Ahora tenemos que declarar que los personajes no son nuestros, pertenecen a la autora Stephenie Meyer y la historia fue escrita por la asombrosa autora pattyrose, y Ale Pattz tiene su permiso para traducirla al español, pero debido a su situación de salud, un grupo de personas estamos colaborando para aligerar la carga que esto le pueda causar ;)
[Traducido por EriCastelo en apoyo a AlePattz].
TWO HOLIDAYS AND A FUNERAL
By Pattyrose
Epílogo - El hombre que no era demasiado romántico después de todo
Dos años después:
El honorable Edward Cullen, heredero de la baronía Masen.
—¡Chorros sangrientos...!
Gimiendo, me quito la maldita corbata por enésima vez esta mañana. Durante unos instantes, me quedo mirando el reflejo en el espejo de cuerpo entero, molesto por algo más que mi incompetencia con la corbata, en este día de todos los días. Se me nubla la vista cuando la escena de la noche anterior se repite en mi cabeza:
«Uhm... Vale».
«¿Vale? ¿Es todo lo que tienes que decir, Edward?»
«Bella, mientras tú seas feliz, yo soy feliz».
«Uhm... ¿está bien? Supongo que te veré mañana, entonces».
«Por supuesto, amor. No puedo esperar».
—Estúpido, maldito... de todos los desconsiderados...
Frunzo el ceño ante mí mismo. Aunque, si he de ser sincero, el reflejo en sí mismo no es de mala calidad. Los mejores rasgos físicos que me otorgaron mis padres y antepasados se ven acentuados por el traje hecho a la medida que me he puesto hoy. El corte del frac gris oscuro acentúa la anchura de mis hombros, estrechándose a lo largo de una complexión atlética y definiendo una complexión ciertamente en forma. El chaleco azul grisáceo de doble botonadura termina a la altura de mis caderas, lo que conduce naturalmente la mirada hacia el corte más recto del pantalón gris claro, llamando la atención sobre las largas piernas Cullen. En conjunto, las piezas se complementan, mientras que los zapatos Oxford de charol contrastan. Así que, aparte de un título ridículo que algún día tendré, no hay mucho de lo que pueda quejarme que me haya sido transmitido a través de generaciones.
Es más, con los suaves recordatorios de la mujer a la que amo, trato de moderar mis quejas sobre lo primero. No es culpa de papá que fuéramos primogénitos de una baronía milenaria, así como supongo que no podré culparme del todo cuando... cuando me llegue el turno de transmitir el maldito título. En cualquier caso, mi peculiar chica americana probablemente no me permitirá regodearme demasiado.
Mi Peculiar Americana...
Con un suspiro airado y un cambio de mi peso de un pie a otro, vuelvo a tirar del instrumento del infierno engañosamente camuflado alrededor de mi cuello. Mientras tanto, Jasper, que se ha contratado a sí mismo como mi fotógrafo personal para el día, hace una foto tras otra. El objetivo de la cámara hace clic rítmicamente, una y otra vez. Eso, junto con el conocimiento de que mi incompetencia está siendo inmortalizada, pone mis nervios a flor de piel.
—Jasper, amigo, ¿tienes que hacer fotos de todas y cada una de las cosas que hago esta mañana?
Jasper interpreta mi pregunta como una señal para arrodillarse y conseguir un mejor ángulo con su cámara.
—Sí, tu chica dijo que necesitaba muchas fotos para la posteridad y para los futuros niños, y si no lo hago, Alice tendrá mi cabeza, y no la de arriba, ¿si sabes lo que quiero decir?
—Una roca sabría lo que quieres decir con esa risa—, murmuro.
Más risas surgen detrás de mí. A través del espejo, mis ojos se dirigen al lugar donde Emmett y Liam yacen esparcidos por la cama, mi cama durante gran parte de mi infancia.
De repente, me llega otro recuerdo, este mucho más antiguo, de cuando era un niño pequeño apoyado en las almohadas de esa cama mientras escuchaba embelesado a la abuela contar historias sobre los antiguos Cullen de antaño. Desde la época de los Tudor hasta la de los Estuardo, pasando por la de los georgianos y la de los victorianos, se me contaban las heroicas aventureras de aquellos antepasados cuyos cuadros colgaban en la galería de la mansión, las historias de valientes caballeros barones y formidables doncellas baronesas.
Esas historias fueron mi primera introducción a una narrativa de corazón sobre protagonistas que salvaban el mundo - o que salvaban nuestra tierra inglesa, por lo menos. Fueron los primeros que me hicieron creer en la idea de la perfección, en héroes y heroínas idealizados que salvaban el día. Por aquel entonces, me tomaba los cuentos al pie de la letra. Si la abuela lo decía, así debió ser.
Años más tarde, cuando descubrí que los cuentos eran... bueno, solo cuentos y que la realidad de nuestra ascendencia aristocrática no era tan idílica, no tenía más culpa que la de la abuela. Sin embargo, por el hecho de que esos cuentos habían despertado en mí una pasión por la ficción que me hacía vibrar el corazón... y por una imagen idealizada de la perfección, la abuela no tenía a nadie más que a ella misma para culpar.
Sacudiendo la cabeza, disipo todas estas reflexiones y me concentro en el aquí y el ahora; en la nieve que cae esta mañana, que casi camufla la carpa blanca que veo a través de la ventana y las flores y los adornos navideños que se han instalado a su alrededor; en los invitados que se apresuran a llegar a última hora, vestidos con sus trajes más formales; en Emmett y Liam, que están tumbados con las manos sosteniendo sus respectivas cabezas, y que me observan divertidos a través de sus estúpidas copas como si estuvieran viendo un especial cómico televisado.
—Liam, ¿quieres mirar a ese pobre desgraciado que aún se esfuerza por anudarse la corbata?
—¿Cuántos intentos más crees que le llevará, Em?
—Realmente no lo sé. Lo que sí sé es que el colega está en una buena racha para alguien que ha estado contando hasta este día con más ganas que cualquier sujeto que haya conocido.
—Tal vez se esté arrepintiendo—, dice Liam. —Puede que tenga que sustituirle, después de todo.
