5- LA MARCA
La vieja y familiar danza comenzó rápidamente.
Conocía al Pie desde hacía ya mucho tiempo, identificaba su estilo, su forma de pelear en grupo, reconocía sus ritmos y técnicas, nada de lo que pudieran hacer podría tomarlo por sorpresa. Su cuerpo se movía casi por instinto, como si el Pie fuera una sola gran criatura, en vez de distintos seres humanos enfundados en esos trajes negros. Leo nunca veía sus rostros, para él eran sólo figuras anónimas, no más que sombras. Pero adivinaba la cara de Shredder tras cada máscara y con eso era suficiente.
El Pie otra vez, parecía que inevitablemente estaban tras cada negocio sucio de la ciudad. Sin embargo, ese grupo en particular, parecía muy joven, pensó. Lo supo de inmediato por la forma en que dudaron cuando se lanzaron al ataque la primera vez, por la forma en que se estremecían al pelear de cerca. Los más veteranos los conocían, ya no se impresionaban, simplemente atacaban; los más expertos incluso podían decir cual era cual...
Estos estaban asustados, luchaban igual, porque el temor al castigo por el fracaso era peor, pero estaba seguro de que era la primera vez que veían a una de las tortugas. Era un grupo de novatos. Le tenían miedo... Y esa era una ventaja que le iba a encantar aprovechar.
Los miró a los ojos, incluso gruñó un poco... Los ninjas negros retrocedieron al instante, las manos nerviosas reajustaron la empuñadura en sus manos. Leo sonrió para sus adentros...
Cinco segundos después, el grupo completo estaba en el suelo, dejando a la vista la última línea de defensa: Los matones armados de Aliaga. Al parecer habían estado esperando a que los ninjas hicieran lo suyo, sólo cuando estos cayeron fue que se decidieron a actuar.
Leo saltó sobre las balas ni bien abrieron fuego sobre él, cayó a tierra derrapando, poniéndose de pie al instante, mientras los proyectiles silbaban junto a él y sus oídos se tapaban producto de las constantes detonaciones. Eran cinco de ellos, en un espacio de no más de unos cuantos metros cuadrados, sin lugar para esconderse o cubrirse y aún así, ninguno de ellos lograba darle. Estaban asustados también, casi podía olerlo.
Siempre había sentido algo especial al respecto, saber que sólo con su apariencia era capaz de perturbarlos de esa manera… Eso siempre le daba algo de ventaja. Bastante ventaja. Toda la ventaja, a veces. Sus oponentes no sabían contra quién o qué peleaban, no sabían qué esperar. Él, en cambio, los conocía bien. Los conocía muy bien.
Se lanzó sobre ellos después de la primera ronda de balas; recargar un arma resultaba una tarea engorrosa con las manos temblando de esa forma y esa era una ventana de tiempo a aprovechar.
Tomó al primero por la solapas y lo atrajo hacia sí, sintiendo el arma caer a sus pies. Antes de que el sujeto comenzara a lloriquear, lo arrojó tras de sí. La sola caída sería suficiente para sacarlo de combate. El problema con los pistoleros, era que sin sus armas, no servían de mucho. Un ninja del Pie podía mantener una buena pelea incluso a mano desnuda, pero esos pobres matones sólo sabían apretar el gatillo.
Ya iba por el segundo, cuando se detuvo en seco. Algo había caído justo en medio de los cuatro matones restantes, algo que se hundió pesadamente en el pavimento. El "algo" flectó las rodillas completamente, extendiendo los brazos para mantener el equilibrio. Se incorporó lentamente y sus movimientos fueron seguidos por el suave murmullo del cuero de su abrigo al deslizarse por su cuerpo.
Leo pudo ver el sombrero incluso antes de que la sombra terminase de alzar la cabeza, lo identificó incluso antes de encontrarse completamente erguido. Sus manos colgaban hacia los lados, vacías, pero eso no significaba nada, pensó, la espada estaría a salvo en su abrigo, a sólo un movimiento distancia. Tenía el cabello largo, pudo ver claramente cómo caía sobre sus hombros al terminar de ponerse de pie. Permaneció inmóvil, sonriendo: el blanco de sus dientes resplandeció en la oscuridad.
Los matones a su alrededor volvieron levemente sus cabezas hacia él, apenas concientes de lo que acababa de pasar. Antes de que pudiesen enfocar su vista en él, la mano del extraño se movió bajo su abrigo. El sacar la espada y golpear con su hoja al matón más cercano fue algo simultáneo, Leo aún estaba abriendo los ojos por la impresión cuando el siguiente matón caía al suelo con la cara destrozada.
El extraño movió la muñeca y la espada fue enviada ahora contra el tercero, sin ningún esfuerzo, sin el más mínimo movimiento inútil. Era la espada más elegante que Leo había visto hasta entonces, casi le dieron ganas de sonreír. Cuando el cuarto de los matones cayó, el extraño volvió a adquirir la misma posición de inmovilidad que sólo interrumpió para acercar la espada a su rostro.
Una larga serpiente roja salió de su boca y fue hasta la hoja de la espada, lamiendo la sangre de ella.
Leo tampoco se movió, aunque la adrenalina estaba a punto de sacarle el corazón del pecho. Hacía tiempo que no tenía que vérselas con un verdadero desafío... Hizo girar las espadas en sus manos, reubicándolas en una posición de ataque. Su cuerpo cambió levemente de posición, sin apartar la vista del extraño. La posición del extraño también había cambiado, había deslizado levemente el pie izquierdo frente al derecho. Por largos minutos, ninguno de los dos hizo otro movimiento.
De pronto Leo se sobresaltó: Todo ese rato había estado atento a la más mínima reacción del cuerpo de su oponente y no podía percibir nada de él. Nada en absoluto, ni tan siquiera su respiración. Era como si no estuviera ahí.
Trató de no pensar en eso mientras esperaba, pero finalmente nada ocurrió. El extraño no atacó. En vez de lanzarse hacia él, retrocedió, lanzando un pequeño objeto brillante hacia su rostro.
Leo lo atajó antes de que llegara a tocarlo, aprisionándolo en su mano. Cuando volvió a alzar la vista, el sujeto ya no estaba.
.- No aquí, no ahora...- Escuchó.
Miró a su alrededor y se encontró solo en la azotea.
TBC
