Hola!!!!
Este es un ff sobre Snape, mi personaje favorito.He escrito más ff de otros personajes, pero no me atrevía a hacer uno de Snape hasta no estar segura de poder hacer algo que realmente me dejara satisfecha. Seguramente cuando pase el tiempo, vuelva a leer este ff yme parecerá que he hecho algo mal o que cambiaría ciertas cosas, como ya me ha ocurrido otras veces, pero bueno, mientras tanto, espero que os guste. (escritora en proceso de evolución ;-D)
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen (mmmm ya quisiera yo que Sev me perteneciese...), pertenecen a JKRowling. El personaje de April es totalmente inventado (cualquier parecido con la autora es pura coincidencia jejejeje) así como otros nombres desconocidos que puedan aparecer en la historia.
APRENDIZ
Far away, once so close
But now you´re far away
You´re still here with me
But not like yesterday, so far
Far away, I hear you breathe
But you´re so far away
Once so colorful
But now all turns to grey, so far
(Jay Jay Johanson-Far away)
Capítulo 1: Obligado a recordar
Palabras. Tan sólo eran palabras escritas a veces con mayor o menor acierto, con caligrafía cambiante mostrando el paso de los años, una madurez adquirida a medida que se hacía más irregular y apresurada.
Pero nunca unas simples palabras le habían evocado tantos sentimientos. Encerrada entre unas viejas tapas de cuero negro agrietado, había toda una vida que ahora parecía pasar por delante de sus ojos como una película, a medias recordada y a medias imaginada.
Durante años habían permanecido escondidos, ocultos bajo llave esperando ser consumidos por el olvido y ahora volvían a ver la luz con su frescura intacta, como una caja de Pandora que transportaba al pasado. Podía haberse deshecho de ellos hacía mucho tiempo, pero aquella caja guardaba demasiados recuerdos, una parte de su vida donde se mezclaba la amargura y la alegría. También podía haberla guardado en un sitio lejano donde olvidarse de ella, pero tampoco su conciencia le dejaba recurrir a tan cobarde actitud. La caja había pasado seis años en el fondo de un armario, donde a diario era vigilada con una mirada de soslayo que la buscaba inconscientemente sorteando la ropa colgada. Nunca la abrió hasta ese momento. Trataba de convencerse a sí mismo de que era la mejor forma de olvidar, pero la omnipresencia del baúl en aquel sitio tan accesible denotaba la debilidad de alguien que trata de engañarse pues en realidad no quería olvidar, sólo esperar el día en que sintiera que tenía suficientes fuerzas para abrirla.
Y ese día había llegado, con manos temblorosas abrió el cerrojo y abrió la tapa. Un intenso aroma surgió de su interior, intacto y ajeno a los años, fresco como si hubiera sido cerrado sólo el día anterior. No parecía haber pasado el tiempo.
La tinta negra se le antojaba sangre seca pues había tanto reflejado en aquellos cuadernos que le parecían escritos directamente desde el corazón. Ternura, miedo pasión, soledad, amor, inseguridad, secretos, sorpresas. Diarios de una vida que creía conocer pero de la que hasta ese momento había tenido una imagen incompleta, guardándola en su memoria como algo sagrado e intocable.
No era una fuerza forjada a lo largo de los seis años que habían pasado la que hizo que en ese preciso momento tuviera delante aquellos diarios, no. Era la indignación y el dolor que sentía lo que había roto la coraza imaginaria de autocontrol que él mismo se había creado. Era su propio instinto quien le decía que debía abrir una puerta al pasado para saber. No podía permitirse que alguien sin escrúpulos mancillara su nombre así como así, creando una farsa imposible.
Aún tenía tiempo, el sol empezaba a ponerse tiñendo el cielo de tonos rojizos dando paso a las primeras estrellas que anunciaban una noche larga aunque no en el sentido del tiempo, pues todas las noches duran lo mismo, sino en la dimensión de la mente donde unas cuantas horas pueden abarcar años de experiencias.
Se sentó sobre su cama, poniendo a su alrededor los siete cuadernos, como si estuviera a punto de iniciar un ritual y con un mano algo temblorosa se detuvo antes de alcanzar el diario que tenía escrito en su portada "A.N Primer curso". En su interior sentía un cosquilleo, mezcla de nerviosismo e impaciencia. Sabía gran parte de lo que iba a leer en él, pero era aquello que no sabía lo que necesitaba. Miraba el cuaderno como si pareciese un libro maldito que en cuanto lo tocara desencadenaría sobre él una maldición. "No seas estúpido, Severus, sólo es un diario escrito por una niña de 11 años" pensó para convencerse, cerró los ojos y cogió el cuaderno rápidamente para que no le diera tiempo a arrepentirse.