Mis manos se detienen en su último intento con la corbata. Entonces, muy lentamente, mi cabeza gira para poder ver al bastardo de mi primo por encima de mi hombro.
—¡Estoy bromeando, Ed! — Liam se ríe, levantando las manos en señal de defensa.
—Vuelve a bromear de esa manera, Liam—, me enfurezco, —y te daré puñetazos en la cara repetidamente y tan fuerte que te verás obligado a levantarte conmigo delante de todo el mundo esta mañana pareciendo una mezcla entre una patata podrida y un tomate demasiado maduro. Luego te daré una patada en la ingle tan fuerte en el culo que te verás obligado a mear por la boca.
—¡Oye! — Liam se encoge de hombros.
—¡Ocht! — Jasper se estremece.
—¡Caramba!— Emmett se estremece.
A pesar de mis amenazas, tanto Liam como Emmett estallan en ataques de risa estridente, rodando por mi cama, sujetándose el estómago.
—¡Y quítense de mi cama! — expulso aún más, girando de nuevo hacia el espejo. —¡Tengo planes para esa cama y ese cubrecama!
Su hilaridad simplemente se multiplica. Mientras tanto, Jasper me da una palmada en el hombro. —Ed, amigo, mantén tu cabeza. Ignora a esos dos, y no te metas en problemas con esos idiotas.
—Es fácil para ti decirlo.
Mientras refunfuño, Jasper reanuda la toma de fotografías y Emmett y Liam recurren a las risitas en voz baja. A estas alturas, el nudo que estoy probando en mi corbata se parece más a un nudo de marinero.
—En serio, Ed, no intento hacerme el gracioso—, dice Emmett, —pero ¿qué demonios te tiene tan irritado esta mañana?
—Esta maldita corbata...
—No es la corbata, amigo.
—Definitivamente no es la corbata—, coincide Liam.
—Sí, no es la corbata. Tienes una cara como la de un bulldog masticando una avispa, y no sabemos por qué. Inciso a), pareces un brillante muerto; inciso b), pronto te reunirás con una bonita y valiente muchacha ante el vicario; e inciso c), el sol inglés ha elegido mostrar su tímida cara todos estos días. Así que, ¿qué es lo que te tiene tan desquiciado esta mañana, Ed?
Mi mirada pasa de un hombre a otro. Los tres, Emmett, Liam y Jasper, están de pie a mi alrededor en medio círculo, apoyándome a pesar de todos mis balbuceos esta mañana. Son realmente mis mejores amigos, dos de ellos son primos míos de nacimiento, más bien mis hermanos, y el otro el marido de una mujer que es como una hermana de la mujer que amo.
Una de las comisuras de mi boca se levanta en una sonrisa al recordar el momento en que la vi por primera vez...
ooOoo
—Gracias, amigo, quédate con el cambio.
Cerré la puerta del taxi y, al mismo tiempo, miré hacia el cielo del atardecer. Sobre el aeropuerto internacional JFK, las luces parpadeantes ya en movimiento brillaban sobre un fondo inmóvil de color ébano y ocupaban el lugar de las estrellas incapaces de competir con la luminiscencia circundante. Detrás de la terminal, la Torre de Control del Tráfico Aéreo se alzaba majestuosa como una versión de la Torre Eiffel del aeropuerto. Todo ello estaba enmarcado por las luces navideñas y por un manto de nieve resplandeciente que caía como una manta tranquilizadora, como un tranquilo antídoto para el frenesí.
Por un momento, la escena parecía un globo de nieve que se podía coger, agitar y ver cómo todo caía encantadoramente en su sitio. Lo único que faltaba era una princesa sonriente, elegante y giratoria en medio, que uniera todo el escenario: la razón de la magia.
«Eres demasiado romántico, Edward. Esperas demasiado», dijo una vez Irina, mi novia. No pasó mucho tiempo hasta que se convirtió en mi exnovia.
Resoplando ante mis ciertamente caprichosos pensamientos, me aparté del cielo nocturno. Mi plan original había sido pasar las festividades en la ciudad de Nueva York, explorando esos lugares turísticos que rara vez tenía la oportunidad de visitar durante los viajes de negocios. A pesar de nuestra última ruptura un par de meses antes, Irina me había llamado varias veces durante mi viaje. Cada vez, dejé que sus llamadas fueran al buzón de voz. No era muy caballeroso, lo sabía, pero las alternativas eran contestar y entrar en otro acalorado debate en el que intentaba explicar por qué, a pesar de lo que sobre el papel parecía una pareja perfecta, no funcionábamos realmente como tal, o decir: «A la mierda, vamos a intentarlo de nuevo».
Esto último no era realmente una opción. Habíamos pasado por ese camino un par de veces, y cada vez, salí de él sintiéndome como una vieja mierda. A pesar de su insistencia, no volvería a hacerle eso a ella ni a mí mismo.
Sin embargo, ella siguió llamando.
Pero entonces la abuela había llamado y, en un momento de debilidad y nostalgia por la mujer que podía ser cuando no estaba operando en el modo Baronesa-viuda-asegurándose-de-tener-un-reemplazo-para-el-futuro, había contestado. La vieja vaca debió percibir una pizca de soledad en mi tono, porque me juró que, si volvía para las fiestas, mi gala anual de cumpleaños se celebraría de forma diferente a la de años anteriores. Por un lado, prometió que no haría desfilar ante mí a todas las jóvenes elegibles y con título de Inglaterra. Por otro lado, algunas de esas antiguas tradiciones, que ella consideraba vitales pero que yo consideraba simplemente antiguas, terminarían.
Y lo más importante, me aseguró que lady Irina, a pesar de su perfecto pedigrí y su aparente idoneidad como futura baronesa Masen, no formaría parte de la lista de invitados.
Así que allí estaba yo, en el aeropuerto para mi vuelo de última hora de vuelta a Londres y vacilando entre los pensamientos románticos del horizonte de la ciudad de Nueva York y ya imaginando todas las formas en que mi regreso a Londres podría salir mal. Suspirando, dirigí mi mirada hacia la terminal.
