Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es iambeagle, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is iambeagle, I'm just translating her amazing words.
Thank you Meg for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 28
POV Edward
Bella se queda a pasar la noche.
No le pregunto por Ben y ella tampoco lo menciona. Una parte de mí se pregunta si debería sentirme culpable ya que la novia de otro hombre pasará su noche conmigo. Pero esto no es así. No es como las veces que Bella y yo follábamos a espaldas de Tanya. Me permito pensarlo ahora durante un breve segundo y me entierro en vergüenza.
Soy un cabrón.
Fui un novio de mierda y una persona terrible.
Merezco estar solo.
Pero no quiero estar solo esta noche. No se lo pido, y ella no se ofrece, pero Bella se queda, y me siento tan jodidamente agradecido.
Le sugiero que se acueste en mi cama, pero no quiere apartarse de mi lado. Siendo honesto, también tengo miedo de que se vaya. No tengo nada que inhalar ni con que joderme el cuerpo además del licor en la alacena. Pero sé que no puedo beber porque si lo hago tendré que ahogar la urgencia de consumir, y ya he llegado muy lejos para eso.
Así que bebemos más té y nos recostamos juntos en mi cama, en la oscuridad. Hablando. Sin tocarnos. Después de un rato me doy cuenta de que nunca hemos hecho esto. Solo… estar juntos así. Apoyándonos. Abiertos y honestos. Incluso al inicio era lujuria disfrazada de amor, peleas y follar, pero no amigos. Nunca amigos.
Hacemos planes, llamaré en la mañana al centro de rehabilitación y organizaré todo antes de ir allá. Saber qué esperar me hace sentir un poco mejor.
—Puedo averiguar los datos del ferry y buscar los horarios. Dudo que vaya a estar lleno, pero tal vez deberíamos comprar los boletos con anticipación —dice Bella, y después de un momento me doy cuenta de que ella también planea ir.
—¿Los dos? —pregunto con el corazón martilleando, desesperado por su confirmación.
—Es que pensé… —Se ve preocupada por un breve segundo—. O sea, si quieres ir solo, puedes hacerlo. Pero quiero ir contigo, solo hasta que te registres. Si crees que eso está bien, si me lo permites.
Si pudiera besarla, lo haría. Pero no puedo porque ella es de alguien más. E incluso si no lo fuera, nosotros ya no hacemos eso. En vez de eso, asiento y esbozo la primera sonrisa real en mucho tiempo. Es pequeña y está teñida con tristeza, pero ahí está. Casi me siento esperanzado. Y eso es todo lo que importa.
XXX
Me siento enfermo.
No sé qué hora es cuando Bella me encuentra en el baño, sentado a oscuras en la orilla de la tina con la cabeza entre mis manos. Estoy intentando respirar, pero no está sirviendo. Se me acelera el corazón y me da vueltas la cabeza.
Ella se pone de inmediato de rodillas y me pregunta qué tengo. Le digo que me siento enfermo, pero no puedo obligarme a decirle que me desperté y pensé que estaba teniendo un paro cardíaco. Ella me trae agua y me aparta el cabello de los ojos. Me dice que la mire, que me enfoque en ella. Se sienta conmigo hasta que siento que puedo moverme, luego me ayuda a regresar a la cama y se acurruca a mi lado.
—¿Estás en la etapa de desintoxicación? —susurra en la oscuridad.
Niego con la cabeza. Eso fue hace unas semanas, y la desintoxicación no se sintió así. Como si tuviera un agujero en el pecho. Como si el aire que respiro se escapara de mí.
—Dime qué puedo hacer para ayudarte —me suplica
No lo sé. No lo sé.
Empieza a decirme que respire con ella. Inhalar. Exhalar. Lo hace de forma audible y escucharla hacerlo me ayuda un poco. Lo hacemos durante un rato hasta que el dolor en mi pecho disminuye. Empieza a hablar conmigo en ese momento, su cuerpo sigue entrelazado con el mío. Habla de cosas al azar. O tal vez solo me resulta difícil enfocarme y hacer conexiones con lo que ella está diciendo. Pero después de un rato se desvanece el pánico que fluye a través de mí, se me calma el estómago y desaparece el cosquilleo en mis manos.
