¿Cómo están? Acá en Monterrey nos estamos congelando, no siento mis pies, tengo térmica, manga larga, chaleco, chamarra, mi gorrito, mi cafecito, y de todas formas me estoy congelando. ¿Ya dije que no siento mis pies? En fin, ya que estoy atrincherado en mi negocio intentando ganar un poco de calor, me solté investigando más sobre el cómo continuar con el año 3 de la Guerra de Troya… terminé con tanta información de las ciudades que visitaron los Mirmidones y los Cretenses durante los dos años que duraron las incursionas, que terminé con dolor de cabeza.
Para que se den una idea, todo lo referente al año tres rodea a un conjunto de civilizaciones de las que muy poco se sabe, los Frigios, los Hititas, los Pueblos del Mar, y los Egipcios. Claro que, al igual que pasó con muchos de los sucesos previo al inicio de la Guerra de Troya, me apoyé de fuentes distintas a la Illiada y la Odisea, por ejemplo, antes del inicio de la Guerra de Troya fueron los mitos de los 7 Contra Tebas, la cacería de Calidón, las argonauticas, entre otras, y en el presente año estamos viendo algo similar, por lo que veremos una reconstrucción de varios mitos, desde mitos regionales de Rodas, sucesos históricos de Egipto, historias de la civilización Hitita y Frigia, así como, por rebuscado que vaya a parecerles, menciones a la Atlantida.
No olviden que gran parte de lo narrado en la Illiada, la Pequeña Illiada, y la Odisea, hablan de lo acontecido durante los años 1, 8, 9 y 10 de la Guerra de Troya, pero datando sucesos históricos reales, menciones de los Aqueos históricos apareciendo en estos lugares, así como historias mitológicas que sitúan a los Aqueos en ciertas situaciones, se puede llegar a conectar todo, que es lo que yo me encargo de hacer. Así que, si bien no puedes poner en Wikipedia, Lineón, y conocer sobre la historia de la ciudad, hay cosas que puedo deducir por su mención en otros lugares. Para los curiosos, gran parte la estoy extrayendo de los diversos estudios y recopilaciones de Robert Graves, y de un glosario mitológico cuya autoría desconozco (no viene en ninguna parte del PDF y la verdad ni idea de donde lo saqué), pero que contiene 297 páginas de personajes tanto mitológicos como históricos, que me ha servidod e guía para escribir esta historia, y a riesgo de que digan: "fuente facebook", o algo así, voy a poner este "Diccionario Mitológico", en la carpeta compartida de esta historia, que pueden revisar en un link en mi profile. Por cierto, me serviría mucho que alguien me indicara que el enlace funciona.
Sin más que decir por el momento, a contestar los reviews:
Goldxroses: Planeación y grandes revelaciones es una forma de verlo, yo lo veo como: "no confío en ti (osea en mí mismo), así que voy a entrar en un lujo de detalle exagerado por si abandonas y necesitas recordar a donde ibas con esta temporada, así que te voy a bombardear con toda la información que necesites para no arruinarlo" (insertar meme de Saitama diciendo Ok). Me encanta como Hades sale un capitulo y se pierde toda la saga, digamos que en este punto en el tiempo, Hades no era tan amenazante ni problemático como en sus posteriores apariciones. Después de todo, estamos en un momento en el tiempo donde a los dioses se les temía, no se les desafiaba, aunque también estamos en el periodo en el tiempo donde eso cambió, así que podemos concluir que todo lo que ocurra en Guerras de Troya será el detonante para un Hades más centrado, más maduro, y más maligno en futuras sagas, algo similar va a pasas con Poseidón, y con Athena, quien pese a entrenar, va a quedar en claro que la debilidad de las Athenas futuras, nace aquí (insertar meme de perrito mamado diciendo "Athena de la Guerra de Troya: Ya entrené en el arte de la guerra, maté a 200 soldados, conduje un auriga, elegí favoritos aunque me dijeron que no lo hiciera, me partí la cara contra Hades, mis Caballeros usan Armas, y juro que derrocaré a Zeus si se pone en mi camino" vs: "Athena del siglo XX: Seiya me secuestran y me da amsiedad"). Sobre el rol de Hypnos y Tanathos, más en esta entrega, saludos.
Josh88: Reitero que el "mucho plot" es porque no confío en mí mismo y quiero trazarme el mapa del "no la cagues", si me desaparezco y se me olvida lo que quería de esta temporada, pero me alegra que lo estén disfrutando. Para este episodio bancamos un poco a Apolo, pero haremos mención a las rencillas que Poseidón ya tiene con él explorando mitos de Apolo que lo involucran con Poseidón. No hay mucho que pueda decir para entrar en detalle sobre eso, pero te aseguro que tendrás una lectura placentera. Espero que la disfrutes.
Saint Seiya: Guerras de Troya.
Troya: Año Tres.
Capítulo 2: Los Dioses Menores.
Anatolia. Lesbos. Lineón. Planicies de Lineón. Año 1,193 A.C.
Amanecía en Lesbos. El Sol salía superficialmente por el mar, y comenzaba a ahuyentar a la diosa Nyx, quien hacía espacio para Eos, la Diosa del Amanecer, que comenzaba a iluminar con sus rayos a la ciudad de Lineón. Las murallas de Lineón no eran tan grandes como las de Metinma, ni presumían materiales tan resistentes como las famosas puertas de Mitilenne, y en comparación con las inmensas murallas de Troya al norte de Anatolia, parecían risibles.
Era más que evidente que la prosea de Lineón, no estaba exactamente en sus murallas, de barro y tierra, sin poseer siquiera muros muy bien definidos. Lineón, después de todo, no era tan grande como el resto de los reinos del Rey Mácar. Los Mirmidones habían atacado primeramente la capital, y esta llevaba tiempo ardiendo y visible desde Lineón.
Ahora, los soldados de Lineón esperaban con sus lanzas en hileras frente a las pobres murallas de su ciudad, a una distancia bastante considerable de las murallas, a decir verdad, mientras los arqueros en la cima de la muralla, de tan solo unos tres metros de altura, lo observaban todo tranquilamente.
Los de Lineón esperaban a que la luz de Eos iluminara en gran parte las planicies frente a la ciudad, ya que sabían que había un ejército oculto entre las sombras, desde las cuales solo podían distinguir a un destello dorado, cuyos ojos parecían brillar en la oscuridad, esperando al amanecer por respeto al pueblo al que habría de atacar.
-Atentos todos, el amanecer ya llega –enunciaba un Espectro sobre un auriga. El Espectro poseía unos extraños ojos negros de iris blancas, un rasgo muy extraño en los ojos humanos, y que algunos asociarían con las bestias del Inframundo. Su Suplice era de un negro grisáceo con bordes redondos en las hombreras y las rodillas. Las protecciones de sus brazos eran un poco más afiladas, y en el dorso de la mano derecha cargaba una especie de púa o aguijón de plata. El Espectro de cabellera blanca y larga que en esos momentos ondeaba empujada por el viento, iba sobre un auriga sin jinete, un auriga que, además, no era tirado por una cuadrilla de caballos, sino más bien por un par de leones que igual recubrían sus cuerpos con armadura de Suplice, mientras el jinete del auriga era al mismo tiempo el chofer del mismo, al mantener a los leones bien sujetos de sus largas correas de cuero. Era más que evidente que el hombre era más que un Espectro cualquiera-. Caballero Dorado, estás frente a Corebo de Cibeles, la Estrella Terrestre del Auxilio. En nombre de mi padre, Mygdon, el rey de Frigia, gobierno en Lineón bajo la corte del rey Mácar. Los crímenes de los Aqueos en contra de Lesbos ya no pueden ser perdonados, pero por respeto expido esta única cortesía: Abandonen Lesbos ahora, y daremos tres días de ventaja al comienzo de su cacería, ya que, con sus acciones al atacar tierras neutrales, han empujado a los Frigios a unirse activamente a la defensa de Troya –amenazó Corebo, con su púa en alto, y sus leones rugiendo amenazantes, aunque entrando en silencio cuando desde las sombras, el rugió de Patroclo se dejó escuchar.
-No siento más que respeto hacia el rey Mácar y su corte, Corebo… pero ambos sabemos que ya estamos muy lejos de las negociaciones –le respondió Patroclo, el único visible mientras la luz del amanecer continuaba avanzando y revelando las planicies de Lineón, cuyas sombras ya dejaban ver un poco a los números que acompañaban a Patroclo, cuyas Armaduras negras se permeaban con la noche. Al menos Corebo podía distinguir a un General de Poseidón al lado de Patroclo ya con la iluminación actual, pero al ejercito de Mirmidones no los veían bien-. Tomaremos tu ciudad… pero tienes mi palabra de que los pobladores serán perdonados, que no habrá inocentes asesinados, ni tomaremos mujeres en concubinato mientras se respete el gobierno temporal por conquista a instaurarse mientras dure la Guerra de Troya –aseguró Patroclo.
-Ustedes los Aqueos no saben nada. Intentas parecer honorable mientras saqueas las ciudades aliadas a Troya como si solo la incursión Aquea importara. Lineón no hizo nada para merecer este irrespeto, nosotros tenemos nuestros propios problemas como para lidiar con su inútil guerra –enunció Corebo, se le veía valiente, pero Patroclo distinguió un atisbo de desesperación, o tal vez estaba asqueado por las palabras de Patroclo-. ¡No hay ningún honor en su guerra! ¡Tan solo son unos malnacidos y cobardes que hacen su voluntad en nuestras tierras! ¡Ya hemos tenido suficiente de codiciosos que desean a Lesbos por su posición en el Egeo! –insistía Corebo, forzando a Patroclo a pensar al respecto- Su cobardía no tiene límites. Lineón no hizo nada para merecer estos saqueos, ¡Lesbos no hizo nada para que la trataran como la tratan! –enunció, mirando en dirección a su ciudad, lo que le parecía curioso a Patroclo. Corebo enaltecía la moral de sus soldados, mientras los rayos del Sol, llegaban ante la Armadura Dorada de Patroclo, que brilló intensamente, cegando un poco a los hombres de Lineón, cuyo valor se perdió cuando los números de los Mirmidones fueron revelados.
-Apoyaron a Troya… príncipe Corebo… -respondió Patroclo, firme, valiente-. Pero ya me he cansado de estas explicaciones. Nyx ya no domina, Eos se ha alzado orgullosa, las fieras ocultas por la noche están frente a ti. Un León, un Hipocampo, y un ejército de Hormigas Negras. ¡Mirmidones! –llamó Patroclo, y las Hormigas Negras, dibujadas en los escudos redondos de los Aqueos, fueron alzadas por los combatientes de armaduras negras con contornos de bronce- ¡Ataquen! –rugió el poderoso León de Nemea, iniciando la marcha con Automedonte a su lado.
-¡Hombres de Lineón! ¡Sé que están cansados y desean la gloria en batalla! ¡Pero nuestros enemigos nos han empujado a esto! ¡No se muevan de sus posiciones! ¡Yo mismo terminaré con esto! –la gran carrera en las planicies de Lineón dio a inicio. Patroclo iba a la cabeza, corriendo más rápido que Automedonte y el resto de Mirmidones, los de Corebo esperaron, con sus lanzas listas, y Corebo comenzó a alzar su cosmos violentamente- ¡Magna Mater! –elevó su mano Corebo, la tierra tembló, y Patroclo detuvo la avanzada Mirmidón en ese momento, mientras la tierra se partía, liberando consigo un torrente de magma hirviente, que amenazó con caerles encima.
-¡Barrera de Viento! –enunció Automedonte, elevando una cortina de viento que atrapó el magma hirviente, solidificándolo, y salvando las vidas de los Mirmidones, aunque de no ser por la rápida reacción de Patroclo, que sintió el peligro, muchos de ellos podrían haber muerto por el tremendo ataque- Eso ha sido bastante imprudente. Si hubiera estado en medio de un combate entre nuestros ejércitos, varios de ambos bandos habrían quedado calcinados –le explicó Automedonte, y Patroclo, en respuesta, se mordió los labios, gruñendo al tiempo en que lo hacía.
-Como manipulador del cosmos que soy, poseo el poder de ejércitos enteros… pero he de deshonrarme por Lesbos negándoles a mis compatriotas la gloria de ser necesario. ¡Lesbos llora, Patroclo de Leo! ¡Y prefiero ser un malnacido cobarde que el verla caer! -enunció Corebo, sus ojos humedecidos mientras decía aquello- Cibeles, la madre tierra, no es únicamente mi Suplice, sino que es la diosa mayormente reconocida en Frigia, y cuyo culto fue aceptado en Lineón. Permítanme demostrarles, Aqueos, el poder de Frigia. ¡Ahora, Otreos! –llamó Corebo, y de la tierra a espaldas de los Mirmidones, se alzó un segundo Espectro, junto a un pequeño ejército de otros soldados de Lineón. El Espectro vestía una Suplice también de un tono grisáceo, con unas alas angelicales, pero de un tamaño reducido. El Espectro de casco con la forma de un ave con el pico abierto, de donde salía además el rostro de un hombre de un ojo ciego, barba negra y cabellera larga atada en una coleta del mismo color, aunque de apariencia joven, elevó su cosmos, y atacó a los Mirmidones por la espalda con un ejército de aves de cosmos oscuro que se desprendió de sus manos.
