Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.

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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^

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Efectos Secundarios

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7.

Las clases llegaron a su fin.

La tonalidad del día varió hacia un naranja lánguido mientras Akane esperaba a su prometido junto a los casilleros, con los zapatos ya cambiados y la caja con los hongos en sus brazos. Bufó, aburrida, cuando alguien le dio el mensaje de que Ranma había accedido a ayudar a un amigo con alguna tarea de su club extraescolar.

Como le gusta hacerme perder tiempo se dijo, cansada.

Salió del recinto algo apesadumbrada aunque no tardó en darse cuenta de que le aliviaba tener ese rato para sí misma. Después de la conversación en la azotea, Akane tenía más ganas que nunca de estar con el chico, pero también se sentía más afectada y confundida que antes, por lo que podía ser bueno tener unos minutos para reflexionar en lo ocurrido y tomar decisiones.

Decisiones repitió en su cabeza, y sus dedos tamborilearon de manera inconsciente sobre la caja de cartón que sujetaba.

Habría sido más agradable para ella caminar sin más. Dejar de pensar. Encontrar el modo de mantener su mente en calma, silenciosa, y solo fijarse en el movimiento de los pájaros que cruzaban el cielo de árbol a árbol, o quizás detenerse a mirar las aguas del canal que compartía su camino. Dejarse ir en esas cosas sencillas, que no podían preocupar a nadie. Por desgracia Akane no tenía un temperamento contemplativo. Podía captar la belleza en ese tipo de cosas, pero era demasiado nerviosa como para deleitarse en esos detalles y que estos fueran capaces de absorber del todo su atención. Sobre todo cuando había problemas a la vista.

Ya había dedicado las últimas horas de clase a recordar, con cursi embelesamiento, los momentos que Ranma y ella habían pasado en la azotea. Había recordado la sensación de su abrazo, la manera en que sus pupilas azules la observaban, una y otra vez, sin atisbo de aburrimiento, dibujando una mirada cada vez más intensa. Había fantaseado con ese beso que no habían compartido hasta ponerse roja. Su ánimo estaba peligrosamente esperanzado, aunque no dejara de repetirse que las atenciones de Ranma no eran del todo reales.

Había usado toda su fuerza de voluntad para no contarle que tenía un montón de hongos del amor en su poder porque, en el estado en que él estaba, no podía prever lo que haría. Aunque era inevitable no preguntarse lo que podía pasar si él lo descubría.

¿Cómo reaccionaría?

Cuanto más reflexionaba al respecto, más insegura se sentía. ¿Estaba siendo egoísta por considerarlo? ¿Una mala persona? ¿Sería tan horrible compartir lo que sabía con su prometido y, entre los dos, decidir lo que harían?

Sabía lo que habría dicho el Ranma de antes, el anterior al hechizo; habría rechazado del todo volver a probar esos hongos.

¡¿Por qué iba a querer comer eso y acabar enamorado de una marimacho como tú?!

Estaba convencida de que esas serían sus palabras exactas.

No obstante, ¿y el Ranma de ahora? Este nuevo y extraño chico que no paraba de seguirla, de llamarla Mi amor… Tal vez este nuevo Ranma tomaría una decisión distinta, puesto que ya sabía cuáles eran los efectos de los hongos, había experimentado esa felicidad. No se le iba de la cabeza lo que había dicho sobre esos ancianitos.

Además, ¿qué importa? Aunque fuera por los hongos ellos se amaban y eran felices, ¿no?

Podía haber dicho esas palabras porque en el fondo él quería volver a ser feliz, igual que ella lo deseaba. La cuestión era, si Ranma aceptaba comerse los hongos con ella de nuevo, estando aún bajo los efectos secundarios de los primeros, ¿estaba tomando la decisión libremente?

Bueno, el monje me aseguró que no existían tales efectos secundarios se recordó. Parecía muy seguro de ese punto cuando hablaron por teléfono. El antídoto había hecho su función, lo que sintieran ahora no tenía nada que ver con las setas. Y sin embargo, su prometido no podía estar más raro.

El monje debe estar equivocado, concluyó una vez más. Es que no había otra explicación posible.

Ranma jamás se había mostrado tan cariñoso ni había estado tan pendiente de ella antes, luego debía haber una razón para semejante cambio de actitud. ¡Ni siquiera él sabía por qué se comportaba así! Y aunque ya no pareciera tan preocupado como esa mañana, seguía sin ser él mismo.

Akane contuvo un chillido interno pero se detuvo en mitad de la calle. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho, también contra la caja que apretaba cada vez más contra ella.

¡Estaba harta de todo eso!

