrido en la mañana, había recuperado el optimismo de siempre y espera encontrarse con sus amigos para almorzar juntos.

–¡Hola, Arnold! – un pelirrojo lo saludo con mucho entusiasmo.

–¡Hola, Eugene! ¿Por qué la caja? – curioso no pudo evitar preguntar cuando noto la caja que su amigo sostenía.

– Debo cuidar su contenido.

– ¿Y que contiene? – pregunto dubitativo.

– Arañas– respondió sin ningún problema como si fuese lo más obvio del mundo.

– ¿Dijiste arañas? –ahora exclamó incrédulo con una ceja en alto.

– Sí, son arañas; no sé si ya te enteraste del accidente que sufrió Nadine este fin de semana.

– Sí, Rhonda me contó esta mañana – respondió con algo de pena.

– Pues me pidió que cuidara algunos de sus insectos mientras se recupera.

– ¿Y era necesario traerlas? – le cuestiono desconcertado.

– Mi mamá le teme a las arañas y mi papá amenazó con matarlas; no podía dejarlas solas en casa.

– Claro, entiendo–respondió, la verdad es que no entendía, pero intentaba ser amable –¿No vienes? – agrego cuando vio que este cambiaba de rumbo.

–No, primero debo darle de comer a las arañas.

– De acuerdo–y continuo hacia su destino

El pelirrojo camino un par de metros más y resbaló con tan solo un par de gotas de agua que alguien imprudentemente derramo y no se molestó en secar porque seguramente dio por hecho que era inocuo y secarían solas. Seguramente así hubiera sido, sin que se lastimase alguien, pero Eugene había decidido alimentar a las arañas con lo que sea que estas coman, nada hubiera pasado si no hubiera cruzado por el pasillo. Lejos de las gotas de agua, el joven pudo haber caído hasta con su propia sombra.

– Estoy bien –aclaro a quienes lo rodeaban como de costumbre, aunque estos estuvieran desinteresados.

Solo una chica que caminaba cerca ofreció ayuda, pero al intentar hacerlo vio una gran araña. Era lógico que los accidentes de Eugene no fueran tan simples, la caída del infortunado había provocado que se salieran de la caja. La joven que solo tenía un lindo gesto se asustó tanto que dio un gran grito alertando a todos del fatal accidente. Hasta ese momento todos parecían ajenos a Eugene y podían seguir ignorándolo, pero no a las arañas sueltas, el pánico se esparció y todos comenzaron a correr como caballos desbocados. Solo Eugene podía tener mala suerte incluso recibiendo ayuda.

– ¡No, esperen!, ¡Las están asustando!, ¡Solo son unas indefensas arañitas! –decía desesperado tratando de calmar la multitud, para cuando la gente se esfumó las arañas tampoco estaban – Ay no… –se encontraba preocupado y muy aturdido.

Mientras tanto Arnold entraba al comedor y enseguida encontró a su mejor amigo; un chico moreno más alto que él, de cabello chino y de mucha altura, con una barba en forma de un triángulo invertido, una sudadera roja con el numero 33 impreso en blanco, converse del mismo color y jeans desgastados. Este se encontraba almorzando junto a su novia.

– ¡Hola, Gerald!, ¡Hola, Phoebe!

–Hola, Arnold–saludo amablemente la asiática.

– ¿Como va todo hermano?

– Mejorando – respondió con ánimo mientras tomo asiento.

La pareja al frente le sonrió.

– Traje tu almuerzo – dijo Phoebe mientras le acercaba una bandeja–. Es un plantillo muy balanceado, debes estar sano, las fechas del torneo se acercan.

Los torneos entre los grados de la preparatoria se aproximaban, Arnold y Gerald tenían la meta de desempeñarse como grandes jugadores y con eso asegurarse un lugar, ser los nuevos novatos en el equipo oficial de la institución era la meta. Aunque para Arnold el deporte no era algo a lo que le gustara dedicarse profesionalmente, si lo veía como una gran oportunidad para obtener una beca y más adelante para entrar a una universidad.

– Gracias, Phoebe – agradecido. El rubio buscaba con la mirada a su alrededor sin resultados, resignado, no pudo evitar hacer la pregunta – ¿Dónde está Helga? – exclamó mientras, distraído, picaba su fruta con un tenedor.

– Me comento que no vendrá a comer con nosotros.

– ¿Qué?, ¿por qué?, ¿ella está bien?

– Tranquilo Arnie, lo que paso es que llego un chico nuevo y parece que Helga ya le hecho un ojo– dijo muy divertido y con cierta picardía, sin tener idea de lo que estaba provocando. Phoebe le codeo para que guardara silencio, su acción era más por lealtad a la joven, además de que si Helga lo hubiera escuchado ya hubiera intentado cerrarle la boca de un puñetazo.

– ¿Comerá con él?

