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Appetite for destruction

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Bulma vio desde pequeña como su padre consolidaba la corporación que ahora ella lideraba. Su esfuerzo fue enorme. Siempre con ideas brillantes e innovadoras, creo un sinfín de objetos que hicieron más fácil la vida en Ciudad del Oeste.

Pero, cada paso que daba en su carrera y en la consolidación de Cápsule, era observado desde lejos por un perverso ser, que lejos de competir con ideas, decidió hacerlo con sabotaje. El otro científico afamado era el doctor Gero, un hombre que trabajaban en la sección de ingeniería robótica del Ejército Patrulla Roja, creando maquinaria militar y diversos androides.

El doctor Gero, ese vil manipulador, le había puesto la zancadilla para caer en el un agujero negro, profundo, del que era imposible emerger indemne.

Le quitó clientes y solía esparcir rumores sobre la calidad de sus productos, así como el "origen ilícito" de su fortuna en ascenso.

Fue terrible batallar con él.

Hasta que un día, ocurrió lo peor.

Llovía con fuerza la noche en que su padre apareció en la puerta, herido y al borde de la muerte. Bulma nunca olvidaría la expresión derrotada en aquella mirada clara que durante años sólo había significado alegría, y que por primera vez despertaba un nuevo significado. Terror.

Y, como si la tormenta corroborara el sentimiento de terror, un trueno estalló afuera, iluminando en la noche su casa; cerca de Bulma como estaba, su padre vio resplandecer la falsa firmeza en ella que luchaba por no caer, y eso lo asustó. Nunca había visto vacilar al afamado señor Briefs, nunca la había visto ceder, ni siquiera cuando él se enfrentaba a su adversario, pero, en aquel momento, Bulma Briefs no se sintió con fuerzas como para mantener la mirada en aquel hombre, así que desvío sus ojos azules al pecho manchado de sangre del anciano, que temblaba ligeramente, en la ambulancia que los dirigiría al hospital.

Bulma observaba en silencio como los ojos de su padre se cerraban en señal inequívoca de sus últimos momentos de vida, y vibraban, como dudando de si debían o no mantenerse abiertos; pero al ver que el hombre no hacía nada por impedirlo, se permitió el valor de suplicarle que se mantuviera despierto y de no hacer nada por evitarlo; una lágrima recorrió por su mejilla hasta perderse en su cuello.

–Lo siento… –susurro sin fuerzas. Y como si aquella asombrosa revelación le hubiera dado riendo suelta, Bulma sollozó más audiblemente; su padre la miró una vez más antes de ceder a su dolor–. Lo siento tanto, hija…

Ella apretó fuerte la mandíbula. Casi pudo oír como algo muy dentro de ella, se quebraba.

Tenía sólo 15 años cuando su padre murió frente a ella.

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Cuando despertó después de más de 48 horas de insomnio, sólo vio oscuridad.

Aturdida, lo primero que notó fueron las mejillas pegajosas. Húmedas y picantes. Un sudor frío le empapaba la piel y burbujeaba por cada poro, entumeciendo sus músculos y embotellando su capacidad de asimilación y reacción. Y sólo había oscuridad. Y silencio.

"Mi padre fue asesinado"

Ahogó un gemido.

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Pasaron muchos más días luego de la desgracia.

Después, pasaron semanas.

Y las semanas se convirtieron en meses.

Y los meses, en años.

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–¿Cómo estás? –le pregunto Yamcha un día que decidieron hacer un picnic en un el parque central de la ciudad. Los tres, con Krillin.

–Estoy mejor –respondió ella, mientras observaba un pequeño estanque donde andaban unos patos silvestres.

Lo cierto, es que ella necesitaba respuestas.

Ella parpadeó y su sonrisa se torció. Dolía. Escocía como la caricia de metal y de fuego en su mano. Bulma tragó saliva y la sangre palpitó en su cabeza. ¿Por qué pasó? ¿Dónde pasó? ¿Quién lo hizo?

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Y las respuestas no tardaron en llegar

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Bulma soltó el teléfono cuando se dio cuenta de que sus nudillos estaban pálidos, de tanto apretarlo. Lo dejó en su sitio. La pantalla se iluminó unos instantes antes de apagarse, desvelando el número desde donde había sido hecha la llamada.

La policía se había puesto en contacto con ella para citarla y hacerle saber las conclusiones a las que habían llegado luego de investigar el asesinato de su padre.

