Dore-malfoy: Te confieso que estoy muy agradablemente sorprendida de tener una lectora fiel. Confieso que no esperaba ni un review, cuando empecé a publicar esto, porque no se me oculta que el tema, tan especulativo, no entra dentro de lo habitual de FanFiction (romance, aventuras, etc...) y además, sé que escribo bastante raro. Pero me alegro mucho de que haya alguien siguiéndolo.
Por un rato más sigo actualizando rápido, pero aún habrá algunas escenas fuera de Hogwarts. Siento que la trama vaya tan despacio, pero no puedo evitarlo.
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DISCLAIMER: Nada de lo que les resulte conocido es mío, sino de J. K. Rowling (y posiblemente otros; agregaré notas al pie para identificarlos) y mis intenciones no son buenas (aunque tampoco delito).
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Una familia normal, y un certero neologismo.-
Ya hacía casi cuatro meses que vivíamos juntos, en el apartamento de Erik en París, casi como una familia normal.
Normal, si no contábamos la discusión con el padre de Elisa cada tres semanas para conseguir que me permitiera tenerla conmigo un poco más.
Hasta que no la escuchaba a ella misma rogarle no se convencía de que estaba bien, era feliz, y estar aquí con nosotros era lo mejor que podría haberle pasado en sus circunstancias. Pero eso tenía también su beneficio: Elisa ya no podía dudar de que su padre la seguía queriendo tan celosamente como siempre.
Así que, salvo por ese detalle, nos habíamos convertido en una feliz y normal familia squib. Porque hasta yo me había convertido en una squib. Era el precio de vivir con Erik, y había aceptado pagarlo. La única magia que circulaba en el apartamento era el cierre de las puertas de Elisa cuando se enojaba, y eso ya no ocurría nunca.
Ya hacía casi cuatro meses que éramos felices, y estábamos ya planeando cómo hacer para convencer a Abel de que lo más saludable para Elisa era empezar a estudiar en un buen colegio muggle aquí mismo, en este mundo que la ignoraba y en el que ella podría ser simplemente una niña más, cuando el largo brazo de Dumbledore nos alcanzó.
Erik nos esperaba en un hotel de otra ciudad, promediaba una gira.
—Tía, ¿sabes una cosa?
El "dragón" ocho cilindros alegremente rojo y espejeantemente pulido seguía devorando kilómetros, pero no sería por mucho tiempo más. Estábamos llegando.
—¿Qué?
—Yo no estoy dispuesta a que nadie me hechice.
Seguía pensando en lo del enamoramiento. Yo ya no sabía qué inventar para quitárselo de la cabeza.
—Vamos, Lisi. Te han estado hechizando desde que naciste. ¿O crees que alguna vez te cambiaron los pañales a la manera muggle?
—Pero me refiero a ... eso otro. Lo de Erik, que te hechizó y ahora te vas a casar con él.
—Yo no dije eso. Y además, ¿acaso no te gusta Erik?
—Sí me gusta. Pero dijiste...
—Dije que era como un hechizo. No dije que Erik me hubiera hechizado.
—Él no es mago, ¿verdad? -vaciló, dubitativa.
—Exacto. No es mago.
—Es muggle.
—Tampoco.
—¿Squib?
—Lisi, no puedo explicártelo porque yo misma no lo entiendo. Tú lo conoces tanto como yo. –Eso no era estrictamente cierto, pero no era el momento de entrar en detalles-. Saca tus propias conclusiones.
Y las sacó:
—Es un antimago –afirmó.
Neologismo habíamos. Elisa acababa de inventar la palabra con la que el mundo mágico conocería al fenómeno "Erik" en el futuro, el alfiler conceptual que lo clavaría al corcho de las clasificaciones; si es que él se dejaba, claro está.
En ese momento oímos un ulular. Elisa volteó y lo vió, un enorme buho gris aleteando con todas sus fuerzas intentando alcanzar el vehículo, que a ciento cuarenta kilómetros por hora era un objetivo ciertamente difícil para el ave.
—¡Detente, tía! Tenemos lechuza –le brillaban de esperanza los ojitos.
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Era de Hogwarts.
Pero no era para Elisa.
Era a mí a quien querían en Hogwarts.
Como profesora de Estudios Muggles.
Porque -en las mismas palabras de Dumbledore- yo era alguien que conocía con amplitud y profundidad ambos mundos, y todas las relaciones, similitudes y diferencias entre ellos.
Pero "yo soy yo y mis circunstancias", pensé, y así mismo se lo escribí a vuelta de lechuza. Lo que no le dije de buenas a primeras fue que mis circunstancias actuales incluían a Erik y a una squib. Ya Dumbledore sospecharía algo así, por algo era Dumbledore.
Lo que sí le recalqué bien recalcado, por si él no lo recordaba, es que yo misma no había terminado mi educación en Hogwarts, habiendo sido expulsada a mitad de sexto año, por las mismas razones por las que ahora se me quería contratar.
Había sido tal mi interés en comparar lo mágico con lo muggle que había empezado a mitad de curso a chocar con los profesores de todas las materias, especialmente con la de pociones, que era una típica bruja de caldero con verruga en la nariz, de cuento muggle. Yo había estado estudiando química por mi cuenta, y tomando cursos de verano en la materia, porque me llamaba poderosamente la atención. Y un día cometí la imprudencia de llevarme un pequeño equipo químico de bolsillo a las mazmorras, con la intención de experimentar las relaciones entre reactivos químicos y pociones en vivo y directo durante la elaboración de un delicadísimo filtro de percepción selectiva.
