ĒTERU

Capítulo LII

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—¡Pero qué es esto! —exclamó InuYasha, echándose atrás de un salto con Kagome pegada al costado.

Delante de él había brotado un río de lava que comenzaba a quemar la hierba nueva de la primavera y amenazaba con encender los troncos de los árboles cercanos.

—¡Espera! —lo detuvo Kagome, cuando quiso dar un salto hacia la rama de un árbol, alejándose así de aquella bestia de fuego.

—¡¿A qué?! —¿A que nos queme? Pensó la siguiente pregunta sin manifestarla.

—¿Lo sientes? —interrogó su compañera, buscándole la mirada.

—¿Qué? —InuYasha se caracterizaba por los monosílabos y las frases cortas cuando se le erizaba el vello de la nuca ante el peligro.

—Nada —reafirmó Kagome—. No hay nada. No hay calor, ni sonido, sólo estamos viendo la lava y el fuego; sólo vemos.

InuYasha parpadeó un par de veces, sin dejar de mirar los ojos castaños de su compañera que lo observaban con el descubrimiento recién hecho iluminando el iris.

—Ilusionistas —sentenció él.

—Eso creo, sí —le sonrió.

Lo vio analizar todo durante un instante.

—Espera aquí —la liberó y la dejó sobre la rama del árbol en que permanecían de pie.

Kagome se equilibró sin problema, los años junto a él ya le habían enseñado la mejor forma de sostenerse en espacios como éste. Pudo ver a InuYasha descender y acercarse con cierta cautela a la masa de lava que avanzaba creando chispas y humo a su paso. Él tomó una rama caída y la acercó para hundirla en la supuesta piedra fundida, para luego recuperarla intacta. En ese momento se decidió a esperar a que la corriente lo alcanzara. Kagome contuvo el aliento y reprimió el deseo de advertirle, sabiendo que si era tal cómo ellos creían, la lava no le haría nada; aun con ese pensamiento en mente el corazón se le aceleró. Esperó ansiosa y contuvo el aliento cuando la masa, al parecer ardiendo, le tocó los dedos del pie a su compañero que mantenía el aura estable a pesar de los colores propios de su incertidumbre. Finalmente la miró.

—Ilusionistas —le confirmó y entonces saltó en busca de ella.

La llevó consigo y a pesar de saber que la lava no era real, sintió la necesidad de mantener a Kagome alejada de ésta.

—¡Por ahí! —le indicó su compañera, apuntando a un lugar a la izquierda de ambos.

—¿Qué es? —quiso saber, tomando la dirección que le mostraba, incluso antes de recibir la respuesta.

—Luces —le aclaró—. Deben de ser los seres que están creando esto.

InuYasha asintió con un sonido y un confirmación de su cabeza. Corrió en la dirección que ella le indicaba, escuchando la respiración agitada de algunos seres por delante de ellos.

—Sostente —le pidió a Kagome y notó que ella presionaba sus muslos sobre la cintura y las manos hacia su pecho.

InuYasha dio un salto que los llevó varios metros por delante. Al tocar nuevamente el suelo con los pies la tierra estaba fría y al darse la vuelta la ilusión de la lava desapareció, así como el hechizo que ocultaba a los tres demonios que parecían ser los responsables de la ilusión.

Se trataba de tres seres similares, tanto que parecían trillizos. Eran youkais, desde luego, sus orejas puntiagudas y sus ojos vivaces los delataban, además de las garras. La vestimenta era una extraña simbiosis entre el pasado y el presente; pantalones de tela de jeans, como los que llevaba Kagome, acompañados por chalecos de piel sobre algo parecido a un hitoe. Uno de ellos se sacó una daga de un lateral de la pierna, el otro puso la mano en la empuñadura de una espada y el tercero iluminó las palmas de sus manos con lo que parecía la electricidad que brota de un rayo.

—¿Rebeldes? —preguntó Kagome, muy pegada a su cuello.

—No lo sé. No lo creo —fue la respuesta que dio en el momento en que buscaba la empuñadura de Tessaiga con una mano y con la otra sostenía a su compañera aún en su espalda.