Fue entonces cuando vi a la princesa cubierta de nieve y girando en el globo de nieve.
Pero no estaba girando, sino dando vueltas y más vueltas en las enormes puertas giratorias. Y en lugar de una diadema de princesa, llevaba el pelo oscuro y brillante recogido en una cola de caballo desordenada. Además, al observarla, en lugar de una sonrisa, me pareció ver líneas de frustración que marcaban su frente mientras intentaba equilibrar su teléfono celular cerca de la oreja con una mano mientras empujaba con la otra el equipaje suficiente para un Safari de un mes.
—¡Eh, amigo! ¡No te olvides la bolsa en el maletero! ¡Colega!
Cuando el taxista golpeó la puerta del coche, me vi obligado a parpadear ante la curiosa imagen. Sin embargo, una vez que recuperé mi bolso del maletero del taxi y me lo colgué al hombro, recibí una agradable, aunque peculiar, sorpresa. La mujer seguía en el interior de las puertas giratorias, dando vueltas y vueltas como si no supiera cómo salir.
—Sulpicia, es solo una sugerencia, pero tal vez si le das a Tyler un segundo para recuperar el aliento, podrá explicarte dónde guardó el archivo.
—Disculpe, señorita, pero ¿necesita ayuda?
Arriesgándose momentáneamente a soltar sus veinte bolsas, desechó mi oferta y reanudó su conversación telefónica. —Sulpicia, comprendo que pueda ser frustrante darle a alguien un segundo para que deje de entrar en pánico, pero creo que, en este caso, podría ayudar. Y así no tendrás que preocuparte por Recursos Humanos.
Resoplando, dejé a la mujer con su razonamiento bastante complicado. Pero entonces volví a tropezarme con ella, esta vez en la cinta transportadora de la aduana. De nuevo, apareció envuelta en una extraña conversación.
—No, no, está bien, Sulpicia. No hace falta que le grites en mi nombre. Tengo que esperar unos minutos hasta que Tyler pueda hablar.
A pesar de sus garantías a esta persona Sulpicia puso los ojos en blanco - ojos que eran bastante bonitos y dramáticamente oscuros. Mientras estaba allí, los artículos de la mujer se alejaron de ella. Entonces, los viajeros impacientes empezaron a saltársela en la cola. Una vez más, intenté comportarme como un inglés cortés.
—Perdone, señorita, pero ¿puedo ofrecerle ayuda con su...?
Esta vez, fui derribado con un fuerte e inequívoco —¡Shh! — de la mujer que siguió regalándome una generosa vista de un culo bien formado, por cortesía de darme la espalda.
Así que me quedé allí, frunciendo una ceja y apretando los labios para no reírme de la novedad de haber sido desairado no una sino dos veces en el lapso de un cuarto de hora por la misma mujer peculiar.
Un cuarto de hora después, me encontraba sentado junto a la puerta de embarque, absorto en uno de mis cómics de zombis favoritos. Hasta que oí esa voz que ya me resultaba familiar. Estaba siseando con una de esas voces americanas que no son realmente siseos, sino gritos. Cuando levanté la vista, la encontré sentada unas cuantas sillas más abajo y manteniendo otra conversación en el teléfono móvil.
— Ahora, escúchenme ustedes dos, ninguna de ustedes trate de presentarme a alguien mientras esté allá. Estas vacaciones no son para eso.¡No estoy, y repito, no estoy cazando hombres! Lo digo en serio. Quiero—no, necesito alejarme de cualquier cosa o persona que posea una polla entre sus piernas. No estoy, repito, ¡no estoy en una cacería de hombres!
Incapaz de contener mi risa, la mujer giró la cabeza hacia mí. Rápidamente, me escondí detrás de mi cómic, esperando haberme movido lo suficientemente rápido. Cuando un carraspeo se produjo unos instantes después, y la mujer habló con una voz aún más alta y clara, me respondió indirectamente a esa pregunta.
—Como estaba diciendo, no estoy interesada en pollas en este momento, sin importar cómo luzca esa polla. Una polla es solo un enorme problema en la forma de un grande…grueso…duro…vibrante…palpitante…
Todo el tiempo, crucé las piernas, las descrucé y las volví a cruzar mientras mi polla se endurecía, se retorcía y palpitaba con cada descarada palabra que pronunciaba. Princesa de un globo de nieve, mi culo; ¡la mujer era una zorra! Si existía una amalgama de cielo e infierno en un aeropuerto, me había topado con ella. Finalmente, planté los dos pies en el suelo, abrí las piernas para dar espacio a mi polla burlada para que respirara y se calmara, y escondí tanto ella como mi cara encendida detrás de mi cómic.
Entonces, sonreí. Touché, mi Peculiar Americana. Touché.
Estoy seguro de que los dos pensamos que había reído el último, hasta que el destino intervino y sentó a la descarada, sobrecargada y peculiar americana a mi lado en el vuelo a Londres. Para cuando aterrizamos, yo ya estaba perdido. Y no fue mucho después del vuelo cuando me di cuenta de que, en medio de un vuelo internacional no planificado, había encontrado a mi princesa, perfecta en su imperfección y más propensa a tropezar que a girar. Sin embargo, ella era la pieza más importante de aquel globo de nieve.
ooOoo
Por eso, todos los miedos y preocupaciones que me asaltan esta mañana no son fáciles de expresar y se filtran en forma de dedos de mantequilla y amenazas de violencia.
¿Cómo explica uno que le aterra su propia felicidad... petrificado por la posibilidad de que su abrumadora felicidad se produzca a expensas de la alegría de la persona que adoras más que a nadie en este mundo? ¿Cómo puede uno verbalizar su mayor temor: que has atrapado a la mejor persona, la más sencilla, en una vida de títulos y aristocracia que ella nunca quiso?, ¿una vida de la que puede cansarse algún día?
—¿Y si... y si no puedo hacerla feliz?
Durante un largo momento, los tres hombres me miran fijamente. Luego, los cabrones se ríen.
Frunciendo el ceño a los tres, vuelvo a la corbata. —Olvídenlo.
