Capítulo 47
De nuevo, el comedor de la villa Auditore se llenó de comentarios de casi todos los asesinos presentes, y como no, todos de confrontación y desacuerdo ante aquella reunión de preparación ante la inminente partida hacia el Vaticano.
Ezio lanzó un suspiro, perdido entre el caos reinante, el cual era rutina desde la última semana de discusiones sobre dónde y cómo proceder a esconder los fragmentos del Edén. Ante el caluroso debate y comentarios llenos de afiladas ironías, se había acordado terminar de zanjar el tema tras la gran batalla, la cual debía focalizar toda la concentración del grupo.
El florentino no tenía para nada un buen presentimiento. Veía demasiada discordia y cabezonería, producida desde el maestro chino sobre todo, quien no necesitaba siempre mostrarse totalmente reticente para dejar sentir cuando estaba en total desacuerdo con las ideas de su compañeros.
Antes de hablar y poner orden, el hombre inspiró con fuerza y se levantó de su silla, golpeando la mesa con el puño para alzarse sobre las voces. No disimuló su enfado y cansancio.
-¡Basta ya! Esto es absurdo. Llevamos aquí más de una hora y no avanzamos; sólo perdemos el tiempo en disentir entre nosotros, guiados por nuestras emociones personales. Mañana partimos hacia el Vaticano porque retrasar más esto es estúpido, y no traería nada bueno. Ningún bando va a poder ganar el factor sorpresa, ¡ambos estamos esperando y vigilando para lazarnos contra el enemigo, así que eso vamos a hacer! Nuestros hermanos están ya en camino a Roma desde todos los puntos de Italia. La fiereza, la estrategia en el campo de batalla, y el número, es lo único que puede darnos la victoria.
-Y en lo último perdemos, aunque sea levemente. Con eso ya tenemos demasiado como para también pelear entre nosotros. Mañana debemos ser uno. -Agregó Rèmy de forma oscura. Ezio retomó la palabra de nuevo, relajando el tono.
-Eso es. Mañana en cuanto los templarios vean movimiento asesino, sacarán toda su tropa a las puertas de Roma de la zona norte, por donde todos llegaremos como se acordó con los líderes. Si esto no fuera así, o intentan crear algún tipo de trampa, los ladrones aliados de nuestra orden en Roma nos avisarán. El objetivo es acabar con Mendoza. Sinceramente, no creo que vaya a aparecer en la batalla, o al menos no desde el primer momento. Si nos sorprendiera con su valor, todo el que pueda tener la oportunidad debe intentar matarlo, y si estoy en lo cierto, seguiremos lo hablado antes, aprobado por la mayoría de nosotros.
-Un grupo de mujeres sedientas de venganza encargadas de la más importante misión… -Yan-Sen murmuró con fastidio, lo suficientemente alto para ser escuchado. Claudia intervino sin dejar pasar un segundo.
-Nuray, Alba y yo somos perfectamente capaces de liderar el grupo, que también constará de hombres, para buscar a ese bastardo y mandarlo al infierno de una maldita vez.
-¿Quieres decir entonces que la hermana, y mujer respetivamente, del maestro en Italia, no tiene nada que ver en cederos la ansiada oportunidad de vengar a tu difunto marido? Y no me malinterpretéis, entiendo vuestro deseo, pero si fracasáis perdemos todos.
Nuray se adelantó a su cuñada con un gesto de mano para que la dejara responder al asiático, en quién fijó su mirada llameante, harta de aquel lastre de siempre con gente así.
-Ese hombre de ahí -dijo señalando a Ezio, sin quitar los ojos de Yan-Sen- es nuestro superior, al igual que del resto de asesinos de este lugar, por lo cual, si no fuéramos capaces no permitiría tal cosa. Cuando no trabajamos ninguno, es el momento en el cual es hermano y marido, así que te aconsejaría que, si no tienes datos, no comentaras tan alegremente sobre nuestra valía.
-Bien, mis disculpas. Espero entonces con ansias vuestro éxito asegurado.
La turca apretó la mandíbula ante la acidez que escondía aquel comentario del joven hombre, pero se contuvo de volver a iniciar una nueva pelea, cuando Ezio intervino.
-Todo ha quedado claro ya. Eso es lo que haremos; ¿alguna pregunta? Bien, -agregó tras unos segundos de silencio- pues mañana al amanecer saldremos de Monteriggioni. Intentad descansar lo que podáis. Esta reunión ha terminado.
Los presentes no dijeron nada, levantándose para abandonar la estancia entre un leve murmullo, menos Yan-Sen, quien raudo y sin cruzar palabra con nadie, fue el primero en salir de la sala.
