4- ALIAGA


Los gorilas de la puerta no le pusieron ningún problema, la conocían y ella a ellos, llevaban tanto tiempo conociéndose que ya parecían una familia. Era sólo que a ese maldito de Aliaga le gustaba jugar al filo, se divertía teniendo a la policía cerca sabiendo que no lo podían tocar.

El club estaba lleno esa noche; todos sabían que con eso lavaba dinero, pero por como le estaba yendo, tal vez sería mejor para él dedicarse a los clubes nocturnos y abandonar los malos hábitos. Tal vez debería comentárselo.

Todos estaban sumidos en una luz mortecina, envueltos en volutas de humo provenientes de innumerables cigarrillos encendidos, repentinamente resaltadas por el rojo, verde y azul de los reflectores puestos en el techo que giraban al compás de la música. Chicos y chicas sudorosos pasaban junto a ella bailando y moviéndose al ritmo de una música hipnotizante, cuyos bajos semejaban latidos, bum, bum, bum, como si se tratara de una enorme criatura.

Alíne se movió con gracia entre la multitud, esquivando todo tipo de obstáculos. Para cuando alcanzó la escalera de caracol del otro lado del local, su cuerpo ya se había sincronizado perfectamente con el retumbar de la música, avanzando a su ritmo, pero una vez en el segundo piso, la música, las luces, el retumbar, todo eso se esfumó. Se vio en un pasillo largo y mal iluminado, las paredes sucias, unas plantas mustias en los rincones y al final, una puerta roja de madera.

A Aliaga le gustaba jugar, pero todos lo hacían: Él jugaba a arriesgarse, confiando en que jamás lo agarrarían con la guardia baja; ella jugaba a encararlo, esperando algún día ponerlo tan nervioso que cometiese un error, yendo hasta allá sola, confiando en que saldría viva de ese lugar.

Todos participaban de ese estúpido juego, ella, Aliaga, Cable... Daniel... Todos sabían ya su parte, el punto era mantenerse en ella, por el mayor tiempo posible. El problema era que ya se estaba cansando, ya no quería jugar más.

La puerta se abrió y el matón de rigor apareció tras ella, haciéndole un ademán para que pasara. Del otro lado y tras el escritorio, como mala imitación del Padrino, otro cliché del mundo de la mafia le esperaba. Aliaga era un tipo joven, no más de treinta calculaba Meza, no del todo mal parecido, enfundado en un traje que a pesar de ser de calidad, no lograba hacer ver bien.

Sonrió con complacencia al verla, uniendo las yemas de sus dedos. Sus ojos brillaron en la penumbra del lugar, entre las nubes del humo de los cigarrillos, lo que le daba un aspecto siniestro a su cara.

.- Detective Meza.- Dijo a modo de saludo, haciéndole un ademán para que se sentara en la silla frente al escritorio. Por toda respuesta, Alíne permaneció donde estaba, con los brazos cruzados, mirándolo fríamente. Aliaga sonrió.- De pésimo humor ¿Eh?

.- Hay una cosa que me haría feliz.- Dijo ella mirándolo fijamente. Aliaga se pasó la lengua por los labios, lentamente, de una forma desagradablemente libidinosa.

.- ¿Puedo tratar?- Preguntó. Meza sonrió.

.- Podrías... Si te encerraras a ti mismo y tiraras la llave bien lejos.

Aliaga lanzó una carcajada.

.- Me encanta su sentido del humor.

.- Yo no tengo sentido del humor.

El rostro de Aliaga se oscureció.

.- Entonces diga qué es lo que sí tiene y hable rápido, porque tengo las manos llenas en este momento.

.- Seguro que sí. Anoche, el galpón en el muelle. Seguro que no necesitas más información. Tú lo ordenaste ¿Verdad? Mandaste a Cable a hacerse cargo ¿Desde cuando mandas a matar a tu propia gente? - Diciendo esto, Meza extrajo su cajetilla de cigarrillos y sacó uno con los dientes. En una rápida maniobra, le prendió fuego con un cerillo. El rostro de Aliaga no se alteró en lo más mínimo.

.- Ya sabe lo que dicen de las manzanas podridas en el canasto. Nuestra fruta se echa a perder muy fácil si no se toman medidas drásticas. – Meza aspiró y exhaló el humo.- Y a nadie le gustan los soplones...

