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Appetite for destruction

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Después de la discusión en la oficina de Gale, Bulma parecía haber tomado una actitud distinta en todos los sentidos. Había estado alegre y confiada en todo momento. Le había parado los pies a Vegeta varias veces y su actitud con el resto de los trabajadores había sido tal que algunos habían optado por ir a consultarle a ella determinados asuntos en lugar de a Gale.

Pero lo que más había entusiasmado a Vegeta, había sido su manera de enfrentarse a cuestionamientos a sus ideas en las reuniones con encargados de otros departamentos. Bulma se había lanzado de lleno a la piscina y sus intervenciones estaban resultando realmente productivas. Sus ideas la mayor parte de las veces, solían resultar brillantes en su planteamiento.

Y en la última reunión se había comido a un conocido científico del lugar, que trabajaba para ellos. El hombre de ciencias se había enfrentado a Bulma con la simple intención de demostrarle lo brillante que era él y lo inferior que era ella. Pero la joven científica había ido desmontando cada uno de sus argumentos con tanta rabia y de forma tan implacable que al hombre no le había quedado más remedio que salir de la sala dando un portazo. Vegeta se lo había imaginado llorando dentro de algún lavabo y se había pasado el resto del día sonriendo.

Pero él se había mantenido en su línea de fastidiar a su subordinada. Pensaba que si ahora cedía, que, si la felicitaba por lo que estaba logrando, ésta se relajaría y terminaría estancándose o, peor aún, retrocediendo.

Y Vegeta quería saber hasta dónde llegaba el potencial de la mujer. Estaba seguro de que, si en unas semanas había demostrado tales aptitudes, con un poco más de tiempo y esfuerzo podría convertirse en su mano derecha.

Esto le entusiasmaba. Poder trabajar codo con codo con Bulma, como iguales, era algo que nunca se había planteado en las semanas que ella lleva ahí, por no considerarlo ni remotamente posible. Pero ahora que esta posibilidad se abría claramente ante sus ojos, estaba seguro de que supondría un cambio muy positivo en su carrera profesional.

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Eran casi las doce cuando el encargado de la vigilancia de la puerta trasera del cuartel de la patrulla roja cerró la puerta. Bulma estaba en la calle y empezó a caminar hacia su casa, mientras pensaba en lo que acababan de decirle.

¿Vas a tardar mucho con eso?

Un par de meses.

Bien, Bulma. Espero que cuando regreses te encargues de un proyecto enorme.

He dicho dos meses. Cuando haya pasado ese tiempo, charlaremos del tema, Blue.

No entendemos el tiempo de la misma manera.

Dios que pesado eres –dijo la chica, llevándose una mano a la frente para intentar tranquilizarse.

En la calle soplaba un fuerte viendo.

¿Sabes que podemos hacer planes desde ahora mismo, chiquilla?

Sí. Pero sabes bien que con toda la policía y detectives siguiéndonos el rastro, será más complicado robar una aguja.

–¿Es allí donde intervienes tú?

¿Qué?

¿Crees que no sabemos que frecuentas la oficina principal de la policía?

Bueno…

El solo hecho de que nos lo ocultaras debería ser motivo suficiente para matarte, lo sabes, ¿no?

Me han llamado para llenar unos documentos para cerrar el caso de mi padre, pero no se los he permitido.

¿Y esperas que te crea?

Durante un momento, la cara de Bulma se ensombreció.

No, yo… Supongo que, si no me creyeran, me habrían matado.

El hombre rubio y joven fue a la máquina de café y volvió con dos vasos. Sabía que aquella conversación se iba a prolongar. La expresión acongojada de sus ojos y su voz entrecortada de la mujer le decía que no mentía.

¿Y hallaron algo importante? –preguntó el hombre fríamente.

Absolutamente nada.

Los ojos de la muchacha estaban enrojecidos. El hombre empezó a recorrer la sala nervioso, de arriba abajo. Comprendió que no debía echarle más leña al fuego y alentarla a escarbar en el pasado que los involucraba.

Bulma se deshizo de la expresión triste de su rostro, algo que le ayudaba mucho a manipular a sus jefes. Odiaba usar la excusa de su padre para evocar compasión, pero no tenía otro método para librarse de momentos tensos y evitar sospechas acerca de ciertas actitudes suyas.