No es justo pensó, enfurruñada. Se había enamorado del Ranma patán que se metía con ella y negaba sus sentimientos, después se había enamorado por culpa de los hongos del Ranma cursi y hechizado. ¡Y para rematar no podía negar que también le gustaba este nuevo Ranma tan cariñoso y a la vez prudente e inseguro! ¡Soy un caso!

Todo es culpa mía.

Fuera como fuera, su prometido siempre le gustaría, pero a él solo le gustaba ella cuando estaba bajos los efectos de un estúpido hongo. Y era agradable, claro, y tentador dejarse ir en los gestos afectuosos del chico pero no debía encariñarse demasiado con él.

¡Ese chico iba a desaparecer! Estaba segura de eso. Los efectos secundarios del hongo se agotarían y ¿después, qué? Sería terrible tener que acostumbrarse a lo de antes una vez más.

Quizás por eso me estoy planteando lo de los hongos se dijo. A ella le bastaría con que las cosas se quedaran como estaban ahora.

¡Los hongos podían resolverlo todo!

—No está bien —se recordó, otra vez, usando más fuerza para no sentir que una parte de ella flaqueaba—. Aunque él estuviera de acuerdo no estaría bien.

Si Ranma no era él mismo, no podía elegir con libertad. Se estaría aprovechando de él. Su cabeza estaba segura, era firme su voz. No obstante, su corazón dudaba.

—¡Akane Tendo!

El viento sopló a su espalda, trayendo consigo una voz que le puso los pelos de punta. Akane se encogió, no por miedo, sino por acto reflejo y deseó haber imaginado ese grito. Se quedó quieta, apretando los labios y sin volver la cabeza.

—¡Mi dulce Akane Tendo!

Fantástico se quejó haciendo una mueca. Se giró despacio para ver como Kuno avanzaba hacia ella dando grandes zancadas sobre sus zuecos de madera. No había vuelto a verle desde que regresaron del Templo, cosa que había considerado una gran suerte, pero ahí estaba. Y le mostraba esa sonrisa amplia, chispeante y un poco psicópata, que tanto le había recordar a su hermana. ¡Lo que me faltaba!

—¿Qué quieres, Kuno?

—Amada mía —La llamó y Akane retrocedió un paso, entornando los ojos—. Tu hermana, Nabiki Tendo, me lo ha contado todo.

. ¡Aquí estoy!

—¿Cómo?

—¡Has debido estar buscándome todo el día!

Akane no solía preocuparse demasiado por los delirios de Kuno, sabía que era más beneficioso concentrarse en mantener una distancia segura con él y tener los músculos preparados para repelerle en cuanto fuera preciso. Sin embargo, la mención que hizo a suhermana la puso en alerta.

—¿Es que Nabiki te ha dicho algo?

—¡Todo! ¡Todo tu maravilloso plan para que estemos juntos para siempre!

—¿Y qué plan es ese?

—Me ha contado que has gastado todos tus ahorros en comprarle los hongos del amor —la mirada del chico se fue directa a la caja y Akane, alerta, afianzó el agarre—. Como los que Saotome te obligo a ingerir en el Templo para tratar de robar tu corazón con malas artes.

¡Nabiki! La chica apretó los dientes molesta, aunque tampoco tan sorprendida. Retrocedió otro paso más por si acaso.

—Y me imagino que habrás pagado una gran cantidad de dinero por esa información, ¿verdad?

—¡Eso es lo de menos! —Kuno avanzó, con una zancada más amplia y rápida, salvando de golpe la distancia que ella había logrado agrandar—. Lo importante es que tenemos esos hongos en nuestro poder, dulce Akane —Puso las manos sobre las de ella y sus ojos chispeantes se alzaron al cielo—. Comeremos juntos esos hongos y ya nada podrá acabar con nuestro amor.

. ¡Seremos felices para siempre!

Se echó a reír con fuerza, echando la cabeza cada vez más hacia atrás como un completo demente y Akane, repugnada, pegó un salto para alejarse. Él siguió riendo como si nada durante un par de minutos más.

¡Pero, ¿qué sarta de mentiras le había contado Nabiki?! No solo le había revelado la existencia de esos hongos, sino que además le había hecho creer que ella los había comprado para que ambos los comieran… O quizás no, puede que solo le hablara de los hongos y Kuno imaginara el resto usando su habitual imaginación pervertida y desbordante.

Debía cortar eso de raíz y deshacerse de él.

—No vamos a comernos estos hongos, Kuno —Declaró muy tranquila—. Se los compré a Nabiki solo para deshacerme de ellos.

El chico dejó de reír y de un nuevo salto llegó hasta ella y le puso una mano en el rostro.

