Llegó al salón de pociones descansado como pocas veces. El ácido en su estómago, sin embargo, no era por las horas extras de sueño, o porque la siguiente clase fuera pociones dobles con Slytherin y Gryffindor, sino por la aciaga premonición de que Potter arruinaría su vida de alguna forma en algún momento de esta semana.
Con un hechizo puso los ingredientes de la poción y mandó callar a un grupo ya silencioso. Mientras observaba los desastres en potencia, notó a la perfección a Draco con una intención maliciosa. Mientras que en cualquier otro momento lo hubiera dejado pasar, en cuanto Draco provocó a Potter, los dos escuincles recibieron el grito antes que Potter pudiera responder a la provocación.
—Señor Malfoy, señor Potter. Se quedarán al final de la clase. Terminen sus pociones. Tienen 20 minutos.
Sin esperar respuesta, pero esperando el silencio que le dejaba escuchar el hervor de cada caldero, continuó vigilando a los idiotas que no se tomaban en serio los T.I.M.O.s y la advertencia que había hecho al principio de curso.
Cuando los alumnos abandonaron la mazmorra, se sorprendió al ver a Potter siendo el primero en obedecer la orden dada y llegar frente al escritorio antes siquiera de tomar sus pertenencias, pero habiendo dejado limpio el espacio utilizado en clase. Sin mostrar su sorpresa, esperó a que Draco tomara su lugar al lado de Potter.
—Señor Malfoy, de usted espero un mejor comportamiento en el futuro. No toleraré que antagonice más al señor Potter.
—Pero…
La réplica que fuera a dar murió en sus labios ante la severa mirada de amonestación que le dirigió.
—Señor Potter, de usted espero mayor madurez. ¿Me expresé claramente? —terminó para ambos magos.
—Sí… profesor —pareció corregirse a tiempo.
Entrecerrando los ojos ante el desliz que no llegó a suceder, rodeó el escritorio para quedar frente a los jóvenes magos.
—Dense la mano y dejen atrás sus rencillas pasadas —ordenó secamente.
Potter reaccionó de inmediato, aunque lentamente, acercando una mano renuente en dirección a Draco. Draco, en cambio, miró el gesto con aberración.
—No tengo toda la tarde, joven Malfoy. No me haga repetir mi orden o restaré puntos a su casa.
Con gesto agrio, Draco reaccionó al fin. Tomó la mano extendida hacia él y la soltó tan rápido como si hubiera tocado inmundicia. Al ver cumplida su orden, despidió a Draco. Dejó a Potter esperando, incómodo.
—Apresúrese a su siguiente clase, asegúrese de no llegar tarde —mandó tibiamente. Esta vez, el muchacho había actuado bien.
El chico asintió una vez y salió corriendo, apenas deteniéndose para tomar las pertenencias que había dejado atrás.
Al verlo salir del salón de pociones, se recordó que un par de aciertos no significaban que el muchacho tuviera alguna esperanza en absoluto.
A las siete de la noche, en sus habitaciones privadas, Snape se regodeaba en haber acertado con respecto al muchacho. A las ocho en punto, cuando se preparaba para retirarse por el día, las barreras mágicas alrededor de las habitaciones anunciaron una presencia. Sabiendo bien que no era el viejo chalado o algún otro profesor, bajó las barreras para dejar pasar al estudiante que lo requiriera por cualquier motivo.
Ver entrar a Potter lo enojó sólo un poco más que la sorpresa de verlo allí a pesar de la hora. El muchacho entró de nuevo hasta quedarse a la mitad de la habitación, mirando al piso y sin moverse más que para jalar la manga del suéter sobre su mano. Miró al chico sin decir palabra. Aunque quería hacer un comentario mordaz por la presencia del chico, aunque quisiera burlarse y correrlo de la habitación; aunque quisiera burlarse de él por así pagar su cambio de actitud, no lo hizo. No había pronunciado palabras vacías cuando le dijo al chico que cambiaría de actitud hacia él… Había demasiado en juego.
—¿Qué hora es esta para su llegada, señor Potter? —preguntó secamente.
—Lo siento, pro… señor —dijo aún jalando la manga de su ropa—. Dijo que tenía que venir un día sí y otro también… pero no sabía a qué hora. Ayer no me dijo a qué hora presentarme. Yo...
Le llevó apenas un segundo darse cuenta que así era.
—Tiene razón, señor Potter. Mi molestia no está justificada.