—¡Lo siento, amigo, lo siento!— Dice Emmett. —Mira, no queríamos reírnos. Es que estás siendo tan...
—-ridículo—, termina Liam por él.
—¡Sí! ¡estás diciendo memeces con ese inciso!
—De nuevo, olvídenlo—, siseo. —Y gracias a los tres—, digo, —por ser tan útiles esta mañana.
—Aquí, primo, déjanos ayudar con esa corbata.
Emmett y Liam se acercan, y cuando Emmett levanta las manos hacia mi corbata, las aparto. Ruge. Cuando su hermano intenta ayudar, recibe lo mismo. Jasper se une entonces, y los cuatro nos sumimos en un desorden de manos y brazos agitados que consiguen cualquier cosa menos anudar una corbata.
—¡Vete a la mierda, Em! ¡Tú también, Liam!
—¡Deja ya tu terquedad!
—¡Sí! Deja de hacer el ridículo...
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?!
La mujer que ha entrado sin llamar a la puerta o sin invitación avergonzaría a la mismísima reina con el atuendo y las joyas actuales. Se planta ante nosotros como si fuera la dueña de la habitación y de todos los que están en ella, y su mirada no solo contradice sus años, sino que hace temblar a Liam y a Emmett, que retroceden rápidamente.
—¡Lady Charlotte! Abuela.
—Abuela, nos disculpamos.
—Abuela—, murmuro a modo de saludo, volviéndome hacia el espejo.
Jasper sostiene estúpidamente su cámara y se prepara para tomar una foto de Su Señoría.
—Joven, solo permito que me haga fotos el fotógrafo que he contratado personalmente para este día y que sabe exactamente cómo y cuándo hacer su trabajo.
Jasper deja elegantemente su cámara. —Ocht, sí, Su Señoría.
La abuela resopla y se vuelve hacia mí. —¿Edward?
—Tengo problemas con mi corbata.
—¿Problemas con la corbata?—, repite incrédula, como si acabara de decir que los extraterrestres me han abducido. —¿Cómo es posible? Has hecho el nudo de la corbata demasiadas veces como para tener problemas con el nudo de la corbata.
—¡Incluso yo podría hacerlo con los ojos cerrados!
La abuela le lanza a Jasper una mirada que haría callar a la mismísima reina. Sus risas cesan, y ella vuelve a dirigirse a mí.
—¿Te das cuenta de que todo el mundo, excepto tú, está listo?
—¿Todos?— Respiro. —¿Cómo... cómo se ve ella? ¿Parece feliz?
—¡No voy a revelar eso!—, exclama la Señora. —¡Esta unión ya tiene bastante con qué lidiar sin que yo añada una suerte cuestionable a la mezcla revelando demasiado!
—No he preguntado por su vestido... no importa—, suspiro. —Lady Charlotte, bajaré lo antes posible.
Sin embargo, Lady Charlotte no ha terminado. Y cuando no ha terminado, nada la hace callar.
—Edward, tu retraso, aunque mínimo, ya se ha notado.
Compruebo mi reloj. —Todavía no se me ha hecho tarde.
Ella levanta la barbilla. —Cuando durante los últimos dos años has dejado claro a todo el mundo que adoras absolutamente a la Abeja, todos los presentes abajo esperaban que estuvieras al frente y al centro en el momento en que el pie del vicario saliera del vehículo. El hecho de que aún no hayas aparecido ya ha hecho necesaria mi atenta intervención para sofocar un puñado de incidentes.
Le hago una mueca a través del espejo. —¿Incidentes como…?
—Tu futura suegra, por ejemplo, no puede dejar de gritarle a todo el que quiera escuchar que su hija se va a casar con la realeza. Una y otra vez, he intentado explicarle, en los términos más sencillos, que la nobleza no equivale necesariamente a la realeza. Sin embargo, parece que es un concepto que no puede entender. También he tenido que explicarle, más de una vez que, aunque estoy seguro de que tal belleza no se encuentra en las moradas americanas, la casa señorial no es, de hecho, un castillo. Luego está tu futuro suegro, que refunfuña y gruñe tanto que me he visto obligado a recordarle que en este país usamos palabras para comunicarnos. Luego, un invitado bromeó a mis oídos con que tal vez la razón por la que el futuro barón no ha dado la cara todavía es porque está experimentando un ataque de acobardamiento. Ni decir que también me hice cargo de esa situación, y el conde de Thornbury se lo pensará muy bien en el futuro antes de creerse un comediante. Lo peor de todo, sin embargo, es lady Irina.
—¿Irina?— Me giro bruscamente. —Espera un segundo, abuela; ¿por qué está Irina aquí hoy?
—Bueno, no podía invitar apropiadamente al duque y a la duquesa de Tilbury y no invitar a su hija, ¿verdad?
—¡Abuela!— Levanto las manos. —Ves, este es el tipo de cosas que me frustran. ¿No crees que deberías habernos consultado a Bella y a mí antes de...?
Me corta, ignorando por completo mi ira, y continúa. —Como iba diciendo, el vestido que lady Irina ha elegido para el evento le queda muy bien, como todo lo que lleva. Sin embargo, es un sospechoso tono de marfil, y el velo que lleva unido a su tocado no puede calificarse como nada menos que nupcial.
—Maldita sea...
—¡Que el cielo nos libre de que aparezcan más comediantes aficionados y empiecen a bromear sobre la disposición de lady Irina a ocupar el lugar de la Abeja! ¿Ves? Por eso digo que las bromas y las burlas están por debajo de la jerarquía. Además, ¿te imaginas que esas supuestas bromas lleguen a oídos de la Abeja? Por mi parte, no me extrañaría que hiciera una escena del tipo americano, una que no estoy segura de poder evitar. Por lo tanto, como de costumbre, me he encargado de venir a buscarte antes de que este evento se convierta en un caos.
—Un caos, en efecto—. Frunzo los labios y sacudo la cabeza, mirándola con recelo. —Sinceramente, abuela. Entre tanto, bajaré en cuanto termine con esta corbata.
Durante unos instantes, mientras mis manos revolotean inútilmente alrededor de la corbata, la abuela se limita a mirarme fijamente.