—No digas tonterías —Le susurró. Akane, asqueada, se revolvió para alejarse pero el condenado la atrapó por la cintura—. Vayamos a mi casa, pediré que nos preparen un té delicioso para acompañar los hongos.

—¡Que yo no voy contigo a ningún sitio! —exclamó ella. Consiguió arrearle una patada en la cara que lo apartó lo suficiente como para darse la vuelta y echar a correr. En otras circunstancias no habría dudado en plantar cara y darle una paliza, pero se sentía vulnerable teniendo que proteger los hongos.

Era más importante asegurarse de que estos no cayeran en manos de Kuno.

Avanzó unos cuantos metros muy deprisa pero entonces, el chico se lanzó sobre ella. Aumentó la velocidad para esquivarle, pero este logró atrapar sus piernas, cayendo en plancha sobre el suelo.

—¡Pero, ¿qué haces?! —Se esforzó por seguir andando, arrastrándole consigo pues se había aferrado a sus tobillos como un niño pequeño a las piernas de su madre. Era frustrante y ridículo a partes iguales—. ¡Suéltame, imbécil!

—¡No huyas de nuestro amor, Akane Tendo!

—¡No tenemos ningún amor!

—Yo te rescataré y seremos felices.

—¡¿No ves que lo que intentó es huir de ti, pesado?! —Volvió a girarse, preparada para darle otra de sus temibles patadas pero entonces Kuno tiró de su pie izquierdo, arrancándole el zapato. Akane se desequilibró y cayó al suelo. La caja rodó y Kuno, aún con su zapato en la mano, se abalanzó sobre ella—. ¡No toques eso!

—¡Es por nuestra felicidad!

Los dos la agarraron a la vez así que forcejaron de rodillas varios minutos sin que ninguno cediera un milímetro. El rostro del joven empezó a ponerse rojo, Akane sudaba por el esfuerzo y se estremecía de horror antes la repulsiva mueca del otro; con la boca entreabierta, torcida, y la lengua fuera, como un perrillo que corre tras su presa.

No podía permitir que Kuno se hiciera con los hongos. ¡La sola idea de que intentara usarlos con ella la horrorizaba! ¿Podía haber algo peor que la perspectiva de pasar el resto de su vida enamorada de ese demente?

¡Cielos! ¿Y si por culpa de Kuno los hongos caían en manos de Kodachi?

¡No, no puedo permitirlo!

Tiró con más vehemencia aún, retorciendo su cuerpo e hincando los dedos en el cartón.

—¡Suelta la caja de una vez! —Le chilló una vez más.

—¡Nunca! ¡Nuestro amor es lo primero, Akane Tendo!

—¡No puedes manipular los sentimientos de los demás, Kuno! —Le gritó. Pretendía distraerle, por supuesto, sabía que usar la lógica con él sería una pérdida de tiempo—. ¡No sería un amor real!

—Nos amaremos por siempre, Akane Tendo, ¿qué puede ser más real que eso?

¿Qué? Musitó su mente, despertando ante semejante declaración. Un amor eterno… ¡Eso es lo menos real que existe!

Y recordó sus dudas y tribulaciones anteriores. ¿Cómo podía haber considerado algo así, si quiera? Por un instante se vio reflejada en Kuno y pudo darse cuenta de hasta qué punto era una locura pretender un amor eterno en el que solo hubiera sonrisas, caricias y felicidad extrema.

Por favor, la vida no era así.

Ella amaba a Ranma, lo hacía con todo su corazón y aun así había momentos en que se enfadaba tanto con él que deseaba matarle. No era un amor perfecto, pero eso era lo que lo hacía real. Lo que habían experimentado en el templo había sido excitante y hermoso, pero no era cierto.

¿De verdad había creído que estaría bien un amor en el que jamás discutieran, o se enfadaran? ¿Un amor tan definitivo en el que ninguno pudiera cambiar de opinión nunca y rehacer su vida por separado?

Eso no es amor. Porque el amor necesita libertad para ser verdadero y lo que esos hongos hacían era encerrarte en una jaula de felicidad, tentadora, pero opresiva y falsa.

Y cuando al fin se dio cuenta, Akane consiguió arrebatarle la caja de las manos a Kuno. Se quitó el otro zapato y se lo estampó en la cara con tanta fuerza que lo desplomó en el suelo. Se alejó unos pasos, soltó la caja, la abrió y aplastó los hongos con sus pies hasta hacerlos añicos.

—¡No, Akane Tendo!

—¿Aún los quieres? —Preguntó ella. Tomó los restos y saltó con todas sus fuerzas a lo alto de la valla que rodeaba el canal—. ¡Ven a buscarlos! —Esparció el polvillo blanquecino en que habían quedado convertidos sobre el agua y vio cómo flotó unos instantes sobre la superficie, para después hundirse del todo.