Nos quedamos cerca. Miro el techo durante lo que parecen ser horas y eventualmente sé que se queda dormida al notar que su respiración se estabiliza.
No sé si estoy bien, pero ya no siento que me estoy muriendo. Es casi un alivio hasta que me acecha un miedo nuevo, y durante un breve segundo temo haber cambiado una droga por otra. Cocaína por Bella.
Pero ella no me destruye. No me promete una vida mejor y luego me la arranca. Ella es curación y suavidad, y la amo, carajo.
Así que se lo digo. A pesar de que está dormida y no me escuchará, quiero que lo sepa.
No podría hacer esto sin ella. No podría. Si logramos sobrevivir a esto, nunca más la volveré a cagar. No lo haré. Ahora ya la veo, y quiero que ella también me vea. Algún día quiero ser el hombre que ella se merece. Si eso es lo que ella quiere. Si es que alguna vez volvemos a estar en ese sitio.
Quiero ser el hombre que siempre debí haber sido.
XXX
La mañana transcurre muy rápido, de la forma en que lo hace cuando estás temiendo algo.
Bella investiga el horario del ferry y me ayuda a recoger la casa de mis padres mientras yo contacto al centro de rehabilitación. Después de confirmar que todavía tienen sitios disponibles, paso un rato hablando con uno de los empleados sobre los servicios que ofrecen y qué es exactamente lo que necesito para mi plan de recuperación. Es un poco abrumador, y la urgencia de consumir sigue ahí, al acecho, esperando el momento perfecto para presentarse. Esperando a que me rinda y ceda. Pero luego Bella pasa a mi lado y sonríe o me trae té o solo está ahí carajo, y me siento bien.
Me da espacio y privacidad al decirle que voy a llamar a Emmett.
Él responde de inmediato.
—¿Todo bien? —pregunta en vez de saludar de forma normal, con tono curioso y cauteloso. Me hace sentir culpable. Usualmente nunca lo llamo, así que debe asumir lo peor. En especial después de anoche.
—Sí, yo uh… —carraspeo y hago tiempo.
—Edward… —Es como si pudiera escuchar los engranajes en su cabeza intentando averiguar cómo la cagué.
—Estoy bien —murmuro, reuniendo el valor para decirle—. Iré a rehabilitación. —La línea se queda en silencio, así que sigo—. Hoy. En unas horas, y solo quería que lo supieras.
—Es grandioso —dice al fin—. De verdad. Yo, carajo… —Hace una pausa—. Estoy jodidamente orgulloso de ti.
—Todavía no te ilusiones —digo, quitándole importancia a la bola de emoción que tengo en el pecho.
—Cierra la boca, hombre. Lo harás muy bien. —Suspira, pero no es resignado ni irritado como el de anoche. Es una mezcla de alivio y esperanza—. Puedo acompañarte. Solo déjame hablar con mi jefe y…
Lo interrumpo.
—Aprecio la oferta, Em, pero Bella sigue aquí. Ella me acompañará durante el viaje en ferry.
—Oh.
—Como amiga —aclaro antes de que empiece a idear cosas.
—Bien. ¿Debería acompañarlos de igual forma?
Le sonrío al piso.
—Así está bien. Intento no hacer todo un espectáculo de esto, ¿sabes?
—Quiero que sepas que te apoyo.
—Sí lo sé. Lo sé. Y lo aprecio —digo con sinceridad—. Aunque puedes hacerme el favor de contarles a mamá y papá. Es que… no quiero ser yo quien les diga. Me siento raro y avergonzado, y es… mucho.
—Claro que sí.
Le doy todos los detalles que tengo hasta ahora sobre dónde me quedaré y por cuánto tiempo, y prometo llamarle pronto luego de haberme internado.
—¿Oye, Edward? —me dice justo antes de colgar.
—¿Sí?
—Feliz cumpleaños.
XXX
Permanezco en silencio el resto del día. Reflexivo. Nervioso. Me tomo mi tiempo al empacar mis cosas, y eventualmente Bella me dice que debemos irnos si queremos alcanzar el ferry de las tres de la tarde.
El cielo está gris y el aire de finales de octubre está helado.
Está haciendo mucho viento, y sugiero que nos sentemos dentro, pero Bella quiere estar de pie en la cubierta superior del ferry, así que eso hacemos. Es difícil subir las escaleras con mi pierna, pero lo logramos. Avanzamos con lentitud.