Estaba abierto por la primera página. El viaje en el tiempo a través de su mente había comenzado.
No pasó nada sobrenatural, ni el cielo tronó ni las luces se apagaron, como había imaginado que ocurriría al liberar su memoria. Todo seguía igual, con la diferencia de que ahora tenía delante de sus ojos unas páginas amarillentas cubiertas de una letra redonda e infantil. Inspiró y leyó.
" 1 de Septiembre
Me llamo April y hoy es mi primer día en Hogwarts. Estaba muy nerviosa cuando me dejaron en el tren, pero cuando llegué todo me pareció muy bonito, muy acogedor, y pensar que esto es tan distinto... Creo que por fin podré encontrar algo a lo que llamar hogar. Me han elegido para la casa Slytherin, estoy muy orgullosa porque según me dijeron, es la casa donde fueron mis padres..."
Lamentaba no recordar la selección de April, era imposible que recordara las selecciones de todos los alumnos de Slytherin, más aún cuando April era una niña bastante normal, sin nada extraordinario en apariencia. Continuó leyendo el resto de los días, donde la niña explicaba sus impresiones sobre las clases y el colegio. Hasta ese momento no supo qué era lo que April sintió al ingresar en Hogwarts, ya que el primer recuerdo que tenía de ella era de bastantes días después. Pero ahora que leía años después cómo fueron sus primeros días en el castillo no pudo sino reafirmar lo que siempre había sabido, sin poder evitar que un escalofrío de asombro le recorriera la espalda. Las impresiones de April sobre sus primeros días en Hogwarts coincidían con meticulosa casualidad con las que él mismo tuvo en su día confirmando así que él y ella eran iguales.
"10 de Septiembre
El profesor Snape me mandó llamar a su despacho. Yo estaba un poco asustada porque pensaba que iba a castigarme por hacer estallar una poción en el cuarto de baño- Snape sonrió al leer aquello- pero sólo quería hablar sobre mi ficha. Estuvo preguntándome sobre el orfanato, sobre mis padres y sobre mis aficiones. Todo el mundo le tiene algo de miedo al profesor Snape, pero hoy fue muy bueno conmigo y creo que en realidad no es como aparenta, los profesores tienen que parecer duros si no los alumnos nos desmadramos A mi me cae bien, además es el jefe de la casa Slytherin, se supone que debo confiar en él y no tengo a nadie más a quién acudir si tengo algún problema..."
Aquello era verdad, ninguno de los alumnos comprendía por qué April siempre iba a él cuando le pasaba algo. La había visto multitud de veces llorar en su despacho. Recordaba perfectamente aquel día en que tomó conciencia de la existencia de aquella niña tan especial.
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April iba acompañada por la profesora McGonagall hacia el despacho de Snape. No se atrevía a preguntarle por qué la había llamado. Nadie se había enterado de que había explotado una poción en el baño, porque sus compañeras no estaban en la habitación y porque después lo había limpiado todo para que no quedara rastro. ¿Cómo se habría enterado el profesor Snape?
Ya llevaba una semana de clases en Hogwarts, pero seguía sin gustarle mucho la mazmorra donde daban la clase de Pociones. ¿Por qué no podría dar la clase en otra aula más bonita, como la de Encantamientos? El despacho debía estar por allí porque dejaron atrás el aula. Intentaba disimular que estaba casi temblando. Ya había oído a los demás alumnos hablar sobre el profesor Snape y le daba algo de miedo, siempre tan serio y quitando puntos a la más mínima. Esta vez temía que la castigaran o aún peor, que la expulsaran. Seguro que batía el récord, la alumna que menos tiempo había durado en Hogwarts, ¡una semana!, y según había oído, el profesor Snape era el tipo de persona que no tenía miramientos en ese sentido.
La profesora McGonagall llamó a la puerta, y desde el interior de la habitación se oyó la voz del profesor.
-Aquí está la niña, Severus.- dijo la profesora, dejándola en la puerta.
-Adelante.- dijo Snape, con tono seco.
April entró y se quedó de pie frente al escritorio, mirando fascinada la habitación, llena de objetos extraños, botes de cristal con cosas que no había visto en su vida... Después del reconocimiento visual se encontró con que el profesor la miraba con la misma expresión seria, y volvió a pensar en la posibilidad de castigo.
- Siéntese, señorita Nuwen.- ordenó Snape.
La niña se sentó de inmediato, y se quedó mirando el suelo esperando la regañina.
-¿Van a expulsarme?- dijo la niña sin levantar la vista.
-¿Expulsarle?- dijo Snape, sorprendido y algo divertido por la pregunta. "A saber qué le habrán estado contando sobre mi" pensó Snape, que ya sabía de su fama.- No, señorita Nuwen, no va a ser expulsada.