-¡La Parvada de Atis! –enunció el Espectro, arremetiendo en contra de los Mirmidones con sus aves de cosmos desprendiéndose de sus dedos y revoloteando en elipses en el cielo, cayendo en picada y atravesando a los Mirmidones, quienes comenzaron a caer abatidos por los tremendos ataques de cosmos que solo un manipulador del cosmos podía liberar sin estar rodeado de aliados- ¡Todos quienes han insultado a los pobladores de Lesbos serán destruidos! ¡Esto se los prometo yo, Otreos de Atis, la Estrella Terrestre de la Insolencia! –declaró el Espectro, quien avanzó en solitario atacando a los Mirmidones, quienes sin poseer el cosmos caían ante él- ¿Pensaron Aqueos, que tras ver las ciudades de Lesbos caer y arder por las noches, no planearíamos una forma de hacerles frente? –se quejó Otreos
-En definitiva, es el Espectro de la Insolencia –se quejó Automedonte- ¡Yo me encargaré de él, amo Patroclo! ¡Aliento del Señor de los Mares! –desató Automedonte sus vientos, que rodearon a sus aliados Mirmidones, y llegaron hasta Otreos y sus hombres, derribándolos momentáneamente, y permitiendo a los Mirmidones levantar a los heridos- ¡Yo seré tu oponente Otreos! ¡Galope del Hipocampo! –materializó sus espadas de agua Automedonte, y lanzó las mismas en dirección a Otreos, encajando cada una en cada hombro de Otreos. Las espadas de agua salieron por su espalda, y transformadas en Hipocampos que ataban el líquido rodeado de cosmos a las heridas de Otreos, arrastraron a Otreos lejos de los Mirmidones, momento que aprovechó Automedonte para correr detrás de Otreos quien, tras reponerse, comenzó a combatir con sus vientos y sus parvadas de aves de cosmos a Automedonte.
-¡Si es un enfrentamiento de cosmos el que quieres, Corebos! ¡Lo estás consiguiendo! –rugió Patroclo, rodeó sus puños con esferas de relámpagos, y se lanzó en dirección a Corebos con los Mirmidones siguiéndolo. Corebos volvió a elevar su cosmos y a hacer estallar la tierra con explosiones de magma hirviendo. Patroclo al notar las explosiones, lanzó su ataque- ¡Relámpago de Voltaje! –lanzó sus esferas Patroclo, mismas que impactaron el magma, produciendo un estallido que lanzó los torrentes de magma también sobre los soldados de Lineón, hiriéndolos. Corebos comprendió que Patroclo poseía los ataques a distancia suficientes para contrarrestar los suyos, y que sus hombres resultarían lastimados si el combate entre el magma y los relámpagos se intensificaba, por lo que preparó su guantelete con su púa de plata, y ordenó a sus leones a lanzarse en contra de Patroclo, cortando inclusive las riendas cuando los leones tiraron del auriga lo suficientemente cerca para que los leones se lanzaran a brazo izquierdo y brazo derecho de Patroclo, y él saltar del auriga para caer en picada con la púa de plata en alto.
-¡Aguja Relámpago! –atacó Corebos, reuniendo relámpagos violeta en la punta plateada, antes de caer y atravesar a Patroclo con la misma mientras una proyección de cosmos de una abeja inmensa lo hería, penetrando en su cuello expuesto ya que los leones sostenían en sus fauces cada uno un brazo de Patroclo, forzándolo a dejar su cuello al descubierto, y soltándolo instantes antes de que la electricidad comenzara a estallar con fuerza alrededor de todo el cuerpo de Patroclo. Los Mirmidones por fin llegaron a donde Patroclo y se abalanzaron contra los leones, quienes aparentemente habían sido entrenados para el combate en líneas de soldados, y se apoyaron de los guerreros de Lineón para repeler a los Mirmidones- ¡Vas a arrepentirte de haber atacado Lineón! ¡Tú y todos los que la han irrespetado! ¡La furia de Cibeles y Atis, los dioses de los Frigios, caerá sobre todos ustedes! –tras la amenaza, Corebos pateó a Patroclo fuera de su aguijón, Patroclo retrocedió sosteniéndose la herida, y se vio forzado a evadir el zarpazo de uno de los leones de Corebos, antes de que el segundo se lanzara sobre él también, obligando a Patroclo a cubrir con la protección del brazo de su Armadura Dorada, y empujar para mantener a la bestia a distancia prudente-. Lineón no caerá… vengaré todas las afrentas en contra de Lesbos. La avanzada de los Mirmidones y su insulto termina hoy –aseguró Corebos, furioso.
-Termina hoy en Lesbos, Corebos, así como inicia en el resto del archipiélago hoy mismo –declaró Patroclo sonriente, Corebos encontró aquella sonrisa bastante curiosa, y notó el cómo Patroclo, pese a tener a uno de los leones mordiéndole la protección del brazo derecho y el otro la protección de la pierna izquierda, miraba al oeste, en dirección al mar. Corebos miró en la misma dirección, y alcanzó a ver una fecha de fuego siendo disparada al cielo desde el mar, y cayendo sobre los muelles de Lineón, a las afueras de las murallas de la ciudad. Los muelles comenzaron a incendiarse, y Corebos alcanzó a descubrir la razón.
-¡Mirmidones! –gritó Aquiles, desde la proa del navío principal- ¡Preparen! –prosiguió, los Mirmidones en el navío principal alistaron más flechas incendiarias- ¡Apunten! –continuó Aquiles, los Mirmidones tensaron los arcos- ¡Que arda! –terminó Aquiles, y las flechas en llamas fueron disparadas, avivando aún más el incendio, y forzando a algunos de los soldados en las planicies frente a Lineón a romper filas e intentar apagar el fuego en los muelles. Los soldados sobre las murallas mantuvieron la posición- ¡Fuego! –continuó Aquiles, y las flechas incendiarias fueron disparadas a los soldados, quienes comenzaban a quemarse, y a propagar aún más el fuego- ¡El ultimo puerto de Lesbos ha caído! –enunció Aquiles alzando su espada.
-¡E igual lo hará su última ciudad! –respondió Patroclo desde en medio del campo de batalla, blandiendo al león en su brazo y lanzándolo por los aires, haciendo lo mismo con el de su pierna- Está hecho, Corebos. Ya no requiero de seguir ganándome tu atención –se burló Patroclo.
-¿Ganando mi atención? Acaso tú… -meditó al respecto Corebos, y se mordió el labio con fuerza-. Deliberadamente esperaste junto a tus hombres frente a las murallas de Lineón para que mantuviéramos nuestros ojos posados en ti, mientras los Aqueos al mando de Aquiles remaban usando el velo de la noche como protección –dedujo Corebos, viendo entonces el cómo los navíos de Aquiles izaban las velas, y aprovechaban el viento para acelerar la salida de Lesbos.
-Ya destruimos tu puerto, poniendo fin al comercio entre Lesbos y Troya. Si te rindes ahora, Lineón no será arrasada, solo asediada. Más que tesoros esperamos la completa parálisis del comercio en Troya –le explicó Patroclo.
-¡Tonto! ¡Incluso si debilitan el comercio en Troya, la misma Troya es inmensamente rica! ¡Son 10 ciudades tras esas murallas! ¡Troya tiene suficientes provisiones para sobrevivir por sí misma por décadas! –le explicó Corebos- Pero nosotros… ¡No tenemos más alternativa que luchar y morir por quienes amamos! ¡Ataquen! –declaró Corebos, reiniciando la carga.
-Nosotros no tenemos décadas que desperdiciar, Corebos –le respondió Patroclo, preparando su cosmos para resumir el combate-. Así que planeamos terminar con esto contundentemente, no importa cuántos aliados tenga Troya. ¡Plasma Relámpago! –desató Patroclo, arrasando con gran cantidad de las tropas enemigas.
Troya. Campamentos Aqueos.
-¡Llegaron! –ante las fogatas de los campamentos Aqueos, los Caballeros Dorados de Tauro, Géminis, Escorpio, Capricornio y Acuario, se encontraban desayunando junto a sus hombres, cuando Odiseo llegó, asustando a Diomedes quien había estado sorbiendo de su cuenco de sopa, quien terminó escupiendo la misma por la sorpresa.
-¡Odiseo! ¡Ya casi no queda comida y me haces escupir la mía del susto! –se quejó Diomedes, encarando a Odiseo, mientras el resto de Caballeros Dorados que desayunaba en esos momentos, esperaba a que Odiseo diera sus noticias, pero ante los regaños de Diomedes, todos volvieron a sorber de sus cuencos- ¡Mira nada más mi armadura! ¡Quedó llena de crema de cebolla! ¿Qué es tan importante? –se fastidió Diomedes, y comenzó a limpiarse la armadura.
-¡Atenas, Élide, y el resto de los ejércitos de Salamina, han regresado! –explicó Odiseo, y el resto de los Caballeros Dorados escupió su sopa de cebolla, Agamenón incluso se había atragantado por la sorpresa.
-¿Cómo has dicho? –enunció Agamenón en medio de tosidos- ¡Arriba todos! ¡Todos los ejércitos en posición defensiva! ¡No quiero ataques sorpresa de parte de la Alianza Troyana! –enunció Agamenón, y los ejércitos Aqueos comenzaron a movilizarse en su totalidad.
En las playas de Troya, viniendo de dirección contraria a donde se encontraba Temiscira, llegaban los navíos de Atenas bajo el mando de Acamante, el rey de Atenas, quien llevaba además en su navío a Epeo, quien saludaba alegremente a los Aqueos que ya esperaban al desembarco. Los navíos de Élide iban al mando de Talpio debido a que Anfímaco no socializaba mucho con sus hombres a no ser que fuera estrictamente necesario por su posición como uno de los co-reyes, pero se encontraba en la popa del barco, saludando también. Teucro lideraba al resto de Salaminos, los más bulliciosos y sonoros de los recién llegados, y quienes propinaban insultos en dirección a las Amazonas, insultos que Teucro intentaba acallar, pero que Áyax, tras llegar a la playa tras correr lo más rápido que pudo, impulsó con sus órdenes desde tierra.
-¡Salaminos! –gritó Áyax con todas sus fuerzas, mientras comenzaba a forcejear con su peto. Shana, quien había salido de su tienda para recibir a los que regresaban de Tracia, tristemente fue testigo de Áyax bajándose el peto, y mostrando su trasero en dirección a Temiscira- ¡Gran Insulto! –gritó Áyax.
-¡Gran Insulto! –respondieron los Salaminos, bajándose sus pantalones, y mostrándole a las Amazonas en Temiscira sus traseros, enfureciéndolas, y comenzando con un inútil lanzamiento de flechas al los Salaminos haber rodeado bastante para poder llegar a las playas de Troya, desde los mares de Colona, ya en posesión de los Aqueos. El viaje marítimo por parte de los Aqueos, y gracias a las incursiones de Aquiles, ya no era más un problema, y el odio en los rostros de las Amazonas que inútilmente desperdiciaban sus flechas, era prueba de ello, mientras los Salaminos, y Áyax, meneaban sus traseros con mayor intensidad.
-¡Áyax! ¡Traumatizas a nuestra diosa! –llegó Agamenón a donde Áyax, propinándole un tremendo golpe a Áyax en la nuca, quien se fastidió y procuró pelea sin subirse el peto, escandalizando a Shana aún más al tener una visión completa de Áyax sin pantalones, pero Diomedes afortunadamente llegó para taparle los ojos a Shana, mientras Menelao sostenía a Áyax sin pantalones frente al furioso de Agamenón- Por todos los dioses, eres un príncipe de Salamina, compórtate como uno –se apenó Agamenón.
-Por favor ponte los pantalones, Áyax, me estoy sintiendo inmensamente incomodo –se preocupó Menelao, Áyax accedió y volvió a subirse el peto. Una vez hecho aquello, Diomedes soltó a Shana, quien miró a Áyax con molestia.
-Áyax… -comenzó Shana, preocupando a Áyax- ¡A partir de este momento te prohibió volver a usar el Gran Insulto! –recriminó Shana, Áyax sonrió bobamente, pero asintió- Por Zeus… debo ser la Athena con la Orden Dorada más irrespetuosa que jamás haya existido –enunció Shana molesta, y los Caballeros Dorados a su alrededor, todos fingieron demencia, mientras los navíos provenientes de Tracia desembarcaban-. Y heme aquí, amando a todos y a cada uno de ellos, incluso en sus fallas –admitió Shana, mientras Acamante desembarcaba, y la diosa lo ignoró todo para propinarle un fuerte abrazo-. ¡Acamante! –sonrió ella emocionada.
-Eso ha sido inesperado… -aceptó Acamante, virando al cielo y esperando alguna respuesta en represaría por parte de Zeus, notando que esta no llegaba-. También me alegra verla, señorita Shana –admitió entonces Acamante, y Shana se separó de él sonriente, y entonces fue a abrazar a Epeo, quien no solo se apenó, sino que se dio cuenta de algo muy importante.
-¡Eres más alta que yo! –se quejó Epeo, sorprendiendo a Shana, quien se frotó la barbilla tras romper el abrazo con Epeo, mirándolo fijamente- No es posible… cuando me fui era más alta que tú… diste el estirón… -le apuntó Epeo.
-Ya tengo 16 años humanos, supongo que era de esperarse –admitió Shana, y entonces se viró a ver a Teucro, quien ya había bajado de su barco y regañaba a Áyax por lo del Gran Insulto, aunque Áyax respondió a su manera.