—Hace frío —dice Bella, arrugando la nariz.
Sonrío un poco.
—Te lo dije.
—¿Estás bien? —pregunta. Yo miro hacia el agua, a las montañas a la distancia.
—Estaría mejor si pudiera fumar —digo con honestidad, rascándome la quijada.
—Pues… no hay nadie aquí —dice mirando a su alrededor, apoyando la espalda en la barandilla. El cabello se le enreda en su rostro descubierto y está usando una de mis sudaderas favoritas ya que no tenía nada más para ponerse. Es tan jodidamente bonita. Me trago el instinto de decírselo y en vez de eso también miro a mi alrededor. Me agrada que estemos solos. Es como si estuviéramos en nuestra propia burbujita.
Durante un segundo finjo que no voy de camino a rehabilitación. Finjo que estamos juntos y que iremos a Bainbridge Island solo porque sí. Por diversión. Me hace pensar en los primeros meses de nuestra relación cuando hicimos un viaje por carretera hacia California. Yo quería comprarle un amplificador a alguien en línea y le pedí a Bella que me acompañara. Tomamos la ruta escénica hacia Sacramento, volviéndolo todo un viaje que duró una semana. Fue una de las veces que me contuve de consumir, considero contárselo ahora. Que no siempre fue todo malo. No siempre fui una mierda ni un mentiroso. Pero no se lo digo y el recuerdo desaparece con la misma rapidez con la que apareció.
—No puedo fumar aquí —le digo, sacando de todas formas el encendedor para tener algo que hacer.
—Pero estamos afuera.
—No puedes fumar en un ferry. Es ilegal —le recuerdo, mi pulgar mueve el encendedor, encendiendo la mecha.
—¿Sí? —pregunta sorprendida.
—Había letreros en todas partes. —Me río y ella sonríe igual—. Me multarían.
—Supongo que no estaba prestando atención, con eso de que no fumo.
Aparto la vista de ella, entrecerrando la mirada a la distancia.
—Entonces, ¿no intentabas tenderme una trampa? ¿Hacerme romper la ley ni nada así? —Estoy bromeando, y durante un segundo se siente bien.
—No —dice juguetona, empujándome un poco—. No haría eso. Solo quiero cuidarte, delincuente.
Es cierto. Ni siquiera sé por qué.
Aparto una urgencia diferente en ese momento. De tocarla. Besarla. Alejo los pensamientos de hundir la cara en su cuello y suplicar por su perdón. Incluso si ella piensa que no me odia por todas las cosas tan jodidas que he hecho, yo lo sé mejor. Nunca podré olvidar todas las cosas que la hice pasar. Las peleas. El mal humor. Los celos y las mentiras. Las inseguridades que le hice creer que estaba imaginando. Ni siquiera sé por qué está aquí ahora, pero eso solo demuestra que es mejor persona que yo.
—Sabes que puedes llamarme —dice de la nada.
—¿Desde rehabilitación?
—Si te dejan. —Se encoge de hombros—. Si quieres. Me gustaría.
—No sé si me permitirán tener el teléfono conmigo —digo.
Sonríe.
—¿Ya estás intentando deshacerte de mí, Cullen?
—¿Qué? No. —Se me sonrojan las mejillas—. Nunca he ido a rehabilitación. No sé qué esperar.
—Incluso si no te dejan tener el teléfono, estoy segura de que tendrán uno que podrás usar.
La miro.
—¿De qué podríamos hablar? —pregunto con suavidad, no porque esté en contra de la idea. Solo quiero saber.
—De lo que queramos —dice con simpleza—. Puedes contarme sobre tus días, tus batallas y victorias, y… lo que queramos.
Quiero eso. Quiero apoyarme en ella y hablar con ella y que todo se trate de ella. De verdad que sí.
Solo que hay algo más.
—¿Crees que Ben estaría de acuerdo con eso? —pregunto. Detesto que estoy pensando en él, y que estoy considerándolo para empezar.
Bella mira detrás de mí y vacila. Se da la vuelta para quedar de frente al agua otra vez, agarrando la barandilla con las manos.
—Terminamos. Así que…
—¿Cuándo?