–A su padre le disparó dos veces una pandilla en la calle. Estamos buscando a los criminales, pero están inubicables, por ahora.

La respuesta que había estado esperando más de dos años, esperando el momento, ya estaba dicha. Sintió que el aire se abría sobre ella y su madre.

Al salir de la oficina policial reanudó su marcha y el sonido de sus tacones se perdió por el pasillo, junto con los de su madre.

Cerró los puños mientras caminaba y el frío de sus dedos en sus muñecas se enroscó en su piel, casi lacerando la carne. Hubo un punto de dolor en el abdomen, taladrando sus ojos cerrados a través de los párpados. Insoportable.

No estaba satisfecha con las conclusiones de la policía.

Su padre no tenía enemigos... Solo un Gero se mostró como tal sin conocer a los Briefs.

Nunca debió confiar en la policía, porque a pesar de tener su testimonio y el de su madre, acerca de sus sospechas, no les interesó investigar al mencionado científico de la Patrulla Roja. No le quedaba más remedio que hacer sus propias averiguaciones.

Tras telefonear a sus amigos de siempre, oyó el sonido de la puerta de la oficina de su padre, el cual servía ahora para ahogar sus llantos y pensar.

Todos los demás sonidos, voces, gritos, incluso el eco de las dos balas que la habían perforado el alma, impulsado hacia atrás de un golpe seco, crudo, impactando en el centro de su pecho y abriéndola desmesuradamente los ojos, se reducían a nimias gotitas suspendidas en el aire, absorbidas por el sonido angustiante de la puerta.

Y el continuo sonido de su propia respiración pesada, el rápido subir y bajar del pecho, el aire atravesado en su garganta. Ese sonido también le recordaría a partir de entonces, el infierno que había atravesado para llegar a concebir el plan que estaba a punto de expresar.

–¿Estás loca? ¿Enrolarte en la Patrulla Roja? –le dijo Krillin, nada más acabar de explicar sus ideas.

–¿Se te ocurre otra forma de averiguar algo?

–¿Se lo has dicho a la policía? –intervino Yamcha.

–Los policías son una mierda. No tienen pensado investigar nada porque, casualmente, los delincuentes que mataron a mi padre, fugaron a otra ciudad.

–Esto que nos has dicho es más complicado de lo que parece, Bulma. Sabes que ellos son muy estrictos con sus misiones y sus aliados. Están dispuestos a matar hasta a los suyos si fallan de algún modo en sus misiones. Estarás en peligro permanente.

–Sigo pensando que esto de tu padre te ha…

–No, no he perdido la razón, si a eso te refieres, Yamcha, me he transformado en una víctima de todo esto.

–Todo va a salir mal.

–¿Y tú qué sabes?

–No lo sé, pero lo intuyo.

–¡Jódanse!

–¡Espera, no te vayas! Si de todos modos lo vas a hacer, te acompañaremos.

–Ya, como no.

Como en un sueño pesado y denso, cuando quieres avanzar más rápido y no puedes, sientes los miembros agarrotados por el sopor, así de lenta parecía moverse Bulma entre el mar aliados de la patrulla. Como en una película atascada en el proyector, repitiendo siempre la misma escena en blanco y negro. Tenía que hacerlo.

El general Blue se apresuró a rebuscar entre la montaña de papeles y basuras legales los antecedentes de la joven que solicitaba su ingreso a la base del Oeste. Frente a él, Bulma estaba mortalmente pálido, hundido en el sofá del despacho. Tenía la mirada perdida. Todo el frenetismo angustiante que parecía embargarla a ella, compensaba el estado de parsimonia que había atrapado al general.

–Aquí está. Tu hoja de vida dice es eres la hija del científico que fue asesinado hace unos años.

–Sí, soy Bulma Briefs.

Estaba impaciente. Y enajenada al miedo y a los nervios. Sabía las posibles consecuencias de sus acciones, sabía los riesgos a los que se exponía, sabía que podía incluso perder la vida por haber intentar engañar a esa gente. El despacho parecía demasiado pequeño para ella, y no podía dejar de pensar que cada segundo que pasaba y retenía al general, era un tiempo valiosísimo que perdía para buscar al doctor Gero.

–¿Por qué es tan importante para ti entrar en nuestra base, niña?

–Mi padre dejó deudas en el banco y estoy a punto de perder la empresa. Ningún banco quiere darme un prestamos debido a eso.

–Ya veo – musitó el hombre rubio.

– Él… no estaba cuerdo, ni consciente de lo que sucedió.