April dejó caer los hombros, como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
-Tengo aquí su ficha.- dijo Snape cogiendo un papel- viene del orfanato Saint John ¿no es cierto?
-Sí.
- ¿Conoció a sus padres?
La pregunta pareció incomodar a la chica, e hizo que Snape se arrepintiera un poco de ser tan directo.
-No, me llevaron al orfanato siendo un bebé, no recuerdo nada de ellos.
-¿Están muertos?
-Sí.
"¿Por qué tanto interés? ¿No está claro en mi expediente?" pensaba April.
Snape se quedó pensativo. No le sonaba nada el apellido Nuwen... La niña parecía bastante abrumada cómo para hacer preguntas sobre la muerte de sus padres. Él sabía muy bien lo que era crecer en un orfanato.
-Yo también fui al orfanato Saint John.- dijo Snape.
-¿Sí?- April levantó la mirada, como si aquella respuesta fuera un rayo de esperanza.
-Yo sí conocí a mis padres, y a veces es mejor vivir en la ignorancia.- contestó Snape. No sabía por qué le había revelado aquello a esa niña, pero algo le decía que tal vez así ella se sintiera mejor. Él no tenía gratos recuerdos de su padre.
Siguió mirando el expediente de April, como si no lo hubiera hecho antes, y cambió el tema.
-Aquí dice que te interesan las Pociones.-dijo Snape, algo sorprendido porque su asignatura no era precisamente de las más queridas.
-Sí, me interesan mucho. En el orfanato pedía prestados libros y experimentaba.- dijo April, un poco colorada porque Snape era casualmente su profesor de Pociones.
- Ya veremos qué tal se te dan.-dijo Snape, que aunque podía parecer irónico, trataba de ser amable.- Espero que aprendas mucho en Hogwarts.
La entrevista terminó. Lo que ninguno de los dos sabían era que ese iba a ser el comienzo de una relación muy especial. April salió del despacho pensando que Snape no era tan terrible como se lo habían puesto. Y Snape se quedó en su escritorio sintiendo algo extraño hacia esa niña: le recordaba tanto a él cuando joven…
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Sentado sobre la cama, Snape recordaba algunas cosas más sobre aquella época. A medida que avanzaba las páginas del diario recordaba cómo aquel sentimiento inicial se hacía más fuerte, cuando empezado el curso, April Nuwen tenía ya una pandilla de amigos. Se relacionaba con los alumnos más temibles de Slytherin, a pesar de su carácter alegre e inocente. Años más tarde, sus mejores amigas resultaron ser las mayores arpías de Hogwarts, y ella, sin embargo, iba con ellas, como un ángel entre los demonios. ¿Qué le hacía juntarse con ese tipo de gente?
Conociéndola como la conocía y pareciéndose como se parecían, creía saber la respuesta correcta a la pregunta. Era exactamente lo mismo que él hizo en su juventud, buscar inmunidad detrás de los fuertes, comprarles con astutas e inteligentes argucias para que ellos les protegieran de su debilidad. Ella era una chica muy estudiosa, la mejor de Slytherin con diferencia. Aquello hizo que la identificara aún más con sus años de estudiante en Hogwarts: April era una estudiante huérfana, que le encantaban las pociones, que destacaba en los estudios y que se refugiaba detrás de los alumnos más temidos.
Continuó leyendo hasta que en el mes de Diciembre volvió a encontrar otro de sus recuerdos más claros sobre ella.
Severus odiaba la Navidad, una época absurda plagada de sentimentalismo hipócrita. Apenas recordaba cuando sus padres vivían y celebraba esas fechas tan señaladas, porque lo único que recordaba de esa parte de su infancia era un padre autoritario y desagradable y una madre que lloraba constantemente viviendo en una pesadilla. Después de eso, en sus años en el orfanato, su etapa de estudiante o ya de adulto, tampoco había considerado a las personas con las que vivía como una familia. La celebración de la Navidad en Hogwarts era obligatoria, le daban náuseas toda aquella decoración cursi y la impaciencia con la que los alumnos esperaban la llegada de ese día. Sabía que muy en el fondo, la envidia era la causante de su hastío hacia esas fechas.
Ahora tampoco celebraba la Navidad, más que por el compromiso de ser profesor, pero además había algo que la hacía mucho más triste porque en realidad si que hubo un tiempo en que sintió algo de ilusión por esas fechas, sólo que ya no tenía a nadie con quien compartirlas.
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Como todos los años, el 25 de Diciembre, tenía que ir por obligación a hacer acto de presencia en la sala común de Slytherin. Odiaba profundamente esa obligación. Era entrar en la sala y ver a los alumnos radiantes de felicidad. Algunos enfrascados en desenvolver los regalos, otros cotilleando las novedades del baile que se celebraba el día anterior... en general todo era felicidad, todos tenían a alguien que se acordara de ellos y les enviaran regalos, eso sin contar con que muchos de los estudiantes habían vuelto a sus casas para vivir esos días en familia. Todo aquello le repugnaba.