.- ¿Debo tomar eso como que aceptas las responsabilidad por los hechos?

Aliaga se puso de pie, abotonándose la chaqueta.

.- Debe tomarlo como que sus insinuaciones me están molestando. Si tiene algo en mi contra, úselo, de lo contrario, mejor no se moleste. Y esto es acoso.

Alíne lanzó una risa irónica.

.- Sí, claro...

Aliaga dio la vuelta a su escritorio y avanzó hasta ella, deteniéndose a sólo unos cuantos centímetros de la mujer. Ella lo miró sin pestañear... Como casi todos los hombres que conocía, Aliaga le llevaba varios centímetros de altura.

.- Creo que todos entendemos si esta un poco... estresada... Pero le sugiero que dirija su neurosis hacia otra parte, no querríamos que le pasara lo que a su compañero ¿Verdad?

Alíne desvió la mirada con una sonrisa, destrozando el cigarrillo entre sus dedos sin darse cuenta.

.- Tú lo mandaste matar desgraciado...- Murmuró en un tono apenas audible, con los dientes apretados. Aliaga sonrió y habló lentamente, saboreando cada silaba.

.- Pruébalo.

Alíne pareció retroceder, pero en el último instante volvió hacia adelante y, aprovechando la proximidad de Aliaga, le calzó un puñetazo de lleno en la mejilla. Con la fuerza del golpe, la cara del hombre se desfiguró. Retrocedió, tambaleándose. Para cuando por fin pudo recuperar el equilibrio, se tocó en el lugar donde había sido golpeado, encontrando sangre cerca del labio.

Casi al segundo, los hombres de Aliaga saltaron sobre Meza, botándola al suelo sobre su estómago e inmovilizándole los brazos tras la espalda. Incluso desde esa posición, no dejaba de mirar al hombre con los ojos cargados de odio. La cara de Aliaga, a su vez, estaba roja de rabia, sus puños temblaban. Sólo mediante un gran esfuerzo logró no lanzarse a desfigurarle el rostro a patadas.

.- ¿Como osaste tocarme, mujer?- Susurraba con los dientes apretados, sin embargo, era suficientemente astuto como para saber que no era ni el momento ni el lugar para deshacerse de ella. Lo haría eventualmente, pero no ahí. No había construido lo que tenía sólo para destruirlo todo en un arranque de ira.

Respiró profundo, arreglándose la chaqueta. En unos cuantos segundos, su rostro estaba nuevamente normal. Con una mano se arregló el cabello, volviendo las mechas desordenadas a su lugar.

.- Déjenla.- Ordenó a sus hombres. Estos obedecieron de inmediato, dejando que la mujer se pusiera de pie por sus propios medios.

Afuera, en el exterior, en el balcón al que daba la única ventana de la oficina de Aliaga, Leonardo aguardaba contra el marco, protegido por las sombras, oculto entre las grandes plantas que adornaban el balcón. Tenía las manos empuñadas: apenas segundos antes había estado a punto de irrumpir a través de la ventana y saltar sobre los matones.

Había llegado ahí sólo unos minutos antes de que la mujer descargara ese golpe sobre la cara del mafioso. Por un segundo había creído que no lograría salir con vida de ahí. Había sonreído al ver su audacia: O era la mujer más valiente que había visto, arriesgándose a golpear a ese sujeto cuando estaba rodeado de sus hombres, que podían acabar con ella en un segundo; o era la más estúpida... Había actuado por un impulso, estaba seguro de que no tenía ningún plan. Esa era una actitud que le resultaba muy familiar...

Sin embargo, cuando los matones la tumbaron en el piso, esperó. Su primer impulso había sido entrar de inmediato, pero pronto vio que podía hacer más mal que bien: De nada le serviría a ella que él iniciara un tiroteo para morir por una bala perdida... Así que esperó, hasta el último segundo.

Afortunadamente, no había sido necesaria su intervención, si estaba en lo correcto acerca de Aliaga, no se ensuciaría las manos con ella, enviaría a otro a hacer el trabajo sucio más tarde. Y estuvo en lo cierto. Al cabo de un rato la dejó ir y segundos después la vio salir por la misma puerta por la que había entrado, tambaleándose. La vio cruzar la calle en dirección a un auto estacionado en la esquina, con la cabeza baja. La vio apoyar la frente sobre el volante, cubrirse la cara con las manos. Permaneció ahí por unos eternos cinco minutos antes de encender el motor y marcharse.