—Liam, Emmett y el Highlander en kilt (1), por favor, déjenos solos. Ahora.
Los tres se retiran enérgicamente y me dejan a solas con lady Charlotte. Cuando se acerca, espera con sorprendente paciencia a que me gire para mirarla. Entonces empieza a anudar mi corbata sin decir nada y de forma experta.
—Sabes, yo fui quién te enseñó a anudar la corbata.
—¿Fuiste tú? — A pesar de mi frustración, le sonrío, frunciendo el ceño al intentar evocar ese recuerdo en particular. —Lo había olvidado.
—No me sorprende. Eras muy joven, apenas tenías dos años, si no recuerdo mal. Te costó unos cuantos intentos, pero lo hiciste bastante bien—. Me mira a los ojos. —Aunque quizá debería haber sido mi primera advertencia sobre lo voluntarioso que llegarías a ser.
—Quieres decir que quizás debería haber sido tu primera advertencia de que no permitiría que controlaras mi vida—. Sonrío para aliviar el escozor y luego me rio a carcajadas cuando me lanza una ceja alzada y gris antes de volver al asunto que nos ocupa.
—Abuela... ella ha renunciado a tanto en los últimos dos años. Y ahora...
—¿Y ahora...? — incita la abuela.
Cuando aprieto los labios, la abuela me tira de la corbata un poco más fuerte de lo que creo necesario, haciéndome gruñir.
—Hace tiempo que creí que renunciabas a algo al enamorarte de una mujer tan indomable, americana o no, pero por favor, dime a qué crees que ella renuncia al casarse contigo.
—A su país, su familia, su privacidad, su carrera. ¿Sigo?— Pregunto cuando ella no ofrece ninguna reacción.
—Estoy esperando a que se mencione algo de valor real.
—¡Abuela!
—La Abeja conservará su ciudadanía estadounidense, aunque no entiendo por qué querría hacerlo, sobre todo cuando obtenga la ciudadanía del Reino Unido al casarse contigo. Supongo que la doble nacionalidad le facilitará la visita si alguna vez siente nostalgia por los vaqueros y la tarta de manzana—. El giro de sus labios hace evidente el valor que le da a ambos. —En cuanto a su familia, ¿no acabo de relatar dos de los muchos casos que ponen de manifiesto por qué un cierto distanciamiento de la familia de la Abeja puede no ser algo malo?
—Abuela—, advierto.
Ella resopla. —Edward, hasta yo sé que la Abeja considera a esas dos jóvenes con las que vive... o con las que vivía hasta hoy, más su familia que a sus padres. También sé que, de hecho, no ve a sus padres muy a menudo, ni siquiera cuando vivía en Estados Unidos.
—¿Además?— Pregunto.
—Además, nos tiene a nosotros como su familia—, suelta, avanzando con brío cuando le ofrezco una amplia sonrisa. —En cuanto a su privacidad, la Abeja ciertamente no parece estar molesta considerando las sonrisas dignas de un BAFTA que otorga a los fotógrafos.
Me rio con ganas. —¿Puede evitarlo si todo el mundo adora su pura americanidad? Además, deberías estar agradecida, abuela. La popularidad de Bella ha revitalizado el interés de los medios de comunicación por la nobleza.
—Agradecida, desde luego—, replica indignada. —Ahora, con respecto a su carrera, admito que no fue un proceso sencillo para ella obtener la certificación para trabajar como arquitecta aquí en nuestro país, pero ¿puedes culpar a nuestras juntas de revisión inglesas? Esos americanos construyen estructuras más por la foto que por la sustancia.
—Abuela.
—De cualquier manera, ella tiene su certificación, y ahora, con la ayuda de tu primo Liam, la Abeja está dispuesta a trabajar en el Patrimonio Nacional y convertir Masen Park en un parque de atracciones.
—Abuela, sabes muy bien que no hay intención de convertir Masen Park en un parque de atracciones—. Me rio a mi pesar. —Ella y Liam están trabajando para que Masen Park sea catalogado como edificio de interés histórico nacional, lo que nos permitirá obtener subvenciones y financiación con excursiones turísticas.
—Hmph—, huele el aire. —No puedo acostumbrarme a la idea de que tendré que ver a perfectos desconocidos deambular por estos pasillos como si fueran los dueños del lugar.
—Abuela, no se les permitirá recorrer todas las estancias, y sabes muy bien que, de no ser así, no habríamos podido mantener la casa señorial. Se estaba volviendo demasiado costosa.
—¿Quizás con una rica heredera como futura baronesa? Lady Irina está vestida y lista para...
—Complete esa frase, baronesa viuda—, la desafío, con las fosas nasales encendidas, —y tendré que pedirte muy amablemente que saques tu bien vestido y enjoyado trasero de mi habitación.
Pone los ojos en blanco, sin impresionarse por la amenaza. —Bueno, al menos la Abeja puede servir una taza de té decente—. Pero cuando se encuentra con mi mirada, la viuda me ofrece una sonrisa burlona que me sobresalta. —Cierra la boca, nieto. ¿Es otra costumbre que has adquirido de la Abeja?
—¿Te estás burlando, abuela? Creía que burlarse estaba por debajo de ti.
Se encoge de hombros. —Cuando en Roma... (2)
—Admítelo, abuela—, sonrío. —Amas a mi Bella.
Ella no responde a eso. —Supongo que tendré que acostumbrarme a que mi casa sea pisoteada, como tendré que acostumbrarme a que un nieto, el heredero de la baronía de Masen, nada menos, escriba cómics para entretener a las masas. ¡Cómics! ¿No podría escribir novelas serias y utilizar uno de esos... cómo los llaman? ¿Pseudónimos?
—No me avergüenzo, abuela. ¿Recuerdas a esa mujer a la que acabas de llamar americana indomable? Ella me da el valor para eso y más.
—Hmph.
Durante unos instantes, la observo mientras termina en silencio con mi corbata, esta mujer se sentaba al borde de mi cama, enjoyada, regia y con la espalda erguida... pero sus ojos blandos mientras me obsequiaba horas y horas.
—Todo es tu culpa, ¿sabes?
