Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.

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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^

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Efectos Secundarios

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6.

Akane arrastró la caja, junto a su mal humor, por los largos y oscuros tramos de escalera que conducían a la azotea del instituto. No se atrevía a dejar la caja por ahí sin supervisión, ni siquiera tuvo valor para dejarla en su taquilla para los zapatos.

Otra vez tenían una hora libre, esta vez por la falta de uno de los profesores. Se suponía que debía aprovechar para hacer los deberes o estudiar algo, pero no. Ahí estaba ella, persiguiendo a su prometido, una vez más. Por lo menos sabía que le encontraría esta vez, cosa que no terminaba de aliviar su enfado.

Cuando estuvo frente a la puerta metálica, resolló y los muslos le ardieron por la subida. A pesar de todo, se las apañó para pegarle una patada y abrirla de par en par. El viento de las alturas le dio en el rostro acalorado; fue una suerte que esa enorme y pesada plancha de metal que daba paso a la azotea ya estuviera entreabierta o se habría hecho mucho daño en el pie. En ese momento, tal vez, ni habría sentido el dolor, pero se habría pasado el resto de la semana cojeando.

El sol la cegó los primeros segundos pero después los colores y las formas volvieron a su lugar y ella contempló la superficie oscura de cemento, los compresores de aire que se amontonaban en las esquinas, el borde de piedra gastado que cercaba el perímetro, decorado por cientos de excrementos de pájaros. Allí arriba no había olores, tampoco sonidos a parte del viento. Pero sí había algo más. Ranma estaba sentado sobre sus piernas dobladas, ahora un poco encorvado, sorprendido por su llegada imprevista o porque había adivinado, por la violencia de su patada, que tendría problemas.

—¡Aquí estás! —exclamó ella. Se acercó a él, al tiempo que el chico retrocedía sin quitarle los ojos de encima hasta el borde. Se plantó ante él cuando la espalda masculina topó con la pared—. ¿Es que huyes de mí?

—¿Estás loca? —repuso él, divertido. Recuperó su aplomo y sus ojos volvieron a caer sobre la caja—. ¿Se puede saber qué llevas ahí dentro? ¿Por qué lo cargas a todos lados?

Akane había decidido que era mejor no decirle nada al respecto de los hongos. Ahora que estos estaban en su poder no harían más daño y no valía la pena provocar a Ranma más de la cuenta en el estado tan particular en el que ya se encontraba.

—Es una cosa de chicas —respondió. Esa era una excusa que funcionaba para cortar de raíz el interés de cualquier hombre sobre algo. Soltó la caja a un lado, convencida de que él no miraría dentro y puso sus brazos en jarras—. Bueno, ¿qué pasa?

. ¿Estás molesto porque yo gané la carrera?

Ranma le lanzó una sonrisa terrible.

—¿Qué dices? —replicó, cruzándose de brazos—. Si tú y yo hubiésemos competido, habría ganado.

. No tengo ninguna duda.

—Entonces… ¿estás celoso porque Watanabe y yo hicimos equipo? —probó con cuidado. Ranma frunció más el ceño, pero no se molestó en contestar dando así a entender que eso era todavía más ridículo. Retorció su cuerpo, además, como si le aburriera la conversación—. ¿O fue por el abrazo?

—¿Abrazo? ¿Qué abrazo?

—El que me dio Watanabe.

—¿Ah? ¿Te abrazó? —repitió, haciéndose el despistado—. Ni siquiera me fijé.

—¿No te fijaste cuando se me echó encima?

El rostro del chico se coloreó, aún vuelto hacia un lado, queriendo mostrarse indiferente. Por desgracia para él, Akane distinguió que algo palpitaba en su frente con extrema tensión.

—Pobre Watanabe, supongo que aún le dolerá el puñetazo o la patada que le diste por atreverse a hacer algo así —comentó y entonces sí la miró—. Con lo bruta que eres.

La chica ocultó sus puños apretados tras su espalda y se esforzó, mucho, por manejar su carácter.

—Pues mira no, no le pegué —reveló.

—¿Ah, no?

—¡Pues no!