¿Por qué me has dicho que yo intervenga en la policía? –dijo ella.

Estuve pensando en… –Blue instintivamente se llevó una mano a la barbilla y esbozó una sonrisa maliciosa– que los detectives son atractivos, ¿no crees?

La mujer levantó una ceja mientras recordaba los comentarios sobre los particulares gustos de Blue que circulaban por los pasillos y el baño de mujeres.

¿Qué tiene eso…

Estoy seguro que no te sería difícil volverlos locos y hacer que se olviden del mundo si te lo propones.

¡Oye, pero qué demonios crees…

Un teléfono celular empezó a sonar y Blue se apresuró a salir al pasillo a contestar, mientras colocaba su mano en la parte baja del teléfono para evitar que se oyera su conversación.

Pronto, la mirada azul de Bulma se centró en un gran archivero que había al lado del escritorio del hombre rubio.

La sombra del General se podía ver a través del vidrio que cubría la mitad superior de la puerta, aunque no permitía ver más, pues era cristal catedral. Además, podía oír sus susurros mientras hablaba por teléfono.

La curiosidad la llevó a empujar la silla con rueditas en la que estaba, sin quitar sus ojos de la puerta.

Sin meditarlo más de 2 segundos, estaba revisando los archivos desde la primera letra del abecedario, pero, sin olvidar el motivo por el que decidió ser parte de esa comunidad, buscó el nombre que necesitaba rápidamente.

Echó un ultimo vistazo a la puerta para ver a su jefe y, al notar que continuaba contestando su llamada, abrió la carpeta que contenía información del hombre al que tanto había estado buscando todos esos años.

Cuando Bulma abandonó aquella noche el cuartel sentía el corazón perdido en el medio del pecho. Cómo si en su cuerpo no hubiese más que un corazón que había dejado de latir momentáneamente. No sabía cómo digerir toda esa información y cuando por fin tomó conciencia de donde estaba, y sus pies la llevaron directa a la esquina donde la gente suele tomar el autobús para ir al centro de la ciudad.

No había recorrido más de veinte metros cuando algo la hizo detenerse.

–¡Eh Bulma! –dijo una voz masculina.

Se giró y, en medio de la calle oscura, vio la silueta de un hombre muy alto.

El enorme extraño se encontraba justo debajo de una farola y la potente luz la deslumbraba e impedía que viese sus facciones.

Bulma retrocedió unos pasos.

Nappa observó cómo la mujer intentaba ajustar la vista para distinguir sus facciones y entonces comprendió que la luz la estaba cegando. Se adelantó, dejando la farola atrás.

Al mismo tiempo, Bulma recordó que Blue le insinuó que era vigilada.

Nappa vio la cara de Bulma sin comprender lo que estaba pasando. La mujer estaba apuntándole con una pequeña pistola que había escondido durante todo el camino en el interior de su pantalón de cuero, que sostenía en una mano hacia donde él estaba, con las piernas ligeramente abiertas y firmes. Y una mirada fría.

Cuando notó que el dedo índice de ella estaba a punto de apretar el gatillo, supo que no estaba bromeando.

–¡Tranquila! ¿No me reconoces?

La cara de Bulma pasó de la frialdad a la desconfianza, y por fin, a la comprensión.

–Nappa... –dijo mientras bajaba el brazo en cuya mano que empuñaba el arma.

–Vaya, ¿tanto te he asustado?

–Lo siento.

Nappa se adelantó. Creyó que ese era el momento para estrecharle la mano o incluso darle un par de besos, pero ella volvió a retroceder.

–Oye, puede que sea un bicho raro con esta estatura, pero no soy un acosador.

–Lo siento de nuevo. Es tarde y tengo que irme.

La mujer volvió a guardar su arma entre su pantalón y su chaqueta, y se subió al primer bus que vio pasar.

El hombre se quedó paralizado unos minutos más antes de emprender su camino.

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–¿Un arma? –preguntó con sorpresa Vegeta.

El detective miraba sorprendido a su subordinado y este miraba con satisfacción a su superior. Estaba dejando sorprendido a Vegeta y eso no ocurría hacer mucho tiempo.

