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—¡¿Es que no puedes hacer nada bien?! -explotó madre.
Padre fue menos violento, pero más cruel.
—¡Déjala, Nydia! No es su culpa -una fugaz mirada sobre el rostro de su esposa hizo a ésta sentir que nuevamente la estaba acusando a ella-. Y después de todo, eso es tarea de elfo doméstico.
—¡Hay que saber hacerlo todo! -respondió madre, pero lo hizo sin convicción; educar tres hijos desgasta las convicciones. Para la cuarta no le quedaban sino automatismos.
—Sí, pero olvidas que hasta los elfos domésticos son seres mágicos.
Elisa parpadeó violentamente para retener las lágrimas.
—No te preocupes, nena. No es culpa tuya. No vamos a enojarnos por esto. Ya nos compensarás en los nietos, ¿no es cierto? -la acercó hacia sí, acariciándole el rostro tal vez para verificar que no estaba llorando-. ¿No es cierto, mi dulce princesita squib?
Eso definitivamente fue demasiado. Se desprendió brutalmente de los brazos del padre y salio corriendo escaleras arriba.
—Está peor que nunca.
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Pudo aguantar el estallido de lágrimas hasta haber cerrado de un silencioso portazo (eso sí podía hacerlo) la puerta de su habitación.
—Señorita, señorita -reprochó compungida la elfina que estaba arreglándola cuando ella entró hecha una ráfaga de desesperación y furia-. Le dije que no debía intentarlo.
Ni los elfos la respetaban. ¿Por qué habrían de hacerlo? No había en ella nada con lo que establecer el vínculo.
—¡Ay, Petri! Hoy es el día -suspiró empapando la almohada.
El expresso, brillantemente rojo, estaba en ese instante despegando de la estación King Cross.
—No piense en eso. No debe pensar en eso -y extendió una mano para acariciarle el cabello, pero no llegó a hacerlo-. ¡Su padre me llama!
Abajo un "reparo", y la columna de platos sucios flotaba nuevamente en medio del comedor esperando que alguien viniera a ocuparse de ellos. Con un 'plop' Petri apareció y se hizo cargo.
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