Sus manos quietas. —¿Mi culpa?—, pregunta como si la hubiera difamado, mirándome con ojos que pueden estar enmarcados por arrugas pero que son tan agudos como siempre.
—Mhm—. Asiento con la cabeza. —Por tu culpa la conocí, y por tu culpa me enamoré de ella. Me obligaste a volver a casa aquellas festividades, y antes de eso, me hiciste creer en apuestos caballeros y bellas doncellas.
Frunciendo los labios, reanuda su atadura. —Esos cuentos estaban destinados a enseñarte tu herencia, no a convertirte en un romántico caprichoso. ¡Ya! Ya está—, exclama, tirando de la corbata para asegurarse de que está recta. Luego, limpiando las motas de polvo imaginarias de mis hombros, me gira hacia el espejo. —Puede que te cases con una plebeya americana, que escribas cómics y que vendas el asiento de nuestra familia al mejor postor, pero lo harás como el futuro barón más guapo del reino.
Me rio con ganas ante su reflexión. Cuando me vuelve hacia ella, inclinando la barbilla bruscamente hacia arriba, se asegura de clavarme su formidable mirada.
—Estaba en lo cierto, como suelo estarlo, cuando te conté esas historias de las mujeres de Masen Park. Estás trayendo otra mujer fuerte e indomable a nuestra familia, y tienes que ser igual de fuerte.
—Tienes razón, abuela, como algunas veces—, sonrío. —Y abuela... te acuerdas de todos esos cuentos, ¿verdad? ¿Los que me contabas sobre nuestros antepasados cuando era un niño? Me refiero a los verdaderos detalles sin adornos.
—Por supuesto que sí—, responde ella, pareciendo afrentada como si le acabara de preguntar si recuerda su nombre.
—Bien—, sonrío. —Y supongo que... algunos de esos adornos no harían mucho daño.
Cuando sus ojos se entrecierran y su frente se arruga con algo más que líneas de la edad, me limito a reírme.
—Ahora, deja de esconderte aquí y baja tus posaderas, y habla con la Abeja sobre lo que realmente te preocupa. Aunque doy consejos brillantes, tengo la sensación de que esta mañana solo lo hará ella, no yo, y desde luego no tus dos primos payasos ni ese escocés en kilt.
—Sí, lady Charlotte... Abuela. Y gracias.
—Vete, ahora—, dice, alejándome.
ooOoo
—... ¡Preocúpate, B! Seguramente está teniendo una buena...— Rosalie ilustra un acto lascivo con una mano mientras abre la puerta con la otra. Alice, que está a su lado, asiente.
—Sí, para que no se le vaya la olla cuando te vea con la lencería blanca de encaje inglés que te he diseñado para... ¡Edward!
—¡Edward!
Sus ojos se abren de par en par cuando me ven al otro lado de la puerta. Mientras tanto, a pesar de la insinuación de Rose sobre mi actividad actual, es la primera parte de lo que ha dicho la que me hace sentir como un viejo bastardo. Entonces, oigo su voz.
—Rose, ¿quién está ahí?
—Ya era hora—, me sisea Rose, y luego a Bella, —¡Uh... no, B! Es solo... el cartero.
—¡Sí, el cartero!— Alice coincide.
—¿El cartero?— Bella grita.
—¿El cartero?— Repito al mismo tiempo. —Rose, Al, déjenme entrar.
—¡Todavía no puedes verla!— Rose susurra furiosa.
—¡Da mala suerte!— añade Alice.
—¡Ve a ocupar tu lugar! ¡Todos están esperando!
—¡Tengo que hablar con Bella primero! ¡Bella! — Grito, intentando ver más allá de la puerta medio cerrada y de los enormes vestidos y tocados de Rose y Alice. —¡Bella! Bella...
La puerta se abre de par en par y consigo ver una ráfaga de blanco antes de que un cuerpo cálido cuyo calor reconocería desde el otro lado de la habitación se lance a mis brazos.
—Entrometido...
—Mi Peculiar Americana, lo siento—, respiro al instante, abrazándola con fuerza contra mí mientras el alivio recorre mis venas. —Lo siento.
—No, yo lo siento—, murmura ella contra mi cuello.
La echo hacia atrás lo suficiente como para acunar su cara entre mis manos. —Escúchame; no tienes nada por qué ofrecer disculpas.
—No debería haberte soltado eso la noche anterior a nuestra...
Es entonces cuando ambos nos damos cuenta de que las dos damas de honor nos miran fijamente.
—Uhm, ¿pueden darnos un momento, por favor?— pregunta Bella.
Rose suspira con fuerza. —Bien.
—Pero esto no se hace así—, añade Alice, —ni siquiera en este país.
Mientras vuelven a entrar en la antesala que las mujeres están utilizando para prepararse, bebo en la visión de mi Bella. Es una visión brillante de blanco, sí, pero solo me importan sus ojos oscuros y hechizantes. Brillan más que cualquier joya escondida entre los muros de la Torre de Londres. Son esos ojos de los que no puedo apartar la vista, que me hipnotizan. Mis manos se estrechan, deseando atraerla contra mí, pero primero tengo que explicarme.
—Estaba asustado, Bella.
—Lo entiendo...—, sonríe débilmente.
—No por mí—, aclaro, —sino porque solo han pasado dos años...
—Como he dicho, lo entiendo—. Ella aparta sus ojos de mí.
—No, Bella.— Acercándola, le rodeo la cintura con los brazos y, cuando apoya las manos en mi pecho y me mira a los ojos, trago saliva. —No lo entiendes. Has renunciado a tanto por nosotros en los últimos dos años. Has renunciado a tu país, a tu familia, a tu intimidad, a tu carrera...
—¿Qué?—, se ríe. —En primer lugar...
—No tenemos que volver a hablar de eso. La abuela me ayudó a ver más claramente.
—La buena de lady Charlotte y su afición por ser útil—, sonríe Bella.
—Supongo—, suspiro, pasándome una mano por el pelo a pesar de todo el cuidado que mi peluquero ha tenido con él esta mañana, —tuve un momento de pánico, y por un segundo, vi esto como otro sacrificio más de tu parte, y me preocupé por mi capacidad a largo plazo de mantenerte feliz aquí.
