Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.


Quinto rostro.

Las heridas recién sanadas en su pecho todavía punzaban, ardían como un maldito recordatorio de su último fracaso. Sabía que tenía que levantarse de ahí, tenía que recobrar la compostura y seguir con sus planes. O al menos agradecer a la figura oscura que se cernía sobre él.

-Severus...

-Escúchame, Draco –la voz profunda del profesor fue inusualmente suave. Se animó a observarlo a través de su flequillo húmedo–. No puedes permitirte más fallos –contrario a su tono, sus palabras eran contundentes–. Te has puesto en evidencia, estás arriesgando los planes de tu amo.

-Lo sé.

-Lo sabes –repitió. Era evidente que luchaba por suprimir la condescendencia en su voz, y casi lo conseguía–. Pues bien, cada intento ha sido más burdo que el anterior. Innecesariamente peligroso y afectando a terceros que...

-La chica Bell. Ella...

-Cállate y escucha –Draco agachó la mirada de nuevo. Se arrepintió de inmediato por ese signo de debilidad, casi sintiendo un bofetón de su abuelo Abraxas por ello. Magnífico momento para recordar al hombre. A regañadientes, volvió a concentrarse en los ojos oscuros de Snape–. Olvídate del viejo y concéntrate en asegurar la incursión.

-Pero la misión –argumentó débilmente. Snape no creía en él, nunca lo había hecho. Y que en pocas palabras desdeñase sus planes y lo dejara fuera de la tarea asignada era humillante. Aunque sabía que lo merecía.

-No voy a repetirlo. Sabes lo que tienes que hacer. Y ve a cambiar esa ropa, eres un espectáculo lamentable –con esa amable afirmación, Severus Snape se retiró entre un revuelo de tela negra.

Quedarse ahí tirado, en medio del agua tintada con su sangre, era lo único que le parecía apropiado en ese momento. Sumergirse en la conmiseración y la vergüenza hasta que alguien le encontrara y pudiera acusar a Potter de uso de magia oscura. Emitió una risa hueca. Esa había sido la primera orden de Snape. Nadie se enterará de esto. Y él debía cumplir. En ese preciso instante, tenía una deuda de vida con el hombre.

Snape siempre había sido brusco, grosero e intimidante. Aunque él mismo siempre había gozado de su simpatía, no había tenido mucho de eso durante el año. Y casi empezaba a comprender a Longbottom y su forma de temblar y esconderse en sí mismo cuando se cruzaba con el amargado profesor. Cortó de tajo sus divagaciones y se incorporó pesadamente. El espejo frente a él estaba agrietado, posible producto de su reciente duelo con Potter.

Potter... No, era Harry. Frunció el ceño, con una punzada creciente de que su reflejo estaba mal. Y no solo debido al vidrio resquebrajado. Su rostro juvenil y asustado, la ira y la desesperación en sus ojos... Su envidia revestida de resentimiento por Harry... Todo eso era lejano. Era parte de un pasado que se había marchitado hacía mucho, permitiendo que algo más floreciera.

-Es muy convincente –admitió, contemplando sus manos libres de callos (los cuales había ganado tras su entrenamiento como Inefable y su reciente afición a la jardinería). Draco caminó hacia el siguiente espejo, aparentemente intacto. Se concentró lo más que pudo, pero fue incapaz de alterar sus rasgos. De alguna forma, esa maldita alucinación lo quería atrapado en su yo de 16 años–. Pero me dejas estar consciente –murmuró al cuarto vacío.

El goteo del agua, la sangre en su camisa, el dolor en su pecho... Todo parecía tan jodidamente real. Como estar en un pensadero que te permitiera revivir tus memorias, no solo ser un espectador de ellas. Y lo había devuelto a uno de los peores años de su vida. Siguiendo todo lo que había visto y padecido en ese lugar, tendría que enfrentarse a otro de sus miedos o aflicciones del pasado. Suspiró, invocando su reserva de resistencia y coraje. Su abuelo, su madre, sus amigos. Ese maldito sitio había manipulado sus memorias y sus temores, volviendo todo en su contra. El último tiempo -porque era imposible descifrar o calcular de algún modo cuántos minutos, horas o días habían transcurrido- había sido como saltar de una pesadilla a otra, siempre cerca de despertar, pero siempre fallando. Estaba cansado. Recordaba haber pensado eso antes de su último desmayo, coma o lo que fuera. ¿No podía solo tumbarse y dormir en medio de esa ilusión?