—¡Pues ya es extraño! —respondió, volviéndose hacia ella. Su mirada encendida, casi tanto como sus mejillas, parecían hablar de algo más que de simple y puro enfado—. Es lo que haces con cualquier chico que se te acerca; con esos idiotas que te recibían a golpes cada mañana, con Kuno, con… —Resopló, trató de templar su voz, darle un aire más ligero pero la pausa solo logró que sonara más intenso—; conmigo, por supuesto.

Los brazos de Akane resbalaron y una flojera se adueñó no solo de ellos, sino de todo su cuerpo. Sus rodillas se ablandaron pero al menos la sostuvieron. Se quedó pasmada, más que eso, del todo perdida al darse cuenta de que no estaba ante un Ranma celoso, sino ante uno herido.

Por todos los dioses, estaba dolido con ella. Y no porque se hubiera dejado abrazar por otro, sino porque lo había permitido cuando a él nunca le dejaba. Aquello era demasiado extraño, quería decir que… Entonces, sus ojos recayeron en la caja y recordó de golpe que Ranma seguía bajo los efectos secundarios de los hongos del amor.

Y entendió.

De otro modo, esto no le importaría en absoluto.

—Debes controlarte, Ranma —Le dijo—. ¿No te das cuenta de que solo te pones así por el efecto de los hongos? —Sacudió una mano ante él y siguió—. Nos acabarás metiendo en un buen lío si no te esfuerzas por disimular.

—¿Acaso es mentira? —insistió él, de repente muy serio—. No conoces de nada al tal Watanabe pero está bien si él te abraza —Expuso con una mueca sarcástica—. En cambio cuando yo lo hago siempre me apaleas.

—¿Cuándo has intentado tú abrazarme? —preguntó Akane con el rostro rojo.

—Casi nunca, porque no quiero morir —Se quejó, levantando un dedo—. Acuérdate de cuando Shampoo me hechizó para que abrazara a cualquiera que estornudara. ¡Ni siquiera lo hacía a posta!

. Y tú me zurraste pero bien.

—¡Bueno, yo…! —La chica balbuceó, sin saber qué responder. ¿Y qué esperaba que hiciera? Ranma se pasaba la vida metiéndose con ella; marimacho, pecho plano, poco femenina, nada guapa ¿Qué iba a pensar si, de pronto, él la abrazaba? Pues que trata de gastarme una broma, claro. ¡Y en ese caso por supuesto que iba a defenderse con todas sus fuerzas! Desde luego no pensaba contarle nada de todo eso, en su lugar hizo un esfuerzo todavía mayor por ser comprensiva—. No tiene sentido discutir por nada de esto.

—¿Ah, no?

—¡Son solo los estúpidos efectos secundarios de los hongos!

—¡No! —exclamó él, hundiendo los manos en el suelo. Parpadeó, con los pómulos encendidos, pero no cambió su expresión de molestia—. No es solo por eso.

Y no añadió más.

Akane sentía que estaba a punto de estallar de furia, aunque en el fondo, reconocía que era una intensa ansiedad la que zarandeaba su cuerpo. ¿Por qué tenía que comportarse de un modo tan insólito?

¡¿No se daba cuenta de que iba a volverla loca?!

Boqueó al aire, agobiada, miró en torno a ella pero ni el silencio, ni el frescor del aire, ni la absoluta seguridad de que estaban solos allá arriba logró apaciguar los latidos de su desbocado corazón. Se pasó los dedos por la frente y en un arrebato se acercó más y extendió la mano hacia él.

—¿Qué quieres? ¿Un abrazo? —Le preguntó, confundida y nerviosa—. Adelante.

Ranma miró su mano con desconfianza.

—No, gracias —lo rechazó con orgullo—. No quiero más golpes.

—No recibirás un golpe.

—Tampoco quiero que me hagas un favor.

—No es eso. ¡No seas crío! —Le agarró de una mano con la intención de tirar de él para que se pusiera de pie, pero el chico se negó—. Ranma… —Tiró con más ímpetu, pero él ejerció más fuerza para no moverse un centímetro—. ¡Ranma, no seas así! —Tiró ahora con sus dos manos pero fue inútil. De pronto, la fuerza cambió de dirección y Akane, que no se lo esperaba, perdió el equilibrio con facilidad cayendo sobre las piernas del chico.

