Capítulo 31

Al tercer suspiro ofuscado, Sakura alzó la vista de la parte de la novela que estaba revisando ese día. Llevaban cuatro horas trabajando, en aparente perfecta sintonía como era su costumbre, pero en el ambiente se saboreaba un toque diferente, una tensión contenida, una pizca de frustración y otra de agitación. Había sido la tónica de los últimos cinco días. Y la buhardilla parecía haberse convertido en una olla a presión, que en cualquier momento podía estallar.

Otro suspiro más, pero esta vez sonó más a bufido molesto, y decidió dejar los papeles sobre la mesita auxiliar que tenía junto a la butaca.

—Está bien, ¿qué ocurre? —preguntó sabiendo que él estaba deseando soltarlo de una vez.

—Ya lo sabes. Ha sido idea tuya.

Sakura tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener el gesto impasible. Al parecer él había tenido tiempo de sobra para estudiarla, para adivinar lo que quería, lo que pensaba, y no le iba a dar el gusto de diseccionarla en ese momento. No cuando intentaba ocultarle lo que sentía por él.

—Y si ya lo hemos acordado, ¿por qué seguimos hablando de ello? — repuso cruzándose de brazos, impaciente.

—No hemos acordado nada. Dije que si no me dabas otra opción… tendría que asumirlo —indicó él volviendo a pasarse la mano por el cabello de delante hacia atrás, como era su costumbre cuando estaba molesto.

No lo iba a negar, sentía cierto placer poniéndolo contra las cuerdas, haciéndolo sufrir un poquito. ¿Estaría despertando en ella una faceta de dominatrix? Se imaginó vestida de cuero de los pies a la cabeza y empezó a picarle toda la piel. No, definitivamente, no. Sacudió la cabeza, tenía que centrarse en las quejas del que aún era su jefe.

—Pero no lo estás asumiendo —le respondió, volviendo al gesto impertérrito.

—Es que esto no es lo que quiero. No lo entiendo. Somos personas adultas. Trabajamos bien juntos y hay algo entre nosotros. ¿Por qué no podemos disfrutar de ambas cosas?

¡Ay! Esa pregunta se la hacía ella a sí misma al menos una docena de veces a lo largo del día. Pero luego recordaba que estaba enamorada. Así, con letras grandes, mayúsculas, y hasta cantos de pájaros y lluvia de purpurina alrededor.

Enamorada.

No lo había estado antes en su vida, al menos de una forma real. No como lo estaba en ese momento. Y se había dado cuenta en los últimos días de que la imagen romántica del amor, esa que vendían en las películas y leía en los libros, no era exactamente como la contaban. El amor también daba dolor de cabeza, y de barriga, y de corazón. El amor era frenético, delicioso, excitante, ardiente, pero también agónico, delirante y frustrante. Sobre todo, cuando ella estaba enamorada y su jefe estaba… caliente. La noche en la que se destapó todo, le dijo que quería hacerla suya. Estaba claro que se refería a sexualmente hablando. Quería poseerla, quería hacerle el amor salvajemente, quería… No podía decir lo que quería porque su lenguaje se volvería sucio, muy muy sucio. Pero estaba claro el concepto. Lo que no sabía él, era que ella quería ser suya, pero de todas las formas posibles. Si le daba eso, eso que era lo único que no le había dado aún, estaría perdida y ya no tendría salvación. Al menos ahora sentía que tenía un poco de control sobre lo que pasaba entre ambos. Sabía que tenía una opción de salvarse.

—Porque no se puede —declaró con contundencia—. O trabajamos juntos, o nos divertimos juntos, pero no podemos hacer las dos cosas —repuso repitiendo su argumento. Eso era lo que le había dicho a él tras romper el contrato, que le daba la opción de elegir entre su cuerpo y su mente, pero que no podría tener ambas cosas.

—Pensaba que las mujeres erais capaces de hacer varias cosas a la vez…

Sakura entornó la mirada.

—No vayas por ahí… —le advirtió.