– Sí – Phoebe tomo un sorbo de jugo y continuo–, me lo dijo en la clase de historia.

El rubio alzo la mirada, pero no fue suficiente para su vista panorámica por lo que se levantó inmediatamente de un impulso mal contenido, como soldado, como el impulso que sentía cuando abrazaba a la rubia durante la infancia. Arnold busco insistente una vez más entre las mesas, sin embargo, Helga no estaba en la cafetería y tampoco aparecía el chico Owen.

– ¿Viejo, que sucede? – dijo preocupado ante la acción de su mejor amigo.

– No es nada– ya había recapacitado y esperaba que nadie más lo haya visto actuar de ese modo–, solo recordé que tengo algo que hacer.

– Por lo menos deberías comer tu fruta.

– No tengo hambre lo siento Phoebe, gracias de cualquier modo.

Sus amigos observaron cómo se alejaba. "¡Viejo espera!", alcanzo a escuchar el rubio, mas no se detuvo.

El receso termino y las clases continuaron. Arnold se había pasado el resto de las clases evitando a sus amigos sobre todo a Gerald ya que no sabría con que contestar a sus probables preguntas.

La campana sonó por última vez en el día y con esto el adolescente camino entusiasmado hacia la salida. Haciendo uso de su gran capacidad de resiliencia, esperaría a Helga en la entrada para ir juntos a la casa de huéspedes como habían quedado en la mañana. La rubia era un gran apoyo para el cabeza de balón desde la perdida de sus abuelos durante las últimas vacaciones, la presencia de Pataki sin tarea de por medio en Sument Arms se había vuelto más frecuente. Pasaban sus tardes viendo películas de terror, jugando videojuegos o a veces preferían ir al parque, ver un partido en el campo Gerald o simplemente conversar un rato.

– ¡Viejo! – le hablo a su amigo que estaba sentado en un escalón.

– ¡Hola, Gerald! –se había emocionado tanto de esperar a Helga que había olvidado que se escondía de Gerald.

– ¿Resolviste lo que tenías que hacer? – le pregunto mientras se sentaba a su lado.

–¿Qué tenía que hacer? – respondió confundido.

– No lo sé, tu dijiste que tenías que hacer algo… – Arnold lo miraba pensativo– Durante el receso, ¿lo recuerdas?

– Ah... claro... eso... Sí, lo hice.

– ¿Qué hiciste? – cuestiono enarcando una ceja.

– Cosas.

– Bien – cansado de la conversación, decidió ser directo–, y... ¿por qué has estado evitándome?

– No sé de qué hablas, Gerald– negó tratando de autoconvencerse.

– Estas actuando extraño, esta conversación es extraña, de hecho, y ¿por qué tu acción tan repentina en el almuerzo?, tus falsos pendientes, tu falta de apetito – reprimía el moreno enumerando–, ¡y esos nervios! – señalo el rostro de su amigo, acusándolo– ¡De eso hablo, viejo! Hable con Rhonda hace un rato y me contó lo que paso en química. No tienes que preocuparte, el maestro dijo que no les bajará calificación, solo espera que no se repita– trato de aliviar creyendo que esa era la causa de su comportamiento.

– Lo sé, amigo.

–¿Lo sabes? – dijo asombrado– Entonces, ya aliviánate, ¿o qué te tiene así? – pregunto dubitativo. Arnold no quería responder eso, aunque Gerald era su mejor amigo varón y otro pilar en su vida, el tema de Helga estaba censurado incluso para él. Arnold nunca tuvo problemas para contarle de sus sentimientos hacia otras chicas, pero Helga… Helga era diferente. Helga siempre era un tema complicado y no tenía humor para explicar esas cosas – Espera Arnie, no te muevas– le susurró mientras sacaba el libro más gordo de su mochila, su libro de historia.

– Gerald, ¿qué vas a hacer? – dijo asustado viendo como el libro se acercaba a él.

– No muevas ni un solo pelo rubio de tu cabeza, viejo, tienes una gran araña en tu hombro.

Arnoldo cerró los ojos su amigo estaba a punto de golpearlo...

–¡Noooo! – grito un chico, apresurándose por intervenir–. No la mates– traía en sus manos un montón de hojas y aun así se las ingenió para tomar entre sus manos a la araña–¡Bob!

– ¿Es tuya?

– No, es de Nadine.

– ¿Las que traías en la caja?

– Precisamente – aclaraba mientras repartía hojas a sus amigos, eran parte de los miles de folletos que imprimió para encontrar a las arañas.

–¿Y Bob es su nombre? – preguntaba el moreno, desconcertado, viendo a Eugene alejarse.

Una joven asiática de cabello negro, largo, recogido en medio chongo, usando un suéter azul y una falda gris de tablones que le llegaba dos centímetros por encima de la rodilla se aproximaba al par de jóvenes en seguida los saludo amablemente. Gerald no dudo en acercarse rápidamente y tomarla por la cintura. La chica sonrojo notablemente.