—Bájame —pidió, sin vacilación.

InuYasha meditó la acción un instante. Tenía que reconocer que era lo necesario, no obstante dudaba.

—InuYasha —volvió a decir ella, en el momento exacto en que uno de los youkais adelantó medio paso.

InuYasha se inclinó lo suficiente como para que Kagome se deslizara y pusiese los pies en el suelo. No perdió de vista a los ilusionistas que claramente buscaban espantarlos del lugar.

—¿Quiénes son y qué buscan en estas tierras? —habló el que empuñaba la daga.

Por la mente de InuYasha pasó todo el trayecto de este día y el modo en que Kagome le había hablado de una energía similar a la del Templo del Agua y que conseguía presentir en esta dirección.

—La pregunta real es ¿Por qué nos han atacado? ¿Tienen algo que ocultar? —mencionó con cierta mofa, sin perder la postura que lo preparaba para desenvainar a Tessaiga en un instante.

Uno de los youkais soltó una risa sarcástica.

—El hanyou quiere respuestas —dijo, alentando a sus compañeros—. Démosle respuestas.

Se adelantó un paso, desenvainando la espada y listo para atacar, cuando una luz rosa se clavó en el suelo, delante del youkai.

—¡Pero qué… —la sorpresa rompió el aire en una exclamación.

—Ni un paso más —sentenció Kagome con una nueva flecha tensada y lista para ser lanzada.

El espacio se llenó de gruñidos, los de aquellos youkais ilusionistas que parecía que en cualquier momento se lanzarían sobre ellos, con amenaza de flecha sagrada o no, y los de InuYasha que resultaban guturales y profundos, pasando por encima de los demás. La tensión que comenzaba a acumularse en el lugar era sensitiva para todos y visible para Kagome, a través de rojos, negros y un amarillo deslavado que mostraba la necesidad de superioridad que traían consigo los youkais.

—¡¿Qué están queriendo demostrar?!

La voz de Kagome se escuchó por encima de los gruñidos y éstos fueron retomados con más fuerza a modo de respuesta por parte de los youkais. Supo que probablemente debía lanzar una nueva flecha de aviso, un poco más cerca y con mayor carga espiritual.

—Cuidado —le dijo InuYasha cuando uno de los adversarios echó el cuerpo hacia adelante y pareció querer avanzar.

Kagome tensó un poco más la flecha y a punto estuvo de dispararla, sin embargo fue interrumpida por una oleada de fuego azul, fuego fatuo, tan alta que podía cubrir a InuYasha si quisiese. El color azul traslucido se interpuso entre ellos y detuvo la posible contienda.

—¡Qué locura es esta!

Todos escucharon la voz que provenía de entre los árboles a espaldas de los tres youkais. Todos prestaron su atención.

InuYasha tuvo un presentimiento.

Kagome lo supo.

Antes de que la figura apareciese fuera de la sombra de los árboles InuYasha ya estaba visionando más allá del azul del fuego las características que le confirmaban su sospecha. Se trataba de un youkai vestido de forma similar a la de aquellos que los atacaron. Tenía una apariencia estilizada, sobre todo por la coleta alta y rojiza que destacaba a simple vista.

Kagome fue la primera en moverse.

—¡Shippo! —exclamó el nombre del kitsune, pasando junto a InuYasha ante la sorpresa de éste.

Los youkais ilusionistas que los habían atacado se tensaron.

—Déjenla pasar —no hicieron ningún movimiento como muestra de obediencia al recién llegado.

Sí, maestro —se escuchó por parte de ellos.

Kagome pasó por un costado del fuego azul que se apagaba poco a poco y se quedó de pie delante del youkai que recordaba como un niño de no más de seis años y que ahora la superaba en altura. La mirada de Shippo se quedó en ella y comenzó a formar una sonrisa que se le fue ampliando gradualmente, hasta que le enseñó los colmillos por sobre el labio inferior.

—Kagome —mencionó con total afecto. Puso una mano sobre el hombro de ella y luego de efectuar una suave caricia se acercó y la abrazó.