—¿Por qué? ¿Vas a castigarme sin sexo? —preguntó él con sarcasmo.

Se levantó de la silla y empezó a caminar por la buhardilla, volviendo a resoplar. Le dio la espalda, observando los post-it de la pared principal. Él tenía los hombros en tensión y los rotó varias veces en movimientos circulares, hacia atrás. Ver cómo se contraían los músculos de su espalda le secó la boca. Esos hombros y esa espalda eran tan anchos como para cargarla ella sin esfuerzo. Recordó el momento en el que él la cargó a cuestas y posó las manos en su trasero, estrujándolo. Y tuvo que morderse el labio inferior para no gemir, mientras apretaba los muslos entre sí.

—Yo no te he castigado sin nada. Solo he puesto unas normas —dijo conteniendo la excitación, intentando reafirmarse en su postura.

Uchiha debió notar algo en su tono, porque se giró de inmediato. Y, para su sorpresa, fue hasta la butaca, se inclinó sobre ella y apoyando ambas manos en los brazos de la misma colocó su rostro a escasos centímetros del suyo para analizarla con interés.

Tuvo que parpadear varias veces al sentirlo tan cerca. Su olor llenó sus fosas nasales, la calidez de su aliento le acarició los labios y su mirada, esa mirada magnética, le alteró el ritmo de la respiración.

Él recorrió su rostro con parsimonia, ladeándolo a un lado y a otro, a tan escasos centímetros que en más de una ocasión creyó que se rozarían sus labios. Parecía un león olisqueando a su presa, y ella se quedó tan excitada como petrificada.

—¡Lo sabía! Me deseas, piruleta —anunció él, separándose de repente.

—¡Cuánta arrogancia, por Dios! —dijo ella protestando, enfadada consigo misma y con el hecho de ser tan débil como para haber estado a punto de caer. Esta vez fue ella la que bufó y se cruzó de brazos.

—No lo quieres entender. Yo te veo. Te veo desde la primera vez que posé los ojos en ti, a través de la cámara de Stone. Estuve allí, como diez minutos, observándote y leyéndote. Y desde entonces te has convertido en mi libro favorito.

Sin aliento.

¿Se le podía decir algo más bonito a una mujer? Bueno, él era escritor, su don eran las palabras, quiso quitarle importancia a la declaración al instante o se tiraría en sus brazos.

—No… —soltó el aire por la nariz y sus labios dibujaron una sonrisa nerviosa—, no puedes leerme. —Sacudió la cabeza con poca convicción.

—Claro que sí. Y sé que me deseas, tanto como yo a ti. Pero creo que tienes… miedo.

Sakura parpadeó un par de veces seguidas. La pausa dramática antes de la palabra «miedo» le había quedado de fábula para añadir tensión al momento.

—Yo no tengo miedo, eso es ridículo —aseguró ella sacudiendo la mano, pero desvió la mirada a un lado por temor a que él realmente pudiese verlo en sus ojos.

—Demuéstramelo —la retó él. Y Sakura supo que, una vez más, él había tejido su tela de araña para llegar a ese momento y atraparla en sus redes.

—No tengo que demostrarte nada. Aún sigo siendo tu ayudante por unos días. Tenemos un contrato laboral, ciñámonos a él.

Le habría encantado soltar aquello y, muy altiva, haber salido de allí, rauda, veloz, antes de que él pudiese darle la vuelta a la situación y hacer de las suyas, pero su pierna se lo impedía. Se imaginó viendo con estupor, llegar hacia ella la devastadora ola de un sunami. Para luego mirarse los pies, y comprobar, con estupor, que estos estaban prisioneros en una bañera llena de cemento fraguado.

—Por supuesto que sí. Me haces elegir entre tu cuerpo y tu mente y no estoy dispuesto a hacerlo. Llámame egoísta, pero quiero los dos.

Sakura tragó saliva tras su abierta declaración de intenciones, sobre todo cuando él volvió a acortar la distancia entre ambos.