Me mira y hace una mueca.
—Después de que te visité en el hospital la primera noche.
Ahora en serio quiero fumar.
—Mierda. Bella. —Me froto la ceja—. Lo siento.
—¿Qué? —Niega con la cabeza—. No lo digas. Por favor.
—¿Fue por mí?
—Sí y no. Fue más que nada porque yo estaba intentando hacer funcionar algo que no funcionaba.
Esto se siente muy familiar.
—¿Igual que nosotros? —pregunto con cuidado, examinando su cara.
—No como nosotros —insiste—. Ni de cerca. Es por eso que quiero que me llames cuando estés allá. Todavía quiero que seamos parte de la vida del otro. En cualquier capacidad que eso pueda ser.
—Si me quitan el teléfono no me tendré tu número —comprendo, sintiéndome estúpido—. No me lo aprendí.
—¿No?
—No. Nunca me vi en la necesidad de hacerlo.
—Cierto, pero… yo me sé el tuyo de memoria. —Me lo dice con orgullo, casi de forma presumida. Quiero besarla—. Espera un segundo. —Me deja solo. Sin darme explicaciones; solo desaparece dentro del ferry y tarda un par de minutos en volver. Saco mi cajetilla de cigarros y los cuento, luego me pongo uno detrás de la oreja. Cuando regresa tiene un Sharpie en la mano.
—¿Para qué es eso? —pregunto, conteniendo una sonrisita.
—Déjame ver tu escayola.
Hago lo que me dice, extendiendo la muñeca. La agarra con ligereza y escribe algo en el yeso blanco usando el Sharpie negro. Se toma su tiempo, acercándose con la mirada en su actividad. Está tan jodidamente cerca. Sigue con la cabeza agachada. Puedo oler su cabello. Sentir su calidez. La mano que no está escribiendo en mi escayola está apoyada en mi antebrazo, y yo solo… anhelo su toque. Anhelo lo bien y cálido y suave que me hace sentir. Soy débil por ella.
Alza la vista a mí brevemente con una sonrisita en los labios.
—No veas —me dice, y no estoy viendo. No estoy viendo lo que ella está escribiendo porque solo la estoy viendo a ella.
Me suelta al terminar y retrocede un poco, sonriendo con orgullo. Bajo la vista y veo su nombre pulcramente escrito en mi escayola junto con diferentes dibujos. Una flor. Una nota musical. Un símbolo de paz. Un jodido corazón.
—Ahora no tienes que aprenderte mi número —dice suavemente—. En cuanto al resto… tu escayola necesitaba un poco de personalidad. —Se ríe.
Me duele el pecho.
No sé por qué, solo me duele.
Ella capta mi expresión, su sonrisa decae.
—Es una estupidez, lo sé.
—No es una estupidez —digo en voz muy baja.
—Es que…
La agarro en ese momento y la jalo a mí. Me rodea de inmediato la cintura con sus brazos y exhala, su cuerpo se relaja en el mío. Nos abrazamos con su cara apoyada en mi pecho. El brazo que no tiene escayola le rodea los hombros. Mi palma se mueve a su nuca, manteniéndola cerca, enredo los dedos en su cabello. Anhelo la jodida tranquilidad que ella me causa.
Levanta un poco la cabeza, apoya su mejilla en mi camiseta. Probablemente puede escuchar mi jodido corazón martilleando en mi pecho. Con ella así de cerca, me veo abrumado por el impulso de presionar mis labios con los suyos. De mostrarle con mi boca lo agradecido que me siento por ella. Pero no lo hago. Me contengo y justo ahora esta urgencia sobrepasa las otras que viven en lo más profundo de mi ser.
—Te escuché —susurra.
—¿Qué?
—Anoche.
No la suelto. No me muevo. No quiero que vea mi cara.
—También te amo —murmura.
Se me cierra la garganta y siento que no puedo respirar. No puedo pensar con claridad porque todo el día he estado sintiendo eso de ella. Toda la noche anterior. Y por muy desesperado que me haya sentido de escucharla confirmarlo, sé que no me lo merezco.
Me merezco su lástima y resentimiento. No me merezco su amor.
—Bella. —Trago pesadamente—. No tienes que decirlo. No lo digas, por favor.