Durante un largo momento, me sostiene la mirada, escudriñándome. Luego, esboza una sonrisa de oreja a oreja que hace que mi corazón se eleve como las alas de su ave nacional.
—Tonto.
De nuevo, exhalo aliviado, riendo. —En este país, zopenco (3) sería probablemente un término mejor.
—Usted es un zopenco, barón Masen, gov'nuh, lo es—, dice ella, usando lo que se supone que es mi acento, pero no suena para nada parecido.
—Lo soy—, asiento enérgicamente, —pero no soy un barón, todavía no. Lo que estoy es genial, completa y locamente enamorado de ti. Y feliz. Soy feliz más allá de lo que jamás imaginé para mí cuando mis perspectivas de futuro estaban limitadas por lo que creía que podía elegir. Simplemente no podía entender cómo un hombre puede tener todos sus sueños hechos realidad en cuestión de dos años.
—De donde yo vengo hacemos las cosas rápido—, se burla ella, chasqueando los dedos.
—De eso me he dado cuenta—, resoplo.
—En cuanto a esa perspectiva limitada que has mencionado, he oído rumores sobre cierta joven rubia, hija de un duque, que vino preparada, así que...— Grita cuando le muerdo el labio.
Entonces, sin poder resistirme más, me adelanto y aplasto mi boca contra la suya y aplasto su cuerpo contra el mío. Su vestido se agita suavemente y un dulce gemido se escapa de sus labios mientras me rodea el cuello con los brazos y me besa con total abandono. Nuestras bocas se encuentran hambrientas, su cálido aliento me ofrece vida y aventura y una excitación que no conocía antes de ella.
Cuando nos retiramos, nuestras frentes se apoyan la una en la otra, con el pecho agitado.
—¿Te acuerdas de la vez que Didyme Volturi me amenazó y lady Charlotte te mandó un mensaje para decírtelo?
—No estoy seguro de cómo hemos entrado en ese tema, pero sí, lo recuerdo. La abuela literalmente me envió un mensaje de diez párrafos, en el que divagaba sobre el té y las malas hierbas, y a los dos tercios, justo cuando mis ojos empezaban a cruzarse, lanzó tu nombre como una idea de última hora.
—Y sabía que vendrías corriendo—, se ríe Bella con ganas, atrapándome una vez más con su belleza y vivacidad.
—Tortuosas—, sonrío, —son estas mujeres Cullen y las que pronto serán Cullen.
—Parecías muy preocupado cuando llegaste—, sonríe. —Mientras tanto, me lo estaba pasando como nunca con tu abuela.
Le rozo la mejilla con el dorso de los dedos, deleitándome con la textura incomparablemente suave de su piel. —Ya veo lo que quieres decir.
—La cuestión es que... yo...— con cada pausa, su boca roza tiernamente la mía, —estoy exactamente... donde estoy destinada... a estar.
—Lo estás—, susurro, inspirando profundamente y soltando el aire contra sus suaves labios.
—Me pregunto qué habrá pasado con Marcus.
—Un giro aún peor. ¿Puedo preguntar por qué estamos hablando de él? pregunto con el ceño fruncido.
—Compláceme—, dice con descaro.
Mi ceño se frunce. —Murió y asistí a su funeral.
—¿Qué?
—No, en realidad no—, suspiro. —Bueno, como sabes, la abuela contrató a ese investigador privado de Nueva York para que siguiera a Marcus y advirtiera a todas las mujeres con las que intentara relacionarse de que era un hombre casado...
—¡Dios, a veces lady Charlotte parece un chiste!
—Por lo que escuché más tarde, después de que Sulpicia Volturi le diera a Marcus su P45...
—En Estados Unidos no dan formularios P45 (4), pero adelante; lo entiendo. Después de que lo despidieran…—, se burla, haciéndome un gesto para que continúe.
—Después de que Marcus fuera despeeediiidooo—, extiendo la palabra de una manera americana exagerada que hace que mi futura esposa se ría aún más, —todo se fue al garete para el capullo. Tuvo muchas dificultades para encontrar empleo, lo que también dificultó el número de mujeres dispuestas a salir con él. Además, al no tener más mujeres incautas a las qué enfrentar y acusar de seducir a su marido, Didyme se cansó de su enfermizo jueguecito. Así que puso en marcha el acuerdo prenupcial y se divorció de él; lo dejó en la cuneta, tanto literal como figuradamente.
—Vaya. Aunque no puedo decir que él no lo mereciera, tampoco sé si ella se merecía todo ese dinero.
—Yo no me preocuparía demasiado por eso—. Ante su mirada interrogante, continúo. —Parece que se volvió a casar poco después. Debe haber estado muy enamorada porque ni siquiera le pidió a este nuevo tipo que firmara un acuerdo prenupcial.
—Uh-oh.
—Uh-oh— es correcto. Tres meses después, él vació su cuenta bancaria conjunta y desapareció.
—Mierda. Vaya. Bueno.
—¿Eso satisface tu curiosidad?— Sonrío.
—Oye, ¿cómo diablos sabes todo eso? ¿Sacaste la información a escondidas de algún sitio?
—Me encontré con el investigador privado durante mi último viaje de negocios a Nueva York, cuando te quedaste porque no te sentías muy bien—. Arqueo una ceja.
—Y ahora sabemos por qué no me sentía bien—, sonríe tímidamente. —Y en cuanto a por qué lo mencioné, esa era mi vida antes de conocerte. Y aunque no diría que me rescataste, desciendes de caballeros, así que...
Se detiene y sonríe con picardía, pero cuando apoyo una mano en su vientre aún plano y lo rozo con ternura, suelta una serie de suspiros desiguales.
ooOoo
—Estoy embarazada—, me anunció junto a la puerta de su habitación de invitados aquí en Masen Park mientras nos dábamos las buenas noches, habitaciones separadas por última vez.
Tragué grueso, completamente asombrado. —Uhm... vale.
El hermoso y suave ceño de Bella se arrugó. —¿Vale? ¿Es todo lo que tienes que decir, Edward?