Kagome respondió al abrazo con todo el afecto que Shippo siempre le había inspirado. Se sintió extraña rodeando a un adulto en lugar de levantar en sus brazos al niño que era hasta hace muy poco para ella; se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Me alegra tanto encontrarte aquí, Shippo —confesó, parcialmente oculta en el abrazo de este amigo que era como un hijo.

—Y a mí encontrarlos a ustedes —respondió con cariño.

Ambos escucharon los gruñidos de los youkais y observaron cómo InuYasha los respondía con un gruñido corto de vuelta. Aun se mantenía en guardia, a pesar de estar avanzando hacia Kagome y Shippo.

—Basta —sentenció el kitsune, con tono calmado y firme. Se dirigía claramente a quienes eran sus aprendices—. Pueden volver a su labor —instó.

Los youkais ilusionistas asintieron y comenzaron a alejarse, no sin antes mirar atrás un par de veces para estar seguros de que los forasteros eran seres confiables.

—Veo que has crecido algo, enano —InuYasha le dirigió a su amigo las primeras palabras.

—No iba a quedarme siempre a la altura de tu rodilla —extendió un brazo hacia InuYasha y lo tomó por el hombro para acercarse y acercarlo a él en un abrazo corto, aunque lleno de las emociones que coronaban el momento.

Lo que para InuYasha y Kagome sólo eran semanas, para Shippo resultaban ser siglos sin verlos; aquello se evidenciaba en la sonrisa melancólica que destacaba en sus facciones. Los invitó a caminar en dirección a la aldea que tenía a cargo, lo que resultó natural para los dos compañeros. Shippo mostraba fortaleza desde que lo conocieron, a pesar de su constante lucha con los temores.

—No pareces sorprendido de vernos —mencionó Kagome, ahora que todos estaban más tranquilos, después de aquel momento de reencuentro.

Shippo se mantuvo mirando el camino y sonrió antes de responder.

—Sabía que estaban en el palacio de las Tierras del Oeste —aceptó—, el onmyouji vienen a visitarnos cuando sale a dar sus rondas.

—Por eso no puedo olerte ni a ti, ni a tus aprendices —declaró InuYasha, con la voz contenida por lo poco que le gustaba aquella situación que lo convertía en un ser vulnerable.

Shippo se limitó a alzar la mano derecha y mostrar la pulsera en su muñeca.

—Así es —aceptó—. Me contó que una sacerdotisa del tiempo había llegado acompañada de un hanyou. Además tuve la confirmación de alguien más.

InuYasha reparó en dos cosas; en que odiaba esas pulseras del brujo y que Shippo le dirigió una mirada que denotaba cierta complicidad.

—¿Sí? ¿De quién? —Kagome pareció ansiosa por la respuesta, girándose para enfocar a Shippo con los ojos cargados de curiosidad.

—Myoga —declaró su amigo.

Kagome asintió, intentando mantener su desilusión lo más oculta posible. Habían encontrado a Towa y Setsuna en este tiempo, a Kouga, ahora a Shippo y al mismo Myoga; sin embargo no sabía nada de su hija y aunque sobre ella pesaba la posibilidad de que no estuviese viva, Kagome tenía esperanza.

—Falta poco —anunció Shippo, consiguiendo romper el sentimiento de pesar que rondaba a su amiga.

Ella asintió y está vez acompañó el gesto con un sonido positivo que buscaba ayudarla a subir el ánimo.

—Cuéntanos, Shippo ¿Tienes familia? —interrogó Kagome con algo más de entusiasmo, aún influenciada por su instinto materno, y quizás buscando consuelo en la respuesta que pudiese darle su amigo.

Él la miró y sonrió.

—Sí, dos hijos —el tono que usó fue de completo orgullo.

Kagome se giró de medio lado hacia él y caminó un par de pasos así.

—¿Youkais cómo tú? —ella mantenía una ligera intuición sobre la respuesta. Shippo la miró a los ojos y tuvo la sensación que los años le habían otorgado algo más que conocimiento, también sabiduría y quizás una percepción algo más aguda; no en vano él era quien retrataba los estados emocionales de InuYasha cuando llevaban poco de conocerse.

Hanyou, los dos —la sonrisa de Shippo se amplió a responder, reconociendo en Kagome el brillo del acierto.