Sólo al escucharlo, el muchacho elevó la mirada con esos ojos escondidos tras las gafas que reflejaban el fuego de la chimenea. El resto de su rostro, sin embargo, mostraba una absoluta sorpresa.
—Especifiquemos una hora para los siguientes días. Las seis de la tarde me parece una hora razonable para justificar su presencia. Así podrá decir que tiene clases extra de pociones, o lo que satisfaga la necesidad.
—Pero no debo decir mentiras, señor —respondió cabizbajo de nuevo.
—No a mí, Potter. Pero deberá mentirle al resto. La evasión no lo llevará muy lejos en las situaciones importantes.
Ante la respuesta, el cuerpo del chico dijo más que su silencio. Mientras llevaba la mano cubierta por el suéter de forma protectora hacia su cuerpo y además la cubría con la diestra, el resto de su cuerpo se tensó.
—Muéstreme sus manos, señor Potter.
Sin verlo, tras una duda instintiva, el muchacho obedeció de inmediato.
—Explíqueme su herida —ordenó furioso en cuanto vio la piel abierta en el dorso de la mano.
Mientras el chico comenzaba a hablar, se acercó a revisar la herida. En la piel abierta se leía claramente "No debo decir mentiras".
Cuando el chico terminó el relato de haber confrontado a Dolores Umbridge con el regreso del Señor Tenebroso y el tipo de detención que le había dado, se retiró a su dormitorio y de ahí al baño. Del gabinete sacó una crema medicinal que atenuaría el efecto de la magia oscura en esa pluma y volvió al muchacho, notando además, que éste no se había movido de la mitad de la habitación.
—Tome asiento, señor Potter —indicó hacia el sofá y tomó asiento a un palmo del chico—. Esto ayudará con la herida y con los rastros de magia oscura que aún quedan. No vuelva a provocar a esa desagradable mujer.
—Pero ella…
—¿Lo deja como mentiroso? ¿Abusa de su poder? ¿Lo subestima, señor Potter? —interrumpió—. Los que saben que usted no está mintiendo, lo saben. En vez de defender su imagen ante un público, use a su profesora para aprender una valiosa lección.
—¿Una lección? Ella no sabe nada —rabió.
—En este momento, Dolores Umbridge tiene poder sobre usted, o cree tenerlo. Abusa del poder para hacer su voluntad, sin importarle por sobre quién tenga que pasar. ¿No le suena de algo?
—¡Yo no soy así! —rezongó amargamente.
No pudo evitar gruñir ante la respuesta. El muchacho se encogió de hombros como si esperara un escarmiento. Esta vez suspiró y detuvo el ligero golpe que le hubiera dado al muchacho en la cabeza si otra fuera su relación pasada.
—No todo se trata de usted, Potter —dijo fastidiado. Un segundo después se desabotonó la manga izquierda de su ropa y dejó la marca tenebrosa a la vista. Cuando el chico idiota se dio cuenta de a qué se refería, escondió su piel de nuevo.
—Ya veo —susurró después de un momento en silencio—. Es como lo de ser espía.
Snape asintió mientras terminaba de poner la crema y de vendar la herida ajena suavemente.
—Usaremos a la mujer esta semana de prueba, señor Potter. Mis órdenes son que no responda a las provocaciones de Dolores Umbridge. Va a comportarse como un alumno promedio y va a mantener a raya su actitud beligerante. No le dé una sola razón a esta mujer para que lo considere… memorable. Y no dé motivos para recibir una detención más. Cuando nos reunamos aquí, podrá decirme las conjeturas que vaya logrando.
El muchacho asintió parcamente.
—Uhm… ¿señor? ¿Qué voy a hacer cuando mis amigos noten la diferencia?
Se masajeó la sien para relajar la frustración que le causaba tal pregunta. Se recordó una vez más que el muchacho no tenía experiencia y que lo estaba entrenando… y se le ocurrió la idea: tal vez esta era la forma en la que el muchacho terco y arrogante lo estaba poniendo a prueba a él.
—Mientras mantenga los secretos que debe guardar, haga lo que tenga que hacer.
—¿Cómo lo haría usted, señor? —pidió el chico, no sólo preguntó—. Yo… En verdad quiero hacer que esto funcione… pero no sé cómo. Me estoy esforzando, pero si me equivoco una vez…
Por un segundo se sorprendió no sólo con el tono temeroso del chico, sino con la desesperación que subyacía en las palabras.