Lo dudaba mucho. Sería incapaz de conciliar el sueño. Y realmente tampoco quería hacerlo. Tenía que encontrar la forma de salir de ahí. Pasó chapoteando sobre la innecesariamente realista inundación, sopesando las posibilidades. Primero, eso podía ser un ciclo interminable o algo lineal. Tanto si era una cosa como la otra, debía haber al menos dos posibles salidas. Romper con la maldición que lo tenía atrapado, o terminar ese recorrido del horror. No tenía idea de cómo hacer lo primero. Apenas era la primera vez que conseguía permanecer consciente sobre quién era y lo que estaba sucediendo. Así que tendría que ser la segunda. No obstante, no era una respuesta alentadora.

Rechazo. Abandono. Envidia. Culpa.

Ese sitio estaba explorando, desfigurando y acechándolo con las partes más oscuras de sí mismo. Los miedos más profundos, los defectos más arraigados. Esa lista podría ser muy larga. Apenas sería su quinto encuentro y estaba exhausto. Probablemente ese era el propósito del lugar, ir tensando hilo a hilo su cordura hasta desbaratarla y dejarla inservible. Negó. Porque diablos, que no dejaría que eso pasara. Por lo pronto, su misión parecía clara. Debía encontrar al siguiente espectro que lo pondría a prueba. ¿El único problema? El castillo estaba vacío.

En apariencia, era como el Hogwarts que recordaba de su juventud. Los altos, fríos e interminables muros de piedra. Los pasillos imponentes, las escaleras que cambiaban de lugar y los crujidos ocasionales de las viejas tuberías. Salvo ese simple detalle, estaba totalmente vacío. Sin retratos, sin fantasmas, sin personas. Como si Hogwarts hubiese sido evacuado de emergencia, o como si un buen día todos hubieran olvidado la magia y simplemente se hubiesen largado de ahí. Casi añoraba volver a encontrarse al agrio de Snape. Pero había desaparecido, lo que debía descartarlo como su tormento de turno.

Siguió caminando durante un rato, distrayendo su mente con sus planes para cuando saliera de allí.

Buscar ayuda para sus compañeros.

Asegurarse de que nadie, nunca jamás, volviera a entrar a ese lugar.

Tomar las vacaciones que había venido rechazando.

Dejar de pensar en los motivos y enseñarle a Harry el maldito baile del dragón azul.

Ese último ítem casi lo hizo sonreír. Todavía no conseguía hacerle confesar al hombre porqué le había pedido precisamente eso, pero no cuestionaría más. Si quería aprenderlo, sería el mejor mentor. Muy exigente y meticuloso. Se detuvo frente a una ventana. Aparentemente, estaba en el quinto piso, sino es que algo más alto. Contrario a la realidad, la alucinación lo situaba en verano. El pasto era mayormente verde, con algunos parches dorados. Había un sol brillante que se reflejaba en el lago. Era casi una estampa acogedora. Es más, si eliminaba el resto de puntos en su lista y se quedaba con el último, casi podía fingir que era un día agradable. Debió suponer que su ánimo ligeramente más relajado sería una ofensa para esa casa maldita, porque de inmediato escuchó pasos detrás de él. Se preparó para volver a ver a Snape. Para encontrar a su padre, a su tía Bellatrix, al mismísimo Voldemort. Pero quien lo observaba con un mohín de desprecio y apariencia altiva era... Él mismo.

-Patético –sentenció su yo más pequeño, en el tono bravucón y ácido que solía usar para molestar a sus compañeros.

-Lo es –coincidió el Draco adulto–. Habías sido muy creativo –alabó contra su voluntad. Si su teoría era cierta, esa casa era habitada por algún poltergeist o entidad maldita que adoptaba la forma de todas las personas en su vida. Pero viciaba sus personalidades con sus miedos y amarguras–. Pero ahora buscas enfrentarme conmigo mismo. Tengo 28 años de experiencia en eso, tendrás que ser muy ingenioso si quieres hacerme daño.

-¿Tú eres en quien me voy a convertir? –Siguió, arrastrando las palabras. Quizás tenía un libreto predeterminado del que no podía desviarse. O simplemente eligió ignorar su comentario–. Es patético. Estás sucio. Tu cabello es un asco. ¿Y eso que llevas es algodón?

-Eres un mocoso de diez años, no seas tan pretencioso.

-¡Tengo trece!

-Sí era pequeño para mi edad –meditó distraídamente. La visión de sí mismo encabritado e insolente había surtido el inesperado efecto de tranquilizarlo. Con mucha frecuencia había tenido que enfrentarse a su mente, a las barreras, ataques y condenas que se dictaba para sí mismo. Pero había superado cada uno de esos obstáculos, sabía cómo enfrentarse a su propia mente. O al menos eso creía.