—¿Has oído, InuYasha? —se giró hacia su compañero con la emoción bullendo en su voz y gesto.

—Claro, estoy aquí —respondió, caminando con la mirada en un punto a la distancia, sin querer evitar la seudo sonrisa que se le instaló cuando escuchó a Shippo. En realidad era decisión de su amigo lo que escogiese para su vida, sin embargo fue el orgullo con que mencionó el hecho lo que impulsó su propia alegría.

Kagome lo tomó por el brazo en un acto de cercana alegría que InuYasha aceptó del modo natural en que aceptaba las expresiones que afecto que solía tener. Su compañera estaba compuesta por un entramado de emociones que él no podría dilucidad ni aunque quisiera, sin embargo sabía que era esa característica de Kagome la que conseguía hacerla brillar y Shippo también lo veía, incluso ahora, varios siglos después.

—Ahí está la aldea —anunció Shippo, cuando estuvieron en una loma que antecedía a un claro.

InuYasha no pudo evitar la sensación de reminiscencia ante el olor a leña y la imagen de las casas de madera con pequeñas huertas a los laterales, creando un espacio de convivencia. Supo que Kagome se sentía igual por el modo en que se había abrazado más en su agarre.

—Vamos —alentó Shippo—. Tendrán hambre.

Los adelantó un par de pasos, se giró, caminando de espalda, y los miró con una sonrisa de tranquila felicidad.

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Entrar en la aldea fue como volver a casa, a pesar que las cabañas estaban construidas con un diseño que resultaba más eficiente, con los tejados sostenidos por maderos en lugar de piedras y ventanas que permitían mirar al exterior y aun así mantener el calor dentro. A medida que avanzaban InuYasha podía dilucidar los aspectos modernos que habían utilizado tomando aquello de los siglos, sin embargo todo mantenía un aspecto rural que recordaba mucho al Sengoku.

A medida que avanzaban con Shippo, los aldeanos se iban asomando con cierta reserva y algunos saludaban al kitsune con una suave reverencia que parecía obedecer a cierto tono de respeto. Los seres que aparecían por las puertas y que recorrían la calle resultaba diversos; youkais, hanyous y por lo que InuYasha podía percibir en el aire, también unos cuántos humanos.

Kagome observó que algunas de las cabañas eran en realidad tiendas que ofrecían ropa, comida e incluso hierbas.

—Tienen comercio establecido —mencionó su pensamiento en voz alta.

—Sí, nos parece un modo más ordenado de acceder a lo necesario —la aceptación de Shippo dejó claro para ella que era uno de los líderes del lugar.

—¿Cuántos seres viven aquí? —la pregunta provino de InuYasha.

—Ahora mismo somos trescientos ochenta y seis. Aunque deberíamos sumar a dos visitantes —intentó aligerar las preguntas.

—¿Hay más aldeas como ésta por la zona? —fue Kagome quien continuó con aquella suerte de interrogatorio.

Shippo la miró y soltó una risa clara que se abrió paso por el aire, llamando la atención de los pobladores que se encontraban alrededor.

—Había olvidado lo bien que trabajan en equipo ustedes dos —declaró Shippo, con total soltura.

Kagome se sonrojó levemente, no era su intención incomodar a su amigo.

—Lo siento… —comenzó a decir cuando éste la interrumpió.

—Tranquila, lo entiendo —le tocó el hombro—. En cuánto estemos en mi hogar podremos hablar de lo que quieras —la animó—; quieran —invitó también a InuYasha, que se mantenía observando todo.

Le resultaba extraño sentir que reconocía a Shippo, tanto por su apariencia, así como por su olor; sin embargo tenía siglos de vivencias a cuestas y las cinco colas que lo acompañaban eran muestra de ello. Luego tendría tiempo de preguntarle por eso.

De ese modo anduvieron un poco más y se acercaron a una de las cabañas que estaban al final de la aldea. La puerta era una simple esterilla de paja entretejida que se mecía de forma leve con la brisa, además de ventanas simples de madera sin cristal. Junto a ella había una pequeña huerta, tal y cómo habían visto en las cabañas que dejaron atrás. Shippo se acercó a la entrada y alzó la esterilla.