—No—, pensé. Debería decir también que "siento que hayas renunciado a tanto para estar aquí conmigo. Y ahora, te he atrapado para que des a luz al heredero de los Masen antes de que cumplamos un año de casados".
En cambio, dije: —Bella, mientras tú seas feliz, yo soy feliz.
Sus ojos oscuros se abrieron de par en par y, por una fracción de segundo, me pareció ver un destello de decepción en sus profundidades, antes de que lo borrara todo y sonriera.
—Uhm... ¿está bien? Supongo que te veré mañana, entonces.
Mi corazón se aceleró. Las manchas bailan ante mis ojos. Y lo que es más embarazoso, mi voz se quebró como la de un prepúber.
—Por supuesto, amor. No puedo esperar.
ooOoo
—El heredero de los Masen—, sonrío ahora de forma soñadora, haciendo reír a Bella. —Me muero de ganas. Y espera a que la abuela se entere de esto. No te dejará en paz hasta que le asegures que vas a dar a luz a un niño.
Bella levanta la barbilla con arrogancia, estrecha los ojos con fuerza y carraspea. —En veintisiete generaciones de la baronía Masen, un varón, heredero inglés puro, siempre ha sido el primogénito y con ello ha mantenido la casa señorial en la familia Cullen. ¿Imagina si una niña naciera primero? — Se estremece, completando su representación de mi abuela, mientras yo río y me carcajeo.
—¡Veintisiete! ¿Es eso exacto?—, pregunta.
—Probablemente no.
Una sonrisa completamente astuta levanta una esquina de su boca. —Aunque sea un niño, le diré que es una niña.
—Eres el diablo disfrazado. Lo he sabido desde el momento en que te vi por primera vez, maldiciendo, gritando 'polla' en un aeropuerto abarrotado, con exceso de equipaje, sudando de pánico, babeando y todo.
Pone los ojos en blanco y me pasa las manos por el pelo mientras me mira con toda la adoración que siento por ella reflejada en sus ojos oscuros.
—Vaya, ya veo cómo te has enamorado.
—Bella... sabes, una vez me dijeron que era demasiado romántico.
Su ceño se frunce. —¿Qué? ¿Qué ridícula, que lleva un accesorio nupcial a mi boda, hija de un duque, te dijo eso?
Resoplo. —¿Cómo es posible que un hombre encuentre tanta felicidad?
—Porque Edward, a pesar de todas nuestras diferencias... somos perfectamente compatibles.
—Lo somos.
—En todo lo que cuenta.
—De acuerdo.
—Incluyendo en la cama, por eso me embarazaste tan fácilmente.
Me rio en voz baja y le aprieto el culo. —Para ser justos, renunciamos a los condones, y tú eres una salvaje vaquera americana que disfruta montando mi inglés...
—¡Por el amor de todos!
Bella y yo miramos hacia donde está mi abuela con las manos en sus longevas caderas.
—¡Hay una preciosa carpa instalada en un magnífico jardín inglés, brillantemente decorada para las fiestas y los festejos de hoy, y rebosante de impacientes invitados esperando, y ustedes dos están aquí comportándose como si se acabaran de conocer!
—¡Abuela!— exclama Bella con una emoción que momentáneamente arranca una sonrisa a la abuela... hasta que se acuerda de sí misma.
—Abuela—, sonrío.
—¿Cuántas veces tengo que recordarles a los dos que se dirijan a mí como lady Charlotte en público? Ahora, el vicario está sudando en exceso su cuello clerical, el conde de Tilbury se está volviendo de un peligroso tono mortificado carmesí, lady Irina está a punto de llorar detrás de su tonto velo, y la madre de la Abeja sigue preguntándose dónde están el príncipe y la princesa. Ahora, Edward, quita tus manos del trasero de la Abeja y démonos prisa antes de que estalle más caos.
Gira sobre sus talones y se aleja de una manera que no admite oposición, que no muestra ninguna duda de que, de hecho, la seguiremos.
Lo cual, por supuesto, haremos.
Paso mis dedos por los de Bella y me llevo su mano a los labios, besando sus nudillos y su anillo de compromiso, un anillo de platino con un diamante amarillo del color del sol americano... y de las abejas.
—¿Preparada, mi Peculiar Americana, para todas las cosas maravillosas que están por venir?
—Para eso y mucho más, Entrometido.
Y de la mano, continuamos hacia nuestra versión combinada de ese globo navideño de nieve.
FIN
(1) El kilt, conocido popularmente como falda escocesa, es la prenda más típica de Escocia e Irlanda. Consiste en una falda que forma parte de la ropa tradicional masculina. Es utilizada en la actualidad solo para las grandes ocasiones como bodas, convenciones, etc.
(2) Literalmente, el dicho dice "Cuando en Roma, haz lo que hacen los romanos", este modismo es el equivalente inglés a nuestro "Donde fueres, haz lo que vieres".
(3) Ellos están teniendo un intercambio de palabras que básicamente significan lo mismo solo que en cada uno de sus países se dice diferente: Dummy (en Estados Unidos) y daft en el Reino Unido.
(4) El P45 es un documento que dará el empresario cuando finalice la relación laboral. Informa sobre los datos relativos a ingresos e impuestos pagados dentro del año fiscal.
Prosiguiendo con la práctica de AlePattz, muy amablemente les pedimos dediquen unos minutos de su tiempo, incluyendo a aquellos lectores anónimos y silenciosos, para darle las gracias a la autora de esta bellísima historia Pattyrose mediante un review en su historia. Pueden usar su propio mensaje en español (Patty lo entiende), o si saben inglés y quieren hacerlo en ese idioma, ¡adelante!
Para las que quieran alguna sugerencia, aquí les deja una:
Hola! Thank you very much for allowing AlePattz to translate this beautiful story into Spanish, we enjoyed reading about this Eavesdropper and Bee, and of course Lady Charlotte. Hugs from (el nombre de tu país de origen)
El link de la historia original está en este perfil y en el de AlePattz, también será fijado en la parte superior del grupo de Facebook 'The World of AlePattz'.