– Vamos a ir al cine, ¿vienes, Arnold? – pregunto recordando la presencia de su amigo.

– No, gracias, no quiero ser mal tercio. Además, ya hice planes con Helga, por cierto ¿dónde está ella? – dirigiéndose a Phoebe.

– No lo sé, se supone que nos toca juntas la última clase, pero jamás la vi entrar. Ya intenté llamarla, pero no contesta– dijo preocupada.

– ¿Como va a hacerlo? Foreman le quito el celular esta mañana.

–Ahora el profe Foreman, es el segundo este mes; esa Helga G. Pataki ya tiene marca nueva– dijo el moreno, divertido.

El rubio más que gracia comenzó a preocuparse y mucho: ¿Dónde estará?, ¿Por qué falto a la última clase?, ¿estará bien? Helga era rebelde en ocasiones, pero jamás faltaría a una clase sin una razón que respaldara tal ausencia.

– Creo que debo buscarla – dijo angustiado.

– ¡Voy contigo!

– No, ustedes vayan al cine, yo me encargo.

– Estas seguro yo creo que debería ir contigo –agregó la pelinegra.

– No te preocupes, no pierdan la función. Te envió mensaje cuando la encuentre.

Los novios intercambiaron miraditas cómplices y aceptaron.

– Cualquier cosa nos llamas, viejo.

– Vayan tranquilos.

Los jóvenes se separaron y tomaron sus propios caminos.

Arnold pensó que quizás podría seguir en la escuela, ya que no la había visto pasar y dudaba que hubiera salido antes sin avisarle, o al menos avisarle a Phoebe. Lo que había dicho la pelinegra realmente lo tenía preocupado, ya estaba decidido a buscarla en su casa si no la encontraba en la escuela. Para él la ausencia y el que no avisará a nadie solo podía significar que se trataba de una urgencia. Entro revisando los pasillos e iba asomándose entre los salones y las salas en común.

– Lorenzo, ¿has visto a Helga?

– Creo que la vi en el gimnasio– señaló.

– Gracias.

A pocos metros de llegar pudo ver a la rubia saliendo con un balón de voleibol en las manos y detrás de ella venia Owen Santirso. Se veía que sostenían una conversación amena pues venían riendo.

–¿Qué significa esto? – dijo un Arnold muy molesto. Estaba rojo del coraje.

– Tranquilo cabezota, solo estamos divirtiéndonos y a ti ¿qué mosca te pico?

–¡Phoebe dijo que no entraste a clases! – seguía molesto. Arnold sentía que tenía mil motivos buenos para estar molesto.

– Solo era cívica – para Helga, él solo estaba exagerando.

– ¡Te saliste de una clase!

– ¡Y era cí-vi-ca! ¡Por Dios, no es la gran cosa!

–Helga.

–¡No eres mi papá!

Los rubios se miraron estaban molestos el uno con el otro, desde hace tiempo no se miraban de este modo.

– No te enojes con ella, no es su culpa, hermano.

– ¡Claro que no es culpa de ella, es tu culpa y no eres mi hermano! – le contesto exasperado y apuntándolo– ¡Tu vienes conmigo! – dijo tomando a Helga del brazo.

–¡Suéltame! – arrebatando su brazo al chico–¿Qué diablos ocurre contigo?

– Ya teníamos planes ¿recuerdas? – mientras le volvía a jalar el brazo, pero ahora más fuerte, intentaba arrastrarla.

– ¡Eres un idiota!, ¡Me lastimas! – dijo arrebatándole su brazo una vez más. –¡Así no voy contigo ni a la esquina! – Helga lo miraba incrédula de su actitud nunca la había lastimado físicamente, ni siquiera cuando tal vez lo mereciera tras alguna de las muchas bromas que le gasto al rubio siendo niños.

El ojiverde se quedó estático, había pasado mucho tiempo desde la última vez que Helga lo llamaba "idiota" tan contundentemente, pero ¿qué podía hacer? La chica tenía razón, ahora se daba cuenta, había sido un idiota con toda la extensión de la palabra. No pudo evitar cuestionarse ¿qué estoy haciendo y por qué lo hago? La soltó de inmediato sin saber que decir, el joven solo desvió la mirada hacia todas direcciones menos a Helga. Justo ahora no podía ni verla, no supo cómo disculparse y comenzó a caminar pensativo hacia la salida, dejando a la rubia confundida

–¡Arnold, Arnold! – Eugene seguía en la escuela buscando arañas, cuando vio a Arnold caminar desorientado decidió hablarle, pero el rubio ni siquiera se percató de esto.


GAFE

COLOQUIAL [persona] Que es desafortunado o que su presencia se considera que acarrea mala suerte a los demás.

Sandra Lobos: Gracias por leerme, saludos.

Saludos a los lectores anónimos, gracias por leer :)