—Adelante —los invitó a pasar, siendo Kagome la primera en entrar. InuYasha la siguió.

Una vez en el interior, la luz que entraba por las ventanas les permitió observar un espacio cuidado y bastante llano, con pocos objetos. Kagome pudo ver un par de arcones en un lateral del suelo alto de madera, en que imaginaba estaría la ropa y el futón. También había una estantería con algunos objetos de madera y el hogar en el centro mismo de la habitación. Aunque lo que llamó mayormente su atención fue una mesa arrimada a un rincón en la que había papel y lápices de colores. Sonrió, recordando al niño que dejó en el Sengoku y su gusto por el dibujo.

—Siéntate —Shippo se dirigió a ella que aún sonreía cuando se giró—. Tú también, InuYasha. La comida está caliente.

Era cierto, InuYasha podía olerla, un guiso de verduras y algo de carne que le recordaba mucho a los que compartían en la cabaña de Kaede. La añoranza por el hogar se le hacía evidente a cada momento.

—¿Por qué parece como si no hubiese pasado el tiempo aquí? —quiso saber, de los dos él era quien lanzaba la estocada y Kagome la que manejaba la emotividad.

Shippo se encogió de hombros, mientras tomaba un par de cuencos de madera de la estantería y se acercó al hogar. Kagome había acercado las manos al calor, atenta a la respuesta.

—Supongo que me mantengo en el tiempo en que me sentía más feliz —aceptó.

InuYasha guardó silencio ante esas palabras. De cierta forma podía entender a su amigo, para él tampoco era fácil pensar en el paso del tiempo.

—¿Tus hijos están en la aldea? —quiso saber Kagome. El ambiente se estaba volviendo extraño.

—Sí. Luego se los presentaré, aunque creo que Mori podría estar aún fuera de la aldea —se explicó.

—Mori —repitió Kagome— ¿Cuál es el otro nombre?

—Taki —mencionó.

Kagome sonrió y bajó la mirada un momento. Tenía una pregunta que hacer a su amigo, sin embargo temía a la respuesta. InuYasha supo lo que pasaba por la mente de su compañera en cuánto observó el gesto.

—Shippo —nombró Kagome y alzó la mirada para encontrarse con los ojos turquesa del hombre, queriendo encontrar la transparencia que había en el niño que ella recordaba— ¿Has sabido de Moroha?

El pecho se le atenazó en cuánto mencionó el nombre de su hija. InuYasha, por su parte, sintió el peso del secreto que llevaba consigo desde hace días.

—Kagome —intervino InuYasha—, no te hagas esto.

Ella lo miró, girándose hacia él y en sus ojos vio el dolor inabarcable que su compañera llevaba consigo y que los días sólo habían ocultado. Se sintió impulsado a dar una respuesta, algo que le devolviera algo de calma, sin embargo sabía que conocer la realidad de la hija de ambos, anciana y habiendo crecido sin padres, distaba mucho de ello.

—Supe de ella regularmente hasta hace un tiempo —comenzó a decir Shippo, dando una mirada a InuYasha que duró el instante que tardó Kagome en volverse nuevamente hacia él.

—¿Estaba bien? —la voz de Kagome mostraba una ansiedad que se entremezclaba con cierta resignación. Ella sólo quería una noticia, algo que la vinculara en este tiempo con su hija.

—Ella siempre ha sido fuerte —Shippo quiso calmarla, acercándole un cuenco con guiso—. Ahora come, tú también necesitas estar fuerte.

Kagome recibió lo que le ofrecía y pareció dudar en si hacer otra pregunta. InuYasha aprovechó ese momento de vacilación para plantear otra cuestión.

—Necesitamos acceder al Templo que hay cerca —mencionó, capturando la atención de su compañera y consiguiendo que ella pusiese su energía en volver con Moroha en lugar de añorarla.

—Es cierto, es lo que nos trajo hasta aquí —Kagome volvía a centrarse.

—Supuse algo así cuando vi a mis aprendices enfrentarse a ustedes —Shippo sonrió—. Aunque ellos desconocían la escases de sus posibilidades.