-¡Gran Abrazo! –lo silenció Áyax, lastimando a Teucro, quien incluso pateaba el pecho de Áyax intentando forzarlo a que lo liberara- Esta noche, nos embriagaremos con un buen vino de Salamina -amenazó Áyax, preocupando a Teucro.
-Esta noche nos ponemos al corriente, grandote –corrigió Tecmesa, la concubina de Áyax, quien bajaba con pasos seductores, lo que forzó a Áyax a soltar a Teucro y prestarle toda su atención-. ¿O ya me cambiaste? –preguntó ella coquetamente.
-No voy a esperar a la noche –sonrió Áyax, cargando a Tecmesa como a una princesa- ¡Con permiso! –sentenció Áyax, sobresaltando a Teucro, quien enfureció por el poco decoro de Áyax, quien se atrevió a hacer aquello incluso frente a Shana.
-¡Áyax! ¡Le diré a Brenda! –amenazó Teucro, pero encontró a la sonriente de Shana frente a él- Lo lamento mucho, Shana. Juro que haré todo lo que pueda porque Áyax regrese al buen camino –se apenó Teucro.
-Tranquilo, Teucro, afortunadamente la esperanza no es mi dominio porque ya perdí la esperanza de componer a Áyax –aseguró Shana, lo que preocupó a Teucro-. Pero sabes, aprendí algo muy importante de Áyax. ¡Gran Abrazo! –lo abrazó Shana, apenando a Teucro- No saben el gusto de verlos regresar con bien –aseguró ella, y viró al navío de Élide, que ya se encontraba vacío, o al menos aparentaba, ya que a Shana le faltaba ver a alguien bajar-. Anfímaco… -comenzó Shana, soltando a Teucro, y subiendo al navío de Élide, encontrando a Anfímaco muy mal escondido detrás del mástil- ¿Y mi abrazo? –preguntó Shana, Anfímaco nerviosamente se asomó desde detrás del mástil.
-Diosa Athena… no considero prudente… -comenzó Anfímaco, pero Shana ya estaba extendiendo los brazos-. El favoritismo entre los Caballeros Dorados y Athena no debería… -intentó defenderse Anfímaco, pero Shana no se movía y mantenía los brazos extendidos.
-La carta de: «Athena no puede tener favoritos», no le interesa a Shana en lo más mínimo, Anfímaco –comenzó Diomedes, subiendo al navío de Élide sabiendo que Shana no se movería de allí hasta que le cumplieran su capricho-. Solo acepta el abrazo de Shana, ya posee un mejor dominio de su cosmos, tu veneno no la alcanzará –aseguró Diomedes.
-Aun así… -comenzó Anfímaco, apenado-. Verá… diosa Athena… los despliegues de afecto me son… -intentó explicar, Shana parpadeó un par de veces, y se viró a cuestionar a Diomedes con la mirada. El de Escorpio ya intentaba tragarse la risa.
-Anfímaco es tímido –le explicó Diomedes, impresionando a Shana-. Realmente, lo del veneno es una excusa, mientras Anfímaco no esté sangrando, es perfectamente seguro abrazarlo, pero él es tan tímido que aún si todas las condiciones son propicias para un abrazo, él se niega. Incluso se inventó aquella tontería de que su sudor también era venenoso para evitar el contacto físico y que no le dieran concubinas –se burló Diomedes.
-¡No andes descubriendo! –enunció Anfímaco molesto, Diomedes solo continuó con sus burlas- No soy tímido… he de decirte que incluso yo puedo entrar en contacto físico sin… -intentó decir, pero Diomedes ya había logrado su cometido, hacer a Anfímaco salir de detrás del mástil para permitirle a Shana abrazarlo-. Me engañaste… -susurró Anfímaco.
-¿Yo? ¿Engañar a alguien? La osadía… -fingió demencia Diomedes, mientras Shana, ya satisfecha por haber abrazado a sus Caballeros Dorados, bajaba del barco orgullosa-. Por cierto, ¿qué ibas a decirle a Shana? ¿Incluso tú has…? –se burló Diomedes.
-¡Te prohíbo terminar la frase! ¡Bajé la guardia! ¡Es todo! –sentenció Anfímaco, aunque Diomedes seguía burlesco, mientras seguía a un orgulloso Anfímaco a tierra firme- Las cosas que me haces decir… Diomedes… -se apenó él.
-Diomedes, deja de atormentar a Anfímaco –reprendió Shana, Diomedes solo sonrió alegremente-. Aunque sé por qué lo haces. Tras casi un año de defender los campamentos, Atenas, Élide y Salamina se han vuelto a unir en la defensa Aquea, y con el apoyo de Micenas, Esparta, Pilos e Ítaca, eso significa que podemos dejar de exigirle tanto a Argos, a Tebas y a Calidón… ya solo falta el regreso de los Mirmidones, y nuestras fuerzas estarán al corriente –sonrió Shana.
-Y, aun así, nuestros números están muy mermados al dejar a tantos soldados atrás manteniendo el control de las ciudades conquistadas –comenzó Acamante, sacando sus cueros, e iniciando con la contabilidad-. Me tomará una luna, pero recobraré el control. Hay que contabilizar los tesoros, contabilizar las bajas, contabilizar la totalidad de las unidades que mantienen el control de las áreas conquistadas, dividir los tesoros, y mantener control de los alimentos… tengo mucho que hacer… -agregó Acamante ojeroso, y preocupando a los Caballeros Dorados presentes.
-Cuentas después de que celebremos, ya que, quieran o no los Troyanos, el regreso de las tropas de Tracia es motivo de celebración –exclamó Agamenón, y todos los presentes, soldados incluidos, lo escucharon-. ¡Aqueos! ¡Yo, Agamenón, su Rey Supremo! ¡Declaro que hoy celebramos! –enunció Agamenón, y los Aqueos todos corearon alegremente.
Troya. Primera Ciudadela, Capis.
-¿Qué es todo ese escándalo? -en Troya, Héctor se colocaba su casco alistándose para salir con Trolio y con Eneas para dar inicio a las hostilidades, cuando escuchó el bullicio proveniente de las playas. Desde la cima, el abanderado en turno comenzó a ondear un estandarte de una tela morada, llamando la atención de Héctor- ¿Qué ocurre Ablerus? –preguntó Héctor al joven Espectro, uno que recientemente había recibido su Suplice además. El nervioso joven bajó de las puertas de Capis con todo y bandera, e hizo una reverencia ante Héctor, fastidiando a Eneas, quien esperaba junto a Hebe en su auriga el momento de que comenzaran las hostilidades.
-Ablerus de Centinela mi señor Héctor, Estrella Terrestre de la Pequeñez –agregó el Espectro tímidamente. Su piel era bronceada, su cabellera blanca y un poco larga pero alaciada, y sus ojos de un amarillo brillante. Al verlo, Trolio se rascó la nuca con curiosidad, Pándaro lo notó.
-Uno de los nuevos reclutas, señorito –susurró Pándaro, apenando a Trolio-. No se culpe por no reconocerlo. Ablerus proviene de Frigia, uno de los reinos de Anatolia de los que poco se sabe por su hermetismo. Incluso el comercio con Troya siempre ha sido muy escaso. Cheshire, el esclavo de los Aqueos, proviene de dicho reino también –le explicó Pándaro, mientras Ablerus daba la noticia a Héctor de lo que había visto.
-¿Cheshire no era el esclavo de Casandra? –preguntó Trolio, y Pándaro asintió- Ahora que lo mencionas, puedo ver el parecido. Piel quemada por el sol, ojos dorados, cabellera blanca. Rasgos muy extraños en general. Cheshire ya me parecía bastante raro por poseer esos rasgos –aclaró Trolio, y Pándaro asintió.
-Entre los Espectros, pocos provienen de Frigia. Cheshire era el más conocido por pertenecer a la corte de Priamo, pero también está el príncipe Corebos, el hijo del Rey Mygdon, quien ha llegado a Troya recientemente para negociar la alianza, y también un tal Otreos, quien es su auriga, aunque él tiene familia en Lineón al sur de Lesbos, y sus rasgos de Frigio no son muy notables –le explicó Pándaro. Trolio notó entonces a más soldados en armaduras de cuero marrón, y cascos de bronce con tiras blancas cayendo desde sus puntas, en los alrededores de la Ciudadela de Capis. Todos compartían aquellos rasgos característicos de su civilización, pieles de bronce, ojos claros, no necesariamente dorados como los de Cheshire y Ablerus, pero claros al final de cuentas, y cabelleras blancas o grisáceas-. Se cuenta que los Frigios fueron los primeros pobladores de Anatolia, su diosa principal es Cibeles, la Suplice de Corebos inclusive representa a esta diosa. Mantienen una comunión con la naturaleza superior a la de cualquier otro reino y poseen un respeto por los animales muy inusual, algunos incluso consideran a los Frigios como capaces de comunicarse con los animales.
-Por lo que veo, los soldados ya están listos para unirse a los Troyanos en la guerra. Pero según me informas, las negociaciones aún se están realizando. ¿Por qué ya hay soldados aquí? Uno incluso ya actúa como centinela –agregó Trolio curioso, mientras notaba el semblante de Héctor arrugarse tras haber recibido las noticias de Ablerus.
-Por los acontecimientos en Lesbos, señorito –le mencionó Pándaro, y Trolio alzó una ceja-. Entiendo que lleva poco tiempo de unirse activamente a la batalla, y que su interés en la misma hasta hace muy poco era la de obtener gloria personal. Pero ahora es diferente, es un príncipe admirado por unirse al conflicto, y se espera de usted grandes cosas. Por ello debe tener un conocimiento superior sobre lo que ocurre fuera de Troya como ocurre dentro de ella. Las noticias que nos han llegado de las tierras del sur, específicamente de Lesbos, son muy poco prometedoras. Los Mirmidones ya han sitiado las tres principales ciudades: Mitilene que es la capital, Metinma, y hay fuertes rumores de que Lineón caerá pronto. Corebos, el hijo del rey Mygdon, el rey de Frigia, gobierna en Lineón bajo el mandato del rey Mácar, el Rey Supremo de Lesbos. Frigia no planeaba involucrarse en la Guerra de Troya por el repudio que sienten por las Amazonas de Temiscira, aliadas en estos momentos de los Troyanos, pero gracias a que los Mirmidones han atacado Lesbos, específicamente a Lineón, Mygdon ha decidido forjar la alianza –declaró Pándaro, y Trolio en respuesta, comenzó a frotarse la frente.
-Resumiendo, los Frigios no sellaron alianza con Troya porque Troya se alió con las Amazonas de Temiscira, pero como los Mirmidones atacaron Lesbos, y el príncipe Corebos gobierna una de las ciudades de Lesbos bajo órdenes del Rey Mácar, han decidido brindar apoyo a los Troyanos indistintamente de si hay alianza con las Amazonas, ¿voy bien? –preguntó Trolio, y Pándaro asintió- ¿Por qué es que el Rey Mygdon desprecia tanto a las amazonas? –preguntó Trolio.
-Los Frigios entraron en guerra con las Amazonas cuando Príamo era joven –le explicó Pándaro nerviosamente, uno juraría que Trolio sabría aquella historia de labios mismos de su padre, pero Trolio, pese a ser un formidable guerrero, no poseía la atención suficiente para interesarse por las proseas de su padre en su juventud-. Príamo apoyó a los Frigios contra las Amazonas, de hecho, Hécuba proviene de Frigia, lo que lo hace a usted, señorito Trolio, un príncipe de Frigia –sonrió Pándaro, incomodando a Trolio.
-¿Que soy qué? –se sobresaltó Trolio, Pándaro simplemente se burló del desconocimiento de Trolio, quien notó el cómo los Frigios reverenciaban siempre que pasaban por enfrente de él- ¿Eso significa que, además de los Troyanos, es mi deber proteger a los Frigios? –preguntó Trolio, y Pándaro volvió a asentir- Pándaro, apenas me estoy haciendo a la idea de ser un príncipe guerrero Troyano, ¿ahora soy también un príncipe guerrero Frigio? –se incomodó.
-Solo si Corebos y Mygdon mueren sin dejar a nadie más en la línea de sucesión –interrumpió la plática Héctor, quien llegaba junto con Ablerus-. E incluso si eso llegara a pasar, Ilíona es la mayor, su hijo Polidoro tiene derecho de sucesión por sobre todos los demás. Deberías estudiar mejor tu historia familiar, Trolio, pero te la resumiré. Solo si mueren Corebos y Mygdon sin dejar herencia, y además muere Polidoro sin dejar herencia, e Ilíona no tiene otro hijo, y tras aquello yo muero y mi hijo Astianacte no está en edad de gobernar, y a menos que Heleno no se case y tenga un hijo y este alcance la edad de gobernar… despreocúpate, no hay forma posible de que seas el príncipe heredero de Frigia –resumió Héctor-. También Polixena podría tener un hijo, o el hijo de Laódice, Múnito, podría alcanzar la edad de gobernar, o Casandra podría quedar embarazada mientras permanece como concubina de Agamenón, entonces tú… -intentó continuar Héctor.
-¡Ya entendí! ¡A cómo va la cosa incluso el hijo de Creúsa y Eneas, Ascanio, tiene ventaja sobre mí para gobernar Frigia! ¡No tengo interés en ser gobernante de Frigia, pero cuando lo pones así de específico me molesta! –se fastidió Trolio, Héctor solo sonrió tras fastidiar a Trolio- Pero más importante, ¿por qué no hemos iniciado con las hostilidades? –preguntó Trolio.