—Las acciones que tome dependen del objetivo que busque, señor Potter —respondió ecuánime—. ¿Prefiere mantener la amistad con estos jóvenes o no? Lo más fácil en una posición parecida a la suya sería cortar sus lazos de amistad; le ahorraría mucha energía y muchos peligros. Pero, si desea mantener la posibilidad de retomar sus lazos afectivos… podría sugerirle que ante sus preguntas responda que tiene una razón para los cambios que perciben, pero que no puede discutir tal con ellos y pedir que no lo presionen más. Esa es mi sugerencia, sin embargo, usted conoce a sus amigos mejor de lo que yo los conozco.
—Gracias, señor —dijo el muchacho sonriendo aliviado y ajustándose las gafas nerviosamente.
Tras despedir al muchacho, sumando las órdenes de descansar y no salir de su habitación durante la noche, se quedó mirando el fuego de la chimenea. Mientras la inercia de años despreciando al chico le impelía a ignorar el esfuerzo que había demostrado, no podía dejarse llevar por la costumbre. Se obligó a recordar al chico, silencioso, tímido y tembloroso que recién había abandonado sus habitaciones. Aunque el muchacho había querido rezongar en más ocasiones de esas en las que sí había rezongado, se había controlado bastante más que en toda su historia en Hogwarts.
En todo caso, el primer día de prueba había finalizado y Potter seguía involucrado en esta locura.
En el tercer día de la semana de prueba, fue en la cena dónde se probó que el muchacho estaba siguiendo sus órdenes por mínimas que fueran. Aunque pareciendo haberse peleado con sus compañeros pues cenaba apartado del par que siempre lo habían acompañado, el chico había servido porciones pequeñas de comida dando mayor importancia a las verduras que a la carne. A pesar de haber volteado la mirada demasiadas veces a la mesa de profesores y dirigido su mirada justo hacia él, siendo obvio incluso para sus compañeros de mesa hacia dónde volteaba; el muchacho no había cometido indiscreción mayor. Ninguna que hubiera causado alerta en alguien más que en el director del Colegio. En esa ocasión, Dumbledore lo había felicitado por lograr un avance tan rápido y se había asegurado de regodearse en ya haber mencionado que "Harry Potter no era un mal chico". Rodando los ojos en las cuencas había dejado hablando al viejo manipulador y había vuelto su atención de nuevo al muchacho. Contrario a otras cenas, se limitaba a comer y a no hacer escándalo.
La hora de la cita del quinto día sorprendió a Snape lejos de sus habitaciones privadas. Habiendo entregado la poción Matalobos, al mismo hombrelobo que no moría tras ingerir la poción, salió del Bosque Tenebroso. A pesar de haberse retrasado en llegar, los hechizos que había puesto en el chico no lo habían alertado de nada; lo que significaba que el joven mago había cumplido sus órdenes aunque él no estuviera presente. Siendo así, lo sabía en sus habitaciones, haciendo la tarea del día y esperando por él. Y, algo había en saber que el chico lo esperaba y que obedecía sus palabras que lo hizo apretar el paso.
Se llevó una sorpresa no bien pasar el umbral a sus habitaciones. El chico estaba sentado sobre la alfombra verde cerca de la chimenea, absorto en leer un libro grande de pasta de cuero y hojas de pergamino que colocaba entre sus piernas cruzadas.
Sabiendo perfectamente bien de dónde había tomado ese libro, qué contenía ese libro y qué había hecho que el hechizo puesto sobre este se desvaneciera, su sorpresa se debía a que tan pronto el chico había comenzado a desear un contacto más carnal con su odiado profesor de pociones.
—¿Terminó ya su tarea escolar? —preguntó sólo para anunciar su llegada.
—Sí, señor —respondió, de inmediato volteando a verlo—. Me apresuré a terminarla para comenzar con el libro que dejó sobre la chimenea para que leyera.
Se acercó al chico aún sentado en el piso y miró sobre su hombro sólo para saber qué en específico era lo que leía. Privación de la vista.
—Magia sensual —dijo bajo—, un tipo de magia poderosa; Harry. No lo dejé ahí para que lo leyeras.
Con eso dicho, el chico cerró el libro y se incorporó con un salto y una disculpa en los labios. Le revolvió el cabello casi afectuosamente y el chico se relajó poniendo una sonrisa y mirando al piso abochornado.