—¡No, no! —Kuno corrió hacia ella y saltó. No sobre la valla, sino por encima de esta y directo al agua de cabeza. Akane, impresionada, tuvo el tiempo justo para apartarse antes de que la salpicadura que ocasionó la embestida del cuerpo del chico la alcanzara.

Se quedó anonadada. ¡No esperaba que saltara en serio! E hizo una mueca de asco cuando el chico sacó la cabeza y se puso a beber el agua con gran entusiasmo. Se preguntó, horrorizada, qué esperaba conseguir con eso.

¿Sabía acaso cómo funcionaban los hongos?

A saber lo que le habrá contado Nabiki en realidad.

Bueno, si Kuno terminaba el día enamorado de algún pez no sería tan grave.

Sacudió la cabeza y se dio la vuelta en busca de sus zapatos, pero no los encontró.

¿Se los ha llevado consigo? Se preguntó, oyendo de fondo el sonido del agua. Sintió un escalofrío y se dispuso a irse, descalza como estaba. Solo quería alejarse lo antes posible de allí. Y no supo si fue por la pérdida de los zapatos o de la caja con los malditos hongos, pero Akane se sintió mucho mejor. Más ligera. Temió, por un segundo, arrepentirse de lo que había hecho, pero en lugar de eso tuvo el convencimiento de que había actuado bien. Esos hongos estaban mejor en el fondo del río o atorados en el estómago hinchado de Kuno; lejos de cualquier otro ser humano al que pudieran atrapar bajo su falso hechizo de amor.

Estaba segura de ello aunque los efectos secundarios de los hongos fueran a desaparecer de Ranma dentro de poco.

Aunque no supiera si algún día él se enamoraría de ella de verdad.

Aunque ese maldito frío de las montañas siguiera en su interior.

Ella lo sabía. Estaba bien así.

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No creyó que el altercado con Kuno la hubiese retrasado demasiado, pero cuando al fin llegó a la esquina de la calle del dojo comprobó que había sido más de lo que pensaba. No solo porque traía los pies cansados y magullados, a pesar de los calcetines, por haber recorrido lo restante del camino descalza, sino porque cuando enfiló los últimos metros se encontró con que Ranma ya había vuelto de la escuela.

Le vio de pie, junto al portón, con la mirada perdida en el cielo. Al final había llegado antes que ella. Se preguntó si es que la estaría esperando y cuando el chico alzó la mirada y se volvió hacia ella de golpe, una vocecilla excitada de su cerebro le dijo que sí.

Está aquí fuera esperándome.

Echaría de menos eso. Junto a esa mirada entre alegre y profunda con la que la miraba. Puede que antes también se alegrara de verla cuando aparecía y lo disimulara por orgullo, pero ahora no hacía ningún esfuerzo por ocultar su alegría. Eso la gustaba, la conmovía. Ella siempre se alegraba de verle cuando se encontraban aunque no lo dijera.

—Ya has vuelto —comentó como si nada. Se le escapó una mueca de dolor al dar el siguiente paso y el chico dio un respingo.

—¿Qué te ha pasado? —Le preguntó él—. Has tardado mucho.

—Me he encontrado con Kuno mientras volvía a casa.

Ranma frunció el ceño.

—¿Por qué vas sin zapatos?

Ella puso los ojos en blanco, dejando de caminar.

—Te lo acabo de decir, ¿es que no escuchas?

Cuando iba a retomar la marcha, Ranma le hizo un gesto para que detuviera.

—Antes he visto unos cristales rotos por ahí.

—Los esquivaré —respondió ella, encogiéndose de hombros.

—No, quieta —insistió él, acercándose—. Voy a por ti.

Esa frase retumbó con tal fuerza en su pecho que casi logró extinguir del todo el frío que intentaba ahogarla. Las mejillas se le encendieron. Sabía que no había ningún cristal cerca de ella.

Se quedó quieta, por supuesto.

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Espero que os haya gustado el nuevo capítulo ^^

¿Alguien de verdad pensaba que Akane usaría los hongos para lograr el amor de Ranma? Al final tendremos que agradecer a Kuno el empujoncito que le ha dado, jaja.

Definitivamente la página de Fanfiction me odia y ya ni siquiera me envía las notificaciones de vuestras reviews, espero haber respondido a todo el mundo. En cualquier caso, que sepáis que os leo desde el ordenador y agradezco cada palabra de apoyo que me escribís.

Gracias por seguir esta historia.

Besotes para todos y todas.

-EroLady-