Soltó un gritito por la sorpresa al chocar contra su pecho pero se le cortó la voz cuando los brazos de su prometido se cerraron en torno a su espalda y su cintura. Tampoco dijo nada en ese entonces y Akane quedó apresada contra él, con los ojos muy abiertos y con la única capacidad de respirar lo más despacio posible. En cambio él lo hacía de manera lenta, pero muy profunda. Pasaron unos cuantos segundos en los que logró bajar su corazón, atascado en su garganta y tragar saliva.

—¿Ranma? —murmuró con algo parecido al miedo.

Pero él apenas se movió, su aliento le quemó la piel del cuello al hablar.

—No sé qué es lo que me pasa…

Akane suspiró y con gran dificultad, consiguió sacar sus brazos del hueco entre sus torsos. Los levantó y por un momento se miró las manos sin saber qué haría con ellas. Las bajó y rozó los hombros del chico, también su espalda tensa y firme, sintiendo que la piel de su propio cuerpo se encendía y su pecho se estremecía por algo demasiado apasionado como para ponerle nombre.

—Ya te lo he dicho: son los hongos —Le recordó de manera suave. Fue muy consciente de que casi se le escapa un cariño, pero lo retuvo con todas sus fuerzas. Ya te lo he dicho, cariño… ¡No, no! —. Se pasará pronto, lo dijo el monje —Fue desagradable mentir en ese momento.

—Creo… que no pasará —murmuró él.

Ella apretó los párpados, conteniéndose. No podía ser cruel, él no sabía el daño que le hacía con cada palabra que pronunciaba.

—Claro que lo hará.

Por desgracia, no podía esperar otra cosa. La caja con los hongos estaba ahí mismo, a su lado. Meneó la cabeza, asustada porque esa idea la hubiese asaltado. No debía pensarlo si quiera, aunque fuera tan agradable sentir los brazos de Ranma a su alrededor y oírle hablar de ese modo. Había algo en su tono que parecía que le suplicara, pero ella sabía que no era verdad.

No le estaba suplicando que le diera esos hongos y volvieran a ser felices.

¡Claro que no!

Aunque deseaba volver a sentir esa felicidad tonta de aquel día. Parecía tan fácil, tan inevitable; nunca se había sentido así antes y lo echaba de menos. Quería volver a ser la Akane hechizada, quería sentir que sus sentimientos de amor, esos que la estrangulaban el corazón a cada segundo, eran correspondidos y entregarse al romanticismo. Igual que entonces, igual que siempre se había imaginado, aunque después renegara de sus fantasías.

Mi amor…

Akane apretó los párpados.

—No me llames así.

—Si ahora no nos oye nadie.

Abrió los ojos de golpe. ¿Lo había hecho a propósito? Todas las veces anteriores dijo que se le había escapado pero esta vez… Se atrevió mirarle y le asustó lo que vio en sus ojos. Tembló, y él debió notarlo aunque no dijo nada más.

Si ahora no nos oye nadie.

Fue como recibir un chispazo en el cerebro. Akane se preguntó por qué debía ella contenerse entonces, para qué callar, si nadie podía oírles.

Cariño —Susurró, pues la voz le falló en el último momento. No importó, Ranma sonrió de todas formas.

¿A dónde había ido el miedo de él? ¿Esa apremiante angustia por deshacerse de esos sentimientos? ¿Por ir corriendo hasta el Templo, si fuera preciso, con tal de que todo acabara? No quedaba ni rastro, como si se hubiera hecho a la idea o ya no le pareciera tan malo. Más que eso, Ranma simulaba estar satisfecho con lo que sentía, incluso si pudiera ir un poco más allá.

Empujó su rostro hacia ella, con las mejillas arreboladas y los labios un poco tensos, dubitativos, en una dulce línea, no así sus ojos que se habían clavado en la boca de ella y parecían seguros de lo que iba a hacer. Akane se quedó sin aliento, histérica… ¡Ni siquiera estando hechizados habían llegado tan lejos!

Oh, debo detenerle pensó de inmediato. Era por los hongos, ella sí estaba segura; el efecto se iría y aquel recuerdo quedaría como una losa entre ambos. Más bien como una roca afilada que se hundiría en su corazón cada día un poco más cuando lo rememorara.

Fue fácil, después de todo, apenas le puso una mano en el rostro (sin hacerle daño, no más golpes), Ranma se paró en seco, cohibido. Habría sido más seguro levantarse, eso pensó ella, y alejarse de ese instante tan confuso pero no fue capaz. ¡Era ya demasiado para ella! Solo le rozó el rostro con los dedos, con dulzura, hasta que él volvió a sonreír como si nada hubiese pasado.