Se aparta y me mira. Tiene los ojos húmedos, igual que mi camiseta. Le limpio las lágrimas con el pulgar.
»No —murmuro, pero no sé si le estoy diciendo que no me ame, o si le estoy rogando que no llore.
—¿Por qué no? —pregunta—. ¿Por qué no debería decirlo?
—Soy un jodido adicto —le digo. Es la primera vez que lo digo en voz alta y duele tanto como pensé. Ella no puede amar a un adicto.
—Eres más que un adicto —insiste, me agarra la cara para obligarme a verla.
—Nunca seré normal.
—¿Y?
—Nunca será fácil estar conmigo. Jamás.
—No espero que lo sea —dice con firmeza.
—Ni siquiera sé si podré estar mejor —confieso, y duele tanto como admitir que tengo un problema. Por muy duro que pueda intentarlo, no hay una solución fácil para esta vida que he puesto en marcha para mí.
—Pero lo estás intentando. Lo estás intentando, y estoy jodidamente orgullosa de ti.
Sus palabras caen. Su toque me calma.
Pienso en Emmett en ese momento, y en nuestra conversación de anoche antes de la llegada de Bella. Por mucho que me haya hecho enojar, sus palabras estaban cargadas de honestidad.
—No puedo estar contigo —susurro. Decir eso duele más que todo—. No ahora. No durante un largo tiempo. No hasta que te merezca. —No hasta que esté curado y completo y jodidamente mejor.
—Edward, lo sé —repite con una voz muy tierna—. No espero nada de ti. Yo tampoco estoy ahí todavía, o sea… para algo romántico. Solo quería que supieras que te amo, y que estaré aquí para ti. —Pausa y añade—: Como amiga.
—Ni siquiera sé si merezco eso, Bella.
—Cierra la boca —dice, exhalando una carcajada—. No importa lo que hayas hecho, ¿de acuerdo? Suéltalo. Yo también estoy intentando soltar todo. Estoy intentando perdonarnos a los dos por el pasado y seguir adelante.
El viento le mueve el cabello alrededor de la cara y se lo aparto, mirándola. Sus palabras me brindan una esperanza que todavía tengo que ganarme.
—¿En serio?
Asiente.
—Lo que importa es que ahora quieres mejorar. No importa nada más.
Exhalo temblorosamente, luchando contra mis emociones.
—¿Y si no me gusta quien soy después de esto? —le pregunto con seriedad.
—Ya te lo dije anoche; seguirás siendo tú, Edward. Pero solo las mejores partes —responde con facilidad como si no acabara de borrar el miedo y dolor en mi pecho—. No creo que debas asumir lo peor. No sabes cómo será este proceso. Ni yo lo sé. Pero sí tienes que esforzarte e intentar dar lo mejor.
—Bien —digo suavemente porque, aunque sé que tiene razón, sigo jodidamente aterrado y fuera de mi zona de confort.
Nos quedamos ahí parados uno junto al otro, y un silencio cómodo persiste entre nosotros mientras miramos hacia el Sound y las olas rompiéndose. Nuestro destino ya está más cerca, y se nos acaba el tiempo. Ella me lanza miraditas, sonríe con timidez y aparta la vista cuando la atrapo.
Lentamente nos volvemos a acercar el uno al otro. Hasta que estoy de pie detrás de ella, con mis manos en la barandilla, encerrándola gentilmente. Lentamente recarga los hombros hacia atrás, de modo que queda apoyada en mi pecho, y la inhalo. Memorizo esta vulnerabilidad en mis huesos y la atracción que siempre sentiremos el uno hacia el otro.
—Oye —digo.
—¿Hmm?
Bajo el mentón sobre su clavícula, acerco mi boca a su oreja.
—Gracias —susurro, sintiéndome abrumado con gratitud hacia ella—. Gracias por estar aquí.
Gira la cabeza, su boca está justo ahí. Pero aun así no nos besamos.
—De nada.
Por muy tentador que sea hablar de nuestro futuro, no lo hago. En vez de eso, me doy este momento de incertidumbre sobre nosotros y mi sobriedad. Es humillante y duele, pero es necesario.
Todo está a punto de cambiar.
Tiene que cambiar.
Y cambiará.
Solo espero que cuando todo haya terminado, ella siga aquí.