—Señor, ¿por qué es poderosa esta magia? —preguntó inocentemente mientras le devolvía el libro.
Lo tomó de manos del muchacho y lo dejó de regreso sobre la chimenea, dónde sabía que estaban los otros que había dejado con antelación. Se quedó de pie a unos pasos de la puerta del dormitorio y retrasó el baño que quería darse desde entrar al Bosque Prohibido.
—El cuerpo, en sí mismo, tiene una magia especial que se compara con muy pocas.
—Es la que se canaliza por medio de las varitas, ¿no?
—No —cortó secamente—. En todo caso, es una magia avanzada, antigua y especialmente complicada.
—No me pareció tan complicada, señor —aventuró el joven logrando sonar casi confiado pero respetuoso—. Estaba leyendo que se puede hacer con los ojos cerrados.
Tal vez fuera por la forma en que lo había dicho, o por saber justo la parte que el chico había estado leyendo, Snape se atragantó con una carcajada. El muchacho se vio humillado de inmediato. Se acercó a él y puso una mano sobre su hombro mientras se recuperaba de la risa que no pudo contener a la perfección.
—No me estoy riendo de usted —le aseguró en buen talante—. No es que la magia sensual se realice con los ojos cerrados, Harry; es que cerrar los ojos durante la magia sensual puede ayudar a canalizarla. No es lo que en Hogwarts se le enseña como magia; es magia sí, pero no una expresión de la magia, sino una forma de... activarla, si gusta ponerlo de alguna forma.
—¿Puede enseñarme esa magia, señor?
Ah, el muchacho había mordido el anzuelo.
—Aún no termina la semana de prueba —avisó sin embargo, arqueando una ceja para no sonreír con la victoria.
—Estoy seguro. No necesito más tiempo de prueba —dijo expectante y con rastros de ese "valor Gryffindor" que nunca había apreciado en el chico—. A menos que usted requiera asegurarse de que puedo… o de mi capacidad.. o de… —completó con una actitud más apropiada— o de mí.
—Hasta el momento no me ha dado a mí motivo alguno para suspender la prueba, señor Potter. Es usted quien tiene que estar seguro de seguir adelante. Considere que, lo que pide de mí, no suspenderá el entrenamiento que motivó esta semana de prueba pero involucra… contacto físico con su odiado profesor de pociones.
—No lo odio —dijo a media voz y pareciendo contrito—. Esta semana me ha demostrado que… que… que es diferente a como creía que era.
—Venga aquí —ordenó llegando él mismo hasta el sofá.
Cuando tuvo al muchacho de frente, se sentó al borde del sofá y abrió las piernas.
—Arrodíllese entre mis piernas —indicó.
El chico se puso rojo de inmediato pero obedeció sin dilación. Mientras Potter intentaba mirarlo a la cara, sus ojos no dejaban de extraviarse hacia su entrepierna. Una vez más leyendo los pensamientos del chico sólo por sus reacciones, se encontró a él mismo imaginando la boca del joven en movimiento sobre su piel.
—Cierre los ojos.
En cuanto el muchacho obedeció, comenzó a tocarlo. Primero le retiró los anteojos teniendo cuidado en rozar la piel mientras deslizaba las patas de metal lejos del rostro. Volvió a rozar la piel siguiendo las marcas que el metal dejaba en la piel acercando el toque a los párpados cerrados. Delineó las cejas del chico con delicadeza y bajó el toque a los pómulos, rozó los labios que se abrieron un poco para recibir el toque y los abandonó para acariciar la quijada. Provocó la piel del cuello rozando suavemente con las uñas y se deleitó en el cambio de respiración bajo sus atenciones, en el pulso acelerándose bajo su toque.
Recorrió el cuero cabelludo poniendo sólo un poco más de fuerza en el camino de sus uñas y cambió el recorrido de su caricia hasta la oreja. Sintió el cuerpo del chico seguir la caricia y lo guió poco a poco. Con los músculos relajados, el cuerpo laxo y espasmos de placer adueñándose del cuerpo del joven, la cabeza de Potter tocó su muslo.
El chico saltó, sorprendido, y los ojos verdes encontraron su mirada. Aquellos ojos antes nublados por el placer, se abrieron con la comprensión de lo que había sucedido y, sin palabras, el gesto del muchacho parecía gritar una disculpa.