-No es prudente, los ejércitos Aqueos están en alerta –le comentó Héctor, confundiendo a Trolio y a Pándaro-. Atenas, Élide y Salamina han regresado de Tracia. Para prevenir un ataque frontal y permitirles desembarcar, Esparta, Micenas, Pilos, Ítaca, Argos, Tebas y Calidón, han acomodado filas frente a los barcos. Si salimos a campo abierto a enfrentarlos, los ejércitos descansados de Atenas, Élide y Salamina nos repelerán, con o sin el apoyo de Frigia –aseguró Héctor.
-Los Frigios presentes en Troya actualmente pertenecemos a la corte personal del rey Mygdon, mi señor Trolio –reverenció Ablerus-. El resto de los ejércitos de Frigia espera que se firme la alianza con Troya. Una vez firmada la misma, el padre de Mygdon, el anterior rey, Dimas, quien gobierna por ausencia en Frigia, enviará a la armada principal de Frigia en apoyo a los Troyanos –terminó.
-Es así entonces que el cese a las hostilidades nos beneficia –declaró Héctor-. Le haremos pensar a los Aqueos que la llegada de Atenas, Élide y Salamina nos ha intimidado, y hemos decidido no reanudar las hostilidades. Así, mientras ellos celebran y se tragan todo lo que saquearon en Tracia, nosotros damos tiempo a Mygdon y a Príamo de sellar la alianza –miró Héctor a la cima de Troya, a la Ciudadela de Ilión, donde sabía que las negociaciones continuaban.
Décima Ciudadela, Ilíon. Sala del Consejo Troyano.
-Lamento que el Consejo de los Seis no haya podido reunirse en su totalidad para recibirte, Mygdon –comenzó Príamo, en esos momentos comiendo junto a su esposa Hécuba, y con Heleno, Laódice, y su hijo Múnito, como únicos representantes en el consejo y frente a Mygdon, el rey de Frigia-. Me temo que Héctor y Trolio se encuentran en el frente, e Ilíona no ha regresado de Tracia, aunque tengo noticias de que en una Luna podría llegar a Troya –aseguró Príamo.
-Eso solo completa a 4 de los 6 miembros de tu Consejo de los Seis, Príamo –le comentó Mygdon, bebiendo de su cuenco de vino-. No veo a tu hija Políxena, ni a Paris presentes. ¿Acaso intentas insultarme, viejo amigo? –preguntó Mygdon.
-Nada como eso –le interrumpió Príamo-. Bien sabes que cuando más me necesitaste, fui en tu auxilio, Mygdon. Enfrenté a las Amazonas contigo –le recordó Príamo, lo que el rey Mygdon, de pupilas oscuras, barba blanca, y cabellera blanca y larga, característica que compartía con el resto de Frigios, recordaba.
-Amazonas que hoy son tus aliadas, Príamo… se mantengan en su isla o no me es indistinto –le recordó Mygdon, preocupando a Príamo-. Aún si es verdad el que, en nuestra juventud, y mientras los Frigios hacían la guerra a las Amazonas, fue solo gracias a ti y a los Troyanos que Frigia se mantuvo firme, lo que sufrimos no se perdona, incluso si las Amazonas están obligadas al ser derrotadas a apoyarte –le enunció Mygdon.
-Las Amazonas aparecieron en nuestras playas, Mygdon, y hasta donde sé, son enemigas de los Aqueos, no nuestras aliadas –defendió Príamo, y Mygdon alzó una ceja al respecto-. Es el mismo caso que con los Hititas, con quienes los Frigios llevan muchos años en guerra. Son tus enemigos, no los de Troya. El forjar alianza con los Frigios significaría declarar, oficialmente, la guerra en contra de los Hititas, así que Troya también pierde una alianza potencial si nuestras naciones se declaran aliadas –le recordó Príamo.
-Es posible, y lo consideraría creíble, si el Rey Mácar no hubiera vestido una Suplice –le respondió Mygdon-. Lesbos era aliada comercial de Troya y enemiga de los Hititas, Príamo. Aun así, Troya jamás se declaró en alianza con los Frigios –le recordó Mygdon.
-No había razón para ello, los Hititas están en guerra con todo mundo –respondió Príamo, bebiendo de su vino-. Están en guerra con Lesbos, con los Frigios, con Egipto, y pronto con los Mirmidones según los informes que he recibido. No puedes acusarme de evitar ese conflicto –aseguró.
-Claro, porque eres experto en evitar conflictos, Príamo –se burló Mygdon mientras partía una pierna de carnero y la mordía con fuerza-. ¿O no es verdad que esta guerra que ya llega a su tercer año, inició por tu negativa a evitar el conflicto, regresando a Helena? –Príamo suspiró, la situación era mucho más compleja que eso, y no tenía otra opción- En todo caso, Frigia no rehúye a la guerra, Príamo, eso bien lo sabes. Pero, para que Frigia entre en este conflicto tan egoísta, espero que entiendas que tengo una condición –declaró Mygdon, Príamo se mordió los labios, despreciaba el que lo condicionaran. Pero, aprendiendo de sus errores anteriores, aceptó el negociar-. Saca a mi hijo de Lesbos con vida, a Corebos, y Frigia brindará apoyo militar a Troya –le pidió Mygdon.
-Si eso es lo único que se requiere, dalo por hecho… -le respondió Príamo, mirando en dirección a Heleno, quien comprendió la mirada, se puso de pie, y se dirigió a su padre, agachándose para escuchar los susurros de Príamo-. Según los reportes, las flotas de Misia se encuentran actualmente en las cercanías de Lesbos… no me importa cómo lo hagas, pero quiero que Misia brinde su apoyo a Lesbos, al menos para sacar a Corebos de allí y traerlo a salvo a Troya –pidió Príamo a Heleno.
-Veré que se haga padre –reverenció Heleno, dirigiendo una reverencia entonces en dirección a Mygdon, y saliendo de la Sala del Consejo Troyano, dirigiéndose a su estudio-. No puedo creerlo… yo no soy un militar, soy un profeta. Solo porque Héctor y Trolio se alejaron oficialmente del consejo, y al ser yo el único varón presente, Príamo me piensa como su representante militar. Esto es trabajo de Trolio –se quejó Heleno, entrando en su estudio, y encontrando a Chaon dentro, columpiándose en su asiento, y con los pies sobre la mesa de estudio de Heleno- Baja tus asquerosas patas de mi mesa –se quejó Heleno.
-Oye tranquilo Heleno, ¿por qué de tan mal humor? –se quejó Chaon. Heleno en respuesta le empujó los pies fuera de su mesa de estudio, mientras el confundido de Chaon alzaba los brazos con molestia- Oye, estaba descansando mis pies –se quejó.
-Sobre los cueros que estaba estudiando. Son muy delicados –se quejó Heleno limpiando los cueros de la tierra de los pies de Chaon, mismos que pretendió guardar en uno de sus cofres, pero al darse la vuelta, Heleno gritó de sorpresa al encontrar a alguien más en su estudio.
-¡Que escandalo! ¡No son manuscritos tan importantes! –se quejó Dares, el compañero de trabajo de Chaon, de mirada cansada y cabellera enchinada- Tus manuscritos están desactualizados, son pocas cosas las de valor en este estudio. Mis asistentes, Poliedus y Abas, ya se han encargado de realizar el inventario correspondiente –aseguró Dares, y Heleno miró a Chaon con curiosidad.
-Él es Dares, el Tanatólogo del que te hablé –le explicó Chaon, y Dares realizó una arrogante reverencia-. Es un sacerdote tanto de Hefestos como de Thanatos, Poliedus, el joven lampiño, y Abas el de barba, son sus discípulos, o lambiscones, la verdad no estoy seguro –se burló Chaon-. Todos tenemos la marca que me mencionaste, los traje a todos según lo acordado –agregó mientras volvía a subir los pies en la mesa.
-Los poseedores de la estrella de Hypnos –los admiró Heleno, incluso yendo tan lejos como para tomar al confundido de Dares del rostro, e inspeccionarle la marca en la frente-. Pero, tan solo veo a cuatro de ustedes. La estrella que busco forma cinco picos –miró Heleno a Chaon.
-Supongo que no era mentira lo que decía Chaon –enunció un anciano, poniéndose de pie débilmente. Había estado recostado en el suelo del estudio de Heleno, y se tronó los cansados huesos tras ponerse de pie-. Eurydamas, el mercader de tesoros, para servirle, mi príncipe Heleno. Aunque no me explico como un grupo de rapiñeros como nosotros puede serle de ayuda, mi joven señor –exclamo el anciano.
-Puede que sus cuerpos actualmente estén cansados, Eurydamas, pero gracias a las marcas en sus frentes, eso está por cambiar –le explicó Heleno, bajando los pies de Chaon a la fuerza nuevamente, para extender el cuero en el que había estado descansando los pies no hace mucho-. Eurydamas, la estrella que apunta al Norte. Poliedus, la estrella que apunta al Noroeste. Abas, la estrella que apunta al Noreste. Dares, la estrella que apunta al Suroeste. Y Chaon, la estrella que apunta al Sureste –comenzó Heleno, y tras sus palabras, las marcas en las frentes de los mercaderes en su estudio, comenzaron a brillar intensamente, sobresaltándolos-. Ustedes son los elegidos por Hypnos, el Dios del Sueño, y a quienes Thanatos, el Dios de la Muerte, protegerá –tras decir aquello, el cuero en manos de Heleno, que reflejaba a una estrella de cinco picos con los contornos bien marcados, pero sin relleno alguno, comenzó a rellenarse, y tanto las sombras de Hypnos como de Tanathos, se hicieron presentes en el estudio de Heleno-. Ustedes son los Oneiros de esta generación, y las Furias habrán de asistirlos –aseguró Heleno, sobresaltando a los cinco allí presentes, quienes intercambiaron miradas de confusión-. Los dioses, en verdad, encuentran esta guerra fascinante –aclaró Heleno.
Quios. Bosque de Ciprés.
-Siento que ciertos dioses muy molestos están por involucrarse en esta guerra –dentro de los profundos y en esos momentos neblinosos bosques de Ciprés, Poseidón, el Dios de los Mares, revestido en su Escama Marina, y cargando un tridente de plata en sus manos, lideraba el viaje por tierra de un grupo de milicia Cretense, entre los cuales se encontraban los Generales Marinos: Idomeneo de Crisaor, el Rey de Creta, y su Auriga Meríones de Scilla.
El resto de la milicia era en su mayoría soldados Cretenses revestidos en Escamas verdes con sus cascos presumiendo motivos alusivos a aletas o ventosas, similares a los de los legendarios tritones, y llevando amarrados en sus petos cadenas con pequeñas anclas como puntas. Estas Escamas eran una aleación de Malaquita, metal que les daba aquella verdosa tonalidad, y se otorgaba solamente a la milicia que manipulaba el cosmos, inferiores a los Caballeros de Bronce, pero sin limitantes para la cantidad de usuarios que podían vestirlas, lo que no ocurría con los Caballeros de Bronce de Athena, quienes, ya con la inclusión de la Armadura del Fénix, se limitaban a solo 19 representantes de Bronce.
Según se cuenta de las Escamas Marinas, consideradas las primeras en ser creadas, los Atlantes, civilización ahora extinta, crearon primero a las Escamas, que a su vez materializaron a las criaturas mitológicas a las que hacían alusión. Esto era cierto solo para las Escamas de Oricalco, que vestían a los Generales de Poseidón, no así para las Escamas de Malaquita, que revestían a los Soldados Tritón. Las Escamas de Malaquita representaban únicamente a un Tritón, no refiriéndose a Tritón el Hijo de Poseidón y Dios Mensajero de las Profundidades, sino a los Tritones, las criaturas que eran hijos e hijas del Dios Tritón. Así entonces, toda Escama de Malaquita representaba a un solo Tritón, y este Tritón podía tener habilidades específicas o no, magia marina, por ejemplo, pero no sobresalía del resto más que por detalles como el tamaño, la musculatura, o alguna habilidad especial.
Uno de los Soldados Tritón que en esos momentos viajaba en el grupo liderado por Poseidón, era poseedor de un gran intelecto al su Escama de Malaquita representar a un Tritón muy inteligente. Este Soldado Tritón, mantenía constante registro de todo lo que pasaba a su alrededor, cargando inclusive un saco lleno de cueros, y usando la tinta que podía producir con sus ventosas, como instrumento de escritura para manchar el cuero en el cual trabajaba. El nombre de este Soldado Tritón, es Dictis, y su intelecto logró convertirlo en el estratega por excelencia de la Orden de Poseidón, lo cual se representaba por el tridente de bronce en su peto.
Entre los miembros de la avanzada de Poseidón destacaban también otras dos Marinas, nombre con el que se conocían a los soldados manipuladores del cosmos, y que, pese a no poseer el cosmos de los Generales Marinos, podían presumir estas al nivel de, e incluso sobrepasar a, los Caballeros de Plata de la Orden de Athena.