El general respiró largamente, tratando de mantener la sangre fría.

–No es suficiente. No dejamos entrar a cualquiera que se cruce en nuestro camino, ¿sabes? Tienes que demostrar fidelidad y eficiencia la milicia y a nuestros superiores.

–¿Qué tengo que hacer?

La sonrisa fría del anfitrión se alzó en su blanco y maligno rostro como una asta en la que flameaba una bandera negra.

Bulma apretó fuerte la mandíbula. Casi pudo oír como muy dentro de ella se quebraba.

Su mente daba vueltas y solo podía oír el martilleante sonido de las manijas del reloj de pared.

–Tendrás que prepararte en el manejo de armas. Y cometer delitos…

Y ahora se encontraba en la estación de policía. Menudo giro del destino que la estaba colocando entre las fuerzas del bien y el mal. Y ella debía elegir un bando pronto.

Había terminado su jornada de 4 horas y se disponía a abandonar el pequeño espacio que fungía de oficina.

Las horas de trabajo fueron pactadas en función de las demandas de su empresa y ella podía elegir asistir en por la mañana o la tarde.

Dio la espalda a la ventana que daba a la calle. Tecleó su clave secreta y accedió a cada rincón recóndito del ordenador -y los archivos- donde se almacenaba la información que realmente merecía la pena ocultar de los ojos indiscretos de ella.

Cuando encontró los archivos de distintos casos policiales recientes, decidió almacenarlos en su dispositivo de almacenamiento portátil, antes de ser vista.

Más tarde buscaría alguno relacionado con su caso, si es que estaba entre dichas carpetas.

Finalmente, se dirigió hacia la oficina del malhumorado detective para dejar su informe del día. Se detuvo frente a una puerta. Vio a una hermosa mujer que parecía ser su secretaria, de cuerpo de modelo y rubia platinada sentada en una mesa. La ignoró completamente y atravesó la puerta. Se encontró en un despacho enorme. Había un hombre vestido con traje elegante de espaldas a ellas, mirando a través de la ventana.

–¿Qué noticias tienes de la patrulla, Nappa?

Él se mantuvo de espaldas a la puerta, charlando sin enterarse de que era oído por más de una persona. Tenía una expresión cordial, casi pasiva. A pesar de todo, el joven se sintió repentinamente intimidado.

–¿Noticias importantes, jefe? –la rubia alzó los ojos, intrigada, pues no había visto entrar a Bulma.

–¿Pudiste entrar sin ser visto?... ¿Qué dices?... –continuó el hombre, ignorando su ambiente.

La recién llegada no dijo nada. Abrió los ojos y se llevó una mano a la mejilla, sorprendida. Sintió la necesidad de echar a correr, pero supo que sería delatarse. No despegaba la mirada de él y, tras unos segundos, supo que debía salir de ahí.

Dejó la carpeta con su informe sobre el escritorio de la secretaria personal del detective, cerró la puerta tras ella y se quedó sola en el pasillo. Se contrarió cuando cayó en la cuenta de que estaba cerca de ser descubierta.

–Aún no terminamos los entrenamientos en la base, pesada. Ya sé que no puedes vivir sin nosotros…

–¡Yamcha! ¡Salgan de ahí! ¡de prisa! –se oyó el eco de su voz en las cuatro paredes del baño de mujeres vacío que ocupaba para hablar con libertad.

La mujer estaba sufriendo un autentico ataque de nervios y a Yamcha le costó entender sus palabras, pero cuando comprendió empezó a correo y llamar a Krillin.

–¿Qué está pasando, Bulma? Saldré del cuartel pronto, pero dime qué ha pasado para que pueda saber qué más debo hacer.

–¡Solo salgan! Hay alguien espiando para la policía. ¡No puedo decir nada más! ¿Diablos qué están haciendo que no salen?

–Lo hago tan rápido como puedo.

–¡Muevan sus traseros o me detienen aquí mismo!

–No te delataremos, Bulma. Nunca.

–Pero ustedes terminaran presos…

Yamcha la escuchó hacer un esfuerzo por no llorar del otro lado del teléfono. Luego, el crujir de unas bisagras le indicó que alguien estaba a punto de entrar. Segundos después estaba hablando con una mujer. Eso quería decir que no podía hablar más. Y cuando ella terminó la llamada, él no podía ir más deprisa por los pasillos del cuartel.