Leo la siguió con la vista hasta que el vehículo desapareció por la calle. Con un suspiro volvió su vista a la ventana. Tal vez tuviera suerte y pudiese averiguar algo que ella no. Algo útil.

Aliaga parecía haberse calmado, pero estaba lejos de perdonar la afrenta. Volvía a ocupar el sillón tras su escritorio y miraba pensativo a la nada, acariciándose el mentón con la mano. Permaneció así hasta que una puerta lateral se abrió y un nuevo visitante se detuvo frente a su escritorio. Leo lo reconoció enseguida.

.- ¿Qué haces aquí? - Preguntó Aliaga, sin siquiera mirarlo.- ¿Acaso no se te pagó ya?

Era el sujeto que discutía con la mujer policía en el galpón la noche anterior.

.- Pensé que te gustaría saber qué pasó con tu cargamento.

.- Pensé que ya tenías arreglado el recuperarlo para mí, Ferrari... ¡Y pensé que te encargarías de alejar a esa maldita perra de mis asuntos!

.- Es más difícil de manejar de lo que crees.

Aliaga se volvió a verlo con desprecio.

.- Para eso te pago. Hazte cargo. La quiero fuera, la quiero hundida, verla muerta no será suficiente.

.- ¿Y qué más quieres? La tipa ya está en desagracia...- Aliaga pareció reflexionar.

.- Tal vez. Sin embargo, aún no me explico como Cable pudo fallar con ella.

.- Siempre hay una primera vez...

.- No, no con Cable. Él no comete errores.

Afuera, en el balcón, Leo se decidía a marcharse.

.- Nada mal para una noche.- Se dijo, seguro de que alguien apreciaría mucho la información que había logrado recolectar.

De pronto bajó la vista hasta su cinturón: la luz del teléfono estaba titilando. Miró a su alrededor, bajo el balcón en el que se encontraba, estaba la azotea del edificio contiguo, ambos ocupados por el club nocturno de Aliaga. Miró por última vez por la ventana y descubrió que los ocupantes de la oficina ya se disponían a marcharse.

Se dejó caer sobre la azotea bajo él, unos cuantos metros más abajo. Una vez ahí, extrajo el teléfono de su cinturón, levantando la tapita lo acercó a su oído y sólo escuchó sin decir palabra.

.- ¿Leo? - Preguntó la voz de Donatello al otro lado.- Averigüé un par de cosas más, y realmente no vas a creerlo.

Leo miró a su alrededor, asegurándose de que estaba solo y recién entonces contestó.

.- Lo creeré si me lo dices.- Dijo con algo de impaciencia. Realmente no se sentía de humor para jugar a las adivinanzas, pero a Don le gustaba anunciar sus descubrimientos con una pizca de emoción.

.- A que no adivinas quién está involucrado en los negocios de Aliaga y mucho.

.- Al grano, Don.

.- Aliaga tiene contratado un, digamos, servicio de guardaespaldas, para proteger a sus hombres en las calles, para que nada malo les pase mientras hacen sus cosas malignas…

.- ¿Quién?

.- Te daré una pista...

Leo estuvo a punto de perder la paciencia, pero en vez de eso, sólo guardó silencio. Alejó un poco el aparato de su oído y se puso en alerta… Algo acababa de moverse a su espalda. Miró hacia el frente: En los cristales de las ventanas del edificio frente a él, se reflejaba la azotea en la que estaba parado. Podía verse a sí mismo... y a unas diez o doce sombras acercándose por detrás. Mientras, la voz de Don continuaba saliendo por el teléfono.

.- Son encapuchados, de negro y saben ninjitsu...

Leo se dio la vuelta lentamente. Se encontró rodeado de por lo menos una docena de ninjas del Pie y tras ellos, unos cinco matones de Aliaga cubriéndoles las espaldas.

Movió su mano hasta volver a acercar el teléfono a su boca.

.- Escucha, Don, te llamo más tarde.- Dijo y cortó, justo en el momento en que un grueso banco de nubes cubría la luna y los sumergía a todos en la oscuridad.

TBC