Estas Marinas no eran tan numerosas como lo eran los Soldados Tritón, limitándose solamente a 10 representantes. Existían diversas versiones entre los Cretenses sobre el por qué solo existían 10 representantes de las Marinas, cuyas Escamas eran siempre rojas, y de una aleación de Oro Rojo, muy similar a las legendarias Armaduras de los Argonautas, pero sin contener el preciado Oricalco, ya que, para los Atlantes, el Oricalco era un metal sagrado, y solo podía existir en las Armaduras de los Caballeros Dorados de Athena, como regalo de Poseidón a Athena por su alianza con ella, en las Escamas de los Generales Marinos, y en las Armaduras Argonautas. Entre las versiones más extendidas sobre el número de representantes de las marinas, estaba el que, así como los 7 Generales de Poseidón representaban a los 7 Mares, las 10 Marinas representaban a las 10 profundidades del Océano, o moradas de los hijos de Poseidón. Sin embargo, Oribarkon, uno de los que vestían una Escama Escarlata, sostenía una versión distinta.
Oribarkon, era uno de los pocos individuos que era reconocido por pertenecer a la raza de los Atlantes, una civilización supuestamente muy avanzada, y que se ganó la ira de Zeus quien terminó por hundirla con un terremoto y posterior maremoto, algunos inclusive sostienen que fue hundida por Poseidón, por órdenes de Zeus, por el intento de los Atlantes de conquistar tanto a Egipto como a Hélade, siendo detenidos por los Atenienses. Fuera cual fuera el caso, Oribarkon, al igual que algunos otros Atlantes, sobrevivió, y sostiene que la verdadera razón de que las Marinas son solo 10, es debido a que antes del hundimiento de la Atlantida, esta era gobernada por 10 reyes Atlantes, y cada Escama Marina, representa a cada uno de los reyes simbólicamente.
Oribarkon, como Atlante que es, poseía una llamativa cabellera blanco azulada, y unos lunares similares a los de los Muvianos en su frente, además de unos ojos de un color turquesa muy llamativo. Su Marina representaba a Forcis, una criatura similar a los Tritones, pero más emparentado con los Titanes, una criatura similar a una langosta antropomórfica, de cuatro pinzas por brazos y con un par de colas de Sirena por piernas. Afortunadamente, en su forma de ropaje, no se veía tan monstruosa como la criatura real.
Acompañado a Oribarkon iba su aprendiz de la forja, Cedalión, un Muviano, descendiente del continente perdido de Mu, poseía cabellera anaranjada y larga, ojos escarlatas, lunares violetas sobre sus ojos, y una piel un tanto más pálida que la del resto. Su Escama Escarlata representaba a Automaton, que era una estatua de metal, a la vez que era un ser vivo, creado por Hefestos, y consagrado a Poseidón como protector de la civilización Atlante, un ser muy similar a lo que fue Talos, el gigante de cobre, pero forjado del hierro mismo, lo que hacía a la Escama de Automaton una Escama de bordes afilados especialmente en sus protecciones de los brazos, y en el escudo cuadrado que llevaba en la espalda.
-Cuidado por donde avanzan –comentó Idomeneo, caminando justo al lado de Poseidón, mientras con su lanza, afianzada en ambas manos, picaba los arbustos cercanos antes de adentrarse en ellos-. Es lo más profundo que hemos entrado en el Bosque de Ciprés, mi señor, y no hemos sido capaces de encontrar rastro alguno de Peneleo, Políxeno, Memnón y sus hombres… no quiero pensar lo peor, pero si estuvieran con vida… -se preocupó Idomeneo.
-Ellos aún viven, Idomeneo, puedo sentir sus cosmos –respondió Poseidón, picando con su tridente provisional los arbustos, sabiendo que algo se ocultaba entre la niebla-. Estaría más seguro de ello si mi Tridente no estuviera sellando a Ares en el Escamandro, pero debilitado o no, soy un dios, y mis sentidos están más agudizados que los sentidos humanos –declaró Poseidón.
-No es mi estilo el menospreciarlo, mi señor Poseidón, pero en estos momentos los sentidos de los Atlantes y los Muvianos están un poco más desarrollados que los suyos –le explicó Oribarkon, preocupando a los presentes, y molestando un poco a Poseidón-. Le recuerdo que, pese a su estatus de dios, su cuerpo fue fabricado por Hefestos al su cuerpo original haber sido asesinado por Apolo. Los cuerpos construidos por Hefestos son superiores a los cuerpos humanos, pero poseen sus limitantes. Según mi maestro Hefestos, su cuerpo solo alcanzará el potencial necesario para alcanzar el nivel de los dioses, a sus 18 años, le faltan dos años más –aseguró.
-Hefestos… -enunció Poseidón molesto. Alrededor del cuerpo de Oribarkon se encontraba un pendiente muy hermoso, hecho de oricalco, y con un cristal azul como zafiro en forma de rombo adornándolo, este zafiro brilló como el rubí entonces, mientras Poseidón le dirigía la mirada-. Habla… mis sentidos divinos, ¿por qué no pueden encontrar a mis Generales Marinos? Los hemos buscado por dos semanas ya, y estamos muy retrasados –agregó Poseidón.
-Seguramente es por la neblina. No es una neblina natural. Oribarkon, tomaré posesión de tu cuerpo –enunció el collar, soltando un destello dorado que rodeó a Oribarkon, sus ojos turquesa se apagaron, volviéndose negros, y su cabellera pálida perdió el lustre, volviéndose castaño rojizo. La eterna sonrisa de Oribarkon inclusive se perdió, mientras Hefestos, ya en posesión de su cuerpo, miraba a los alrededores.
-¿Qué le pasó a Oribarkon? –preguntó Dictis, el Soldado Tritón, el resto de los Soldados Tritón estaba igualmente conmocionado. Tanto los Generales Marinos como Cedalión estaban ya más acostumbrados a lo que habían presenciado.
-Tranquilízate, Dictis –comenzó Meríones-. A lo largo de la historia, los dioses han bajado del Olimpo para visitar a los mortales. Sin embargo, dos dioses han perdido sus cuerpos originales al hacerlo. Desde entonces, los dioses solo se presentan ante los mortales con cuerpos prestados, o en el caso de Poseidón y Athena, en cuerpos construidos específicamente para albergar sus almas inmortales. A estos cuerpos se les llama recipientes, Hefestos tan solo no gusta de arrebatarle la libertad a los cuerpos que toma prestados. Para manifestarse, y hacer valer su posesión, decide realizar cambios en los cuerpos que posee, pero este cambio solo se manifiesta mientras el alma de Hefestos esté dentro de su huésped. Regresará a la normalidad cuando Hefestos regrese al Olimpo –le explicó.
-Umm… Quios… -comenzó Oribarkon, poseído por Hefestos en esos momentos-. Tiene bastante que no visito Quios, y esta niebla no es natural. Oribarkon dice la verdad, tus sentidos humanos, potenciados o no por tu divinidad, no pueden ver a través de esta neblina. Te hace falta madurar un poco, amigo mío –aseguró Oribarkon.
-Usa palabras más adecuadas cuando te dirijas a mí, Hefestos –se fastidió Poseidón-. Pareces tener un mejor entendimiento sobre esta niebla. ¿Qué la causa? –preguntó Poseidón, mientras Oribarkon caminaba entre la misma, inspeccionándola.
-No es una neblina normal, eso es seguro –comentó Oribarkon curioso-. Tal parece, mi estimado amigo Poseidón, que hay más dioses apoyando a los Troyanos en esta guerra, de los que habíamos pensado. ¿No has sentido la presencia de otros dioses? –preguntó Oribarkon.
-Además de Phobos, y de Deimos antes que él, había sentido a Escamandro, el Dios del Rio, quien aún en estos momentos pretende liberar a Ares de mi tridente –le comentó Poseidón, y Oribarkon asintió-. Nyx y Eos están presentes, pero no intervienen a favor o en contra de nadie. Además de ellos, siento a lo lejos que Hypnos y Thanatos están por despertar –aclaró Poseidón, sobresaltando a los presentes.
-Los he sentido yo igualmente –le comentó Oribarkon, caminando entre la niebla, liderando al grupo-. Pero he sentido a otros dioses, algunos menores, otros mayores pertenecientes incluso a otras civilizaciones. En Lesbos sentí a Cibeles y a Atis, Dioses Menores tal vez, pero los Frigios los consideran Dioses Mayores. Aquí en Quios además, puedo sentir la presencia de otro dios, un Dios de los Vientos que ha levantado esta neblina. Se esconde profundo, bajo la tierra misma –dedujo Oribarkon, sorprendiendo a Poseidón.
-¿En el Palacio de Enopión? –preguntó Poseidón, y Oribarkon asintió- Entonces ya sé dónde buscar, lo que no sé es de quién esperar afrenta. ¿Qué Dios del Viento podría siquiera pensar en desafiarme? –le preguntó Poseidón.
-Tendría que ser uno que sintiera una aversión tan grande por usted, mi señor, que lo enfrentaría indistintamente sin importarle el que sea usted un Dios Olímpico, o muy tonto para creerse que, por ser un ser reencarnado, puede hacerle frente –aseguró Oribarkon. Poseidón, en respuesta, cerró sus manos con fuerza sobre su tridente-. La otra alternativa sería un Dios del Viento que no sintiera odio por usted, pero amor por Apolo –terminó Oribarkon.
-Te agradezco, Hefestos, ya sé a quién enfrento, y donde lo he de buscar. Puedes retirarte –agregó Poseidón, y Oribarkon reverenció, su collar regresó al color del zafiro, y Oribarkon, ligeramente adolorido, se frotó la frente, requiriendo inclusive de Cedalión para ayudarle a caminar-. La neblina la causa un Dios del Viento, más específico, el Dios del Viento del Oeste, Céfiro, quien es a su vez rival como es amante de Apolo –le explicó Poseidón a Idomeneo.
-¿Amante de Apolo? –preguntó Idomeneo sorprendido- La única historia que conozco sobre Apolo y Céfiro, es la de su amor mutuo por un muchacho de nombre Jacinto que eligió a Apolo en lugar de a Céfiro como amante. Hasta donde recuerdo la historia, Apolo y Jacinto practicaban el lanzamiento de disco, y Céfiro con sus vientos controló la trayectoria del mismo para que al regresar le partiera el cráneo a Jacinto –terminó Idomeneo.
-Y Apolo, en lugar de tomar represalias contra Céfiro, prestó más importancia en convertir la sangre de Jacinto en una flor que desde entonces lleva su nombre. ¿No encuentras sospechosa esa historia, Idomeneo? –preguntó Poseidón, e Idomeneo pensó al respecto, pero fue Dictis quien respondió tras haberlo descubierto.
-¡Céfiro es amante de Apolo también! –dedujo Dictis, el líder de los Soldados Tritón, y Poseidón asintió- Además, Quios es también famosa por ser el lugar donde Apolo vivía con otro de sus amantes. Cipariso creo que era su nombre, hijo de Télefo, el Rey de Misia –finalizó. Poseidón le dirigió la mirada a Dictis impresionado, el escriba entre los Soldados Tritón tan solo buscaba entre los cueros enrollados en su bolsa, buscando aquella información.
-Dictis es un escriba, mi señor –comenzó Meríones-. Su trabajo es el de recopilar toda la información posible de los acontecimientos del mundo, y mantenerlos registrados. Es Dictis quien lleva el registro de todos los acontecimientos de la Guerra de Troya… bueno, él y sus discípulos. Dictis asignó a varios escribas por ejército con la finalidad de no perderse absolutamente nada de la guerra, él piensa que algún día sus escritos conservarán fielmente los acontecimientos de la Guerra de Troya –sonrió Meríones.
-Por tu bien, espero que no me hagas ver como un tirano en dicho escrito, Dictis… soy un dios de bondad –agregó Poseidón arrogantemente-. Pero es verdad, Cipariso fue también uno de los amantes de Apolo, y el Ciprés, fue el árbol en que Apolo lo transformó cuando Cipariso mató accidentalmente al siervo sagrado que Apolo le había regalado para sellar su amor –aseguró Poseidón-. Lo que intento decir es que Quios es famosa por ser la isla de la depravación de Apolo y de Céfiro, quien debo agregar, también era amante de Cipariso. En otras palabras, Apolo y Céfiro compartían a sus amantes y estos rondaban libres por toda Quios –les explicó Poseidón.
-Lo que significa que Céfiro, pese a ser rival de Apolo por el amor carnal masculino, es igualmente amante de Apolo y, por consiguiente, su aliado –dedujo Idomeneo, y Poseidón asintió-. Básicamente esto nos dice, además, que Céfiro es uno de los Epítetos del Sol de Apolo, como lo fueron Tenes y Hemithea en Tenedos –aseguró.
-No exactamente –enunció Oribarkon, esta vez el verdadero Oribarkon-. Céfiro, al igual que seguramente hacen Cibeles y Atis en Lesbos, a quienes Hefestos ha sentido, seguramente hacen algo similar a los Dioses Olímpicos que no poseen un cuerpo contenedor sin alma propia como lo son Shana, en el caso de Athena, y el cuerpo de Poseidón: o usan un contenedor para sus almas, o depositaron parte de su cosmos en una armadura consagrada a algún dios. Al Céfiro ser amante de Apolo, y ser un Dios Menor, lo más probable es que haya dotado a alguna Glorie de su cosmos, y se la haya entregado a alguien, probablemente algún amante –aseguró Oribarkon.