Aquel día no iba a ser menos. Al verle entrar, los chicos dejaron a un lado por un momento sus quehaceres para saludar respetuosamente al profesor. Había muchos regalos junto a la chimenea de mármol verde de la sala de Slytherin. Muchos andaban enseñando a sus compañeros la última equipación de su equipo de quidditch favorito o cosas similares. Pero algo le llamó la atención. Sólo había una persona que no estaba feliz. En un rincón de la sala, April Nuwen sollozaba mientras sus compañeras trataban de alegrarla ofreciéndole algunos de sus regalos, pero la chica negaba con la cabeza.
Aquella escena le hizo recordar el por qué odiaba las navidades, a él le había pasado lo mismo, sin familia con la que celebrar ni nadie de quien recibir regalos. Odiaba la felicidad que se respiraba en el ambiente, pero ver a la chica así le conmovió. Si había alguien entre todos aquellos alumnos que él deseara que fuera feliz, era ella.
Sin perder la compostura y sin mostrar el más mínimo ápice de compasión, preguntó a una de las chicas de primer curso sobre qué le pasaba a April. La chica le contó que April no había recibido regalos porque no tenía familia, que no se lo esperaba porque incluso en el orfanato tenían un detalle con ellos.
Snape volvió a su despacho, algo molesto por sus sentimientos que le traicionaban. No quería admitir que esa niña le revolvía las entrañas, que sentía cariño por ella y que deseaba protegerla.
Esa misma noche, se las ingenió para mandarla llamar a su despacho. Hacía sólo unos meses que había empezado el curso y April todavía sentía algo de miedo por Snape, aunque podía notar que a veces la favorecía más que a otros alumnos, al fin y al cabo, no le resultaba raro porque era la mejor de su clase.
Entró en el despacho sin tener ni idea de por qué la había llamado el profesor, esta vez no había hecho nada malo.
Snape la esperaba en su escritorio, y una vez más se sentó enfrente esperando una reprimenda.
-Esto es para ti.- dijo Snape sacando de debajo del escritorio un paquete envuelto. Sabía que se traicionaba a sí mismo haciendo eso pero la satisfacción al ver la cara de asombro de la niña merecía ese sentimiento de culpa y mucho más.
April no se lo creía, ni siquiera sabía si aceptar aquello o no. Dudaba si decir algo, rechazarlo, pero Snape la miraba esperando a que abriera el regalo. Ella también sabía que un gesto como aquel de un hombre como Snape debía suponer un gran esfuerzo.
Abrió el regalo. Era un libro sobre pociones muy antiguo. No le había dado tiempo a ir a Hogsmeade para comprar algo así que cogió uno de los libros de su biblioteca.
-Muchas gracias, profesor Snape, no tenia por qué.-dijo April, ruborizada, con una dulce sonrisa pasando las páginas del libro, fascinada por su contenido.
El profesor trataba de mantenerse serio, pero en su interior sentía la satisfacción de poder hacer feliz a alguien.
-Señorita Nuwen, esto es un secreto que debe quedar entre los dos.- dijo mirándola fríamente, clavando sus fríos ojos en los de ella. No quería que aquel asunto se convirtiera en un cotilleo que desprestigiara su imagen.
-Si, claro, por supuesto.-dijo la chica, comprendiéndolo perfectamente.
A partir de entonces, April recibió un regalo cada navidad junto a la chimenea de la sala común. Un regalo anónimo, sin ninguna nota pero que ella sabía perfectamente de quién era. Cuando el día de navidad iban a desayunar al comedor, el profesor con su misma expresión de siempre intentaba encontrarse su mirada de agradecimiento, y siempre la hallaba acompañada de una sonrisa sincera. Sólo aquello hizo que durante siete años, la navidad cobrara sentido para él. Y siguió haciéndolo aunque supiera que desde la navidad de quinto curso, April recibía además un regalo de Charlie Weasley.
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Aquel momento de complicidad se convirtió en el detonante de la confianza de April en Snape. Desde entonces era a él a quien acudía cuando tenía un problema. Ahora que leía aquello por las propias palabras de April, se sonrojaba al pensar cuan sentimental le volvió aquella niña, como había conseguido, sin pretenderlo, que aparcara a un lado su agrio carácter cuando se trataba de ella. Sin quererlo, tan sólo por ser como era, había hecho que el profesor sintiera una sobreprotección hacia ella, viendo en su pálida piel el propio reflejo de su infancia, intentando protegerla de todo aquello que a él le había hecho sufrir.