—Se defendieron bien —aceptó InuYasha, a pesar de coincidir con Shippo sobre lo poco que le quedaba a esa pelea.

—Los llevaré más tarde, cuando hayan comido algo y descansado —se explicó, indicando a Kagome su cuenco con comida.

Aún quedaban horas del día y el lugar en que se encontraba el templo estaba a un instante a paso de InuYasha, por lo que éste no consideró un problema en esperar. Además, era probable que pudiesen pasar la noche en esta aldea y eso lo aliviaba de cara al cuidado de Kagome.

—Supongo que pasaran la noche aquí —se adelantó Shippo a la petición que InuYasha le haría en algún momento.

—Te lo agradeceríamos —fue Kagome la que aceptó la oferta.

—Otra cosa me parecería extraña —manifestó su amigo, antes de inclinar de forma leve la cabeza como si viajara a un recuerdo antiguo.

Kagome tomó la primera cucharada del guiso que se le había antojado en cuánto su olor llegó a ella. Saboreó la textura y los ingredientes, sintiéndose reconfortada por el calor y el alimento, casi de inmediato.

—Está buenísimo ¿Lo has preparado tú? —se dirigió a su amigo y éste sonrió.

—Sí, es la receta de mi compañera Haruko —le explicó.

—Ella está… —la pregunta de Kagome quedó suspendida en la comprensión que la intuición le daba.

—Sí, hace mucho —la voz del kitsune resultó clara, aunque ligeramente melancólica. Kagome no pudo evitar pensar en InuYasha y se contuvo de girar la cabeza y mirarlo, sin embargo pudo notar la forma en que su compañero se tensaba por la energía que emanaba de él—. InuYasha —le extendió a su amigo un cuenco con comida que éste recibió.

—¿Te has unido a alguien después? —Kagome se mostró dulce y cercana. Le importaba saber qué pasaba después de una unión significativa.

—Los zorros somos de una pareja única —la declaración pareció resolver cualquier otra duda—. Ya habrá tiempo de hablar de todo.

Kagome sonrió y miró de reojo a InuYasha que de pronto prefirió el mutismo.

—Claro —aceptó ella, tomando una siguiente cucharada de comida.

Ciertamente no era el momento, ambos estaban en un estado de pérdida permanente, desde que se separaron de Moroha.

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Kagome comió con calma y saboreando el guiso y la conversación que pasó por las trivialidades de la aldea, hasta por un convenio de no hablar demasiado sobre los sucesos del Sengoku. Shippo le sonrió a su amiga, intentando que ella se convenciese de no necesitar adelantarse a la vida. Kagome lo aceptó, a pesar de sentir que tras aquellas palabras había cierta incertidumbre. InuYasha se mantuvo en un silencio hermético durante toda la conversación.

Al terminar de comer acordaron ir al Templo pronto, aunque aquello no se concretó dado que Kagome se apoyó en el hombro de InuYasha y ahí se durmió. Su compañero la acomodó sobre un futón y ella, cansada como estaba, sólo alcanzó a murmurar la petición de un momento. InuYasha la observó y la cubrió con la manta que Shippo le extendió. Había una clara sensación de protección y amor en él en ese instante.

Después de eso, su amigo y él salieron de la cabaña. Comenzaron a caminar sin alejarse demasiado de la cabaña en la que descansaba Kagome. Fue entonces que Shippo se animó a hablar.

—Supe que has visto a Moroha —mencionó.

InuYasha tensó los hombros, la sola referencia a su hija resentía algo dentro de él. No le pareció extraño que Shippo lo supiera, de hecho le pareció comprenderlo en las miradas silenciosas que se dieron al inicio de este reencuentro.

—¿La has visto? —quiso saber, mirando de reojo al youkai. Notó que Shippo sonreía con suavidad.

—La visito cada pocas semanas —aclaró—. Me gusta saber cómo está.