-Entonces el responsable de esta niebla es un Epíteto del Sol portando la Glorie de Céfiro –concluyó Meríones, y Poseidón volvió a asentir-. Usted también mencionó que ya sabía a donde dirigirse. ¿Hay algún templo en honor a Céfiro o a Apolo en Quios? –preguntó Meríones.
-Para comprender el presente, y mirar al futuro, hay que recurrir a la historia, Meríones –respondió Poseidón-. La historia se conserva para aprender del pasado, y no repetir los errores en el presente de cara al futuro. ¿Qué error cometería alguien en Quios, que podríamos estar cometiendo en el presente? Esta pregunta va dirigida a ti, escriba. ¿Dónde deberíamos buscar en Quios? Seguro conoces alguna historia interesante –sonrió Poseidón. El grupo notó entonces que Poseidón sabía perfectamente a donde iban, Oribarkon parecía tener una noción de aquello de igual manera, pero Poseidón prefería que quienes lo seguían dedujeran las cosas por ellos mismos, aquello como parte del aprecio que sentía por los humanos, y deseoso de que continuaran superándose.
-¿Qué error alguien cometería en Quios, mi señor Poseidón? –preguntó Dictis, intentando descifrarlo, y buscando entre sus escritos- Podría tratarse de la historia de Orión, quien visitó precisamente esta isla en los tiempos en que las constelaciones apenas estaban siendo creadas –comenzó Dictis-. Cuenta el relato que Orión viajó desde su natal Creta hasta Quios, donde se enamoró de la bella Mérope, hija del rey de Quios, Enopión –Poseidón asintió, indicando que aquella era la historia correcta, el grupo entonces prestó toda su atención a Dictis-. Enopión era hijo de Dionisos y Ariadna, quien tuvo a su hija Mérope por su unión con la reina Hélice. Orión, deseoso de desposar a Mérope, pidió a su padre Enopión su mano en matrimonio. Pero Enopión, habiendo perdido a su esposa Hélice cuando Zeus la subió al cielo como la Constelación de la Osa Mayor como agradecimiento por ella haber sido su nodriza en Creta, ya había tomado a su propia hija, Mérope, como sustituto, iniciando una relación secreta e incestuosa con Mérope –les explicó Dictis, preocupando a algunos de los presentes quienes no consentían el incesto, no por lo turbio, sino porque era bien conocido que un matrimonio incestuoso no producía más riquezas, el caso de Diomedes con su prima Egialea era el ejemplo perfecto de aquello-. Codiciando a su propia hija, Enopión consintió que Orión la desposara solo sí lograba cazar a todas las criaturas de la Isla de Quios –les explicó mientras leía sus escritos en los cueros que cargaba-. Orión, siendo el cazador excepcional que era, cazó presa tras presa, presentándolas a Mérope, pero cuando Enopión continuaba negándose a entregarla, Orión tuvo suficiente y violó a Mérope. Se cuenta que Enopión, sabiendo que Orión era un semidiós muy peligroso, en lugar de castigarlo, embriagó a Orión, y solo entonces le arrancó los ojos, dejándolo para vagar por la eternidad en Quios –terminó Dictis orgulloso.
-No, yo estuve allí, así no es como termina la historia –lo interrumpió Cedalión, horrorizando a Dictis, ya que él pensaba tener la versión definitiva de la historia, y apuntaba a Cedalión con suma molestia e incredulidad.
-¿Disculpa? –preguntó Dictis molesto- ¿Cómo que estuviste allí? Lo que te cuento pasó hace muchos, muchísimos años, en tiempos en que las Armaduras Doradas aún no terminaban de crearse, en tiempos en que Heracles realizaba sus 12 trabajos –insistió él.
-500 años no es tanto tiempo para un Muviano –le comentó Cedalión-. Conocí a Orión, hace 500 años aproximadamente. Orión, en efecto, fue cegado por Enopión, pero no vagó eternamente por Quios, sino que Orión en su ceguera cayó al mar, nadando hasta Lemnos, donde yo me entrenaba como herrero junto a Hefestos –le contó Cedalión cálidamente, haciendo memoria-. Hefestos se apiadó del pobre de Orión, y me pidió que yo fuera sus ojos, y lo llevara hacia el este, a donde los rayos de Helios, en ese entonces aún el regente del Sol, brillaran con mayor intensidad. Gracias a Helios, Orión recuperó la vista, yo regresé a Lemnos, y Orión a Quios buscando venganza contra Enopión. Pero llegado a Quios, el palacio de Enopión no estaba por ninguna parte. Lo último que supe de Orión es que regresó a Creta, donde se convirtió en compañero de cacería de Artemisa… hasta que decidió intentar violarla y un escorpión lo mató para protegerla. Zeus subió a Orión al cielo, y Artemisa al escorpión como la Constelación de Escorpio, de la cual Artemisa creó la Armadura Dorada de Escorpio que hoy lleva Diomedes, quien es como el séptimo o el octavo caballero que la viste. Las Armaduras Doradas no son tan viejas –agregó él.
-¿Cómo que tienes más de 500 años? Si no te ves tan viejo –se impresionó Dictis, Cedalión solo sonrió algo incomodado por el desconocimiento del Soldado Tritón-. Pero si lo que dices es cierto, es mi deber dejarlo registrado. ¿Qué prueba tienes de tu edad? –exclamó preocupado.
-Es un Muviano –defendió Oribarkon-. Su esperanza de vida está cerca de los 3,000 años. Por cierto, yo soy Atlante, y no se conoce aún a un Atlante que haya muerto por vejes, no somos inmortales, pero mientras no nos maten, bueno, para darte una idea, la Atlantida tenía casi 9,000 años de existir antes de hundirse, y yo estuve allí cuando se hundió, ¿Cuánto va de que se hundió? Veamos… yo estuve en la guerra entre los Atenienses y los Atlantes, eso fue hace unos 300 años… ese año se hundió la Atlantida… tendré aproximadamente 9,500 años –sonrió Oribarkon, los presentes se sorprendieron por la revelación.
-Olviden a la Atlantida, se están desviando del tema en cuestión –se molestó Poseidón-. El punto de la historia es que, cuando Orión regresó a Quios buscando a Enopión para vengarse, no lo encontró ni a él, ni a Mérope. Esto fue porque, mientras Cedalión llevaba a Orión al este para recibir la bendición de Helios que le regresaría la vista, yo pedí a Hefestos que enterrara el palacio de Enopión bajo la tierra de Quios, como castigo a Orión por haber violado a Mérope. Sabiendo que mi hijo Orión era un bruto y un salvaje, además de un gran cazador que encontraría a Enopión y a Mérope sin importar donde se ocultaran, pensé que enterrar el palacio era la forma más sencilla de ocultar a Mérope. Pero por supuesto que Apolo no consintió el que ni Hefestos ni yo estuviéramos en su isla de la depravación, y nos impidió a Hefestos y a mi restaurar el palacio de Quios, que desde entonces permaneció enterrado bajo Quios ya que decidí, por mi amistad con Apolo, el respetar sus deseos. Ya todos sabemos cómo terminó aquello, así que, ya que no le debo consideraciones a Apolo, voy a usurpar su isla todo lo que me venga en gana, comenzando con restaurar la ciudad subterránea, devolviéndola a la superficie, solo espero recordar donde la enterramos –comentó Poseidón, llegando a un claro en el bosque, donde, sorpresivamente, encontraron a uno de los Generales de Poseidón, quien inspeccionaba el área en esos momentos-. ¿Memnón? –preguntó Poseidon sorprendido.
-¿Eh? –preguntó Memnón, dándose la vuelta, y encontrando a Poseidón y los demás saliendo de los bosques y entrado al claro- ¡Mi señor! ¡Qué alegría me da el verlo! –declaró Memnón, mientras Idomeneo llegaba ante él, e intercambiaba un amigable apretón de manos con el General Marino de Kraken- Aunque preferiría que fuera en mejores condiciones. La niebla aquí es una locura, y Peneleo y Políxeno aun corren peligro –aseguró Memnón.
-¿Qué ocurrió, Memnón? –comenzó Idomeneo preocupado- Tiene semanas que no sabemos de ustedes. ¿Fueron atacados? –indagó Idomeneo al respecto, y Memnón asintió.
-Por un Epíteto de Apolo, Cipariso de Céfiro o algo así –explicó Memnón, comprobando lo que Poseidón sospechaba-. Acampábamos, nos atacó desde las sombras, a mí me noqueó con un dardo envenenado, y despachó a Peneleo y a Políxeno con una facilidad inquietante. Desperté a tiempo para defenderme, pero el muy desgraciado se me escapó, llevándose a Peneleo y a Políxeno con él. Al resto de los Soldados Tritón que nos acompañaban, los asesinó sin piedad –les explicó Memnón, e Idomeneo, Meríones y Poseidón, bajaron sus cabezas entristecidos-. Pensé que Peneleo y Políxeno habían sufrido el mismo destino, me preparaba para regresar con las malas noticias, cuando escuché un tenue zumbido, he seguido ese zumbido por semanas, lo seguí hasta aquí, creo que Políxeno se las arregló para construir una flauta y comunicarme su ubicación, tan solo… me es ridículo, escucho el zumbido metros bajo tierra –apuntó Memnón.
-Por supuesto, porque aquí es donde enterramos el palacio de Quios. ¿De qué otra forma explican un claro tan grande en medio del Bosque de Ciprés? –les comentó Poseidón, elevó su cosmos, y rodeó los alrededores. La tierra tembló, pero nada ocurrió- Me lleva mi hermano Hades… sin mi Tridente, y con este cuerpo aún sin desarrollarse por completo, no poseo el cosmos suficiente para volver a elevar el palacio. Tendremos que hacer esto a la antigua usanza, con violencia… -comentó Poseidón, elevando su tridente de plata, que se rodeó de agua que se materializó de la nada, y tras impactar el suelo, un torbellino de agua destrozó la tierra, abriendo unas grutas subterráneas-. Escucho la flauta… tenías razón, Memnón –comentó Poseidón, y Memnón reverenció-. Resistan, Generales Marinos… Poseidón viene por ustedes… -los ojos de Poseidón, centellaron con los relámpagos de su cosmos.
Lineón. Planicies de Lineón.
-¡Sentirás la fuerza de mis colmillos! –resonó el poderoso grito de Patroclo, que pareció alternarse con un poderoso rugido, mientras Patroclo impactaba la Suplice de Corebo, que se fragmentó en el lugar donde puño y coraza se conocieron. Los Mirmidones ya habían recobrado el control de la batalla, Automedonte inclusive había conseguido sobrepasar el cosmos de Otreos. Todo parecía indicar que Lesbos por fin habría de caer ante los Aqueos- Ríndete, Corebo, los tenemos sitiados –comenzó Patroclo, mientras Corebo escupía algo de sangre. Patroclo al parecer no había únicamente dañado su Suplice con aquel ataque, sino que había logrado herirle los órganos internos, causando que Corebo vomitara sangre-. Es todo… Lesbos ha caído… -aseguró, alzó su brazo, y los Mirmidones dejaron de combatir.
-Brazos abajo, Otreos –enunció Automedonte, el único que aún mantenía la guardia en alto debido a que Otreos se negaba a rendirse, aun y cuando todos los Linienses ya habían bajado las armas-. No es necesario que mueras por tu patria. Instauraremos un gobierno temporal, y les regresaremos su ciudad cuando la batalla en Troya termine –le aseguró Automedonte.
-Ya estamos todos muertos si no los vencemos ahora… -le apuntó Otreos con su espada a Automedonte, quien volvió a alzar sus espadas de agua-. No lo entienden… jamás lo harán… ustedes tienen su guerra, nosotros tenemos la nuestra… -insistía Otreos.
-Basta Otreos… -enunció Corebo mientras se convulsionaba por sus heridas, Patroclo prestó atención. Corebo al parecer estaba aceptando la rendición, pero algo estaba mal, tenía miedo-. Es todo… no nos queda más… combatimos a como pudimos y perdimos. Ahora es responsabilidad de los Aqueos, el sufrir las consecuencias –miró Corebo con molestia a Patroclo, quien comenzó a pensar en la situación actual. Los muelles estaban quemados, los soldados afuera de las murallas derrotados, e incluso la emboscada de Otreos, pese a ser un golpe muy bajo y deshonroso, había parecido un intento desesperado por derrotar a los Aqueos lo más rápido posible. Pero en todo momento, la batalla se llevó acabo fuera de las murallas de Lineón, y los arqueros en su cima no habían auxiliado a los soldados de Lineón.
-Espera… -meditó Patroclo al respecto, observando las armaduras de los soldados de Lineón, y notando que las armaduras de los soldados sobre las murallas, eran distintas. Los soldados en la cima de las murallas, además, poseían pieles más bronceadas, arillos de oro alrededor de los brazos, no cargaban arcos, como le había parecido a Patroclo en un inicio, y llevaban en su lugar ondas y piedras como los Pestaltas del Quersoneso Tracio. En sus cinturones de lino blanco llevaban espadas curvas, y la mayoría tenía tatuajes con distingos muy extraños-. Nos enfrentaron en las planicies, a una distancia bastante considerable de sus murallas –comenzó Patroclo, analizando la situación-. No pidieron refuerzos, no se replegaron, nos enfrentaron valientemente y sin cuartel, y los soldados en la cima de sus murallas, no han hecho nada por defenderlos… ni siquiera movieron un dedo para evitar el incendio de sus muelles… Lineón… entonces su ciudad… -se mordió los labios Patroclo, furioso.