—A ver cuánto consigues aguantar —dijo él justo antes de echarse las manos a la espalda y sacarse el suéter por la cabeza.

Sakura apretó los labios al ver su pecho, musculoso, duro, excitante y sexi, completamente descubierto.

—¿Qué pretendes? ¡No puedes hacer eso…! Vas a coger frío… —añadió con premura cuando él fue a quitarse los pantalones.

—Claro que puedo. Nuevo código de vestimenta para el trabajo. Mi casa, mis normas.

Sakura empezó a reír nerviosa, hasta tal punto que todo su pecho se convulsionó en pequeñas sacudidas, mientras parpadeaba sin parar, e intentaba negar con la cabeza al mismo tiempo.

Itachi sonrió al verla al borde de un ataque de nervios. Así llevaba él los últimos cinco días. Y ella lo había seguido torturando. Después de la gran revelación, había esperado que las cosas avanzasen entre ambos. Minutos antes habían estado a punto de hacer el amor por fin, después de días de agonía y espera. Lo que no imaginó es que su piruleta le saldría con el cuento de que tenía que elegir entre una u otra parte de ella. No le encontraba el sentido, y eso que no había hecho otra cosa más que pensar en ello esos días.

Ya no podía más. No iba a renunciar a la química y la complicidad que había entre los dos en el trabajo, porque era algo único que no había logrado jamás con nadie. Pero tampoco iba a renunciar a tenerla. Eso que ni se le pasase por la cabeza. Y si tenía que jugar sucio para lograrlo, bueno, se tiraría al barro de cabeza.

—¡Bromeas! ¿Verdad? No pienso ir desnuda por la casa, todo el día.

—Tranquila, soy un caballero, no tengo la intención de obligarte. Tienes otras opciones…

—¿Cómo por ejemplo? —se oyó preguntar a sí misma, intentando evitar que su vista bajara más allá de la cintura masculina. Pero era difícil, muy difícil.

—También puedes tener una cita conmigo.

—Una cita, quieres una cita… —repitió atónita—. Los jefes y sus empleadas no tienen citas —argumentó cruzándose nuevamente de brazos.

—Puedo hacer dos cosas, romper nuestro contrato y llevarte de vuelta a San Francisco hoy mismo, o… hacer un paréntesis en nuestra relación laboral y tener una cita. Como comprenderás no puedo saber qué parte prefiero de ti, si no pruebo algo de tu otra faceta. ¿Cómo sabré si no, si me compensa?

Sakura se quedó sin aliento. No quería volverse ya a casa. ¿Sería él capaz de zanjarlo todo de esa manera?

—Ya has probado parte de mi cuerpo. Estás intentando liarme.

—No he probado lo suficiente, pero además, yo no acostumbro a acostarme con mujeres sin más. La parte física también conlleva cierto tipo de relación. Salir, cenar, esas cosas. ¿Qué me dice a mí que luego no seas un peñazo total en las citas?

—¡Eh! ¡No soy aburrida! —se oyó a sí misma protestando, intentando defenderse, aunque no lo tenía tan claro. Siempre había pensado que no se le daban muy bien las citas. No sabía flirtear, y su mundo de libros no solía ser el tema de conversación más popular del mundo.

—Demuéstralo —volvió a repetir, y al posar las manos en sus caderas en espera de una respuesta, la vista de Sakura descendió sin querer hasta esa parte de su anatomía que quería evitar a toda costa.

—Por favor, mírame a los ojos para contestar o me sentiré un hombre objeto —se burló de ella.

Sakura se tapó los ojos con la mano y además giró la cabeza.

—Está claro que no piensas parar con esto hasta que no diga que sí, ¿verdad?

—Qué bien me conoces…

Sakura frunció los labios en una mueca.

—Una cita. Solo una cita. Pública, con gente, a plena luz del día —replicó según se le iban ocurriendo términos.

—Muchas condiciones para alguien que asegura no tener miedo. Pero está bien. Mañana tendremos una cita. Y ahora, deja de distraerte mirándome el trasero y ponte a trabajar, piruleta.