InuYasha se sintió extraño, reconocía la emoción de las muchas veces en que Kagome había hecho algo por él de forma desinteresada. Se sintió profundamente agradecido y miró a Shippo durante un largo momento en el que el hombre, que había sido un niño cuando lo conoció, le devolvió la mirada. Había sabiduría en esos ojos turquesa, del mismo modo que había experiencia y vivencias que habían templado su carácter.

—Gracias —la voz de InuYasha fue clara, profunda e integra.

Shippo se encogió de hombros y aquel gesto lo convirtió en un joven ante sus ojos.

—Ella es familia —cerró el tema.

InuYasha no quiso decir más. Ahora, entre adultos, las palabras les sobraban. Agradeció encontrarse con Shippo en medio de todo lo que estaban pasando Kagome y él; era como recuperar algo de lo que habían perdido.

—Así que… ¿Un nuevo cachorro? —soltó Shippo, de pronto, e InuYasha sintió que se le erizaba la piel a lo largo de toda la columna. Aquello era algo de lo que no había hablado en voz alta, ni siquiera con Kagome.

—Bebé, o Kagome te cortará algo —le advirtió, arrugando ligeramente el ceño, para parecer más decidido en su declaración.

—O sea que mi olfato aún funciona —destacó, como si haber percibido aquello fuese algo importante para él.

InuYasha se mantuvo un instante en silencio. El que su compañera estuviese embarazada era algo que ambos estaban conservando como un secreto intimo que no se atrevían, siquiera, a exponer entre ellos.

—No lo menciones —pidió. Esperaba no tener que agregar más.

—Lo entiendo —aceptó Shippo—. Aunque todo esto se ha vuelto muy hermético desde que ustedes desaparecieron.

InuYasha comprobó que se necesitaba muy poco para echar abajo una esperanza.

—Ya me lo mencionó ella —se dio cuenta de lo mucho que le costaba decir el nombre de su hija en voz alta. Más aún cuando se trataba de la hija que había crecido sin padres—; Moroha.

Shippo conservó el silencio durante unos cuántos pasos más. El andar de los aldeanos alrededor era tranquilo, lo que contrastaba violentamente con las emociones que InuYasha contenía.

—Bueno, el que estén ahora aquí indica que quieren cambiar en algo ese pasado —declaró Shippo, e InuYasha no supo si buscaba animarlo o si expresaba una clara convicción—. Además, soy testigo, de primera mano, de lo mucho que pueden conseguir ustedes dos estando juntos.

InuYasha quiso agradecer sus palabras, sin embargo la realidad cruda se le instalaba en el estómago y le repetía que no habían conseguido volver. Ese pensamiento ocupó un instante que llevó a su acompañante a cambiar de tema.

—Entiendo que están tras los templos elementales —mencionó y aquello resultó una afirmación y una pregunta a la vez.

—Sí. Creemos que eso nos ayudará a volver al tiempo del Sengoku —aceptó InuYasha.

Su amigo asintió con calma y cierta sabiduría. Luego habló.

—Con el paso de los siglos he llegado a escuchar sobre los deseos que conceden las energías elementales —rememoró, pensativo—. Aunque no sé de nadie que haya pedido algo.

Llegaron a una colina desde la que se conseguía ver el pueblo y la cabaña en la que descansaba Kagome.

—Se les llama ofrendas y Kagome se está encargando de conseguirlas con su poder espiritual —le contó InuYasha, denotando el orgullo que sentía por su compañera, así como un trasfondo de ineptitud hacia sí mismo, por no poder conseguir hacer más por ella en el proceso; detestaba que Kagome se llevara toda la carga.

—Si Kagome lo cree, yo lo creo —Shippo interrumpió su autocompasión, mostrando la misma fe que siempre había puesto en todo lo que Kagome emprendía.

A pesar de la pesadumbre que lo atenazaba de forma permanente, InuYasha volvió a sentir la luz cálida que significaba Kagome en su vida.

—Lo cree —aceptó él—; y yo le creo a ella.