-Lineón cayó incluso antes de que ustedes Aqueos llegaran a invadirla… -le respondió Corebo, los soldados de Lineón bajaron sus cabezas entristecidos, o al menos, Patroclo los pensaba soldados de Lineón hasta esos momentos, ya que Corebo estaba por revelarle la verdad. No todos los soldados en las planicies eran de Lineón, y tras prestar un poco más de atención, Patroclo logró distinguir que enfrentaban a un par de ejércitos distintos, probablemente aliados, y que ninguno de estos ejércitos compartía armadura con los que se encontraban sobre las murallas de Lineón-. ¿Recuerdas cómo te mencioné que soy un Frigio, Patroclo? Frigia está más al este, más lejos incluso que Misia, está tan al este que llegarían antes de Lesbos a Troya que de Lesbos a Frigia. Pero no puedo culparte a ti, un extranjero, por desconocer la geografía de Anatolia. ¿Qué hace un Frigio en Lesbos entonces, Patroclo? Te diré lo que hacemos los Frigios aquí, somos los refuerzos que pidieron los hombres de Lineón a Troya, quien hizo oídos sordos de su petición de auxilio. Otreos y sus hombres sí pertenecen a Lineón, viajaron por todas las tierras aliadas de Troya, desde Dárdanos, hasta el Quersoneso, y de Troya hasta Frigia, buscando apoyo contra un enemigo inmensamente fuerte. Un enemigo que en ausencia de Otreos y sus hombres logró conquistar Lineón. ¿No te pareció que fue inmensamente sencillo para los Aqueos atacar a la capital de Lesbos? ¿Atacar a Mitilene? Toda Lesbos estaba ya en guerra contra el Imperio Hitita cuando ustedes Aqueos llegaron rapiñando lo que pudieran –sentenció Corebo, y Patroclo miró a las murallas, y a los hombres sobre las mismas.
-Los hombres que están allí, ¿son los conquistadores del Imperio Hitita? –preguntó Patroclo, pero Corebo lo negó fervientemente- Entonces me temo que no estoy entendiendo. Si los Frigios vinieron a apoyar a los hombres de Lesbos contra el Imperio Hitita, y Lineón ya ha caído. ¿Entonces quiénes son ellos? –apuntó Patroclo.
-Aliados del Imperio Hitita, de una tierra más al sur donde se adoran a otros dioses, Egipto –le explicó Corebo, a Patroclo le dolía ya la cabeza por la inclusión de tantos reinos-. La historia es complicada, yo solo sé que Kurunta, un líder Hitita, dio un golpe de estado en Esmirna, de donde fue desterrado tras un año en el poder. Tudhaliya IV era el rey Hitita cuando Kurunta intentó el golpe de estado, pero cuando su hijo, Suppiluliuma II, llegó al poder, aceptó a su tío de regreso en su corte. En otras palabras, Suppiluliuma II trabajaba con su tío Kurunta para destronar a su padre. Cuando Kurunta regresó de su destierro en Egipto, se hizo de aliados muy poderosos, quienes le concedieron poderes muy inquietantes. Para que lo entiendas mejor, Patroclo, todo el Egeo está en guerra, y los Aqueos, al mantener asedio en Troya, han propiciado que tanto Egipto como los Hititas, hagan al Egeo suyo –explicó Corebo.
-Lo que entiendo, Corebo, es que Troya tiene bastantes enemigos, y que seguramente se merecen lo que les está pasando –respondió Patroclo amenazante-. Ya veré de qué forma recuperamos tu ciudad. De momento, tú y tus hombres son nuestros prisioneros… -declaró Patroclo, Corebo lo miró desafiante, pero entonces sonrió.
-Al parecer Troya tiene también bastantes aliados, Patroclo de Leo –enunció Corebo, pateando a Patroclo lejos de él, y forzando a los Mirmidones a volver a ponerse en guaria-. ¡Frigios, retrocedan! ¡Otreos! –comenzó Corebo, y Otreos miró a sus espaldas.
-¡Hombres de Lineón! ¡Repliéguense! –ordenó de igual manera Otreos, los hombres de Lineón escaparon, confundiendo a los Mirmidones, Patroclo intentó ordenar la persecución, pero Automedonte llamó su atención.
-¡Mi señor! –lo tomó del brazo Automedonte, forzando a Patroclo a virarse, y a observar lo que acontecía- ¡Sus órdenes señor! –pidió Automedonte nerviosamente, y Patroclo atendió a lo que era más importante.
-¡Escudos arriba todos! ¡Automedonte! ¡Ahora! –ordenó Patroclo, Automedonte subió su muro de viento, y los Mirmidones se prepararon para el impacto, mientras a lo lejos, desde la proa de un navío Misio, un Suplicio Obsidiana reunía todo su cosmos.
-¡Rugido del Inframundo! –exclamó Télefo, el Rey de Misia, y Suplicio Obsidiana de Archfiend, rey quien gobernó en Misia mientras los Aqueos la confundían por Troya, rey que fue herido y curado por Aquiles, rey que, según había dicho él mismo, destruyó la Suplice de Archfiend al no querer tener nada que ver con los Troyanos, un rey por quien Aquiles había sacrificado una gran parte de su vida con tal de curarle- ¡Que la Estrella Celeste de la Muerte, brille sobre los Aqueos! ¡Rugido del Inframundo! –continuó Télefo, mientras Automedonte mantenía los vientos protegiendo a los Mirmidones, aunque era evidente que poco le faltaba para caer rendido- ¿¡Dónde está tu dueño, Patroclo de Leo? –enfureció Télefo.
-Por tu bien, espero que lo suficientemente lejos para no enterarse de tu traición, rey Télefo –respondió Patroclo, cuando las puertas de Linéon comenzaron a abrirse, escupiendo de su interior a los ejércitos Hititas, quienes iban sobre carromatos muy similares a los aurigas, pero de un solo jinete. Aquellos carros de combate estaban tan bien construidos, que los Hititas lograban maniobrar sobre de ellos sin requerir de un jinete como los que utilizaban aurigas, los Hititas en Carro de Batalla era al mismo tiempo los jinetes como eran el guerrero sobre el carro- ¡Escudos arriba! ¡Formación defensiva! –ordenó Patroclo, los Mirmidones se prepararon, pero los carros Hititas los ignoraron, y en su lugar dieron persecución a los hombres de Lineón y a los Frigios, quienes ya llegaban ante los barcos Misios que los esperaban para ayudarlos en la evacuación-. ¿No nos atacan? –preguntó Patroclo sorprendido.
-El enemigo de mi enemigo es mi amigo, Caballero Dorado de Leo –escuchó Patroclo, mientras un guerrero como nunca había visto antes Patroclo, estacionaba su carro de batalla frente a las defensas Mirmidones-. Al menos en esta batalla, ya que Kurunta de Seth, el Dios de los Desiertos, la Fuerza Bruta y el Caos, no consiente la existencia de tus dioses –aseguró Kurunta, un hombre musculoso y fornido, vistiendo una especie de Ropaje Sagrado de Cobre con incrustaciones de Oro, ropaje que le cubría brazos y piernas, además de una buena parte del pecho, donde dejaba de ser cobre y presumía una coraza de oro. El casco también era de cobre, con la forma de alguna especie de caballo u oso hormiguero, Patroclo no estaba seguro, era una bestia que jamás había visto antes, y adornaba el casco mismo con una tela a manera de tocado que le caía por los hombros. Una tela igualmente de lino blanco se encontraba amarrado alrededor de su cintura.
-No me fío del enemigo de mi enemigo es mi amigo, Kurunta, ¿qué quieres realmente? –desafió Patroclo, saliendo de la barrera de escudos, y encarando a Kurunta directamente, mientras el poderoso emperador Hitita reía bruscamente.
-Imprimir el miedo en todos a quienes podría enfrentar, y pagar una deuda de gratitud al mismo tiempo. Gracias a ustedes los Mirmidones, Lesbos ha caído, y aunque no nos quedaremos para saquearla, lo que realmente queremos es el mar –aseguró Kurunta, en el mar, Télefo volvió a reunir las energías de su poderoso ataque en su garganta, Patroclo lo notó, pero Kurunta no se mostró intimidado-. Este es el trato, cachorro de león… Lesbos, por pasaje seguro por su mar. Una vez Troya haya caído, y controlemos todo el Egeo, Hititas y Aqueos pueden negociar –ofreció Kurunta, dejando a Patroclo en una precaria situación.
-¡Rugido del Inframundo! –atacó Télefo desde los barcos, la tremenda explosión puso a Patroclo nuevamente en guardia, pero Kurunta, con su espada curva con la empuñadura de una cobra oscura de ojos de rubí, partió sin complicaciones el ataque de Télefo a la mitad.
-Colmillo de Apofis… -enunció entonces Kurunta, sonriente, burlesco-. Oh, supongo que debí haber enunciado el nombre de mi ataque primero, y atacado después. Lo lamento, he pasado tanto tiempo en Egipto que me olvidé –se burló él.
-Y he de suponer que recordarás una alianza si llegara a sellarse entre Aqueos y Egipcios… lo lamento Kurunta, pero no te creo… ¡Mirmidones! –llamó Patroclo, preparando sus puños-. ¡Plasma Relámpago! –atacó Patroclo, Kurunta recibió los golpes, pero las hileras de cosmos no rompían su extraño ropaje.
-¿Ni un rasguño? –se impresionó Automedonte, mientras Kurunta, inmenso en comparación a ambos, alzaba su espada curva, que se llenaba de remolinos de arena- No siento un cosmos en él, pero obviamente es fuerte. ¡Todos atrás! –ordenó Automedonte, la arena se arremolinó más rápidamente, cegando la vista de Patroclo, de Automedonte, y del resto de Mirmidones. Pero los vientos de improviso, cesaron. Kurunta no estaba en ninguna parte, y sus soldados habían desaparecido de igual manera, tragados por la arena.
-Tomaste una decisión, Patroclo de Leo –enunció Kurunta, aún si no estaba por ninguna parte-. Por fortuna para ti, se me requiere en otro lugar. Disfruta de Lineón, ustedes los Aqueos se lo han ganado. La tierra es suya, las vidas, ya he tomado las que requería –y sin más, la voz de Kurunta dejó de escucharse.
-¿A qué se refiere con que ha tomado las vidas que requería? –preguntó Automedonte, mirando en todas direcciones, y notando que oscurecía un poco- ¿Qué está…? –se preguntó Automedonte, mirando al cielo, y notando que el Sol oscurecía- ¿Un Eclipse? –preguntó curioso.
-No es el momento de preocuparse por eso… -declaró Patroclo, mirando en dirección a los navíos Misios, que habían terminado de recoger a los Frigios y a los soldados de Lineón. Corebo y Otreos ya se encontraban a izquierda y derecha de Télefo, quien miraba a Patroclo fijamente.
-Es el momento, mi señor Télefo, seguro que con el apoyo de los Misios podríamos recobrar no solo el control de Lineón, sino de toda Lesbos –pidió Corebo, pero Télefo lo negó, y se mantuvo sin dar sus órdenes-. ¡Mi señor, se lo ruego! ¡Allí en Lineón está el pueblo de Otreos, y la mujer que se me prometió por esposa! ¡Antissa! ¡La hija del Rey Mácar! –pidió Corebo.
-Me temo, querido Corebo, que por más que lo deseen, ya no hay nadie a quien salvar en Lineón –escucharon Corebo y Otreos, se dieron la vuelta, notando a una bella mujer, revestida en una especie de Suplise, una de un negro profundo con adornos de bronce, con unas alas que recordaban a las alas en las Suplices de los Jueces del Inframundo, aunque era más que evidente, que no se trataba de un juez, sino de alguien superior a los Jueces, y a los Suplicios Obsidiana, ya que Télefo, en esos momentos, consintió en arrodillarse frente a ella.
-Ker, Diosa de la Muerte Violenta –enunció Télefo ante los confundidos de Corebo y Otreos-. Una Diosa Menor, y una de las Furias al servicio de Thanatos, el Dios de la Muerte. Si ella dice que no hay nadie en Lineón a quien salvar, es porque es la verdad –terminó Télefo.
-¿A qué te refieres? –preguntó Otreos confundido, virando a la borda, y mirando a la ciudad que presumía sus puertas abiertas- Silencio… no hay más que silencio… ¿qué ha pasado en Lineón? –preguntó Otreos, y en tierra firme, Patroclo tenía las mismas dudas.
-Mirmidones… conmigo… -comenzó Patroclo, teniendo un mal presentimiento. Automedonte dio la señal, y el ejército de Mirmidones siguió a Patroclo en dirección a las puertas abiertas de la ciudad, y una vez dentro, todos se horrorizaron-. Por Athena… -comenzó Patroclo, cayendo en sus rodillas, Automedonte a su lado no lo soportó, se viró y vomitó, otros en el ejército de Mirmidones, compartieron la misma reacción.