-¿Y no lo sigues siendo? –Cuestionó su mini representación, impasible.

-¿Disculpa?

-Eres pequeño, Draco. Insuficiente. Inútil. Incompetente.

-Impresionante léxico para un niño de trece años, pero...

-¿No acabas solo siempre? –Prosiguió, retrayendo el labio y arrugando la nariz–. Tus amigos se alejan de ti. Tus compañeros apenas te toleran. Tu propio padre pone excusas para no verte. ¿Qué hay de malo en ti? –Sabía que no debía dejarle ganar terreno. Eso era lo que buscaba esa inmunda alucinación. Pero la última pregunta, efectuada hacia sí mismo muchas veces en la soledad de su habitación...

-De eso se trata, ¿no? Eres el rostro de la soledad.

-¿No te conoces a ti mismo, Draco? –Inquirió con una sonrisa–. Realmente no sabes lo que hay en ti. Lo arruinado que estás –había algo en la calma de su voz infantil al decir todo eso que era horripilante, totalmente incorrecto–. Soledad –repitió, con una media risa irónica–. Eres mejor que eso. Siempre lo has sido, ¿no es lo que te dices todo el tiempo? No, déjame corregir eso. ¿No es cómo te mientes todo el tiempo?

-¿Y quién diablos eres para decirme todo esto? –Cuestionó, irracionalmente. Y por supuesto, el bastardillo pretencioso sí contestó a eso.

-Soy todo lo que nunca te atreviste a ser –reveló, volviendo a dirigirle esa sonrisa altiva y confiada que lo estaba enervando–. Soy quien traerá gloria al apellido, quien portará con honor el anillo de su familia y escribirá su nombre en la historia –su reciente arrebato de ira e irritación se evaporó tras ese comentario.

Casi se compadeció de esa parte de sí mismo. Había pensado eso tantas veces. Repitiéndoselo como si así fuera a hacerlo realidad. Seguiría las enseñanzas del abuelo Abraxas. Haría sentir orgulloso a su padre. Todo el mundo hablaría de él, de lo poderoso, superior y admirable que era.

-Te reconozco –admitió. Sabía exactamente qué espectro tenía frente a él–. Aunque no creí que todavía existieras.

-¿No? Si soy quien se manifiesta más a menudo en tus acciones, en tus pensamientos –señaló con total tranquilidad–. Como cuando presentaste tu examen para Inefable. Inefable en lugar de auror, que es lo que realmente querías hacer. ¿Por qué no ir por ello, Draco?

-Porque los exámenes de auror son públicos –respondió con voz plana. Y no es que las cosas hubieran ido mal para él. Realmente amaba ser Inefable. Aunque no pudiera hablarlo con nadie y sus logros jamás fueran reconocidos ante la sociedad mágica. Y vaya que había tenido éxito en su carrera, incluso llegando a detener la propagación de un virus que habría sido letal para magos y muggles por igual. Por eso solo había recibido un bono y una tarjeta del Jefe de los Inefables (a quien nunca había visto y cuyo nombre no conocía, conforme al secretismo de ese departamento). Su padre había odiado su elección de carrera desde el primer momento. Incluso había llegado a decirle que preferiría que fuera un mugriento auror. Y Draco lo había añorado, pero...

-Y viste como otros lo conseguían –recapituló, con una sonrisa condescendiente–. Incluso Weasley, que solía lanzarse hechizos a sí mismo. Él ganó una batalla que no te atreviste a pelear. Muchas veces.

-Ronald es un buen hombre –corrigió. No permitiría que lo envenenara con prejuicios del pasado que tenían más que ver con sus inseguridades y caprichos. Ya no era un niño resentido e inmaduro.

-Claro que lo es. Incluso llegó a ser jefe de su escuadrón. ¿Qué fue lo que tú hiciste cuando te ofrecieron ese puesto en los Inefables?

-Dije que lo pensaría –admitió a regañadientes.

-Lo pensarías –repitió con saña, recordándole el tono hastiado de Snape–. ¿Qué había que pensar, Draco? ¿Si eso cambiaría tus horarios? ¿Si afectaba tus objetivos personales o profesionales? No, ya lo sé. Si es que serías capaz de hacerlo.

-Llevo tres años en el cargo –apuntó. No tan orgulloso y seguro como hubiese querido sonar, pero sí de forma contundente.

-¿Y cuántos han caído por tu incompetencia? Solo fuera de estos muros hay cinco cuerpos enfriándose mientras te revuelcas en tu conmiseración y amarguras –lo dijo con aparente lástima, finalizando con un encogimiento desinteresado–. Podrías haber pensado mejor esta misión, haber escuchado sugerencias... Podrías haber hecho más por ellos.