Vegeta estaba estudiando el informe de la muchacha aquella cuando la puerta de su despacho se abrió de un golpe.

Nappa tenía el rostro congestionado y el pelo revuelto, como si algún desastre le hubiera arrancado de la cama.

–No puedo creer que lograrás entrar en ese lugar -comentó Vegeta sin dejar de mirar los papeles que tenía en su escritorio.

–He hecho cosas peores en esta vida.

–Nappa, Nappa. Me vas a contar una historia exagerada, vamos a discutir, me voy a enfadar y al final me voy a ir a casa a dormir. ¿Por qué no nos saltamos todo eso? Dime si tienes algo que agregar sobre tu visita al cuartel de la patrulla roja.

–Terminé en el baño de mujeres para que no...

–¿En el baño de mujeres? ¿Pará qué?

–Pensé que sería el lugar ideal para escuchar algún chisme interesante.

–Por eso vienes así. ¿Te vieron cierto?

–Sí, y les di pelea... Hasta los amenace.

–¿Amenazaste a esa gente?

–Si, pero con cariño.

–Qué idiota, eso te pudo costar unos cuantos dientes. Un ojo. O incluso la vida.

–Deja que termine y después, si quieres, puedes darme algunos puñetazos.

–Bueno, termina de contarme. Me quiero ir a casa.

–Algunos de ellos comentaron que las "operaciones" las haría un nuevo grupo armado.

–¿Estás completamente seguro? - le preguntó levantando sus ojos negros para observar a su subordinado por primera vez desde que entró en su oficina.

–No he estado más seguro en toda mi vida.

–¿Por qué no me lo dijiste antes?

–Creí que había micrófonos ocultos. Las flores que adornaban los pasillos eran de artificiales y tenían olor a hierro.

–Entiendo. Bien pensado. Aunque… lo que escuchaste puede tener muchos significados.

–Es posible. Pero esa gente no es famosa por su honradez.

Nappa separó la silla de la mesa y se sentó frente a su jefe.

–¿Qué tal hoy con la chica Briefs?

–¿Cómo sabes que ella esta trabajando aquí? No tuve tiempo de decirte nada.

–Los empleados de esta oficina la conocen por las fotos de las revistas. Es una celebridad. Lo saben hasta los muertos del cementerio.

–Pueblo de chismosos.

–Ya. ¿Cómo le fue a esa belleza en esta oficina?

–Aires de una diva desafiante.

–Tiene cualidades para creerse eso. Además de hermosa, brillante. Está como me la recetó el doctor.

–No lo dudo.

–¿De que está buena o de que es brillante?

–Lee lo que ha propuesto para el departamento y sabrás.

El hombre más alto se puso de pie y se situó frente a su jefe.

Sin decir más, Vegeta se levantó y salió de su oficina directo a su casa.

Al día siguiente, Vegeta encontró a Bulma frente a su ordenador, en la oficina que le asignaron, analizando imágenes tridimensionales de los patrulleros de la policía.

–Así que los materiales que usa la banda criminal que asalta bancos, no se consigue por aquí, ¿eh?

–Oye, son las ocho de la mañana. ¿Puedes esperar a que me tome el primer café del día?

–¿Y cuando te tomes el café me dirás qué tienes una forma de conseguir esos materiales para hacernos unos trajes iguales a esos? Y ni qué decir de los autos. Se veían magníficas las descripciones de las mejoras para los patrulleros. ¿Cómo piensas hacer todo eso en poco tiempo? Habla ahora.

–Se lo diré al comandante Gale.

–Vamos a hablar. Yo estoy encargado del caso, mujer.

–Me contrató Gale.

–Tu jefe soy yo.

–Gale es el jefe de mi jefe. Pesa más, cariño –le dijo guiñándole un ojo para luego volver a centrar su vista en su ordenador.

Vegeta se sonrojó visiblemente mientras gruñía enfadado por tan vulgar mujer.

El hombre decidió dar por terminada la conversación y atravesó la puerta de la oficina de ella para dirigirse a la de su jefe. Entró y se situó en la mesa de cristal con una expresión de enojo.

Gale miró a Vegeta extrañado.

–¿Qué sucede, Vegeta?

–Es su nueva contratación. No quiere obedecer mis órdenes. Le he pedido que me explique el informe que hizo y seguramente ya has leído.

–Si, así es. Tiene ideas muy interesantes para mejorar nuestros equipos tecnológicos. Es brillante.