La ciudad de Lineón estaba en un silencio inquietante, y la razón, era más que evidente, los cuerpos de los cadáveres de los pobladores de Lineón estaban por todas partes. Hombres, mujeres, ansíanos, niños, incluso los animales, todos salvo los gatos que bebían la sangre de los muertos buscando hidratarse, o que mordisqueaban los cadáveres arrancándoles un poco de carne. La escena era ya de por sí perturbadora, pero destacaba aún más en la mente de Patroclo el hecho de que todos los cadáveres habían sido degollados, como si de alguna clase de sacrificio de algún tipo se tratase. Los cuellos degollados proliferaban por toda la silenciosa ciudad, y lo peor era que semejante matanza no había sido ni por tesoros, ni por alimento, ya que todo animal había sido sacrificado salvo los gatos, y las casas no parecían haber sido saqueadas, Patroclo no lo comprendía del todo bien, los Hititas, o Egipcios, o la combinación de ambos, llegaron y asesinaron, no tenía sentido, los habían matado a todos sin razón, o al menos aquello era lo que Patroclo pensaba, cuando notó a una joven arrodillada en medio de los cadáveres, enteramente cubierta de sangre, y abrazándose a sí misma mientras respiraba pesadamente. Había más sangre alrededor de ella que alrededor de toda la ciudad, y por la cantidad de cuerpos a su alrededor, Patroclo tuvo un muy mal presentimiento mientras se acercaba a ella, y se arrodillaba frente a la traumatizada joven.
-Los mataron a todos… -comenzó la chica, mirando a Patroclo, quien en su mirada ya no dibujaba la determinación como hacía siempre que se encontraba en batalla. Fuera del campo de batalla Patroclo volvía a ser el faldero del que todos se burlaban, y en estos momentos, su corazón se partía al ver a la joven-. Se llevaron a los jóvenes… a los fuertes… hombres en su mayoría, pero también a algunas mujeres. A los demás, los mataron sin importar si eran niños o ancianos, solo los sacrificaron en honor a un tal Seth… los sacrificaron sobre mí, bañándome son su sangre… -lloró con fuerza la chica, aunque por el dolor que sentía por haber presenciado semejante barbaridad, el alarido que deseaba soltar se arremolinaba en su garganta, y solo emitía angustiosos cánticos funestos-. Los mataron… los mataron a todos… ¿Quiénes eran? ¿Eran los Aqueos? –preguntó ella aterrada.
-No… los Aqueos vienen conmigo… -le explicó Patroclo, y la aterrada joven se horrorizó-. Tranquila, ya has sufrido lo suficiente, no voy a hacerte daño… -adelantó Patroclo, y la joven trastabilló, pero asintió-. ¿Quién eres que los Hititas te hicieron algo tan horrible? –preguntó Patroclo.
-Antissa… sorbió la joven, hiriendo a Patroclo aún más-. Hija del Rey Mácar de Lesbos, quien gobierna en Mitilene… ¿acaso eres Patroclo, el que se rumora que asesinó a mi padre? –preguntó ella, levantando una de las dagas ceremoniales en el suelo, una que se utilizó para cortar las gargantas de a quienes tenía a su alrededor. La furiosa joven deseaba alguna compensación por todo lo que había sufrido, y no temía usar la horrible daga abandonada por los Hititas como herramienta para lograrlo.
-Soy Patroclo de Leo, y aunque mi palabra puede que no valga nada para ti, no asesiné a tu padre… -declaró él, y Antissa sorbió con fuerza-. No siento más que respeto por tu padre. Soy su enemigo, no lo niego, pero incluso entre los enemigos, existe el respeto, esto que le ocurrió a Lineón… incluso yo lo aborrezco… -le aseguró, y ella lloró con más fuerza.
-¿Qué va a pasar conmigo ahora? –lloró ella preocupada, a lo que Patroclo no respondió, sabiendo lo que debía pasar para que Antissa pudiera salvar su vida- No me convertiré… en concubina de nadie… -susurró ella, tomó el cuchillo, intentó clavárselo en su propio cuello, pero Patroclo la detuvo a tiempo- ¡Déjame morir! –lloró ella.
-No… -fue la respuesta de Patroclo-. Después he de disculparme con Polidora, pero por salvar tu vida… Antissa, y por el profundo respeto que siento ante tu padre… –continuó Patroclo, quitándose la capa, y limpiando el rostro y parte del cabello de Antissa con el mismo, revelando su verdadera cabellera negra y enchinada-. En estos momentos te reclamo como mi concubina… y te prometo que voy a cuidar de ti… y a vengarme por la tragedia que ha caído sobre tu gente… -declaró Patroclo, levantando a Antissa del suelo. La abatida joven aceptó su destino, dejando caer la daga ceremonial con la que se había asesinado a su pueblo-. Automedonte… que nuestros hombres den prioridad a conservar la carne de los animales que puedan. Curen la misma, consuman la que consideren que no puede ser curada, y cuando terminen de descansar y saciarse, quiero que comiencen a cavar zanjas –agregó Patroclo, sorprendiendo a Antissa.
-Dudo que alguien tenga el estómago para alimentarse en estos momentos, amo Patroclo, pero prepararemos el alimento fuera de Lineón –enunció Automedonte, Patroclo asintió y se preparó para retirarse junto con Antissa, pero Automedonte lo detuvo-. Mi señor… debo objetar en algo. Cavar zanjas para los muertos, nos tomará varios días. ¿Por qué no formar una pira y terminar con esto más rápidamente? –preguntó Automedonte, y la reacción de Antissa, fue la de cerrar sus manos dolida por lo que escuchaba.
-Se lo he dicho a mi nueva concubina, Automedonte… no siento más que respeto por Mácar… y por respeto, celebraremos tres días de luto por los caídos en Lineón –declaró Patroclo, mirando a los Mirmidones bajo su mano- ¡Celebraremos en honor a los de Lineón, los honores que solo se le son profesados a los grandes héroes caídos en batalla! ¡Celebraremos los ritos fúnebres de Lineón! –declaró Patroclo, y los Mirmidones, orgullosos de su segundo al mando, obedecieron-. Vamos… te bañaré en mi tienda… la hija de Mácar debe estar presentable para los Ritos Fúnebres del pueblo al que tanto amaba –finalizó Patroclo, llevando a Antissa a los campamentos Aqueos, dispuesto a mantener su promesa de respeto, ante su gran oponente.
Troya. Décima Ciudadela, Ilíon. Estudio de Heleno.
-Parece que las hostilidades entre Troyanos y Aqueos aún no se han resumido –comentaba Chaon, asomándose por la ventana del estudio de Heleno, desde donde se podía observar las playas de Troya, incluso lograba distinguir los campamentos, y escuchar a los Aqueos celebrando mientras se embriagaban y disfrutaban la llegada de los pueblos que incursionaron en el Quersoneso Tracio- Y yo que decía que las hostilidades jamás cesarían. Todos los días escuchábamos la guerra demasiado cerca desde nuestro taller en la Ciudadela de Temiste –se preocupó Chaon.
-Ya que he comprobado que son quienes pensaba que eran, Chaon, puedes despedirte de la Ciudadela de Temiste –comentaba en ese momento Heleno, sosteniendo la cabeza de Eurydamas, sentado en una silla frente a Heleno, con sus ojos en blanco, y con la punta de su frente que apuntaba al norte brillando intensamente. Vestía una Suplice diferente a las demás, poseyendo un casco militar con visor, y un par de hombreras amplias en cada extremo de la Suplice como su principal característica. La Suplice era además de un tono negro grisáceo, y dejaba muy poco espacio para ver piel entre las conexiones-. Pienso inclusive, que mientras tenga su lealtad, podrían ostentar un puesto privilegiado en los mercados de la Ciudadela de Ganimedes, codeándose junto a los nobles, exprimiéndoles su dinero –les sonrió Heleno, mientras detrás de él, un sumamente impresionado Dares, y unos aterrados Abas y Poliedus, miraban el trance en que había entrado Eurydamas, quien comenzó a reír en ese momento.
-No lo sé, mi señor Heleno. El poder que me ha brindado me hace pensar lo insignificante que fui antes –respondió Eurydamas, poniéndose de pie, mientras sus compañeros admiraban su Suplice-. Hoy Eurydamas de Morfeo ha nacido. Siento como si hubiera adquirido vida eterna, y la belleza que me ha entregado por amante, mi señor Heleno, ni en los días de mi juventud había soñado con semejante mujer –sonrió Eurydamas impresionado, mientras frente a él se materializaba Ker, la Furia, una de las sirvientas de Thanatos, además de su hermana.
-He transmitido mi mensaje de muerte, mi querido Eurydamas… todos en Lineón están muertos menos la princesa Antissa, y confirmo que Télefo ha jurado lealtad a Hades, a cambio de la información que tanto quería –les explicó Ker, abrazada del cuello de Eurydamas, el anciano calvo que se sentía inmensamente afortunado-. Las Furias y los Oneiros dominarán esta guerra, y mientras más sueñes, mi querido Eurydamas, más poderosa me volveré. Después de todo eres ahora, el receptor del cosmos de Morfeo, el Rey de los Sueños… sueña mi valiente Oneiro –agregó Ker lujuriosa.
-Muy bien, iré a vomitar a una esquina –se quejó Chaon, molestando a Eurydamas, Ker no le brindó atención alguna-. Si la Suplice de los Oneiros que prometes, Heleno, viene con una de esas, la acepto, pero no me pidas que observe mientras el vejestorio de Eurydamas se lleva a una diosa a la cama, es repulsivo –se quejó Chaon.
-Ker no siente nada por Eurydamas, Chaon, tan solo es partidaria de que el fin justifica los medios –le explicó Heleno, mientras Chaon se asqueaba de ver al anciano de Eurydamas besando a Ker, y levantándola para llevarla a un sitio más privado-. Normalmente, Thanatos es demasiado posesivo de sus hijas, las Furias, y de su hermana Ker, como para entregarlas a los Oneiros quienes son sus esposos. Pero esta vez ha hecho una excepción por la importancia de esta guerra. Ker no puede ver a Eurydamas, solo ve a Morpheo, su esposo. Además, Ker está dispuesta a hacer todo, lo que sea, en el nombre de Hades, sienta o no sienta nada al hacerlo –le comentó Heleno.
-Si bueno, pero a mí me va a tocar una amante también, ¿verdad? –preguntó Chaon, molestando a Heleno-. Quiero decir, sé que son Furias, y no van a hacernos daño por aceptar el cosmos de los Oneiros, ¿verdad? Eso sería una pesadilla –aseguró Chaon.
-Palabras más proféticas no podían haber salido de los labios del Oneiros de las Pesadillas, Chaon –se burló Heleno, preocupando a Chaon-. En cuanto a la esposa de Phobetor, su nombre es Ápate, y está obsesionada con Phobetor a tal nivel, que te matará si le eres infiel –le comentó Heleno, y Chaon tragó saliva-. Tranquilo, ella es atractiva, la pasarás bien, pero sus deseos carnales no son lo importante, sino lo que significa la relación entre Omeiros y Furias –insistió Heleno-. Mientras más fuerte el dominio de un Oneiros, más poderosa será la Furia que es su esposa. Así que mientras Eurydamas sueñe, el cosmos de Ker Crecerá, esa es la bondad de los Dioses Menores, sus dominios no son omnipresentes como los poderes de los Dioses Mayores, pero bajo condiciones propicias, pueden ser igualmente devastadores. Y yo sé cómo potenciar el poder de las Furias, y he de aprovecharme de ello… -finalizó Heleno, inmensamente divertido.
Quios. Reino Subterráneo de Enopión.
-Pensé, mi señor Poseidón, que solamente había enterrado a un Palacio, no a toda una ciudad –habló Oribarkon sorprendido, cuando tras seguir a Poseidón varios metros bajo tierra, frente al grupo de rescate que buscaba a los Generales Marinos de Dragón Marino y de Sireno, apareció una inmensa ciudad subterránea-. No sé si sea buena idea el invadir una ciudad subterránea con nuestros números actuales… -declaró Oribarkon.
-No voy a abandonar a mis Generales Marinos, Oribarkon. Sé que la misión de los Aqueos está en riesgo, pero confío que Shana estará bien aún con nuestro retraso actual… -aseguró Poseidón, bajando por las escaleras de la ladera escarpada sobre la cual se extendía la ciudad subterránea, Idomeneo fue detrás de él sin dudarlo, el resto tan solo intercambió miradas.
-Peneleo ya está lo suficientemente molesto conmigo, como para que piense que lo he traicionado esta vez también –comenzó Memnón, y comenzó a seguir a Poseidón de igual manera-. Además, Políxeno me cae bien, es el único que escucha mis historias –aclaró.
-Yo las escucho, señor Memnón –comentó Dictis, pero Memnón ya se había adelantado, Meríones fue detrás de él, y le siguieron Cedalión, y un intranquilo Oribarkon. El resto de los Cretenses comenzó a bajar también, al menos hasta el momento en que Dictis pensó escuchar algo a sus espaldas, se viró, pero no encontró a nadie allí, por lo que siguió al resto del grupo, y tras hacerlo, una figura en una Suplice oscura de bordes escarlatas, se materializó, con su piel pálida y ojos oscuros, mirando a Memnón a la distancia.
-Puedo sentirlo, Poseidón… la confianza incondicional que sientes por tus Generales Marinos –sonrió la mujer sombríamente, con un par de colmillos asomándose entre sus labios delicadamente pintados de violeta, que sobresalían bastante por su piel pálida-. Sería una lástima que Ápate, la Furia de la Traición, te arrebatara a uno de tus queridos Generales Marinos, ¿no lo crees? Voy a gozarlo… como no tienes una idea, dios débil y corrompido… -se saboreó ella, mientras comenzaba a sembrar la semilla, que traería tantas desgracias a Poseidón.