Hasta allí llegó mi ya bastante tirante relación con Hogwarts. Hasta allí había llegado, pero persistió su recuerdo durante años, grabada en la magia de esa mazmorra que ya no pudo volver a utilizarse debido a que todo el que entraba percibía, muy selectivamente, el profundo odio de la vieja de pociones, y un definido y asqueroso olor a reactivo de Toole que no había manera de arrancar del ambiente.
¡Bah! No tenía porqué seguir pensando en eso: Elisa en el cine era un tema mucho más interesante.
El cine fue lo único que se me ocurrió, y había resultado un remedio maravilloso. Elisa se había olvidado por fin de la lechuza de Hogwarts; se había olvidado de todo, salvo de las imágenes en la pantalla. Tal había sido la fascinación de la niña que hasta me preocupé un poco.
Pero Elisa era más autoconsciente de lo que correspondía a su edad.
Y siempre había sido difícil de hechizar. Un poco como Erik (eso lo pensé sin pensar, y es una idea que no me gusta y la desecho siempre que la pienso, pero una idea como ésa no desparece de la mente sólo porque uno quiera).
Así que después de ver tres películas distintas, recurso extremo para desprenderla de la fascinación de la primera, seguir viendo otras, todas las que daban en aquel local, Elisa reaccionó por sí misma. Preguntó:
—¿Por qué no puedo dejar de pensar en lo que he visto?
—Yo no sé –la miré alzando las cejas. Era como decirle: "piensa tú".
—¿Esto no es una forma muggle de hechizo? -apostó la niña.
¡Bingo!, pensé.
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Pero si la primera película, de superhéroes más poderosos que magos, pero también un poco ridículos, la había atrapado como una tela de araña, y la segunda la había hecho llorar y reir al mismo tiempo, y emocionarse con las peripecias de los personajes como si los conociera de toda la vida ("se parece a Petri, se parece a Petri", casi había gritado en el cine, y tuve que ponérmele seria, incluso con un dedo sobre la boca, y Elisa había bajado la voz para decir: "por como actúa", antes de que alguien atrás chistara pidiendo silencio), la tercera la había dejado completamente perpleja.
Nos había resultado críptica. A ambas.
Pero es que la había la había arrastrado al primer cine que había encontrado, sin fijarme en lo que daban. Se trataba de una emergencia, porque otra recaída en "soy una squib, una squib, una squib" no estaba dispuesta a soportarla. Y habíamos visto, al final, todas las (tres) películas que estaban pasando en ese momento.
La última estaba más allá del alcance de la comprensión de ambas.
—Pero ¿lo movió o no lo movió?
—Yo creo que sí.
—Entonces era un mago.
—No lo sé. Creo que no.
—Pero movió toda la casa flotante, y detuvo la barca, y luego movió también la barca.
—Sí, así me pareció a mí también. Nenita, chiquitita y preguntona: Es una película.
—¿Y?
—Que lo que pasa en las películas no es verdad.
—Ah...!
—Ah.
Pero para mí la duda persistía, porque aunque toda película fuera ficción, los conceptos que expresan siempre tienen que ver con los conceptos que los muggles creen. Y ese viejo chino no era un mago, en ninguno de los conceptos muggles del término (de los cuales el principal es muy parecido al de los magos verdaderos; hasta han oído hablar de Merlín sólo que lo consideran una leyenda), y sin embargo, había demostrado un poder sin duda mágico.
Pero los muggles inventan tantas cosas... lo dejé estar.
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Afortunadamente ya habíamos llegado al hotel y Elisa estaba bañándose cuando la segunda lechuza de Dumbledore picoteó el cristal de la ventana.
«Acepto tus circunstancias. Te espero durante la semana para que me las cuentes y aceptarlas con conocimiento de causa. Supongo que tendré que aceptar también algunas condiciones.
«Erik no será problema. Lo es, pero encontraremos la manera de que no lo sea. Ya estamos trabajando en eso.»
Y a continuación de la despedida venía, en tinta invisible, la dirección de chimenea de su despacho, con una clave para poder acceder a ella desde afuera de Hogwarts.
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Mi circunstancia era una niña que no podría tolerar estar en Hogwarts. ¡Rayos!
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No era Erik lo que me precupaba. Erik era un problema para los demás, no para nosotros. Ni siquiera había pensado mencionárselo a Dumbledore, aunque debía haber previsto que él ya lo sabía: Los chismes son rápidos en nuestro mundito mágico, tan reducido.
Lo que me preocupaba era Elisa.
Pero durante mucho tiempo había ansiado esta oportunidad. Tenía muchas ideas acerca de todo lo que debía habérsenos enseñado en Hogwarts, y sin proponérmelo me había estado preparando para esto. Sabía que Estudios muggles debía haber sido obligatoria, y enseñarse en combinación con Historia de la magia, la cual debía haber abarcado también la historía del mundo muggle. Sabía todas estas cosas y era la oportunidad de hacerlas valer.
¿Nadie ha escrito nunca que la oportunidad suele ser inoportuna?
Pues ahora lo digo yo: La oportunidad a veces no puede ser más impertinente, atravesada e importuna. Es por eso que uno suele perderla, y no porque nadie sea demasiado ciego para verla.
Tras memorizar la clave rompí la carta en mil pedacitos diminutos y se los dí para que los botara al mozo que llegó a traernos una jarra de jugo que había pedido. Luego me quedé esperando con ansiedad a que Erik regresara del recital.
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