–Mira, voy a hablar sin rodeos. Éste es mi departamento y ella no me gusta. Conozco, por referencias de otros científicos sus métodos de trabajo y su carácter desafiante.

–Lo lamento mucho, Vegeta. Pero las referencias que yo tengo son que es la mejor científica de la ciudad. La necesitamos y tendrás que aprender a trabajar con ella.

–Intentaré leerme el manual de "Cómo lidiar con una mocosa malcriada sin morir en el intento".

–Sí, también me han hablado de tu sentido del humor. Pero a lo que vamos. Ha contratado a Bulma Briefs por sus capacidades, que todos aquí conocemos. Si me vas a pedir que la despida no...

–Lo que intento decirle es que aquí no se hace absolutamente nada sin tu consentimiento ni el mío. Y si crees que va a poder...

En ese momento entró Bulma cargada de carpetas llenas de papeles. Los hombres la miraron incómodos y ella, percatándose de la situación, dejó la enorme pila de papeles sobre la mesa auxiliar y se dispuso a salir.

–Bulma –dijo Gale cuando ésta agarraba el pomo de la puerta–. Vegeta quiere que te despida. Dice que no respetas su autoridad.

El aludido miró a Bulma con desprecio sin pronuncia palabra alguna.

–Vamos hombre, no tiene que ser todo tan difícil entre ustedes, ¿cierto, Bulma?

La joven avanzó unos pasos y se situó frente a Vegeta, clavándole la mirada. Él dio un paso atrás y tragó saliva y Gale apoyó sus codos en su escritorio, dispuesto a observar el siguiente paso de la mujer.

El detective enrojeció visiblemente, por segunda vez ese día. Le habían advertido sobre la impulsividad y carácter indomable de Bulma para enfrentarse a las personas, pero no esperaba que fuese a ponerlo en práctica con él. Por lo menos, no tan rápido. Y lo peor de todo es que lo había hecho delante de su jefe, avergonzándolo y aprovechándose de que era, por otra parte, una mujer realmente guapa. Aquello sí que era un golpe bajo.

–La torre acaba de dejar en jaque al rey –susurró Gale–. Ahora le toca el turno a la dama.

–Dígame, detective Vegeta –comenzó Bulma sin dejar de mirarlo fijamente–, ¿me conoce usted de algo?

–No tengo el disgusto, muchacha –respondió el hombre, recomponiendo su postura y carácter desafiante.

–En ese caso, ¿por qué considera que no soy capaz de trabajar con usted en armonía?

–Por qué es lo que veo. Muchacha, simplemente le he pedido que me informe de todos los cambios que vaya a realizar en nuestra institución. Lo cual incluye el mínimo detalle de sus ideas.

–Bulma. Me llamo Bulma. No es difícil recordarlo.

Dicho esto, respiro profundamente para calmarse y pensar antes de responder. No podía seguir enfrentándose a sus superiores si quería seguir allí hasta conseguir sus objetivos.

–Bien. Entiendo que mi negativa puede haber causado molestias, así que haré lo posible para que eso no suceda más –añadió ella en tono conciliador.

–Señorita Briefs. Detective Vegeta –intervino Gale–, no dudo que sepan hacer su trabajo perfectamente. Pero si se hubiesen leído los reglamentos de este lugar que, por otra parte, no difieren demasiado de los del resto de las dependencias policiales de este país, sabrían que el jefe de departamento tiene la obligación de informar a sus superiores de los cambios que pretenda efectuar en su institución, siempre y cuando estos cambios no infieran para nada en el rendimiento de los policías. Aunque también se señala que es obligatorio que los superiores puedan crear un ambiente laboral favorable para todos.

Ambos asintieron derrotados.

–Por lo tanto, si no ponen esfuerzo en ustedes para cambiar de actitud, tendrá que buscarse otro lugar para trabajar.

Bulma mantuvo durante unos segundos la mirada fija en el joven detective. Y Vegeta la observó con la misma intensidad. En los ojos del detective, Gale creyó observar cierto resentimiento por la derrota, pero a la vez una gran admiración. Aquella mujer le había peleado la batalla de igual a igual y él había perdido inevitablemente, pero obteniendo una actitud conciliadora de ella.

En ese instante, el comandante consideró que lo mejor para todos sería dar la conversación por terminada.

Mientras los jóvenes caminaban en direcciones opuestas por el pasillo, ella susurró:

–Marcador empatado, detective Vegeta.

Notas de autor: Gracias por leer. Y si me dejan un comentario, no me molesto xd