—Le ordené que cerrara los ojos —avisó paciente. El chico los cerró, con fuerza, de inmediato—. Póngase de pie —indicó suavemente—. Vaya al escritorio y coloque las palmas de las manos en el filo de la mesa. Abra los pies a la altura de los hombros e inclínese hacia el frente.
Tragando fuerte, como si esperara un castigo físico, el chico obedeció lentamente y ayudándose con las manos a moverse por el lugar sin usar la vista.
Cuando lo vio en posición, se colocó tras él y corrigió la postura del muchacho abriendo un poco más sus piernas y doblándole los codos para que su espalda estuviera más recta hacia el frente.
—Cierre los ojos de nuevo —indicó suavemente sólo por si acaso.
Con un hechizo sencillo hizo aparecer una vela a un palmo del rostro del chico y con otro la encendió.
Si la tensión en los músculos del cuerpo ajeno le decía algo, era que esperaba un par de golpes como castigo. Esta vez defraudaría al muchacho; tal vez, algún día llegaría a darle aquello, pero no esta. En cambio, acarició su espalda con suficiente fuerza para que la piel bajo las capas de ropa la sintiera. Pasó a los brazos, los cuales apretó y soltó antes de causar dolor. Volvió a repartir caricias al cuello mientras se colocaba tras él. Colocando una pierna entre las del muchacho, se inclinó lo suficiente como para que sintiera su cuerpo cerca, pero que no cargara su peso. Con la izquierda tomó un puñado del negro cabello y jaló suavemente alineando los ojos cerrados con la llama encendida. Con la derecha acarició primero la pierna que había evitado y subió su toque por el costado hasta la cadera. El tirón del cuerpo bajo él le dijo que el chico estaba casi listo; pero necesitaba más. Deslizó la diestra hacia el abdomen. Bajo el suéter y sobre la camisa, usó la palma de su mano para sentir los músculos tensos del joven. El suave gemido que lanzó esa garganta le dijo casi tanto como la respiración agitada. Aunque incómodo y un poco amedrentado, el joven bajo él estaba excitado.
Acarició el abdomen hacia arriba y hacia abajo en una promesa más atrevida que descarada. Por fin la cadera del chico se movió hacia el frente una vez, él recargó más de su peso en la espalda dispuesta, acercó los labios al cuello del muchacho y se permitió rozar la piel ajena con éstos.
—Esa carga casi eléctrica en su cuerpo, Harry; es su magia en un estado tan excitado como su cuerpo —susurró terso como un terciopelo oscuro—. Por supuesto, la excitación de la magia no es sexual, sólo es más poder. Cuando le dé la orden, abra los ojos y libere esa sensación de su cuerpo hacia lo primero que vea.
El chico asintió una vez obteniendo un ligero jalón en el cabello y entregando un suave gemido que significaba más de lo que el joven supiera en ese momento.
Controló su propia cadera de encontrar el cuerpo joven, evitando así desvirtuar su esfuerzo original pero cerró su mano en un puño acariciando con cinco dedos el abdomen del joven y con el puño hizo una ligera presión sobre la piel que guardaba uno de los cinco núcleos de este tipo de magia.
—Abra los ojos —ordenó.
No sólo el fuego de la llama se apagó, la vela cayó al escritorio y rodó hasta caer al piso de piedra. Mientras el joven recuperaba la respiración, se alejó del contacto y le dio tiempo al chico de recuperarse. Cuando los brazos del joven dejaron de temblar sobre la madera, le permitió incorporarse.
—Tome asiento, señor Potter —invitó.
Trastabillando en un par de pasos, el muchacho alcanzó el primer mueble y tomó asiento en el sillón frente a la chimenea. Un segundo después, le ofreció las gafas que le había retirado al principio de la lección.
—Un poco descontrolada, pero fue una buena reacción, Harry —comentó para darle oportunidad al chico de volver a centrarse—. ¿Cómo lo experimentó usted?
Mientras el chico se colocaba las gafas, él mismo tomó asiento en el sofá.
—Fue… se sintió… tan diferente.
—Es una magia que se experimenta con todo el cuerpo. Es una magia instintiva y primigenia. Poderosa.
—¿Le complacería enseñarme más, señor?
—¿Eso lo quiere, o es la recompensa que pide por el día de hoy? —preguntó cauto.
—Pero desobedecí —dijo resentido, tal vez con él mismo—, eso cancela la recompensa… pero sí quiero.