-La misión estaba...

-Nunca haces suficiente –prosiguió, sin inmutarse por su intento de defensa–. Desde tus primeras memorias. El abuelo Abraxas te despreciaba por llorón y amanerado...

-¡Abraxas no era más que un bravucón!

-No le diste a tu padre más que vergüenza y humillación –añadió, resoplando con fastidio–. Cada vez que tuviste ocasión de probar tu valía, seguías fallando. Tenía que andar por los pasillos de su propia casa con la cabeza baja, porque su único hijo era un maldito inútil.

-Mi padre es un cobarde –exhaló a regañadientes. Se había reconciliado con él hacía años, luchaba por mantener una relación cordial y libre de resentimientos con el hombre. Pero no resultaba fácil. Todavía a veces creía adivinar decepción y rencor en sus ojos grises, ahora perfilados con arrugas.

-Él quería que fueras mejor. Siempre tuvo fe en ti y en tu potencial. Pero nunca estuviste a la altura de sus expectativas.

-¡Era un niño!

-Eras incompetente, condescendiente contigo mismo, siempre escudándote en otros. Lo sigues haciendo. Por eso dejaste que tu equipo cayera, eres un auténtico...

-¡No! –Se negó a dejarlo terminar esa sentencia, apretando los puños y avanzando dos pasos–. Dejé que todas esas expectativas vacías y pretenciosas nublaran mi mente entonces, por eso cometí tantos errores. Y tienes razón, todavía a veces te dejo ganar. Y es que estoy aterrorizado de ti –confesó, con su voz temblando pero incapaz de contener sus palabras–. Eso fue lo que me enseñaron mi abuelo y mi padre. Que debía huir de ti, que jamás debía experimentarte. Y a veces toda esa mierda sigue al frente de mi mente. Sigo dejando que te interpongas y me detengas. Porque cada vez que una decisión o un reto importante se presenta, vuelvo a ser ese niño ingenuo, siendo adoctrinado para no ser más que un ganador. Porque solo así sería alguien en la vida –resopló con desdén, notando con satisfacción como su versión más joven se quedaba callada–. Quizás nunca deje de temerte. Pero dejaré de darte poder sobre mí. No permitiré que me paralices, ni ahora ni nunca más. Incluso cuando caiga en tus garras, aprenderé la lección y seguiré adelante. Voy a salir de aquí y admitiré que la misión falló –reveló, su voz ganando fuerza y gravedad–. Voy a enfrentar a mi padre y a decirle que ni él ni yo nos equivocamos, que soy feliz con la vida que llevo –rió por primera vez, con espíritu desafiante ante su atónita representación–. ¿Y sabes qué? Voy a hacer eso que llevo posponiendo tanto tiempo. Invitaré a salir seriamente al estúpido de Harry, porque estoy cansado de fingir que no me doy cuenta de lo que hay entre nosotros. Si dice que no estará bien, pero no dejaré que evites que obtenga lo que quiero. Y ahora lárgate, maldito rostro del fracaso.

Esa vez no hubo sonrisas, palabras de despedida o algo más. Su distorsionada versión miniatura solo desapareció como si nunca hubiese estado ahí.

-¿Tuviste suficiente de mí? –Demandó hacia el súbito vacío. Era como si la brisa fantasmal se hubiese calmado, pero no era necesariamente algo bueno. Podía sentir una corriente fría recorriendo su espalda, sus omoplatos y enroscándose en su cuello. Como dedos invisibles buscando su punto más débil. Como el peor de sus fantasmas respirando justo detrás de él. Sabía que se avecinaban más pesadillas, más espectros que llegarían a torturarlo. No podía precisar cuántos. Tampoco si podría volver a estar consciente. Pero había decidido algo–. Que sea a tu manera –cedió, respirando hondo y se abandonó a los pasadizos más oscuros de su mente. Los recorrería todos, pero saldría de ahí.

Entonces sintió hundirse y volvió a desmayarse.


Notas finales: como siempre, muchas gracias por acompañarme cada semana, me motiva mucho saber que hay personas intrigadas por esta historia que sé que se sale un poco de la formula normal, pero que decidí compartir porque me pareció que tenía su mérito. Ya me dirán qué les pareció este en particular. Y para cumplir con el dato innecesario del día: la soledad sí fue uno de los espectros que consideré al planear el fic, pero terminé descartándolo porque no sentí que fuera tan poderoso en Draco, aunque le di esa pequeña mención en este cap. Y bueno, nos leemos el siguiente viernes.

Allyselle.