Hacía largo rato, el matrimonio Auditore ya se encontraba en la gran cama de su dormitorio, tras haberse despedido de sus hijos ante la temprana partida del día siguiente.
A pesar de que ambos trataban de conciliar el sueño, ninguno podía, pues era imposible vaciar la mente de tantas cuestiones diferentes, todas plagadas de temerosa incertidumbre.
Finalmente, la voz de Ezio rompió el silencio de la estancia con un leve murmullo, sabiendo que Nuray tampoco dormía.
-¿Crees que mi carta podrá llegar a tiempo a Sofonisba? Si de verdad Yan-Sen tiene malas intenciones, he actuado demasiado tarde.
La turca se volteó, para quedar tumbada mirando al italiano, a la tenue luz de las velas de las mesillas auxiliares a los lados del lecho. Habló con firmeza, sin preocupación.
-Creo que no podíamos haber actuado más rápido, y también pienso que ni los genoveses ni los venecianos son tontos, Ezio. Sofonisba y Rosa ya estarán vigilando los chinos, sobre todo si ven algo raro. Que el traductor de Yan-Sen fuera a Génova por su orden con esa excusa de que sus hombres entendieran las órdenes es raro, yo también lo pienso, no voy a engañarte; habría dejado allí antes a alguien para traducir si fueran tan poco entendidos en el italiano, es verdad. No obstante, como personas justas y buenas que somos, dimos un voto de confianza a Yan-Sen, y nos lo ha puesto muy difícil. Si tenemos razón y tu carta de advertencia no llega a tiempo, no será culpa de nadie más que de ese maldito hombre, resultando ser un traidor.
Nuray llevó la mano al rostro del asesino, acariciando su mejilla mientras le susurraba que estaban alerta y todo saldría bien, haciendo que él sonriera levemente y pasara a besarla con suavidad.
La morena se abrazó a Ezio tras el beso, volviendo de nuevo a sumirse ambos en el silencio, cuando poco después llamaron a la puerta de forma tenue. Ninguno tuvo tiempo de hablar cuando asomaron sus hijos por una rendija que les permitiera asomarse al interior.
-¿Qué pasa, chicos? -Preguntó Ezio con un tono totalmente diferente, incorporándose junto con su mujer en el lecho, observando las caras compungidas de los dos.
-No podemos dormir.
Ante la respuesta de Adara, el patriarca hizo un gesto con la mano para que se acercaran, haciendo que subieran a la cama y se pusieran entre él y Nuray.
-¿Qué es lo que no os deja dormir? -Habló la turca, abrazando a Giovanni, a la vez que Ezio hacía lo mismo con su hija. El niño habló en un susurro trémulo, mostrando su gran aflicción.
-No queremos que os vayáis. Tenemos miedo de que os pase algo y no regreséis.
-Mi vida, eso no va a pasar; -Intervino veloz Nuray- Te prometo que vamos a volver, porque nada deseamos más que estar con vosotros. Y cuando regresemos, todo esto se habrá acabado para siempre; nadie volverá a separarnos más. Es normal tener miedo, pero estamos muy bien preparados, y tendremos muchísimo cuidado. Papá ni siquiera va a luchar; es el comandante de la operación y tiene que dirigir todo-agregó al contemplar que el chico no quedaba muy convencido-. Y yo estaré con tía Claudia, Alba, y los asesinos de Florencia, ya sabéis que somos los mejores.
Los chicos imitaron la leve sonrisa de Nuray ante su broma, haciendo Adara tomara la palabra poco después.
-Sabemos todo eso, y confiamos en vosotros; pero nadie puede saber qué pasara, madre. Otras veces las cosas han salido mal.
-Tienes razón, y no podemos mentir diciendo lo contrario, cariño -respondió Ezio-. Lo único que podemos deciros es que haremos lo necesario e imposible por vencer a ese hombre y regresar, y si algo nos ocurriera a alguno, debéis recordar siempre que esta lucha fue necesaria, así como el sacrificio; para todos, porque si nadie detuviese a los hombres como Mendoza, ninguna persona podría vivir con dignidad y sin temer. Esto también tenemos que hacerlo por vosotros, nuestros niños, para que podáis tener un buen futuro cuando nosotros no estemos. Lo entendéis, ¿verdad?
Ambos asintieron con solemnidad, resignándose a aquella dolorosa verdad mientras sus padres los abrazaban de nuevo, antes de zanjar el tema y dejar que aquella noche la pasaran con ellos, deseando en el interior de sus almas que no fuera la última.