–¿Y qué esperabas? Es una famosa personalidad de este lugar y estaba sola a altas horas de la noche.

–Espero que tenga licencia por que…

–Pues por cómo usaba el arma, te diría que la tiene y desde hace mucho tiempo.

–¿Qué hizo o dijo ella?

–Si no le digo nada, me habría disparado, estaba decidida, Vegeta. Y se veía tan hermosa, misteriosa, independiente y atrevida. Cautivadora, manipuladora, sensual, peligrosa...

–Vaya, parece que te interesa –dijo Vegeta aburrido de tantos halagos hacia la mujer.

–Es una simple atracción.

–¿Intentarás acostarte con ella?

–Vamos Vegeta. Como si no me conocieses. Eso busco con cada chica hermosa que se cruza en mi camino.

–Pues esa chica es insoportable pero no idiota como para acostarse con una mezcla pie grande y el monstruo Comegalletas.

–Si estás celoso, Vegeta, invítala a salir tú a cenar y quítale lo insoportable.

–No estoy celoso y por nada del mundo saldría a cenar con una mujer como ella.

–Eso no parece ser lo que dice tu cara cuando hablo de ella y…

–Nappa, sigo trabajando. Lárgate a hacer lo que te pedí.

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Cuando el hombre se marchó el detective se dirigió al laboratorio a solicitar informes correspondientes del día.

Bulma estaba en el laboratorio, analizando algunos elementos químicos. Sabía que Vegeta la iba a molestar mucho a partir de ahora, pues estaba cerca el inicio de la fabricación de los nuevos patrullas de policía y trajes especiales. A lo mejor quería que renunciase porque él no se atrevía a intentar que la echaran nuevamente. En el fondo no le importaría que la pusiese de patitas en la calle.

Desde que había empezado a trabajar para él no dormía bien por las noches. Nunca se había sentido tan presionada, ni cuando empezó a dirigir la corporación Capsule. Sentía que los trabajadores del lugar analizaban cada uno de sus movimientos. Que la juzgaban. Y en el fondo sabía que a más de uno le gustaría verla caer.

Y por eso precisamente no estaba dispuesta a dejarse pisotear. Quería darle en las narices a más de uno. El primero de su lista era Vegeta.

Vegeta entró en el laboratorio. Ella estaba de espaldas a la puerta de cristal, sosteniendo dos probetas con líquidos oscuros y no se percató de su presencia.

Él deseaba continuar con el juego. Decirle unas cuantas palabras provocadoras más le habría puesto la cereza a ese fin de fiesta. Pero lo que le dijo Nappa le dejó inseguro y desconfiado de las reacciones de la mujer.

¿Una mujer de su posición social usando un arma en la calle a altas horas de la noche? ¿Iba a dispararle a Nappa de no ser él? ¿Su intensión era matar? ¿Estaría cometiendo algún acto ilícito?

En general parecía ser una persona bastante osada y fuerte, pero, al parecer, cuando llegaba a su límite reaccionaba inesperadamente y Vegeta aún no sabía cuál era el límite exacto de Bulma. Así que decidió que por hoy no haría ningún comentario desatinado. Sinceramente no sabía con quién trataba.

–Te había dicho que mezcles litio.

–Y lo voy a hacer. Está en la otra probeta. Si no me crees pasa la lengua.

Pero a Vegeta se le habían quitado las ganas de discutir. De momento. Verla allí sentada con el cabello suelto y el rostro iluminado por las tenues luces del laboratorio le hacía sentir un cosquilleo inusitado que le hizo olvidar sus pensamientos sobre una Bulma criminal. Era una sensación rara y se sentía ridículo y molesto.

–Solo apresúrate con eso –se levantó de su asiento para emprender la retirada.

–Por cierto… Dile a Nappa que siento lo que pasó anoche. Estaba saliendo de una reunión con los proveedores de la empresa y creí que iban a asaltarme, por eso saqué el arma que traía conmigo. Así que…

–No es asunto mío –dijo ella mirándola por el rabillo del ojo.

–Solo dile eso, ¿quieres? –repitió sin mirarlo mientras él abandonaba el laboratorio.