—¿Recuerdas a los ancianitos, Ranma? —Le preguntó—. A esa pareja que nos encontramos mientras subíamos la montaña.

—Oh, sí —admitió—. Nos salvaron cuando saltamos de aquel precipicio.

Sí, sí que saltaron. Eso también fue efecto del hechizo, que saltaran tan alegremente por un elevado risco sin pararse a pensar en que podían morir, como si creyeran que su mutuo amor los salvaría de lo que hubiera debajo.

Ese era el peligro de los hongos del amor. El amor y la felicidad que otorgaban a los que los comían no eran real, sino algo falso y exagerado para engañar a tus sentidos y a la mente. Dos personas normales, por muy enamoradas que estuvieran, jamás arriesgarían sus vidas de una manera tan insensata.

Echaba de menos esa felicidad porque, quizás, se había dado cuenta de que no podía compararse a nada real.

—Esos ancianitos estaban tan enamorados, y parecían tan felices —comentó para sí. Y se preguntó si su felicidad sería menos intensa que la del hechizo. Quizás lo era, o quizás se podía ser así de feliz sin necesidad de trucos.

—Seguramente también estaban hechizados —opinó Ranma. Ahora se apoyaba, más tranquilo contra la pared, y sus brazos, que seguían en torno a ella, se habían aflojado un poco.

—¿Por qué dices eso?

—¿No te diste cuenta? Su casita estaba rodeada de los hongos del amor.

—¿Qué?

—Estaban por todas partes —Le explicó—. Deben llevar toda la vida alimentándose de ellos, supongo que sin saber lo que eran, por eso parecían tan felices como nosotros.

. ¿No crees?

Algo helado se revolcó en el interior de la chica.

—Entonces… ¿Su amor era una gran mentira?

El corazón se le encogió. ¿Era posible? Esa dulce parejita de ancianos que parecían amarse más que nadie, que no podían estar separados, que también usaban…

Espera se dijo, reparando en un detalle. ¡Ellos también usaban esas palabras!

Cariño… mi amor… ¡Las mismas palabras! ¡Debía ser cierto, entonces, que estaban bajo los efectos de los hongos!

No se le ocurría una idea más deprimente que esa.

—No creo que fuera una mentira —opinó Ranma, después—. Ellos se querían, en cualquier caso.

—Pero no era real.

—¡¿Cómo no iba a ser real después de una vida entera?! —El chico se sonrió—. Además, ¿qué importa? Aunque fuera por los hongos ellos se amaban y eran felices, ¿no?

Akane frunció el ceño, ¿qué forma de pensar era esa?

La verdad es que para ella fue real todo lo que sintió durante el hechizo. Incluso cuando Nabiki les dijo que era todo por obra de los hongos, recordaba haber pensado ¿Qué más da? Todo se sentía tan real, tan maravilloso. Y solo había sido un día. Si hubiesen pasado años en ese estado, tan enamorada, construyendo una vida de amor y dicha y de pronto alguien apareciera para decirle que nada era real porque todo comenzó por una intoxicación de los hongos, ¿le habría importado?

Se mordió el labio inferior. La caja seguía ahí, a pocos centímetros de ella.

Si sacaba uno de los hongos y le proponía a Ranma que lo comieran, ¿aceptaría hacerlo? Si él aceptaba, no sería como si le engañara, ¿verdad?

¡No estaría haciendo nada malo!

Entonces, ¿por qué sentía que aun así no estaba bien?

¿No era ese un modo de luchar por su felicidad? Todo el mundo lo hacía del mejor modo en que podía y si pensaba en su futuro, en lo que Nabiki le había dicho sobre su futuro matrimonio…

¿Y si esos hongos eran la única manera de asegurar que Ranma y ella serían felices para siempre?

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No sé si estoy respondiendo a todo el mundo que me escribe, la aplicación de Fanfiction hace cosas raras y cuando entro en la página desde el ordenador no me aparecen las mismas reviews que en el móvil, en fin.

Así que desde aquí os agradezco a todos y a todas vuestros mensajes y el apoyo que me estáis dando y a este fic.

Espero que os guste el nuevo capítulo.

Besotes.

-EroLady-