Su respuesta lo hizo sonreír de lado mientras se daba cuenta que, en efecto, la forma más fácil de salir con vida de las órdenes de sus dos "dueños" sería usar las hormonas del muchacho.
—Siendo así, le daré ambos: el castigo y el premio. Le enseñaré magia sensual, pero lo castigaré por desobedecerme al abrir los ojos.
Con un movimiento de varita hizo aparecer en su mano un aro de metal, apenas del tamaño de un anillo común, se lo mostró al muchacho.
—Abra la boca.
El chico obedeció de inmediato. Metió el aro de metal en la boca del muchacho, sujetándolo en su lugar con un dedo y, con un hechizo más, el metal se expandió dentro de la boca abierta hasta cobrar el tamaño exacto para mantener las quijadas abiertas sin forzar las articulaciones.
—Como desobedeció la orden de mantener los ojos abiertos, su castigo será mantener la boca abierta, y no me refiero a que se la pase hablando —advirtió con el ácido suficiente en las palabras como para divertirlo a él—. No quiero escuchar un sonido saliendo por su garganta, Potter —advirtió—. Permanecerá así hasta que le diga lo contrario.
Cuando el muchacho asintió, se forzó a acariciale la quijada en un gesto de ánimo que podría ser interpretado como algo más.
—Algo tienes, Harry; que impele a hacer excepciones contigo.
El sonrojo y la tímida sonrisa con la que reaccionó el chico valió la mentira. Alcanzó el libro de magia sensual sobre la chimenea y lo puso en sus manos.
—Capítulo dos, Los Cinco Núcleos de la Magia. Puede leerlo mientras dura su castigo. No deje caer saliva sobre el libro.
Sin esperar nada más, tomó asiento frente a su escritorio y comenzó a calificar.
Horas después, minutos antes de media noche, al terminar de leer desastrosos ensayos estudiantiles volteó la mirada al chico que seguía leyendo en completo silencio. Era momento de terminar el castigo.
Se levantó de su asiento y pasó primero al baño, tras mojar un paño con agua caliente, volvió a la habitación.
—Terminó el castigo —llamó la atención del muchacho.
El chico abandonó su lectura y se puso de pie. Redujo el tamaño del aro de metal y lo extrajo de la boca teniendo especial cuidado de rozar con los dedos la lengua del joven. Hasta entonces colocó el paño caliente sobre la articulación de las quijadas.
—No le daré una poción para quitarle el dolor porque es parte del castigo, pero el calor del paño lo aliviará un poco.
—Gracias, señor —dijo el chico tratando de no mover las quijadas.
Le acarició la quijada inferior una vez más sólo para estudiar el gesto con el que reaccionaba y de inmediato supo que el dolor no sería grave. El chico siguió la caricia como lo había hecho estando entre sus piernas y abrió los labios como si pidiera algo más.
Con una sonrisa en los labios, los acercó al oído del chico.
—¿Escarmentó con el castigo? —susurró.
El muchacho asintió provocando que las pieles rozaran entre ellas. Se alejó lentamente, un poco cada segundo hasta dejar labios cerca de labios. El chico tragó con fuerza.
—Contrólese, señor Potter —provocó suavemente—. Si yo fuera otro, pensaría que me está pidiendo que lo bese —se burló, porque no podía hacerlo diferente, sabiendo que el chico deseaba ser besado.
—Si se lo pidiera… ¿lo haría? —comenzó sonrojándose hasta el cuello—. Como la recompensa de este día; ya es pasada medianoche —completó apresuradamente.
Con tal deseo expresado, se alejó dos pasos del chico.
—Acceder a ello haría que el entrenamiento… se modificara. ¿Entiende lo que está pidiendo, señor Potter?
—Creo… Creo que sí lo entiendo, señor.
Oh, la audacia Gryffindor nunca había servido mejor para sus planes que en esta ocasión.
—Lo veré aquí, de nuevo a las seis para que termine sus labores escolares del día. Lo premiaré de la forma que me ha pedido si, habiéndolo pensado mejor, para ese momento aún lo desea.
—Aún lo querré, señor —confesó viendo al piso.
—Piénselo muy bien, señor Potter. Ahora, marche a su habitación y descanse. Vaya por el ala Oeste del castillo, a esta hora el profesor Flitwick debe estar haciendo su ronda en la Este.
—Buenas noches, señor.
Dicho aquello, el chico se marchó. También él se retiró por la noche.
Bajo las cobijas, se entretuvo planeando sus siguientes movimientos.