La sentencia, categórica como solían ser las que aplicaba InuYasha, trajo hasta Shippo el reconocimiento de otro tiempo, en el que viajar junto a sus amigos era algo muy parecido a una aventura. Sí, corrían riesgos y era peligroso y él sabía, incluso siendo un niño, que muchas veces arriesgaban sus vidas. Aun así nunca lo abandonó la sensación de estar haciendo algo importante, junto a personas importantes. La calidez de Sango y el genuino afecto que le demostraba Miroku llegaron hasta él desde siglos atrás. Todos ellos, por largo o corto tiempo, según lo viese desde la perspectiva de sus muchos años, habían sido su segunda familia.

Fijó la mirada en la aldea y en su movimiento. Él mismo había visto crecer este espacio que al inicio sólo se componía por dos casas, la suya con su compañera y la de otra pareja hibrida que no encontraba lugar en un mundo extraño.

—Así que cinco colas —mencionó InuYasha, sacándolo de sus pensamientos.

Shippo sonrió. Había esperado que su amigo dijese algo desde que se habían encontrado. Cada vez que una de estas colas aparecía, él pensaba en qué diría InuYasha.

—Ya ves —intentó parecer indiferente, aunque por dentro estaba ansioso por contarle sus aventuras. Después de todo, InuYasha era como un hermano mayor al que admiraba.

—Y ¿Me contarás? —la sonrisa de medio lado que le dio, vino a hacerse cómplice del deseo de Shippo por hablarle de cada una de las hazañas que lo llevaron a obtenerlas— Vamos, hazlo mientras regresamos.

Así lo hizo. Shippo le habló del modo en que al crear un nuevo conjuro por sí mismo, obtuvo la primera. La siguiente fue al ascender al Fujisan por sí sólo y dejar una ofrenda en el santuario kitsune que había en la cima.

¿Un santuario kitsune? —preguntó InuYasha. Había subido pocas veces hasta la cima del Fujisan, así aquello llamó su atención.

Shippo se lo confirmó y además le dio algún detalle del lugar. Le contó que la cuarta cola la obtuvo al peregrinar en soledad por los caminos que lo dirigían de un lugar de enseñanza de magia a otro, a lo largo del territorio. Conseguir aquello, al parecer, era una hazaña dado la cantidad de demonios que tuvo que enfrentar y sortear en el camino. También le explicó que uno de los maestros que tuvo en ese recorrido le habló del peregrinaje y de cómo el hacerlo conectaba a quien lo andaba con su corazón y el corazón de quienes habían pasado antes por ello.

InuYasha se mantuvo en silencio, escuchando. La aldea estaba cerca.

—Y ¿La quinta? —preguntó cuándo Shippo dejó de contar los eventos.

—La última apareció en el momento en que tomé la decisión de recibir a más seres en mi cabaña, comenzando así a crear esta aldea —explicó—. Es extraño, pero siendo un niño creía que las colas se obtenían por grandes actos heroicos en batalla, o algo así. Sin embargo cada una de ellas llegó cuando desarrollé la consciencia de otra parte de mí mismo.

—Estoy seguro que si le mencionas eso a Kagome le encontrará sentido —soltó una risa corta cuando se imaginó la emoción de su compañera al escuchar la narración de su amigo.

Al llegar a la aldea y junto a la cabaña de Shippo, se encontraron con que Kagome seguía dormida y lo estuvo por largo rato más. InuYasha decidió que el descanso le vendría bien a su compañera y que ya habría tiempo al día siguiente para ir hasta el Templo del fuego.

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¿Cuántos instantes,

Hermano mío, son los que

Necesita un

Alma para tocarnos?

Querida mía lo

Sabes mucho mejor que

Todas las altas

Estrellas en tu cielo.

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Continuará

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N/A

Sé que me repito si digo que AMO una de mis historias y a sus personajes. Sin embargo, me parece esencial decirlo porque más allá de pensarme como alguien que hace mejor o peor un trabajo, me gusta pensarme y, sentirme, como alguien que es feliz creando y explorando las formas de esa creación.

Espero que se entienda esta mini re-flexión.

Además, tengo que contar (por fin) con mucha emoción y amor, que JŌNETSU de ĒTERU Antología, tendrá una versión ilustrada por LEN, lo que para mí sólo es más de lo maravilloso que me da el crear.

Gracias por llegar, permanecer y disfrutar conmigo del camino de esta historia.

Besos

Anyara